martes, 29 de diciembre de 2020

ENFERMERAS: PRIMERA Y SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y CRUZ ROJA

 

UN RECONOCIMIENTO PENDIENTE

 

Foto 1 Enfermeras profesionales de la Cruz Roja Francesa y médicos. Bibliothèque Nationale de France, 1916

 

ENFERMERAS EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

 

La historia ha señalado la Primera Guerra Mundial como el primer conflicto bélico en el que las enfermeras realizaron un trabajo organizado como profesionales sanitarias. No obstante, el reconocimiento a estas valientes, la mayoría voluntarias que no habían salido nunca de sus pueblos y que no habían viajado jamás lejos de sus casas, se hizo esperar varias décadas, aunque muchas de ellas se dejaron la vida en el campo de batalla.

 

Lamentablemente, el mito de las enfermeras de la Primera Guerra Mundial que nos ha llegado no tiene demasiado que ver con la realidad. Aquella joven a menudo sin instrucción, miembros voluntarios del Voluntary Aid Detachement, Destacamento de Voluntarias de Ayuda, Damas Enfermeras de la Cruz Roja, ataviadas con aquellos uniformes blancos e impolutos, y esmeradamente almidonados, levantó tantísima admiración que acalló el reconocimiento del trabajo real de estas mujeres enfermeras, cuya historia nos contaban con ese halo romántico, gentil y angelical que quiso transmitir a las generaciones venideras.

 

Sin duda, tampoco ayudó a desmitificar esta imagen el hecho de que muy pocas de las enfermeras que sirvieron en la Primera Guerra Mundial dejaran un testimonio escrito de primera mano sobres sus experiencias en la segunda línea del conflicto bélico, dejando esta tarea en manos de escritores o historiadores que poco o nada conocían sobre su interesantísima y necesaria labor, así como de las durísimas condiciones en las que salvaron miles de vidas.

 

Foto 2 Enfermeras profesionales de la Cruz Roja española. Bibliothèque Nationale de France, 1920

 

El organismo que aglutinaba al mayor número de enfermeras cualificadas era el Queen Alexandra´s Royal Army Nursing Corps (Servicio de Enfermería Militar Imperial de la Reina Alejandra), una sociedad creada en 1902, casi al término de la segunda guerra de los Bóeres (1899-1902). Esta entidad reunía a trescientas enfermeras cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, que ascendieron hasta las diez mil cuando terminó el conflicto, en 1919. A estas profesionales de la enfermería se añadieron varios miles de mujeres sin formación en esta especialidad, parteras..., y también mujeres que ejercían como cuidadoras de enfermos pero que no tenían ningún tipo de instrucción en enfermería, que solían ser jóvenes de familias acomodadas, que lograban a través de esta actividad una buena consideración social.

 

No obstante, el ejército británico se oponía en esta época a contar con enfermeras militares que formaran parte de sus filas, a excepción de las que pertenecían al Queen Alexandra`s Royal Army Nursing Corps. Por este motivo, las voluntarias británicas que querían burlar este reglamento se veían obligadas a unirse a los ejércitos belga o francés. Y muchas de ellas llegaron a dirigir hospitales militares de primer nivel, desafiando a aquellos que pensaban que serían incapaces de realizar tareas que implicaran tantísima complejidad.

 

Una de las aristócratas más destacadas que se enrolaron como enfermeras en la Gran Guerra fue la duquesa de Sutherland, Millicent Sutherland-Leveson-Gower (1867 - 1955), conocida como Meddlesome Millie, un apodo que se traduciría como “La entrometida Millie”. Gracias a ella varios cientos de médicos y enfermeras pudieron trasladarse a Bélgica y Francia. Asimismo, también ayudó de forma decisiva a crear estaciones de asistencia a los heridos y a surtir de suministros médicos a los centros hospitalarios que estaban atendiendo a los caídos en combate.

 

Foto 3 El rey Jorge V y la reina María inspeccionando el hospital de Millicent en Calais con la enfermera Millicent Leveson-Gower duquesa de Sutherland, durante la Primera Guerra Mundial, 1915

 

El momento decisivo en lo que respecta a la labor de las enfermeras tuvo lugar en la primavera de 1915, cuando la ingente cantidad de víctimas sobrepasó al cuerpo de profesionales que estaban trabajando en aquel momento en los hospitales de campaña. La tarea que estaban desempeñando y, sobre todo, la efectividad con la que la llevaban a cabo, la capacidad de realizar turnos extenuantes y larguísimos, la fortaleza para trabajar en las peores condiciones posibles…, todo esto les granjeó por primera vez el reconocimiento del ejército británico, cuyos miembros se sorprendieron del compromiso y la fuerza que demostraban estas mujeres, a las que en un principio no les facilitaron en absoluto su misión de ayuda.

 

Foto 4 Damas enfermeras madrileñas de la Cruz Roja, 1920

 

Así, tras la sangrienta primavera de 1915 el gobierno británico cambió por completo de estrategia y se decidió por invitar a las mujeres a demostrar su patriotismo enrolándose como enfermeras de campañas. De este modo, varios miles de jóvenes provenientes de hogares de clase media se unieron como voluntarias, a pesar de no contar con conocimientos médicos ni de ningún otro tipo. De hecho, muchas de ellas jamás habían visto a un hombre desnudo y tuvieron que enfrentarse a esto en el frente, en situaciones de máxima presión en las que no cabían los comportamientos pacatos de ningún tipo.

