Feudo en la antigüedad de la noble familia de los Cerayn, oñacinos de pro de los tiempos medievales, irreconciliables enemigos del contrario bando gamboíno en las luchas de Parientes Mayores y de cuya Casa – Torre, cercenada en castigo, como las de sus pares, por disposición real en tiempos de Enrique IV, se conservan los muros de sillería hasta la primera planta con su portón de acceso y sobre ellos se alzan las paredes de ladrillo y vigas de madera entreveradas de la casona actual.
En la iglesia parroquial, de posterior factura, aún se encuentra el sepulcro de los señores feudales, con inscripción fehaciente: “Esta sepultura fizo Joan García de Cerayn. Año 1457”.
De la estirpe de los Ceraín el único vástago históricamente relevante es Juan de Ceraín, de la Orden de los Jerónimos, autor de obras religiosas y confesor de Doña María de Portugal, esposa de Felipe II.
Pero de Ceraín son oriundas las familias de dos destacados personajes: la del político y economista Pablo de Olavide, muy vinculado a la vida política española en tiempos de Carlos III, autor del plan de estudios que influyó en la modernización de los de medicina en 1768, y la de los antecesores de Francisco De Goya. En los archivos parroquiales constan las partidas de bautismo de José de Olavide Urrestarazu, abuelo de Pablo, inscrita el 9 de julio de 1658 y la de Domingo de Goya inscrito el día 18 de mayo de 1578, así como la matrimonial de sus padres el 22 de febrero de 1567, Pedro y María Echeandía, apellido traducido más tarde al castellano como Villamayor, bisabuelo y tatarabuelo del pintor.
Aunque de categoría no comparable a los precitados, el hijo más popular de la Villa es, sin duda alguna, José Francisco Tellería, alias Petrequillo, el afamado curandero. Su azarosa historia, culminada con la directa intervención que tuvo en los últimos días de la vida del General Zumalacárregui, bien creo merece la recopilación de los dispersos datos que de él se poseen, objeto primordial de este trabajo.
Así nos lo contaba Ignacio María Barriola en si Libro “El Curandero Petrequillo” editado por “Estudios de Historia de la Medicina Vasca nº 10. Universidad de Salamanca 1983
Foto 002. El Dr. Barriola y el Dr. Marañón (San Sebastián, 1959)
Cirujanos y curanderos
El de Petrequillo es un auténtico linaje de curanderos formado por padre, hijo y nieto y un sobrino de éste. No, salvo el último, de los típicos curanderos, muy del país, ocupados en el tratamiento de cuantos males se les presenten, manejadores de pócimas y emplastos con o sin fórmulas mágicas o ensalmos complementarios, sino de los dedicados, no con exclusividad pero sí de preferencia, a curar huesos quebrados, tirones o dislocaciones y heridas varias.
Sin otros conocimientos que los derivados de la práctica, los tres primeros Petrequillo ejercieron su actividad a base de rutina e intuición, apoyados por la credulidad de las gentes. El cuarto sacó en Madrid su título de Practicante con el que empezó a ejercer para abandonando su puesto oficial, seguir la tradición familiar.
Como médicos no podemos escandalizarnos ante la fortuna de algunos curanderos de aquella época ya que los conocimientos científicos de la mayoría de los profesionales, en especial de los llamados cirujanos, y más de quienes ejercían alejados de poblaciones de alguna importancia, no alcanzaban altas cotas. Las Facultades, apegadas a los esquemas didácticos basados en comentarios de textos clásicos y contadas disecciones por cada curso, no modificaron su sistema hasta finales del siglo XVIII al crearse las primeras Cátedras de Clínica o medicina práctica. Al cabo de cuatro años de estudios, un aprueba teórica y dos años de práctica, accedían al título de Bachiller en Medicina que autorizaba para el ejercicio profesional. Eran potestativos los grados superiores de Licenciado y de Doctor.
