sábado, 28 de noviembre de 2009

ASISTENCIA SOCIAL, BENEFICENCIA Y SANIDAD EN EL SELLO DE CORREOS DE HUELVA Y PROVINCIA DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

José Eugenio Guerra González
Libro realizado por el autor y publicado por el Ilustre Colegio Oficial de Enfermería de Huelva. Consta de 220 páginas, un libro magníficamente ordenado y con una cantidad de sellos de las cocinas económicas en el periodo de la Guerra Civil Española. Único en su género. En su portada aparece una hoja bloque de ocho sellos locales benéficos de la localidad de La Palma del Condado con tampón e inscripción: “Cocina Económica de La Palma del Condado.
José Eugenio Guerra González, nacido en Huelva en 1971 es Diplomado en Enfermería (1994) y Titulado Superior en Enfermería por la Universidad de Huelva (2001). Bacheler of Nursing por la Hogeschool Zeeland, Holanda (2002) y en la actualidad realiza la Tesis Doctoral en el Programa de Doctorado de Enfermería y Cultura de los Cuidados, en la Universidad de Alicante.

Inquieto enfermero onubense ha conseguido ensamblar sus dos pasiones, la Enfermería ejercida actualmente en el Centro Área de Transfusión Sanguínea de Huelva “Hospital Juan Ramón Jiménez” y uno de sus hobbys, el coleccionismo de sellos. Investigador de la Historia de la Enfermería especializado en considerar a la Filatelia, al sello de correos fuente de investigación para la construcción de la Historia de la Enfermería, la Historia de los Cuidados cuenta con trabajos tales como Historia de la Enfermería: Reflejo en la Filatelia Mundial (2001); El sello de correos, soporte en la promoción de la donación de sangre y hemoderivados (2004). Sus monográficos siempre acompañados de exposiciones filatélicas públicas han podido ser visionados en Huelva, Alicante y Granada, además de tener publicados artículos en revistas tales como Cultura de los Cuidados, Documentos de Enfermería e Híades, y la Revista de Historia de la Enfermería. Está unido sentimentalmente a Carmen Mª Martínez Sánchez, también enfermera.
El libro consta de los siguientes apartados: Agradecimientos, índice, introducción, en la primera parte del libro nos habla de la metodología de la investigación, justificación del estudio, enunciado del problema, antecedentes del tema, objetos del estudio, objetivos, fuentes de investigación histórica y técnicas de la investigación histórica.

En la segunda parte en el texto principal, tenemos el sello de correos como fuente de estudio de la Historia de la Enfermería, origen y características generales de los sellos de beneficencia, identificación, descripción filatélica y contextualización de los sellos de beneficencia de Huelva y provincia durante la Guerra Civil Española. Análisis filatélico de los sellos de beneficencia en Huelva y su provincia e identificación y contextualización de los sellos en la provincia citando entre ellos 82 pueblos.

En la tercera parte y siguientes entra sus aportaciones socio-sanitarias de las emisiones filatélicas de Beneficencia en Huelva y su provincia, siguiendo con sus conclusiones, limitaciones, bibliografía y fuentes. Quiero resaltar en el apartado seis que son los anexos donde van en sus cuatro anexos todas las fotografías de sellos, empezando por las fotografías de los sellos benéficos onubenses, provincias y localidades emisoras de sellos de beneficencia, leyendas en los sellos, Tablas y Presupuestos Municipales durante la Guerra Civil Española.
Al final del libro podemos encontrar en la antepenúltima página en su apartado “C” Archivos y Bibliotecas consultadas, que son un montón, todas ellas reseñadas, y en la última página en el apartado “D” Localización y adquisición de ejemplares, y aparecen todas las filatelias de Alicante, Huelva, Sevilla y Valencia, donde él ha conseguido sus ejemplares.

No voy a relataros todo el libro porque sería imposible, pero según lo he leído me ha encantado, sobre todo por tener le texto y las fotos de los sellos, para comprender mejor nuestra querida Historia de la Enfermería.

El trabajo ha consistido sólo en visitar 78 Archivos Municipales visionando multitud de legajos conteniendo documentos con más de 60 años de antigüedad que había que “desempolvarlos”, visitar 82 localidades de Norte a Sur y de Este a Oeste de la provincia de Huelva, recorrer miles de kilómetros, hablar con multitud de archiveros, verdaderos profesionales que custodian y visionan todo papel y/o documento para su clasificación, quedando estupefactos de que un enfermero estuviera dedicado a estos menesteres, para juntar, organizar, recomponer y realizar este estupendo libro. Ha llevado varios años realizarlo, pero ya está concluido y listo para su lectura.
José Eugenio quiere resaltar que en el Código Deontológico de la Enfermería Española en su Capítulo XI, artículo 73 refiere que la enfermera/o debe procurar investigar sistemáticamente, en el campo de su actividad profesional, con el fin de mejorar los cuidados de enfermería, desechar prácticas incorrectas y ampliar el cuerpo de conocimientos sobre los que se basa la actividad profesional.

A este respecto, el de la investigación histórica, el Enfermero y Prócer de la Historia de la Enfermería y Doctor en Historia José Siles González, afirma que “entre la investigación histórica y el conocimiento histórico que resulta de dicha investigación está el método histórico, método que orienta la acción investigadora de forma estructurada en base a unos criterios imprescindibles para que este resulte sistemático y adecuado para que produzca conocimiento histórico de la disciplina enfermera”.

En el ámbito nacional hay que reseñar y resaltar la labor desarrollada por Mª Teresa Miralles Sangro por la difusión que realiza de la enfermería, los cuidados de la enfermería y la filatelia, está en posesión de más de 2.000 sellos, para conocerla mejor podéis entrar en estos dos artículos anteriores sobre ella:

La Enfermería a través de los sellos. Publicado el día 24 de enero de 2009
http://enfeps.blogspot.com/2009/01/la-enfermera-travs-de-los-sellos.html

Medalla de Oro a María Teresa Miralles Sangro. Publicado el martes día 12 de octubre de 2009
http://enfeps.blogspot.com/2009/10/medalla-de-oro-maria-teresa-miralles.html

PANDEMIAS También están con la enfermería y la filatelia varias profesoras enfermeras de la Universidad del País Vasco. Escuela de Enfermería de Leioa, ellas son Txaro Uliarte Larriketa, María Piedad Flores Elices, Lucía Campos Capelastegui, Mª Ángeles Municio Martín (Pediatra), Aída Fernández García (Doctora en Ciencias de la Educación) y el “alma Mater” del Museo de Historia de la Medicina. Facultad de Medicina UPV / EHU, Begoña Madarieta Revilla (Historiadora).

LACTANCIA MATERNA Las aportaciones que desde el estudio de los sellos de correos, de la Filatelia y por tanto de la Historia Postal Filatélica surgen en pos del conocimiento de la Historia de los Cuidados, la Historia de la Enfermería no deben permanecer por más tiempo oculto y por tanto en el más impropio e inmerecido de los anonimatos.

A la identificación de fenómenos cuidadores / enfermeros en esta aún novedosa fuente de estudio presente ante nosotros como son los sellos de correos tendrían que seguir fases tan relevantes y enriquecedoras en contenido para la construcción de la Historia de la Enfermería como la descripción y análisis de los fenómenos cuidadores / enfermeros en los ejemplares identificados, así como su contextualización en las coordenadas temporo – espaciales pertinentes pudiendo permitirnos en su conjunto una aproximación al conocimiento de diversos aspectos: porqué se originan y en qué circunstancias, su influencia en la sociedad en general y en la onubense en particular, en el colectivo cuidador de la época.

En la Filatelia y en los sellos de correos hay que tener en cuenta: Lugar de emisión: Estado, país, nación, territorio que lleva a cabo la emisión y posterior puesta en circulación de las emisiones filatélicas. Motivo de emisión: Hechos, acontecimiento, conmemoración del evento que el organismo competente pretende dejar constancia y darle máxima difusión llevando a cabo la creación y posterior emisión del sello. Motivo del sello: Representación gráfica que ilustra el sello y que puede o no estar vinculado al motivo de emisión. Año de emisión: Año en el que el sello es puesto en circulación para su uso en franqueo o fines coleccionistas. Número de catálogo: Sistema de clasificación de sellos. Aéreo: El siglo XX contribuyó a que se vieran complementados los medios de transporte que se utilizaban para el correo, pasándose de las famosas “palomas mensajeras”, a gigantes de acero y aluminio “aeroplanos”, pasando por globos aerostáticos, dirigibles e incluso correo-cohete. Certificados: Aquel sello que acompaña a la correspondencia certificada, gravada por una tasa supletoria. Conmemorativo: Se crearon tipos de emisiones para resaltar algún acontecimiento, o suceso. Ordinario: Los sellos normales el primero con la efigie de la Reina Victoria y su inventor Rowlan Hill. Urgente: Es el sello que acompaña a la correspondencia que es gravada con un sobreprecio que permite la entrega al destinatario más rápida.
La asistencia social y la beneficencia como fenómenos en la Guerra Civil Española. Los días 17 y 18 de julio de 1936 tras el Alzamiento Nacional fueron de verdadera y general confusión en todo el país, donde el entusiasmo, la excitación, los temores y vacilaciones pero también la determinación se entremezclaron, ocasionando que más de la mitad de la península permanecería fiel a la República. Ante esta situación son numerosos los estudiosos de la época y del conflicto que defienden la tesis de que cada provincia actuó independientemente y de acuerdo con el equilibrio local de sus fuerzas, pero también por la situación geográfica en algunos casos, el propio azar de la guerra, amén de la ideología y de los denodados y confusos escarceos bélicos que se mantuvieron en la semana del 19 al 24 del mismo mes, donde se fueron fijando las fronteras militares y los bando en litigio de una Guerra Civil que se avecinaba irremediablemente.
El fenómeno del localismo o descentralización de España en el periodo de la Guerra Civil (1936 – 1939) no sólo se vislumbró en la forma de realizar la contienda bélica, organizar y gobernar los diferentes territorios de los bandos en litigio, más aún en el bando republicano, sino también y es lo que realmente interesa en este trabajo, en la forma de recaudar fondos destinados al sufragio de obras de carácter más o menos benéficos que paliaran en lo posible los siempre devastadores efectos de toda guerra.
La propaganda utilizada como un instrumento más de la guerra, llevada a cabo por los dos bandos en litigio para conseguir unión a sus respectivas causas y al unísono desprestigiar al contrario, utilizó los medios de la época a su alcance, oral, visual, escritos, etc., englobándose en estos últimos entre otros las tarjetas postales, misivas y los propios sellos de correos, en este caso concretamente las emisiones denominados locales o benéficas.

