martes, 27 de septiembre de 2016

LA TUBERCULOSIS EN VIZCAYA Y EL GRUPO SANATORIAL SANTA MARINA



Antecedentes
Se estudia la endemia tuberculosa en el País Vasco, una de las zonas más castigadas del país, con especial incidencia en Vizcaya y Gipuzkoa. La industrialización y las malas condiciones de higiene y salubridad favorecen su aparición en estas zonas. Se aborda la situación en Bilbao analizando la importante labor realizada por el Dr. Francisco Ledo con la creación de un modélico Dispensario que se inauguró en 1915.

La Tisiología en San Sebastián tuvo una gran figura médica, el Dr. Emiliano Eizaguirre. Fue pionero en la divulgación de la Lucha Antituberculosa, implantó, por primera vez en este País, la “Fiesta de la Flor”, pero, sobre todo, se le recordará por incorporar la cirugía al tratamiento de la Tuberculosis (1).

FOTO 1 Enfermería Victoria Eugenia. Grupo Sanatorial Santa Marina

Introducción
Después de los tiempos de las epidemias, otra enfermedad durante más de un siglo encarnó el mal por antonomasia, me refiero a la tuberculosis, que primero se le llamó tisis. Fue una verdadera angustia para mucha gente y la primera preocupación de los médicos en una época. Se puede leer en el Grand Larousse del siglo XIX, lo siguiente: “Jamás, en ninguna época de la historia, un problema no ha preocupado tanto al mundo médico que éste de la tuberculosis, motivo de búsquedas, experiencias y discusiones. Se trata, y es verdad, de la enfermedad la más extendida, la que produce más víctimas” (1).

“El mal romántico”
A principios del siglo XIX se elabora una concepción e esta enfermedad impregnada del romanticismo entonces dominante. El siglo XIX es la época de la tisis.

La tisis, se piensa entonces que es una enfermedad hereditaria, que se ceba sobre todo en los ricos, los jóvenes, las mujeres, los seres frágiles, que son consumidos por las “pasiones tristes” de las que habla René Laënnec. Es una afección que se confunde con un mal existencial.

Es una enfermedad de moda que gusta por representar una belleza etérea, una palidez y una transparencia. También se está fascinado por la pasión que la devora. Esta pasión se expresa en el amor ardiente, en la sensibilidad artística, el gusto por lo bello, por el arte y la creación literaria. La fiebre no es más que la expresión orgánica de algo ardiente, genial, que se manifiesta en la palidez del enfermo. La mirada brillante, los pómulos sonrosados representan al tuberculoso que quema sus días. La tuberculosis es también una forma de vida llena de lujo y de ociosidad. Es una enfermedad donde “hay mucho de dulzura”, escribe Kafka a Milena hacia 1920 (1).

FOTO 2 Enfermera lucha antituberculosa 1954. René Laënnec (1781 – 1826) en el Hospital Necker auscultando a un paciente tuberculoso delante de sus alumnos”, 1816. Óleo de Théobald Chartran. Sello Pro Sanatorio Antituberculoso para funcionarios públicos

A principios del siglo pasado la enfermedad se vive en la familia, el tuberculoso pasa sus días en la intimidad de su habitación, en secreto, protegido por una familia. También hay otra forma opuesta de vivirla, es la utopía del viaje salvador, el viaje de aventuras, privilegio de un condenado. Después la enfermedad tendrá otro escenario: “el sanatorio”. Los primeros se crearon en Silesia a mediados del siglo pasado, y Thomas Mann nos ha descrito uno de ellos, inmortalizado en las páginas de su obra “La montaña mágica”.

Frente a esta historia del tuberculoso está la historia de los médicos ilustres como: Fracastoro, Bayle, Delsaut, Laennec, Villemin, Koch, y Calmette, que se ocuparon de este problema.

Fueron precisando la descripción de la enfermedad y se acercaron a su etiología, que culminó con el descubrimiento del bacilo de Koch en 1882. Pero la terapéutica no avanzó demasiado. En pleno siglo XX la cura dieticohigiénica y los sanatorios eran las únicas armas.

FOTO 3 Enfermería Victoria Eugenia. Proyecto de Marcelino Odriozola, 1927-30. Reforma de Ricardo Bastida con las galerías, 1935. Ricardo Bastida y Gonzalo Cárdenas, 1937-39. Sanatorio Luis Briñas. Eugenio María de Aguinaga y Ricardo Bastida, 1940-42. Sanatorio Infantil Víctor Tapia, ambos en Santa Marina

Se puede añadir la utilización de las sales de oro y la toracoplastia. Recordamos los tratamientos con aceite de hígado de bacalao e incluso se llegaban a utilizar remedios tan pintorescos como comer limacos crudos. Habrá que esperar a los años 50, a los antibióticos, para que las curvas de mortalidad desciendan definitivamente.

Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, antes incluso del descubrimiento del bacilo de Koch y de toda intervención médica eficaz, la enfermedad había comenzado a disminuir de forma espontánea. Pero los contemporáneos no tuvieron conciencia de ello: “la mitad de Europa tiene los pulmones más o menos defectuosos”, afirma Kafka. Al comenzar nuestro siglo, cuando otras enfermedades infecciosas están siendo dominadas, es el momento en que el terror por la tuberculosis es más grande. Precisamente en esta época aparece la tuberculosis como una enfermedad, mejor, como una plaga social que ya nada tiene que ver con la visión romántica, y la sociedad “declara la guerra” a la tuberculosis (1).

“El proletario, sembrador de bacilos”
Se constata que la tuberculosis no es una enfermedad de ricos, sino una enfermedad de la clase obrera. Los microbios se reproducen en las barracas, en los lugares sin aire y sin sol, y también, se piensa, por los hábitos detestables de las clases populares. Se le asocia a la falta de higiene, a la pobreza, al alcoholismo, pero también a los salarios insuficientes y a la explotación en el trabajo. Es la enfermedad de la miseria, del trabajo extenuante y del hambre.

A lo largo del siglo XIX la tuberculosis pasó con una doble y opuesta valoración; primero, la pasión, la ociosidad, el lujo del sanatorio y una vida aparte buscando la felicidad. Por otro lado, estaba el bacilo, las chabolas sin aire y sin sol y el agotamiento que se termina por una atroz agonía. Son, pues, dos discursos diferentes: exaltación del tísico y rechazo del portador de gérmenes (1).

FOTO 4 Habitación, galería de hombres, laboratorio y cocina del Sanatorio Santa Marina

El Problema Social de la Tuberculosis en el País Vasco
No hay duda que en el siglo XIX y primer tercio del siglo XX, fue la tuberculosis la enfermedad endémica con mayor incidencia social y a la que se respondió, como veremos, con campañas de divulgación de consejos de fácil cumplimiento, creando centros asistenciales especializados, como el fundado por el Dr. Francisco Ledo, en Bilbao, sanatorios y clínicas privadas para estos enfermos, y desarrollando una labor médica eficaz, destacando la figura del tisiólogo donostiarra, Dr. Emiliano Eizaguirre.

Victoriano Juaristi hizo el año 1920 una relación de las instituciones que se crearon para luchar contra la tuberculosis, considerando a Guipúzcoa como la más afectada, ya uno de los Acha (T) publicó en la revista Euskal Erria, de 1900, un trabajo que llevaba el título de “La tuberculosis en Guipúzcoa”. Gregorio Múgica, en 1913, amplió la referencia a la totalidad del País Vasco.