Cirujanos, los había de dos categorías: los conocidos como “latinos” o de toga, completaban su preparación humanística con otros dos años de estudio y el examen de “algebristas” o dedicados a los huesos; los otros “romancistas” o de traje corto, se titulaban con estos dos últimos años, eran los “barberos, sangradores o ministrantes” con apelativo que indicaba su dedicación a la práctica de las ordenanzas de los médicos. Las similares actividades de los de una y otra clase, con la ventaja para los de la segunda de no requerir tan largos estudios, hicieron que gran parte de los llamados “cirujanos” perteneciesen a esta inferior categoría.
Reflejo del criterio médico de la época respecto a los cirujanos son las palabras que a la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País dirigió en una de sus reuniones anuales Josef Victoriano Gómez, destacado cirujano de Burgos, “titular del Cabildo de la Iglesia y del Hospital Barrantes” e “individuo de la Bascongada” doliéndose de que el arte de la cirugía, “tan precioso a la humanidad, había llegado en nuestra España al estado más deplorable de indigencia y vilipendio. El extranjero poseía todas las plazas de la Casa Real, del exército, marina ciudades y hospitales”.
Este fue uno de los motivos que impulsó a Pedro Virgili a crear en 1748 la `primera escuela de cirugía fundando el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, al que en 1761 siguió el de Barcelona, confiado a su discípulo Gimbernat y en 1780 el Colegio de San Carlos de Madrid.
La falta de preparación de los médicos en general y más la de quienes ejercían en pueblos y ámbito rural, en contraste con la experiencia adquirida por el curandero, explica en gran manera la fama alcanzada por un Petrequillo cuya pericia, como veremos, no era discutida o al menos era respetada incluso por médicos titulados.
Los Petrequillo
Fue el primero Juan Francisco Tomás de Tellería y Arrieta, nacido, según parece más probable, en el caserío “Barbaría” de Ceraín y bautizado el 12 de julio de 1721 en la parroquia del pueblo.
Juan Francisco era pastor, dueño de un pequeño rebaño. Sin mayores conocimientos pero dotado de gran intuición, logró especial habilidad en el arreglo de fracturas asistiendo a sus propias ovejas y a las de sus compañeros que a él recurrían. La fama adquirida en este menester le impulsó a ampliar su campo de acción a las personas y debió de acompañarle la suerte pues contó con abundante clientela que le permitió levantar las cargas que pesaban sobre su ruinoso caserío. Bien coaptados los fragmentos de la fractura inmovilizada el miembro con un entablillado de mimbres.
Juan Francisco casó con María Josefa de Guridi (20-IX-1756) y del matrimonio nacieron cuatro hijos: Andrés (1757), Juan Antonio (1759), Juan Ignacio (1762) y Manuel Pascual (1765). El 21 de abril de 1765 fallece su esposa y vuelve a casar el 21 de noviembre de 1766 en la vecina Villa de Mutiloa con Juana de Uribe que le dio siete hijos: María Josefa (1767), Francisca Antonia (1772), José Francisco (1774), Mª Francisca (1777), José Isidro (1782) y otra Mª Josefa (1787) quizá por fallecimiento de la anterior. De los once hijos de Juan Francisco el que nos interesa como curandero es el tercero de sus segundas nupcias.
El historiador local fray José Ignacio Lasa comunica esta curiosa noticia del primer Petrequillo y a la vigilancia que a la sazón ejercía la Iglesia sobre el cumplimiento de sus preceptos, en especial en la zona rural: “En la Revista Hispania (Vol. XXVI, nº 51-52 de 1973), firmado por José Gaztambide, hay un artículo sobre el cumplimiento pascual en la diócesis de Pamplona, en 1801. Se dice en él que el Párroco de Ceraín, había denunciado “la morosidad de sus feligreses Juan Francisco de Tellería y Gregorio de Alustiza”. Este último ni siquiera se examinó en doctrina cristiana y el secretario Navarro pidió contra él los mandamientos de excomunión (13-VII-1801)”. Añade que el tal cumplimiento comprendía tres obligaciones: examen de doctrina, confesión anual y comunión pascual y que, por lo visto, Petrequillo se había examinado librándose así de la excomunión, que durante la Cuaresma la gente aldeana, para cumplir el precepto, solía estudiar el catecismo y que se comentaba de quien había ofrecido un carro de leña al párroco para lograr la cédula del cumplimiento pascual. Nuestro personaje, al parecer, no tomaba demasiado en serio el precepto de la Iglesia que hoy ha de verse anacrónico.
