sábado, 27 de febrero de 2010

HISTORIA DEL BASTÓN

De origen incierto, la palabra “bastón” designa, según la Real Academia Española de la Lengua (22 edición 2001), a la “vara de una u otra materia, por lo común con puño y contera (pieza, comúnmente de metal, que se pone en el extremo opuesto al puño del bastón) y más o menos pulimento, que sirve para apoyarse al andar”. En esta amplia definición se dan cabida numerosos artilugios que se conocen con el nombre de bastón. Otra definición es “insignia de mando o de autoridad”, generalmente de caña de Indias.
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En el mundo simbólico, el bastón presenta una dualidad, como apoyo y como instrumento de castigo. En palabras de Frazer, <la natividad del bastón del sol”, pues, como el día y el calor iban en disminución, suponían que el astro necesitaba un bastón en que apoyarse>>. Dalí recupera este mito en numerosas obras en las que aparecen las muletas. No son más que puestas en práctica del principio fundamental del simbolismo, en el que se consideran correlativas e intercambiables tanto las posibilidades materiales como espirituales de una forma – situación dada. El bastón, utilizado como arma, se representa ya en la mitología cuando Edipo mata a su padre, Layo, con un bastón y, en general, se identifica con la maza, el arma real.
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Desde el principio de los tiempos, el bastón ha acompañado al ser humano en su evolución. Como fiel compañero de viaje, en los desplazamientos de los grupos de cazadores recolectores, los bastones serían elementos utilizados habitualmente. Fuertes ramas de árboles cuyas maderas son resistentes y moldeables, largas cañas de azúcar, juncos resistentes y varas fabricadas a partir de huesos largos de animales serían, entre otros, los materiales favoritos a la hora de fabricarlos, por su peso moderado y su fácil manipulación. En el arte Paleolítico destaca el bastón de mando, realizado con asta de cérvido, casi siempre decorado y con una o más perforaciones en un extremo. Se le asigno ese nombre porque durante mucho tiempo se la ha atribuido una función mágica o de autoridad, creyéndose que podía haber sido usado a modo de cetro, amuleto o instrumento ritual.

En Cantabria, a escasa distancia de Ramales, se encuentra Cullalvera, una cueva de grandes dimensiones en las que se encuentran algunas pinturas de la época Magdaleniense que representan caballos, y un conjunto homogéneo de puntuaciones, claviformes y bastones en rojo y negro. La cueva del Pendo ha proporcionado abundantes piezas de arte mobiliar, algunas de ellas de una calidad extraordinaria, destacando los famosos bastones de mando.
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En Egipto, los bastones también forman parte de numerosas representaciones, tanto en el uso de varas por parte de soldados o trabajadores, como elemento de mando de los emperadores de las distintas dinastías, como Ramses I, quien llegó a tener una importante colección de bastones de paseo, doce de los cuales se encuentran representados en las paredes del templo de Karnak. Los reyes asirios, los emperadores romanos, los pueblos orientales, las culturas centroamericanas han utilizado el bastón, más allá de uso práctico, como elemento de representación de poder.

En la Grecia clásica. Los éforos (gobernantes) espartanos transmitían sus instrucciones a sus estrategas (generales) utilizando el bastón, el escitalo. El historiador griego Plutarco describe el escitalo o scitala espartana como una vara de la que se preparaban dos o más bastones idénticos. Las órdenes se escribían en una tira de pergamino o papiro enrollado a lo largo del bastón. Desenrollada, solamente contenía una sucesión de letras inconexas que se enviaba al destinatario; para poder leer el mensaje, éste debía tener en su poder una copia del bastón, ya que al colocar de nuevo la cinta en el bastón aparecía el mensaje.

En la artesanía bizantina destacaban las tallas de marfil con representaciones de imágenes cristianas en las que los ángeles portaban el bastón representativo del poder de Dios. Más tarde, la iglesia adoptaría el bastón como símbolo del camino de Dios, como elemento representativo del camino guiado, hasta convertirse en el báculo pastoral, el utilizado por los obispos como pastores espirituales del pueblo creyente. Confucio y Buda también han sido representados con bastón, al menos en el arte occidental.
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En el libro del Éxodo 7:10 se puede leer: “Moisés y Arón fueron al faraón e hicieron lo que Yavé les había mandado. Arón arrojó su cayado delante del faraón y de sus cortesanos, y el cayado se convirtió en serpiente”, y más adelante, en el capítulo 14, versículo 16: “Tú alza tu cayado y tiende el brazo sobre el mar, y divídelo para que los hijos de Israel pasen por en medio, en seco”. En el Nuevo Testamento, las alusiones se repiten en el evangelio según San Marcos 8:6: “y le encargó que no tomasen para el camino nada más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinturón”.

Durante la Edad Media, el bastón se convirtió en un elemento habitual utilizado por los peregrinos y cruzados que viajaban de una tierra a otra. En ese momento, el bastón era un fuerte palo de madera, en ocasiones terminado en una pieza de metal, que no sólo ayudaba en el caminar, sino que permitía defenderse de posibles ataques de animales e inesperados bandidos.
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Kate-zahl fue un profeta del pueblo tolteca que vaticinó la conquista por los aztecas y la llegada de hombres blancos y barbudos armados con bastones de fuego.

Entre 1150 y 1170, el bardo alemán Wolfram Eschenbach se suma al enigma de “Parsifal o la Historia del Grial”, creado hacia 1140 por el trovador Chretien de Troyes, con un poema titulado “Vida y Milagros de Parsifal”, en el que relata una historia sobre la custodia del Santo Grial y de un Bastón de Mando, al parecer un bastón negro de basalto pulido, de una antigüedad de 8.000 a.C., un bastón mágico conocido entre las sociedades secretas como “Piedra de la Sabiduría”, “El bastón de Mando” o “Piedra que Habla”, objeto olvidado entre quienes se obsesionaron y orientaron su búsqueda en exclusiva al Grial.

Hacia el siglo XVI, el bastón se convertiría en un signo de distinción de la clase privilegiada, y muchos retratos de eminentes personajes aparecen acompañados de bastones. Algunos son sencillas varas de madera, mientras que otros representan sofisticadas tallas de madera y metal que contienen diferentes elementos simbólicos de riqueza y poder. Carlos V de Francia tuvo una importante colección de bastones. Más tarde, en el siglo XVII, Enrique VIII y muchos de los nobles de su corte acostumbrarían a mostrar bastones en la mayoría de los retratos que les fueron realizados.

El descubrimiento de América aumentó el número de creaciones, ya que las maderas hasta entonces desconocidas permitían crear nuevos ejemplares más exóticos, a los que se les podía añadir oro y piedras preciosas. Con el tiempo los bastones se convertirían en un signo distintivo de la aristocracia europea del Renacimiento y los siglos posteriores. El bastón, entonces, pasó a ser requisito imprescindible en la moda de la época. Luis XIII de Francia fue uno de los grandes amantes de los bastones, desarrollando una importante colección, y al cardenal Richelieu se le atribuyen algunos de los más extravagantes. De este modo, los bastones se convirtieron en excelentes ejemplos de arte de joyería, al incorporar piedras y metales preciosos a su elaboración.
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El 31 de mayo de 1680, Luis XIV regaló a Madame de Maintenon uno en el que aparecía inscrita la fecha del presente. El rey Federico I de Prusia dejó en herencia docenas de bastones a su heredero, Federico Guillermo I, muchos de ellos decorados con espléndidas piedras preciosas. Napoleón también fue un amante de los bastones y contó con una importante y elaborada colección; Rousseau contó con más de cuarenta, y Voltaire llegó a poseer más de setenta y cinco ejemplares.

El aumento de la demanda provocó que hacia 1851, Hamburgo, Viena y Berlín se convirtieran en estratégicos centros de creación de bastones, con numerosos empleados dedicados a su elaboración. La familia Meyers se especializó en maderas y diseños procedentes de China, países árabes y especialmente Egipto, consiguiendo imponer una moda en París, Londres, Nápoles o Madrid.

Hacia 1870, la manufactura inglesa pasaría a convertirse en una fuerte competidora. Publicaciones en el Chamber´s Journal de la época demuestran la dedicación e importancia que iba consiguiendo el mundo del bastón. Además de la incorporación de cada vez más numerosas y variadas maderas procedentes de distintas especies de árboles, comenzaría la elaboración de bastones con el uso de nuevos materiales: marfil, caparazones de tortuga, cuernos de rinoceronte, huesos de animales y pieles de serpiente, entre otros. Hacia finales del siglo XIX, una tienda inglesa podía llegar a vender más de medio millón de bastones en un año y más de 4.000 personas trabajaban en la creación de bastones en Inglaterra. América, Australia, Sudáfrica y Jamaica se convirtieron en los principales suministradores de maderas como materia prima para la creación de bastones.
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En Estados Unidos, los primeros que incorporaron los bastones fueron los californianos y, desde allí, la moda se extendió a Chicago y Nueva Cork. Para distintos presidentes, el bastón se convirtió en un símbolo particular. George Washington dejó a su hermano Charles el bastón dorado que Benjamín Franklin le había dejado a él en 1790. James Madison dejó dos bastones, uno de ellos donado por Thomas Jefferson.

En la actualidad, el bastón no sólo es un signo de distinción de las clases más adineradas. Los hombres del campo siguen utilizándolo en tareas de pastoreo, o como bastones de paseo para las personas mayores, cuyo uso facilita el caminar. Los bastones son útiles y necesarios en la práctica de numerosas actividades, como el senderismo, y deportes, como el esquí, el golf o el cricket. Sin embargo, dependiendo de su elaboración, de las características que el bastón manifieste aún hoy día es signo para aquellos sofisticados personajes que gustan de abrazar su bastón como fiel compañero.

Antxon Aguirre Sorondo ha recopilado varios ejemplos de las distintas aplicaciones del bastón en su Trabajo “Palos, bastones y makilas”, publicado en los “Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra”. Además de mostrar su uso primitivo como arma de defensa y ataque, el bastón era un instrumento adecuado para cazar animales y para defenderse en situaciones de riesgo. Más tarde, se convirtió en un útil para el trabajo, para estimular a los animales, para medir y como apoyo al andar. Hoy es el protagonista de varios juegos, canciones y ritos de la cultura de muchos países.
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El jaybanismo es la forma de chamanismo practicada por los indios chocóes que habitan el darién panameño y el Chocó colombiano. El jaybaná o chamán no tiene ninguna fuerza curativa si no lleva consigo sus bastones, fabricados por él mismo, bajo la dirección de su maestro, con madera de cocobolo o corazón de bársano o níspero, que en su lengua es tummá o barra. Estas maderas son muy duras y la elaboración de los bastones resulta muy laboriosa. El extremo inferior del bastón o contera se reviste con una lámina de plata batida en frío y el extremo superior o empuñadura (chiporó) está rematado por una talla antropomorfa representando generalmente un hombre vestido a la usanza de un caballero del siglo XIX, con sombrero de copa y levita, las manos cruzadas sobre el abdomen o extendidas a lo largo del cuerpo.

Otros bastones representan con gran exactitud el cuerpo y la forma de una culebra. Los bastones son compañía inseparable del jaybaná mientras canta o celebra alguno de los ritos curativos ante un paciente. LA misión de estas tallas es capturar a los espíritus malignos para que pueda tener lugar la curación.
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En Tlaxcala (México), la familia Molina de Tizatlán ha transmitido su arte desde sus abuelos hasta sus hijos, dedicando toda su vida a la talla de madera. Los tizatlecos crean con gran habilidad verdaderas piezas de arte, como sus famoso bastones, posiblemente los únicos supervivientes de una milenaria tradición de los antiguos mexicanos, no sólo para uso de los ancianos, sino como símbolo de poder, tanto terrenal como divino, o como augurio de larga vida para los nacidos bajo la protección del dios que corresponda a la fecha.

