lunes, 23 de noviembre de 2020

EN MEMORIA DEL HOSPITAL CIVIL DE MANTEO 1960

 

El Hospital Civil de San Antonio Abad u Hospital de Manteo de San Sebastián, fue obra del arquitecto municipal don José de Goicoa (1890). El sistema adoptado para la disposición del hospital fue el de los pabellones paralelos alargados, distribuidos en torno a un espacio rectangular central, ocupado por los servicios comunes. Goicoa manifestó a este respecto: “El principal problema en la construcción de un hospital consiste en llegar a la mayor división posible de enfermos y a la mayor simplificación del servicio por lo que la disposición de los pabellones aislados, unidos por sus extremidades, resulta la más conveniente de todas”.

 

Foto 1 Hospital Civil de San Antonio Abad u Hospital de Manteo. Foto cedida por la Sociedad Kondarrak

 

Tuvo presentes las recomendaciones emitidas en 1862 por Husson, director de la Administración de Asistencia Pública en París, y las características del hospital que mandó construir Napoleón III en Berck, por su igual proximidad al mar. La enorme sobriedad de todo el edificio se reflejaba en la fachada principal orientada al Sur, presidido su ingreso por 4 grandes columnas de orden dórico y rematado mediante un frontón con reloj. Fue demolido en el año 1960.

 

Cuando la ciudad entera parece congratularse de la desaparición de los edificios que constituyen el Hospital de San Antonio Abad, y se hacen ya proyectos acerca del futuro de los solares, permítame que una voz se alce en memoria del fenecido Hospital de Manteo.

 

Seré como el desconocido que, anacrónicamente, musita oraciones en la cámara mortuoria ante los parientes ricos, en historias al menos, que disimulan su alborozo, y al que a rezar en aquellas circunstancias no le mueven intereses bastardos, ni siquiera especiales motivos de gratitud, sino un cariño intenso, férvido, acunando en silencio y soledad, que no sabe plasmarse en discursos, pero brota con sencillez y dolor.

 

Foto 2 Hija de la Caridad y personal del Hospital Civil de San Antonio Abad, con los niños y niñas en la gruta de la Virgen de Lourdes, debajo de las escaleras en los jardines. Foto cedida por José Francisco Olivera González

 

El viejo Hospital… dice la gente, comparándolo con los suntuosos edificios modernos que le suceden. ¡Viejo de unos setenta años! Años con los que, las instituciones de este género comienzan a adquirir solera, enriqueciéndose con el recuerdo de la labor realizada en su seno, con la memoria de los doctores y enfermeras que dirigieron sus Salas, e incluso en lo material, con las aportaciones de individuos y familias a quienes el correr de los años y las diversas vicisitudes de una vida, vinculan a la de tales médicos. Acaso al profano extrañe, pero los médicos y enfermeras en nuestra visitas diarias en los hospitales por el extranjero en busca de reconocidos maestros o de modernos métodos, estamos más habituados a viejas de ordinario seculares paredes, grandes galerías y pabellones remozados, que a lujosos edificios ricos en mármoles y con detalles de fastuoso hotel.

 

Al parecer, por esos países, los terrenos son demasiado costosos o la construcción excesivamente onerosa, y prefieren invertir el oro de las viudas en poner al día los servicios y retribuir debidamente o ampliamente, a quienes trabajando en su interior han de dar nombres y fama a la institución.

 

No es, no, por caduco que el Hospital de San Antonio Abad muere, ni por su insuficiente capacidad, si pudo un día albergar hasta cuatrocientas cincuenta camas y terreno le sobra para adecuadas ampliaciones.

 

Foto 3 Mujeres sirviendo a una paciente ingresada en el Hospital Civil de San Antonio Abad. Foto cedida Sociedad Gimnástica de Ulía

 

Tampoco podrá ser razón de su desplazamiento, cuando no lo es en otras ciudades, el que se le vaya acercando la zona urbana, con evidente ventaja para usuarios y sus familias, así como para el personal de servicio, pues si a algunos molesta la proximidad de estos centros, es a quienes se encuentran espiritualmente alejados de los que en ellos padecen, sin que su soberbia actual sea garantía de no tener un día que frecuentarlos.

 

Otros serán ciertamente los motivos –de índole fundacional, administrativa o de diferente orden, que la falta de información nos impide alcanzar– por los cuales se derruyan los muros del Santo Hospital, nunca mejor llamado, refugio en tantos años de los pobres y de los no pobres pero necesitados, de San Sebastián y la provincia.