Estos eran emitidos por los más diversos entes de gobierno de los bandos enfrentados por una misma España. Ayuntamientos, Diputaciones, Consejos, Comités, Juntas, etc. En el ánimo de estas emisiones estaba, aun sin sopesar el peso de cada una de ellas, la propaganda de unos ideales políticos, y el afán recaudatorio de los mismos, justificado siempre este último por la necesidad imperiosa que las consecuencias diarias de un conflicto bélico consentido por todos deparaba, destinándose estas recaudaciones a obras consideradas benéficas o de cooperación en ayuda militar.

En la Zona Republicana el origen de estos sellos benéficos es muy posible, casi seguro, que estuviera determinado por la promulgación del Decreto de la Presidencia del Consejo de Ministros del 23 de diciembre de 1936 por el que se crean en las provincias españolas los Consejos provinciales y en cuyo articulado sobre competencias de los Consejos provinciales aunque no se menciona expresamente que el Gobierno otorgue capacidad a estos Consejos para emitir sellos, los mismos se amparan en la omisión que se hace al respecto para hacerse con esta función.

En uno de los capítulos referente a “Ayamonte” nos dice así: El Padrón de Beneficencia, uno de los documentos de registro más fidedignos de la situación de necesidad y calamidad por la que atraviesa la población. La localidad estaba dividida en tres distritos de asistencia sanitaria, cada uno de ellos con un Inspector Municipal encargado del registro de solicitudes para la inclusión en el mismo. En el Padrón de Beneficencia estaban inscritas 390 personas, vecinos pobres, cabezas de familia que residen en la localidad para disfrutar de estos beneficios.
La primera constancia sobre los establecimientos benéficos Cocinas Económicas en la ciudad de Ayamonte es de 1894, cuando las Hermanas de la Cruz establecidas en el Convento de Santa Clara ante la carencia de recursos con que la clase obrera estaba amenazada a semejanza de lo que desgraciadamente ocurría en la Nación, se ofrecieron al mantenimiento de la Cocina y a la confección y distribución de la comida previa entrega de unos bonos, ascendiendo el presupuesto de esta a 4.500 pesetas, garantizando 500 raciones diarias a parte del caldo y alguna otra alimentación propia para los enfermos.

En el archivo municipal de Ayamonte recoge el siguiente documento: en agosto del año 1936, la Cocina Económica Municipal, que organizada por la Comisión Gestora Municipal y auxiliada por Damas de la población recaudó en apenas ocho mese más de 21.338 pesetas, ofreciendo un total de 55.000 raciones con un coste medio por ración de 0,375 pesetas. La recaudación se basaba en donativos mensuales, voluntarios y fijos de la población, la recaudación de los sellos de cocina para correspondencia y parte de la suscripción para la Cocina del Ejército, Milicias Locales y Asistencia Social. Hasta tres menús se servían en esta cocina: 1º garbanzos, patatas, carne, tocino, morcilla y habas o coles; 2º garbanzos, alubias y arroz; 3º bacalao, patatas y garbanzos.

Cuando los presupuestos, en este caso los municipales ven disminuidas sus partidas presupuestarias en todos los capítulos, por estar primando todo lo concerniente a la maquinaria bélica, incluidos los destinados a Salubridad e Higiene, Beneficencia y sanidad, se hace necesario que el Ayuntamiento recurra al auxilio del Estado para que actúe. Los Ayuntamientos vieron la excelente labor, el buen funcionamiento y el rendimiento que ofrecían las Cocinas Económicas; pero se dieron cuenta de la imposibilidad por parte de los ayuntamientos de sufragar semejante gasto de los establecimientos benéficos y otras obras socio-sanitarias, que suponían una insuficiencia en sus recursos. Para el sufragio de estas obras se realizó una recaudación de donativos mensuales, voluntarios y fijos entre la población, pero sobre todo por la recaudación obtenida de la imposición de unos sellos de carácter obligatorio, con el único objetivo de destinarlos a fines benéficos y humanitarios como el socorro a niños y niñas huérfanos, viudas por el horror de la guerra y pobres en solemnidad.
Para realizar estas aportaciones se utilizaron entre otras medidas las “Letras de cambio”, como la que vemos arriba. Es una Letra F4356591, número 6.156 de Borrero Hermanos, Sucesor de José Borrero, c/ Sagasta, 3, Huelva por valor de 126,75 pesetas, fechada el 26 de noviembre de 1936, a favor de Matías Marsella Peci, de Isla Cristina, Huelva. Aunque con alguna dificultad pueden apreciarse varios tampones bancarios, siendo relevante para este libro, en el lateral izquierdo entre otros ejemplares filatélicos de un sello benéfico para las Cocinas Económicas de Huelva, por valor de 0,10 céntimos y color naranja.
En esta otra Letra de Cambio podemos apreciar el tampón bancario del banco Español de Crédito, en el lateral parecen varios sellos, entre ellos, el sello benéfico para las Cocinas Económicas de Huelva por valor de 0,10 céntimos de color naranja y además aparece otro sello por valor de 15 céntimos de 1935, cuyo motivo es Concepción Arenal, socióloga, enfermera en Hospital de Guerra, visitadora de prisiones e inspectora de casas de corrección de mujeres, Secretaria General de la Cruz Roja en Madrid, y escritora de obras tales como El Visitador del pobre. La Academia de Ciencias Morales y Políticas la premió por su memoria “La Beneficencia, La Filantropía y La Caridad”. Era la primera vez que la Academia premiaba a una mujer.

Como conclusión a su trabajo a parte de quererle agradecer este magnífico libro a José Eugenio Guerra, para los amigos “Pepe Guerra”, resultado de un enorme esfuerzo que se ha saldado con un espectacular trabajo, donde podemos informarnos con un conocimiento amplio y veraz de la existencia y funciones, sobre todo a través de la correspondencia y sus sellos de correos que mantenían sobre la Asistencia Social, la Beneficencia y la Sanidad durante la Guerra Civil Española en Huelva y su provincia. Muchas gracias de nuestra parte te damos, Pepe, compañero, enfermero, filatélico y apasionado como todos nosotros de la Historia de la Enfermería y el Arte de los Cuidados.

Fotos: Las fotos están escaneadas del propio libro “Asistencia social, beneficencia y sanidad en el sello de correos de Huelva y provincia durante la guerra civil española.

En la contraportada nos encontramos con un “Collage de sellos locales onubenses”.
*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com

domingo, 22 de noviembre de 2009

ESE GRAN HOMBRE

CECILIO ESEVERRI CHAVERRI
Nace en Sangüesa, Navarra y se formó en la Carrera de Enfermería, trabajo social, gestión de empresas y teología. Reside desde hace más de 18 años en Palencia. Es Hermano de San Juan de Dios, y como tal ha trabajado en diversos hospitales, albergues para marginados sociales en Barcelona y Madrid, y con pacientes de sida y psíquicos.

Estas han sido sus fuentes de inspiración para haber realizado una inmensa obra que ha publicado. Más de veinte libros relacionados con la gestión hospitalaria, filosofía, antropología, ética asistencial, historia de la gestión hospitalaria y enfermería hispanoamericana. Tiene estrenados y publicados un oratorio y una obra de teatro. Cuenta con numerosas publicaciones en revistas profesionales y literarias españolas e internacionales. Asiduo colaborador y ponente en congresos, cursos, jornadas profesionales en Europa y en la Universidad de Puebla (México). En Palencia forma parte del grupo poético “Tertulias del Saloncillo”. Sus poemas, además de los de otros autores, se recogen en el libro “Veinte Otoños”.

Algunos de sus artículos son: Escuela Andaluza de Enfermería; Hospitalidad – enfermería, conceptos unívocos; El Hospital de Antón Martín en la reducción de hospitales, Madrid 1567; Enfermería vallisoletana, siglo XVI, antes y después, Hospital Río Ortega; La Número 186; Presentación del libro Arte de Enfermería; Calidad de enfermería en cuidados intensivos. Estudio retrospectivo en pacientes de larga estancia; Felipe II y la reducción de hospitales; La enfermería medieval.

Ha colaborado en el “trabajo de Sida” y “Es sano reflexionar”, en Educar para la salud: drogodependencias.

Y entre sus libros nos encontramos con: Enfermería facultativa; Juan de Dios, el de Granada; Los Hermanos de San Juan de Dios; Enfermería hoy; La Calidad y el Comité de Ética; Historia de la enfermería española e hispanoamericana; Enfermería hospitalaria; Enfermería, profesión con futuro y Un Hospital, Un Mundo.

Además tiene un poemario titulado “Retazos de vida”, otro libro suyo es “En el Umbral del amor”, y otro se llama “Eustaquio Kugler, El Hombre Hospitalidad”.

Como vemos su obra es muy extensa, con múltiples, artículos y muchos libros.

Nos vamos a centrar en el libro que ha escrito sobre “Juan de Dios, el de Granada”. Juan Ciudad vino a la vida a finales de 1500 o primeros de 1501 siendo súbdito no sólo del rey portugués sino doblemente de Doña María reina de Portugal y como señora de Motemor o Novo.