En Tarragona (España) es característico “el Ball de Bastons”, una danza de tipo guerrero, feminizada por el vestuario, que consiste en hacer chocar, construyendo diversas figuras coreográficas, los dos bastones que llevan cada uno de los bailarines situados en dos filas paralelas que avanzan a medida que bailan.

Actualmente, creadores como Marcelo Toledo, con un largo y fructífero camino en el arte de la orfebrería, son capaces de transmitir al bastón su sello personal. Son piezas únicas e irrepetibles, que conservan las mismas técnicas artesanales con que se trabajaba en la antigüedad, obras en metales preciosos, en plata y oro.
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La Historia del bastón está llena de ejemplos, cuando menos curiosos, de los usos que el ser humano ha dado a este instrumento capaz de ser complemento en el vestir, elemento de medida, arma de defensa, instrumento de juego, artículo mágico y, sobre todo, fiel compañero.

MAKILA VASCA

“Dondequiera que vaya un navarro o un vasco se cuelga del cuello un cuerno como un cazador, y acostumbra a llevar dos o tres jabalinas, que ellos llaman auconas (azconas)". Guía del peregrino Medieval (Siglo XII).

La makila es desde antaño amiga fiel del vasco. Unida a su mano, como arma en situaciones de riesgo, punto de apoyo en trabajo y el paseo, y protagonista de celebraciones y fiestas. La makila vasca tiene su origen en las aguijadas que se utilizaban para estimular a los bueyes, pero hoy se ha convertido en amiga de los caminantes y símbolo del poder y del respeto. Por eso, existe la costumbre de regalar una makila a aquellas personas que se acercan hasta el País Vasco o a aquellas otras a las que se pretende honrar.

Hoy sólo un artesano vive de fabricar makilas o bastones vascos en el Sur del País Vasco. Iñaki Alberdi las fabrica desde hace años, usando para ello madera de níspero, fundamentalmente. Durante la primavera o el verano, Alberdi con una herramienta especial efectúa unas heridas en la piel de las ramas de los nísperos. Cicatrizando esas heridas, el propio níspero creará formas sorprendentes en su piel. Describimos aquí la historia de la makila, su proceso de elaboración, y todo el entorno que rodea al símbolo y al oficio paciente y especial de su creador.
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Se puede decir que el palo o bastón es un elemento internacional. Pero la makila vasca tiene también sus características especiales. Se ha convertido en símbolo de la amistad y reconocimiento de los vascos. Los alcaldes y presidentes vascos reciben aún sus makilas, como señal del poder que ostentan. Y diversos personajes famosos que se han acercado al País Vasco han recibido por parte de los mandatarios vascos una makila como regalo.

Como nos decía en su trabajo Antxon Aguirre Sorondo, a los términos euskéricos Makil, Makila, Makill, Makhil, Makhila, Bastoi, Bastoin, Zaimakila, Kana, Mako, Zigor y Kasta, que designan el bastón y sus variantes, corresponden en castellano un no menos amplio surtido de significantes de las diferentes modalidades del mismo elemento: apoyo, arrimo, báculo, bastón, bengala, cachava, cachavona, cayada, cayado, clava, croza, estaca, gancho, garrota, garrote, gayata, macana, palo, roten, tiento, vara, etc.

Empezando por el principio, la prehistoria nos ha dejado una serie de bastones, decorados o no, llamados "bastones de mando" a pesar de que no esté demostrada su función original (para algunos intérpretes son simples broches para atar las pieles al cuerpo, trofeos de caza o instrumentos de hechicería, mientras que para otros su simbología evidencia autoridad). Sí se constata claramente, por contra, que eran elementos de gran importancia dentro de las comunidades paleolíticas. Se trata de una especie de puños de bastón fabricados con hueso de cuernos de reno o venado, con entre uno y cuatro agujeros, y grabados que representan escenas semejantes a las rupestres. Su datación abarca los periodos solutrense y magdaleniense.
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Los textos bíblicos están empedrados de manifestaciones del poder de Dios mediante varas y bastones. En la memoria de todos está la vara de Moisés, por la que el pueblo Judío reconocía el auxilio de Jehová a su causa: convertida en serpiente, devoró las varas de los magos falsarios (falsas varas para falsos poderes); transformó las aguas en sangre e hizo brotar agua fresca de la roca de Horeb; tras tocar el suelo y elevarla al aire, surgieron nubes de mosquitos, un terrible granizo y, finalmente, una plaga de langosta; al blandirla separó las aguas del mar Rojo. Y no sólo eso, pues cuando surgieron diferencias entre los hijos de Israel sobre el sacerdocio en la familia de los levitas, el Señor ordenó a Moisés reuniese trece varas de almendro (material del que se hacían los bastones y cetros en Palestina), una por cada tribu, escribiese el nombre de Aaron en la vara de la tribu de Leví, y las depositase en el Tabernáculo del testimonio. Al día siguiente, se encontró que la vara de Aaron había florecido, con lo que la elección divina para el sumo sacerdocio recayó en el hermano mayor de Moisés. De aquí que San José, en tanto que descendiente de la tribu de Leví, porte siempre una vara o palo florido.

De Grecia se transmitió a Etruria, hecho plasmado en bajo relieves y pinturas murales de ese período. En Roma, al margen de los ya mencionados símbolos de dignidad o mando, tan sólo persistió la rudimentaria vara, esto es, una rama cortada de un árbol y despojada de tallos y hojas, entre enfermos, ancianos y mendicantes.

Pero como adorno o elemento de lujo, el bastón no vuelve hasta último tercio Edad Media. Entre los siglos XIII-XV alcanza su máximo esplendor en potencias o bastones de San Antonio; muletas en "T" o bastones abaciales; bastones blancos de los apestados; bastones de chantre; bastones de iglesia; bastones de escucha, característicos de los escuderos escuchadores (así llamados por su misión de escuchar y transmitir las impresiones de los caballeros durante el combate); bastones de oficios, que los servidores de Francia llevaban como signo de fidelidad a su monarca y a cuya muerte arrojábanlos a la tumba.
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Es así que el útil y el símbolo con frecuencia se confunden o yuxtaponen, y lo que en principio fue punto de apoyo para cuerpos cansados o decoro de los más presumidos, adquiere naturaleza ritual. Es el caso, por ejemplo, del avisador de los teatros que todavía hoy en muchos países dan tres golpes de puntero antes de iniciarse la función, lo que constituye (en la Era de las telecomunicaciones) un residuo ritual de orígenes mucho más prosaico. O el de los silenciarios, personajes que en los templos vigilaban, bastón en ristre, la compostura y el recogimiento de los feligreses durante los oficios; y también podemos incluir en este grupo a los responsables de la custodia de los bastones de cofradía y de llevarlos solemnemente en las procesiones, llamados bastoneros.

"En Améscoa, únicamente llevaban bastón los curas cuando iban de paseo. Los pastores usaban y siguen usando un palo liso. Los tratantes una varita, generalmente de fresno, con una correa en la empuñadura, para atarla en la muñeca. Los ganaderos usaban la churra. Es la churra un palo de olivastro con su raíz, que es muy gorda (muy leñosa) y se procura que tenga forma de pera".

Pero además de todas estas sencillas aplicaciones del elemental palo, existen otras mucho más sofisticadas, que no ha lugar describir aquí pero que mencionamos por su originalidad: el bastón estoque; el bastón escopeta; el bastón de pesca (que evolucionó hasta la caña de pescar); el bastón lámpara (con lamparita, pila y conmutador); el bastón soporte (de fotógrafos). Y, típico elemento del siglo XIX, ¡el bastón-pitillera!.
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BIBLIOGRAFÍA
Historia del bastón. Ruth Fraile Huertas. Doctora en Ciencias Biológicas. Universidad Autónoma de Madrid. 2004
Que es la Makila
http://www.argia.com/makilak/indexes.htm
“Palos, bastones y makilas” publicado en los "Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra". Autor Antxon Aguirre Sorondo
http://www.euskonews.com/0148zbk/gaia14806es.html

Agradecimientos
Antxon Aguirre Sorondo
Javier Cortina Izeta
Laura Fernández-Mijares Sánchez
Carlos Fernández-Mijares Sánchez
Ruth Fraile Huertas
Andrés Peña Arrebola
Ángel Sotorrio Pérez
Laboratorios Bristol-Myers Squibb

FOTOS
FOTO 001. Dalí.
http://comunidad.uem.es/blogfiles/arodriguez/Dali.jpg
FOTO 002. Cantabria. La Cullalvera
http://www.uned.es/dpto-pha/mapa2/Cantabria/Cullalvera/cullalvera01.jpg
FOTO 003. Egipto.
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FOTO 004. Bastones colección privada
FOTO 005. Fotomontaje. Moisés, San José Obrero y San Nicolás.
FOTO 006. El General Manuel Belgrano, entrega el Bastón de mando a Santa María de las Mercedes, tras la Batalla de Tucumán (Argentina), el 24 de Septiembre de 1812.
http://www.tibau-producciones.com.ar/belgrano%20y%20virgen%20de%20la%20merced.JPG
FOTO 007. George Washington
http://www.guanaquin.com/revista/2004/190904/fotos/he1.gif
FOTO 008. Óleo
http://img56.imageshack.us/i/img1949.jpg/
FOTO 009. Bastones colección privada. Laura y Carlos Fernández-Mijares Sánchez
FOTO 0010. Fotomontaje.
FOTO 011. Makila
http://www.argia.com/makilak/indexes.htm
FOTO 012. Chamán. Colección privada, Manuel Solórzano
FOTO 013. Fotomontaje. Obispo de San Sebastián con su báculo.
FOTO 014. Bastones colección privada. Manuel Solórzano
FOTO 015. El famoso lienzo de Goya “Riña de garrotazos”
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/2b/Ri%C3%B1a_a_garrotazos.jpg
FOTO 015. El famoso lienzo de Goya “Riña de garrotazos”

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
masor@telefonica.net
Etiqueta: Historia de la Enfermería

domingo, 21 de febrero de 2010

LA MEDICINA POPULAR EN EL PAÍS VASCO (2º PARTE)

Ungüentos y emplastos
Los ungüentos y emplastos, ocupan un lugar preferente entre los remedios utilizados por los curanderos, por tal razón son conocidos como “emplasteros”. Aceite, grasas, sal, ajo y hierbas eran manejados con destreza y no a ciegas, sino con perfecta discriminación de las especiales virtudes atribuidas, desde remotos tempos. Con éstas, previa selección, se confeccionan los más diversos mejunjes cuya virtud, en la mayoría de los casos, está más relacionada con la forma de su aplicación que con la naturaleza de los ingredientes.

Al otro lado del Pirineo, en el lado francés se preparan cierto número de ungüentos que, en gracia a similar virtud, reciben la genérica denominación de “tirantak” que significa atraer, y están constituidos de mezclas de sebo, cera, resina y otros productos. Los curanderos utilizan y saben usar una gran cantidad de hierbas, encontrándoles a todas ellas muchas aplicaciones.

Empezaremos con las “pasmo-belarrak” que son las hierbas del pasmo, y abarcan varias especies, utilizándolas con profusión en toda lesión infectada, así como también la “urtsubelar” o agrémona. Las hojas de “illar-ondokoa” (Arum-aro) mezcladas con aceite y envueltas en una hoja de berza, hacen madurar el forúnculo si ha estado previamente colocadas sobre la brasa del hogar. La “belar-beltz” o “us-ostoa” es la escrofularia y tiene múltiples aplicaciones en las escrófulas (proceso infeccioso que afecta a los ganglios linfáticos, sobre todo a nivel del cuello), cortaduras y quemaduras, y por extensión en los diviesos e incluso en las afecciones cancerosas.