 

Esta oleada de enfermeras voluntarias suscitó recelos entre las enfermeras profesionales, ya que habían luchado con tenacidad por el reconocimiento que acababan de obtener y no querían perderlo por culpa de la inexperiencia de estas jóvenes. Por este motivo, la inmensa mayoría de estas voluntarias fueron destinada a tareas que no implicaban ninguna formación, como la limpieza de los hospitales de campaña, el aseo rutinario de los enfermos, el vaciado de bacinillas, el cambio de la ropa de cama…Sólo cuando alguna demostraba alguna habilidad que sobresalía se le permitía realizar otro tipo de labores, como suministrar medicamentos o realizar vendajes, siempre bajo la escrupulosa vigilancia de una enfermera cualificada.

 

Foto 5 Agatha Christie como enfermera voluntaria y sus compañeras en el Hospital de Touqay en 1914, Primera Guerra Mundial. Foto: Archivo La Razón

 

Además del enorme número de enfermos heridos a los que tenían que atender, sus condiciones de vida eran extremadamente duras, mucho más para estas jóvenes acostumbradas a ciertas comodidades. La disciplina, impuesta por las enfermeras con más experiencia y cualificación, era férrea. La información que recibían era escasa y tardaba tanto que cuando les llegaba ya estaba desactualizada (recordemos que no existía la radio, ni mucho menos la televisión). A menudo la única vía de información eran las cartas de los soldados (parientes, novios…) y las listas de víctimas que circulaban entre los diferentes frentes.

 

Otra de las complicaciones a las que tenían que hacer frente estas valientes mujeres eran los problemas médicos que tenían que resolver, muy diferentes a los de la vida civil. Tanto médicos como enfermeras tuvieron que improvisar tratamientos en muchas ocasiones, poner en práctica técnicas novedosas que no habían podido ensayar con antelación, intentar curar a un herido con escasos o nulos medios… Uno de los principales peligros eran las infecciones, que podían tener consecuencias letales en los convalecientes. Cuando un soldado caía en el campo de batalla por herida de bala, habitualmente el orificio abierto por el proyectil se encontraba sucio de restos de barro, trozos de la tela del uniforme y todo tipo de residuos. Al no existir los antibióticos, los desinfectantes de los que hacían uso tenían una bajísima efectividad y eran del todo insuficientes, así que las enfermeras y los médicos que atendían a estos heridos se vieron obligados a emplear medidas muy radicales, como cubrir las heridas con yodo o con sal, antes de vendarlas con mucha fuerza para que no entrara ningún agente contaminante. Incluso se realizaban transfusiones sanguíneas directas, es decir, en las que se conecta al paciente y al donante a través de una sonda. Aun así, el tétanos y la gangrena eran amenazas casi tan alarmantes como los proyectiles enemigos.

 

Foto 6 S. M. La Reina Doña María Cristina en unión con don Justo Díaz Tortosa y Damas Enfermeras de la Cruz Roja, en los jardines del Palacio de Miramar en San Sebastián. Revista Azul. Año I. Número 1. Octubre 1925

 

Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, las enfermeras habían conseguido reivindicar su papel y conseguir algo del reconocimiento merecido por un servicio impecable, durísimo y valiente. Algunas incluso se fueron a servir a otras guerras que estaban teniendo lugar en diferentes puntos del mapa, y las que regresaron lo hicieron a países donde la población masculina se había reducido ostensiblemente. Cientos de miles de soldados británicos, belgas, franceses, rusos, alemanes…no regresaron a sus hogares y estas mujeres protagonizaron un cambio social sin parangón cuando muchas de ellas accedieron al mercado laboral, ya no en puestos tradicionalmente considerados femeninos, sino en el ámbito comercial y administrativo.

 

Con todo, las enfermeras profesionales no obtuvieron ningún tipo de reconocimiento legal ni de registro hasta mucho después. Cuando la Primera Guerra Mundial llegó a su fin se olvidó rápidamente la labor infatigable y valerosa de estas valientes mujeres, cuyo trabajo volvió a ser considerado como una tarea típica femenina y, por ende, sin complicaciones, carente del reconocimiento social que merecían tras haber demostrado su valía en la retaguardia de media Europa (1).

 

Foto 7 Alfonso XIII en las caballerizas del Palacio de Miramar de San Sebastián convertido en Hospital de Sangre con las Damas Enfermeras Guipuzcoanas de la Cruz Roja, 1922

 

ENFERMERAS PROFESIONALES Y DAMAS ENFERMERAS DE LA CRUZ ROJA

 

La marquesa de Valdeiglesias explica en su discurso ante las nuevas Damas Enfermeras, que a pesar de la equivalencia entre ambos cuerpos en cuanto a conocimientos y tareas, las Damas Enfermeras tienen además la misión de apoyar siempre a las Enfermeras Profesionales, y que la relación es cordial:

 

La Dama Enfermera sabe y hace sin ocuparse necesariamente en los menesteres materiales más ínfimos cuando sabe y hace la Enfermera Profesional. Viene a ser la Dama Enfermera una alentadora y una colaboradora para la Enfermera Profesional, necesitada de consuelo y de auxilio en su dura y fatigosa labor; y todo el Cuerpo de Damas Enfermeras puede considerarse como una rama de la Cruz Roja que estimula y ayuda al Cuerpo de las Enfermeras Profesionales.