Desde luego, el problema sanitario que planteaba la tuberculosis en esas fechas era de gran impacto; las estadísticas y cifras que ofrece Hauser en su obra “La Geografía Médica de la Península Ibérica”, referidas a Guipúzcoa y Vizcaya, indican que eran de las provincias más castigadas y con mayor tasa de mortalidad.

FOTO 5 Dolores Sainz Isasi, Víctor Tapia Buesa, financió el pabellón antituberculoso del Sanatorio Infantil del Hospital de Santa Marina: Pabellón Víctor Tapia, 15 de mayo de 1942. Fiesta en el Grupo Sanatorial Santa Marina

La situación en Vizcaya, según escribe el Dr. Villanueva Edo, indica que en 1882, fecha en la que Koch descubre el Mycobacteria Tuberculosis, agente causal de dicha enfermedad, Vizcaya ocupa uno de los primeros puestos en la morbilidad y mortalidad tuberculosa de las provincias de España. Si entonces, dice el Dr. Villanueva, se hubiera podido examinar a todos los vizcaínos, muy pocos hubieran dejado de presentar signos de padecer o haber padecido un proceso tuberculoso, al menos en un estadio de primoinfección. Por aquellas fechas, la tuberculosis pulmonar se declaraba en uno de cada seis o siete certificados médicos de defunción; estos documentos se falseaban, siendo frecuente el hecho, y no hay duda de que la proporción sería más elevada, ya que la tuberculosis se ocultaba como un mal vergonzante, una tara hereditaria, pues la “Tisis”, como se la conocía en esa época, se asociaba al alcoholismo, abusos sexuales, promiscuidad, pobreza y otras lacras sociales (1).

Los médicos que certifican esas muertes, dudan primero del secreto y confidencialidad que se daban a esos certificados, y dadas las connotaciones negativas que rodean a la enfermedad, evitaban causar un daño a la familia y certificaban que había fallecido de causa natural o se limitaban a consignar un diagnóstico difuso y poco claro.

La incidencia de la tuberculosis alcanzaba en Vizcaya en algunos puntos grandes proporciones, como en la zona minera e industrial de la margen izquierda de la ría, en barrios deprimidos del cinturón de Bilbao y en algunas localidades costeras. En el último tercio del siglo pasado, las muertes por tuberculosis suponían entre el 5,1 % y el 6,6 de la población de Bilbao. La afluencia de inmigrantes a Vizcaya favoreció las circunstancias sociales para que la enfermedad se desarrollara con rapidez y muchos fueron víctimas de la tisis.

FOTO 6 Alfonso Emperador y dos compañeros en la habitación del segundo piso del Sanatorio Santa Marina. Noviembre 1966

El Dr. Francisco Ledo, en su discurso a la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, señala que, entre 1889 y 1895, morían en Bilbao por tuberculosis, el 4,6% de la población, el 3,6 por formas pulmonares y el 1 % restante por tuberculosis de otras localizaciones, y que éste era el diagnóstico del 10,6 % de todas las muertes. Francisco Ledo añade que en 1901, Madrid y Barcelona tenían una mortalidad tuberculosa que no llegaba a la mitad de la bilbaina.

Para explicar estos datos hemos de fijarnos en el panorama social, demográfico y laboral de la época. A partir de la última guerra carlista, Vizcaya sufrió una transformación, debido fundamentalmente a la instalación de la siderurgia pesada, la explotación minera y el desarrollo de los astilleros. Desde 1880 hasta 1900 llegaron a esa provincia 60.000 personas, creciendo la población un 47,76%, porcentaje muy superior al de cualquier otra provincia. En esos 24 años, (1876 - 1900) la población industrial se multiplica por 2,5, pero dentro de ella, la siderurgia lo hace por 9, y la minera por 12. Esto supone una inmigración hacia la zona minera, muy superior a su capacidad de habitabilidad. De ahí se derivó el régimen de realquiler, el pupilaje y el chabolismo. Los temporeros se alojaban en barracones, no había condiciones higiénicas, las camas eran unas tablas que compartían, sucesivamente, dos trabajadores.

En las “casas de peones” se hacinaban los obreros. Zonas mineras como Gallarta o La Arboleda crecieron anárquicamente; para lavarse solían acudir al río, no era frecuente tener lavabo e inodoro. En Bilbao se vivía en casitas minúsculas, sotanillas, trastiendas, etc.; a veces cuatro familias habitaban en una misma vivienda para repartirse los gastos de alquiler; una misma familia convivía en una sola pieza que hacía las veces, al mismo tiempo, de cocina, comedor, dormitorio y retrete. Todo esto explica la alta mortalidad de las enfermedades infecciosas. Las condiciones laborales en la minería y en la industria eran muy precarias, no existían apenas normas de higiene y seguridad; la silicosis y la silicotuberculosis eran frecuentes.

FOTO 7 Galería del Sanatorio Santa Marina. Noviembre 1966

El Dr. Francisco Ledo, en su toma de posesión de la Presidencia de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, se expresa en parecidos términos que el Dr. Luis Alzúa. En su discurso critica la falta de legislación sobre higiene y profilaxis antituberculosa, que ya funcionaba en otros países. Apunta que las causas de tuberculosis en Bilbao son: viviendas insalubres, aire viciado, hambre, abuso del alcohol, vida tabernaria y exceso de trabajo. Propone Ledo una Liga antituberculosa basada en los siguientes puntos: “Instruir e informar a la población de qué es la tuberculosis, leyes que protejan al tuberculoso indigente, subvenciones, hospitales, sanatorios y dispensarios dirigidos por médicos con prestigio” (1).

La Tisiología en Bilbao. La obra de Francisco Ledo
A principios de este siglo, momento en que en España aparecen las primeras tentativas para crear la Liga Antituberculosa, en Bilbao, en 1905, el gobernador civil, tras infructuosos intentos, consigue nombrar la Junta de la Liga Antituberculosa, formada por los subdelegados de Medicina, Farmacia y Veterinaria, los Inspectores de Salubridad Pública e Higiene, el médico Inspector de Cadáveres y los 8 médicos de distrito de Bilbao. Su primer cometido consistió en proyectar la creación de dos dispensarios en Bilbao, siguiendo el modelo del instaurado por Verdes Montenegro en Madrid. Pero la Liga no llega a afianzarse, no se consigue nada y el ambiente es de derrota.

Los facultativos, Ledo, Somonte Gil y Aparicio encuentran frialdad y falta de apoyo económico. Habrá que esperar hasta 1912, fecha en la que se crea definitivamente el organismo que dirigirá la Lucha Antituberculosa en Vizcaya. En Bilbao se sigue hablando de construir un dispensario, se conoce el funcionamiento del Dr. Calmette en Lille, y que se llamaba “Emile Roux”, fundado en 1901, el de Montmartre en París, y en España, según noticias de prensa, se sabe existen en Madrid, Zaragoza y Vitoria. La Junta dirigirá su labor en varios frentes: proyecto de edificación del Sanatorio Marino de Górliz, cuya primera piedra se coloca en 1911; proyecto de dispensario; implantación de la “Fiesta de la Flor”, una cuestación pro lucha antituberculosa, conferencias que dictaban los médicos en Sociedades, círculos, etc. Todas estas medidas eran idénticas a otros lugares; en Bilbao, fue la creación de un modélico dispensario, a cargo del Dr. Francisco Ledo.