La “txoribelar” que es la hierba cana que se utiliza en los panadizos y flemones. La herida mal cerrada, se abrirá para su perfecta curación con un emplasto de “sardin-belar” o botón de oro. Con análogos fines se emplean también “aingeru-belarra”, “iñuntsi-belarra” o tamujo, la cebolla caliente, la “suhar-belarra” o valeriana y el “orkats-osto” o madreselva. El eléboro “lipu-belar” en el carbunclo, y la quelidonia “zarandonabelar” en las cortaduras.

Un viejo curandero de Pasajes (Gipuzkoa), que gozó de mucha fama en su pueblo y alrededores, nos contó sin ningún reparo lo que él hacía y nos dio una lección acerca del tratamiento de las heridas y la preparación del emplasto que le proporcionó renombre y fortuna, aunque los emolumentos y donativos de la época estaban lejos de parecerse a los que hoy perciben los cofrades.

Según él, no es cierto que la presencia del mar empeore las heridas, ya que por si tienden a hacerlo todas ellas. Cuando no es bien cuidada, “se pasma” y en tal caso, nada mejor que un emplasto para curarla en pocos días. Mas a fuerza de sincerarse, nos confiesa que no es obra de su invención, sino que posee la fórmula de la mejor curandera que ha habido por estos contornos, “Antzilleko Bixenta”, la Vicenta del caserío Antxille, de Oyarzun, hoy en día ya fallecida.

Nos describe la minuciosa preparación del famoso emplasto: se cortan en trocitos trece especies distintas de hierbas, escogidas en el campo por él mismo y cuyos nombres no conoce, o no quiere que nosotros las conozcamos. Las hierbas bien cortadas se mezclan con gran cantidad de ajos; se machacan bien y se prensan en un torno para exprimir el jugo que debe recogerse. Se añaden a éste grasa de gallina y manteca de cerdo, aceite y resina líquida. Se coloca todo en una caldera, a fuego lento, y se agita sin interrupción durante dos horas hasta que adquiera una consistencia siruposa. Obtenido así el ungüento se extiende en un trapo de hilo, con preferencia de gasa, ya que los agujeros de ésta lo alteran, y se coloca sobre la herida, previamente lavada con agua (a partes iguales con agua oxigenada en los últimos años); así se hace varios días hasta lograr su curación. Innumerables cantidad de heridas ha curado por este procedimiento al que no se resisten ni el carbunclo (enfermedad contagiosa) que más de un médico ha querido abrir antes de su intervención. Para curar nos dice, que le basta con su emplasto; “el cuchillo para los cerdos”……añade como colofón.

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Conocemos la composición de otro ungüento, muy reputado entre los pescadores donostiarras para lograr la curación de todo tipo de heridas o rozaduras, estén o no infectadas: se pone media libra de aceite con diez cabezas de ajo, que se retiran al entrar el aceite en ebullición; se añaden a éste seis onzas de cera virgen que se funden en él y unos polvos de minio. El ungüento negro resultante se conserva en latas. Su principal mérito radica probablemente en la impermeabilización procurada por la cera fundida y que aisla la herida del medio exterior; lo mismo que sucede con la pez de los zapateros.

No nos parece tan clara la acción de la “piel de culebra” untada en aceite, como la empleaban los curanderos de Régil (Gipuzkoa), en cambio nos cuenta Aita Barandiarán que allende la frontera, se emplea la piel de serpiente para facilitar la extracción de una espina clavada, colocándola sobre ella. Lo mismo que se logra poniendo aceite y cubriendo con una venda, o bien untando con “urdemiña” o bilis de cerdo, que ha de ser macho precisamente. La acción de la “zarandona-belarra” o quelidonia, acaso pueda atribuirse al poder astringente de su jugo amarillo.

Gozó de gran predicamento el bálsamo de Malats, con el que el famoso Petrequillo se empeño en curar la herida que terminó con la vida del General Zumalacárregui. Su complicada preparación merece ser citada. En una vasija de vidrio de ancha boca se colocan, en determinada y bien conocida proporción, flores de romero, manzanilla y cantueso en buena cantidad de aceite y tapado con un paño se abandona el recipiente al sol y al sereno, de mayo a octubre. En agosto se le incorporan frutos y hojas de balsamina, y en septiembre bálsamo del Perú. Llegado octubre, se cuela todo para dejarlo clarificar por reposo y conservarlo en frascos bien llenos y bien tapados. Se empleaba principalmente por sus propiedades de detener la hemorragia y cicatrizantes.

Azcue publica la fórmula y aplicaciones de un prodigioso bálsamo casero que lo conoció por un oriundo de Ceánuri (Oficialmente hoy Zeanuri, Vizcaya). Este preparado tenía más resultados publicitarios que terapéuticos, decía así: “se emplea el bálsamo casero para curar catorce enfermedades. Consistía en azumbre y media de alcohol extraído a maíz y cebada, 150 gramos de “óleos zucotrino”, 50 de incienso, 50 de mirra, otros 50 de hierba de prados, 12 de lirio silvestre. Se mezclarán todos, bien desmenuzados en una gran botella de vino. Junio era uno de los mejores mese para hacer este remedio. Téngase en la botella agitando a menudo hasta que pase agosto, para dar después como se debe a cada enfermo”.

Hemos visto tratar en un caserío cercano a una niña que se había herido en la cabeza, aplicándole emplasto de caracoles, recogiéndolos en el momento, creyéndola dedicada a finalidades gastronómicas más provechosas. La herida, como no podía menos, se ha infectado y la niña ha ido a parar a manos de un cirujano.

Emplastos y ungüentos se emplean en todos los procesos supurativos, cualquiera que sea su localización. Nuestro viejo curandero se jactaba ante mí de haber evitado una trepanación de mastoides a consecuencia de una otitis supurada, que curó en pocas horas gracias a la aplicación de un emplasto hecho con “pasmo-belarra”, “zain-gorri”, ajo, aceite y vino.

Para el “zingirio” o panadizo citaremos diversos tratamientos manejados por el pueblo. Influye en ellos el calor, húmedo o seco, en forma de agua hirviendo en la que se mete el dedo enfermo, tres, siete o nueve veces, o bien, cinco, siete o nueve veces, según los lugares; de cebolla calentada y ablandada, pan muy caliente mojado en leche, o bien hiel de cerdo templada; quemando, bajo ceniza, cebolla con un poco de aceite; con emplasto de ajo y raíces de lirio, o con otro más consistente compuesto por vino, aceite, manteca, linaza, ajo, cebolla y meollo de cuajo, entre los que se encuentran bien conocidos revulsivos. Si llegase el momento de tener que abrirlo, debe hacerse utilizando una espina de San Juan, o de espino que no sea negra.

En ocasiones la acción de los emplastos es ayudada con cauterizaciones. Así en el carbunco que la gente llama aquí “karmunko”, enfermedad cuya frecuencia ha descendido notablemente, solía cauterizarse la pústula con un clavo al rojo y cubrirla después con un emplasto como el preparado con hoja de berza, lechuga, remolacha y nogal, recogido todo ello en Ceánuri, en donde además administraban al enfermo infusión de manzanilla como única bebida.

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También hemos podido comprobar que en la población rural llamaban “karmunko” a cualquiera de las formas del panadizo. En un caserío de Igara de San Sebastián nos refirieron el siguiente tratamiento, con resultados satisfactorios: se empieza por hacer sobre la lesión tres finas incisiones para meter el dedo después, y tres veces al día, en una vasija con un vaso de vino y otro de leche mezclados, que se calientan echando al líquido una “karaitzak” que son fragmentos de piedra caliza de color rojo. Cuando ha terminado la supuración, a fin de evitar o para curar la especie de espolón que suele formarse, se ponen en él, tres veces al día, tres gotas cada vez exprimidas de la “esne-belarra” que son hierbas de jugo lactescente y se cubre la lesión con emplasto de caracoles.

Más tratando de emplastos no podemos dejar de citar una de las afecciones en las que más se emplean y que es la mastitis. El autor la define como el “endurecimiento de la ubre en su base”, esta enfermedad da salida a un pus espeso. Esta afección frecuente y dolorosa, rebelde a los tratamientos simples, ha sido tratada por todos los medios de la medicina popular. Aparte de las fórmulas mágicas y amuletos utilizados contra ella, son los emplastos de los más variados, los que procuran mayor alivio. El viejo curandero describía así la enfermedad: “la mama tiene ocho venas principales, aparte de innúmeras secundarias, y al detenerse la sangre, las ocho quedan obturadas, por lo que es imposible que el proceso cure sin que se hayan abierto otras tantas bocas por las cuales se eliminen los productos retenidos…..”.

Órganos de los sentidos
Empezaremos por el Oído. Había una costumbre popular y rural de echar unas gotas de aceite para que no molestase el zumbido. Conocida esta virtud del aceite se comprenden los ritos con que se trata de reforzarla, y así se conduce a los enfermos a la ermita de San Gregorio de Albistur para que froten los oídos con el aceite de su lámpara, o se lleva el aceite en una vinajera para cambiarlo con el de la ermita de San Cristóbal de las Cruces de Aranguio, con el cual se harán las frotaciones por nueve días. Derivada de esta devoción es la de meter en el oído unas gotas de agua bendita, que alimenten al gusano que en él se encuentra (Mundaka).

La beneficiosa influencia del calor es pretendida con el vaho del cocimiento de las “belarri-bedarra” que son la jubarba, alcachofa salvaje que abunda en los tejados, o de leche hervida con una piedra caliza al rojo, o la instilación de unas gotas de leche materna, costumbre corriente en todo el País Vasco. Para evitar la infección de la oreja al poner los primeros pendientes a las niñas, es costumbre en Ceánuri mojar antes el lóbulo con saliva de ayunas; saliva que tiene múltiples virtudes. Si en el oído entran unas gotas de agua, se suele hacerla salir metiendo en el conducto una piedrecita y golpeando con otra desde fuera.

El ojo

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De las afecciones oculares es el orzuelo una de las más aparatosas y frecuentes. Ya sea que haya brotado a causa de alguna mentirijillas, según todos hemos podido escuchar en nuestra infancia; ya por avaricia (Vizcaya); porque una mujer ha tenido la discutible fortuna deque un viudo haya pensado llevarla a los altares (Baja Navarra); o que sea achacable a pensamientos o sueños en relación con el nacimiento de un niño, según modernísima interpretación psico-somática, tan aceptable como las anteriores, sin duda. Las molestias que ocasiona justifican los simples remedios que, aun con criterios contrapuestos se usan, ya que si para algunos es beneficioso el frío de una llave, o del anillo de casada o de viuda, nueve veces aplicado, o bien la savia de una rama de vid, recogida en un vaso; para otros es preferible el calor de un huevo de gallina recién puesto, que conserva la vista, por añadidura; la leche de la madre directamente proyectada por el pecho, o el mantener toda la noche sobre el ojo la media, vuelta del revés, que se ha quitado al acostarse, la cual alivia el dolor.

En cuanto a otras afecciones, en Liguinaga curan los ojos enfermos con cocimientos de la rosa centifolia. Por estos lares es frecuente tratarlos con infusiones de manzanilla y con agua de mar. Y es raro que las cocineras aguanten el lagrimeo que les provoca el picar cebolla cuando tan fácilmente podrían evitarlo con poner entre los dientes un trozo de su corteza, o poner el casquete de la cebolla encima de la cabeza.

Y para terminar diremos la curiosa interpretación que dan en el mismo Liguinaga al estrabismo “begioker” que suele achacarse al hábito adquirido por el niño de mirar desoslayo desde su cuna las ventanas abiertas.