 

Foto 8 Enfermeras profesionales francesas de la Cruz Roja, 1914

 

Las relaciones armónicas de entre ambos Cuerpos se establecen, se conservan y se consolidan como se cultivan todas las relaciones entre los espíritus generosos: por la participación en el fuego sacrosanto de un mismo ideal y por la identidad de sentimientos, de amores y de amarguras.

 

Diferencia en el uniforme de las Enfermeras Profesionales de la Cruz Roja y las Damas Enfermeras de la Cruz Roja

 

En el artículo 11 del Reglamento de la Cruz Roja Española, dedicado al uniforme, se indica que este es el mismo que el de las Damas Enfermeras que portan el brazalete en el brazo izquierdo con el emblema de la Cruz Roja, pero con una mera distinción, y es que las Enfermeras Profesionales además de portar el brazalete en el brazo izquierdo de la Cruz Roja, además llevarán “una Cruz Roja pequeña en el frente de la cofia”.

 

Este pequeño detalle distintivo de las Enfermeras Profesionales, facilita el análisis de las fotografías en las que no hay pie de página explicativo o se indica solamente el término “enfermeras”, ya que es posible identificar el cuerpo al que pertenecen las enfermeras de las imágenes.

 

Foto 9 Dos Damas Enfermeras y una Enfermera profesional (izquierda). Tesis doctoral: El Cuerpo de Damas Enfermeras de la Cruz Roja Española. Foto cedida por Marta Mas Espejo. Archivo E.U.E. Cruz Roja Madrid (UAM)

 

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. LAS ENFERMERAS SE CONVIERTEN EN HEROÍNAS

 

El papel que desempeñaron las enfermeras durante la guerra civil española, también estuvo relegado al olvido, al absoluto ostracismo a pesar de ser el colectivo de profesionales femeninas que tuvo una participación más directa en el conflicto bélico.

 

El papel de las enfermeras en el campo de batalla y en los hospitales de campaña y hospitales de sangre resultó completamente imprescindible y heroico, sobre todo si se tienen en cuenta las durísimas condiciones en las que tuvieron que desarrollar su principal labor: cuidar y velar por el bienestar de los enfermos y heridos en combate y ayudarles y acompañarles en sus últimos momentos, despidiéndose de este mundo.

 

Para entender la aportación y la función de estas profesionales en la Guerra Civil española hay que comprender primero cómo llegó la modernización de la enfermería a España.

 

Foto 10 Alumnas de la Escuela Santa Isabel de Hungría en Madrid en la inauguración de la estatua de Federico Rubio y Galí, 1904. Foto cedida por la Fundación María Teresa Miralles Sangro

 

Muchos autores coinciden en que fue el doctor Federico Rubio y Galí (1827 – 1902) el principal precursor de la puesta al día de este sector. Cirujano preeminente y político, Rubio y Galí fundó a su regreso de Inglaterra, en 1896, la Real Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría, el primer centro de formación para enfermeras laicas de España que, a pesar de la buena voluntad de su creador, no pudo disfrutar de estudios reglados de las enfermeras hasta el 7 de mayo de 1915.

 

Tras ser testigo en Inglaterra de la labor desarrollada por la enfermera Florence Nightingale, y de la creación de su Escuela de Enfermeras, el doctor Rubio y Galí quiso trasladar la idea a su país para mejorar y actualizar el trabajo de las enfermeras en España, dotándolas de una formación oficial que las ayudara a ofrecer mejores servicios y más adecuados a los pacientes y heridos.

 

Pero la persona que tuvo la mayor influencia para la profesionalización de las enfermeras fue la Reina Victoria Eugenia de Battenberg (1887 – 1969), monarca consorte de España por su enlace matrimonial con el Rey Alfonso XIII (1886 – 1941) y nieta de la Reina Victoria I del Reino Unido (1819 – 1901). Escocesa de nacimiento, la Reina Victoria Eugenia había conocido de muy cerca toda la filosofía y la obra llevada a cabo por Florence Nightingale y la creación de su Escuela de Enfermeras en Londres, auténtica pionera y precursora mundial de la Enfermería Moderna.

 

Foto 11 Escuela para Damas Enfermeras de la Cruz Roja “Reina Victoria Eugenia” de San Sebastián, 1917 (3)

 

Así, la reina quiso importar a su país de adopción estos avances y para ello ofreció un generoso apoyo institucional y económico, que derivó en la creación de una filial de la Cruz Roja en España, que se convirtió en el germen de la “Escuela para Damas Enfermeras de la Cruz Roja de San Sebastián”. Esta Escuela abrió sus puertas en 1917 con un programa de estudios oficial que proporcionaba a las pupilas la posibilidad de diplomarse en esta especialidad que hasta el momento se había ejercido sin ningún tipo de formación e, incluso, no estaba considerada una profesión como tal.

