Doña Isabel Cendala y Gómez, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna e Isabel como pionera de la enfermería
La conmovedora aventura del Dr. Francisco Xavier Balmis e Isabel Cendala y Gómez y la expedición que propagó la primera vacuna que consiguió librar al mundo de la mortal viruela.
En la España de aquel momento, la miseria, las enfermedades y el hambre daban al traste definitivamente con cuatro siglos de gloria. El gran imperio construido por los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II llevaba más de dos siglos desmoronándose en manos de sus sucesores, y el cambio de los Austrias a los Borbones no había ayudado en absoluto.
FOTO 001 Vacuna de la viruela
Carlos IV delegaba el gobierno de sus reinos en unos y otros ministros que, a pesar de sus buenas intenciones, daban palos de ciego ante las quejumbrosas voces del pueblo.
El conde de Floridablanca, fiel a sus pensamientos ilustrados, intentó un reparto más equitativo de los bienes, sometiendo a los dos estamentos más poderosos. Para ello, la nobleza, en su testar, tendría que suprimir los mayorazgos y la Iglesia empezar a sufrir el principio de una clara desamortización. Medidas que le preocuparon sumamente cuando en 1789 llegaron las noticias del estallido de la Revolución Francesa con la detención de Luis XVI.
Ya con Godoy en el poder España se afrancesó. El imperio era grande y después de los servicios a la Corona española de Malaspina y Humboldt aún quedaban muchas tierras inexploradas, fauna y flora sin catalogar y remedios que encontrar para paliar las mortales enfermedades que asolaban a los pueblos.
Los principales problemas de salud llegaron al Nuevo Mundo con los emigrantes procedentes de Europa. La escarlatina, la difteria, la gripe, la fiebre tiroidea, el tifus, la tuberculosis, la fiebre amarilla y otras enfermedades transmisibles ocasionaron epidemias que se convirtieron en una pesadilla constante. El escorbuto y la pelagra, los trastornos prevalentes de nutrición, eran reflejo de la carencia de alimentos adecuados, especialmente entre las clases más pobres. Una de cada cinco personas padecía la viruela, que se demostró como una enfermedad tremenda y temida.
El temor creció hasta tal punto que se emprendieron experimentos con inoculación. La mayoría de los médicos se oponía, pero el clero más ilustrado los apoyaba. La oposición se debía aparentemente al factor de riesgo inherente a la inoculación, en ocasiones producía la muerte.
El proceso de la inoculación representó el comienzo de la medicina preventiva o, más específicamente, de la inmunología. Un método modificado llamado vacuna sustituyó al uso de la inoculación del virus de la viruela.
FOTO 002 Vacuna de la viruela
La naturaleza de la enfermedad siguió siendo un enigma. De hecho, pocas personas comprendían el funcionamiento de las prácticas que se utilizaban contra las enfermedades y las plagas. Los “hombres instruidos” daban consejo sobre el “cuidado a los enfermos” y los “cuidados quirúrgicos”. Así muchos profanos ejercían de médicos sin haber recibido nunca una titulación médica formal. Los médicos coloniales tenían en general una formación mediocre. Según algunas fuentes, el título de “doctor” ni siquiera se usó en las colonias antes de 1769. Fue una época de pocos médicos y muchos charlatanes oportunistas.
Andrews nos decía: los puritanos sabían poco de medicina y la practicaban menos aún. Tragaban dosis de pócimas extrañas y repugnantes, llevaban encima talismanes y amuletos, encontraban consuelo y alivio en remedios internos y externos que no podían tener ninguna influencia sobre las causas de los males y, cuando todo lo demás fallaba, se rendían a la piedad y voluntad de Dios. La cirugía era una cuestión de arrancar dientes y enmendar huesos, y aunque se realizaban autopsias, no tenemos noticia de la destreza del médico. El arte de la curación, como el de la enfermería y la partería, quedaba a menudo en manos de las mujeres…
Los hombres que practicaban la curación solían ser de origen humilde y se ganaban la vida principalmente con la agricultura o la ganadería. Algunos eran tanto sacerdotes como médicos. Había un cierto número de médicos con una preparación normal, pero ni uno sólo sabía más que lo elemental de la medicina.
FOTO 003 Francisco Xavier Balmis Cirujano Real
Francisco Xavier Balmis, acudió entonces al Consejo de Indias a presentar un proyecto digno de ser sufragado por la Corona española para su gloria. Mientras, como rectora del Hospicio de La Coruña, Isabel de Cendala sufría las consecuencias de la desamortización de bienes “en manos muertas” pertenecientes a hospitales, casas de misericordia y hospicios regentados por comunidades religiosas.
Precisamente en este momento de nuestra historia es cuando el destino quiso que un hombre beneficiado por las reformas del gobierno topase con una mujer que, a la contra, se veía perjudicada.
Nos cuenta Isabel Cendala como se vivía en el Hospicio de la Coruña: como cada mañana, caminé a tientas. Entre la penumbra y al palpo, crucé sigilosamente por entre dos de los cien catres que allí había. Estaban tan hacinados que apenas dejaban un angosto pasillo por el que cruzar de un lado a otro, y es que ya hacía demasiado tiempo que a nuestra lista de carencias se le había sumado la falta de espacio.
FOTO 004 Casa de Expósitos de La Coruña (Fundación Francisco X Balmis)
Alzándome levemente el delantal, procuré que el crujir de su tela no despertase a mis ángeles durmientes antes de tiempo, y muy despacio me acerqué a las ventanas. Allí, y desde el mismo día en que ingresaban, mi particular ejército de inocentes ánimas aceptaba su lamentable posición luchando contra la adversidad. Después de eso, todo sueño sería posible, o al menos aquello era lo que yo les había prometido.
Intuían que no les sería fácil, pero la ilusión les servía de acicate para combatir los instantes de decaimiento con una esbozada sonrisa dibujada en los labios. Aquello, como todo lo verdaderamente valioso, no nos costaba una sola moneda. Y es que en nuestro hogar podrían faltar viandas, leña y medicamentos, pero de alegría andábamos bien sobrados y evitábamos como al diablo cualquier viso de tristeza o compasión.
Encontraron a una mujer en la playa muerta y sus hijos estaban apretados a ella, para mantener el calor, me acerqué despacio para poder ver la posible causa de su muerte, le busqué el chancro del mal gálico (sífilis) en su vagina y no me costó encontrarlo porque la llaga era descomunal. Definitivamente, aquella mujer había muerto desangrada por el mal parto y la debilidad con la que debió afrontarlo. Sacada la conclusión, procedí a tapar su desnudez bajándole las faldas para terminar cerrándole los párpados.
Al pequeño que llevaba conmigo al hospicio, cuando cruzamos el zaguán le empezaron a flaquear las fuerzas, la madre Sagrario le dio una galleta, que se la arrancó para engullirla. Descalzo como estaba, pude apreciar cómo los sabañones amoratados de sus pies le habían descarnado los finos dedos. Cuando andaba cojeaba. Le dije, si me acompañas, te daré en los pies unas friegas con las mondas de patata y la cebolla que ha sobrado de la sopa. Ya verás cómo te aliviarán.
En aquel pozo olvidado de la sociedad, la única que no había hecho votos era yo. Mis conocimientos de enfermería y contabilidad me habían dado la oportunidad de trabajar en aquella inclusa apenas quedé viuda. Era la única mujer que allí no llevaba hábitos, pero eso no hizo que mis compañeras me despreciaran, muy al contrario, la madre superiora las había convencido de que Dios me había llevado allí para suplir sus carencias y poder enfrentarnos con sabios argumentos a la desamortización a la que nos querían someter.
El jornal era tan miserable como las paredes que nos rodeaban, pero yo por aquel entonces necesitaba olvidar mis penas lo más rápidamente posible al tiempo que encontraba un techo en el que cobijarme y un sustento. Para ello, no encontré mejor solución que mantenerme ocupada hasta la extenuación.
Desde el día que ingresé como rectora había visto salir y entrar al mismo número de niños. Los primeros llegaban en brazos de párrocos tan celosos de los secretos de confesión que en ellos depositaron, que hubiese sido imposible sonsacarles el nombre de sus progenitoras; eso cuando no los encontrábamos en el regazo mugriento de un cesto alevosamente olvidado en nuestro torno después de oír el ligero tañer de la campanilla del refrectorio.
Aquellos hijos de la pobreza y la desvergüenza eran las cabezas de turco que en muchas ocasiones pagaban con su vida la miserable cuna en la que habían nacido. Envidiaba su ingenuidad a pesar de sus desdichas. Con frecuencia, procuraba arrancarles sonoras carcajadas tumbándolos a todos en fila india y simulando tocar el piano sobre sus cosquillosos estómagos.
De rodillas le froté los pies con aquellos remedios caseros que tan bien conocía por no ser demasiado costosos. Mientras, él tragaba sin apenas respirar y como si fuese un manjar aquel mejunje de cebollas, patata y pan duro que el colindante hospital de la Caridad nos había mandado fruto de sus sobras.
Al levantarme lo observé con más detenimiento. A primera vista no hallé ni rastro de los males que solían acuciar a los pequeños. No tenía pústulas, aftas en su boca, calvas producidas por la temida tiña, fiebre o más dolor que el de la tristeza de su alma.
La andrajosa camisa descubría la desnudez de una desnutrida piel adherida a las costillas. Las legañas de sus ojos parecían lágrimas de pus, y su pelo negro, un emplasto de brea incapaz de albergar a un miserable piojo. Tendría unos seis años, labios carnosos, la nariz afilada y unos pómulos demasiado prominentes como para ser los de un niño tan pequeño.
Le pregunté ¿quieres dormir en una cama? Pareció no escucharme, estaba absorto mirando el cuenco vacío. Antes de acostarte te tengo que cambiar y terminar de asearte. Al bañarle descubrí su blanca piel tatuada de mugre que según le iba limpiando iba desapareciendo junto al olor a queso rancio de su piel. Busqué en el cesto donde almacenábamos las ropas de la caridad una camisola aproximadamente de su tamaño y le puse los únicos calcetines agujereados que encontré. Nada más acostarlo se durmió.
Al olor del desayuno, los niños se despabilaron por completo asaltando a las dos monjas que sobre una gran bandeja traían las viandas. Era lógico el entusiasmo, ya que tan sólo un día al mes el panadero nos honraba con aquellos bollos preñados aún humeantes.
Estando tranquilamente leyendo el libro “La práctica política y económica de expósitos” de Tomás Montalvo, apareció a importunarme un señor con uniforme, cuellos y puños anchos de un rojo intenso, casaca azul marino, elegantes botas negras con doble vuelta en su desembocadura. Los brocados, botonaduras, galones e insignias lo catalogaban como cirujano médico. Comprendí que no estaba allí por casualidad, aquel hombre sabía muy bien con quién hablaba, no era así en mi caso.