La actividad o vida sanitaria en Portugal resultaba muy precaria desde siempre. Como en otros países europeos, se centraba en los monasterios, regidos normalmente por las reglas benedictinas, agustinas y, también, de San Isidoro y San Fructuoso, estos españoles. En estas reglas de régimen monástico es donde encontramos las primeras referencias a las enfermerías y la atención a los enfermos. Y aunque se concretan las normas al cuidado de los monjes enfermos, los que permanecen en las enfermerías intramonacales, en muchas circunstancias y lugares se abrían al pueblo llano. Pero en muchos casos a comienzo del siglo XI comenzaron los monasterios portugueses a decaer y a relajarse en las buenas costumbres. Cuando se consolidó la monarquía en el siglo XII y XIII, los monasterios portugueses resultaron focos de vida religiosa y civil. Por tanto, centros de culto, de oración, de enseñanza y de prestación de servicios hospitalarios, de enfermería, incluso de mantenimiento de muchos oficios: medicina, zapatería y alpargatería, cultivo del campo, carpinteros, herreros, sastres, etc.

La reconquista de Portugal fue pareja con la española, con Don Pelayo en Asturias. Se terminó, también, como en España, en 1492 con la conquista de Granada.

Los Templarios Hospitalarios, fundados en Jerusalén en 1118, llegaron por estas mismas fechas a la península y no tardaron en aparecer en Portugal. Los Hospitalarios tuvieron en Portugal su primera “casa – hospital o enfermería”, como así llamaban a sus hospitales, en el monasterio de Lesa de Bailio, posiblemente con fecha del 19 de marzo de 1128. Estaba subordinado o dependiente del Gran Comendador de Castilla.

Cuando llegamos al siglo XV la atención social y de la salud se centraban en dos instituciones: las “alberguerías” y “los hospitales o enfermerías”. Las primeras atendían peregrinos y transeúntes pobres e inválidos. Los hospitales eran recintos de internamiento para enfermos pobres. También encontramos un hospital para niños en Lisboa y el Hospital de Santa María de los Inocentes, locos, en Santarem. Funcionaban algunas gaforías o leproserías en los siglos XV y XVI. Lisboa tenía numerosas casas de caridad, poco eficientes. Don Juan II, con autorización de Sixto IV, estableció un riguroso plan de reducción de hospitales, generalmente pobres. Centros muy precarios y deficitarios. Don Manuel prosiguió la política de su predecesor respecto a la reducción de hospitales, 1479.

La reina Doña Leonor de Lancaster (1458 – 1525), esposa del difunto rey Don Juan II fundó el primer hospital termal del mundo en Caldas de Rainha. Ella misma dirigió las obras, comenzadas en 1485, y pagadas con la venta de sus joyas. Desde que se quedó viuda se dedicó a las obras de caridad, ayuda a los pobres y protección a los humildes. Fue la promotora de la Cofradía de la Misericordia, conocida popularmente como “Las Misericordias”. El lema era practicar las catorce obras de misericordia.

Desde la diáspora judía del siglo III a.C. ya se conoce la venida de judíos a España. Toledo centró la presencia judía en la península. El Concilio de Iliberris en el siglo IV, ya prohíbe que los cristianos se mezclen con los judíos. Recaredo en el 589 los persiguió y también el rey Sisebuto en el año 633. En el Concilio de Toledo en 633, trata sobre la conversión, el bautismo o la expulsión fuera del reino. Al final del siglo VII se repiten las mismas circunstancias antijudías. Esto debió influir para que los judíos, en noche oscura, abrieran las puertas de Toledo a los árabes cuando la conquista de España por los musulmanes.

Durante toda la baja edad media los judíos pasaron por épocas de paz y de persecución. Desarrollaron las ciencias, el arte, artesanía, comercio y la administración económica. Se les acusaba de que ninguno quería trabajar la tierra. Incluso se les llamaba a las Cortes Españolas en calidad de consejeros, economistas, médicos, físicos, cirujanos, alquimistas y prestamistas de grandes cantidades de dinero, tanto a la monarquía como a los grandes señores.

En realidad, en toda Europa eran más o menos tratados igual. De tal manera que los judíos fueron expulsados en Inglaterra en 1290, Francia en 1306, 1350 y 1394. Al término de la conquista de Granada, el 31 de marzo de 1492, se promulgó el decreto de expulsión de España aunque no se dio a conocer hasta mayo. Por este decreto los judíos tenían que abandonar el territorio español en el plazo de tres meses, sólo se podían llevar a su familia y a sus criados. Podían vender sus bienes pero no les estaba permitido sacar del país oro, plata o piedras preciosas ni dinero. Mientras tanto quedaban tutelados por la corona y si después de salir del país volvían serían castigados con la pena de muerte. Los que quisieron quedarse tenían que optar por la conversión al cristianismo y bautizarse.

Juan Ciudad nace en Portugal, en la región del Alentejo, en la notable y floreciente villa de Montenor – o – Novo. Juan era una persona de temperamento atlético, expresivo, locuaz, amigo de dialogar. Los santos no son de madera ni de cartón piedra. Son personas cuya “conducta humana se consolida, dice Aristóteles, gracias a los hábitos”. Juan Ciudad maduró su vida reforzando sus hábitos “adquiriendo costumbres”, precisa Aristóteles en su Moral a Nicómaco. Y sigue opinando nuestro filósofo: “en toda acción puede haber exceso, defecto y término medio”. Este último punto fue el norte de Juan Ciudad, se colocó siempre, o casi siempre, en el término medio.

El ambiente que vivió Juan en su pueblo, en su barrio, en su calle Verde, cerca de su casa La Misericordia de su pequeña ciudad; no hay duda que este reciente e intenso movimiento influyó en la mente y en el corazón de Juan Ciudad desde su más tierna infancia, debió de quedársele muy grabado en su mente de siete y ocho años. Ahí, en la Misericordia, se atendían toda clase de males y se cultiva el conjunto de las obras de compasión. La Hermandad de esta cofradía estaba recientemente instaurada en Montemor – o Novo. Cuidaban a los enfermos, desesperados, presos, peregrinos y a los muertos. Por su pueblo pasaba el camino viejo a Santiago y era ruta obligada a Lisboa, Evora y Santarem. También camino hacia España, Estremoz, Elvas, Badajoz.

Juan siendo todavía pequeño veía cada día cómo los hermanos de la Misericordia de su pueblo pedían casa por casa ayuda para sus pobres y necesitados. Pedían, también, en las iglesias, en las fiestas religiosas y en las celebraciones populares. A primeros de 1509 se creé que el clérigo y Juan ya habían llegado a Oropesa. El camino largo y muy dificultoso, ahí quedó el niño Juan en casa del mayoral.

De los años 1513 a 1523 Juan, se había convertido en un apuesto mancebo y un disciplinado pastor de ovejas de su amo, además de un extraordinario colaborador de su mayoral.

Juan a los 22 años se enrola en el ejército como soldado en los tercios del rey de España Carlos I, en la guerra contra Francia y estuvo en la plaza fuerte de Fuenterrabía (Guipúzcoa). Juan lo contaba así: “Siendo mancebo de veinte y dos años me dio voluntad de irme a la guerra, y asenté en una compañía de infantería de un capitán llamado Ioan Ferruz, que a la sazón enviaba el Conde de Oropesa en servicio del Emperador para el socorro de Fuenterrabía, cuando el Rey de Francia vino sobre ella; movido yo con deseo de ver mundo y gozar de libertades, que comúnmente suelen tener los que siguen la guerra, corriendo a rienda suelta por el camino ancho, aunque trabajoso de los vicios, donde pasé muchos trabajos, y viví en muchos peligros”.

“Iba, dice, en una compañía de infantería. Entonces estos servidores de la guerra, al no haber estado ni estar ahora sometidos a disciplina castrense, caían bajo la categoría de “soldados campesinos impecune” “dependientes de su señor”. Parece ser que Juan fue a la guerra en Fuenterrabía, perteneciente al grupo de “pendón y caldera”, porque llevaban pendón y estaban obligados a alimentar a sus propios soldados.

A Juan lo echaron del ejército y no pudo cumplir su deseo de ver a Fuenterrabía libre de franceses y navarros bajo la regencia de Francisco I de Francia. Siendo robado del botín que se le había entregado como custodia, fue condenado a muerte, aunque después fue dejado en libertad y expulsado del ejército (1523). A mediados del mes de enero de 1524, Juan camina, triste y solitario, hacia su pueblo toledano de Oropesa. El frío por esos caminos es intenso, el viento, generalmente fuerte, casi cortante, lluvias intensas, en este mes ya de febrero, y nieves fueron su compañía. Ahora viste camisa de lienzo, calzones cortos, medias o muslos de calzas, sombrero de alas anchas, caídas, capa de balleta no muy larga, de tejido basto, zapatos de piel o tal vez alpargatas con suela de cáñamo o de esparto o, posiblemente, abarcas de cuero sin trabajar, toscas y anchas. Tal vez llevara también, no lo sabemos, un coleto de cuero de oveja mal trabajado o jubón. El camino era largo y tortuoso. De Fuenterrabía a Vitoria, Miranda de Ebro, y Burgos. Un par de días de descanso visitando la catedral y sigue por Aranda de Duero, Segovia, Ávila. Nuevo descanso para afrontar los montes de Ávila, sierra de Gredos, Arenas de San Pedro y Oropesa.

La llegada resultó desastrosa y humillante, además de estar molido y machacado, todo su cuerpo por tan dura caminata. Los precedentes habían sido días de silencios, de hambre, de pedir limosna para poder alimentarse o dormir a buen recaudo de la intemperie adversa. No tenía dinero. La habían dejado sin dar la soldada. Porque su salida del ejército había sido un castigo. Sin ropa para cambiarse. Tal vez sin fuerzas ni razones para vivir, pensaría o para esbozar una sonrisa amable y de agradecimiento. También rezó, mucho es lo que rezó. Y le intranquilizaba el honor y la honra, patrimonio que tanto interesaba o preocupaba a los españoles del Siglo de Oro. A mediado de febrero de 1524 quedaba libre Fuenterrabía de las garras de los franceses.