 

Las décadas se sucedieron y con ellas los conflictos políticos y sociales, con sus consiguientes cambios. Pero no fue hasta la segunda república, instaurada el 14 de abril de 1931, cuando la historia de la enfermería registró de nuevo un cambio en su trayectoria. El gobierno republicano quiso equiparar los derechos de las mujeres españolas a los de sus compatriotas en otros países, y uno de los principales estandartes de esta emancipación fue el establecimiento del derecho a la educación.

 

Sin formación, las mujeres no podían alcanzar puestos de trabajo remunerados y obtener, en consecuencia, independencia económica. Tampoco podían salir de casa y dedicarse a actividades profesionales que hasta el momento, habían estado reservadas a los hombres.

 

Foto 12 Hospital Gran Casino. Damas Enfermeras de la Cruz Roja de San Sebastián, 1924

 

Este giro supuso un avance de gran escala en la enfermería. El gobierno de la República ofreció acceso libre a la formación a todos los ciudadanos, hombres y mujeres, y promulgó un decreto que convirtió en oficial la diplomatura de enfermería, que se estudiaba en las Facultades de Medicina de Madrid y Barcelona, antes de que se extendiera a otros centros universitarios de todo el territorio nacional.

 

Al estallar el conflicto bélico, el papel de las enfermeras tomó un nuevo e inesperado cariz. Conscientes ya de la importancia de la profesión y de su utilidad, durante los primeros meses de la Guerra Civil Española se movilizaron varios cientos de enfermeras para auxiliar a quienes precisaran de sus cuidados. No obstante, el aumento incesante de soldados heridos en combate obligó a movilizar a voluntarias que carecían de formación y de experiencia, algo que lejos de ayudar podía dar lugar a complicaciones que lastraban aún más a ambos ejércitos, el nacional y el republicano.

 

Por este motivo, la Falange Española de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista) en el bando nacional y el Estado en el bando opuesto promovieron, con la ayuda de organismos neutrales como la Cruz Roja, la impartición de ciclos formativos en sanidad, cursos acelerados que pretendían dotar de una instrucción mínima a estas voluntarias que, aunque carecían de conocimientos de enfermería, sí mostraban una gran vocación por esta labor.

 

Foto 13 Damas enfermeras militares e Hijas de la Caridad en el Hospital General Mola de San Sebastián, 1940

 

El papel de las Enfermeras, sin embargo, en algunos casos no se limitó a auxiliar a los heridos y enfermos del frente de la contienda. Un claro ejemplo de esto es el de la enfermera y brigadista internacional Pilar Pitarch (1914 – 2005), quién participó de forma activa en la cruenta batalla del Ebro. Hija de un socialista, desarrolló su profesión como enfermera ayudando a los combatientes del frente republicano, y décadas después del episodio bélico seguía manifestando su implicación política en su relación con algunos de sus compañeros durante la Guerra Civil, así como con dirigentes socialistas (es conocida su nutrida correspondencia con el expresidente del Gobierno Felipe González.

 

Pilar Pitarch relató en Carta Digital, un medio informativo del PSOE, que antes de que estallara la Guerra Civil, lo más habitual era que los enfermos ingresados en hospitales fueran atendidos por monjas carentes de formación alguna en enfermería. Esto, cambió cuando comenzaron a impartirse los estudios universitarios de la especialidad, que ella cursó en Barcelona.

 

La batalla donde trabajó Pilar Pitarch fue una de las más cruentas de la Guerra Civil y sirve como ejemplo del ingente trabajo que tenían que llevar adelante los servicios médicos que operaban en el frente, que incluían a las enfermeras. Más de diez mil personas fallecieron en este frente y la tasa de mortalidad en los hospitales de campaña se vio multiplicada por culpa de una gravísima epidemia de tifus que asoló el bando republicano y que ocasionó bajas no sólo entre los caídos en combate sino también entre las enfermeras.

 

En 1937 tuvo lugar otro de los hitos más destacados en el ámbito de la enfermería durante la Guerra Civil: la creación del Hospital Sueco-Noruego de Alcoy, en Alicante, financiado con los fondos que habían otorgado los países nórdicos a las arcas republicanas; éstos ofrecieron una ayuda humanitaria de dimensiones excepcionales, ya que no sólo se envió el dinero necesario para la construcción del centro hospitalario, sino que también se le dotó de material sanitario, médicos y enfermeras profesionales para atender a los heridos y los enfermos.

 

Foto 14 Personal del hospital sueco-noruego, Nini Haslund con camisa de cuadros. Hospital Sueco-Noruego de Alcoy, en Alicante

 

Asimismo, estas enfermeras se dedicaron a instruir a voluntarias que querían prestar sus servicios pero carecían de formación.

 

De hecho, fue en este hospital donde se creó el denominado «método Trueta», un sistema para manejar heridas traumáticas que se popularizó en todo el mundo y que supuso un avance muy significativo en el tratamiento de heridas producidas en el campo de batalla, pero también en entornos industriales y accidentes de tráfico. Este método, que no requería de grandes medios quirúrgicos, consistía en limpiar la herida con agua jabonosa y un cepillo estéril mientras el enfermo permanecía anestesiado.