 

Evocación con Don Martín

 

Hace aún pocos días don Martín el más antiguo de los actuales capellanes de la casa, celebraba su onomástica. Era ocasión propicia para saludarle en las postrimerías de sus funciones. Cuarenta y seis años cumplidos al servicio de los enfermos de Manteo, con una bondad y abnegación superiores a todo su entorno.

 

La remota imagen de su predecesor, don Francisco Balaunzarán, acude a mi mente en tanto subo las escaleras del pabellón de capellanes; pero es imprecisa, como esfumada por los años transcurridos y el escaso trato mutuo. No así la del santo varón don Eusebio Astigarraga, poco hace aún fallecido, segundo capellán en nuestro tiempo y coadjutor después de Santa María. ¡Memorables tertulias de los días de guardia, nutridas por análogas aficiones literarias o musicales!

 

Foto 4 Religiosas Hijas de la Caridad con personal de la Sociedad. Foto cedida por la Sociedad Gimnástica de Ulía

 

En el porte de don Martín nada delata los ochenta y dos años de que puede vanagloriarse, si hacerlo supiera. La entrevista fue cordial. Departimos un buen rato recordando escenas vividas, comunes amigos desaparecidos. Una dulce sonrisa subrayaba alguna de sus frases, si unas lágrimas no traicionaban su emoción; y ésta, trascendía de sus palabras al referirse a determinadas personas, como un José Mari Zuriarráin o Jenaro Mañeru.

 

Don Martín hilvanaba sus recuerdos y salieron a colación las interminables sobremesas de los primeros tiempos, desaparecidas con las nuevas generaciones de médicos jóvenes, las lecciones de guitarra de un conocido cirujano en sus tardes de guardia, numerosas anécdotas de su labor pastoral. ¡Cuántas veces no le habremos visto oficiando, escuchando confesiones sentado a la vera de los enfermos en las largas salas, o cruzando pasillos, precedido por dos Hermanas Hijas de la Caridad con el tañido de una campanilla, callada de noche, portador del viático.

 

¡Y lo mismo que nosotros, los vecinos de aquel barrio cuando él, sólo muchas veces, destacado de un pequeño grupo, el Breviario en sus manos, recorría el obligado itinerario detrás del sencillo coche fúnebre, tirado por un solo caballo, y que transportaba una tosca caja negra o blanca…

 

Foto 5 Autoridades, Médicos, Practicantes, Enfermeras e Hijas de la Caridad en el patio del Hospital Civil de San Antonio Abad, 1915

 

De la conversación surgió la idea: una misa en memoria de los fallecidos compañeros de trabajo. La lista es larga; para mí comienza con don Luis Egaña y a él le siguen don Miguel Kutz, Miguel Vidaur, quien trocó nuestra blanca blusa por la sotana, Miguel Rodríguez del Castillo, Luis Ayestarán, los antes mencionados José Mari Zuriarráin o Jenaro Mañeru, Manuel Larrea, Juan María Arrillaga, Antonio Linazasoro y don Pepe Beguiristaín; también los Practicantes Florencio Campos, Luis Capella y Ramón Aldasoro; amén de capellanes y algunas religiosas Hijas de la Caridad.

 

Respetados jefes, compañeros de la labor diaria otros, amigos de corazón los demás que, insensiblemente, fueron labrando o matizando nuestra formación profesional y humana. El último director, don Joaquín Ayestarán, hombre bueno y cumplidor fiel, a quien un día el inagotable humor de Mañeru vaticinó que moriría bajo el peso de un reglamento…, (era el padre del médico José Antonio Ayestarán Lecuona), antes de despedirse de su hospital, que no ha podido sobrevivirle, ha tenido igual gesto de recuerdo ordenando una misa por todos los compañeros difuntos del hospital.