Juan empieza a interesarse por los hospitales, cuando se realiza la obra del Hospital de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela contribuyó en sumo grado el emperador Carlos cuando en 1524 firmó el documento “Constituciones del Gran Hospital Real de Santiago de Galicia hechas por el Emperador Carlos Quinto de Gloriosa memoria”. Un documento hospitalario sorprendente que pudo influir fuertemente en los hospitales que se funden en España a partir de estas fechas. Pero Juan o era ignorante o tenía poca referencia, además todo esto llegaba muy fraccionado a Oropesa de Toledo. Lo mismo le ocurría, ignoraba totalmente o tenía muy remota idea o referencias, de otro gran movimiento hospitalario paralelo al de Santiago, el de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén u Hospitalarios de Malta. De muchísima influencia en la mitad norte de la península. Ellos, con hospitales llamados enfermerías, con sus estatutos y normas en donde consideraban a los enfermos por ellos asistidos como “los señores enfermos”, sus señores, influyeron muy fuertemente, también, en mejorar y ampliar la atención y cuidados a los más necesitados.

Más cercano a Oropesa estaba el Hospital de Talavera de la Reina de la Orden de los Caballeros de Santiago, fundado el 25 de abril de 1226 por Alfonso Téllez de Meneses y su mujer Teresa Sánchez y dedicado a “extrahendos cautivos a terra sarracenorum” y, también, a la atención de pobres.

Estando ya instalado en Granada ve que existe en la ciudad un problema de higiene. Las basuras sólidas domésticas se sacaban a las puertas de las casas para ser recogidas por los operarios y carros de limpieza municipal. Pero los residuos sólidos, generalmente líquidos, era otro tema a considerar y solucionar. Las aguas sucias se eliminaban al anochecer a través de las ventanas de las casas y al grito - aviso de “¡agua va!”. Que muchas veces llegaba antes el líquido elemento que el aviso ciudadano. Las necesidades fisiológicas humanas se guardaban durante el día en el interior de los edificios, pero al comenzar la noche se hacía limpieza general con la técnica de la ventana. Los olores resultaban insoportables y el riesgo de la peste era continuo.

Juan ve que en medio de las riquezas y ventajas ciudadanas aparece el gran grupo de los marginados, los veía en las puertas de las iglesias, por las calles tirados, o mendigando, o robando lo necesario y en alguna ocasión algo más de la necesidad.

Juan había desempeñado diversos oficios: pastor, soldado en los tercios del rey de España, peón, vendedor ambulante. Con el paso del tiempo fijó su residencia en Granada, donde estableció un pequeño comercio en el que vendía estampas y libros religiosos. Fue en ésta ciudad andaluza, cuando tenía unos 40 años de edad, donde se produjo el hecho más trascendente de su vida, tras escuchar las predicaciones y sermones de San Juan de Ávila. Conmovido por aquellas palabras, comenzó a realizar penitencias públicas. Considerado por las autoridades públicas de aquella época que había perdido sus facultades mentales, fue ingresado en un hospital para enfermos psíquicos y conoció el nefasto trato que éstos sufrían en ese tipo de instituciones. Decidió entonces consagrar su vida al cuidado de los enfermos y a la mejora de los establecimientos que les acogían.

Empieza a utilizar las casas de sus bienhechores para acoger a numerosos pobres y enfermos que se acercan a su amparo. El espacio estrecho y la situación con sus benefactores se hace insostenible, lo cual le obliga a alquilar una casa en la calle de Lucena. Su actividad es continua, dinámica, inexplicable al entender humano; pide limosna, limpia y ordena su hospital y a sus enfermos; visita y socorre a otros pobres, enfermos y vergonzantes de Granada; cocina siempre frugal; escucha las dolorosas confidencias; estimula a los desalentados y, sobre todo, ora insistente y tiernamente, hallando en el encuentro con Cristo en la oración y en los sacramentos, la fuerza y el ánimo para seguir encontrándolo en el dolor y en el sufrimiento de los hombres, sus hermanos. No hay necesidad a la que no llegue su brazo y su corazón: nobles, mendigos vergonzantes, prostitutas, enfermos de toda clase y condición, peregrinos, niños y ancianos.

Juan entendía la palabra o el concepto “Hospitalario” como hospitalidad en el sentido amplio de la palabra: hospital, albergue, hospedaje, alojamiento, refugio, cobijo. Su fama se extiende y crece y el Obispo de Granada Sebastián Ramírez, llama a Juan Ciudad para hacer público reconocimiento de su caritativa misión y ordenando que desde ese momento se llame Juan de Dios, puesto que de Dios son las obras que realiza. Fundó la Orden de los Hermanos Hospitalarios o de la Caridad. Llevando su actividad en su Hospital de Gomeles, cercano al Monasterio de los Jerónimos, con una técnica humanista – cristiana cada vez más centrada. El se centra en el contenido benedictino “ora et labora”.

Juan cada mañana toma el timón de su obra hospitalaria – humanista – cristiana y ordena su rumbo:
Salía de su celda en amaneciendo, y decía en alta voz donde lo oyesen todos de la casa: Hermanos, demos gracias a nuestro señor, pues las avecicas se las dan; y rezábales las cuatro oraciones, y luego salía el sacristán, y por una ventana por donde todos lo oyesen, decía la doctrina cristiana, y respondían los que podían; y otro la decía en la cocina a los peregrinos, y luego baxaba a visitallos antes que se fuesen, y a los que estaban desnudos repartía de la ropa que dexaban los difuntos, y a los mancebos que veía sanos decíales: Ea, hermanos, vamos a servir a los pobres de Iesu-Cristo. Y él, con ellos, ibanse a la sierra y cogían leña, y traía cada uno su haz para los pobres, y desto tuvo mucho tiempo, que con mucha caridad y voluntad se ejercitaban en este oficio de traer leña cada día. Era tan grande el gasto que en todo lo dicho hacía, que no le bastaba la limosna que en la ciudad llegaba; y a esta causa se empeñaba en trescientos y cuatrocientos ducados con su mucha caridad”.

El significado de su labor ha sido exaltado por varios Papas: «con la penetrante visión de su fe llegó hasta el fondo del misterio que se esconde en los enfermos, en los débiles y en los afligidos; y consolándolos, de día y de noche, con su presencia, con sus palabras, con el alivio de las medicinas, estaba convencido de prestar ese piadoso servicio a los miembros dolientes del Redentor» (Pío XI; en el IV centenario de la fundación de la Orden); «Además de constituir un ejemplo esplendoroso de extraordinaria penitencia y desprecio de sí, de contemplación de las cosas divinas y continua oración, de pobreza extrema y perfecta obediencia, fue espejo limpísimo de caridad tanto hacia las almas como hacia los cuerpos enfermos» (Pío XII; en el IV centenario de la muerte del santo).

La obra social del santo con las clases necesitadas estaba presidida por el lema «vale más un alma que todos los tesoros del mundo». Muchas de sus iniciativas lo colocan entre los precursores de la asistencia social y del progreso hospitalario. El campo específico de su caridad fue el cuidado de los enfermos, pero se extendía a todos: pobres, niños abandonados, jóvenes y viudas necesitadas, muchachos sin medios para estudiar, obreros sin trabajo, gente sin techo, mujeres perdidas sacadas por él del fango y devueltas a la honestidad y a la virtud. La organización y el tratamiento higiénico-sanitario adoptado por él y después por sus discípulos, son sorprendentes: la caridad le hacía intuir el progreso actual en la asistencia a los enfermos. En su hospital, el santo comenzó a separar los pacientes según las diversas enfermedades y en cada cama ponía un solo enfermo. Para los enfermos mentales tenía atención y cuidados particulares. Algunos estudiosos especializados han reconocido que «en cuanto al trato con los enfermos J. fue un reformador» y «el creador del hospital moderno» (C. Lombroso), y que «en la historia de la Medicina, y más concretamente en la de la asistencia hospitalaria, merece un puesto que no podrá borrarse con el transcurso de los siglos».

En 1548 funda otro hospital en Toledo y viaja a Valladolid en demanda de subvenciones al regente del reino, Felipe II, quien le ánima en su tarea. En ocasiones tuvo necesidad de dar testimonio de su caridad heroica: con motivo del incendio del Hospital Real el 3 de julio de 1549, entrando solo entre las llamas sacó a numerosos enfermos y salvó gran parte de los enseres, aunque su salud quedó muy quebrantada; casi un año después se arrojó al río Genil para salvar la vida de un niño que se ahogaba. Su recio temple se deterioró, consumido por los ayunos, el trabajo y el fuego de su espíritu. El enfriamiento subsiguiente por salvar la vida del niño acabó con su ya débil naturaleza. Y aunque se resiste a ello, es obligado a abandonar su hospital y a sus enfermos para ser asistido en casa ajena y morir, de rodillas, alta la frente y con el crucifijo entre sus manos mientras recitaba la jaculatoria «Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu». Fallecía en Granada el 8 de marzo de 1550.

Fue beatificado por el papa Urbano VIII en 1630 y canonizado por Alejandro VIII en 1690, aunque la bula de canonización fue publicada por su sucesor, Inocencio XII, el 15 de julio de 1691, fijándose la celebración de su fiesta el 8 de marzo. León XIII, el 22 de junio de 1886, le declaró junto con San Camilo de Lelis, “Patrón de los hospitales y de los enfermos”, incluyendo su nombre en las letanías de los agonizantes. Pío XI el 28 de agosto de 1930, le nombró “Patrón de las enfermeras y de sus asociaciones”. Su festividad se conmemora el 8 de marzo, siendo también “Patrón de los Practicantes”.


Para terminar, queremos agradecer a Cecilio Eseverri, su extensa obra y su gran aportación a perpetuar el conocimiento enfermero desde un punto de vista tan humanista como el suyo, en una doble visión enfermera y religiosa. Quiero destacar un poema de su libro “Retazos de Vida” que se titula “Médicas” y que dice así:
Auscultando a un niño
simples dolencias
han renacido en mi alma
blancas estrellas.


AGRADECIMIENTOS A:
Margot Corbacho Reguera
Ramón Alejandro Gallego Ramírez
Archivo – Museo San Juan de Dios. “Casa de los Pisa”.
Granada. Testimonio vivo de la hospitalidad.

Fotos: Las fotos están escaneadas de las portadas de los libros de Cecilio Eseverri
Hay una foto de Internet, y otra de Cecilio de un artículo periodístico de Palencia.
La mayoría de las fotos son de Manuel Solórzano, Koldo Santisteban y Raúl Expósito, realizadas en la Casa de los Pisa en Granada en el año 2004.
Dejar de pertenecerse para
entregarse todo entero al que gime
en el lecho del dolor y de la miseria,
es ir detrás de la inmortalidad sin
presentirlo ni apetecerlo.