 

Acto seguido, en condiciones lo más estériles posible, se cortaba con pinzas y bisturí los bordes del tejido de la herida para extraer todos los cuerpos extraños que pudiera haber en ella (tierra, metralla, tela, etc.). En esta fase también se eliminaban las partes laceradas del músculo, con el objetivo de que la herida quedase completamente higienizada y, además, con una buena circulación sanguínea. En tercer lugar, se dejaba la herida abierta y se llenaba con vendas o tiras de lino estéril, que absorbían el líquido y evitaban que la cicatrización penetrara en el tejido.

 

Foto 15 Enfermeras en la calle Reina Regente de San Sebastián, 1937

 

Y por último, si había fractura, se reducía e inmovilizaba en escayola. Este método pionero salvó muchas vidas y evitó que un gran número de combatientes sufrieran amputaciones por gangrena del miembro lacerado, ya que no existían antibióticos y las infecciones eran muy frecuentes.

 

Otro de los cambios que supuso la Guerra Civil, tanto para las enfermeras como para las mujeres en general, fue que éstas encontraron en el ejercicio de esta profesión un salvoconducto para traspasar las barreras de sus hogares y de los trabajos (habitualmente muy mal remunerados) que se les tenían asignados por cuestión de sexo, y alcanzar de este modo algunas libertades que se les tenían vetadas.

 

Siendo que la profesión de enfermera contaba con el apoyo social de la burguesía y la nobleza españolas (recordemos que un gran número de religiosas desarrollaban esa labor) y que durante la contienda la imagen de las enfermeras se vio reforzada, muchas mujeres de distintos estratos sociales decidieron ejercer este trabajo, contando siempre con la aprobación de la mayoría de la ciudadanía, perteneciesen al bando republicano o nacional. Si la enfermería se consideraba a principios del siglo XIX una tarea propia de jóvenes burguesas que daban ejemplo de su conducta piadosa y entregada a los demás, al desatarse el conflicto bélico se recubrieron de un halo de heroicidad que las encumbró más allá de esa concepción inicial.

 

Foto 16 Enfermeras militares y de falange en los jardines del Hospital Militar de Nuestra Señora de los Dolores “Villa Icazteguieta” en Ategorrieta de San Sebastián. 21 de septiembre de 1938

 

Ambos frentes beligerantes separaron los trabajos en función del sexo y, de este modo impidieron que las mujeres accedieran a algunas tareas que resultaban de primera necesidad en la sociedad de aquel entonces. Sí es cierto que se alentaba a las españolas a ayudar a los combatientes y a mantener su espíritu patriótico, pero se limitaba su aportación a trabajos en la retaguardia, como mantener los campos de cultivo, coser, remendar y lavar los uniformes…

 

Y en este panorama la enfermería supuso una grieta en la gruesa frontera de la discriminación por sexos, ya que las mujeres que ejercían esta profesión lo hacían en el campo de batalla, bajo las mismas bombas que los soldados, esquivando las mismas balas que sus compatriotas hombres.

 

El uniforme de enfermera dotaba a quien lo llevaba de una libertad de la que no disfrutaban el resto de las mujeres; libertad de movimiento para transitar por zonas de conflicto, y libertad para poder ir sola de un lado a otro, sin la compañía de un hombre.

 

La enfermería favoreció durante la Guerra Civil Española el reconocimiento social de las mujeres, que accedieron gracias a este trabajo a una emancipación social de la que no habían disfrutado en décadas anteriores. Asimismo, se reconoció profesionalmente la importancia de la profesión y de contar con una sólida instrucción para ejercerla. Las enfermeras dejaron de ser «cuidadoras» o religiosas entregadas a salvaguardar el bienestar de los demás para convertirse en mujeres valientes que arriesgaban su vida para curar a los soldados caídos mientras las balas silbaban en sus oídos.

 

Foto 17 Enfermeras en el quirófano con aparato de anestesia, 1937. Foto cedida por Azucena Santillán

 

LAS ENFERMERAS EN PRIMERA LÍNEA DE FUEGO DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

 

En la cruenta campaña de las Filipinas, las enfermeras militares estadounidenses cosieron heridas hasta que estalló la última bomba; en Italia realizaron jornadas de trabajo de más de veinticuatro horas, mientras los cañones aullaban a escasos metros de los hospitales de campaña; en las islas Salomón no dudaron en adentrarse en el campo de batalla para retirar ellas mismas a los heridos y tratarlos, si era necesario, mientras esquivaban las minas que salpicaban el suelo arenoso. Jamás antes las mujeres estadounidenses habían experimentado los horrores de la guerra tan cerca como durante la Segunda Guerra Mundial, en la que se estimó que eran necesarias seis enfermeras para cada mil soldados y tres enfermeras para cada mil marineros, unas cifras que dan buena cuenta del ingente trabajo que realizaron estas profesionales en la primera línea del frente.