FOTO 005 Eduard Jenner vacunando
Le hablé de las malas condiciones en que se encontraban los niños expósitos, el que conseguía cumplir los ocho años tenía que trabajar para pagar su comida, una comida miserable. Los niños salen al amanecer de la inclusa para cumplir con un jornal de doce horas diarias. La mayoría llegan de noche cerrada, con el estómago crujiéndoles y las manos desolladas para caer exhaustos en sus catres y poder descansar unas horas antes de comenzar de nuevo. ¿Y todo para qué? No espere respuesta, para dedicar dos terceras partes de su jornal a su propia manutención. Ya veis, a cambio el erario público apenas les da un jergón cuajado de chinches para descansar. ¿Qué sucede con el sobrante? Estamos obligadas a guardarlo en nuestras arcas para entregárselo el día que definitivamente nos dejen. Sería aceptable si al menos pudiesen soportarlo con salud, pero están malnutridos y sólo tres de cada diez superan la década de vida.
Estando hablando vino corriendo un hombre vestido de enfermero gritando el nombre del cirujano, era la primera vez que lo escuché Francisco Xavier Balmis, dirigiendo a Isabel le dijo: yo también sufro el agobio de los que me rodean. El tiempo apremia y no me es posible dilatar más esta conversación. Iré directamente al grano. No estoy aquí por casualidad, pregunté a las monjas y me indicaron dónde encontraros. Yo le contesté vos me diréis. Sacó un libro del bolsillo interior de la chupa y me lo tendió. Sólo tuve tiempo de leer el título en voz alta. “Tratado histórico y práctico de la vacuna de la viruela”.
De repente recordé el nombre del descubridor y no pude más que demostrarle mi escepticismo. Os lo agradezco, pero hace tiempo que leí el tratado del doctor Eduard Jenner y no me creo que pueda prevenir tan fácilmente esta temida enfermedad. Se contagia sólo por el contacto, asesina en apenas una semana desde el primer síntoma y es muy sañuda por el dolor que causa, las calenturas que da y el empeño que tiene en tatuar su recuerdo en la piel de todo el que consigue sobrevivirla a través de las cicatrices que dejan sus miles de purulentos granos por dentro y fuera del cuerpo. Creo que la teoría de Jenner es una oda a la esperanza que a muchos les llega tarde.
Balmis le contestó: No es que lo crea, es una teoría probada. Solamente hacía falta que alguien se detuviese a observar y éste resultó ser Jenner. Fue el primero en darse cuenta de que las ordeñadoras de algunos pueblos del condado de Gloucester en Inglaterra, por alguna extraña razón y sin temor alguno, en cuanto se enteraban de que había una epidemia de viruela en un pueblo cercano se presentaban voluntarias para cuidar enfermos. Y es que jamás se contagiaban al haber pasado la enfermedad que aparte de unas manchas como quemaduras en las muñecas, dedos, axilas y cerca de las articulaciones, después de supurar se secaban y caían dejando una diminuta cicatriz. El Cowpox virus.
FOTO 006 Niños expósitos
Después de mucho observar, Jenner llegó a la conclusión que sólo el pus que mana de las pústulas azuladas de las ubres de las vacas en contacto con las agrietadas manos de las mujeres que las estrujaban a diario pudo haberlas hecho inmunes a la viruela, y lo más curioso es que después de experimentar con el mismo pus de los caballos o de las cabras, sólo el de las vacas resultó ser efectivo. No seáis escéptica. Cosas más raras se han visto. He estado en Nueva España investigando y os sorprenderíais del poder que unas sencillas infusiones o emplastos pueden tener sobre ciertas enfermedades.
El caso es que hace siete años que Jenner vacunó al primer niño sano con el pus de una mujer contagiada de Cowpox. Se llamaba James Phips, y como era de esperar sólo le salieron unas pequeñas pústulas que no le causaron ningún mal. Después le inoculó pus de viruela humana y tampoco enfermó. Anomalías de la naturaleza, yo también soy inmune y no sé porqué, le decía Isabel. De repente lo pensé, había pasado mi infancia ordeñando vacas en el caserío de mis abuelos, porque cuando quedé viuda y madre huera en sólo un mes, la acaricié una y mil veces y no la padecí.
Estuve junto a mi marido y mi hijo en todo momento, aplicándoles todos los remedios que conozco. Los sangré, purgué, les sometí a una dieta a base de caldo, infusiones y atole. Les apliqué calor, linimentos o sahumerios de azufre, fumaria o adelfa, pero eso y nada fue lo mismo porque según un barbero sufrían de viruela hemorrágica; la más asesina de todas las que él conocía. Ni siquiera pude aliviarlos de las jaquecas, dolores de huesos y calenturas.
FOTO 007 Torno giratorio de madera para entregar niños de forma anónima
Tragué saliva para contener la impotencia. Cómo un cúmulo de pesadillas infinitas, esas llagas purulentas se reproducían día a día cubriéndoles el cuerpo y las entrañas. Durante esos once días, relegada a los pies de sus camas pasaba las horas leyendo todo lo que cayó en mis manos sobre aquel mal. Supe de la tal lady Mary Montagu, de Jenner e incluso de unas curanderas que en un pueblo llamado Jadraque, muy cerca de Guadalajara, infectaban a los niños levemente de viruela para protegerlos de la mortal enfermedad a cambio de una moneda de plata. Pero para mi desesperanza ya era tarde; de nada servía ahora comprar un poco de viruela que los preservase de la enfermedad.
De todos modos, sabiendo esto, no podéis negaros a lo que estoy dispuesto a pediros. Creo que no hay nadie más capacitada para colaborar con la mayor empresa filantrópica de nuestros tiempos. Quiero que vengas conmigo, porque necesito seguir con su labor cruzando a otros continentes.
Cuando fui para hablar con el Dr. Balmis, éste se había ido a Madrid con sus niños expósitos. Me encontré con sus sobrinos Antonio Pastor Balmis, practicante y su hermano Francisco Pastor Balmis enfermero, eran los hijos de su hermana Micaela.
Cuando viajamos a Santiago de Compostela para buscar niños sanos para embarcarlos hacia nuevas tierras a Isabel le entraron muchas dudas después de haberse leído y releído el libro y memorizarlo, y no sabía a quién preguntar esas dudas. Se animó y se lo exteriorizó a Francisco preguntándole: Decidme, Francisco, ¿por qué tenemos que transmitir la vacuna de brazo en brazo? Sé que transportar vacas en un barco es voluminoso y demasiado costoso como para no servirnos de alimento. Supongo que conseguir especimenes que porten la enfermedad es aún más difícil, pero…
¿Por qué sólo con niños? ¿No hay otra manera de conservar la linfa? Francisco el enfermero se regodeó, la hay, empapando la linfa portadora en hilas de algodón o guardándola entre cristales sellados con cera; pero después de haberlo intentado en muchas ocasiones, se ha comprobado que con demasiada frecuencia el calor y la humedad de otras latitudes la corrompen y eso, señora mía, es algo que mi tío no se puede permitir.
No cabía duda de que aquel joven, aparte del cariño que un sobrino podía tener por su tío, confiaba plenamente en el jefe de la expedición como profesional. Balmis estaba a punto de cumplir los cincuenta años. Desde muy niño había observado trabajar a los hombres de su familia como cirujanos-barberos y su vocación por la práctica de la medicina ya enraizaba en su corazón apenas cumplidos los diez. A los diecisiete años ingresó en el Hospital Militar de Alicante para ampliar los conocimientos que había recibido de una forma casi innata observando el quehacer diario de los hombres de su familia, primero de su abuelo y después de su padre.
Para que le nombraran cirujano de cámara de su Majestad, y el por qué le eligió el Consejo de Indias como director de la “Real Expedición de la vacuna contra la viruela” fue gracias a los insignes miembros como Antonio Gimbernat, Leonardo Galli o Ignacio Lacaba. Además mi tío (Balmis) acaba de traducir del francés al español el “Tratado histórico de la vacuna de Jacques Louis Moreau de la Sarthe”, y al leerlo el monarca (Carlos IV) no quiso a otro para salvar a su hija.
Francisco Piguillen en Cataluña y Jauregui en Madrid habían sido los primeros en divulgar y vacunar contra la viruela por toda España. Conseguimos en la provincia cinco niños más los doce de La Coruña hacían diecisiete niños sin vacunar.
Después de tener a los niños, Balmis se sinceró con Isabel y le pidió que le siguiese en la empresa que iba a comenzar, salían al amanecer. Se lo suplicó y le dijo: Isabel, vos sois la mujer que necesito para que vele por los niños. Os he observado y sé que los sabéis tratar. No os engaño, las condiciones del viaje no serán del todo placenteras, serás la única mujer que viaje con todos los demás hombres y niños, pero precisamente por eso creo que os necesitamos más. El sueldo no será alto, pero estará justamente equiparado con los cuarenta reales de vellón que yo cobro, los veinte de mi segundo, los doce de los practicantes y los diez de los enfermeros. ¿Os parecería bien cobrar ocho?
FOTO 008 Eduard Jenner vacunando
Estaréis rodeada de hombres de mar, de la medicina y de niños, pero sé que eso no os angustia en absoluto porque a esta tierra sólo os ata el recuerdo del dolor (perdió marido e hijo por la viruela). ¡Venid con nosotros! ¡Conoceréis nuevas tierras al tiempo que con vuestros “cuidados” colaboraréis con la mayor expedición que España ha organizado desde la de Malaspina!
Mañana….. Apenas tendré tiempo para empacar, despedirme de las monjas y de mis niños. Y además… ¿Qué hay de mis credenciales? Balmis cogiéndome de las manos me dijo: Os juro que no os arrepentiréis. Por el resto no habéis de preocuparos porque a excepción de sus pertenencias más personales, los hatillos de los niños ya están dispuestos a los pies de sus camas. Nervioso, se rebuscó en el bolsillo interior de la casaca y con pulso ligeramente tembloroso sacó mi pasaporte. Aquí os entrego las credenciales firmadas a vuestro nombre. Las hermanas del hospicio os esperan esta noche en el refectorio para despedirse de vos. Son meros trámites que me he permitido ejecutar sin vuestro permiso por el acuciar del tiempo. De un modo u otro, mañana os espero a las ocho de la mañana en el puerto con los niños.
Yo me limitaré a deciros que las oportunidades en la vida sólo se presentan una vez. No la desaprovechéis. ¡Pensadlo, doña Isabel, porque si todo sale bien, vos probablemente seréis recordada por los anales de la historia! Aquel hombre sin duda sabía cómo convencer sin perder un minuto divagando.
Allí estaba la corbeta María Pita, propiedad de los astilleros Tabanera y sobrinos. ¡Al menos el recuerdo de otra mujer viajaría conmigo! Poco antes de salir, a cada niño se le dio un fardo que contenía: dos pares de zapatos, seis camisa, un sombrero que en aquel momento lo llevaban calado, tres pantalones con sus respectivas chaquetas de lienzo y otro pantalón más de paño para los días más fríos. Para el aseo personal, tres pañuelos de cuello, otros tres de nariz y un peine; y para comer, un vaso, plato y un juego completo de cubiertos. Era el mejor regalo que les podían hacer, ellos lo cuidarían muy bien durante todo el viaje. Todo iba numerado con el número asignado a cada niño. Los menores tenían tres años y los mayores nueve. Entre todos éramos como sesenta almas.