Nariz y garganta
Para cohibirlas epistaxis o hemorragias nasales, se recurre, aun hoy, a la beneficiosa acción refleja del frío aplicado a la nuca, colocando sobre ella una llave o mojándola con agua fresca.
Se cura el mal de garganta haciendo gargarismos con infusión de hojas de zarza, o aplicando al cuello durante la noche la media del lado izquierdo, beneficiosa también para la ronquera.
Para las anginas es también de gran eficacia esta misma media, poniéndole dentro salvado asado; o bien un emplasto preparado cociendo nido de golondrinas en aceite.

Medios utilizados en Ceánuri son: el cocimiento de hierbas de pastizal, el agua de limón endulzada con azúcar, o cebada; y el beber cuatro tazas de agua de ortigas y hacer gárgaras después con agua de malvavisco, miel y vinagre. En Amézqueta recomendaban dar de comer piel de culebra bien desmenuzada y mezclada con salvado.

Saliva
La leche materna, la saliva, las deyecciones tanto humanas como de animales, se las considera, desde el punto de vista de la medicina popular, dotadas de prodigiosas virtudes y son, por tanto, utilizadas en amplia escala. Refiriéndonos a la saliva en ayunas es aún más eficaz, a juzgar por el cuidado con que en ocasiones es prescrita. Se recomienda la saliva en el herpes y antes de perforar la oreja de las niñas. Se emplea también para curar los ojos de los niños o de los mayores que tienen legañas y para frotar las crecederas. En el país Vasco Francés está recogido que cuando un niño recibe un golpe, se le unta y se frota la zona vulnerada, con saliva mientras se le canta.

Algunos Curanderos Famosos de Gipuzkoa
En el caserío “Arnoate” cuna de varias generaciones de curanderos quienes a su vez, han dado origen a reputados médicos contemporáneos que, a la práctica de sus antepasados han unido los conocimientos adquiridos en sus estudios universitarios y en un ejemplar ejercicio profesional. El último representante de los curanderos de este Caserío fue Julián, llamado “Arnobate”, cuyo recuerdo se mantiene todavía. Si remontamos dos generaciones, su abuelo era ya conocido en el arte, así como otro hermano que se estableció en Elgóibar y del que por línea directa descendieron un notable médico y el hijo de éste, renombrado cirujano contemporáneo.

El padre de Julián era también afamado curandero, con el sobrenombre de “Arnobateko” y a él acudían gentes de toda la provincia, lesionados de las minas de Somorrostro tras varias jornadas de camino transportados en parihuelas, así como “indianos” deseosos de recuperar las funciones de sus miembros semi-anquilosados a partir de viejos percances sufridos allí en las Pampas o en California. Un hermano suyo, dedicado a análogas actividades se estableció en Amorebieta y en Marquina una hermana, conocida como “Mari Arnobate” que llegó a lograr gran fama por sus curaciones. Nos han referido el tratamiento que con sorprendente éxito utilizaba en las quemaduras, que curaban con cicatrices apenas deformes, cubriéndolas con cristal finamente pulverizado. El padre de Julián no sólo preparó a su hijo para que continuase su propia ruta, sino que tuvo también otros discípulos, y que entre ellos a un colono suyo, el del Caserío “Agiretxiki”, de apellido San Martín, quien, trasladado a la Argentina, logró gran renombre y tuvo un hijo, donostiarra de nacimiento, el doctor Ángel F. San martín, Catedrático de Patología Quirúrgica de la facultad de Medicina de Buenos Aires.

Con esto llegamos al mismo Julián de Arrillaga y Alberdi, hijo menor del matrimonio de José Andrés y María magdalena, naturales de Elgóibar y Marquina, respectivamente. Nació el nueve de septiembre de 1883 en el Caserío “Arnoate” situado en el término municipal de Elgóibar, a unos diez kilómetros del casco de población, en las lindes de Elgóibar, Marquina y Motrico. Falleció a los 62 años el nueve de enero de 1917, en la primera de estas villas.

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De mozalbete le envió su padre a casa de unos parientes de Bermeo, en donde asistió a la escuela, y luego a Vitoria para perfeccionarse en el habla castellana. Más adelante, con franco prestigio logrado en años de ejercicio curanderil, el diecisiete de junio de 1896 obtuvo el título de Practicante, en Zaragoza, aún a trueque del sacrificio que, por sus escasas letras, suponían los estudios, con ánimo sin duda, de garantizar sus actividades; fue mentor suyo el doctor Pedro de Uncilla, celebrado médico de Durango, y solamente contadas personas tuvieron noticia de la posesión de este título, que Julián parecía interesado en ocultar.

Al fallecimiento de su padre, ocurrido hacia 1889, construyó, para habilitarla con su familia, una casa en Elgóibar, y estableció en ella una pensión de huéspedes que le permitía mayor libertad de actuación.

Tenía particular afición al tratamiento de las fracturas y la reducción de las luxaciones, que ejecutaba con rara habilidad. Suyo es el procedimiento de reducir la del maxilar inferior sin necesidad de ayuda alguna, ni de introducir los dedos en la boca, con sólo tumbar al accidentado sobre una tabla en la que la cabeza queda apoyada e inmóvil, y merced a un acertado movimiento de los pulgares del práctico, sobre la mandíbula dislocada. Otro de los aciertos de Julián fue el empleo de camas estrechas, de sesenta centímetros de anchura, que impiden casi toda movilidad a los fracturados de miembros inferiores y facilita la incorporación, sin ayuda, del mismo enfermo. Solía utilizar para férulas tablillas de castaño que, húmedas, no sólo se adaptan perfectamente al miembro lesionado, sino que conservan su forma con indudable ventaja para la renovación de curas. El vendaje que colocaba sobre ellas lo impregnaba en clara de huevo que le proporcionaba cierta consistencia, análogamente a la cola de zinc de uso magistral. Gran masajista, conocía además a la perfección el valor de los movimientos pasivos, una vez retirado el apósito.

Acostumbraba decir que jamás había cogido un lápiz para redactar una receta; nunca usó de brebajes ni mixturas; cuando más, recomendó el aceite de ricino o la sal de higuera muy en boga en la época y aún después. Sabía manejar emplastos o compresas húmedas calientes; en las heridas empleaba un ungüento compuesto por resina, trementina, pez y aceite. Al oír hablar de él llama la atención la auténtica intuición médica de que estaba dotado y que seguramente le impidió, más que los conocimientos teóricos logrados en su carrera, caer en los frecuentes errores que caracterizan la práctica curanderil ordinaria.

Su campo de acción se extendía, aparte de éstas provincias, hasta la Rioja, pero la mayoría de los clientes venían a buscarle a Elgóibar o a la “consulta” que estableció en San Sebastián. Por cierto que en ésta, no dejó de presentarse en cierta ocasión una pareja de policías con la pretensión de que tratase a uno de ellos, afecto de una osteitis. Aun cuando el curandero no quiso intervenir por considerar el caso más propio de un cirujano, fue conducido al Gobierno Civil y sancionado con quinientas de las antiguas pesetas. Por una vez hizo valer su título de practicante que, con el de médico de su hijo que le respaldaba, bastaron para terminar el incidente.
Gran jinete, el recorrido de Elgóibar a Donosita y regreso, solía hacerlo a lomos de su caballo con el exclusivo objeto de no pasar las noches fuera de casa.

Y una anécdota contada por su hijo del caserío “Arnoate”, y es que de regreso de una excursión a Marquina, pernoctó en él el Cura Santa Cruz, con tal fortuna que, a las pocas horas de su llegada, cayó por allí un grupo de voluntarios eibarreses a acogerse bajo el mismo techo. Mientras éstos, ajenos a tal circunstancia, pasaron la noche en la planta baja de la casa, Santa Cruz aguardaba el amanecer escondido en una habitación del piso alto de la misma.

Agradecimientos
Ignacio María Barriola

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Foto 001 La preparación de ungüentos. Grabados iluminados (1500) inspirados en "La Historial Natural" de Plinio el Viejo (23-79 d.C.) Venecia. Biblioteca Marciana. El empleo de ungüentos era frecuente en los tiempos de Celsus.
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Foto 002 Ungüentos egipcios. La belleza en el antiguo Egipto.
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Foto 003 Mal de ojo.
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Foto 004 Emplastos.
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Foto 005. Ignacio María Barriola
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
masolorzano@telefonica.net
Etiqueta: Historia de la Enfermería

domingo, 14 de febrero de 2010

MEDICINA POPULAR EN EL PAÍS VASCO

Ignacio María Barriola empieza su obra haciendo referencia y diferenciándola de las diversas prácticas empleadas por el pueblo con finalidades curativas. Intencionadamente decimos “en el País Vasco”, y no “del País Vasco”, queriendo dar a entender que estas manifestaciones populares no son, ni pueden ser, privativas de nuestro país.


Foto 001: Ignacio María Barriola


¿Qué entendemos por “medicina popular”?. El enunciado consagrado por el uso podrá no ser de rigurosa exactitud, pero expresa un concepto universalmente admitido. Concepto que encierra las diferentes prácticas, desprovistas de base científica, en su apariencia al menos, por las que el pueblo lucha por lograr la salud o la integridad de sus miembros.

La idea de “enfermedad”, como conjunto de alteraciones del organismo que ocasionan su desequilibrio, es relativamente moderna en la Historia de la Medicina, y limitada al terreno de los conocimientos científicos; excluida, por tanto, del cercado del saber popular.
La noción de enfermedad es más elevada; presupone un caudal de conocimientos, una cultura superior. La idea popular de enfermedad se ciñe más bien a determinadas manifestaciones, aparentes y aisladas, del trastorno que se refleja en el estado del paciente, sin ahondar en la naturaleza de ellas, o relacionarlas con causas desprovistas de nexo lógico con las mismas. Para aclarar estos conceptos pondremos unos ejemplos típicos: “la mareadura” de determinada herida por influencia del mar, los tratamientos de índole mágica, el poder del “aojamiento”, la acción preventiva de los amuletos e incluso de algunos productos como “el saquito de alcanfor” colgado al cuello contra la gripe, práctica de todos conocida por su generalización en la epidemia del 18.


Foto 002. Estrabón. Historiador y geógrafo

¡No penséis que vamos a presentar una verdadera Historia de la medicina popular del País Vasco desde sus orígenes hasta nuestros días!. Vana pretensión, evidente para quien sepa del silencio literario que envuelve la vida pasada de nuestro pueblo con la consecuente escasez de fuentes informativas y la importancia que en este aspecto cultural tiene la tradición oral, que olvida y deforma los materiales a ella confiados. En ausencia de datos concretos, justo será sospechar que, como para los demás pueblos del orbe en los que la influencia sacerdotal no marcara con su sello las actividades sociales, fueran dominantes en el aspecto curanderil las manifestaciones mágicas y empíricas, como más idóneas a su grado de cultura, y que ellas perdurarían hasta que el beneficiosos influjo de los conocimientos científicos, venciendo el aislamiento y recelo a toda novedad, característico de la raza, fueron infiltrándose en el acervo de su saber.

Poseemos algunos datos confirmatorios de esta opinión. Arocena cita a Estrabón (54 a J.C.) que aludiendo a los pueblos del Norte de España dice: “exponían a sus enfermos en pública comparecencia y los confiaban a la experiencia ajena”. Asimismo en el “Compendio Historial” puede leerse: “En la Provincia de Guipúzcoa por la mayor parte se han conservado sin médicos con las medicinas simples de yerbas, unciones, clisteres que, según refiere Ambrosio de Morales, sacaban a la plaza a los enfermos para que cualquiera que hubiese tenido semejante enfermedad, dijese lo que había aprovechado de ella; y que los Cántabros fueron muy dados a conocer las yerbas y buscarlas, y que por ellos se halló la yerba llamada cantábrica, según Plinio, que algunos piensan que es la centaura, y usaban la bebida de cien yerbas con agua miel; y siempre les ha importado el buen regimiento que, como dice Avicena, sólo él basta para conservar la salud, como se ha visto por experiencia”. Y como nueva prueba de la escasa inclinación pretérita de los guipuzcoanos hacia la medicina profesional, dice en el Libro Quinto: “De cien años a esta parte se hallan médicos en esta Provincia, y de ellos pocos, que con haber hecho diligencia no he hallado más que diez y siete, porque los naturales de Guipúzcoa no se inclinan a esta facultad, si no es por maravilla”. Y añade que “los que la estudiaron con cuidado salieron aventajados”.