El Dispensario se inauguró en mayo de 1915, y en el acto inaugural el Dr. Francisco Ledo definió las líneas de actuación del centro que él iba a dirigir: Atención al pre-tuberculoso, socorriéndole en el dispensario y en su casa; divulgación y vulgarización de los conocimientos científicos del tratamiento de la tuberculosis; cuidado especial a los pobres, que representaban los 3/5 de la población tuberculosa, a través de girar visitas a sus hogares y entregándoles bonos canjeables por artículos de primera necesidad, y, finalmente, fomento de la educación del pueblo.

El Dr. Ledo realizó un gran trabajo en este centro y no se cansa de proponer e introducir mejoras, como la instalación de un comedor para enfermos. El consultorio pasó a funcionar todos los días de la semana, en vez de los dos iniciales. Se cubrían las especialidades de tisiología general, otorrinolaringología, pediatría, odontología. Al mismo tiempo ejercía una función docente, pues acudían médicos para completar sus conocimientos de tisiología, y se supone se celebraban sesiones y comentarios de casos clínicos.

El Dr. Ledo muere en 1926 y le sucede Luis Herrán, subdirector del Dispensario, que, a su vez, fallece tres años después. La actividad del Dispensario siguió creciendo; en 1930 se inaugura el Sanatorio Briñas”, en Santa Marina, y será función del Dispensario determinar qué enfermos ingresan en ese Centro y, tras el alta, controlarles. La plantilla de médicos del Dispensario aumenta, y en 1933 el Dr. Silvano Izquierdo será nombrado director. Bajo su mandato el Dispensario sigue con gran auge.

Importante fue la creación de las Enfermeras Visitadoras, que llegaban a todos los domicilios de los enfermos, estudiando “in situ” cada caso y llevando una meritoria acción de divulgación y prevención antituberculosa en los hogares. La radioscopia de tórax se utilizó para la detección de lesiones tuberculosas, y a partir de 1927 realizó vacunaciones Anti-Alfa, según el método de Ferrán, que en 1933 se sustituye por la B.C.G.

FOTO 8 Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966. Concurso de la pera. Alfonso Emperador Presidente de la segunda planta. En las fotos inferiores: Concurso de feos y el jurado

Tras la guerra civil de 1936 hay un rebrote de enfermedades infecciosas y parasitarias —como el tifus exantemático y la sarna— que causaron importantes epidemias. También la tuberculosis se incrementó en esos duros años de la postguerra. El nuevo régimen se preocupó de potenciar la lucha antituberculosa; así, en Vizcaya, se ampliaron algunos sanatorios y se crearon varios dispensarios en pueblos de Vizcaya: Guecho, Baracaldo, Guernica y Ortuella (1).

Según nos cuenta en el periódico ABC, en este artículo dice así:
El Grupo Sanatorial de Santa Marina, tiene una capacidad para la asistencia de 700 enfermos en régimen de internado. El nuevo edificio Generalísimo Franco tendrá cinco pisos y una capacidad de 300 camas (2).

En Vizcaya a finales de 1941 hubo cerca del millar de muertes del terrible mal, se calcula que en la provincia de Vizcaya existen cerca de 5.000 tuberculosos de los cuales, más de la mitad son contagiosos y unos 800 necesitan ser aislados y asistidos en régimen sanatorial (2).

En este año además de las mujeres y varones son atendidos 113 niños. El sanatorio cuenta con ocho departamentos, cada uno con un dormitorio de nueve camas, un comedor, cuarto de estar y galería al aire libre, defendida del viento y de la lluvia. Los niños están agrupados según sexo, edad y conforme a las lesiones. Además existe en el sanatorio una capilla, escuela y patio de recreo, cubierto para los días de lluvia. La regresión de las lesiones en este sanatorio infantil es sorprendente rápida en muchos casos, aun considerando la sorpresa de la tuberculosis infantil. Ha habido un niño que en cuatro meses ha cerrado sus lesiones físicas, creció siete centímetros y engordó 12 kilos (2).

El Grupo Sanatorial de Santa Marina, sus camas se distribuyen de la siguiente manera: edificio Víctor Tapia para niños con más de 100 camas; edificio Briñas destinado a mujeres con 260 camas y el edificio Generalísimo Franco para 330 hombres (2).

FOTO 9 Jorge Castro (Enfermero), paciente y Alfonso Emperador, Presidente de la segunda planta. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966

Según nos cuenta en el periódico ABC, en este artículo dice así:
Está enclavado el hermoso Sanatorio en los montes de Santa Marina, sobre Galdácano, casi encima de la Virgen de Begoña, resguardado de los vientos del Norte y con un verdadero bosque en las proximidades y en torno del mismo. Consta de cinco plantas y una inmensa galería para que en ella puedan pasear los enfermos durante el invierno, y está dividido en cuatro unidades clínicas que, a su vez, se sub dividen en tres grupos de tres salas cada uno de ellos, más las habitaciones para la dependencia, situadas en la parte alta del edificio. Al servicio de cada sala habrá una religiosa y las enfermeras. El personal del servicio médico lo integran los siguientes profesionales, el director del establecimiento, cuatro médicos internos y un capellán, tres enfermeras, veinte religiosas, sesenta y cuatro criados y once mozos. Cuenta con el material más completo y más moderno.

El sanatorio Generalísimo Franco, con capacidad para cuatrocientos adultos, constituirá con el de Víctor Tapia, para ciento veinte niños y el de Briñas para trescientas cincuenta mujeres (3).

Grupo Sanatorial de Santa Marina. Bodas de Plata 1930 - 1955
Se ha celebrado con gran solemnidad el vigésimoquinto aniversario de la Fundación del Grupo Sanatorial de Santa Marina, con una misa oficiada por el Obispo de la Diócesis de Bilbao, Dr. Morcillo, posterior a la misa se rezó un responso por los enfermos fallecidos en el Sanatorio durante estos veinticinco años de la vida del mismo, así como por las almas de los protectores de la Institución; y al final, se entonó un Te Deum en acción de gracias (4).

FOTO 10 Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966. Concurso de feos y el jurado

En la sesión de apertura de los actos conmemorativos lo realizó el director del Sanatorio Doctor Ramón Zumárraga, esta institución fue inaugurada en el verano del año 1930 en la ladera del monte Santa Marina con el nombre de “Enfermería Victoria Eugenia” que, en el transcurso de estos 25 años se ha transformado en la magnífica “Ciudad Sanatorial de Santa Marina”, estando presentes autoridades civiles y militares, la Junta de Damas del Sanatorio presidida por la Marquesa Carolina Mac Mahón y los benefactores: Luis Briñas y Víctor Tapia. A continuación un antiguo enfermo y el médico García Suárez, ex - becario de Santa Marina, expresaron su agradecimiento. Finalmente el director general de Sanidad, Doctor Palanca hizo historia de la lucha antituberculosa desde sus comienzos, reportándonos a la época de los generales Primo de Rivera y Martínez Anido, a los que se les puede considerar los primeros impulsores de la campaña contra la peste blanca, así como un elogio de la provincia de Vizcaya, asegurando que es una de las provincias que más se desvela por el problema de la Tuberculosis (4).

La primitiva idea de la construcción del Grupo Sanatorial, fue regida en el año 1924, por el Doctor Francisco Ledo, nombrándose poco después una Comisión Gestora, presidida por el Gobernador Civil de la Provincia César Ballarín, de la que formaban parte, entre otros, Ceferino de Uríen, Joaquín de Zuazagoitia, Francisco Ledo, Benigno Belausteguigoitia, José Caballero, Emilio Otaduy, Carolina Mac Mahón, señora Condesa de Zubiría y la señora Marquesa de Icaza (4).