La familia Tellería había abandonado su caserío instalándose en otro, “Arane”, más cercano a la plaza y es en éste en donde nació José Francisco de Tellería y Uribe, bautizado el día 1 de octubre, el segundo y más conocido Petrequillo de la familia.
Nada se sabe de su infancia pero es fácil de colegir que, como a los niños del pueblo, escuela y parroquia proporcionaron las primeras letras y los exiguos conocimientos generales propios de la edad. Pronto empezaría a ayudar a su padre en las faenas del campo y de pastoreo y que de él aprendió a tratar las fracturas dando de esta manera los primeros pasos en la que iba a ser su ocupación predilecta: “la curandería”.
Pérez Galdos nos lo presenta como “hombre menudo, inquieto, hablador, con la cabeza tan calva y negruzca que parecía una calabaza de peregrino” y si recurrimos al Espasa podremos leer de él que “a pesar de no haber hecho estudios profesionales, adquirió en este particular de la curación de fracturas tal renombre que durante el reinado de Fernando VII fue llamado a Madrid, donde también alcanzó éxito”.
No hay noticia alguna cierta de tal viaje a Madrid que, posiblemente tomó pie de la creencia popular extendida a raíz de su pretendido examen de “Algebrista” al que más tarde haremos referencia.
Contábase que llamado a Madrid a examinarse y vistas las piezas que se le ofrecieron para recomponer un esqueleto, dijo que no podía hacerlo por echar en falta la falangina de un meñique. Atinada observación que se decía bastó para autorizarle a seguir ejerciendo.
José Francisco casó el 20 de marzo de 1803 con Mª Josefa de Arrieta y Azpiolea y tuvieron cuatro hijos: José Francisco (1804), José Lorenzo (1807), Fermín (1810) que fue cura de Ceraín y Mª Francisca (1813).
Al ir subiendo en años y mejorar su situación social, confiaría el pastoreo a hijos o criados para alternar la curandería con otros menesteres no menos productivos. Así fray Lasa encontró en el Archivo Provincial varias facturas con su firma como “asentista” o proveedor de víveres a los batallones que operaban en las cercanías durante la invasión napoleónica.
El general Jáuregui, “el pastor”
Entre los notables guerrilleros que como “El Empecinado” escribieron páginas notables por su arrojo y capacidad organizativa de las temidas “partidas”, amén de por otras actividades no tan loables, también esta región tuvo su héroe que es quien encabeza estas líneas.
Gaspar de Jáuregui nació en la guipuzcoana Villareal de Urrechua el 19 de septiembre de 1791. Hijo de pastor y pastor él mismo mientras permaneció en la casa paterna, a ello debió el sobrenombre que le hizo más conocido. A los 18 años, como otros jóvenes inquietos de la época, se echó al campo a luchar contra los franceses y después de algunos escarceos al frente de su partida, se incorporó a las huestes del que Pérez Galdós llamó “el napoleón de las guerrillas”, el General Espoz y Mina, que a la sazón operaba en Navarra. Sus dotes militares, decisión y bravura le hicieron destacarse pronto en la contienda y alcanzar notable prestigio a la cabeza de los “Voluntarios de Guipúzcoa”, llegando a ser Comandante General de los tres Batallones de la provincia.
Hombre de escasas letras, a sus órdenes tuvo de secretario algún tiempo a un mozo, algo más joven, llamado Tomás de Zumalacárregui que, según es tradición no muy fundad, le enseño a escribir.