*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte; ***Raúl Expósito González y **** Koldo Santisteban Cimarro
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
**** Enfermero Vocal de la Junta del Colegio De Enfermería de Bizkaia
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com
koldosanci@hotmail.com

domingo, 15 de noviembre de 2009

ORÍGENES DE LA ENFERMERÍA COLOMBIANA

Ana Luisa Velandia Mora, ha escrito numerosos artículos y varios libros sobre la Historia de la Enfermería en Colombia; es egresada de la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja y luego se tituló como Licenciada en Enfermería en la Facultad de Enfermería de la Universidad nacional de Colombia. Posteriormente recibió de esta misma facultad su Diploma de Magíster en Administración de Servicios de Enfermería y más adelante obtuvo un Ph. D. en Ciencias Médicas, con énfasis en Salud Pública, en el Instituto de Medicina Sanitaria de San Petersburgo en Rusia.
Ingresó a la Facultad de Enfermería como Instructora Asociada, pasando por todas las categorías hasta jubilarse siendo Profesora Titular. Recibió la distinción de Profesor Emérito y ya jubilada el Diploma de Profesor Honorario.

La enfermería, como ocupación, tiene una presencia muy antigua en el territorio nacional. En los primeros tiempos las labores de enfermería eran realizadas por gente de buena voluntad, sin ninguna preparación; solamente en algunos asilos se contaba con la presencia de religiosas que, sin ser enfermeras, al menos conocían más el oficio y demostraban constancia y disciplina.
En 1867 se establece “un curso especial teórico – práctico para comadronas y Parteras” en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá, dictado por un profesor de la Universidad Nacional de Colombia y el Jefe de la Clínica del Servicio. El código civil de 1887 consagra como trabajos específicamente femeninos los de Directora de Colegio, Maestra de Escuela, Obstetriz, Posadera y Nodriza. En 1905 cuando se reglamenta la profesión de medicina, se establece que: “Podrán ejercer como comadronas las enfermeras que presenten certificados de dos o más doctores en medicina y cirugía”.

Según Nancy San Juan y Elba Romero, en su Trabajo Historia de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Cartagena, desde 1903 el doctor Rafael Calvo venía preparando en Cartagena personal de enfermería en forma empírica; dicho doctor seleccionó a la señorita Carmen de Arco, le dio enseñanza y la entrenó con el fin de hacer de ella su mejor colaboradora. Al mismo tiempo otros médicos realizaron idéntica labor de enseñanza a otras jóvenes con el fin de cubrir una necesidad que existía en la ciudad. Más tarde, por iniciativa del doctor Teofrasto Tatis, como miembro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena y por medio de la misma, se les reconoció este entrenamiento y se les otorgó el “diploma de enfermeras”. La Escuela de Enfermeras de la Universidad de Cartagena fue fundada oficialmente en 1924.

HERMANA MAGDALENA

En Bogotá, en 1911, el doctor José Ignacio Barberi, “quien presentó un informe a la Municipalidad de Bogotá sobre Escuelas Profesionales, que aun cuando despertó críticas y oposición, pues las jóvenes, al igual que en la época de la Colonia, no tenían otra perspectiva que no fuera el matrimonio”, propuso la creación del Taller Municipal de Artes y Labores Manuales (para señoritas), el cual incluía un curso de enfermería práctica en el recién instalado Hospital de La Misericordia. Comenzó a funcionar en 1912 y en noviembre de 1915 el mismo doctor Barberi graduó a un grupo de seis jóvenes a quienes el municipio concedió el diploma, por demás curioso, de “Idoneidad en Medicina y Enfermería”. En esta misma ciudad en 1917, la Escuela de Comercio y Profesorado para mujeres otorgó el “Título de Enfermera” a nueve señoritas en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá.
No es entonces de extrañar que a estas primeras enfermeras las miraran con desconfianza pues “eran consideradas como mujeres libres, algunas de ellas hasta fumaban”.
En 1919 la Cruz Roja Colombiana invitó a la enfermera belga Madame Ledoux a Colombia, enviada por la Liga de Sociedades de la Cruz Roja para fundar una Escuela de Enfermeras con todos los requisitos de la técnica; fue seguida poco después por la señorita Genoveva Gateau, cuyo nombre, según Inés Durana y citando a Laurentino Muñoz, aparece por última vez en el primer mosaico de las enfermeras hospitalarias en 1937. “Esta creación fue la iniciación de muchas señoritas de la alta sociedad bogotana de hacer estudios de enfermería. Todas ellas fueron enfermeras en servicio y su ejemplo ha servido para dar mayor rango a tan noble profesión”.

Si bien es cierto que estas primeras enfermeras desempeñaron en su momento un papel profesional y social muy importante, es indiscutible que hasta 1920 no existió en Colombia una Escuela de Enfermería como tal, sino cursos esporádicos organizados por médicos en los mismos hospitales o cursos en otras instituciones que formaron algunas enfermeras, a la par que formaban mujeres en otros oficios considerados como femeninos por esa época.

La Escuela del doctor Ignacio Barberi, en el Hospital Pediátrico de La Misericordia en Santafé de Bogotá, había funcionado entre 1911 y 1914; la Escuela de Enfermeras de la Universidad de Cartagena, al parecer sólo había expedido diplomas a un grupo de enfermeras en 1906, porque no se han encontrado evidencias de cursos posteriores en las primeras décadas del Siglo XX y los dos cursos de enfermería de un año de duración que el doctor Miguel María Calle abrió en Medellín hacia 1917, parece que no graduaron sino dos grupos de enfermeras, todas ellas religiosas.

El doctor Barberi escribía lo que él cree que debía ser una enfermera y la función para la cual era formada: “La necesidad sentida por todos, de que exista alguien, siquiera medianamente ilustrado, que pueda acompañar a un enfermo y que ayude a la familia a prodigar las atenciones que necesita el ser querido que sufre en nuestro hogar, ha preocupado desde hace tiempo mis horas tranquilas de reflexión, y he decidido establecer una cátedra en donde las señoritas que deseen puedan instruirse en las nociones que son indispensables para hacer su cooperación inteligente y cariñosa en este asunto (…..). A nadie se ocultan los inconvenientes que trae consigo el hecho de que sea un joven quien vaya a ayudar al cuidado del enfermo, y si se comprenden todas las ventajas que traerá para una familia el que sea una señorita la que le llene este cometido (….). Toda nación civilizada tiene casas establecidas con este objeto como Nurses Home en Inglaterra, o École Professionnelle des Infirmiéres en Francia, y el médico o los interesados piden colaboración de una de ellas”.
Con este escrito podemos sacar varias conclusiones, una, que la atención de la salud, sobre todo a las personas acomodadas se daba en su propia casa, por el médico de familia; otra que los estudiantes de medicina iban a las casas a ayudar a cuidar a los pacientes y, además, que la enfermería se consideraba una profesión absolutamente femenina.

En 1925 se establece la enseñanza de comadronas y enfermeras en la Facultad Nacional de Medicina; esta escuela debía preparar al personal laico que pudiera prestar satisfactoriamente el servicio de enfermería en la capital del país, especialmente en el Hospital San Juan de Dios y “pudiera servir de núcleo a instituciones semejantes en las demás ciudades del país”. La atención de enfermería venía siendo dispensada por comunidades religiosas, inicialmente hacia 1768 por los Hermanos de San Juan de Dios, y a partir de 1873 por las Hermanas de la Presentación solicitadas por el Síndico del Hospital San Juan de Dios de Bogotá.
Los requisitos de admisión establecidos incluían la aprobación de un examen de admisión el cual consistía en dos pruebas: una oral y otra escrita. Para estos exámenes se constituyó un grupo de examinadores entre los mismos profesores. El plan de Estudios era de dos años y las asignaturas eran cinco: anatomía y fisiología, medicina, cirugía, partos, pediatría y puericultura. Como es evidente, la educación de enfermería en esta época estaba orientada a las especialidades médicas, además, los profesores eran médicos.
La Escuela quedó sometida al Reglamento del Hospital de San Juan de Dios. Según el Decreto Reglamentario, dos Hermanas de la Caridad enfermeras, pedidas a Europa, fueron designadas como Superioras Jerárquicas del Cuerpo de Enfermeras, y encargadas de “secundar por cuantas medidas sea posible la tarea de instrucción práctica que desarrollen los profesores, y supervigilar la conducta de las enfermeras”.

Según Héctor Pedraza, “de aquella escuela salieron numerosas enfermeras parteras, quienes comenzaron a ayudar eficazmente a los médicos obstetras en la atención de partos a domicilio, porque las clínicas particulares no prestaban ese servicio”.

Una de las actividades de mayor trayectoria dentro de la enfermería de comienzos de siglo fue la ejercida por parteras y comadronas. En Popayán, eran bien conocidos los nombres de dos parteras: Gertrudis Albán y Lucía Peña. La organización y los títulos que expedían corrían a cargo de las dos Escuelas, la Universidad de Cartagena y la Universidad Nacional.

La Ley 35 de 1929, reglamenta el ejercicio de la profesión de medicina en Colombia y en su artículo 11 comprende la profesión de odontólogo al lado de la de veterinarios, homeópatas, farmacéuticos, comadronas y enfermeras, En 1930 tenemos como pionera de la enfermería y representante de La Cruz Roja Nacional a Beatriz Restrepo. Con el tiempo, las féminas prefirieron estudiar enfermería y odontología, luego sociología y psicología; antropología a partir de 1962, y luego posteriormente todas las carreras.
Con la ayuda de la Fundación Rockefeller, se crea la Escuela de Enfermeras Visitadoras, en la recién creada Dirección Nacional de Higiene; posteriormente, las hermanas Isabel y Ana Sáenz Londoño crean la Escuela del Centro de Acción Social Infantil de Bogotá, que era privada y otorgaba el título de “Enfermera Social”; y al final de la década, la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja. Aquí vemos la gran influencia que tuvo la Fundación Rockefeller en el desarrollo de la Enfermería en América Latina y, además, el nacimiento de la profesión de trabajo social dentro del seno de la enfermería.