FOTO 009 Corbeta María Pita
A los veintidós niños y a mí, nos enseñaron el agujero donde íbamos a dormir; a excepción de unos arcones atornillados al suelo, no había más mobiliario que unos sacos vacíos pendidos del techo, y pregunté, ¿los catres donde están? El joven me miró sorprendido al tiempo que se dirigía a uno de los sacos, descolgó una de las anillas y la colgó en otro clavo, no son catres, son coys. En estas hamacas dormiréis bien y el balanceo de la corbeta os acunará. Además, cuentan con la ventaja deque no tienen chinches. ¿Y piojos? Preguntó Benito despellejándose el cuero cabelludo de la nuca a base de rascarse. El grumete Juanillo se sonrió y les contestó, ésos, que yo sepa, no anidan en los colchones. Al terminar nos llevó a popa a enseñarnos dónde se hacía de vientre. Un madero atornillado haría las veces de letrina. Isabel pensaba ¿cómo iba yo a utilizar aquello a plena luz del día y rodeada de hombres? Preferí no quejarme al respecto sospechando que aquél no sería el único inconveniente con el que toparía por mi condición femenina. Me haría con un cubo y sanseacabó.
Para matar el tiempo me armé con una cuchilla dispuesta a afeitar la cabeza a todos los niños para terminar con la infesta de parásitos, cuando la voz de Balmis me obligó a dejarlo para más tarde.
Quería presentarme a todo su equipo, como los niños, ellos también iban uniformados según su condición.
Antonio Gutiérrez Robledo y Manuel Julián Grajales eran los médicos cirujanos. Los practicantes su sobrino Francisco Pastor Balmis y Rafael Lozano Pérez. Tras ellos y según el escalafón los enfermeros, Basilio Bolaños, Pedro Ortega y su sobrino y hermano de Paco, Antonio Pastor Balmis.
Yo hacía horas que me había percatado de que mi presencia en aquel barco no era por todos bienvenida, pero preferí no darme por aludida. Una vieja tradición marina decía que para tener una buena travesía, no debían entrar en los barcos ni sombrillas, ni sotanas, ni mujeres.
Antes de zarpar tuvimos que ir a buscar a una taberna al segundo de a bordo, era José Salvany y Lleopart cirujano del Real sitio de Aranjuez. Una de las premisas más importantes que dijo el capitán al empezar a navegar era que había que respetar y cumplir las estrictas reglas. Y una de las más importantes era respetar escrupulosamente el racionamiento de agua que por hombre y día toca.
El 30 de noviembre de 1903 la corbeta María Pita zarpó del Puerto español de la Coruña con su grupo para realizar “La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, para difundir la vacunación contra la viruela en los territorios españoles de ultramar. Llegaron a Veracruz, México a principios de 1804, terminando el viaje el 8 de mayo de 1804. En esta fecha se separa la expedición en dos grupos, hasta el 7 de septiembre que llega Balmis a Madrid. Llevó en una época que no había refrigeración y otras ventajas que hoy día existen la linfa inoculándola a niños excluseros de un Hospicio de La Coruña. Esos niños fueron los portadores iniciales de la vacuna de la viruela: vacunados de forma secuencial, de brazo a brazo, cada 9-10 días, sirvieron como una cadena viva de transmisión. Otros niños de los países donde la expedición se detenía también llegaron a formar parte de dicha cadena. El viaje alrededor del mundo duró casi cuatro años y puede ser considerado como la primera campaña global de vacunación.
Don Antonio López y Silanes, patrocinador de la Sociedad Médica Hispano-Mexicana patrocinó la edición del libro “Los Viajes de Balmis”, publicado por el Dr. Francisco Fernández de Castilla en su tercera edición, se encuentra en el prologo un preámbulo de Alejandro de Humbolt y que dice así:
“Así este viaje de Balmis será memorable en los anales de la historia. Los indígenas vieron entonces por primera vez que aquellos mismos navíos que encerraban instrumentos de destrucción y la muerte, llevaban a la humanidad el germen del alivio y el consuelo”.
El director solo no hubiera podido realizar esta Expedición de dimensiones mundiales. Necesitaba un grupo de sanitarios (ayudantes, enfermeros y practicantes) que trabajasen sin descanso, que se dejaran la vida en la consecución del objetivo, que no escatimasen esfuerzos para lograr los fines y que fueran personalidades íntegras, comprometidas, trabajadoras y vocacionadas por la salud pública. Además el grupo estaba formado por una mujer, que es considerada la primera enfermera de la historia de la medicina hispana. Esta mujer cuidaba, acompañaba, entretenía, serenaba, etc. a los niños en las largas travesías marítimas. Primero en el Atlántico y después en el Pacífico.
Balmis valoró su trabajo con estas palabras:
«La Enfermera y Rectora Isabel Sendales y Gómez que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día, ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades».
FOTO 010 Portada del libro de Enrique Alfonso “Y llegó la vida”
Isabel Cendala y Gómez. Enfermera y Rectora del Hospicio de La Coruña
A su cargo tuvo el “Cuidado y Atención de los niños”. Su gran labor será elogiada por el Dr. Balmis en diferentes documentos y es considerada como la Primera Enfermera de Salud Pública de México
El incierto apellido de la Enfermera y Rectora del Hospicio de La Coruña
Todas las fuentes coinciden en que la Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña se llamaba Isabel y de forma mayoritaria convienen que su segundo apellido era Gómez. Sobre su primer apellido, sin embargo, se viene manteniendo desde hace 200 años una notable confusión, a la que sin duda empezó a contribuir el propio Balmis. La llama Dña. Isabel Sendala y Gómez, en Carta de Balmis al Marqués de Someruelos, Capitán General de la Isla de Cuba, fechada en La Habana el 26 de mayo de 1804. La llama Dña. Isabel Zendala y Gómez, en Informe de Balmis fechado en Acapulco el 5 de febrero de 1805. La llama Dña. Ysabel Gomez Sandalla, en el Informe de Balmis, fechado en Sevilla el 6 de diciembre de 1809. Otros 4 documentos de la época, la denominan Isabel Cendala y Gómez (1804 y 1805), Isabel Cendalla y Gómez (1809), Isabel Sendalla (1810). Por lo que encontramos en vida de la Rectora 6 interpretaciones diferentes de su apellido en la variada documentación relativa a la REFV.
El Reglamento del Gran Hospital de Santiago y de la Casa de Expósitos, contempla las funciones de la Rectora encargada de ésta última como: Vigilaría constantemente el departamento de su cargo, cuidando de que reine en él el mayor orden, así como del aseo y limpieza de las habitaciones y expósitos y reconocerá a estos para ver si están limpios y bien aliñados. Manipulará las ropas de los expósitos que le serán entregadas con el sello correspondiente por el Director, y cuidará de su lavado y repaso. También incluye entre los perfiles del personal que: Las enfermeras o mozas de sala acreditaran ante el Director su buena vida y costumbres, ser menores de 40 años y de constitución robusta. Se dará preferencia a las solteras o viudas.
Durante el arduo proceso de captación de niños en Galicia, que tuvieran entre 3 y 9 años, fueran sanos y no hubieran padecido las viruelas naturales, Balmis debió pensar en la necesidad de una figura femenina para su cuidado durante el viaje, o tal vez al conocer a la Rectora intuyó que una mujer de su experiencia garantizaría una mejor atención de estos. La Rectora debió mostrar una gran fortaleza de carácter para aceptar tamaña responsabilidad y se dispuso a contribuir al éxito de la aventura.
Comisionada pues para “inculcar confianza y repartir cariño maternal entre los infantes”, se la nombra a propuesta de Balmis y de Ignacio Carrillo, presidente del Hospital de la Caridad, con fecha 14 de octubre de 1803 y en calidad de enfermera de la REFV: “Conformandose el Rey con la propuesta de Vm. y del Director de la expedición destinada a propagar en Yndias la inoculacion de la vacuna, permite S.M. que la Rectora de la Casa de Expósitos de esa Ciudad sea comprehendida en la misma expedición en la clase en Enfermera con el sueldo y aiuda de costa señalada á los Enfermeros, para que cuide durante la navegacion de la asistencia y aséo de los Niños, que haian de embarcarse, y cese la repugnancia, que se experimenta en algunos Padres de fiar sus hijos al cuidado de aquellos sin el alivio de una Muger de providad. Con esta fecha paso el aviso correspondiente al Ministerio de hacienda para que la Rectora reciva en esa Ciudad la aiuda que costa de tres mil rs. con destino á su havilitación, y para el abono en Yndias del sueldo de quinientos ps. annuales, contados desde el dia que embarque, y la mitad á su regreso, que deberá ser de cuenta del Erario; y á Vm. lo participa de Rl. Ordenes para la inteligencia de la Junta de caridad, de que es Presidente y noticia de la Ynteresada”.
Existe un total desconocimiento de sus datos personales, edad, estado civil, etc. En diversos documentos se cita, no obstante, que uno de los niños vacuníferos era hijo suyo. Cuando la expedición parte rumbo a Filipinas, “de los 22 niños que salieron de La Coruña quedaban al cargo del Virrey 21 pues el otro restante quedó interinamente con su madre la Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña”, puede ser Benito al que creen su hijo, ya que es el que más cuidados y cariños le demanda. En documento del AGN de 17 de marzo de 1809 relativo al destino y protección que se ha de dar a los niños empleados en la expedición: “…Y por último es su Real Voluntad que al hijo de la Rectora de la Expedición Dª Isabel Cendalla y Gómez se le pase y abone en esas Casas Reales desde 1º de agosto de 1804 aquella cantidad que hubiere tenido de costo en el Hospicio de Pobres uno de los destinados a él, respecto a no haber disfrutado auxilio alguno en ese tiempo del Real Erario, y que se le continúe por ahora y hasta tanto que se halle con la colocación o destino a que su inclinación le llame y quiera su madre, cuyo zelo y extraordinarios servicios contraídos en la Expedición han sido muy satisfactorios a S.M…”. Diferentes autores citan que el niño, Benito Vélez, era adoptado. Todo hace pensar que era una mujer sola con un único hijo a su cargo, situación que podía justificar el adherirse a la Expedición sin dejar nada atrás.
Tal vez fuera viuda. Efectivamente, se la califica de mujer de probidad, es decir, honrada. Esto no sería creíble en el caso de haber tenido el hijo fuera del matrimonio. Debió ser una mujer de gran categoría. La Casa de Expósitos y el Hospital de la Caridad eran las dos grandes obras de beneficencia de Galicia. El Presidente de la Junta del Hospital de la Caridad era don Ignacio Carrillo, en la misma categoría estaba Doña Isabel. Su prestigio constituiría un plus para convencer (superar la repugnancia) a los padres remisos a confiar a sus hijos al cuidado de los enfermeros “sin el alivio de una mujer de providad”.
FOTO 011 Portada del libro Ángeles Custodios de Almudena de Arteaga
La participación de la Rectora de la Casa de Expósitos en REFV fue ejemplar, controlaba todo lo relacionado con los niños, por lo que fue un gran apoyo para el feliz desenlace de la expedición vacunal. En junio de 1805 Balmis informa en Manila que: “La Rectora de esta Real Expedición me ha hecho presente que en atención a la dilatada navegación, que se debe emprender para nuestro regreso, necesitan los 26 jóvenes que han servido para trasmitir la Vacuna a estas Yslas de algunas ropas y utensilios para mantenerlos con el aseo y limpieza correspondiente; lo que pongo en consideración de V.m. para que de cuenta de la Real Hacienda se les habilite de todo lo que fuere de absoluta necesidad conforme a la soberana voluntad de su Majestad”.