Tres veces, al menos, sufrió el “Pastor” lesiones en campaña: una herida en la muñeca izquierda, un balazo por disparo de un gendarme que antes de entregarse a él “le disparó un tiro estando a la boca del cañón, metiéndole hasta los tacos por la tetilla derecha” y una fuerte contusión en el lado izquierdo del pecho. Jáuregui, que conocía a Petrequillo como curandero, al verse herido en el pecho, le reclamó para curarle hacia el 2 de febrero de 1812.
La asistencia de Petrequillo a los heridos del Batallón de Guipúzcoa durante la Guerra de Independencia no se limitó a la prestada a su coronel, pues según escrito que envía a la Diputación, “con la sumisión debida” desde Deva el 3 de agosto de 1813, manifiesta:
“que de dos años y medio a esta parte he curado a diferentes eridos de la Sección de V.S. empezando desde el Coronel habiendo tenido para el efecto que andar de noche por el peligro que tenía para con el enemigo sin que aún se le haya dado mil (maravedí) por ninguno de los mismos Individuos ni otra persona por su orden y siendo el exponente persona atenida a la industria y trabajo sostiene a la familia, Suplica a V.S. rendidamente se digne abonar la cantidad que tenga por conveniente en remuneración de los trabajos, en que recibirá favor”
Petrequillo era, pues, reclamado por los Batallones si le necesitaban, desplazándose desde Ceraín, por vericuetos que bien conocía, a lomo de mulo como habitual medio de locomoción suyo, sorteando peligros y … sin remuneración alguna.
A los cuatro años, y por no ser atendida su demanda, debió de recurrir a los buenos oficios de Jáuregui para que intercediese en su favor. Que su ruego fue escuchado lo confirma el siguiente certificado, fechado el 21 de mayo de 1817 en Villarreal, que el firmante encabeza con la relación de sus títulos:
“Don Gaspar de Jáuregui y Jáuregui Coronel de los Rs. Exércitos y Comandante General de los 3 Batallones de esta M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, Certifico que José Francisco de Tellería, vecino de la villa de Ceraín, durante dichos batallones se mantuvieron a mi mando en esta referida Provincia me curó de las graves heridas de balazo que tube desde las espaldas hasta las costillas: Lo mismo hizo al Capitán Don Juan Miguel de Bizcarte, natural de Villafranca de otro balazo en el tobillo: Igualmente hizo a los soldados Juan Ignacio de Zavaleta; Antonio de Galarza, Ignacio de Oyarzábal, naturales de Zumárraga, y también a José Oyanguren natural de Azcoytia, Joaquín de Lansagarreta natural de Elgoibar y algunos otros de que ahora no hago memoria, sin que por ese trabajo por donde yo sepa haia tenido este Interesado, más pago, que dos colambres de valor de 22 ons. Y considerándole acreedor a que la Diputación de esta referida Provincia o Sus Srs. Comisionados le den alguna propina, firmo en esta V.ª de Villareal”.
Foto 003. Oficiales del 8º Batallón de Guipúzcoa, carlistas
No debe de extrañarnos que las “partidas”, desprovistas de asistencia médica regular, recurriesen a curanderos conocidos ya que los cirujanos, de haberlos, iban con las unidades organizadas. Así es muy verosímil, como apunta Lasa, que Zumalacárregui trabase amistad con Petrequillo al verle actuar en esta campaña y que de ahí naciera la admiración que le profesaba. En cuanto al resultado de la gestión de Jáuregui a favor del curandero, nada aparece en los Archivos que hemos consultado.
El Curandero
Si algo distingue a Petrequillo de los demás curanderos de todos los tiempos es que, así como éstos son conscientes de la relativa precaución con que se ven precisados a actuar por temor a las denuncias, él no solamente se preciaba públicamente de su trabajo al margen de la ley, sino que además mantenía relaciones ostensibles con médicos y cirujanos y no tenía reparo en comprometer a las autoridades a su favor. El número de sus clientes, la categoría social de algunos de ellos, su autosuficiencia y los éxitos que lograba consolidaban su prestigio.
