Dedicatoria de este trabajo:
A
todas las enfermeras y enfermeros del mundo, que con su magnífica profesión,
siguen realizando los “Cuidados de Enfermería”, en todos los lugares.
En
la Universidad, en los hospitales, clínicas, dispensarios, cárceles,
ambulatorios y centros de salud. En los hogares de niños y ancianos. En los
psiquiátricos y centros de salud mental.
Con
buenos trabajos y otros no tan buenos. En los países ricos y en los países
pobres, en las ONG y en las misiones. En tiempos de paz y en tiempos de guerra.
En los países con hambruna.
Destacar
aquellas enfermeras que defienden su profesión, cuando no son respetadas ni
como mujeres, ni como enfermeras; donde el trabajar en un hospital árabe les
puede suponer vejaciones y abandonos por no entender este trabajo sus maridos.
A todas aquellas enfermeras que tienen que abandonar su profesión cuando se
casan como es el caso de Japón.
A
las que nuestra profesión enfermera les puede costar su propia vida, como es en
las guerras, en las trincheras, en primera línea de tiro, en las exposiciones
químicas y físicas, en las grandes epidemias.
A
las que cuentan con todo lo necesario para realizar su trabajo y a todas
aquellas que tienen que dar incluso su propia comida, por que no tienen ningún
recurso.
A
las que cuidan pacientes de alto riesgo como son el VIH, la lepra, y otras
enfermedades infecto - contagiosas.
Para
todas ellas y ellos, les quiero dedicar esta frase que ya la empleó
anteriormente Florence Nightingale:
“La Enfermería
es una de las bellas Artes, casi diría la más bella de todas las bellas Artes”.
Un
abrazo
Manuel Solórzano
Sánchez
Enfermero
de San Sebastián
1 de
Noviembre de 2013
MONJA Y ENFERMA
En: Jordi Vigué y Melisa Ricketts en La Medicina en la pintura. El arte médico. Ars Medica. Barcelona
2008. Página 195.
FOTO
001 Antoni Casanova (1847 – 1896). Cuadro realizado en 1893. Óleo sobre tabla
de 12 x 21 cm.
Colección Privada.
Nacido
en Tortosa (Tarragona) en 1847, Antoni
Casanova i Estorach se formó como pintor en la Escola de Llotja de
Barcelona, y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid,
donde aprendió a realizar grandes composiciones históricas al gusto de la
época. Por sus méritos en este género, la Diputación de Barcelona le otorgó una
pensión para completar sus estudios en Roma, donde quedó impresionado por los
grandes maestros, pero también por las obras de temas anecdóticos de Marià
Fortuny (1838 – 1874), otro pintor catalán afincado en la ciudad.
En
1875, se trasladaría a Paris, donde, al ritmo de medallas y reconocimientos,
permanecería hasta el fin de sus días.
Esta
obra es muy diferente de las grandes pinturas históricas que hicieron famoso a
Casanova, no sólo por su pequeño tamaño, sino también por el carácter
anecdótico e íntimo del tema tratado.
La
escena parece transcurrir en un hospital atendido por religiosas, y se
concentra en la atención de una monja a una enferma postrada en la cama. La
monja es una mujer joven que viste un delantal blanco sobre el hábito y
sostiene en sus manos una taza de caldo o bien una infusión de hierbas,
remedios ambos provenientes de la tradición monástica que tienen como fin
reconfortar el ánimo y devolver las fuerzas perdidas tras, por ejemplo, un
ataque de fiebre.
La
enferma parece agotada. Vestida con camisón blanco que le cubre castamente
hasta el cuello, apenas puede levantar la cabeza, que permanece apoyada sobre
dos mullidos almohadones.
Sin
embargo, es capaz de dirigir una mirada y una sonrisa de agradecimiento hacia
la persona que la atiende. Con ello, el pintor deseó expresar que, además del
tratamiento curativo, es la ayuda espiritual la que verdaderamente reconforta
al enfermo durante las etapas de dolor y sufrimiento. En España, a falta de
reglamentar sobre la profesión de enfermera (se reglamenta en 1915), como ya
había ocurrido en otros países, eran las monjas las que comúnmente se
encargaban de esta tarea, significando para los enfermos verdaderos ángeles de
la guarda, ya que su ayuda, además de generosa, era desinteresada.
La
habitación parece acusar el paso del tiempo y, se adivina, de recursos, si bien
la luz entra en ella ampliamente, eliminando cualquier aspecto sórdido. En una
de las paredes, junto a la puerta, hay una cartela en la que se leen,
seguramente, algunas frases de ánimo para los enfermos.
CIENCIA Y CARIDAD
En vísperas de 1898, un año trágico para la historia de
España, pues se certificaba la definitiva pérdida de los territorios americanos
y asiáticos tras una dura guerra contra los Estados Unidos, un joven pintor
malagueño conseguía una mención en la Exposición Nacional de Bellas Artes con
el lienzo “Ciencia y Caridad”.
Ese estudiante, que ya creaba como un maestro, se llamaba Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), y era el hijo mayor de José Ruiz
Blasco, profesor de dibujo en Málaga, que le había iniciado en tierras gallegas
en la pintura a la temprana edad de diez años. En 1895, el adolescente Pablo
fue admitido en los cursos superiores de pintura al natural en la Escuela de
Bellas Artes de la Lonja de Barcelona. Con el tiempo llegaría a ser uno de los
grandes pintores españoles del siglo XX (1).