FOTO 11 Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio de Santa Marina. Concurso de feos y el jurado. Arriba a la derecha: Comida en el segundo piso. Abajo a la derecha concurso de poesía y declamación y el ganador del concurso de feos. 3 de diciembre de 1966

Tres años más tarde se inician las obras en los terrenos cedidos por Luis Briñas, en Monte Abril, junto a la ermita de los Santos Justo y Pastor y el 2 de agosto de 1930, se inaugura oficialmente la “Enfermería Victoria Eugenia”, con un médico Ramón Zumárraga, dos practicantes: Vicente Vázquez y Gonzalo García Martín y cuatro Hermanas de la Caridad. Los primeros enfermos que ingresaron fueron cuatro.

A finales del mismo año 1930 había 24 enfermos ingresados, número que se elevó a 63 un año después y a 100 enfermos al terminar el año 1932; cuya cifra se mantuvo hasta la inauguración del nuevo “pabellón Briñas” en 1939, que llegó a tener 250 camas y a 300 en 1950. La construcción de este pabellón fue costeada por Luis Briñas, contribuyendo además con dos millones de pesetas para el sostenimiento de la Institución (4).

En 1940, otro filántropo bilbaíno Víctor Tapia, entregó un millón doscientas mil pesetas para la construcción de un nuevo edificio destinado a los niños tuberculosos, con capacidad para 100 enfermos; edificio que fue estrenado en 1942 y al que se dio el nombre del donante. Y por último en 1944 el Generalísimo Franco, inauguró el Sanatorio que lleva nombre, construido por el Patronato Nacional Antituberculoso (PNA), apto para 350 enfermos (4).

Estos tres sanatorios: el de Briñas dedicado a mujeres, con 300 camas; el de Tapia para 100 niños de ambos sexos y el de Franco con capacidad para 350 enfermos varones adultos, constituyen el “Grupo Sanatorial de Santa Marina”, considerado como uno de las mejores Instituciones asistenciales del Patronato Nacional Antituberculoso, a cargo de cuyo organismo corre la parte principal de su presupuesto, y a su sostenimiento contribuye todo el pueblo de Vizcaya con sus donativos y con el producto de las recaudaciones de la Fiesta de la Flor (un millón de pesetas anuales aproximadamente).

FOTO 12 Obra de teatro en el sanatorio de Santa Marina. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966

El número de enfermos que han pasado por el Establecimiento, durante los veinticinco años, excede de los diez mil.

El personal del “Grupo Sanatorial de Santa Marina” lo constituye: Un médico Director, un Sub-director, un Cirujano Jefe, tres médicos ayudantes, un Jefe de Laboratorio, un Otorrinolaringólogo, un Anestesista, dos Ayudantes del Equipo Quirúrgico, un Odontólogo y cuatro Becarios; un Practicante del Servicio Quirúrgico, un Practicante, 30 Hermanas de la Caridad, 14 Enfermeras, 140 Sirvientes y de oficios diversos, un Administrador y tres Auxiliares. (4)

El Patronato Nacional Antituberculoso y la Ciudad Sanatorial de Santa Marina
La gravedad de la tuberculosis, y el hecho que los principales afectados fueran hombres trabajadores con edades comprendidas entre los quince y treinta y cinco años, hizo que la enfermedad y su resolución adquirieran una relevancia capital.

Desde el Patronato Nacional Antituberculoso, que sustituía al Real Patronato Antituberculoso creado en 1908 y otras organizaciones posteriores, se controlaron y canalizaron los esfuerzos iniciales para ampliar la oferta de camas existentes. Sin embargo, la nueva institución tuvo que afrontar las dificultades propias de los años de posguerra. Por lo que, la falta de recursos económicos limitó las actividades del patronato y obligó a que, al igual que en los años anteriores, se financiasen a través de cuestaciones como la establecida con la Fiesta de La Flor, donaciones de particulares y empresas, y las contribuciones impuestas a las instituciones locales.

Los comités delegados de cada provincia, que fueron una continuación de las juntas provinciales antituberculosas anteriores a la guerra, se encargaron de la recaudación de fondos, hospitalización de enfermos y elaboración de estadísticas. Los integraban el gobernador civil como presidente, otros cargos institucionales, eclesiásticos y sanitarios, el arquitecto provincial y, en ocasiones, delegados de orden público, prensa y propaganda.

El Comité Delegado de Vizcaya se conformó el 16 de julio de 1937, un mes más tarde de la toma de Bilbao, iniciando su labor antes de que el nuevo Estado, que aún estaba constituyéndose, definiera una política constructiva antituberculosa. De ahí quizás los constantes desencuentros con el Patronato sobre la financiación de sus propuestas, que en la mayoría de los casos fueron posibles gracias a la labor de las gestiones locales.

Las instalaciones antituberculosas en la capital, inicialmente se limitaron a un sanatorio y un dispensario, ya que el Hospital Civil había dejado de prestar en gran medida esos servicios para atender a los heridos de guerra; lo que motivó que el comité local se planteara la habilitación de emplazamientos provisionales y la ampliación de los existentes. La capital vizcaína ya contaba desde 1930 con la Enfermería Victoria Eugenia o Sanatorio Luis Briñas, que recibía el nombre en honor a uno de sus principales benefactores. El centro se ubicó en el monte Santa Marina, a cuatro kilómetros de la capital, y allí fue donde se concretaron el resto de iniciativas de la época.

El proyecto inicial de ampliación y reforma del edificio existente dio lugar a la creación de un complejo sanatorial, que fue proyectándose de manera paulatina, en virtud de los medios disponibles en cada momento, y no como el resultado de una planificación previa de conjunto, que tuvo por objetivo crear la infraestructura necesaria para atajar el problema de la tuberculosis de manera definitiva en la provincia.

El resultado final fueron 770 plazas repartidas en tres edificios: el Sanatorio Luis Briñas anexo al ya mencionado con 300 camas para mujeres (1937 - 39), el Sanatorio Generalísimo Franco con 350 camas para hombres (1941 - 44), y el Sanatorio infantil Víctor Tapia con 120 camas (1940 - 42). A ellos se les sumó la ampliación del Sanatorio Ledo - Arteche en pleno casco urbano de la Villa (1940 - 42), así como otros dispensarios de diferentes municipios vizcaínos. El resultado fue una red asistencial que, al igual que en años anteriores, fue pionera en la dotación de servicios sanitarios en España. La importancia del proyecto bilbaíno respecto al resto de iniciativas que se llevaron en la época, estuvo motivada por la extremada gravedad que revestía la tuberculosis en la capital, que quedaba agravada por la escasez de viviendas y la destacada industrialización de la zona.

FOTO 13 Concurso de feos, jurado votando, entrega de premios e intervención de Manu. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966

El Sanatorio Luis Briñas fue el primer proyecto que se llevó a cabo, según los planos elaborados por Ricardo Bastida. El arquitecto que se había encargado de la remodelación de la enfermería en los años treinta, ocupaba de manera interina la plaza vacante del arquitecto provincial. De ahí que realizara el proyecto inicial al que, en octubre de 1937, se incorporó el nuevo arquitecto de la provincia: Gonzalo Cárdenas.

Las obras que dirigió Adolfo Gil, ascendieron a un coste de 1.213.000 pesetas que se financió gracias a las suscripciones abiertas en bancos y cajas, las recaudaciones de la Fiesta de la Flor y la reiterada generosidad de Luis López de Briñas y de Carolina Mac-Mahón, que donó 500.000 pesetas y con ello el nombre definitivo al proyecto poco antes de su muerte el 18 de abril de 1938.