Y es que la mejor salvaguarda de los curanderos es el fervor popular que les sostiene y que impide, la mayoría de las veces, lograr por el testimonio de los pacientes el detalle acusatorio de la denuncia formal, cuando no es freno de la misma acusación siempre comprometida para el médico que la formula y más si vive en núcleos de reducida población.
También Petrequillo se debió de encontrar en situaciones difíciles a juzgar por el contenido de otro expediente del Archivo Provincial que consta de varios documentos.
El primero de ellos es un borrador sin fecha en el que el curandero, sin empacho alguno de mostrar sus propios méritos, hace dos peticiones. Dice, en efecto, que “dedicado desde sus primeros años a intervenir en la curación de fracturas y dislocaciones de huesos, ha conseguido tal acierto y conocimiento de los medios de lograr el perfectas curas” que es llamado incesantemente de la provincia y aun de fuera de ella, “por conocimiento que tiene de la proporción en que han de estar las partes fracturadas y de reducir a su lugar las dislocadas, del método que debe seguirse en la aplicación de las ligaduras y remedios esteriores (por lo que curan) perfectamente sin que les quede lesión, defecto ni deformidad”. Muchas de sus curas son presenciadas por cirujanos acreditados “que no han podido menos de aplaudir su inteligencia, destreza y acierto”.
Pero como no ha obtenido ningún título de cirujano, se ve alguna vez inquietado por quienes lo tienen, y desea, en su primera petición, habilitarse con permiso de la correspondiente autoridad para continuar curando. Más, por evitar recelos, dice “sin mezclarse, como lo observa, en el manejo de males y enfermedades internas, ni aplicar remedios de esta clase”. A si favor y en folio aparte presenta una relación de las curas hechas en los dos últimos años.
Su segunda súplica es que la autoridad envíe oficios a los Ayuntamientos incluidos en su lista, a los pacientes y a los cirujanos mencionados en ella para que informen de la “certeza de dichas curaciones y del concepto público de sus respectivos pueblos”.
La lista de sus intervenciones, que abarca desde el 19 de enero de 1819 hasta el 26 de febrero de 1821 en que firma el escrito, va dirigida al Juez Político don José Joaquín Garmendia y en ella se especifican por pueblos, aparte de un indeterminado “varios”, los nombres de los pacientes y la mención nominal o genérica de los doctores o maestros cirujanos que se encontraban presentes, así como la lesión tratada, fracturas casi todas, de pierna o de brazo, múltiples en algún caso. Los pueblos eran 17 incluida la capital.
Mandan sus respuestas los ayuntamientos y en su lectura dispensa curiosidades como la readaptación de fragmentos mal colocados, la corrección por fractura provocada de una osificación defectuosa con acortamiento de miembro, el caso curioso del presbítero de Oyarzun que se fractura “el único hueso codal” jugando a pelota. Aparece confirmación de que en su domicilio de Ceraín ingresaba hasta su curación a los llegados cojos o mancos “mal curados por los cirujanos de sus pueblos”.
Los cirujanos que testifican se hacen lenguas de su pericia en tratar fracturas y respecto a las ligaduras o vendajes, si bien el de Astigarraga dice que aunque le parezca bien, “su modo de vendar no enseña el arte”; el de Idiazábal indica que “aplicó el vendaje de muchos cabos, según arte”. Todos están acordes en que los resultados son buenos o perfectos.
Foto 004 Retrato de Zumalacárregui
Herida y muerte de Zumalacárregui
La noticia más minuciosa y fidedigna de la herida y muerte de Zumalacárregui se debe al médico Vicente González de Grediaga que le dedicó una amplia Memoria a la que tienen que recurrir cuantos se ocupen del tema.
“Memoria escrita por uno de los médicos de cámara del Cuartel Real de Don Carlos sobre la herida y muerte del General Don Tomás de Zumalacárregui”.