El 25 de enero de 1937 el Consejo Académico de la Universidad Nacional de Colombia dictó el Acuerdo 5, por el cual se reorganizó la Escuela de Comadronas y Enfermeras que venía funcionando en el Hospital de San Juan de Dios. Su nombre se cambió por el de Escuela Nacional de Enfermeras. El nuevo sitio de prácticas fue el Hospital San José, inaugurado en 1925, y era uno de los más modernos de la capital. Se tuvieron en cuenta sus condiciones de organización y la ausencia de alumnos de la Facultad de Medicina. El convenio incluía el “internado en el hospital” para las estudiantes y las Instructoras, aun cuando quienes supervisaban las prácticas eran las religiosas del hospital, que no siempre eran enfermeras.

El objetivo principal que la Universidad se propuso con esta nueva organización de la Escuela de Enfermeras, era que dependiera directamente del organismo universitario y preparara un número suficiente de enfermeras que poseyeran los conocimientos teóricos y prácticos indispensables para la correcta atención de los enfermos.
Para lograr ese objeto no era posible continuar como anteriormente se había hecho (….) permitiendo que las enfermeras de la escuela fueran simultáneamente estudiantes y enfermeras de los diferentes servicios hospitalarios, encargadas desde el primer momento del cuidado de las salas, porque en tales condiciones, los estudios teóricos que debían constituir la base de su preparación quedaban necesariamente relegados a un segundo plano”.

Uno de los aspectos más importantes fue la reorganización de la Dirección de la Escuela. “La Escuela Nacional de Enfermeras tendrá una Directora que será enfermera graduada, provista de méritos y títulos suficientes para esta función. Podrá ser colombiana o extranjera”. Este nombramiento recayó en la señorita Helena Samper Gómez, quien había obtenido su grado de Enfermera en la Escuela de Enfermeras del Medical Center Hospital de Nueva York y una especialización en la Escuela del John Hopkins Hospital de Baltimore, en Estados Unidos.

El nombramiento de una enfermera en la dirección de la escuela logró un cambio sustancial dentro de la carrera y un reconocimiento de las enfermeras como profesionales. La Universidad se preocupó más por la escuela; aceptó y aprobó los cambios introducidos, comprendió la necesidad de hacer conocer más la carrera dentro de la sociedad y de la misma universidad. “Cabe exaltar que Helena Samper fue la primera mujer que desempeñó un cargo directivo dentro de la Universidad Nacional de Colombia”.
Se estableció un Consejo integrado por la Directora de la Escuela, un representante de la Universidad, un representante de la Sociedad de Cirugía, un profesor de la Escuela elegido por el personal docente, y una alumna de la escuela elegida por sus condiscípulas. La Madre Superiora del Hospital San José tendrá voz pero no voto en las deliberaciones. El personal científico estaba integrado por los profesores y el personal administrativo por una monitora instructora y una monitora vigilante. Es evidente que las instructoras de las enfermeras ya no eran religiosas.

Helena Samper le dio a la Escuela una excelente organización, similar al de las buenas escuelas norteamericanas. Puede decirse que esta era la Escuela con la organización más seria de cuantas habían existido hasta entonces en el país. De ella salieron enfermeras con una magnífica preparación. Se expidieron 67 diplomas de enfermeras.
El Consejo fijó un moderno plan de estudios, con una duración de tres años, con tesis y examen de grado; exigía a las estudiantes preparación en enseñanza secundaria y exámenes de admisión. El pensum estaba subdividido en seis periodos o semestres. En el tercer año se incluían asignaturas completamente novedosas para los planes de estudios de la época, como administración hospitalaria, estadística, elementos de ciencias sanitarias sociales, en las cuales era claro el enfoque higienista de la época.

El título conferido era el de “Enfermeras Generales” o “Enfermera Hospitalaria” o “Enfermera Visitadora Social”. El acuerdo mencionado establecía que “para obtener el Diploma de Visitadora o Enfermera Social, se deberá haber cursado y aprobado un año más de estudios, las materias que determine posteriormente el Consejo Directivo”.
A la muerte de la directora Helena Samper se nombra al médico Manuel Antonio Rueda Vargas, y como Instructora Jefe a Rosa Sáenz, enfermera colombiana graduada en la Escuela de Enfermeras del Hospital Santo Tomás de la zona del canal en Panamá.

En estas dos primeras etapas de la escuela estuvo organizada bajo el esquema de Escuela – Hospital; en la primera etapa en el Hospital de San Juan de Dios y en la segunda, en el Hospital de San José. En la Escuela de Enfermeras de Cartagena adscrita al Hospital Santa Clara, que propiciaba un horario de trabajo prácticamente sin límite semanal y que incluía turnos nocturnos.
El Presidente de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina el académico Efraín Otero Ruiz, nos hablaba de una enfermera Inés Durana Samper en estos términos: “Basta con que tú te presentes, sin necesidad de trabajo escrito, porque tú misma representas toda la historia de la enfermería en Colombia”. Quería recordar y ensalzar sus contribuciones a la historia de la medicina y la enfermería en Colombia. Porque a quienes llegábamos hace una década al edificio principal y después de concluido, al nuevo edificio de la Biblioteca, nos era familiar la figura de Inés trabajando en su escritorio o en una de las mesas de lectura, siempre con el comentario afable o la salida oportuna que hacía honor a su ancestro bogotano. Y esto era tan constante, aún en épocas en que se hallaba ya muy enferma, que parecía que ella hiciera parte esencial de una de estas casonas patricias que, en los últimos lustros, han albergado decorosamente nuestra Academia Nacional de Medicina. Efectivamente, no había nada más grato que hablar con Inés de la historia de la salud y la medicina preventiva en Colombia y en el mundo. Se conocía en detalle todas las anécdotas y personajes, desde la época de su graduación como Enfermera de la Escuela Nacional, 50 años atrás, hasta las épocas más recientes. Y hervía de indignación cuando tuvo que contemplar hechos como, en 1998, la demolición del antiguo edificio de la Dirección Nacional de Higiene, en la calle 6ª, vecino al Frenocomio de Mujeres, tan inolvidable para quienes fuimos allí alumnos de Edmundo Rico y de Luis Jaime Sánchez. Cuando se ofreció, ya al final de su meritoria existencia, a presentarnos en la Sociedad un trabajo sobre la historia de la enfermería profesional. Inés estuvo muy influenciada por la Directora, doña Lucía Lozano y Lozano, enfermera graduada en los Estados Unidos- quien, decía Inés, “nos dejó a muchas una huella que marcó posteriores ideales profesionales”. Desde entonces supo que sería enfermera y se dedicó de corazón a perseguir su perfeccionamiento en este campo. Y una de las maneras era la de mirar hacia atrás y darse cuenta de quiénes habían sido los pioneros y pioneras de esa abnegada profesión en el país. En todo momento ella tuvo veneración por la persona y la obra del Académico Pablo García Medina (1858-1935) a quien reconocía como el verdadero fundador de la salud pública y la enseñanza de la enfermería en Colombia.
Y para terminar me gustaría citar a la primera enfermera uniformada de Cabinas, se llamaba Josefina Poggioli de Cáceres, nació en la Vela de Coro el 19 de marzo de 1903. Tuvo 6 hijos, Eugenio José, Zoila Gala, Lourdes de Jesús, Ligia María, Víctor Manuel y Carlos Benito. Migró a Cabimas más o menos en 1928 donde vivió hasta su muerte el 27 de abril de 1955.

Queremos felicitar desde aquí a Ana Luisa Velandia Mora, “enfermera”, ya que gracias a ella, a sus estudios, investigaciones y publicaciones logra que la enfermería sea cada día más grande y nos ayude a entender más nuestra magnífica profesión. Desde Colombia a todo el mundo.
Fotos: Las fotos están escaneadas del mismo libro y de Internet. Varias de ellas son fotografías de la autora del libro y la donación de Nelly Álvarez de Espitia. *Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com

jueves, 12 de noviembre de 2009

Un nuevo dispositivo localiza las venas mediante infrarrojos


Grupo Ferrer y la empresa estadounidense AccuVein han presentado en España el dispositivo 'AccuVein AV 300', una nueva herramienta que facilita a los profesionales sanitarios la localización de las venas mediante un sistema de rayos infrarrojos que acorta el tiempo en el proceso de venopunción. Se calcula que entre el 20 y el 25 por ciento de las venopunciones son fallidas (no se encuentra la vena) y que el 21 por ciento de los pacientes tiene "miedo a las agujas" (el 8% confiesa incluso tener un "miedo excesivo" a la punción). Hasta ahora, las únicas herramientas con las que contaban los enfermeros a la hora de realizar una punción eran las visuales (la vena se observa a simple a vista), las táctiles (no se ve, pero se reconoce mediante el tacto) y las de su propia experiencia profesional (pinchar "a ciegas" en el lugar donde se piensa que hay una vena). En este sentido, se estima que 'AccuVein AV 300' podría solventar entre un 10 y un 15 por ciento de esas punciones fallidas gracias a un novedoso sistema que consigue que la hemoglobina de la sangre absorba la luz infrarroja y distinga claramente las venas situadas hasta ocho milímetros bajo la piel. Para el representante de la Asociación de Enfermería de Equipos de Terapia Intravenosa (ETI), Santiago García, la utilidad de esta herramienta --cuyo precio en el mercado ronda los 4.000 euros-- es "clara", ya que, en muchas ocasiones, "las venas no pueden detectarse visualmente y en otras existen dudas en la palpación". "'AccuVein AV 300' complementa las habilidades del enfermero, permitiendo comprobar la posición, dirección y el tamaño de las venas", aseguró García. REDUCIR EL ESTRÉS Y LA ANSIEDAD Este nuevo dispositivo, que Ferrer comercializa en España, Portugal y Grecia, no requiere aprendizaje específico, es transportable (utiliza tecnología inalámbrica y tiene una autonomía de dos horas) y, sobre todo, "reduce el estrés y la ansiedad asociados a la venopunción, tanto en el enfermero que no encuentra la vena, como en el paciente que sufre el dolor de la aguja", explicó la anestesióloga pediátrica del Hospital 12 de Octubre de Madrid Paloma Rubio. "Nuestra experiencia ha demostrado que cuando la visualización de las venas es nula y la palpación difícil (sobre todo en los primeros años de vida), este aparato evita la punción a ciegas, sólo guiada por los conocimientos anatómicos del profesional", comentó la doctora del Hospital 12 de Octubre. Otros pacientes en los que el acceso a las venas es complejo y, por tanto, el uso de 'AccuVein AV 300' puede resultar ventajoso, es en aquellos que presentan quemaduras graves, obesidad, problemas de circulación o el deterioro de la edad, apuntaron los responsables del Grupo Ferrer.

viernes, 6 de noviembre de 2009

ANA PACKER DAVISON

CONSTRUYENDO EL SABER Y HACER ENFERMERO - 1841 – 1930
Nidia Hernández para los amigos “Melita” se graduó en la Escuela Universitaria de Enfermería (E.U.E.) en 1955. Trabajó en el área comunitaria y asistencial. Fue docente de la E.U.E., luego Instituto Nacional de Enfermería, y profesora de Historia por concurso en Enseñanza Secundaria. Integra el Comité de Investigación Enfermería - Mercosur. Colegio de Enfermeras del Uruguay. En 2002 recibió el título de Profesora Emérita.