Hay que advertir que dedicarse al cuidado de los niños contenía aspectos muy diversos. En primer lugar los derivados del viaje en sí mismo, mareos, vómitos, gastroenteritis, parásitos, accidentes ordinarios en las navegaciones. Las condiciones climáticas también influían en la salud, se pasó del invierno húmedo gallego al calor extremo en zonas tropicales, “son tan crueles y duras las penalidades que sufren los niños durante la travesía desde la península hasta el Caribe”. A esto hay que añadir la extrema atención que requería la vigilancia de las sucesivas inoculaciones que se iban practicando. Observar que no se mezclaran los inoculados con el resto para que no se contagiaran, evitar que se manipularan las pústulas, conseguir una buena transmisión del fluido vacunal. Doña Isabel cuidó en todo momento de que las operaciones fueran lo más limpias posible.
La tarea de los expedicionarios fue muy elogiada, en varias ocasiones se agradeció a Balmis y al resto de miembros “el buen desempeño de su Comisión en Nueva España, y se les encargaba que si algo hubiesen dexado por hacer lo perfeccionasen a su regreso de Filipinas”. Pero es Balmis, que se prodigaba poco en elogios, quien resalta especialmente la actitud y dedicación de Doña Isabel, “La enfermera y Rectora que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades”, en informe de Balmis, Macao (1806).
FOTO 012 Escultura de Acisclo Manzano inaugurada en A Coruña (30-11-2003) como homenaje a la Expedición
Figura enigmática, Doña Isabel es uno de los pilares de la expedición. Cuidó de los “galleguitos” desde La Coruña hasta la capital novohispana y a los niños mexicanos que partieron desde Acapulco rumbo a Filipinas. Estuvo en el archipiélago hasta que volvió nuevamente la Expedición Vacunal a Nueva España. Al volver de las Islas Filipinas, la rectora rompió con los lazos que la vinculaban a la Península y se estableció en Puebla de los Ángeles donde desaparece para la historia de la ciencia española.
Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna
El entorno de la Expedición por su carácter de gesta pionera se presta a la fabulación. El papel de Balmis cuya vida personal parece envuelta en el misterio, su carácter personal, una mezcla de determinación, intransigencia, fortaleza, minuciosidad, siempre abierto a porfiar, resulta sin duda atractivo para una narración. No lo es menos la figura de la Rectora. Más desconocida, más misteriosa, única mujer en la expedición, es un personaje ideal para inventarle atributos, para imaginarle una vida. Por el momento contamos con 3 versiones noveladas de la Expedición que guardan un punto en común, la ampliación de la figura de Doña Isabel, confiriéndole un protagonismo mayor que el encontrado en libros o artículos históricos.
FOTO 013 Eduard Jenner vacunando
En una primera novela bastante bien documentada, Doña Isabel de Cendales y Gómez, es presentada como una atenta colaboradora, pendiente de detalles hacia Balmis, ejerce su rol de enfermera y sólo en un momento de la acción un Balmis excepcionalmente contento le dirige un cumplido: “¡Yo no sé en qué están pensando los hombres jóvenes!”. Otra más reciente, presenta a un Balmis romancero con una novia de juventud, varias cuitas amorosas en México, un fugaz y tardío matrimonio con una alicantina y finalmente un gran amor secreto: Doña Isabel de Cendala y Gómez. A lo largo del viaje narrado por Balmis en primera persona, se nos presenta una Isabel “alta, céltica, labios delgados, nariz afilada, gesto adusto, pelo amarillo-rojizo, ni bella ni fea”, que va aumentando su protagonismo a base de profesionalidad y capacidad de mediación entre el conflictivo Balmis y otros personajes. Éste empieza a descubrir su “belleza madura y serena, de dulces facciones, sonriente, que guarda un secreto”. Tras desvelarse que uno de los niños de la expedición es hijo de ella, Balmis lo toma muy mal pero luego la entiende, aumenta la intensidad de la relación que se carga de erotismo al calor de La Habana. Al final de su vida Balmis recibirá una larga carta en la que una Isabel ya fallecida le reconoce como el gran amor de su vida, Balmis descansa emocionado tras saberse correspondido.
Finalmente, una última versión de la vida de Doña Isabel Sendales y Gómez, con fuerte lanzamiento publicitario, comentario en JAMA incluido, relata la vida de 2 mujeres, Alma e Isabel. La primera, escritora contemporánea, en medio de una crisis vital encuentra en la segunda, sobre la que decide escribir un libro, su fuente de inspiración. Isabel es aquí una mujer que padeció las viruelas, hecho que marcó su vida y determinó tras una prematura viudez, su labor en la Casa de Expósitos. Abnegada y excelente profesional, el cuidado de los niños, su seguimiento tras finalizar la REFV centran el relato. Doña Isabel escribe un diario de la expedición, narra cuentos a los niños para quitarles miedos, y llega a aprender la técnica inoculatoria. Una mujer ejemplar, testigo privilegiada de una gran aventura. Cortejada fugazmente por un contramaestre, su relación con Balmis es de colaboración profesional, se profesan un mutuo respeto, ella sabe que el tiene esposa en Madrid. Se encontraran un par de veces en México donde Balmis vuelve años después de la expedición. Ella trabaja como enfermera y cuidadora, aplica remedios a los enfermos. La esencia de la historia es la vitalidad del universo femenino, “nuestras vidas no sólo nos pertenecen a nosotros mismos, sino también a quienes nos aman.
FOTO 014 Jean-Baptiste-Simeón Chardin, LA ENFERMERA ATENTA, ca. 1738. Tela National Gallery of Art, Washington D.C. (Colección Samuel H. Kres, 1952)
La enfermera atenta presta una especial importancia a las necesidades, deseos y bienestar de los pacientes. La enfermera es diligente, observadora y receptiva en el proceso de los cuidados.
Isabel como pionera de la enfermería
Se trataba de una profesional. Sus condiciones salariales eran precisas. En La Coruña cobraría tres mil reales con destino a su habilitación. En Indias cobraría 500 pesos anuales, contados desde el día en que se embarcase. Al regreso cobraría 250 pesos anuales. Cabe añadir a los méritos ya expuestos la escasa mortalidad que padecieron los niños durante los diversos trayectos. Demostró tanto su entrega física (excesivo trabajo, sufrimiento del rigor de los climas, infatigable noche y día) como psíquica (derramado todas las ternuras de la más sensible madre, asistido en sus continuas enfermedades en todos los viajes). Las valoraciones que se hicieron de ella, todas realizadas por varones, son elocuentes “ha perdido la salud, demostrado gran temple, constancia y bondad, ha disfrutado de un sueldo cortísimo”. Sin restar mérito al resto de practicantes y enfermeros, Doña Isabel constituye un símbolo por su singularidad. Ha sido definida como “enfermera abnegada y patriota”, como “la primera ATS de la Historia” o como “la primera enfermera de la historia de la medicina hispana”.
Escultura de Acisclo Manzano inaugurada en A Coruña (30-11-2003) como homenaje a la Expedición
Su reconocimiento, no obstante, ha sido muy escaso. Su presencia en la literatura científica se limita a media docena de artículos o comunicaciones a congresos.
En México, Miguel Bustamante, un relevante impulsor de la medicina preventiva y social de aquél país, reivindicó hace 30 años su figura considerándola “la primera enfermera de la historia de la salud pública”. Gracias a su influencia y desde 1975 se otorga anualmente por la Presidencia de la República, el premio nacional “Isabel Cendala y Gómez” dedicado a premiar la labor de un profesional de la enfermería. Asimismo, la Escuela de Enfermería de San Martín de Texmelucan en el estado de Puebla, lleva su nombre. Contrasta esta visibilidad con la nula reivindicación efectuada en España. Si exceptuamos algún trabajo presentado en congresos de historia o la perspectiva coruñesa de Nieto Antúnez, que tras influir para dedicarle una calle a su nombre en La Coruña, la llama “Primera Enfermera Internacional” y denuncia su olvido lamentándose de que ningún centro sanitario lleve su nombre, no hay mucho más. El colectivo de enfermería y particularmente aquellos que ejercen el rol de vacunadores podrían encontrar en Doña Isabel un ejemplo, rescatar su memoria es recuperar el rastro de miles de anónimos inoculadores.
Isabel Cendalla y Gómez, Enfermera y Rectora del Hospicio de La Coruña: ¡Pensadlo, doña Isabel, porque si todo sale bien, vos probablemente seréis recordada por los anales de la historia!
AGRADECIMIENTOS
Koldo Santisteban Cimarro
BIBLIOGRAFÍA
Y llegó la vida…..Estampas del descubrimiento y difusión de la vacuna antivariólica. Enrique Alfonso. Colección Austral. Espasa Calpe. Volumen extra nº 964. 1950
Los Viajes de Balmis. Dr. Francisco Fernández de Castilla (3ª edición)
Historia de la Enfermería. M. Patricia Donahue. Harcout. 1999
Francisco Xavier Balmis. Benefactor de la Humanidad. D. Carlos Canseco, Presidente Rotary Internacional 1984-1985. Discurso pronunciado el día 10 de mayo de 2003, en el acto académico celebrado en el salón de grados de la Facultad de Medicina de la Universidad Miguel Hernández, con motivo de la presentación de la FUNDACIÓN DR. BALMIS ROTARY CLUB ALICANTE, e inicio de los actos de conmemoración del bicentenario de la Expedición Filantrópica de la Vacuna
Comic La Expedición Filantrópica de la viruela
Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna
http://www.vacunas.org/index.php?option=com_content&task=view&id=6941&Itemid=380&limit=1&limitstart=5
El legado de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna (1803-1810): Las Juntas de vacuna. Susana María Ramírez Martín. Dra. Historia de América
En el nombre de los niños: la Real Expedición Filantrópica de la vacuna (1803-1806). Emilio Balaguer Perigüell y Rosa Ballester Añón
Balmis y los niños de la vacuna. Luis Blanco Laserna. El rompecabezas
Ángeles Custodios de Almudena de Arteaga. Ediciones B. Marzo 2010
FOTOGRAFÍAS
Escaneadas de los diferentes libros consultados y de Internet.
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Director de la Revista de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica
Vocal del País Vasco de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro del Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
masolorzano@telefonica.net
La conmovedora aventura del Dr. Francisco Xavier Balmis e Isabel Cendala y Gómez y la expedición que propagó la primera vacuna que consiguió librar al mundo de la mortal viruela.
En la España de aquel momento, la miseria, las enfermedades y el hambre daban al traste definitivamente con cuatro siglos de gloria. El gran imperio construido por los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II llevaba más de dos siglos desmoronándose en manos de sus sucesores, y el cambio de los Austrias a los Borbones no había ayudado en absoluto.
FOTO 001 Vacuna de la viruela
Carlos IV delegaba el gobierno de sus reinos en unos y otros ministros que, a pesar de sus buenas intenciones, daban palos de ciego ante las quejumbrosas voces del pueblo.