La triunfal y breve campaña de Zumalacárregui, culminó en la primavera del año 1935 con la toma de Vergara y su apoteósica entrada en la plaza junto a don Carlos. Pero a esfumar en gran modo las alegrías, vino la conversación tensa mantenida por ambos a la noche, en la que se puso de manifiesto la discrepancia de sus mutuos planes futuros. El Pretendiente, bajo la influencia de su camarilla, exigía la entrada en Bilbao mientras el General planteaba la marcha sobre la Corte. Al ver rechazado su proyecto y las dificultades técnicas que presentaba el proyecto de Don Carlos, Zumalacárregui le envió su dimisión amparada en motivos de salud. Padecía, en efecto, molestias de vías urinarias y justamente en Vergara tuvo la primera hematuria.
Don Carlos, sin atender a su demanda, se limitó a pedirle que tan pronto pudiese montar a caballo, reanudase la campaña, y el General en jefe se sus tropas, vivamente ofendido y sin hacer caso a los prudentes consejos de su médico, partió la mañana siguiente hacia Durango y Ochandiano.
Cuando tomada esta plaza, insistió Zumalacárregui en la conquista de Vitoria que le abriera las puertas de Castilla para plantarse ante Madrid, tuvo que doblegarse frente al Pretendiente y los de su Cuartel Real que le ordenaban la toma de Bilbao. Allí se dirigió con sus huestes a cercarla por tierra. Emplazó sus baterías el 10 de junio y el 14 intensificó el bombardeo de las defensas de la plaza.
En la mañana del día 15, observaba Zumalacárregui las operaciones desde el balcón de una casa próxima al Santuario de Begoña cuando una bala de fusil enemigo se le incrustó en la parte ántero-interna del tercio superior de la pierna derecha, dos pulgadas bajo la rodilla. La bala dio antes en uno de los barrotes del balcón y después debió de rozar la tibia, a juzgar por una esquirla eliminada días más tarde, lo que al modificar la trayectoria del proyectil, dificultó su localización posterior.
Grediaga, médico del Estado Mayor General, “un hombre que había desertado de los cristinos unas semanas antes y en el que parecía tener gran confianza” fue el primero en asistirle en cuanto fue herido.
Realizado el reconocimiento de la lesión, propuso la inmediata extracción del proyectil por ser el momento indicado y creer poder hacerlo contando con un poco de paciencia del herido para soportar las molestias de la intervención. Tanto el General como sus acompañantes se opusieron tenazmente al plan defendido con ahínco. Ante tal oposición, dice el médico, se sintió liberado de toda responsabilidad y fuese por creer pasada la oportunidad, fuese por amor propio, se obstinó los siguientes días en contra de toda tentativa de extracción, ocupándose exclusivamente del estado del general de su paciente. Terminado el reconocimiento, cubrió la lesión con el entonces clásico bálsamo de Malate y vendó el miembro.
Por voluntad expresa y terca del General se inició su penoso traslado hasta el domicilio de una sobrina o prima suya en Cegama. Durango fue la primera etapa cubierta en el mismo día siguiente. Allí, por orden del Cuartel Real, vieron al herido el cirujano de Cámara don Teodoro Gelos y “un facultativo inglés que se hallaba por casualidad de tránsito por dicho pueblo”, apellidado Burgess quienes inspeccionaron la lesión. Su impresión, coincidente con la de Grediaga, fue tan optimista que creían podría volver a cabalgar en el plazo máximo de un mes. También Burgess era partidario de la inmediata extracción del proyectil, rechazada por Zumalacárregui que, abrigando otros pensamientos y fundado en el pronóstico favorable de los facultativos, encargó a Henningsen ordenarse a su compatriota la incorporación a un puesto de Puente Nuevo en el sitio de Bilbao.
Foto 006 Traslado de Zumalacarregui
Fue en la madrugada siguiente, cuando al visitarlo Grediaga, Zumalacárregui, como “esforzándose por decir una cosa desagradable”, le espetó: “anoche se me olvidó decir a V. que he mandado al cura Zabala a buscar un paisano mío llamado Petrequillo, sugeto que entiende mucho de males de esta clase y que me ha curado en otras ocasiones. Este me sanará o me echará al otro mundo”. La confesión colmó la paciencia del médico quien viendo “que no hago falta a su lado” le pidió permiso para incorporarse a su puesto, recibiendo la siguiente respuesta: “Eso de ir al sitio, no, porque yo quiero que me siga V. como médico para lo que se me pueda ofrecer”.