El 23 de noviembre de 1937 se colocó la primera piedra del edificio y su inauguración, llena de contratiempos constructivos y económicos, se retrasó hasta el 21 de junio de 1939, con motivo del segundo aniversario de la toma de Bilbao. Estaba previsto que a los actos asistiera el Jefe del Estado, de visita oficial en la Villa. Pero finalmente no acudió por abandonar la ciudad un día antes. Aunque sí que estuvieron presentes numerosas autoridades locales y del Patronato.

El sanatorio seguía el desarrollo horizontal del bloque anexo, de cuya reforma también se encargaron Bastida, Cárdenas y Diego de Basterra. Se trataba de un bloque rectangular de 190 metros de fachada con una galería corrida en voladizo para curas en uno de sus frentes. El edificio contaba con una planta baja destinada a servicios generales, dos pisos altos con habitaciones, que incluían zona de ropero, aseo compartido cada dos cuartos, y una sala común para los enfermos, así como una última planta habilitada con viviendas para el personal residente.

El acceso a la sala y a las siete habitaciones de siete camas en cada planta y sus dependencias anejas, se realizaba desde un corredor zaguero, paralelo a la galería, que se comunicaba con el antiguo pabellón en uno de los extremos. Mientras que el otro extremo albergaba habitaciones aisladas para enfermos graves y contagiosos, así como la caja de escalera. Por lo que las circulaciones dentro del pabellón y con el edificio anejo, requerían de grandes desplazamientos, que no resultaban nada cómodos. Aunque la propuesta estuvo en consonancia con la arquitectura racionalista, en su asimilación de una estética naval en el exterior.

Los problemas de filtraciones en el nuevo pabellón y su anexo, provocaron que en febrero de 1941 el nuevo arquitecto provincial Eugenio María de Aguinaga junto con Ricardo Bastida, se encargaran de su reforma; a la vez que las nuevas necesidades precisaron habilitar un “Servicio de Maternidad” y reformar la cuarta planta antes dedicada a viviendas. Seguidamente los dos arquitectos se encargaron del resto de proyectos de la lucha antituberculosa, ya que en la nueva Comisión Delegada que se constituyó en marzo de 1940, fueron nombrados vocales, Bastida como vocal de libre designación y Aguinaga en calidad de arquitecto de la provincia.

El comité local, siguiendo la política de años precedentes, optó por culminar la remodelación y ampliación del resto de sus servicios, y así lo hizo con el dispensario antituberculoso Ledo. El edificio, inaugurado en 1915 y reformado en 1933, tenía un promedio de 52.000 consultas anuales, esto es, el doble de su capacidad; por lo que resultaba preciso ampliar sus servicios. En agosto de 1940 Aguinaga se encargó del proyecto, para lo que contó con la colaboración del médico director del dispensario Silvano Izquierdo, y la generosa financiación de Juan Telesforo de Arteche. Las obras del dispensario antituberculoso, que a partir de entonces pasó a denominarse de Ledo- Arteche, como muestra de gratitud a uno de sus principales benefactores, se iniciaron en enero de 1941, y no se terminaron hasta casi un año más tarde, en diciembre de 1942.

La transformación del edificio de semi-sótano y dos plantas de altura divido en dos bloques, consistió en el derribo del bloque más pequeño, y el añadido de una nueva construcción de hormigón armado. Al exterior los dos bloques presentan una apariencia uniforme, ya que el arquitecto optó por recubrir todo el edificio, incluidas las viejas fachadas, a su juicio recargadas y anticuadas, con chapa de ladrillo rojo; mientras que el zócalo se revistió de piedra caliza blanca, y las jambas de los vanos con cemento con recovo que imitaba el mismo material. Se trataba de una propuesta más cara que un simple revoco o pintura utilizado en el proyecto de Santa Marina, pero que Aguinaga justificó para lograr una solución duradera y acorde con el tipo de institución. Además el tratamiento de las fachadas estaba en consonancia con la estética de las nuevas construcciones que estaban ocupando el Ensanche de la ciudad. Aunque en el interior del edificio Aguinaga se preocupó de la funcionalidad de los servicios allí ubicados, favoreciendo flujos y comunicaciones rápidas, y espacios independientes en el caso de que fueran necesarios.

FOTO 14 Don Luis Mari Esparza (Capellán), Chomin del Regato, Don Manuel y Alfonso Emperador. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966

Además de ampliar y remodelar las instalaciones existentes, y acondicionar otras nuevas, el comité local vio la necesidad de construir un sanatorio específico que se encargara de tratar la tuberculosis de la población infantil. En este caso el sanatorio infantil, también se erigió gracias al donativo de Víctor Tapia que dio nombre al centro, y a los ingresos obtenidos con motivo de la fiesta de la Flor en las navidades de 1942. Con todo ello se sufragó el importe 1.200.000 pesetas que costó el edificio. Además su construcción contó con la generosidad de las empresas que participaron en ella, y se ubicó en los terrenos que Carolina Mac-Mahón donó al patronato, en las inmediaciones del edificio Luis Briñas. Gracias a su localización fue posible prescindir de servicios administrativos y médicos específicos ya proporcionados por el sanatorio Luis Briñas y lograr, a su vez, cierta distancia respecto a los adultos que se consideraba conveniente.

En diciembre de 1940 Aguinaga y Bastida, junto con las indicaciones técnicas del Doctor Ramón Zumárraga, director del centro de Briñas, se encargaron de elaborar el proyecto, que se modificó parcialmente siguiendo algunas de las indicaciones del P.N.A. al que hubo que remitir la propuesta. Las obras comenzaron el 13 de enero de 1941, con el derribo de un caserío y el traslado de la ermita Santos Justo y Pastor allí ubicada; y se terminaron en febrero de 1942, e inauguraron el 14 de mayo del mismo año con la asistencia de las autoridades locales, el Ministro de Gobernación y presidente del Patronato, Valentín Galarza.

El sanatorio infantil, al igual que el pabellón de Luis Briñas, era un bloque rectangular abierto al sudeste en uno de sus frentes por una galería. Constaba de un recreo cubierto, cocina y zona de servicio en planta baja, y las habitaciones para los enfermos en los dos pisos superiores, uno destinado a niñas y otro a niños. Los pisos altos constituían unidades clínicas autónomas que se distribuían en torno a un corredor zaguero paralelo a la galería que separaba, 4 habitaciones de 8 camas con terraza y un comedor- estar anejo, del resto de servicios, incluidos los baños. En uno de los extremos del sanatorio se ubicó un lazareto con tres dormitorios y terraza, así como otras tantas habitaciones para enfermos graves y operados, que tenían por objetivo evitar contagios e infecciones.

FOTO 15 Intervención del humorista Chomin del Regato, en la entrega de premios. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966

A diferencia de la propuesta anterior, Aguinaga y Bastida prestaron mayor atención de la célula hospitalaria (dormitorio, terraza, comedor-estar). No en vano la habitación era donde se desarrollaba la curación del enfermo y era, por tanto, la pieza más importante del conjunto. Los arquitectos, conscientes de que estaban proyectando un centro menos dinámico que los hospitales convencionales, donde los enfermos podían pasar estancias que oscilaban entre los 25 o 350 días, hicieron de la habitación la pieza fundamental del sanatorio. Su objetivo fue construir un espacio alegre y acogedor, ajeno al aspecto habitual de los centros, y más cercano a un hotel de reposo; para lo que además de una nueva distribución, propusieron una decoración y mobiliarios cuidadosamente escogidos.