El conde de Floridablanca, fiel a sus pensamientos ilustrados, intentó un reparto más equitativo de los bienes, sometiendo a los dos estamentos más poderosos. Para ello, la nobleza, en su testar, tendría que suprimir los mayorazgos y la Iglesia empezar a sufrir el principio de una clara desamortización. Medidas que le preocuparon sumamente cuando en 1789 llegaron las noticias del estallido de la Revolución Francesa con la detención de Luis XVI.
Ya con Godoy en el poder España se afrancesó. El imperio era grande y después de los servicios a la Corona española de Malaspina y Humboldt aún quedaban muchas tierras inexploradas, fauna y flora sin catalogar y remedios que encontrar para paliar las mortales enfermedades que asolaban a los pueblos.
Los principales problemas de salud llegaron al Nuevo Mundo con los emigrantes procedentes de Europa. La escarlatina, la difteria, la gripe, la fiebre tiroidea, el tifus, la tuberculosis, la fiebre amarilla y otras enfermedades transmisibles ocasionaron epidemias que se convirtieron en una pesadilla constante. El escorbuto y la pelagra, los trastornos prevalentes de nutrición, eran reflejo de la carencia de alimentos adecuados, especialmente entre las clases más pobres. Una de cada cinco personas padecía la viruela, que se demostró como una enfermedad tremenda y temida.
El temor creció hasta tal punto que se emprendieron experimentos con inoculación. La mayoría de los médicos se oponía, pero el clero más ilustrado los apoyaba. La oposición se debía aparentemente al factor de riesgo inherente a la inoculación, en ocasiones producía la muerte.
El proceso de la inoculación representó el comienzo de la medicina preventiva o, más específicamente, de la inmunología. Un método modificado llamado vacuna sustituyó al uso de la inoculación del virus de la viruela.
FOTO 002 Vacuna de la viruela
La naturaleza de la enfermedad siguió siendo un enigma. De hecho, pocas personas comprendían el funcionamiento de las prácticas que se utilizaban contra las enfermedades y las plagas. Los “hombres instruidos” daban consejo sobre el “cuidado a los enfermos” y los “cuidados quirúrgicos”. Así muchos profanos ejercían de médicos sin haber recibido nunca una titulación médica formal. Los médicos coloniales tenían en general una formación mediocre. Según algunas fuentes, el título de “doctor” ni siquiera se usó en las colonias antes de 1769. Fue una época de pocos médicos y muchos charlatanes oportunistas.
Andrews nos decía: los puritanos sabían poco de medicina y la practicaban menos aún. Tragaban dosis de pócimas extrañas y repugnantes, llevaban encima talismanes y amuletos, encontraban consuelo y alivio en remedios internos y externos que no podían tener ninguna influencia sobre las causas de los males y, cuando todo lo demás fallaba, se rendían a la piedad y voluntad de Dios. La cirugía era una cuestión de arrancar dientes y enmendar huesos, y aunque se realizaban autopsias, no tenemos noticia de la destreza del médico. El arte de la curación, como el de la enfermería y la partería, quedaba a menudo en manos de las mujeres…
Los hombres que practicaban la curación solían ser de origen humilde y se ganaban la vida principalmente con la agricultura o la ganadería. Algunos eran tanto sacerdotes como médicos. Había un cierto número de médicos con una preparación normal, pero ni uno sólo sabía más que lo elemental de la medicina.
FOTO 003 Francisco Xavier Balmis Cirujano Real
Francisco Xavier Balmis, acudió entonces al Consejo de Indias a presentar un proyecto digno de ser sufragado por la Corona española para su gloria. Mientras, como rectora del Hospicio de La Coruña, Isabel de Cendala sufría las consecuencias de la desamortización de bienes “en manos muertas” pertenecientes a hospitales, casas de misericordia y hospicios regentados por comunidades religiosas.
Precisamente en este momento de nuestra historia es cuando el destino quiso que un hombre beneficiado por las reformas del gobierno topase con una mujer que, a la contra, se veía perjudicada.
Nos cuenta Isabel Cendala como se vivía en el Hospicio de la Coruña: como cada mañana, caminé a tientas. Entre la penumbra y al palpo, crucé sigilosamente por entre dos de los cien catres que allí había. Estaban tan hacinados que apenas dejaban un angosto pasillo por el que cruzar de un lado a otro, y es que ya hacía demasiado tiempo que a nuestra lista de carencias se le había sumado la falta de espacio.
FOTO 004 Casa de Expósitos de La Coruña (Fundación Francisco X Balmis)
Alzándome levemente el delantal, procuré que el crujir de su tela no despertase a mis ángeles durmientes antes de tiempo, y muy despacio me acerqué a las ventanas. Allí, y desde el mismo día en que ingresaban, mi particular ejército de inocentes ánimas aceptaba su lamentable posición luchando contra la adversidad. Después de eso, todo sueño sería posible, o al menos aquello era lo que yo les había prometido.
Intuían que no les sería fácil, pero la ilusión les servía de acicate para combatir los instantes de decaimiento con una esbozada sonrisa dibujada en los labios. Aquello, como todo lo verdaderamente valioso, no nos costaba una sola moneda. Y es que en nuestro hogar podrían faltar viandas, leña y medicamentos, pero de alegría andábamos bien sobrados y evitábamos como al diablo cualquier viso de tristeza o compasión.
Encontraron a una mujer en la playa muerta y sus hijos estaban apretados a ella, para mantener el calor, me acerqué despacio para poder ver la posible causa de su muerte, le busqué el chancro del mal gálico (sífilis) en su vagina y no me costó encontrarlo porque la llaga era descomunal. Definitivamente, aquella mujer había muerto desangrada por el mal parto y la debilidad con la que debió afrontarlo. Sacada la conclusión, procedí a tapar su desnudez bajándole las faldas para terminar cerrándole los párpados.
Al pequeño que llevaba conmigo al hospicio, cuando cruzamos el zaguán le empezaron a flaquear las fuerzas, la madre Sagrario le dio una galleta, que se la arrancó para engullirla. Descalzo como estaba, pude apreciar cómo los sabañones amoratados de sus pies le habían descarnado los finos dedos. Cuando andaba cojeaba. Le dije, si me acompañas, te daré en los pies unas friegas con las mondas de patata y la cebolla que ha sobrado de la sopa. Ya verás cómo te aliviarán.
En aquel pozo olvidado de la sociedad, la única que no había hecho votos era yo. Mis conocimientos de enfermería y contabilidad me habían dado la oportunidad de trabajar en aquella inclusa apenas quedé viuda. Era la única mujer que allí no llevaba hábitos, pero eso no hizo que mis compañeras me despreciaran, muy al contrario, la madre superiora las había convencido de que Dios me había llevado allí para suplir sus carencias y poder enfrentarnos con sabios argumentos a la desamortización a la que nos querían someter.
El jornal era tan miserable como las paredes que nos rodeaban, pero yo por aquel entonces necesitaba olvidar mis penas lo más rápidamente posible al tiempo que encontraba un techo en el que cobijarme y un sustento. Para ello, no encontré mejor solución que mantenerme ocupada hasta la extenuación.
Desde el día que ingresé como rectora había visto salir y entrar al mismo número de niños. Los primeros llegaban en brazos de párrocos tan celosos de los secretos de confesión que en ellos depositaron, que hubiese sido imposible sonsacarles el nombre de sus progenitoras; eso cuando no los encontrábamos en el regazo mugriento de un cesto alevosamente olvidado en nuestro torno después de oír el ligero tañer de la campanilla del refrectorio.
Aquellos hijos de la pobreza y la desvergüenza eran las cabezas de turco que en muchas ocasiones pagaban con su vida la miserable cuna en la que habían nacido. Envidiaba su ingenuidad a pesar de sus desdichas. Con frecuencia, procuraba arrancarles sonoras carcajadas tumbándolos a todos en fila india y simulando tocar el piano sobre sus cosquillosos estómagos.
De rodillas le froté los pies con aquellos remedios caseros que tan bien conocía por no ser demasiado costosos. Mientras, él tragaba sin apenas respirar y como si fuese un manjar aquel mejunje de cebollas, patata y pan duro que el colindante hospital de la Caridad nos había mandado fruto de sus sobras.
Al levantarme lo observé con más detenimiento. A primera vista no hallé ni rastro de los males que solían acuciar a los pequeños. No tenía pústulas, aftas en su boca, calvas producidas por la temida tiña, fiebre o más dolor que el de la tristeza de su alma.
La andrajosa camisa descubría la desnudez de una desnutrida piel adherida a las costillas. Las legañas de sus ojos parecían lágrimas de pus, y su pelo negro, un emplasto de brea incapaz de albergar a un miserable piojo. Tendría unos seis años, labios carnosos, la nariz afilada y unos pómulos demasiado prominentes como para ser los de un niño tan pequeño.
Le pregunté ¿quieres dormir en una cama? Pareció no escucharme, estaba absorto mirando el cuenco vacío. Antes de acostarte te tengo que cambiar y terminar de asearte. Al bañarle descubrí su blanca piel tatuada de mugre que según le iba limpiando iba desapareciendo junto al olor a queso rancio de su piel. Busqué en el cesto donde almacenábamos las ropas de la caridad una camisola aproximadamente de su tamaño y le puse los únicos calcetines agujereados que encontré. Nada más acostarlo se durmió.
Al olor del desayuno, los niños se despabilaron por completo asaltando a las dos monjas que sobre una gran bandeja traían las viandas. Era lógico el entusiasmo, ya que tan sólo un día al mes el panadero nos honraba con aquellos bollos preñados aún humeantes.
Estando tranquilamente leyendo el libro “La práctica política y económica de expósitos” de Tomás Montalvo, apareció a importunarme un señor con uniforme, cuellos y puños anchos de un rojo intenso, casaca azul marino, elegantes botas negras con doble vuelta en su desembocadura. Los brocados, botonaduras, galones e insignias lo catalogaban como cirujano médico. Comprendí que no estaba allí por casualidad, aquel hombre sabía muy bien con quién hablaba, no era así en mi caso.
FOTO 005 Eduard Jenner vacunando
Le hablé de las malas condiciones en que se encontraban los niños expósitos, el que conseguía cumplir los ocho años tenía que trabajar para pagar su comida, una comida miserable. Los niños salen al amanecer de la inclusa para cumplir con un jornal de doce horas diarias. La mayoría llegan de noche cerrada, con el estómago crujiéndoles y las manos desolladas para caer exhaustos en sus catres y poder descansar unas horas antes de comenzar de nuevo. ¿Y todo para qué? No espere respuesta, para dedicar dos terceras partes de su jornal a su propia manutención. Ya veis, a cambio el erario público apenas les da un jergón cuajado de chinches para descansar. ¿Qué sucede con el sobrante? Estamos obligadas a guardarlo en nuestras arcas para entregárselo el día que definitivamente nos dejen. Sería aceptable si al menos pudiesen soportarlo con salud, pero están malnutridos y sólo tres de cada diez superan la década de vida.