Al desdén que a Grediaga inspiraban los cirujanos venía a añadirse la intromisión del curandero. No andaba descaminado en sus juicios al decir que Zumalacárregui “fijó su imaginación en el curandero Petrequillo, Gelos y otros de esta ralea para que le curasen”, pues a corroborar la impresión que este último produce durante los días siguientes, viene el que al referirse él el Marqués de Lozoya le llama al barbero Gelos, “el Montero”, denunciando así su categoría profesional.
Esa mañana y después de la visita de don Carlos la comitiva reemprendió la marcha llegando a Villarreal al mediodía. Allí estaba ya Petrequillo con el cura Zabala y al verle el General su “semblante animó una sonrisa de esperanza al ver al hombre que en su concepto la había de curar”. Tellería “le quitó todo el apósito que se le había puesto en las inmediaciones de Bilbao, poniendo una fuerte untura que él mismo le dio con manteca y cuyas bruscas fricciones principiaban en la cadera y terminaban en el pie; hecho esto cubrió toda aquella parte con una venda ancha empapada en vino, colocó en la herida una planchuela con bálsamo samaritano y envolvió todo con un vendaje particular que él mismo cortó de una sábana”. Añade Grediaga que el “facultativo inglés se asombró del singular método de curación adoptado por Petrequillo” y le reiteró al mediodía siguiente en Ormaiztegui ocasionándole mayores dolores. A la noche llegaban a cegama.
Como Burges se había incorporado a su escuadrón, en Cegama encontraron a “un tal Bolloqui, que había sido cirujano de Guías”. Estaban ya juntos Gelos, Bolloqui y Petrequillo, intervencionistas los tres y en continua oposición con Grediaga, obrando solapadamente a sus espaldas. Sin su consentimiento intentaron otra vez extraer la bala aumentado los dolores del paciente por las crecientes dificultades debidas a la manifiesta inflamación de la herida, insensata e inútilmente hurgada.
Grediaga, ante “el estado poco lisonjero del paciente” les propone una junta con los profesores (entiéndase, los que profesan o ejercen la medicina) del pueblo y ante los reunidos hace unas elucubraciones científicas acerca del caso sin ser comprendido, según dice, y mucho menos por el curandero. Pero les impone su tratamiento general a base de sanguijuelas, cataplasmas, rigurosa dieta con abundante limonada gomosa fría y varios enemas emolientes sin recurrir a las sangrías que ya antes se le habían practicado. Eran los recursos terapéuticos de la época ante la infección progresiva de la herida que dominaba el cuadro. Insistió y creyó convencerles de que la extracción de la bala carecía e interés.
El relator se siente satisfecho de la ligera mejoría observada en el enfermo y de la supuración de la herida, considerada de buen agüero, que había permitido la expulsión de una pequeña esquirla en la mañana del día 20. En vista de ello, amplió el severo régimen al que le creía sometido autorizándole a tomarse un chocolate. No sabía que en días anteriores le habían hecho tomar “caldos más sustanciosos y otros alimentos sólidos” y, al enterarse, se indignó por considerarlos perjudiciales.
Nueva junta de “profesores” el 22 prescindiendo de Grediaga, y, como consecuencia de ella, en la madrugada del 23, de acuerdo con el General, volvieron a explorar la herida con sonda durante dos horas buscando el proyectil. El médico confiesa en su Memoria que, a falta en el pueblo y sus inmediaciones de un “profesor de carrera” que apoyase su conducta, se desespera, y más viendo el progresivo empeoramiento del enfermo tras cada inútil intento. Reúne a la familia, le manifiesta sus preocupaciones y logra una nueva reunión con los cirujanos del pueblo a quienes pretende convencer de que un absceso indicará en su día la exacta localización de la bala posibilitando una acción directa sobre ella, pero no antes del catorceavo día en que el proceso general hará crisis favorable.