En el exterior el edificio seguía, en su fachada de entrada, la estética marcada por el edificio de Luis Briñas, con la salvedad de que las terrazas ya no estaban en voladizo, sino que integradas dentro de la estructura, seguramente para proporcionar un espacio más cómodo y resguardado. Siguiendo la tendencia de Aguinaga para evitar las simetrías, la puerta de entrada estaba algo escorada, y sobre ella se alzó la capilla que interrumpía el desarrollo longitudinal de la galería. Asimismo la zona del lazareto contaba con una articulación diferenciada del resto del edificio, tanto en la cubierta a dos aguas más pronunciada, como en las arcadas no arquitrabadas de la planta baja. Por su parte, la fachada zaguera contrastaba con la principal, en su tratamiento más descuidado, y en un desarrollo más abrupto y desigual, donde eran habituales volúmenes salientes, que debido al muro de contención del desmonte, parecían formar patios de escasa luminosidad.

FOTO 16 Sor Rosalía. Planta segunda en el comedor el día de Nochevieja de 1966

Mientras se acometían las obras del sanatorio infantil y el dispensario urbano, a comienzos de 1941, el Director General de Sanidad y presidente efectivo del P.N.A., José Alberto Palanca de visita en Bilbao, aceptó la propuesta del comité provincial de construir a cargo de Patronato un nuevo sanatorio. El centro llevaría el nombre de Generalísimo Franco, y tendría una capacidad de 330 camas para hombres, con el fin de destinar el cercano centro de Luis Briñas a mujeres. De este modo el patronato se involucró por vez primera en la construcción de uno de los sanatorios, que por otra parte era el proyecto más ambicioso de todos los realizados, con casi la mitad de todas las plazas que se habían habilitado hasta entonces.

En marzo de 1941 se formó una comisión constituida por los arquitectos vocales y varios médicos para decidir la ubicación del edificio, que finalmente se construyó junto al resto de sanatorios. Ya que el lugar contaba con los accesos y abastecimiento de agua necesarios, permitía diferenciar el tratamiento de hombres, mujeres y niños en edificios específicos, podía contar con una misma dirección para todo el complejo, a la vez que se completaba toda una ciudad sanatorial con la que se esperaba resolver de manera definitiva la falta de camas de la provincia.

La premura por terminar el proyecto motivó que Aguinaga tardara 21 días en idearlo. Para ello contó con la colaboración callada y experimentada de Ricardo Bastida, así como del doctor Ramón Zumárraga y el administrador del centro Pablo Elola, que le proporcionaron por escrito el programa del sanatorio, junto con varias observaciones sobre el pabellón recientemente construido de Briñas, que por su capacidad sería similar a la nueva construcción. Seguidamente el arquitecto recopiló toda la información que pudo sobre sanatorios en diferentes libros y revistas de las que tomó varios modelos.

El arquitecto admitió la influencia de las propuestas del Sanatorio de Paimio de Alvar Aalto (1929 - 32) en Finlandia con 296 camas, el Sanatorio Lake County de William Pereira de 1938 en Waukegan, Illinois (Estados Unidos), la ampliación del Sanatorio Luis Briñas de Ricardo Bastida y Gonzalo Cárdenas, así como del proyecto de Hospital en San Sebastián de Manuel Sánchez Arcas, José Manuel Aizpúrua, Joaquín Labayen, Eduardo Lagarde de 1933, con el que también colaboró Eduardo Torroja.

Aguinaga, sirviéndose de sus modelos, su experiencia y un presupuesto limitado, se decantó por una propuesta que constaba de dos bloques rectangulares paralelos de cinco pisos de altura pero diferente longitud. Los dos edificios se comunicaban entre sí por un cuerpo central que daba acceso al edificio, y que nos podría recordar directamente al sanatorio de Aalto, y a la unidad clínica del pabellón tuberculoso de Sánchez Arcas y sus colaboradores para San Sebastián. La estructura era el resultado de la voluntad del arquitecto por prescindir de la habitual planta simétrica de aeroplano utilizada en proyectos hospitalarios, de los cuerpos excesivamente largos como el pabellón de Luis Briñas que resultaba poco funcional e incómodo, y su deseo de favorecer espacios independientes y circulaciones cómodas y fluidas.

En el cuerpo de enlace acristalado, el arquitecto ubicó un gran hall de entrada con cuatro ascensores y dos escaleras que permitían comunicar y atender con comodidad los servicios instalados en los dos bloques, tanto en vertical como en horizontal. En el cuerpo menor de la planta baja, orientado al norte, se instalaron la administración, la dirección del centro y algunos servicios médicos; y en el cuerpo más amplio las salas de rayos, la cocina y lavandería. Se trataba de un espacio que permitía la entrada de ambulancias con enfermos y automóviles hasta el interior para abastecer el sanatorio y evacuar los cadáveres con discreción.

Los pisos altos abiertos al norte albergaron los servicios médicos en una de sus partes y, en otra, los dormitorios para pacientes aislados y graves. Mientras que el cuerpo más amplio, que contaba con un frente de 83 metros orientado al sur, acogió el resto de habitaciones abiertas a las galerías de curas. Finalmente el último piso se dedicó a las viviendas de los sanitarios y religiosas residentes, desde donde podían acceder al coro de la capilla de dos pisos de altura que se alzaba sobre los servicios médicos.

FOTO 17 Sor Nieves y Sor Rosalía. Planta segunda en el comedor el día de Nochevieja de 1966

Al igual que el sanatorio infantil, cada planta fue concebida como una unidad clínica autónoma, con las habitaciones y los servicios necesarios que permitiese una organización más eficiente del trabajo. Así cada unidad disponía de servicios médicos de reconocimiento, aseos comunes, sala - comedor ubicada junto a los ascensores, servicio de comidas y habitaciones.

Las habitaciones se convirtieron una vez más en la principal preocupación de Aguinaga, al concebirlas como módulos que estructuraban y determinaban el resto del edificio. Al igual que en el sanatorio infantil, el arquitecto diseñó dos células de habitación: una más pequeña para aislamientos y otra de mayor tamaño para curas, que ubicó en cada uno de los bloques para evitar retranqueos o superficies excesivas en galerías o pasillos. En el bloque menor dispuso cinco habitaciones de dos camas por planta destinadas a enfermos que necesitaban de aislamiento por su situación, y por lo tanto prescindían de galería. Mientras que el otro bloque albergó 9 habitaciones corridas de 8 camas de 6.40 x 7.50 metros y galería compartida para curas. Siguiendo la experiencia del sanatorio infantil, el arquitecto se decantó por la galería cubierta y descartó la terraza en voladizo que no le habían recomendado ni médicos, ni pacientes por ser menos efectiva en el recogimiento, el abrigo, y en la protección del viento y de la luz excesivas.

El arquitecto era consciente de que hubiese sido preferible cuartos con un número menor de camas, pero se hubiera tratado de una opción más cara, tanto en la construcción como en el número de personal que en aquella época no se podían permitir. Más si cabe en uno años en los que las habitaciones eran ocupadas por más camas de las inicialmente previstas.