La figura de la Caridad humaniza a la Ciencia, y
ésta debe situarse al lado de aquella: idea que parece desprenderse de la
visión del cuadro. El siglo XIX fue la centuria de la Medicina, la época de
mayor desarrollo de esta ciencia en toda su historia moderna, que puso las
bases de su extraordinaria difusión y progreso en el siglo XX.
El médico representó mejor que ningún otro la figura del
científico, a ojos de la mayor parte de la sociedad, al estar en contacto con
todas las capas sociales. Si bien importante y definitivo para la revolución
industrial, el trabajo de los físicos, químicos e ingenieros parecía demasiado
lejano para las clases medias y populares, frente a la cotidianeidad del
médico, del “doctor”. Y
es precisamente ese médico de cabecera –la cabecera de la cama- el que
aparece en este cuadro, junto a la monja (1).
Numerosas órdenes religiosas femeninas, de acuerdo con su idea
de asistencia y dedicación a la sociedad, se especializaron en el trabajo en
hospitales y dispensarios. La simpática figura de la monjita en los pasillos y
galerías hospitalarias relajaba el carácter sumamente científico y serio de los
médicos, y a ambos unían –o debía unir- un sincero humanitarismo y caridad.
FOTO
002 Sello de correos de Picasso. Boceto. Cuadro del revés. La visita de la
madre
Hoy en día, el término de caridad resulta estar muy mal
entendido, y se prefiere el de “justicia social” aunque, en el fondo, coincidan
en algunos aspectos, aunque en otros le supera: la caridad debe ser
solidaridad, entrega generosa, desinteresada y total hacia los demás, hacia
todos los hombres, ayudándoles directamente, yendo más allá de los justos
límites.
Por eso pienso que el título de esta obra no debe cambiar, no
puede “actualizarse”, pues su mensaje continua siendo fundamental para que la
Ciencia nunca abandone su misión como actividad siempre en beneficio y entrega
sincera, total y generosa a la mejora de la Humanidad (1).
En: Jordi Vigué y Melisa Ricketts en La Medicina en la pintura. El arte médico. Ars Medica. Barcelona
2008. Página 199.
Se
trata de un ambicioso óleo que Picasso
realizó durante su juventud y que fue presentado en la Exposición Nacional de
Bellas Artes de Madrid, donde obtuvo una mención honorífica. El tema y la
composición, de corte académico, fueron ideados por su padre, el pintor José Ruiz Blasco, con el objetivo de
conseguir un premio en dicha muestra. Picasso lo ejecutó en el taller que éste
le había alquilado en el número 4 de la barcelonesa calle de la Plata.
Muestra
a un médico y a una monja con un niño que atienden a una enferma postrada en
cama, seguramente la madre del bebé. El médico encarna la “Ciencia” y la monja, un personaje habitual en los hospitales, la “Caridad”. El médico le está tomando el
pulso, mientras la monja le ofrece un tazón de caldo o alguna infusión. Picasso
parece explicar, a tono con la moral de la época, que la unión de ambas es
necesaria para la recuperación del enfermo, que necesita tanto de la ayuda
científica como de la espiritual.
FOTO
003 Pablo Picasso (1881 – 1973). Obra realizada en 1897. Óleo sobre tela de 197
x 249,5 cm.
Museo Picasso de Barcelona.
A
finales del siglo XIX, la Medicina experimentó un gran desarrollo, siendo el
médico su máximo representante sobre cualquier otro científico –biólogos,
químicos, físicos-, ya que constituía una figura cotidiana y conocida por todas
las capas sociales, que tarde o temprano, reclamarían sus servicios.
Sin
embargo, en la mayoría de los hospitales, aún eran las monjas las que asistían
a los enfermos, movidas por la idea de servicio y asistencia desinteresada a
los desvalidos. Su presencia resultaba reconfortante en una sociedad en la que
la religión condicionaba su moral y sus valores.
Esta
obra se encuentra dentro de las corrientes tradicionales de moda en la época,
que buscaban la enseñanza moral y humanista. Técnicamente, se advierten ecos
del Realismo por la modestia de la alcoba y del Impresionismo por la atención a
los efectos luminosos, así como de algunos resabios academicistas que recaen en
la estructura rígida de la composición y en el uso de una paleta de colores
ocres con toques de malva, blanco y lila.
Cabe
señalar quiénes fueron los modelos de la obra. El médico era el padre del
artista, mientras que la monja era una mendiga que pedía limosna en la calle
contigua al estudio. Picasso le prometió diez pesetas por sesión, además de
golosinas para el niño. El vestuario de la monja fue cedido por sor Josefa
González, monja paulina que estaba agradecida de las atenciones recibidas por
Salvador, el tío de Picasso, que era médico y que acogió de buen grado esta
pintura.
AGRADECIMIENTO
Jordi Vigué. Estudió medicina en la
Universidad de Barcelona. Historiador del Arte por La Sorbona. Paris.
Melisa Ricketts. Licenciada en historia
del Arte por la Universidad de Zaragoza. España.
El
rincón de la ciencia. Antonio del Moral
BIBLIOGRAFÍA
La Medicina en la pintura. El arte médico. Jordi Vigué y Melisa Ricketts. Ars Medica.
Depósito Legal: M.40.757-2007. Páginas 195 y 199.
1.- El rincón de la ciencia. Antonio del Moral.
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero. Hospital Universitario Donostia
de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Colegiado 1.372. Ilustre Colegio de
Enfermería de Gipuzkoa
Miembro
de Enfermería Avanza
Miembro
Comité de Redacción de la
Revista Ética de los Cuidados
Miembro
de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro
de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro
de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro
no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
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