Estando hablando vino corriendo un hombre vestido de enfermero gritando el nombre del cirujano, era la primera vez que lo escuché Francisco Xavier Balmis, dirigiendo a Isabel le dijo: yo también sufro el agobio de los que me rodean. El tiempo apremia y no me es posible dilatar más esta conversación. Iré directamente al grano. No estoy aquí por casualidad, pregunté a las monjas y me indicaron dónde encontraros. Yo le contesté vos me diréis. Sacó un libro del bolsillo interior de la chupa y me lo tendió. Sólo tuve tiempo de leer el título en voz alta. “Tratado histórico y práctico de la vacuna de la viruela”.
De repente recordé el nombre del descubridor y no pude más que demostrarle mi escepticismo. Os lo agradezco, pero hace tiempo que leí el tratado del doctor Eduard Jenner y no me creo que pueda prevenir tan fácilmente esta temida enfermedad. Se contagia sólo por el contacto, asesina en apenas una semana desde el primer síntoma y es muy sañuda por el dolor que causa, las calenturas que da y el empeño que tiene en tatuar su recuerdo en la piel de todo el que consigue sobrevivirla a través de las cicatrices que dejan sus miles de purulentos granos por dentro y fuera del cuerpo. Creo que la teoría de Jenner es una oda a la esperanza que a muchos les llega tarde.
Balmis le contestó: No es que lo crea, es una teoría probada. Solamente hacía falta que alguien se detuviese a observar y éste resultó ser Jenner. Fue el primero en darse cuenta de que las ordeñadoras de algunos pueblos del condado de Gloucester en Inglaterra, por alguna extraña razón y sin temor alguno, en cuanto se enteraban de que había una epidemia de viruela en un pueblo cercano se presentaban voluntarias para cuidar enfermos. Y es que jamás se contagiaban al haber pasado la enfermedad que aparte de unas manchas como quemaduras en las muñecas, dedos, axilas y cerca de las articulaciones, después de supurar se secaban y caían dejando una diminuta cicatriz. El Cowpox virus.
FOTO 006 Niños expósitos
Después de mucho observar, Jenner llegó a la conclusión que sólo el pus que mana de las pústulas azuladas de las ubres de las vacas en contacto con las agrietadas manos de las mujeres que las estrujaban a diario pudo haberlas hecho inmunes a la viruela, y lo más curioso es que después de experimentar con el mismo pus de los caballos o de las cabras, sólo el de las vacas resultó ser efectivo. No seáis escéptica. Cosas más raras se han visto. He estado en Nueva España investigando y os sorprenderíais del poder que unas sencillas infusiones o emplastos pueden tener sobre ciertas enfermedades.
El caso es que hace siete años que Jenner vacunó al primer niño sano con el pus de una mujer contagiada de Cowpox. Se llamaba James Phips, y como era de esperar sólo le salieron unas pequeñas pústulas que no le causaron ningún mal. Después le inoculó pus de viruela humana y tampoco enfermó. Anomalías de la naturaleza, yo también soy inmune y no sé porqué, le decía Isabel. De repente lo pensé, había pasado mi infancia ordeñando vacas en el caserío de mis abuelos, porque cuando quedé viuda y madre huera en sólo un mes, la acaricié una y mil veces y no la padecí.
Estuve junto a mi marido y mi hijo en todo momento, aplicándoles todos los remedios que conozco. Los sangré, purgué, les sometí a una dieta a base de caldo, infusiones y atole. Les apliqué calor, linimentos o sahumerios de azufre, fumaria o adelfa, pero eso y nada fue lo mismo porque según un barbero sufrían de viruela hemorrágica; la más asesina de todas las que él conocía. Ni siquiera pude aliviarlos de las jaquecas, dolores de huesos y calenturas.
FOTO 007 Torno giratorio de madera para entregar niños de forma anónima
Tragué saliva para contener la impotencia. Cómo un cúmulo de pesadillas infinitas, esas llagas purulentas se reproducían día a día cubriéndoles el cuerpo y las entrañas. Durante esos once días, relegada a los pies de sus camas pasaba las horas leyendo todo lo que cayó en mis manos sobre aquel mal. Supe de la tal lady Mary Montagu, de Jenner e incluso de unas curanderas que en un pueblo llamado Jadraque, muy cerca de Guadalajara, infectaban a los niños levemente de viruela para protegerlos de la mortal enfermedad a cambio de una moneda de plata. Pero para mi desesperanza ya era tarde; de nada servía ahora comprar un poco de viruela que los preservase de la enfermedad.
De todos modos, sabiendo esto, no podéis negaros a lo que estoy dispuesto a pediros. Creo que no hay nadie más capacitada para colaborar con la mayor empresa filantrópica de nuestros tiempos. Quiero que vengas conmigo, porque necesito seguir con su labor cruzando a otros continentes.
Cuando fui para hablar con el Dr. Balmis, éste se había ido a Madrid con sus niños expósitos. Me encontré con sus sobrinos Antonio Pastor Balmis, practicante y su hermano Francisco Pastor Balmis enfermero, eran los hijos de su hermana Micaela.
Cuando viajamos a Santiago de Compostela para buscar niños sanos para embarcarlos hacia nuevas tierras a Isabel le entraron muchas dudas después de haberse leído y releído el libro y memorizarlo, y no sabía a quién preguntar esas dudas. Se animó y se lo exteriorizó a Francisco preguntándole: Decidme, Francisco, ¿por qué tenemos que transmitir la vacuna de brazo en brazo? Sé que transportar vacas en un barco es voluminoso y demasiado costoso como para no servirnos de alimento. Supongo que conseguir especimenes que porten la enfermedad es aún más difícil, pero…
¿Por qué sólo con niños? ¿No hay otra manera de conservar la linfa? Francisco el enfermero se regodeó, la hay, empapando la linfa portadora en hilas de algodón o guardándola entre cristales sellados con cera; pero después de haberlo intentado en muchas ocasiones, se ha comprobado que con demasiada frecuencia el calor y la humedad de otras latitudes la corrompen y eso, señora mía, es algo que mi tío no se puede permitir.
No cabía duda de que aquel joven, aparte del cariño que un sobrino podía tener por su tío, confiaba plenamente en el jefe de la expedición como profesional. Balmis estaba a punto de cumplir los cincuenta años. Desde muy niño había observado trabajar a los hombres de su familia como cirujanos-barberos y su vocación por la práctica de la medicina ya enraizaba en su corazón apenas cumplidos los diez. A los diecisiete años ingresó en el Hospital Militar de Alicante para ampliar los conocimientos que había recibido de una forma casi innata observando el quehacer diario de los hombres de su familia, primero de su abuelo y después de su padre.
Para que le nombraran cirujano de cámara de su Majestad, y el por qué le eligió el Consejo de Indias como director de la “Real Expedición de la vacuna contra la viruela” fue gracias a los insignes miembros como Antonio Gimbernat, Leonardo Galli o Ignacio Lacaba. Además mi tío (Balmis) acaba de traducir del francés al español el “Tratado histórico de la vacuna de Jacques Louis Moreau de la Sarthe”, y al leerlo el monarca (Carlos IV) no quiso a otro para salvar a su hija.
Francisco Piguillen en Cataluña y Jauregui en Madrid habían sido los primeros en divulgar y vacunar contra la viruela por toda España. Conseguimos en la provincia cinco niños más los doce de La Coruña hacían diecisiete niños sin vacunar.
Después de tener a los niños, Balmis se sinceró con Isabel y le pidió que le siguiese en la empresa que iba a comenzar, salían al amanecer. Se lo suplicó y le dijo: Isabel, vos sois la mujer que necesito para que vele por los niños. Os he observado y sé que los sabéis tratar. No os engaño, las condiciones del viaje no serán del todo placenteras, serás la única mujer que viaje con todos los demás hombres y niños, pero precisamente por eso creo que os necesitamos más. El sueldo no será alto, pero estará justamente equiparado con los cuarenta reales de vellón que yo cobro, los veinte de mi segundo, los doce de los practicantes y los diez de los enfermeros. ¿Os parecería bien cobrar ocho?
FOTO 008 Eduard Jenner vacunando
Estaréis rodeada de hombres de mar, de la medicina y de niños, pero sé que eso no os angustia en absoluto porque a esta tierra sólo os ata el recuerdo del dolor (perdió marido e hijo por la viruela). ¡Venid con nosotros! ¡Conoceréis nuevas tierras al tiempo que con vuestros “cuidados” colaboraréis con la mayor expedición que España ha organizado desde la de Malaspina!
Mañana….. Apenas tendré tiempo para empacar, despedirme de las monjas y de mis niños. Y además… ¿Qué hay de mis credenciales? Balmis cogiéndome de las manos me dijo: Os juro que no os arrepentiréis. Por el resto no habéis de preocuparos porque a excepción de sus pertenencias más personales, los hatillos de los niños ya están dispuestos a los pies de sus camas. Nervioso, se rebuscó en el bolsillo interior de la casaca y con pulso ligeramente tembloroso sacó mi pasaporte. Aquí os entrego las credenciales firmadas a vuestro nombre. Las hermanas del hospicio os esperan esta noche en el refectorio para despedirse de vos. Son meros trámites que me he permitido ejecutar sin vuestro permiso por el acuciar del tiempo. De un modo u otro, mañana os espero a las ocho de la mañana en el puerto con los niños.
Yo me limitaré a deciros que las oportunidades en la vida sólo se presentan una vez. No la desaprovechéis. ¡Pensadlo, doña Isabel, porque si todo sale bien, vos probablemente seréis recordada por los anales de la historia! Aquel hombre sin duda sabía cómo convencer sin perder un minuto divagando.
Allí estaba la corbeta María Pita, propiedad de los astilleros Tabanera y sobrinos. ¡Al menos el recuerdo de otra mujer viajaría conmigo! Poco antes de salir, a cada niño se le dio un fardo que contenía: dos pares de zapatos, seis camisa, un sombrero que en aquel momento lo llevaban calado, tres pantalones con sus respectivas chaquetas de lienzo y otro pantalón más de paño para los días más fríos. Para el aseo personal, tres pañuelos de cuello, otros tres de nariz y un peine; y para comer, un vaso, plato y un juego completo de cubiertos. Era el mejor regalo que les podían hacer, ellos lo cuidarían muy bien durante todo el viaje. Todo iba numerado con el número asignado a cada niño. Los menores tenían tres años y los mayores nueve. Entre todos éramos como sesenta almas.
FOTO 009 Corbeta María Pita
A los veintidós niños y a mí, nos enseñaron el agujero donde íbamos a dormir; a excepción de unos arcones atornillados al suelo, no había más mobiliario que unos sacos vacíos pendidos del techo, y pregunté, ¿los catres donde están? El joven me miró sorprendido al tiempo que se dirigía a uno de los sacos, descolgó una de las anillas y la colgó en otro clavo, no son catres, son coys. En estas hamacas dormiréis bien y el balanceo de la corbeta os acunará. Además, cuentan con la ventaja deque no tienen chinches. ¿Y piojos? Preguntó Benito despellejándose el cuero cabelludo de la nuca a base de rascarse. El grumete Juanillo se sonrió y les contestó, ésos, que yo sepa, no anidan en los colchones. Al terminar nos llevó a popa a enseñarnos dónde se hacía de vientre. Un madero atornillado haría las veces de letrina. Isabel pensaba ¿cómo iba yo a utilizar aquello a plena luz del día y rodeada de hombres? Preferí no quejarme al respecto sospechando que aquél no sería el único inconveniente con el que toparía por mi condición femenina. Me haría con un cubo y sanseacabó.