Foto 003. Aita Barandiarán, en las cuevas de Altxerri trabajando.

La costumbre de exponer a los enfermos no es original de estas latitudes. Los babilonios la empleaban según Herodoto, y en la antigua Grecia los enfermos eran conducidos a los asclepieia o templos dedicados a Esculapio para ser tratados por los sacerdotes; lograda la salud, el proceso de su enfermedad y curación quedaban grabados y expuestos en tablas, para experiencia de casos análogos.

Los conocimientos actuales acerca de la medicina popular se lo debemos a las publicaciones de los etnólogos como Azkue, Aranzadi, Barandiarán y Thalamás. Ellos han recogido datos del mayor interés. Estos trabajos están construidos con las observaciones que poseemos acerca de las prácticas antiguas. Estas se deben a la misma limitación de la ciencia, la impotencia del médico ante determinadas manifestaciones, harán que las gentes sencillas mantendrán viva su credulidad, invocando a la experiencia y prometiéndoles con supercherías su curación. En último extremo, la Fe seguirá haciendo milagros o solicitándolos, buscando valedores celestiales, con prácticas matizadas de tintes de superstición y magia. El alma humana es insondable y sus reacciones insospechadas.


Foto 004. Ambrosio de Morales. Córdoba 1513

Aceptamos gustosos la forma de recopilar y sistematizar en estas páginas algunas de las creencias y prácticas curanderiles, antes de que el tiempo borre sus huellas.

Siempre ha habido enfermos y los enfermos han deseado curarse. Gentes de todas las capas sociales se acercaban al curandero en alivio de sus males. El paciente que ve fracasar una a una las esperanzas puestas en los medicamentos y en los doctores que los aplican, persigue incansable la solución a su mal. La aplicación de remedios populares no exige la actuación de individuos especializados en ella. Una parte importante queda reservada a la llamada medicina casera, con prácticas de uso tradicional en las familias, que conservan sus conocimientos de generación en generación. Su campo se limita a métodos curativos empíricos no desprovistos de lógica, y a algunas creencias de valor consagrado: desde el empleo de determinadas cocciones y emplastos, hasta el uso de ciertos preservativos y amuletos.

Lo que caracteriza fundamentalmente las prácticas populares es la intervención del “curandero”, comprendiendo este concepto a personas de ambos sexos. El “curanderismo” es reliquia de la más remota antigüedad, que pervive aún en los tiempos presentes. Aunque desprovisto de todo bagaje científico, el curandero, gracias al dominio de determinadas normas curativas, al tinte ocultista o supranatural con que las matiza, a la cultivada sobrevaloración de sus posibilidades, alcanza fama de elaborador de prodigios ante los espíritus simples que ponen en él su ciega confianza. El saber del curandero se limita a la puesta en práctica de métodos heredados de un maestro, que se empobrecen en la transmisión, a falta de la fecundadora savia del análisis y debido a su empírico empleo.


Foto 005. Colage. Iberia de Estrabón. Avicena y hechicero.

Misterioso es para muchos mortales el origen de las enfermedades que le aquejan; por ejemplo una corriente de aire es causa de la pulmonía; la herida se infecta por la suciedad, la debilidad ocasiona los mayores males, la caída del niño de los brazos que le sostienen ha producido la inmensa mayoría de las desviaciones de la columna vertebral, y así sucesivamente.
Cuando tales efectos no van precedidos de la conocida causa, ésta permaneces secreta y es atribuida a los conceptos vulgares dominantes en la época: será la enfermedad castigo de dioses, producto de miasmas, obra de malos espíritus o de condiciones telúricas o siderales. Entran en función conjuros, ensalmos o supersticiones.

El médico primitivo tenía mucho de hechicero, los magos disfrazaban con superchería su escasez de conocimientos; la ciencia fue desplazando la importancia de las aplicaciones mágicas, mas éstas renacen cada vez que aquélla es incapaz de cumplir su cometido. Añádase que la credibilidad de las gentes es ilimitada, hasta el paradójico extremo de que espíritus fuertes, o que por tales se tienen a causa de su desdén por los dogmas religiosos o científicos, tiemblan ante el maleficio de la sal derramada o de la culebra avistada, y se sienten confiados con la posesión de un amuleto o con el uso y abuso de determinadas fórmulas invocatorias.


Foto 006. Curandera 1881.

De nuestras conversaciones con algunos curanderos hemos quedado maravillados de este propio convencimiento de la eficacia de sus métodos. Sin asomo de recato, hablan de sus éxitos como no lo hace médico alguno consciente, y parangonan, con ventaja para los suyos, los procedimientos que emplean, con los de cualquier renombrado profesional. Su experiencia se cuenta por centenares de casos, si no por millares, y nunca el fracaso ha deslucido los resultados. Creen con fe ciega en el acierto de su ojo clínico, pudiéramos decir, y en la panacea de sus emplastos y bebidas.

En la actualidad hay dos tipos diferenciados de curanderos, el más conocido y de mayor renombre, reputado por sus prácticas empíricas, sus masajes, emplastos o bebedizos aplicados con apariencias científicas, que le proporcionan saneados ingresos y que ejerce como auténtico profesional del curanderismo en la proximidad de las ciudades, manteniendo una especie de consultorio frecuentado por todo tipo de linaje. El otro lo forman individuos de actuación más recoleta con predominio de prácticas hechiceriles, más o menos calificadas de brujería, limitados al terrero rural en el que viven y desarrollan sus actividades manuales. El curanderismo en ellos es accidental, de reputación local, y aceptado solamente por espíritus incultos inclinados a la superstición y al ocultismo. Este sí es campo abonado para el empleo de conjuros y encantamientos, riqueza de todos los folklores. Existe otro grupo que se da más en el extranjero, es una especie de curandería pseudos-científica que agrupa a quiromantes, magnetizadores, radioestesistas, etc. Que con sus conocimientos y poderes misteriosos pretenden diagnosticar y curar a los enfermos.


Foto 007. Objetos de Curanderismo. Museo de Historia Natural, Nueva York.
Los medios curativos los veremos en diferentes grupos, empezaremos por lo que consideran producto de agresiones directas al organismo, como por ejemplo las heridas, fracturas, mordeduras de animales o las ocasionadas por el fuego. La causa productora es suficientemente conocida. Otro grupo está constituido por diversos procesos patológicos cuyas manifestaciones están directamente al alcance de los sentidos, aun cuando no se interpretan correctamente. Entran en él todas las afecciones con una sintomatología aparente, desde los ganglios perceptibles a simple vista o al tacto, hasta la tos, la diarrea o el reumatismo, pasando por todas las enfermedades de la piel. Y por último tenemos otro grupo de enfermedades en las que no es posible encontrar un origen natural ni puede centrarse el pensamiento, tanto del curandero como de las gentes. En este tercer caso tiene un predominio de componente supersticioso, atribuyendo a agentes sobrenaturales el origen de la dolencia (convulsiones, locos); así entran en juego los malos espíritus, las brujas, el aojo y otras creencias.

La víctima del encantamiento tiene que luchar contra el ente que se ha hecho dueño de su organismo, pero es inútil intentar hacerlo con medios naturales no acomodados a la índole de aquél. ¿De qué puede servir la aplicación de remedios, el robustecimiento del paciente, las normas higiénicas o los consejos prudentes, si todos ellos son incapaces de desalojar al maléfico espíritu del cuerpo que domina? La única curación posible está supeditada a su expulsión, y ésta se logrará únicamente por medios prodigiosos.

Así, en las manifestaciones del primer grupo tienen su indicación los medios habituales de la que pudiéramos llamar medicina doméstica o casera. Las del segundo son patrimonio de los curanderos en su acepción ordinaria y más conocida de nuestros tiempos. Las del tercero entran en el campo de las prácticas supersticiosas o hechiceriles que van perdiendo predicamento con el retroceso de la incultura.

En la antigüedad, la enfermedad estaba considerada como castigo de dioses, en el paganismo las prácticas curativas iban dirigidas a aplacarlos, y la medicina adquiría con ello un matiz religioso del que se derivó el mágico que predominó simultáneamente o en épocas posteriores, según las creencias de los pueblos. Con la difusión del cristianismo el componente religioso varió de aspecto y lejos de extinguirse sobrevive todavía.

Como dice Sigeris, la medicina primitiva es la progenitora de la medicina popular, y está formada por los tres componentes, el empírico, el mágico y el religioso. La magia, como estrato inferior, se acantona en mentalidades incultas; la religiosidad se sublima en el cristianismo con los principios de expiación o conformidad, amparándose en la Fe, manteniéndose en las prácticas de culto o deformándose con las supersticiones; el empirismo fecundado por la observación y la experimentación ha creado la base de la medicina científica.

Heridas. Inflamaciones
Las diversas formas de aplicación del calor, tan beneficioso en tantas y tan variadas afecciones, tienen un objeto definido, importando poco que para su mantenimiento se recurra en los emplastos a los caracoles, al chocolate o a las deyecciones de los animales. El masaje bien dado procurará beneficiosos resultados, vaya o no acompañado de ensalmos o conjuros. Es práctica frecuente de medicina casera el tratar los molestos y pertinaces zumbidos de oídos, depositando en ellos unas gotas de leche o aceites calientes con la pretensión de saciar el hambre del imaginativo gusano allí alojado. ¡Cuantas veces tales zumbidos tienen por causa la existencia de un compacto tapón de cerumen cuya salida se facilita con el previo reblandecimiento obtenido con el aceite caliente!

En las heridas, el primer problema que se plantea es cómo contener la hemorragia, donde y cuando el agua oxigenada no es de uso corriente, se recurre a procedimientos más primitivos y muchas veces relacionados con el propio oficio: el zapatero utilizará la pez, el casero buscará por los rincones del establo la tela de araña que, como frágil tejido, servirá de trabécula al coágulo en formación. Por inadecuado que parezca el medio debió de ser habitual, en otras latitudes incluso, a juzgar por el siguiente pasaje del “Sueño de una noche de verano” en el que Shakespeare pone en boca de “Lanzadera” esta frase dirigida a “Telaraña”: “Me alegraré de trabar con vos más íntimo conocimiento, maese Telaraña; y si alguna vez me ocurre cortarme el dedo, me tomaré la libertad de recurrir a vos …” (Acto III. Escena II).

Foto 008. Shakespeare

Se ha cohibido la hemorragia, pero hay que procurar que la herida cure bien. Para ello se cubrirá con grasa sin sal, poniéndole encima una hoja de hierba de la Virgen, recogida en zarzales vecinos a los riachuelos, o bien una hoja de higuera. Con idéntico objeto conviene alejarse de la presencia del mar, de tan nociva acción sobre las heridas, creencia extendida entre gente de tierra y también entre pescadores. Para evitar su maléfico influjo llevan éstos ajo y sal en el bolsillo, como también en el País Vasco-Francés en donde no los olvidan incluso para cruzar un puente sobre el río.

A pesar de tan diligentes cuidados, al pasar los días, la herida va tomando mal aspecto; el médico diría que se ha infectado, pero el vulgo, desconocedor del poder patológico de los invisibles microbios, sentenciará que se ha “mareado”; la mareadura ha ocasionado el pasmo de la herida, contingencia producida por diversas causas o por la influencia del mar.