Selva Chirico es profesora de Historia en Educación secundaria. Se dedica a la investigación sobre economía y sociedad de la región, especializándose en la zona minera de Minas de Corrales, de donde es oriunda. Ha participado en numerosas instancias académicas de exposición y divulgación de esta temática.

El trabajo histórico de la profesión enfermera estudiado aquí, a través de la vida de Ana Packer, recuperando los documentos presentados en este libro, en el camino desde el Condado de York, Inglaterra hasta Cuñapirú en Minas de Corrales en el Uruguay. La investigación de este libro fue presentada en el Primer Coloquio Latinoamericano de Historia de la Enfermería (Escola Anna Nery, UFRJ, Brasil 2000), donde obtuvo el Primer Premio Medalla de Oro al mejor trabajo extranjero.

Había que demostrar que Ana Packer había existido, que era enfermera y no una “cuidadora” abnegada, preocupada por la comunidad de una zona minera en la cual su esposo tenía la prestigiosa profesión de curar como médico.

Demostrar su existencia como punto de partida del Acta de matrimonio de 1882 con el doctor Francisco Vardy Davison en Santa Ernestina, implicó recurrir a los archivos de la Iglesia de Saint Mary´s de Thirsk, Condado de York.

Para probar la hipótesis sobre su calidad de enfermera partimos de la práctica conocida, recogida por la memoria colectiva, de publicaciones de la Cruz Roja de Señoras Cristianas y un discurso del doctor Ros, quien conviviera con Ana Packer durante los últimos diez años de su vida.

Su praxis en Minas de Corrales, entendida como el conocimiento que se objetiva y materializa transformando la realidad, la identifica como nurse-midwife, matron y enfermera comunitaria. La documentación existente y la historia oral permiten aislar el cuidado prodigado a niños y adultos, sanos o enfermos, así como su desempeño en momentos de crisis.

Ana Packer se había vinculado a la enfermería en Liverpool, después de haber quedado viuda de su primer esposo R. Carter. Documentos procedentes del Liverpool Record Office confirmaron a Ana como sister y matron, habiendo realizado su aprendizaje y desempeño en el Royal Southern Hospital of Liverpool en el período 1876 – 1880.

En un intento por iniciar el camino que permita descubrir la identidad enfermera de Ana Packer, partimos del reconocimiento como “enfermera diplomada con grandes conocimientos de obstetricia”, también identificada como “enfermera de la Corona inglesa”.

Se ha identificado a la enfermería en función de la actividad de cuidar a los seres humanos, en tanto satisfacción de necesidades básicas para conservar la vida, asegurando la continuidad de la especie. Cuidado que tiene un profundo componente afectivo, resultado de la condición humana de ser capaz de sentir, emocionarse y experimentar sentimientos.
En la visión antropológica, el cuidado se percibe como actividad y función social de las mujeres, originando en su rol de dedicación a los demás. En toda cultura se ha asumido como un hecho que el género femenino dedique tiempo a la atención del otro, tanto si éste no puede valerse por sí mismo, como si está en condiciones de hacerlo. La triple misión de “enseñar, cuidar y asistir” como oficios femeninos por excelencia llevaron también por siglos, en algunas culturas, el signo de “vocación y beneficencia”. La prestación de ayuda y asistencia se manifiesta en la medida que se proporciona bienestar, tanto físico: alimentación, higiene, como emocional, siendo evidente en situaciones de dependencia temporal o permanente.

El desarrollo de formas más acotadas de convivencia como la tribu y la familia le agregaron el componente moral que obliga a prestar ayuda y asistencia, despertando solidaridad y generando reciprocidad.

La “comadrona” o “matrona”, sinónimos de partera, en su experiencia de vida, será la “mujer que auxilia” desde el nacimiento hasta la muerte dando contenido al cuidado. Un cuidado que se objetiva en torno a la nutrición en la singularidad del amamantamiento, la cocción de los alimentos, la incorporación de los vegetales, el cuidado del cuerpo en la higiene y en el baño. Se complementa con el uso de los sentidos como el del tacto, a través del contacto que continenta, la presión que da confianza, el masaje que tonifica y estimula, generando sensaciones térmicas.

Los baños y las fricciones eran el principal medio terapéutico que aplicaban los charrúas a cualquiera de los dos sexos. Está descrita en la Historia de la Medicina del Uruguay; relata una instancia del parto, después del nacimiento que dice así: “echándose al agua la recién parida con su cría y después de esta operación la frotaba y calentaba contra el seno a la criatura, mientras otras mujeres la friccionaban a ella”.

Los Charrúas fueron un pueblo amerindio que habitaba en el territorio del actual Uruguay y adyacencias, cuya lengua parece adscribirle a la familia lingüística mataco-guaicurú. Al momento de la llegada de los españoles, los charrúas dentro del actual territorio uruguayo ocupaban el área al norte y al sur del Río Negro (o Hum) y se acercaban a la costa en el actual departamento de Rocha. En otras partes del territorio había otras tribus, como los Chanáes, que habitaban en la confluencia del río Negro con el río Uruguay, las costas e islas de este último y las islas del Delta del Paraná en la Argentina entre las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires y hasta en la de Corrientes. Minuanes, que ocupaban la costa de la actual Argentina sobre el río Uruguay al Norte de la desembocadura del Río Negro. Yaros, que vivían en la costa oriental del río Uruguay entre los ríos Negro y San Salvador (actuales departamentos de Río Negro y Durazno de Uruguay) y en la zona del bajo Uruguay en la provincia de Entre Ríos en la República Argentina. Bohanes, que se hallaban en los departamentos de Paysandú y Salto, aunque, algunos mapas jesuíticos los ubican en Entre Ríos. Guenoas, que estaban en la zona de los departamentos de Tacuarembó, Treinta y Tres y Cerro Largo extendiéndose también por el río Ibicuy, al sur del Brasil. Arachanes, que ocupaban los departamentos de Maldonado, Lavalleja, Rocha, Cerro Largo y Treinta y Tres, así como gran parte de la zona sur de Río Grande del Sur en Brasil.

Posteriormente a la fundación de Montevideo, los charrúas se desplazaron hacia el Norte, absorbiendo a yaros, bohanes, guenoas, chanáes y minuanes y quedando prácticamente confundidos con ellos, por lo que usualmente se les ha designado a todos estos grupos genéricamente como charrúas.

Ana Packer nace en el poblado de Thirsk, Condado de Yorkshire, el 1º de septiembre de 1841 hija de John y Elizabeth en el Condado de York.

En el censo de 1881 aparece con el apellido de su primer esposo, y se le encuentra ya como viuda, en calidad de matron del Hospital de York , donde reza: “Hannah Carter”. Se había casado a la edad de 19 años. Su primer marido Richard Davis Carter fallece de una apoplejía el 18 de julio de 1873, era banquero. Su entorno, su vecindario y sus lazos familiares nos hacen afirmar que Ana pertenecía a un sector de la clase media inglesa, la esmerada educación es una de nuestras evidencias probatorias. Todo burgués procuraba una buena educación para sus hijos, aunque les daba prioridad a los varones. No sabemos a ciencia cierta si Ana habló francés, pero si sabemos por tradición oral que ella estuvo en Francia cumpliendo funciones de enfermera.

Su traslado a Cuñapirú – Corrales en Uruguay puede deberse a que las jóvenes burguesas de familias protestantes, solían salir del seno familiar como una etapa de complemento educativo, como el magisterio o traductora o la propia enfermería.

No se sabe de verdad como llega a Uruguay, se imagina por aventura o por carestía de la vida en la Inglaterra victoriana, o porque conocía al Dr. Davison. Éste doctor estaba contratado por las empresas mineras inglesas que explotaban el oro de la región. Ana llega en diligencia hasta la estación de San Ernestina en 1882. Allí celebraron su bienvenida y su matrimonio, dejando atrás su vida inglesa.

En Uruguay, la Hannah inglesa será Ana, simplemente. Pero para el pueblo de Minas de Corrales, no podrá ser otra que “Misiana”.

El reformismo metodista incentiva a las mujeres a la educación para enfrentar con mejor preparación al mundo del trabajo. Estaba mal visto ser médica o ginecóloga. Los ginecólogos, por ejemplo, aseguraban la incapacidad de la mujer para tratar las enfermedades específicamente femeninas. A pesar de ello en 1881 ejercían 20 médicas en Inglaterra y Gales.

Una opción válida de participación social fue la práctica filantrópica. En 1859 la “London Bible Women and Nurses Mision” cuya lider fue Ellen R. White, tuvo métodos seductores: organizaba reuniones en torno a una mesa de té. En ellas reimpartían nociones de higiene y del cuidado infantil.