Para matar el tiempo me armé con una cuchilla dispuesta a afeitar la cabeza a todos los niños para terminar con la infesta de parásitos, cuando la voz de Balmis me obligó a dejarlo para más tarde.
Quería presentarme a todo su equipo, como los niños, ellos también iban uniformados según su condición.
Antonio Gutiérrez Robledo y Manuel Julián Grajales eran los médicos cirujanos. Los practicantes su sobrino Francisco Pastor Balmis y Rafael Lozano Pérez. Tras ellos y según el escalafón los enfermeros, Basilio Bolaños, Pedro Ortega y su sobrino y hermano de Paco, Antonio Pastor Balmis.
Yo hacía horas que me había percatado de que mi presencia en aquel barco no era por todos bienvenida, pero preferí no darme por aludida. Una vieja tradición marina decía que para tener una buena travesía, no debían entrar en los barcos ni sombrillas, ni sotanas, ni mujeres.
Antes de zarpar tuvimos que ir a buscar a una taberna al segundo de a bordo, era José Salvany y Lleopart cirujano del Real sitio de Aranjuez. Una de las premisas más importantes que dijo el capitán al empezar a navegar era que había que respetar y cumplir las estrictas reglas. Y una de las más importantes era respetar escrupulosamente el racionamiento de agua que por hombre y día toca.
El 30 de noviembre de 1903 la corbeta María Pita zarpó del Puerto español de la Coruña con su grupo para realizar “La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, para difundir la vacunación contra la viruela en los territorios españoles de ultramar. Llegaron a Veracruz, México a principios de 1804, terminando el viaje el 8 de mayo de 1804. En esta fecha se separa la expedición en dos grupos, hasta el 7 de septiembre que llega Balmis a Madrid. Llevó en una época que no había refrigeración y otras ventajas que hoy día existen la linfa inoculándola a niños excluseros de un Hospicio de La Coruña. Esos niños fueron los portadores iniciales de la vacuna de la viruela: vacunados de forma secuencial, de brazo a brazo, cada 9-10 días, sirvieron como una cadena viva de transmisión. Otros niños de los países donde la expedición se detenía también llegaron a formar parte de dicha cadena. El viaje alrededor del mundo duró casi cuatro años y puede ser considerado como la primera campaña global de vacunación.
Don Antonio López y Silanes, patrocinador de la Sociedad Médica Hispano-Mexicana patrocinó la edición del libro “Los Viajes de Balmis”, publicado por el Dr. Francisco Fernández de Castilla en su tercera edición, se encuentra en el prologo un preámbulo de Alejandro de Humbolt y que dice así:
“Así este viaje de Balmis será memorable en los anales de la historia. Los indígenas vieron entonces por primera vez que aquellos mismos navíos que encerraban instrumentos de destrucción y la muerte, llevaban a la humanidad el germen del alivio y el consuelo”.
El director solo no hubiera podido realizar esta Expedición de dimensiones mundiales. Necesitaba un grupo de sanitarios (ayudantes, enfermeros y practicantes) que trabajasen sin descanso, que se dejaran la vida en la consecución del objetivo, que no escatimasen esfuerzos para lograr los fines y que fueran personalidades íntegras, comprometidas, trabajadoras y vocacionadas por la salud pública. Además el grupo estaba formado por una mujer, que es considerada la primera enfermera de la historia de la medicina hispana. Esta mujer cuidaba, acompañaba, entretenía, serenaba, etc. a los niños en las largas travesías marítimas. Primero en el Atlántico y después en el Pacífico.
Balmis valoró su trabajo con estas palabras:
«La Enfermera y Rectora Isabel Sendales y Gómez que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día, ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades».
FOTO 010 Portada del libro de Enrique Alfonso “Y llegó la vida”
Isabel Cendala y Gómez. Enfermera y Rectora del Hospicio de La Coruña
A su cargo tuvo el “Cuidado y Atención de los niños”. Su gran labor será elogiada por el Dr. Balmis en diferentes documentos y es considerada como la Primera Enfermera de Salud Pública de México
El incierto apellido de la Enfermera y Rectora del Hospicio de La Coruña
Todas las fuentes coinciden en que la Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña se llamaba Isabel y de forma mayoritaria convienen que su segundo apellido era Gómez. Sobre su primer apellido, sin embargo, se viene manteniendo desde hace 200 años una notable confusión, a la que sin duda empezó a contribuir el propio Balmis. La llama Dña. Isabel Sendala y Gómez, en Carta de Balmis al Marqués de Someruelos, Capitán General de la Isla de Cuba, fechada en La Habana el 26 de mayo de 1804. La llama Dña. Isabel Zendala y Gómez, en Informe de Balmis fechado en Acapulco el 5 de febrero de 1805. La llama Dña. Ysabel Gomez Sandalla, en el Informe de Balmis, fechado en Sevilla el 6 de diciembre de 1809. Otros 4 documentos de la época, la denominan Isabel Cendala y Gómez (1804 y 1805), Isabel Cendalla y Gómez (1809), Isabel Sendalla (1810). Por lo que encontramos en vida de la Rectora 6 interpretaciones diferentes de su apellido en la variada documentación relativa a la REFV.
El Reglamento del Gran Hospital de Santiago y de la Casa de Expósitos, contempla las funciones de la Rectora encargada de ésta última como: Vigilaría constantemente el departamento de su cargo, cuidando de que reine en él el mayor orden, así como del aseo y limpieza de las habitaciones y expósitos y reconocerá a estos para ver si están limpios y bien aliñados. Manipulará las ropas de los expósitos que le serán entregadas con el sello correspondiente por el Director, y cuidará de su lavado y repaso. También incluye entre los perfiles del personal que: Las enfermeras o mozas de sala acreditaran ante el Director su buena vida y costumbres, ser menores de 40 años y de constitución robusta. Se dará preferencia a las solteras o viudas.
Durante el arduo proceso de captación de niños en Galicia, que tuvieran entre 3 y 9 años, fueran sanos y no hubieran padecido las viruelas naturales, Balmis debió pensar en la necesidad de una figura femenina para su cuidado durante el viaje, o tal vez al conocer a la Rectora intuyó que una mujer de su experiencia garantizaría una mejor atención de estos. La Rectora debió mostrar una gran fortaleza de carácter para aceptar tamaña responsabilidad y se dispuso a contribuir al éxito de la aventura.
Comisionada pues para “inculcar confianza y repartir cariño maternal entre los infantes”, se la nombra a propuesta de Balmis y de Ignacio Carrillo, presidente del Hospital de la Caridad, con fecha 14 de octubre de 1803 y en calidad de enfermera de la REFV: “Conformandose el Rey con la propuesta de Vm. y del Director de la expedición destinada a propagar en Yndias la inoculacion de la vacuna, permite S.M. que la Rectora de la Casa de Expósitos de esa Ciudad sea comprehendida en la misma expedición en la clase en Enfermera con el sueldo y aiuda de costa señalada á los Enfermeros, para que cuide durante la navegacion de la asistencia y aséo de los Niños, que haian de embarcarse, y cese la repugnancia, que se experimenta en algunos Padres de fiar sus hijos al cuidado de aquellos sin el alivio de una Muger de providad. Con esta fecha paso el aviso correspondiente al Ministerio de hacienda para que la Rectora reciva en esa Ciudad la aiuda que costa de tres mil rs. con destino á su havilitación, y para el abono en Yndias del sueldo de quinientos ps. annuales, contados desde el dia que embarque, y la mitad á su regreso, que deberá ser de cuenta del Erario; y á Vm. lo participa de Rl. Ordenes para la inteligencia de la Junta de caridad, de que es Presidente y noticia de la Ynteresada”.
Existe un total desconocimiento de sus datos personales, edad, estado civil, etc. En diversos documentos se cita, no obstante, que uno de los niños vacuníferos era hijo suyo. Cuando la expedición parte rumbo a Filipinas, “de los 22 niños que salieron de La Coruña quedaban al cargo del Virrey 21 pues el otro restante quedó interinamente con su madre la Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña”, puede ser Benito al que creen su hijo, ya que es el que más cuidados y cariños le demanda. En documento del AGN de 17 de marzo de 1809 relativo al destino y protección que se ha de dar a los niños empleados en la expedición: “…Y por último es su Real Voluntad que al hijo de la Rectora de la Expedición Dª Isabel Cendalla y Gómez se le pase y abone en esas Casas Reales desde 1º de agosto de 1804 aquella cantidad que hubiere tenido de costo en el Hospicio de Pobres uno de los destinados a él, respecto a no haber disfrutado auxilio alguno en ese tiempo del Real Erario, y que se le continúe por ahora y hasta tanto que se halle con la colocación o destino a que su inclinación le llame y quiera su madre, cuyo zelo y extraordinarios servicios contraídos en la Expedición han sido muy satisfactorios a S.M…”. Diferentes autores citan que el niño, Benito Vélez, era adoptado. Todo hace pensar que era una mujer sola con un único hijo a su cargo, situación que podía justificar el adherirse a la Expedición sin dejar nada atrás.
Tal vez fuera viuda. Efectivamente, se la califica de mujer de probidad, es decir, honrada. Esto no sería creíble en el caso de haber tenido el hijo fuera del matrimonio. Debió ser una mujer de gran categoría. La Casa de Expósitos y el Hospital de la Caridad eran las dos grandes obras de beneficencia de Galicia. El Presidente de la Junta del Hospital de la Caridad era don Ignacio Carrillo, en la misma categoría estaba Doña Isabel. Su prestigio constituiría un plus para convencer (superar la repugnancia) a los padres remisos a confiar a sus hijos al cuidado de los enfermeros “sin el alivio de una mujer de providad”.
FOTO 011 Portada del libro Ángeles Custodios de Almudena de Arteaga
La participación de la Rectora de la Casa de Expósitos en REFV fue ejemplar, controlaba todo lo relacionado con los niños, por lo que fue un gran apoyo para el feliz desenlace de la expedición vacunal. En junio de 1805 Balmis informa en Manila que: “La Rectora de esta Real Expedición me ha hecho presente que en atención a la dilatada navegación, que se debe emprender para nuestro regreso, necesitan los 26 jóvenes que han servido para trasmitir la Vacuna a estas Yslas de algunas ropas y utensilios para mantenerlos con el aseo y limpieza correspondiente; lo que pongo en consideración de V.m. para que de cuenta de la Real Hacienda se les habilite de todo lo que fuere de absoluta necesidad conforme a la soberana voluntad de su Majestad”.
Hay que advertir que dedicarse al cuidado de los niños contenía aspectos muy diversos. En primer lugar los derivados del viaje en sí mismo, mareos, vómitos, gastroenteritis, parásitos, accidentes ordinarios en las navegaciones. Las condiciones climáticas también influían en la salud, se pasó del invierno húmedo gallego al calor extremo en zonas tropicales, “son tan crueles y duras las penalidades que sufren los niños durante la travesía desde la península hasta el Caribe”. A esto hay que añadir la extrema atención que requería la vigilancia de las sucesivas inoculaciones que se iban practicando. Observar que no se mezclaran los inoculados con el resto para que no se contagiaran, evitar que se manipularan las pústulas, conseguir una buena transmisión del fluido vacunal. Doña Isabel cuidó en todo momento de que las operaciones fueran lo más limpias posible.