Con profunda convicción contaba un anciano el proceso seguido por una herida que se produjo en su oficio de panadero y el eficaz tratamiento con el que logró su curación. Una mañana de domingo, al meter los panes en el horno, se hirió la mano con un hierro. Contenida la hemorragia, se vendó con unas hilas.

Salió a la tarde con un amigo y dieron un paseo al sol entre la Avenida de la Libertad y el barrio de Gros en San Sebastián, cruzando el Puente de Santa Catalina. Al retirarse al anochecer, advirtió, por unas punzadas en la mano lesionada, que la herida se había “mareado”; y reprochándose al instante la temeridad de sus paseos frente al mar, se dispuso a poner remedio a su mal. Despreciando la recomendación que le hicieron de colocar, simplemente, la mano sobre una cuchara y un tenedor cruzados, prefirió recurrir al “agua de mareaduras”, realizando la técnica siguiente en todos sus detalles: coger un puchero de barro lleno de agua que se pone a hervir con tres hojas de laurel y doce blancas piedrecitas, llamadas piedras de sal de las que se recogen en la orilla de los regatos. En ebullición el agua, se vierte en una cazuela ancha, y en su centro se coloca un puchero invertido, sin dejar salir hojas ni piedras que quedan bajo él; sobre su fondo se ponen una tijera, un cuchillo y un peine cruzados, para sobre ellos mantener durante unos diez minutos el miembro afectado, cubierto con un trapo.

Foto 009. Caldero para conjuros de los druidas.

Si la herida estuviese “mareada”, el puchero se “traga” el agua de la cazuela, y el vaho atrae el “pasmo”. La operación se repite unos días hasta lograr la curación. Este procedimiento, con ligeras variantes, es familiar a los vascos de ambas vertientes del Pirineo, bien añadiendo nueve trozitos de teja como en Goizueta, o poniendo además unos ajos, como al otro lado.

Peine, tijera, cuchillo, aguja, instrumentos punzantes, forman el principal componente supersticioso de la cura, y junto a ellos el imprescindible signo de la cruz.

Volviendo con las heridas, puede suceder que a pesar de los exquisitos cuidados con que hemos visto tratarlas, continuasen empeorando y llegasen a presentar signos de erisipela. En tal caso, debe recurrirse al cocimiento de la rosa de cien hojas o rosa centifolia que goza también de la propiedad de curar los ojos enfermos, o bien ser tratada con el emplasto preparado con un litro de vinagre, y un cuarterón de polvo.

Agradecimientos
Ignacio María Barriola

Foto 010. La extracción de la piedra o El cirujano 1555.

FOTOS
Foto 001: Ignacio María Barriola. Portada del libro Crónica de mi vida y entorno.

Foto 002 Estrabón. 64 a. C. fue un geógrafo e historiador griego conocido principalmente por su obra “Geografía”.
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Foto 003. Aita Barandiarán, en las cuevas de Altxerri trabajando.
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Foto 004. Ambrosio de Morales. Córdoba 1513. Humanista, historiador y arqueólogo español.
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Foto 005. Colage. Iberia de Estrabón. Avicena y hechicero.
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Foto 006. Curandera 1881.
http://www.galeriacubarte.cult.cu/documento/VPL-CURANDERA.JPG

Foto 007. Objetos de Curanderismo. Museo de Historia Natural, Nueva York. Fotografía de Manuel Solórzano. Diciembre 2009

Foto 008. Shakespeare
http://api.ning.com/files/BNNLyIt6YoqDeJ93wTN6PfXMAHpBxS0EadB5uv8Gd6oBXlsdZhGikwaKTNksmVTtSkQ-HGQmbKRptdzOjQlx66MMF9RTqs5d/williamshakespeare.jpg

Foto 009. Caldero para conjuros de los druidas. Los antiguos druidas efectuaban ritos en los cuales un caldero simbolizaba la abundancia de la diosa. Se decía que era una ocasión neutral e intermedia, una temporada sagrada de superstición y de conjuro de espíritus.
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Foto 010. La extracción de la piedra o El cirujano 1555. Hemesen, Jan Sanders van: (1500, Hemishem - 1566, Haarlem). Óleo sobre tabla, 100 x 141 cm. Museo del Prado, Madrid. España.
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Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
masolorzano@telefonica.net

sábado, 6 de febrero de 2010

EL CURANDERO PETREQUILLO

En el corazón de Gipuzkoa, sobre un altozano que domina el valle del Segura, asienta un pequeño pueblo de casco reducido y caseríos dispersos por las laderas que le circundan. Es la Leal y Noble Villa de Ceraín (oficialmente en euskera Zerain), una pequeña localidad rural de la comarca guipuzcoana del Goierri, que cuenta con un millar aproximado de vecinos. Fue pionera en el desarrollo del turismo rural.

Feudo en la antigüedad de la noble familia de los Cerayn, oñacinos de pro de los tiempos medievales, irreconciliables enemigos del contrario bando gamboíno en las luchas de Parientes Mayores y de cuya Casa – Torre, cercenada en castigo, como las de sus pares, por disposición real en tiempos de Enrique IV, se conservan los muros de sillería hasta la primera planta con su portón de acceso y sobre ellos se alzan las paredes de ladrillo y vigas de madera entreveradas de la casona actual.

En la iglesia parroquial, de posterior factura, aún se encuentra el sepulcro de los señores feudales, con inscripción fehaciente: “Esta sepultura fizo Joan García de Cerayn. Año 1457”.

De la estirpe de los Ceraín el único vástago históricamente relevante es Juan de Ceraín, de la Orden de los Jerónimos, autor de obras religiosas y confesor de Doña María de Portugal, esposa de Felipe II.

Pero de Ceraín son oriundas las familias de dos destacados personajes: la del político y economista Pablo de Olavide, muy vinculado a la vida política española en tiempos de Carlos III, autor del plan de estudios que influyó en la modernización de los de medicina en 1768, y la de los antecesores de Francisco De Goya. En los archivos parroquiales constan las partidas de bautismo de José de Olavide Urrestarazu, abuelo de Pablo, inscrita el 9 de julio de 1658 y la de Domingo de Goya inscrito el día 18 de mayo de 1578, así como la matrimonial de sus padres el 22 de febrero de 1567, Pedro y María Echeandía, apellido traducido más tarde al castellano como Villamayor, bisabuelo y tatarabuelo del pintor.

Aunque de categoría no comparable a los precitados, el hijo más popular de la Villa es, sin duda alguna, José Francisco Tellería, alias Petrequillo, el afamado curandero. Su azarosa historia, culminada con la directa intervención que tuvo en los últimos días de la vida del General Zumalacárregui, bien creo merece la recopilación de los dispersos datos que de él se poseen, objeto primordial de este trabajo.

Así nos lo contaba Ignacio María Barriola en si Libro “El Curandero Petrequillo” editado por “Estudios de Historia de la Medicina Vasca nº 10. Universidad de Salamanca 1983

Foto 002. El Dr. Barriola y el Dr. Marañón (San Sebastián, 1959)

Cirujanos y curanderos
El de Petrequillo es un auténtico linaje de curanderos formado por padre, hijo y nieto y un sobrino de éste. No, salvo el último, de los típicos curanderos, muy del país, ocupados en el tratamiento de cuantos males se les presenten, manejadores de pócimas y emplastos con o sin fórmulas mágicas o ensalmos complementarios, sino de los dedicados, no con exclusividad pero sí de preferencia, a curar huesos quebrados, tirones o dislocaciones y heridas varias.

Sin otros conocimientos que los derivados de la práctica, los tres primeros Petrequillo ejercieron su actividad a base de rutina e intuición, apoyados por la credulidad de las gentes. El cuarto sacó en Madrid su título de Practicante con el que empezó a ejercer para abandonando su puesto oficial, seguir la tradición familiar.

Como médicos no podemos escandalizarnos ante la fortuna de algunos curanderos de aquella época ya que los conocimientos científicos de la mayoría de los profesionales, en especial de los llamados cirujanos, y más de quienes ejercían alejados de poblaciones de alguna importancia, no alcanzaban altas cotas. Las Facultades, apegadas a los esquemas didácticos basados en comentarios de textos clásicos y contadas disecciones por cada curso, no modificaron su sistema hasta finales del siglo XVIII al crearse las primeras Cátedras de Clínica o medicina práctica. Al cabo de cuatro años de estudios, un aprueba teórica y dos años de práctica, accedían al título de Bachiller en Medicina que autorizaba para el ejercicio profesional. Eran potestativos los grados superiores de Licenciado y de Doctor.

Cirujanos, los había de dos categorías: los conocidos como “latinos” o de toga, completaban su preparación humanística con otros dos años de estudio y el examen de “algebristas” o dedicados a los huesos; los otros “romancistas” o de traje corto, se titulaban con estos dos últimos años, eran los “barberos, sangradores o ministrantes” con apelativo que indicaba su dedicación a la práctica de las ordenanzas de los médicos. Las similares actividades de los de una y otra clase, con la ventaja para los de la segunda de no requerir tan largos estudios, hicieron que gran parte de los llamados “cirujanos” perteneciesen a esta inferior categoría.

Reflejo del criterio médico de la época respecto a los cirujanos son las palabras que a la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País dirigió en una de sus reuniones anuales Josef Victoriano Gómez, destacado cirujano de Burgos, “titular del Cabildo de la Iglesia y del Hospital Barrantes” e “individuo de la Bascongada” doliéndose de que el arte de la cirugía, “tan precioso a la humanidad, había llegado en nuestra España al estado más deplorable de indigencia y vilipendio. El extranjero poseía todas las plazas de la Casa Real, del exército, marina ciudades y hospitales”.

Este fue uno de los motivos que impulsó a Pedro Virgili a crear en 1748 la `primera escuela de cirugía fundando el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, al que en 1761 siguió el de Barcelona, confiado a su discípulo Gimbernat y en 1780 el Colegio de San Carlos de Madrid.

La falta de preparación de los médicos en general y más la de quienes ejercían en pueblos y ámbito rural, en contraste con la experiencia adquirida por el curandero, explica en gran manera la fama alcanzada por un Petrequillo cuya pericia, como veremos, no era discutida o al menos era respetada incluso por médicos titulados.

Los Petrequillo
Fue el primero Juan Francisco Tomás de Tellería y Arrieta, nacido, según parece más probable, en el caserío “Barbaría” de Ceraín y bautizado el 12 de julio de 1721 en la parroquia del pueblo.

Juan Francisco era pastor, dueño de un pequeño rebaño. Sin mayores conocimientos pero dotado de gran intuición, logró especial habilidad en el arreglo de fracturas asistiendo a sus propias ovejas y a las de sus compañeros que a él recurrían. La fama adquirida en este menester le impulsó a ampliar su campo de acción a las personas y debió de acompañarle la suerte pues contó con abundante clientela que le permitió levantar las cargas que pesaban sobre su ruinoso caserío. Bien coaptados los fragmentos de la fractura inmovilizada el miembro con un entablillado de mimbres.

Juan Francisco casó con María Josefa de Guridi (20-IX-1756) y del matrimonio nacieron cuatro hijos: Andrés (1757), Juan Antonio (1759), Juan Ignacio (1762) y Manuel Pascual (1765). El 21 de abril de 1765 fallece su esposa y vuelve a casar el 21 de noviembre de 1766 en la vecina Villa de Mutiloa con Juana de Uribe que le dio siete hijos: María Josefa (1767), Francisca Antonia (1772), José Francisco (1774), Mª Francisca (1777), José Isidro (1782) y otra Mª Josefa (1787) quizá por fallecimiento de la anterior. De los once hijos de Juan Francisco el que nos interesa como curandero es el tercero de sus segundas nupcias.