 

Foto 6 Doctor Joaquín Ayestarán. Foto cedida por Luis Ayestarán Eguiguren

 

Después de dejar a Don Martín en la puerta de sus habitaciones, me encontré de nuevo en el patio desierto; descuidados jardincillos, lúcidas las magnolias de sus ángulos y la palmera del centro, parado el reloj cuyas campanas resuenan todavía en mi recuerdo, en un mediodía inundado de sol. No había en la galería enfermos que saludasen, ni se oía el tintineo –rosario contra tijeras– que a distancia delata el paso de las Hijas de la Caridad, ni un ruido, ni una voz…

 

La última misa

 

A las ocho y media de la mañana siguiente escuché por última vez el sonido de la campanita –anuncio mañanero de nuestras noches de guardia– que llamaba a misa. De la capilla ya no quedaba sino el altar y un par de imágenes más; las paredes desnudas, retirados púlpitos y bancos, en el suelo, brillante aún de cera, un paño negro bordeado de velones. Seríamos pocos más de media docena de personas las reunidas; no faltaba Sor Emilia la superiora, Sor Micaela y el practicante Patxi Semperena, era de los practicantes más antiguos del hospital con igual de años que el capellán, que aún hoy a diario visita la Casa y que nos quiso acompañar. Sor Micaela le aventaja en antigüedad en dos años pues son cuarenta y ocho años los que lleva en el Hospital Civil o de Manteo o también llamado Hospital de San Antonio Abad.

 

Foto 7 Sala de Cirugía de Mujeres. Foto cedida por la Sociedad Gimnástica de Ulía

 

La Sala de Cirugía de Mujeres regida por ella, sería por siempre diferente en su género: limpia, ordenada, disciplinada, bien atendida. El semblante un tanto adusto de Sor Micaela, era la coraza que le preservaba de los espontáneos impulsos de su gran corazón, la experiencia adquirida a lo largo de tantos años y al servicio de los destacados cirujanos que frecuentaron su sala, ha servido a más de un principiante de orientación en el diagnóstico o de prudente aviso ante la decisión trascendental a tomar.

 

“Dicen –comentaba dolida– que aquí nunca se han hecho grandes cosas y, sin embargo, yo veo que los cirujanos de más prestigio de San Sebastián han trabajado en estas salas, si no se han formado en ellas, y no le falta razón. Nuestra ciudad, ciudad privilegiada en cuanto al plantel de médicos que puede exhibir, no ha tenido años atrás, sino dos centros de auténtica formación médica; el Hospital Civil y la Clínica San Ignacio, y ambos han rayado siempre a gran altura. En ellos se muestran o de ellos han salido la mayoría de las figuras de nuestra medicina contemporánea; tanto más las de tiempos pasados.

 

Foto 8 Autoridades, Médicos, Practicantes e Hijas de la Caridad en el patio del Hospital Civil de San Antonio Abad, 1931

 

Gran esfuerzo cuesta a la mente el concentrarse ante los Misterios de la Misa que va celebrando don Martín; vuela incesante hacia atrás… Se agiganta en la contemplación la figura de Beguiristaín, el clínico impar, el caballero que supo sufrir en silencio las injustas amarguras que se le impusieron, el gran maestro de una medicina sincera, asentada en la diaria observación del enfermo y no en la recopilación de datos auxiliares tantas veces solicitados por desconocimiento o por pereza mental, inútil empeño el de dejar de pensar ante este Sagrario –“que bien pocas veces se volverá a abrir aquí”, como decía Sor Emilia– en aquellos buenos amigos, Manolo Larrea, promotor de la psiquiatría en San Sebastián, Juan María Arrillaga, fundado de la Maternidad de San Sebastián también desaparecida, y Antonio Linazasoro de las mejores personas con quienes uno tropieza en la vida, al cual todos hemos recurrido para cubrir una guardia que molestaba a nuestros planes, y que siempre encontrábamos dispuesto a hacerla.

 

Foto 9 Diario Vasco. 20 de noviembre de 1960. Última página. San Sebastián

 

Recorrido sentimental

 

Terminado el reposo, era obligado el recorrido de las dependencias inhabilitadas ya. Aquí, los cuartos de guardia, cuyas paredes tanto saben de horas de soledad dedicadas al estudio o a la lectura, de simpáticas tertulias, y algunas partidas de mus… ¿A dónde habrán ido a parar el sillón de terciopelo rojo vecino a la estufa, la mesa de mármol de las suculentas comidas, el teléfono privado de tan buenos servicios en nuestros años de soltería, y por el que un día preguntaron al ocurrente Fernando Echauz si estaba de guardia y contestó airado que no, que estaba de médico…?