La tarea de los expedicionarios fue muy elogiada, en varias ocasiones se agradeció a Balmis y al resto de miembros “el buen desempeño de su Comisión en Nueva España, y se les encargaba que si algo hubiesen dexado por hacer lo perfeccionasen a su regreso de Filipinas”. Pero es Balmis, que se prodigaba poco en elogios, quien resalta especialmente la actitud y dedicación de Doña Isabel, “La enfermera y Rectora que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades”, en informe de Balmis, Macao (1806).
FOTO 012 Escultura de Acisclo Manzano inaugurada en A Coruña (30-11-2003) como homenaje a la Expedición
Figura enigmática, Doña Isabel es uno de los pilares de la expedición. Cuidó de los “galleguitos” desde La Coruña hasta la capital novohispana y a los niños mexicanos que partieron desde Acapulco rumbo a Filipinas. Estuvo en el archipiélago hasta que volvió nuevamente la Expedición Vacunal a Nueva España. Al volver de las Islas Filipinas, la rectora rompió con los lazos que la vinculaban a la Península y se estableció en Puebla de los Ángeles donde desaparece para la historia de la ciencia española.
Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna
El entorno de la Expedición por su carácter de gesta pionera se presta a la fabulación. El papel de Balmis cuya vida personal parece envuelta en el misterio, su carácter personal, una mezcla de determinación, intransigencia, fortaleza, minuciosidad, siempre abierto a porfiar, resulta sin duda atractivo para una narración. No lo es menos la figura de la Rectora. Más desconocida, más misteriosa, única mujer en la expedición, es un personaje ideal para inventarle atributos, para imaginarle una vida. Por el momento contamos con 3 versiones noveladas de la Expedición que guardan un punto en común, la ampliación de la figura de Doña Isabel, confiriéndole un protagonismo mayor que el encontrado en libros o artículos históricos.
FOTO 013 Eduard Jenner vacunando
En una primera novela bastante bien documentada, Doña Isabel de Cendales y Gómez, es presentada como una atenta colaboradora, pendiente de detalles hacia Balmis, ejerce su rol de enfermera y sólo en un momento de la acción un Balmis excepcionalmente contento le dirige un cumplido: “¡Yo no sé en qué están pensando los hombres jóvenes!”. Otra más reciente, presenta a un Balmis romancero con una novia de juventud, varias cuitas amorosas en México, un fugaz y tardío matrimonio con una alicantina y finalmente un gran amor secreto: Doña Isabel de Cendala y Gómez. A lo largo del viaje narrado por Balmis en primera persona, se nos presenta una Isabel “alta, céltica, labios delgados, nariz afilada, gesto adusto, pelo amarillo-rojizo, ni bella ni fea”, que va aumentando su protagonismo a base de profesionalidad y capacidad de mediación entre el conflictivo Balmis y otros personajes. Éste empieza a descubrir su “belleza madura y serena, de dulces facciones, sonriente, que guarda un secreto”. Tras desvelarse que uno de los niños de la expedición es hijo de ella, Balmis lo toma muy mal pero luego la entiende, aumenta la intensidad de la relación que se carga de erotismo al calor de La Habana. Al final de su vida Balmis recibirá una larga carta en la que una Isabel ya fallecida le reconoce como el gran amor de su vida, Balmis descansa emocionado tras saberse correspondido.
Finalmente, una última versión de la vida de Doña Isabel Sendales y Gómez, con fuerte lanzamiento publicitario, comentario en JAMA incluido, relata la vida de 2 mujeres, Alma e Isabel. La primera, escritora contemporánea, en medio de una crisis vital encuentra en la segunda, sobre la que decide escribir un libro, su fuente de inspiración. Isabel es aquí una mujer que padeció las viruelas, hecho que marcó su vida y determinó tras una prematura viudez, su labor en la Casa de Expósitos. Abnegada y excelente profesional, el cuidado de los niños, su seguimiento tras finalizar la REFV centran el relato. Doña Isabel escribe un diario de la expedición, narra cuentos a los niños para quitarles miedos, y llega a aprender la técnica inoculatoria. Una mujer ejemplar, testigo privilegiada de una gran aventura. Cortejada fugazmente por un contramaestre, su relación con Balmis es de colaboración profesional, se profesan un mutuo respeto, ella sabe que el tiene esposa en Madrid. Se encontraran un par de veces en México donde Balmis vuelve años después de la expedición. Ella trabaja como enfermera y cuidadora, aplica remedios a los enfermos. La esencia de la historia es la vitalidad del universo femenino, “nuestras vidas no sólo nos pertenecen a nosotros mismos, sino también a quienes nos aman.
FOTO 014 Jean-Baptiste-Simeón Chardin, LA ENFERMERA ATENTA, ca. 1738. Tela National Gallery of Art, Washington D.C. (Colección Samuel H. Kres, 1952)
La enfermera atenta presta una especial importancia a las necesidades, deseos y bienestar de los pacientes. La enfermera es diligente, observadora y receptiva en el proceso de los cuidados.
Isabel como pionera de la enfermería
Se trataba de una profesional. Sus condiciones salariales eran precisas. En La Coruña cobraría tres mil reales con destino a su habilitación. En Indias cobraría 500 pesos anuales, contados desde el día en que se embarcase. Al regreso cobraría 250 pesos anuales. Cabe añadir a los méritos ya expuestos la escasa mortalidad que padecieron los niños durante los diversos trayectos. Demostró tanto su entrega física (excesivo trabajo, sufrimiento del rigor de los climas, infatigable noche y día) como psíquica (derramado todas las ternuras de la más sensible madre, asistido en sus continuas enfermedades en todos los viajes). Las valoraciones que se hicieron de ella, todas realizadas por varones, son elocuentes “ha perdido la salud, demostrado gran temple, constancia y bondad, ha disfrutado de un sueldo cortísimo”. Sin restar mérito al resto de practicantes y enfermeros, Doña Isabel constituye un símbolo por su singularidad. Ha sido definida como “enfermera abnegada y patriota”, como “la primera ATS de la Historia” o como “la primera enfermera de la historia de la medicina hispana”.
Escultura de Acisclo Manzano inaugurada en A Coruña (30-11-2003) como homenaje a la Expedición
Su reconocimiento, no obstante, ha sido muy escaso. Su presencia en la literatura científica se limita a media docena de artículos o comunicaciones a congresos.
En México, Miguel Bustamante, un relevante impulsor de la medicina preventiva y social de aquél país, reivindicó hace 30 años su figura considerándola “la primera enfermera de la historia de la salud pública”. Gracias a su influencia y desde 1975 se otorga anualmente por la Presidencia de la República, el premio nacional “Isabel Cendala y Gómez” dedicado a premiar la labor de un profesional de la enfermería. Asimismo, la Escuela de Enfermería de San Martín de Texmelucan en el estado de Puebla, lleva su nombre. Contrasta esta visibilidad con la nula reivindicación efectuada en España. Si exceptuamos algún trabajo presentado en congresos de historia o la perspectiva coruñesa de Nieto Antúnez, que tras influir para dedicarle una calle a su nombre en La Coruña, la llama “Primera Enfermera Internacional” y denuncia su olvido lamentándose de que ningún centro sanitario lleve su nombre, no hay mucho más. El colectivo de enfermería y particularmente aquellos que ejercen el rol de vacunadores podrían encontrar en Doña Isabel un ejemplo, rescatar su memoria es recuperar el rastro de miles de anónimos inoculadores.
Isabel Cendalla y Gómez, Enfermera y Rectora del Hospicio de La Coruña: ¡Pensadlo, doña Isabel, porque si todo sale bien, vos probablemente seréis recordada por los anales de la historia!
AGRADECIMIENTOS
Koldo Santisteban Cimarro
BIBLIOGRAFÍA
Y llegó la vida…..Estampas del descubrimiento y difusión de la vacuna antivariólica. Enrique Alfonso. Colección Austral. Espasa Calpe. Volumen extra nº 964. 1950
Los Viajes de Balmis. Dr. Francisco Fernández de Castilla (3ª edición)
Historia de la Enfermería. M. Patricia Donahue. Harcout. 1999
Francisco Xavier Balmis. Benefactor de la Humanidad. D. Carlos Canseco, Presidente Rotary Internacional 1984-1985. Discurso pronunciado el día 10 de mayo de 2003, en el acto académico celebrado en el salón de grados de la Facultad de Medicina de la Universidad Miguel Hernández, con motivo de la presentación de la FUNDACIÓN DR. BALMIS ROTARY CLUB ALICANTE, e inicio de los actos de conmemoración del bicentenario de la Expedición Filantrópica de la Vacuna
Comic La Expedición Filantrópica de la viruela
Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna
http://www.vacunas.org/index.php?option=com_content&task=view&id=6941&Itemid=380&limit=1&limitstart=5
El legado de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna (1803-1810): Las Juntas de vacuna. Susana María Ramírez Martín. Dra. Historia de América
En el nombre de los niños: la Real Expedición Filantrópica de la vacuna (1803-1806). Emilio Balaguer Perigüell y Rosa Ballester Añón
Balmis y los niños de la vacuna. Luis Blanco Laserna. El rompecabezas
Ángeles Custodios de Almudena de Arteaga. Ediciones B. Marzo 2010
FOTOGRAFÍAS
Escaneadas de los diferentes libros consultados y de Internet.
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Director de la Revista de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica
Vocal del País Vasco de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro del Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
masolorzano@telefonica.net
9 comentarios:
Es muy encomiable reivindicar la figura de La Rectora, sin duda se lo merece por su trabajo como proveedora de cuidados a los niños de la REFV. Otro sujeto de atención sería la forma de plasmarlo, incluso un corta y pega puede disimularse con una correcta cita de las fuentes bibliográficas.
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“La aventura ultramarina de Isabel Sendales” es el segundo título de una serie de novelas que María Teresa Arias Bautista ha concebido como fórmula para mostrar la capacidad de las mujeres para sortear las trabas sociales y de género. Dichas trabas, unidas a los propios obstáculos personales, enredan a sus personajes femeninos convirtiéndolos en arquetipos.
Mujeres que supieron asir fuertemente sus destinos desde los distintos huecos de espacio y tiempo en que se desarrollaron sus vidas y que tienen en común el paso al otro lado del océano, metafísica de su liberación y apropiación de sí mismas, independientemente de los avatares y las contingencias. Isabel Sendales, protagonista de esta novela, fue la rectora de la casa coruñesa de expósitos de la que salieron los niños vacuníferos hacia el otro lado del mar. Agregada a la expedición en el último momento como enfermera -primera mujer española que recibió tal título y sueldo-, permaneció durante siete años al cuidado de los sucesivos grupos de chiquillos que fueron necesarios para poder dar cumplimiento al compromiso de España con sus colonias: erradicar un mal que, si no producía la muerte, dejaba sobre sus víctimas unas indelebles y terribles marcas.
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