 

A pesar de la dureza de su labor, el cuerpo de enfermeras militares en el ejército de Estados Unidos fue creciendo en tamaño a razón de mil nuevas enfermeras cada mes, que recibían un curso de instrucción inicial impartido por las profesionales que se habían graduado en las Escuelas de Enfermeras que estaban en activo durante la época.

 

Foto 18 Cuerpo de enfermeras del ejército inglés en la II Guerra Mundial. La enfermera jefe lleva sobre el delantal la Cruz de Malta, 1940

 

En esta formación se las preparaba para tratar heridas de bala, quemaduras, para extraer metralla, para asistir en amputaciones, etc., pero también para otros asuntos que trascendía su función primaria, como improvisar una camilla con unos pantalones o esterilizar el instrumental con ceniza de madera, e incluso recibían nociones de urbanidad y disciplina militar, ya que tendrían que convivir con los soldados destinados al frente.

 

Este curso de instrucción también les avanzaba las durísimas condiciones a las que tendrían que hacer frente. Para ello se realizaban larguísimas marchas, superando incluso los treinta kilómetros, que las enfermeras en formación transitaban cargadas con una pesada mochila y máscaras antigás.

 

Tras esta instrucción, las mujeres eran destinadas a cualquier lugar en el que se estaba desarrollando el conflicto a borda de buques de guerra donde las condiciones de vida tampoco eran mucho mejores de las que encontrarían en su destino final.

 

El Cuerpo de Enfermeras del Ejército de Estados Unidos estuvo integrado durante la Segunda Guerra Mundial por alrededor de sesenta mil enfermeras, que ejercieron su profesión en hospitales de evacuación y de campaña, en trenes y buques sanitarios, en transportes médicos aéreos, etc.

 

Foto 19 Las enfermeras Kate Beckinsale, Jennifer Garner, Catherine Kellner, Jaime King y Sara Rue en la película Pearl Harbor en 2001

 

Y, como hemos descrito, en el propio terreno de la contienda, cuando las condiciones eran tan duras que los soldados ni tan siquiera podían retirar de la batalla a sus compañeros heridos, eran ellas las Enfermeras las que se jugaban su vida para atenderlos y cuidarlos.

 

La vocación de estas mujeres enfermeras, guiadas por el patriotismo y por la voluntad de cuidar de los más débiles, favoreció que retrocediera enormemente el índice de mortalidad de los combatientes, como demuestran las cifras: tan sólo el cuatro por ciento de los soldados estadounidenses que fueron evacuados a un hospital militar o que recibieron tratamiento médico en campaña fallecieron debido a sus heridas o a las enfermedades contraídas.

 

Sin lugar a dudas, el ataque japonés a Pearl Harbor en Hawái en la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941 fue uno de los más cruentos de la historia de la Segunda Guerra Mundial y el papel de las enfermeras resultó de vital importancia para evitar una tragedia de dimensiones aún mayores.

 

El día del ataque, ochenta y dos enfermeras del Cuerpo del Ejército de Estados Unidos estaban desarrollando su labor en tres centros médicos de Hawái, cuya capacidad se vio ampliamente superada cuando comenzaron a llegar las víctimas con amputaciones, quemaduras, conmociones, fracturas, etc.

 

Testimonios de la época relatan que las escaleras de la entrada se habían teñido de sangre y que apenas se podía caminar por los pasillos de estos hospitales, ya que estaban repletos de hombres sentados y tumbados a la espera de ser intervenidos y curados de sus lesiones.

 

Foto 20 Enfermeras profesionales de la Cruz Roja, 1950

 

A pesar de que las enfermeras de la Marina, el Ejército y las civiles trabajaron de forma conjunta con los médicos, se vieron incapaces de desempeñar sus servicios a causa de una gravísima carencia de suministros médicos, originada tanto por el aluvión de heridos al que tuvieron que hacer frente como por la doctrina militar, que fijaba que los abastecimientos, tenían que mantenerse siempre bajo llave, por lo que el personal sanitario no tenía acceso directo a ellos.

 

No obstante, fue heroica la reacción de estos profesionales, que decidieron operar sin guantes, utilizar todo tipo de retales y sábanas rotas para limpiar a los heridos… Es decir, hicieron de la necesidad virtud y consiguieron salvar el máximo de soldados posible en las peores circunstancias.

 

Otro de los escenarios más complicados de la Segunda Guerra Mundial fueron las islas Filipinas, donde también se destinaron varios cientos de enfermeras que trabajaron, en su mayoría, en el Fuerte McKinley y el Hospital General Sternberg, en Manila, aunque también en el Campamento John Hay, en la zona más septentrional de la isla principal del archipiélago, y en la isla de Corregidor.

 

Asimismo, las profesionales de la enfermería viajaban de un punto a otro de Filipinas para atender a los heridos de los ataques que se sucedían en este territorio, como el bombardeo del Fuerte Stotsenburg, que mantuvo a los soldados durante tres horas bajo el fuego enemigo.

