viernes, 1 de febrero de 2008

El prestigio perdido

Publicado en el blog: El Ojo Clínico de Iñigo Lapetra

Aunque pueda parecer sorprendente, hay veces que en mis avatares en la sanidad me llegan recuerdos de los tiempos en los que trabaja en una agencia de comunicación en la que tenía clientes multinacionales que se enfrentaban cada mes a la prueba de fuegode la valoración bursátil de la Bolsa. Los ciudadanos decidían sí estas empresas merecían su confianza o no comprando o vendiendo sus acciones. En sanidad ocurre lo mismo pero sin compra venta de acciones, son los medios de comunicación los que juzgan a las instituciones y es su reflejo mediático el que nos dice quien debe ser tenido en cuenta o no en base al prestigio real que tengan. Pero el prestigio no es algo que se consiga para la perpetuidad, ni mucho menos. El prestigio es algo que logra tras mucho esfuerzo y muchos años de intenso trabajo y que, sin embargo, igual que pasa con la confianza de los inversores, se pierde en una sola semana.

En medicina existe una organización llamada Federación de Asociaciones Científico Médicas de España (FACME) que aglutina a más de una treintena de sociedades científicas de médicos y que, hasta el momento, era conocida por su clara independencia. Una imagen social conseguida por el que ha sido hasta hace muy poco su presidente: José María Lobos. Un médico moderno con verdadero prestigio profesional, buen conocedor de la realidad sanitaria y defensor del trabajo en equipo como única alternativa posible la excelencia sanitaria. Una buena muestra de esta independencia es que, hasta el momento, FACME se había posicionado claramente a favor de la prescripción enfermera, reconociendo que los enfermeros ya están prescribiendo diariamente en el Sistema Nacional de Salud y asegurando, además, que resulta imprescindible que lo sigan haciendo. Ni un solo órgano enfermero le había pedido a FACME dicho apoyo, pero sus dirigentes eran gente que además de ejercer como tales trabaja en el Sistema Nacional de Salud y, por tanto, sabía que la prescripción farmacológica está presente diariamente en el trabajo de los enfermeros.
Campaña de presión
Sin embargo, este apoyo resultaba terriblemente incómodo para otras organizaciones médicas ancladas en el pasado, aquellas que creen que el tiempo quedó congelado en los días del “yo ordeno y mando” que la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) se ocupó de enterrar para siempre. Y es que, en el debate político sanitario de la prescripción enfermera, se está poniendo de manifiesto que hay muchos interlocutores que no conocen las reglas del juego establecidas por la LOPS y que dictaron la plena autonomía profesional y científica de la enfermería respecto de su ámbito competencial. Volviendo al tema que nos ocupa, el caso es que estas instituciones no podían soportar el hecho de que FACME no pensase como ellos y, aprovechandoque el pasado mes de diciembre celebraban elecciones para renovar la junta de gobierno, pusieron en marcha una campaña de presión dirigida a algunas de las sociedades que la conforman y centrada en infundir miedo respecto a un futuro apocalíptico sin médicos en el que los enfermeros prescribirían todo el vademécum.

Resulta chocante que una amenaza tan absurda – de hecho raya la estupdez – acabase convenciendo parte de las sociedades que conforman FACME y que provocase la presencia en las elecciones de sociedades que hasta el momento habían permanecido inoperantes, desconocidas. La amenaza apocalíptica resultó eficaz y supuso el exilio de aquellos que habían osado decir la verdad y reconocer a la enfermería el papel que realiza en el SNS. No importa el prestigio que FACME había conseguido bajo su cargo, no importan los congresos y jornadas llenos hasta la bandera, ni las negociaciones ganadas a las autoridades sanitarias. Solo importó su apoyo a la enfermería, un apoyo que les costó a todos ellos el cargo.

El exilio de quienes magníficamente habían dirigido esta federación científica trajo consigo también la llegada a la vicepresidencia de FACME del núcleo más duro y conservador de la medicina: José Manuel Bajo Arenas, presidente de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO). Bajo Arenas se ha hecho recientemente famoso por ser el adalid contra uno de los proyectos más bonitos y socialmente apoyados del actual Ministro de Sanidad. Aquel que se centra en el fomento de un parto más natural, más humano, y en el que el criterio de la madre tenga más protagonismo. Como era de esperar, se puso manos a la obra y comenzó a trabajar duro para conseguir que la independencia que caracteriza a FACME se convierta en historia y acoja como propios los criterios contrarios a devolver la seguridad jurídica a las decisiones respecto a fármacos que llevan a cabo diariamente los enfermeros en los centros de salud.
Pero un cambio de criterio institucional tan radical tiene su precio ante los medios de comunicación y ante la sanidad en general, y es un precio muy alto porque ha de pagarse en una moneda que no todo el mundo quiere o puede ganar: la credibilidad. La imagen que FACME está bajando enteros cada día y todo apunta que estamos ante una caída libre puesto que hoy nos hemos despertado con la noticia de que el actual presidente de FACME dimitía tras ser el único de la nueva junta que mantenía las tesis que, como recordaba África Mediavilla – miembro de la anterior junta de gobierno – a Diario Enfermero, fueron apoyadas hace sólo un mes por la inmensa mayoría de las sociedades presentes en ella. ¿Qué ha cambiado en tan sólo un mes?.
Piedras contra su tejado
Resulta triste que haya sido la sociedad de los ginecólogos, claros beneficiarios de la cuantiosa prescripción farmacológica que realizan diariamente las matronas, quienes puedan llegar a conseguir un incomprensible cambio de posicionamiento de FACME. Alguien debería informar a las matronas del hospital donde este hombre es Jefe de Servicio de Obstetricia y Ginecología, de los méritos que está llevando a cabo en contra de la enfermería. Quizás cambiase de opinión si las matronas que están haciendo el trabajo duro de su servicio se dedicasen a cumplir estrictamente con la legalidad durante 24 horas y dejasen de prescribir oxitocina, analgésicos o medicamentos para la inhibición de la lactancia. Quizás cambiase de opinión o quizás sean sus compañeros los que le obligaran a hacerlo porque, tal vez el problema está en que siendo como es un jefe, ha podido olvidarse de cuales son los engranajes que hacen funcionar el servicio.

Fuente: http://www.espacioblog.com/elojoclinico/post/2008/01/29/el-prestigio-perdido
Autor: Iñigo Lapetra

1 comentario:

Abril dijo...

Qué prosa... me ha hecho sentir esta historia como si fuera una novela de intriga, vamos.