Las enfermeras Elizabeth Fry, Florence Nightingale y Agnes Jones, visitaron la Institución de Diaconisas de “Kayserwerth on the Rhine”; al regresar la primera a Inglaterra se dedicó a mejorar el sistema penitenciario, retrasando así la reforma de la enfermería. Con el apoyo de su hermana y sus hijas, en 1840, inicia la Sociedad de Hermanas Protestantes que a sugerencia de la Reina Adelaida, madre de la Reina Victoria, como patrona, se convierte en el “Instituto de Hermanas Enfermeras”. Al principio se les llamó sister, luego nurse y éste por “ayudante”. Su preparación era de escaso tiempo, se esperaba que sus actividades en el hogar se remitieran a tareas sencillas como hacer y aplicar cataplasmas, sanguijuelas, cubrir una flictena, pero también “enseñar al pobre cómo llevar a cabo cualquiera de esas tareas e incluso demostrar habilidad en cocinar con economía”. Para el doctor West “sus deberes debían de ser los de una institutriz” agregando a la imagen de enfermera, el de preceptora.

Ana se formó como enfermera en la Training School for Nurses. El puesto de matron, “el más importante de la institución”, quedó vacante por la renuncia de la antecesora y se lo ofrecen a Hannah o Mrs. Carter quien como sister de sala contaba con la “confianza del staff médico y del Comité del Hospital”. Reconocimiento ganado sin dudas como lady probationer y como sister. Mrs. Carter permanece en el cargo cuatro años hasta septiembre de 1880. El Comité hace una referencia sobre ella reconociendo que “por casi cuatro años había ocupado el más alto cargo con gran energía y habilidad”. En su renuncia nos decía: “Hoy envío al Presidente mi renuncia al puesto de matron. Quisiera darle las gracias al Consejo Médico por su generosidad hacia mí, tanto como sister como en calidad de matron. Me retiro solamente porque mi familia desea tenerme en casa y para tomar un descanso. He permanecido aquí por cerca de cuatro años muy feliz en mi trabajo y abandonarlo me es muy difícil”. Créanme sinceramente de Ustedes. H. Carter. Certificado de autenticidad del The Royal Southern Hospital of Liverpool. De todos modos de aquí no se va a su casa, sino que ejerce el cargo de matron en el Hospital de York.

El interés generalizado por la explotación del oro del norte uruguayo surgió hacia 1860, aunque dos décadas anteriores ya se explotaba el yacimiento con un sistema desordenado en Cuñapíru-Corrales, región aurífera, que es contemporánea a la fiebre del oro de California, en los Estados Unidos de Norte América.

La cultura en la que nacemos, es la que nos permite crear el vínculo con los que nos rodean, se elabora primordialmente en la familia, pero se completa y complementa con la sociedad en la que vivimos. Si la opción de vida está condicionada por nuestra propia voluntad, tiene los límites que, por ejemplo, la religión o la moral nos imponen, las ataduras sociales a las que nos sujetamos.

De esta forma, Hannah, nacida mujer en un hogar inglés victoriano con una opción religiosa cuáquera, de padre en pleno ascenso social, no pudo haberse sustraído de la influencia del colectivo. Su familia burguesa con servicio doméstico en su propio hogar, y su hábito de montar a caballo, con una esmerada educación pública o privada y/o con clases particulares, que era lo habitual en aquella época.

Hay indicios de creer que la familia Packer se unió a la confesión de la “Sociedad de Amigos” desde 1840. Su matrimonio celebrado de acuerdo a los preceptos de esa fe y en el propio ámbito de su Sala de reuniones, además de sus vínculos sociales absolutamente ligados a ella.

Cuando llega al Uruguay frecuenta las amistades de su próximo marido Davison. La visión de “reina del hogar” rodeada de quien la sirviera, típica imagen de mujer burguesa, coincide con la información que la dice viuda de un banquero y perteneciente a una familia de buen pasar.

Una vez superada la crisis de 1896, el pueblo no olvida el liderazgo de Davison y en retribución, edifican una casa que ubican sobre una colina más acorde con lo que la época exigía a la burguesía nacional. Siendo amplia la casa su mayor mérito fue crear habitaciones amplias y adecuadas para atender y alojar a las parturientas. Ya le empezaron a llamar “Misiana”.

Cómo la recuerdan a Ana diferentes mujeres entrevistadas; éstas eran de diverso grado educativo, pertenecientes a distintos grupos sociales y conservan percepciones parecidas. En su aspecto físico era aliñada, de rodete cuidadoso, con alguna sencilla alhaja adornándola, pero sin maquillaje. Se le recuerda su amabilidad en el trato y hasta que en sus últimos años, por mediados de la década de 1920, estaba “muy arrugadita”. Causa hilaridad su lenguaje de castellano imperfecto, pero ese recuerdo en absoluto tiene un sentido desconsiderado sino por el contrario, sus errores parecen parte de su personalidad y por ello, son aceptados.

Reviven las navidades, era una especie de ritual cumplido con rigurosa puntualidad, ineludible precepto de buena vecindad y agradecimiento que los niños esperaban ansiosos, porque no volvían de manos vacías. Muchos, habían nacido con su atención. En Corrales se le recuerda asumiendo el papel de esposa del doctor Davison. Para sus contemporáneos, sus tareas de enfermera y partera sumadas a las de agente de transculturación inglesa, eran natural extensión de la profesión en medicina de su esposo. Su formación religiosa equilibraba su condición de mujer, ya que los cuáqueros entendían que la “luz interior” no era privilegio masculino. De esta forma, las mujeres tenían las mismas facultades y hasta podían ser ministros.

La prédica anti esclavista que mantuvieron durante el siglo XIX les imprimió un sello igualitario y humanista que se puede ver en la actitud de esta enfermera. La compañía de la que se valía para recorrer los cerros y quebradas, noche adentro era “un viejo negro” cuya función es definida como la de un “asistente”, lo que lo convierte en ayudante de categoría superior a la de mero “criado”. No olvidemos que hubo las guerras civiles en 1897, 1904 y 1910, además se sumaban a las brasileñas. Bandoleros y contrabandistas solían refugiarse en los montes cercanos. La presencia de su asistente le proporcionaba seguridad en las noches oscuras, además para esas instancias se valían de unas “velas grandes”. Una “dama de la lámpara” sui géneris, adaptada al medio, y una enfermera muy valerosa.

A Ana también se le recuerda por sus bordados, tejiendo para los pobres, alternando con ellas su idoneidad profesional de enfermera y partera. A su esposo se le recuerda como médico y filántropo, ya que atendía gratuitamente. La familia vivía de las libras que le giraban desde Inglaterra, producto de su pensión de viudedad, era todo el dinero que recibía y que por otra parte, volcaba hacia las necesidades de la población, entre otras, la compra de medicamentos.

Los registros orales fidedignos de sus auxilios a enfermos o parturientas mencionan que no medía sacrificios dando muestras de enormes esfuerzos físicos para cumplir su labor. No obstante, ninguno valora el hecho de que todas sus tareas profesionales fueran gratuitas. Es curioso que se omita su propia filantropía. Pero se va más allá: se percibe la tendencia a considerar la retribución económica a su trabajo como naturalmente innecesaria. Cabe la hipótesis de que ella misma propiciara esta actitud, que asumiera como deber moral puesto que era parte de sus deberes de cuáquera y ético como profesional, aunque al parecer, era más bien su condición de género la que menguaba su profesionalidad. Nadie le negaba idoneidad, pero no parecía necesario que percibiera honorarios.

Misiana sobrevive diez años a su marido. Habían compartido 39 años de lucha y trabajo para sacar a los enfermos adelante y traer niños al mundo. Con el doctor Enrique Ros crearán un Dispensario para la detección de sífilis y asistencia de enfermos que se instala frente a su casa-hospital del pueblo. El 5 de junio de 1930 fallece a la edad de ochenta y ocho años.

En el monumento que comparte con Davison, el vocablo que se le destina es: “abnegación”, sintetiza demasiados cincuenta años de dedicación total a la comunidad.

Ana cuando llega al Uruguay no es exactamente en calidad de enfermera, aunque sí el tiempo se encargó de demostrarlo. Esta “mujer muy fina y delicada”, que “sabía tratar con gente encumbrada como con humildes”. Sus conocimientos y experiencias que le acompañaron desde el ámbito hospitalario, del entorno profesional y hasta del familiar cercano, le dieron credenciales para “tener a su cuidado y responsabilidad, la salud de los moradores de toda esta zona”. Cuidados que ella había aplicado desde las necesidades biológicas, las condiciones sociales y ambientales, sin dejar de lado la “amabilidad, la paciencia” para escuchar y comprender a las personas. Un cuidado que sabemos apoyado en bases técnicas, pero con un enfoque humanista que trasladó a Cuñapirú-Corrales, en una etapa de la enfermería inglesa empeñada en “venir a ser profesión” después de demostrada su calidad de disciplina. Por otra parte ese “Cuidado” estaba dirigido a un bien determinado, la “salud” de toda la población.

A medida que conocía, la conocían, estableciendo una relación donde la necesidad de la gente, el saber y el querer de Ana entablan un dialogo que adquiere dimensiones propias. Ante una población donde la enfermedad afectaba por igual a mujeres y hombres de todas las edades en pérdida de vidas, pero que incidía con mayor fuerza en los niños, Ana centró su esfuerzo en la mujer, en la gestación y el parto, en el recién nacido y sus demandas únicas y en la vacunación de los niños.

No sólo atendía partos sino a personas enfermas, niños y adultos a quienes les hacía tratamientos, inyectables, curaciones, cataplasmas, aplicación de ventosas, pero sobre todo, enseñaba. Enseñó estas técnicas básicas de enfermería, a mujeres de confianza que seleccionó cuidadosamente para la atención en lo que llamaba su casa hospital.

Ayudó a organizar Comisiones como la Sociedad de Socorros Mutuos entre Orientales, Hospitales de Sangre en Río Grande, La Cruz Roja de Señoras Cristianas o el Hospital de Sangre en Minas de Corrales.
Fotos: Las fotos están escaneadas del mismo libro y de Internet.

*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
masolorzano@telefonica.net
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