 

Foto 21 Enfermeras americanas del 51º Hospital de Campaña, 14 de marzo 1945

 

Las enfermeras que participaron en la Segunda Guerra Mundial no limitaron su formación y sus movimientos a ejercer su profesión, sino que adoptaron muchas de las normas que regían la vida militar. Así, evacuaban las ciudades cuando lo hacía el ejército, se desplazaban caminando y sorteando campos de minas durante varias decenas de kilómetros hasta otros puntos más seguros, cargadas a su espalda con voluminosas mochilas repletas de material médico, dormían al raso en medio de la selva si las circunstancias lo exigían… Menos empuñar un arma, el comportamiento de estas enfermeras no distaba demasiado del de cualquier soldado.

 

Asimismo, tal era su capacidad de trabajo que entre unas cuantas docenas eran capaces de tratar a miles de soldados heridos y enfermos. Otro ejemplo de esto fue el ataque a la península de Bataán (Filipinas), donde Estados Unidos envió una dotación de cuarenta y cinco enfermeras, que trabajaron distribuidas en dos hospitales de emergencia. Así, en un periodo de un mes, mil doscientos soldados heridos con laceraciones graves, amputaciones traumáticas y quemaduras de diverso grado fueron atendidos en estos dos centros y recibieron los cuidados de estas cuarenta y cinco profesionales de la enfermería.

 

Aun así, faltaban camas y aquellos soldados que se recuperaban con más rapidez fueron trasladados al llamado Hospital General número 2, apenas un entoldado situado en medio de la selva donde a duras penas se salvaguardaba la vida de los convalecientes. Al mismo tiempo, los suministros de material médico y de alimentos menguaban a un ritmo feroz, tanto que la malaria, el dengue y la disentería comenzaron a suponer un riesgo acaso mayor que el de las bombas del enemigo debido a la malnutrición.

 

Foto 22 Las Enfermeras “Ángeles de Bataán” Filipinas. Fue un grupo de 78 enfermeras estadounidenses estacionadas en Bataán, Filipinas, al comienzo de la guerra. En 1941, cuando la ciudad cayó, las enfermeras decidieron seguir desempeñando su labor. Fueron capturadas y encarceladas en el campo de prisioneros Santo Tomás. La enfermera Maude C. Davison, de 57 años y con 20 años de experiencia, tomó el mando de las enfermeras y mantuvo un horario regular de servicio de enfermería. Aunque fueron trasladadas a otros campos de prisioneros, se mantuvieron como unidad de enfermería en servicio. Fueron liberadas en 1945 y a su regreso a Estados Unidos las condecoraron por su valor y heroísmo extraordinario en acción.

 

Si cada hospital estaba preparado para atender a mil heridos o enfermos, terminó dando servicio a más de cinco mil. Y sólo veinticuatro horas antes de que las tropas estadounidenses y filipinas en Bataán cedieran ante el ejército japonés, las enfermeras admitieron ser trasladadas, en este caso a la isla de Corregidor.

 

Las anécdotas de estas valerosas enfermeras no terminaron aquí, ya que Corregidor fue bombardeada por Japón y cuando la rendición comenzó a verse como inevitable se evacuó a varias decenas de enfermeras en dos aeronaves de la Marina, pero sólo una de ellas consiguió aterrizar en su destino final. La otra, con más de una decena de enfermeras a bordo, fue obligada a aterrizar en el lago Mindanao y todo el pasaje fue apresado por el ejército japonés.

 

Parte de las enfermeras que quedaron atrás fueron evacuadas en submarino y cuando Corregidor se rindió a las fuerzas niponas, cincuenta y cinco enfermeras continuaban asistiendo a los heridos y enfermos en el principal hospital de la isla. Estas últimas también fueron apresadas y, junto a las de Mindanao, fueron retenidas como prisioneras de guerra hasta su liberación en 1945 de la mano del ejército estadounidense.

 

Foto 23 Grupo de Enfermeras del Ejército americano del 10º Hospital de Campaña (400 camas de capacidad) posando delante de un camión 1/4-Ton, el 19 de marzo de 1943

 

Completamente adecuadas a la vida castrense, estas enfermeras habían recibido una formación regular, habían sido instruidas en los métodos básicos de sanidad en el campo de batalla, sabían cómo protegerse de los ataques aéreos, conocían la jerarquía militar…

 

En definitiva, sus conocimientos militares eran similares a los de los soldados rasos, aunque ellas contaban con una formación en enfermería que las convertía en imprescindibles allá donde las fuerzas militares desplegaban su poder de destrucción.

 

En lo que respecta al cómputo final, al término de la Segunda Guerra Mundial, se registraron nada menos que cincuenta mil enfermeras voluntarias que habían ofrecido sus servicios durante todos los años de la contienda, mientras se jugaban la vida junto a sus compañeros soldados.

 

Eso sí, cuando unos empuñaban las armas, las otras trataban de sanar las heridas que las balas abrían en sus compatriotas.

 

Foto 24 Enfermeras militares de Estados Unidos de América en la Segunda Guerra Mundial, 1944

 

ENFERMERAS QUE CAMBIARON LA HISTORIA

 

Florence Nightingale (1820 – 1910). La pionera de la Enfermería Moderna

La amiga del soldado herido. Florence Nightingale. Publicado el lunes día 06 de Diciembre de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/12/la-amiga-del-soldado-herido.html

 

Florence Nightingale. Mujer Inmortal. Publicado el lunes 19 de mayo de 2014

http://enfeps.blogspot.com.es/2014/05/florence-nightingale-mujer-inmortal.html

 

Florence Nightingale en cuento. Publicado el sábado día 29 de febrero de 2020

https://enfeps.blogspot.com/2020/02/florence-nightingale-en-cuento.html

 

Clara Barton (1821 – 1912). Una vida dedicada al trabajo humanitario.