 

A, continuación la habitación de los practicantes, atentos e inolvidables compañeros, y después la Farmacia, que era el feudo de Luis Irizar, desde el día en que la dejó don Ángel Calles, silenciosas y discretas en ella –a nuestras fechas me refiero– Sor Faustina, que Dios llevó consigo, y Sor Sabina la azpeitiarra que desde el Sanatorio de la Milagrosa en Madrid, hace veinticuatro años que tiene puestos sus ojos en el cielo y en su patria chica.

 

Foto 10 Sirviendo la comida en el Hospital de San Antonio Abad. Foto cedida por la Sociedad Umore Ona

 

Sobre la mesa del despacho, la carpeta más abultada de papeles que yo había visto jamás. Irizar trajinando con microscopio, gradillas y cachivaches de cristal, mientras Mañeru, obligaba visita diaria de última hora en interminable espera, tarareaba aires de ópera o fragmentos de zarzuela.

 

El Pabellón, la obra del eminente doctor Emiliano Eizaguirre, de cuyo recinto nacieron las memorables “Jornadas Médicas” veraniegas donostiarras, nota de gran altura científica de aquellas épocas. Sala de Distinguidos, de Infecciosas, la modesta de Santa Ana, y al pie de la empinada escalera, el flamante departamento de Rayos X, modelo de su tiempo, del que podía presumir Sebastián Córdoba, capitán de la nave en su emplomada cabina.

 

En el largo pasillo continúan expuestas las ya desvaídas radiografías, testimonio gráfico de casos curiosos, y allí al fondo, parecía adivinarse la distinguida figura de aquella Sor Manuela Beguiristaín, que salió de San Sebastián para ser superiora en todas partes, hoy en Palencia y que con su voz cantarina ordenaba a Joxé: placa de pecho o, ambas caderas…

 

Foto 11 Departamento de Rayos X del Hospital Civil de San Antonio Abad. Foto cedida Cristina López Alonso

 

Por último, y para no hacer incansable esta nota, los quirófanos, la sección de Sor Emilia antes de ser superiora. Magníficos quirófanos. ¡Aquí sí que más vale no dejar correr la memoria! Horas de angustia vividas entre estas paredes, horas también de satisfacciones furtivas. La elegante severidad de don Luis Egaña, la parsimonia de Miguel Kutz tenaz y habilidoso en extremo, las primeras armas en el servicio de don Luis Ayestarán, la extraordinaria pericia de don José María Zuriarraín, a quién con gran admiración sorprendimos un día practicando en él, completamente sólo, toda una resección de estómago con anestesia local y con brillante resultado…

 

Aquí quedan las instalaciones, muchos testigos de mil hazañas quirúrgicas, que en pleno rendimiento se han hecho inservibles para realidades modernizadas. Un día ya próximo, saltarán en pedazos estas salas, construidas en su ampliación y distribución, con una visión del futuro cuya comprobación no les ha sido concedida. “La mano de la divina Providencia lo ordena todo”, nos decían las Hermanitas de la Caridad en su santa pero dolida resignación, que por lo visto, estamos muy lejos de alcanzar.

 

La mañana iba para adelante y era necesario dar el último adiós a Manteo, junto a la portería bajo dos placas de mármol que recuerda a beneméritas Hermanas de la Caridad, no lejos de las ampliaciones fotográficas de los directores pasados: Hilario Gaiztarro, Juan José Celaya San Miguel, Modesto Huici y los sucesivos; parecía imposible el terminar la conversación. Las casillas de las personas de guardia, capellán, médico, practicante, vocal de turno, estaban vacías.

 

Foto 12 Sala de hombres del Hospital Civil de San Antonio Abad. Foto cedida por la Sociedad Umore Ona

 

Una de nuestras forzosas miradas al entrar de guardia iba dirigida hacia el nombre del vocal. Era en los años de la República. Sea que el estrato social en el cual los vocales de la junta desarrollaban sus actividades privadas fuese más próximo al de los enfermos ingresados, sea por los afanes reivindicatorios que ostentaban, sea por la suspicacia con que juzgaban a quienes sabían ideológicamente contrarios, quienes a su vez les correspondían con igual moneda, el hecho es que nunca hubo junta que de tal manera se interesase por los problemas del hospital y que estuviese más pendiente de la incidencias de cada día, con indudable ventaja para los enfermos y pese a los disgustos o contrariedades que nos deparaban a los demás.