El historiador local fray José Ignacio Lasa comunica esta curiosa noticia del primer Petrequillo y a la vigilancia que a la sazón ejercía la Iglesia sobre el cumplimiento de sus preceptos, en especial en la zona rural: “En la Revista Hispania (Vol. XXVI, nº 51-52 de 1973), firmado por José Gaztambide, hay un artículo sobre el cumplimiento pascual en la diócesis de Pamplona, en 1801. Se dice en él que el Párroco de Ceraín, había denunciado “la morosidad de sus feligreses Juan Francisco de Tellería y Gregorio de Alustiza”. Este último ni siquiera se examinó en doctrina cristiana y el secretario Navarro pidió contra él los mandamientos de excomunión (13-VII-1801)”. Añade que el tal cumplimiento comprendía tres obligaciones: examen de doctrina, confesión anual y comunión pascual y que, por lo visto, Petrequillo se había examinado librándose así de la excomunión, que durante la Cuaresma la gente aldeana, para cumplir el precepto, solía estudiar el catecismo y que se comentaba de quien había ofrecido un carro de leña al párroco para lograr la cédula del cumplimiento pascual. Nuestro personaje, al parecer, no tomaba demasiado en serio el precepto de la Iglesia que hoy ha de verse anacrónico.

La familia Tellería había abandonado su caserío instalándose en otro, “Arane”, más cercano a la plaza y es en éste en donde nació José Francisco de Tellería y Uribe, bautizado el día 1 de octubre, el segundo y más conocido Petrequillo de la familia.

Nada se sabe de su infancia pero es fácil de colegir que, como a los niños del pueblo, escuela y parroquia proporcionaron las primeras letras y los exiguos conocimientos generales propios de la edad. Pronto empezaría a ayudar a su padre en las faenas del campo y de pastoreo y que de él aprendió a tratar las fracturas dando de esta manera los primeros pasos en la que iba a ser su ocupación predilecta: “la curandería”.

Pérez Galdos nos lo presenta como “hombre menudo, inquieto, hablador, con la cabeza tan calva y negruzca que parecía una calabaza de peregrino” y si recurrimos al Espasa podremos leer de él que “a pesar de no haber hecho estudios profesionales, adquirió en este particular de la curación de fracturas tal renombre que durante el reinado de Fernando VII fue llamado a Madrid, donde también alcanzó éxito”.

No hay noticia alguna cierta de tal viaje a Madrid que, posiblemente tomó pie de la creencia popular extendida a raíz de su pretendido examen de “Algebrista” al que más tarde haremos referencia.

Contábase que llamado a Madrid a examinarse y vistas las piezas que se le ofrecieron para recomponer un esqueleto, dijo que no podía hacerlo por echar en falta la falangina de un meñique. Atinada observación que se decía bastó para autorizarle a seguir ejerciendo.

José Francisco casó el 20 de marzo de 1803 con Mª Josefa de Arrieta y Azpiolea y tuvieron cuatro hijos: José Francisco (1804), José Lorenzo (1807), Fermín (1810) que fue cura de Ceraín y Mª Francisca (1813).

Al ir subiendo en años y mejorar su situación social, confiaría el pastoreo a hijos o criados para alternar la curandería con otros menesteres no menos productivos. Así fray Lasa encontró en el Archivo Provincial varias facturas con su firma como “asentista” o proveedor de víveres a los batallones que operaban en las cercanías durante la invasión napoleónica.

El general Jáuregui, “el pastor”
Entre los notables guerrilleros que como “El Empecinado” escribieron páginas notables por su arrojo y capacidad organizativa de las temidas “partidas”, amén de por otras actividades no tan loables, también esta región tuvo su héroe que es quien encabeza estas líneas.

Gaspar de Jáuregui nació en la guipuzcoana Villareal de Urrechua el 19 de septiembre de 1791. Hijo de pastor y pastor él mismo mientras permaneció en la casa paterna, a ello debió el sobrenombre que le hizo más conocido. A los 18 años, como otros jóvenes inquietos de la época, se echó al campo a luchar contra los franceses y después de algunos escarceos al frente de su partida, se incorporó a las huestes del que Pérez Galdós llamó “el napoleón de las guerrillas”, el General Espoz y Mina, que a la sazón operaba en Navarra. Sus dotes militares, decisión y bravura le hicieron destacarse pronto en la contienda y alcanzar notable prestigio a la cabeza de los “Voluntarios de Guipúzcoa”, llegando a ser Comandante General de los tres Batallones de la provincia.

Hombre de escasas letras, a sus órdenes tuvo de secretario algún tiempo a un mozo, algo más joven, llamado Tomás de Zumalacárregui que, según es tradición no muy fundad, le enseño a escribir.

Tres veces, al menos, sufrió el “Pastor” lesiones en campaña: una herida en la muñeca izquierda, un balazo por disparo de un gendarme que antes de entregarse a él “le disparó un tiro estando a la boca del cañón, metiéndole hasta los tacos por la tetilla derecha” y una fuerte contusión en el lado izquierdo del pecho. Jáuregui, que conocía a Petrequillo como curandero, al verse herido en el pecho, le reclamó para curarle hacia el 2 de febrero de 1812.

La asistencia de Petrequillo a los heridos del Batallón de Guipúzcoa durante la Guerra de Independencia no se limitó a la prestada a su coronel, pues según escrito que envía a la Diputación, “con la sumisión debida” desde Deva el 3 de agosto de 1813, manifiesta:

que de dos años y medio a esta parte he curado a diferentes eridos de la Sección de V.S. empezando desde el Coronel habiendo tenido para el efecto que andar de noche por el peligro que tenía para con el enemigo sin que aún se le haya dado mil (maravedí) por ninguno de los mismos Individuos ni otra persona por su orden y siendo el exponente persona atenida a la industria y trabajo sostiene a la familia, Suplica a V.S. rendidamente se digne abonar la cantidad que tenga por conveniente en remuneración de los trabajos, en que recibirá favor”

Petrequillo era, pues, reclamado por los Batallones si le necesitaban, desplazándose desde Ceraín, por vericuetos que bien conocía, a lomo de mulo como habitual medio de locomoción suyo, sorteando peligros y … sin remuneración alguna.

A los cuatro años, y por no ser atendida su demanda, debió de recurrir a los buenos oficios de Jáuregui para que intercediese en su favor. Que su ruego fue escuchado lo confirma el siguiente certificado, fechado el 21 de mayo de 1817 en Villarreal, que el firmante encabeza con la relación de sus títulos:

Don Gaspar de Jáuregui y Jáuregui Coronel de los Rs. Exércitos y Comandante General de los 3 Batallones de esta M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, Certifico que José Francisco de Tellería, vecino de la villa de Ceraín, durante dichos batallones se mantuvieron a mi mando en esta referida Provincia me curó de las graves heridas de balazo que tube desde las espaldas hasta las costillas: Lo mismo hizo al Capitán Don Juan Miguel de Bizcarte, natural de Villafranca de otro balazo en el tobillo: Igualmente hizo a los soldados Juan Ignacio de Zavaleta; Antonio de Galarza, Ignacio de Oyarzábal, naturales de Zumárraga, y también a José Oyanguren natural de Azcoytia, Joaquín de Lansagarreta natural de Elgoibar y algunos otros de que ahora no hago memoria, sin que por ese trabajo por donde yo sepa haia tenido este Interesado, más pago, que dos colambres de valor de 22 ons. Y considerándole acreedor a que la Diputación de esta referida Provincia o Sus Srs. Comisionados le den alguna propina, firmo en esta V.ª de Villareal”.

Foto 003. Oficiales del 8º Batallón de Guipúzcoa, carlistas

No debe de extrañarnos que las “partidas”, desprovistas de asistencia médica regular, recurriesen a curanderos conocidos ya que los cirujanos, de haberlos, iban con las unidades organizadas. Así es muy verosímil, como apunta Lasa, que Zumalacárregui trabase amistad con Petrequillo al verle actuar en esta campaña y que de ahí naciera la admiración que le profesaba. En cuanto al resultado de la gestión de Jáuregui a favor del curandero, nada aparece en los Archivos que hemos consultado.

El Curandero
Si algo distingue a Petrequillo de los demás curanderos de todos los tiempos es que, así como éstos son conscientes de la relativa precaución con que se ven precisados a actuar por temor a las denuncias, él no solamente se preciaba públicamente de su trabajo al margen de la ley, sino que además mantenía relaciones ostensibles con médicos y cirujanos y no tenía reparo en comprometer a las autoridades a su favor. El número de sus clientes, la categoría social de algunos de ellos, su autosuficiencia y los éxitos que lograba consolidaban su prestigio.

Y es que la mejor salvaguarda de los curanderos es el fervor popular que les sostiene y que impide, la mayoría de las veces, lograr por el testimonio de los pacientes el detalle acusatorio de la denuncia formal, cuando no es freno de la misma acusación siempre comprometida para el médico que la formula y más si vive en núcleos de reducida población.

También Petrequillo se debió de encontrar en situaciones difíciles a juzgar por el contenido de otro expediente del Archivo Provincial que consta de varios documentos.

El primero de ellos es un borrador sin fecha en el que el curandero, sin empacho alguno de mostrar sus propios méritos, hace dos peticiones. Dice, en efecto, que “dedicado desde sus primeros años a intervenir en la curación de fracturas y dislocaciones de huesos, ha conseguido tal acierto y conocimiento de los medios de lograr el perfectas curas” que es llamado incesantemente de la provincia y aun de fuera de ella, “por conocimiento que tiene de la proporción en que han de estar las partes fracturadas y de reducir a su lugar las dislocadas, del método que debe seguirse en la aplicación de las ligaduras y remedios esteriores (por lo que curan) perfectamente sin que les quede lesión, defecto ni deformidad”. Muchas de sus curas son presenciadas por cirujanos acreditados “que no han podido menos de aplaudir su inteligencia, destreza y acierto”.

Pero como no ha obtenido ningún título de cirujano, se ve alguna vez inquietado por quienes lo tienen, y desea, en su primera petición, habilitarse con permiso de la correspondiente autoridad para continuar curando. Más, por evitar recelos, dice “sin mezclarse, como lo observa, en el manejo de males y enfermedades internas, ni aplicar remedios de esta clase”. A si favor y en folio aparte presenta una relación de las curas hechas en los dos últimos años.

Su segunda súplica es que la autoridad envíe oficios a los Ayuntamientos incluidos en su lista, a los pacientes y a los cirujanos mencionados en ella para que informen de la “certeza de dichas curaciones y del concepto público de sus respectivos pueblos”.

La lista de sus intervenciones, que abarca desde el 19 de enero de 1819 hasta el 26 de febrero de 1821 en que firma el escrito, va dirigida al Juez Político don José Joaquín Garmendia y en ella se especifican por pueblos, aparte de un indeterminado “varios”, los nombres de los pacientes y la mención nominal o genérica de los doctores o maestros cirujanos que se encontraban presentes, así como la lesión tratada, fracturas casi todas, de pierna o de brazo, múltiples en algún caso. Los pueblos eran 17 incluida la capital.

Mandan sus respuestas los ayuntamientos y en su lectura dispensa curiosidades como la readaptación de fragmentos mal colocados, la corrección por fractura provocada de una osificación defectuosa con acortamiento de miembro, el caso curioso del presbítero de Oyarzun que se fractura “el único hueso codal” jugando a pelota. Aparece confirmación de que en su domicilio de Ceraín ingresaba hasta su curación a los llegados cojos o mancos “mal curados por los cirujanos de sus pueblos”.

Los cirujanos que testifican se hacen lenguas de su pericia en tratar fracturas y respecto a las ligaduras o vendajes, si bien el de Astigarraga dice que aunque le parezca bien, “su modo de vendar no enseña el arte”; el de Idiazábal indica que “aplicó el vendaje de muchos cabos, según arte”. Todos están acordes en que los resultados son buenos o perfectos.