Todos dieron su aparente conformidad al discurso pero en la madrugada siguiente y mientras el médico dormía, Gelos, Bolloqui y Petrequillo, atendiendo según dijeron luego a una orden del General, mediante “dos aberturas bastante profundas” se hicieron con el proyectil que rápidamente y a pesar de lo intempestivo de la hora exhibieron por la Villa.
El enfermo se agravó en extremo. “¡Ah doctor, dijo a Grediaga; estoy perdido, me hallo peor que cuando tenía la bala dentro! Si le hubiese creído a V. no me hubiera visto en este caso. Son insoportables los dolores que sufro”. Palabras, quizá, que le supusieron al doctor la única satisfacción íntima que le compensase de los sinsabores de aquella s jornadas. Y unas diez horas después de la intervención la septicemia provocada e incrementada por las malhadadas maniobras ocasionó la muerte del General el 24 de junio de 1835.
Es probable que para esas horas, Petrequillo, mohíno, y pensativo, se hubiese encerrado en su casa de Ceraín.
Transcurrieron siete años……… Ahora, en nuestros días, en una de las curvas de la carretera que zigzaguea en el descenso de Udana a Oñate, puede verse una estela funeraria, ancha y corta cruz de piedra arenisca con esta inscripción:
AQUÍ MURIO DON JOSE FRANCISCO TELLERIA ALIAS PETREQUI-
EL 11 DE AGOSTO DE 1842
Foto 007.Estela funeraria y firma de Petrequillo
Agradecimientos
Ignacio María Barriola
Juan Pardo San Gil
Foto 008. Muerte de Zumalacárregui
FOTOS
Foto 001 Escudo de Zeraín
Foto 002. El Dr. Barriola y el Dr. Marañón (San Sebastián, 14,IX,1959). Libro Crónica de mi vida y entorno, página 63. San Sebastián 1994
Foto 003 Oficiales del 8º Batallón de Guipúzcoa, carlistas. Foto cedida: Juan Pardo San Gil
Foto 004 Retrato de Zumalacárregui. Libro El Curandero Petrequillo. Ignacio María Barriola, página 33. Salamanca 1983
Foto 005. Entrada en Vitoria del General Zumalacárregui con Don Carlos.
http://www.requetes.com/tercios/zumalacarregui.jpg
Foto 006. Traslado de Zumalacarregui
http://www.euskomedia.org/ImgsAuna/05026802.jpg
Foto 007. Estela funeraria y firma de Petrequillo. Libro El Curandero Petrequillo. Ignacio María Barriola, página 17. Salamanca 1983
Foto 008. Muerte de Zumalacárregui
http://lasombra.blogs.com/.a/6a00d8349889d469e20105363889ae970c-800wi
Gráfico para ilustrar la muerte del líder carlista del libro «Zumalacárregui», uno de los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez Galdós que editó El Mundo en tomos coleccionables. La ilustración del traslado del herido está basada en grabados de la época.
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
masolorzano@telefonica.net
3 comentarios:
Sólo una recomendación para mejorar el blog: corregid vuestro lema dado que la inadecuada puntuación ofrece una mala imagen de el que lo firma.
"Los continuos cambios a los que , afortunadamente, se ve sometida la Enfermería actual nos obligan a estar (suena mejor a mantenernos) constantemente actualizados sobre las innovaciones técnicas, la enfermedades emergentes y la evidencia científica. Porque la Enfermería avanza, los profesionales avanzamos con ella."
Un abrazo.
P.D. Sería también recomendable cambiar la gama cromática. La combinación de marrones que empleáis no es muy apropiada. El marrón se identifica, clásicamente, con represión emocional, miedo al mundo exterior y estrechez de miras.
También indica una escasa autovaloración y falta de conocimiento de uno mismo.
corrección: "del que lo firma"
Gracias por la aportacion. Estamos en vias de modificar y actualizar tanto el blog como el foro, pero dependemos de las plantillas de blogger. Alguna sugerencia de colores?
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