Por su parte, el salón - estar y los baños quedaban desgajados de la célula de habitación, seguramente a favor de un mayor aprovechamiento económico y espacial que siempre preocupó al arquitecto. El primero se ubicó entre los dormitorios, interrumpiendo la galería, y repitiendo el carácter discontinuo de su anterior experiencia. Mientras que, siguiendo la tendencia habitual de la época, los aseos, que eran escasos y compartidos, no formaron parte de los módulos, y se ubicaron de manera independiente, bien junto a algunas habitaciones o en la crujía posterior de los dormitorios, con el pasillo como separación entre ambos. El arquitecto reconocía que la ubicación de los baños entre las habitaciones resultaba más cómoda para los pacientes, pero ello aumentaba la longitud de la fachada y el presupuesto de la obra. También hemos de considerar que los hábitos de higiene eran diferentes a los actuales. Así lo apuntó Aguinaga al referirse a la falta de higiene de los hospitalizados, su poco respeto hacia las instalaciones, y la habitual carencia de agua caliente que por economía se limitaba a contados días de la semana.

Tras la zona de dormitorios, para Aguinaga la pieza más importante del sanatorio fueron los servicios médicos. A su juicio debían constituirse como una unidad independiente, pero perfectamente enlazada con el resto del conjunto. Así los servicios médicos generales, aunque repartidos entre las tres primeras plantas, constituían un bloque independiente, conformado por los servicios de cadáveres en planta baja, las especialidades médicas, dirección y archivo en el primer piso, la cirugía en el segundo, y los laboratorios y farmacia en el tercero. Los servicios médicos principales estaban por tanto en la planta intermedia, y facilitaban el recorrido vertical hacia dos plantas arriba y abajo.

El arquitecto consideraba que el resto de servicios tenían que estar en virtud de los dos principales, relegando las viviendas de los residentes al último piso, para evitar que éstos y los enfermos compartiesen circulación; y disponiendo los servicios de alimentación y ropa en la planta baja, pero facilitando su circulación vertical. Así el servicio de lavandería estaba conectado al resto de pisos mediante una tolva, mientras que la cocina enlazaba con los comedores de los pisos superiores a través de los ascensores.

Sin embargo, al poco tiempo se centralizó el servicio de alimentación de todo el grupo sanatorial que hizo que la cocina de 90 metros cuadrados, resultara insuficiente en espacio, volumen y ventilación, y se apuntó la necesidad de ampliarla. En consecuencia entre 1948 y 1949 Aguinaga ideó un original pabellón - cocina de nueva planta adosada al bloque posterior, y comunicado con el otro bloque mediante un pasadizo cubierto que facilitase el trabajo. Se trataba de un espacio rectangular de 150 metros cuadrados y una altura media de 6.50 metros, 7.20 en su punto máximo, que prescindía de poste alguno gracias al uso de la viga Vierendell de 15.70 metros de luz. La cubierta era de forma curva, con una bóveda de hormigón alicatada con azulejo blanco de 10 x 20, que permitían reflejar la luz que penetraba por los ventanales laterales a diferente altura de las fachadas, que se conformaban en base a bloques de vidrio calados en carpinterías metálicas. La originalidad estuvo presente incluso en el pavimento donde adoptó baldosín blanco de gres de forma hexagonal.

FOTO 18 Todos los enfermos ingresados en la Segunda Planta en el comedor con las Hermanas de la Caridad, Sor Rosalía y Sor Nieves, año 1967

La economía y la rentabilidad del conjunto incidió, no sólo en la distribución y organización mínima del espacio, sino que también en el uso de materiales de menor calidad que se deterioraron rápidamente debido a su uso; y en la omisión de elementos decorativos que prescindían de recubrir la fachada con ladrillo rojo, tal como le habría gustado y había tenido oportunidad de realizar en el dispensario de la capital. En su lugar el arquitecto optó por un revoco granulado de mortero de cemento o tirolesa, que provocó problemas de conservación que motivaron el enchapado final, nada acertado, que presenta en la actualidad.

En 1952 el arquitecto Carlos de Miguel, director de la Revista Nacional de Arquitectura, ante la expectación y éxito que despertó el edificio de su amigo Eugenio María de Aguinaga, le invitó a que participara en una de las conferencias de Crítica de Arquitectura desde las que, como ya hemos apuntado, se propició el debate sobre diferentes temas. En su conferencia, que recogió parcialmente la revista, Aguinaga se refirió a los centros hospitalarios como una de las misiones más atractivas para un arquitecto. Ya que se trataba de proyectos libres de las restricciones de las ordenanzas y generalmente en emplazamientos bellos, en los que se tomaba el reto de alimentar, vestir y cuidar de la salud física del enfermo, pero también de la salud de su alma, al educarle, entretenerle y propiciar su convivencia con otras personas.

En la conferencia Aguinaga además de analizar las ventajas e inconvenientes en el modo de construir y planificar un sanatorio, también criticó su propuesta basándose en la experiencia de años de funcionamiento. El arquitecto censuró la imposibilidad de poder ampliar el edificio en sus extremos en caso de que fuese necesario. También censuró el escaso tamaño de la cocina que tuvo que ser reformada, el no haber incluido armarios empotrados en las habitaciones, que tuvieron que ser añadidos aprovechando el doble tabique de fondo de la crujía; el exceso de servicios médicos, que ya se apuntó en uno de los informes que le remitió el patronato; así como la mala calidad y bajo coste de los materiales empleados en la carpintería y fontanería debido a un mal sentido de la economía. Sí que le satisfizo la colocación general de los bloques en altura, el número de pisos, la ubicación de escaleras y ascensores, el tipo de dormitorio adoptado, y la nueva cocina. No en vano se trató de un esquema que repitió en 1949 cuando la Diputación le encargó una Clínica Neuro-Psiquiátrica en Bilbao que nunca llegó a erigirse.

El resultado del esfuerzo de Aguinaga fue la culminación de la primera ciudad sanatorial antituberculosa de España, y que la Villa se adelantara a la política de sanatorios que se quiso implantar desde el Patronato en años posteriores. De hecho el sanatorio masculino fue un centro modélico para el patronato, en el que se formaron planes piloto de la lucha antituberculosa. Además resulta significativo que cuando en 1944 la Revista Nacional de Arquitectura publicó algunas de las construcciones terminadas por el Patronato se eligieran tres sanatorios: las remodelaciones de Aurelio Botella en los centros de de Valdelatas en Madrid y Alcohete en Guadajalara, y el centro Generalísimo Franco en Bilbao. A la vez que el edificio de Aguinaga fue el único centro de sus características que se mostró en la Exposición de Arquitectura Hispano Americana celebrada en Barcelona de 1949 con motivo de la V Asamblea Nacional de Arquitectos que organizó la D.G.A.

La ciudad sanatorial de Santa Marina en general, y el último proyecto de Aguinaga en particular, fueron un ejemplo aislado de la construcción antituberculosa de la época. El hecho de que los primeros proyectos se llevaran a cabo antes de que el patronato se organizara de manera definitiva, junto con la tradición de la provincia de llevar a cabo sus propias propuestas, -que ya fue explicitada por el gobernador civil de Vizcaya, Miguel Ganuza, al patronato en 1939, motivó una autonomía en la elaboración y ejecución de las obras, que no fue habitual en el funcionamiento del P.N.A.

Así mientras la ciudad sanatorial bilbaína estaba construyéndose, en agosto de 1942 el patronato convocó un concurso de anteproyectos de sanatorios antituberculosos con el fin de conseguir un sanatorio tipo que se adaptase a las necesidades climáticas de cada región. A la vez que a finales de 1942 el Patronato pidió a la D.G.A. que le propusiera modelos constructivos para conseguir una mayor rapidez y uniformidad en los edificios. En 1943 la Revista Nacional de Arquitectura daba cuenta de las propuestas galardonadas, y los resultados del plan de construcciones sanitarias que en 1943 había conseguido instalar 5.755 camas y proyectar 10.245 más en obras de conservación, ampliación y mejora de los centros existentes y la construcción de otros nuevos. Se trataba de propuestas que se redactaron desde la Sección de Arquitectura del Patronato, que a partir de 1943 pasó a depender directamente de la Dirección General de Arquitectura, que también se hizo cargo del resto de edificaciones que fuera preciso acometer desde la Dirección General de Sanidad.