Foto 004 Retrato de Zumalacárregui

Herida y muerte de Zumalacárregui
La noticia más minuciosa y fidedigna de la herida y muerte de Zumalacárregui se debe al médico Vicente González de Grediaga que le dedicó una amplia Memoria a la que tienen que recurrir cuantos se ocupen del tema.

Memoria escrita por uno de los médicos de cámara del Cuartel Real de Don Carlos sobre la herida y muerte del General Don Tomás de Zumalacárregui”.

La triunfal y breve campaña de Zumalacárregui, culminó en la primavera del año 1935 con la toma de Vergara y su apoteósica entrada en la plaza junto a don Carlos. Pero a esfumar en gran modo las alegrías, vino la conversación tensa mantenida por ambos a la noche, en la que se puso de manifiesto la discrepancia de sus mutuos planes futuros. El Pretendiente, bajo la influencia de su camarilla, exigía la entrada en Bilbao mientras el General planteaba la marcha sobre la Corte. Al ver rechazado su proyecto y las dificultades técnicas que presentaba el proyecto de Don Carlos, Zumalacárregui le envió su dimisión amparada en motivos de salud. Padecía, en efecto, molestias de vías urinarias y justamente en Vergara tuvo la primera hematuria.

Don Carlos, sin atender a su demanda, se limitó a pedirle que tan pronto pudiese montar a caballo, reanudase la campaña, y el General en jefe se sus tropas, vivamente ofendido y sin hacer caso a los prudentes consejos de su médico, partió la mañana siguiente hacia Durango y Ochandiano.

Foto 005. Entrada en Vitoria del General Zumalacárregui con Don Carlos

Cuando tomada esta plaza, insistió Zumalacárregui en la conquista de Vitoria que le abriera las puertas de Castilla para plantarse ante Madrid, tuvo que doblegarse frente al Pretendiente y los de su Cuartel Real que le ordenaban la toma de Bilbao. Allí se dirigió con sus huestes a cercarla por tierra. Emplazó sus baterías el 10 de junio y el 14 intensificó el bombardeo de las defensas de la plaza.

En la mañana del día 15, observaba Zumalacárregui las operaciones desde el balcón de una casa próxima al Santuario de Begoña cuando una bala de fusil enemigo se le incrustó en la parte ántero-interna del tercio superior de la pierna derecha, dos pulgadas bajo la rodilla. La bala dio antes en uno de los barrotes del balcón y después debió de rozar la tibia, a juzgar por una esquirla eliminada días más tarde, lo que al modificar la trayectoria del proyectil, dificultó su localización posterior.

Grediaga, médico del Estado Mayor General, “un hombre que había desertado de los cristinos unas semanas antes y en el que parecía tener gran confianza” fue el primero en asistirle en cuanto fue herido.

Realizado el reconocimiento de la lesión, propuso la inmediata extracción del proyectil por ser el momento indicado y creer poder hacerlo contando con un poco de paciencia del herido para soportar las molestias de la intervención. Tanto el General como sus acompañantes se opusieron tenazmente al plan defendido con ahínco. Ante tal oposición, dice el médico, se sintió liberado de toda responsabilidad y fuese por creer pasada la oportunidad, fuese por amor propio, se obstinó los siguientes días en contra de toda tentativa de extracción, ocupándose exclusivamente del estado del general de su paciente. Terminado el reconocimiento, cubrió la lesión con el entonces clásico bálsamo de Malate y vendó el miembro.

Por voluntad expresa y terca del General se inició su penoso traslado hasta el domicilio de una sobrina o prima suya en Cegama. Durango fue la primera etapa cubierta en el mismo día siguiente. Allí, por orden del Cuartel Real, vieron al herido el cirujano de Cámara don Teodoro Gelos y “un facultativo inglés que se hallaba por casualidad de tránsito por dicho pueblo”, apellidado Burgess quienes inspeccionaron la lesión. Su impresión, coincidente con la de Grediaga, fue tan optimista que creían podría volver a cabalgar en el plazo máximo de un mes. También Burgess era partidario de la inmediata extracción del proyectil, rechazada por Zumalacárregui que, abrigando otros pensamientos y fundado en el pronóstico favorable de los facultativos, encargó a Henningsen ordenarse a su compatriota la incorporación a un puesto de Puente Nuevo en el sitio de Bilbao.


Foto 006 Traslado de Zumalacarregui

Fue en la madrugada siguiente, cuando al visitarlo Grediaga, Zumalacárregui, como “esforzándose por decir una cosa desagradable”, le espetó: “anoche se me olvidó decir a V. que he mandado al cura Zabala a buscar un paisano mío llamado Petrequillo, sugeto que entiende mucho de males de esta clase y que me ha curado en otras ocasiones. Este me sanará o me echará al otro mundo”. La confesión colmó la paciencia del médico quien viendo “que no hago falta a su lado” le pidió permiso para incorporarse a su puesto, recibiendo la siguiente respuesta: “Eso de ir al sitio, no, porque yo quiero que me siga V. como médico para lo que se me pueda ofrecer”.

Al desdén que a Grediaga inspiraban los cirujanos venía a añadirse la intromisión del curandero. No andaba descaminado en sus juicios al decir que Zumalacárregui “fijó su imaginación en el curandero Petrequillo, Gelos y otros de esta ralea para que le curasen”, pues a corroborar la impresión que este último produce durante los días siguientes, viene el que al referirse él el Marqués de Lozoya le llama al barbero Gelos, “el Montero”, denunciando así su categoría profesional.

Esa mañana y después de la visita de don Carlos la comitiva reemprendió la marcha llegando a Villarreal al mediodía. Allí estaba ya Petrequillo con el cura Zabala y al verle el General su “semblante animó una sonrisa de esperanza al ver al hombre que en su concepto la había de curar”. Tellería “le quitó todo el apósito que se le había puesto en las inmediaciones de Bilbao, poniendo una fuerte untura que él mismo le dio con manteca y cuyas bruscas fricciones principiaban en la cadera y terminaban en el pie; hecho esto cubrió toda aquella parte con una venda ancha empapada en vino, colocó en la herida una planchuela con bálsamo samaritano y envolvió todo con un vendaje particular que él mismo cortó de una sábana”. Añade Grediaga que el “facultativo inglés se asombró del singular método de curación adoptado por Petrequillo” y le reiteró al mediodía siguiente en Ormaiztegui ocasionándole mayores dolores. A la noche llegaban a cegama.

Como Burges se había incorporado a su escuadrón, en Cegama encontraron a “un tal Bolloqui, que había sido cirujano de Guías”. Estaban ya juntos Gelos, Bolloqui y Petrequillo, intervencionistas los tres y en continua oposición con Grediaga, obrando solapadamente a sus espaldas. Sin su consentimiento intentaron otra vez extraer la bala aumentado los dolores del paciente por las crecientes dificultades debidas a la manifiesta inflamación de la herida, insensata e inútilmente hurgada.

Grediaga, ante “el estado poco lisonjero del paciente” les propone una junta con los profesores (entiéndase, los que profesan o ejercen la medicina) del pueblo y ante los reunidos hace unas elucubraciones científicas acerca del caso sin ser comprendido, según dice, y mucho menos por el curandero. Pero les impone su tratamiento general a base de sanguijuelas, cataplasmas, rigurosa dieta con abundante limonada gomosa fría y varios enemas emolientes sin recurrir a las sangrías que ya antes se le habían practicado. Eran los recursos terapéuticos de la época ante la infección progresiva de la herida que dominaba el cuadro. Insistió y creyó convencerles de que la extracción de la bala carecía e interés.

El relator se siente satisfecho de la ligera mejoría observada en el enfermo y de la supuración de la herida, considerada de buen agüero, que había permitido la expulsión de una pequeña esquirla en la mañana del día 20. En vista de ello, amplió el severo régimen al que le creía sometido autorizándole a tomarse un chocolate. No sabía que en días anteriores le habían hecho tomar “caldos más sustanciosos y otros alimentos sólidos” y, al enterarse, se indignó por considerarlos perjudiciales.

Nueva junta de “profesores” el 22 prescindiendo de Grediaga, y, como consecuencia de ella, en la madrugada del 23, de acuerdo con el General, volvieron a explorar la herida con sonda durante dos horas buscando el proyectil. El médico confiesa en su Memoria que, a falta en el pueblo y sus inmediaciones de un “profesor de carrera” que apoyase su conducta, se desespera, y más viendo el progresivo empeoramiento del enfermo tras cada inútil intento. Reúne a la familia, le manifiesta sus preocupaciones y logra una nueva reunión con los cirujanos del pueblo a quienes pretende convencer de que un absceso indicará en su día la exacta localización de la bala posibilitando una acción directa sobre ella, pero no antes del catorceavo día en que el proceso general hará crisis favorable.

Todos dieron su aparente conformidad al discurso pero en la madrugada siguiente y mientras el médico dormía, Gelos, Bolloqui y Petrequillo, atendiendo según dijeron luego a una orden del General, mediante “dos aberturas bastante profundas” se hicieron con el proyectil que rápidamente y a pesar de lo intempestivo de la hora exhibieron por la Villa.

El enfermo se agravó en extremo. “¡Ah doctor, dijo a Grediaga; estoy perdido, me hallo peor que cuando tenía la bala dentro! Si le hubiese creído a V. no me hubiera visto en este caso. Son insoportables los dolores que sufro”. Palabras, quizá, que le supusieron al doctor la única satisfacción íntima que le compensase de los sinsabores de aquella s jornadas. Y unas diez horas después de la intervención la septicemia provocada e incrementada por las malhadadas maniobras ocasionó la muerte del General el 24 de junio de 1835.

Es probable que para esas horas, Petrequillo, mohíno, y pensativo, se hubiese encerrado en su casa de Ceraín.

Transcurrieron siete años……… Ahora, en nuestros días, en una de las curvas de la carretera que zigzaguea en el descenso de Udana a Oñate, puede verse una estela funeraria, ancha y corta cruz de piedra arenisca con esta inscripción:

AQUÍ MURIO DON JOSE FRANCISCO TELLERIA ALIAS PETREQUI-
EL 11 DE AGOSTO DE 1842


Foto 007.Estela funeraria y firma de Petrequillo


Agradecimientos
Ignacio María Barriola
Juan Pardo San Gil


Foto 008. Muerte de Zumalacárregui

FOTOS
Foto 001 Escudo de Zeraín

Foto 002. El Dr. Barriola y el Dr. Marañón (San Sebastián, 14,IX,1959). Libro Crónica de mi vida y entorno, página 63. San Sebastián 1994

Foto 003 Oficiales del 8º Batallón de Guipúzcoa, carlistas. Foto cedida: Juan Pardo San Gil

Foto 004 Retrato de Zumalacárregui. Libro El Curandero Petrequillo. Ignacio María Barriola, página 33. Salamanca 1983

Foto 005. Entrada en Vitoria del General Zumalacárregui con Don Carlos.
http://www.requetes.com/tercios/zumalacarregui.jpg

Foto 006. Traslado de Zumalacarregui
http://www.euskomedia.org/ImgsAuna/05026802.jpg

Foto 007. Estela funeraria y firma de Petrequillo. Libro El Curandero Petrequillo. Ignacio María Barriola, página 17. Salamanca 1983

Foto 008. Muerte de Zumalacárregui
http://lasombra.blogs.com/.a/6a00d8349889d469e20105363889ae970c-800wi
Gráfico para ilustrar la muerte del líder carlista del libro «Zumalacárregui», uno de los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez Galdós que editó El Mundo en tomos coleccionables. La ilustración del traslado del herido está basada en grabados de la época.

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
masolorzano@telefonica.net