 

Eran tiempos en los que como de antiguo, tres gallinas enriquecían el caldo diario de los pacientes hospitalizados, en los que el director se presentaba, en una bandeja, la comida que se iba a servir y que más de una vez probábamos en nuestras respectivas salas para juzgar de su preparación o de su sazón. Era también cuando se prohibió el rezo colectivo del rosario que habitualmente se hacía en las salas antes de la cena, porque no a todos agradaba… y, sin embargo, -añadieron las Religiosas Hijas de la Caridad- fue la Junta que un día de Reyes –el único- nos obsequió a cada religiosa con una medalla de plata de la Virgen del Carmen; no sería justo callarlo.

 

Foto 13 Hospital Civil de San Antonio Abad u Hospital de Manteo. Foto cedida Cristina López Alonso

 

Estábamos ya cerca de la puerta. Frente a la centralilla del teléfono se echaba en falta la simpática figura de Sor Lorenza, que tantas clavijas tenía que mover para localizarnos en nuestras andanzas por toda la casa. Pero allí seguía el sillón de paja en el que las dos Hermanas de guardia, con su pulcra toquilla blanca de punto cruzada sobre el pecho, descansaban a intervalos de sus rondas nocturnas.

 

Desde esta entrada vemos hace ya muchos años, avanzar paulatinamente las brigadas de obreros que nos cortaron el acceso al Hospital por la cuesta de las Oblatas, al abrirse la hoy Avenida de Navarra.

 

No podíamos sospechar entonces y aún ahora cuesta creerlo, que el mismo pico demoledor va a clavar su aguda punta, sin piedad en las entrañas de nuestro querido Hospital de Manteo.

 

Permítaseme a mí –y confío en no encontrarme sólo- el llorar al calor de los recuerdos, la prematura desaparición del Santo Hospital Civil de San Antonio Abad.

Doctor Ignacio María Barriola Irigoyen

 

Agradecimientos

Esteban Durán León

Eduardo Ayestarán Eguiguren

Luis Ayestarán Eguiguren

Diario Vasco

Fototeka Kutxa

 

Foto 14 Derribo de los pabellones del Hospital Civil de San Antonio Abad, 1960

 

Bibliografía

Diario Vasco. Dr. Ignacio María Barriola. Año XXVI. Número 8.063. Domingo, 20 de noviembre de 1960. Última página. San Sebastián

 

La Memoria del Hospital San Antonio Abad de San Sebastián 1907. Publicado el martes día 20 de junio de 2017

http://enfeps.blogspot.com.es/2017/06/la-memoria-del-hospital-san-antonio_20.html

 

Diario Vasco. Mikel Gurpegui. La Calle de la Memoria

http://www.diariovasco.com/v/20111216/san-sebastian/cafe-leche-hospital-antonio-20111216.html

 

(1) 50 Años de la desaparición del Primer Hospital de San Sebastián. 1ª Parte. Hospital Civil de San Antonio Abad. Julio 1960. Publicado el domingo día 18 de julio de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/07/1-50-anos-de-la-desapricion-del-primer.html

 

(2) 50 Años de la desaparición del Primer Hospital de San Sebastián. 2ª Parte. Hospital Civil de San Antonio Abad. Julio 1960. Publicado el sábado día 24 de julio de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/07/2-50-anos-de-la-desaparicion-del-primer.html

 

(3) 50 Años de la desaparición del Primer Hospital de San Sebastián. 3ª Parte. Hospital Civil de San Antonio Abad. Julio 1960. Publicado el domingo día 08 de agosto de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/08/3-50-anos-de-la-desaparicion-del-primer.html

 

(4) 50 Años de la desaparición del Primer Hospital de San Sebastián. 4ª Parte. Hospital Civil de San Antonio Abad. Julio 1960. Publicado el sábado día 21 de agosto de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/08/4-50-anos-de-la-desaparicion-del-primer.html

 

(5) 50 Años de la desaparición del Primer Hospital de San Sebastián. 5ª Parte. Hospital Civil de San Antonio Abad. Julio 1960. Publicado el sábado día 29 de agosto de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/08/hospital-civil-de-san-antonio-abad.html

 

Foto 15 Sala de mujeres del Hospital Civil de San Antonio Abad. Foto cedida por la Sociedad Umore Ona

 

Manuel Solórzano Sánchez

Graduado en Enfermería. Osakidetza, Hospital Universitario Donostia, Gipuzkoa

Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF

Miembro de Enfermería Avanza

Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos

Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería

Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería

Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.

Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)

Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA

Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019

Sello de Correos de Ficción. 21 de julio de 2020

masolorzano@telefonica.net