Seguidamente, el 15 de noviembre de 1944, se aprobó la Ley de Bases del Patronato Nacional Antituberculoso, y el Patronato comenzó la construcción de varios sanitarios tipo que, con algunas variaciones, siguieron los proyectos premiados y publicados en 1943. Para diciembre 1947 se habían conseguido 25.000 camas, y el plan que se aprobó en diciembre del mismo año anunciaba la habilitación de 25.000 más. Durante el período en que tuvo vigencia el nuevo plan, en Bilbao, entre 1947 y 1950, se acometieron las obras de ampliación y reforma del antiguo Instituto Provincial de Higiene en la calle de María Díaz de Haro de la mano de Ambrosio Arroyo, arquitecto del Patronato, y Antonio Zobarán. El centro siguiendo la estética marcada en el dispensario Ledo- Arteche, albergó nuevas dependencias para sanatorio antituberculoso, así como de puericultura, maternidad, hematología, higiene mental, oftalmología, otorrinolaringología, dermatología, odontología e inspecciones provinciales de farmacia y veterinaria con un coste total de cinco millones de pesetas que desembolsaron la Diputación, el Ayuntamiento, el Patronato Nacional Antituberculoso, la Dirección General de Sanidad y el Ministerio de la Gobernación.

FOTO 19 Obra de teatro en el sanatorio de Santa Marina. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966

Sin embargo las carencias de la lucha antituberculosa fueron el vivo reflejo de las penurias de la época. No sólo se construyó con retraso, sino que además se careció de los medios médicos y humanos necesarios para poder llevar a cabo una política sanitaria adecuada. En todos los casos las habitaciones acogieron más camas de las inicialmente previstas, por lo que la saturación y la falta de espacio fue habitual en los primeros años de lucha contra la enfermedad.

Además solía ser complicado alimentar a los enfermos, a la vez que hasta 1954 fueron habituales las dificultades para conseguir el material radiológico y medicinas necesarias, tanto por su escasez como por su elevado precio. En consecuencia, los médicos se vieron obligados a dedicar las existencias a aquellos enfermos presumiblemente curables, que tampoco contaban con el personal subalterno necesario que se encargarse de su cuidado. En suma, la nueva arquitectura de los sanatorios antituberculosos, a pesar de la repercusión y presencia que tuvieron gracias a la política de propaganda del gobierno; tan sólo ocultó las carencias y penurias de un Estado que no contaban con los medios necesarios para proporcionar una atención sanitaria adecuada. De hecho hubo que esperar hasta la década de los cincuenta para que la curación de la tuberculosis fuera una realidad, y el cáncer fuera la primera causa de mortalidad. Fue a partir de 1943 cuando se desarrollaron con éxito los primeros experimentos con medicamentos contra la tuberculosis, más concretamente la estreptomicina y la isoniazida. Pero se trataba de fármacos caros que la industria farmacéutica española no pudo fabricar a un precio asequible hasta 1957.

FOTO 20 Las dos fotos superiores: Regalo a Don Manuel el 1 de enero de 1967, con el Belén de la segunda planta al fondo. Las dos fotos inferiores: Los enfermos comiendo una mariscada el día de Reyes de 1967

En los centros bilbaínos se ensayaron tímidamente los nuevos tratamientos en base a estreptomicina a partir de 1947, pero con un coste entre tres o cuatro veces mayor a la terapia anterior. A partir de 1952 el descenso de la enfermedad gracias a los nuevos medicamentos, junto con la desaparición del racionamiento que indicaba las posibilidades de una mejor nutrición, la construcción de viviendas salubres y la extensión de la medicina social, esto es, la mejora de las condiciones socioeconómicas del país, hicieron que la tuberculosis ya no tuviera la relevancia de años anteriores.

FOTO 21 Jugando en la galería de la segunda planta del sanatorio Santa Marina. Marzo 1967

Esta situación propició que en 1954 el patronato decidiera paralizar su política de construcción de sanatorios, y un lógico cambio en las instalaciones de los creados, que pasaron a albergar pacientes con otras patologías, principalmente enfermos con neuropatías, cardiopatías o cáncer de pulmón. De hecho en 1958 se creó un nuevo Patronato Nacional Antituberculoso y de las Enfermedades del Tórax, que ya no tenía la tuberculosis como el principal objetivo de su trabajo. De ahí que en la actualidad el complejo sanatorial de Santa Marina se encuentre en un estado que nada tiene que ver con el original. Ya en 1986 se procedió al derribo de los pabellones de Luis Briñas, y el mismo camino siguió el dispensario Ledo- Arteche al ser sustituido recientemente por la nueva sede del sistema vasco de salud, Osakidetza. El sanatorio infantil se encuentra, por su parte, en un estado total de ruina y abandono, mientras que el edificio de Aguinaga es el único que sigue utilizándose como hospital.

FOTOGRAFÍAS
Foto 1: Parte superior fotografía cedida por Ángel Martín Artime. Parte inferior: Excelentísimo Ayuntamiento de Bilbao. Boletín estadístico de la Villa. Segundo trimestre. Año 1955. Páginas 16 - 17

Foto 2: Enfermera cedida por Ángel Martín Artime. Óleo de Théobald Chartran

Fotos 3 y 4: Escaneadas del trabajo de Francisco Javier Muñoz Fernández. La arquitectura racionalista en Bilbao, 1927 – 1950. Tradición y Modernidad en la época de la máquina. Tesis Doctoral. Universidad del País Vasco. Bilbao 2011. ISBN: 978-84-694-9621-3. Páginas 639 - 655

Foto 5: Foto sacada de: Actividad empresarial y política de D. Víctor Tapia
Segunda foto sacada de la revista Gráficos de Vizcaya

Fotos de la 6 a la 22: Archivo fotográfico privado de Manuel Solórzano Sánchez

FOTO 22 Enfermos paseando por el campo cercano al Sanatorio Santa Marina. Marzo 1967

BIBLIOGRAFÍA
1.- La tuberculosis. José María Urkia Etxabe. Cuadernos de Sección. Ciencias Médicas 2. (1992) p. 139 - 153. ISBN: 84-86240-40-4. Donostia: Eusko Ikaskuntza

2.- ABC del 14 de Noviembre de 1942. Página 12

3.- ABC del 18 Junio de 1944. Página 25

4.- Excelentísimo Ayuntamiento de Bilbao. Boletín estadístico de la Villa. Segundo trimestre. Año 1955. Páginas 16 - 17

5.- Francisco Javier Muñoz Fernández. La arquitectura racionalista en Bilbao, 1927 – 1950. Tradición y Modernidad en la época de la máquina. Tesis Doctoral. Universidad del País Vasco. Bilbao 2011. ISBN: 978-84-694-9621-3. Páginas 639 - 655

AGRADECIMIENTOS
José María Urkia Etxabe
ABC
Ángel Martín Artime
Excelentísimo Ayuntamiento de Bilbao
Francisco Javier Muñoz Fernández
Raúl Expósito González
Alfonso Emperador Decorpas
Pedro Cano Abadía
Jesús Rubio Pilarte

Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)