Clara Barton, Enfermera Americana. Publicado el sábado día 25 de julio de 2009

http://enfeps.blogspot.com/2009/07/clara-barton-enfermera-americana.html

 

Dorotea Dix (1802 – 1887). La enfermera de salud mental

Dorotea Lynde Dix y La Enfermedad Mental. Publicado el sábado día 8 de agosto de 2009

http://enfeps.blogspot.com/2009/08/dorothea-lynde-dix-y-la-enfermedad.html

 

Foto 25 Clara Barton, Lillian Wald, Florence Nightingale, Linda Richards, Margaret Sanger y Carmen Angoloti

 

Linda Richards (1841 – 1930). Enfermera Profesional de Estados Unidos

 

Lillian Wald (1867 – 1940). Una Enfermera entregada a la lucha social

Lillian D. Wald. Fundadora de la Enfermería de Salud Pública o Enfermería Comunitaria. Publicado el viernes día 11 de septiembre de 2015

http://enfeps.blogspot.com.es/2015/09/lillian-d-wald.html

 

Carmen Angoloti Mesa. Duquesa de la Victoria (1875 – 1959)

http://dbe.rah.es/biografias/134859/carmen-angoloti-mesa

http://www.nomecuentescuentos.com/carmen-angoloti-una-heroina-con-capa-de-enfermera/

http://epistemai.es/archivos/3277

 

Margaret Sanger (1879 – 1966). La creadora del control de la natalidad

 

Mary Carson Breckinridge (1881 – 1965). Comadrona y gran altruista

 

Virginia Henderson (1897 – 1996). La introductora de la psicología

 

Hildegard Peplau (1909 – 1999). La fundadora de la Enfermería Psiquiátrica

 

Dorothea Orem (1914 – 2007). Y la teoría del autocuidado

 

Hermana Callista Roy (1939). Una leyenda viva de la Enfermería

 

Foto 26 Enfermeras británicas en Adén, Yemen, 1950

 

Bibliografía

1.- El invierno en tu rostro. Historia de la Enfermería: De las grandes guerras a los grandes logros. Editorial Plaza y Janes. Depósito legal: B-7.171-2016

 

2.- El Cuerpo de Damas Enfermeras de la Cruz Roja Española. Tesis Doctoral. Marta Mas Espejo. 2007

 

3.- Hospital María Cristina de San Sebastián. Escuela de Damas Enfermeras de San Sebastián. Manuel Solórzano Sánchez. Publicado el sábado día 18 de febrero de 2017

http://enfeps.blogspot.com.es/2017/02/hospital-maria-cristina-de-san-sebastian.html

 

Cruz Roja: Reglamento de 1939. Editado en San Sebastián. Manuel Solórzano Sánchez. Artículo publicado número 287 con fecha 04-11/02/2005

http://www.euskonews.com/0287zbk/gaia28702es.html

 

La Dama Enfermera. Enfermería y Cruz Roja. Vidas Paralelas. Raúl Expósito González. Jesús Rubio Pilarte. Manuel Solórzano Sánchez. Publicado el día 19 de marzo de 2009

http://enfeps.blogspot.com/2009/03/la-dama-enfermera.html

 

El Consultor de la Dama Enfermera 1920. Manuel Solórzano Sánchez. Publicado el sábado día 30 de noviembre de 2013

http://enfeps.blogspot.com.es/2013/11/el-consultor-de-la-dama-enfermera-1920.html

 

Foto 27 Esta fotografía sorprende por sus contrastes. Son enfermeras inglesas limpiando y saneando los escombros que ha dejado un bombardeo alemán en una de las salas de hospitalización del St. Peter Hospital, en Londres. Sus uniformes, aparecen impolutos. Están de guardia pero a pesar del miedo que debieron sentir, preparaban la sala con intención de seguir trabajando, 1941

 

La Asistencia Sanitaria en la Guerra Civil Española. Las Enfermeras de la Cruz Roja. Silvia Martínez Antón. Publicado el viernes día 28 de octubre de 2016

http://enfeps.blogspot.com.es/2016/10/la-asistencia-sanitaria-en-la-guerra.html

 

Hospital Militar General Mola de San Sebastián 1923 – 1983. Manuel Solórzano Sánchez. Publicado el miércoles día 19 de junio de 2019

https://enfeps.blogspot.com/2019/06/hospital-militar-general-mola-de-san.html

 

Foto 28 Enfermeras y soldados japoneses, rindiéndose antes de la capitulación de Japón, 1945

 

Manuel Solórzano Sánchez

Graduado en Enfermería. Osakidetza, Hospital Universitario Donostia, Gipuzkoa

Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF

Miembro de Enfermería Avanza

Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos

Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería

Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería

Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.

Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)

Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA

Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019

Sello de Correos de Ficción. 21 de julio de 2020

masolorzano@telefonica.net

 

 

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