En cierta
época, muchos años ha, que no faltaban en los departamentos de toda Europa
entes de esa naturaleza.
Saludador: embaucador que se dedica a curar
la rabia, etc.
Del Pais Vasco
hace tiempo, afortunadamente, que desaparecieron semejantes aberraciones.
Y cuando
hoy, creíamos, que había pasado a la sección de cuentos tal estado de
ignorancia, vemos que toda la prensa se ocupa de este caso (1900) (1).
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del Xº Aniversario de Enfermería Avanza
“LOS SALUDADORES”
A los
frecuentes daños que los «saludadores» ó curanderos ocasionan con el ejercicio de su mal
entendida profesión, puede ser añadido un caso muy reciente, ocurrido en el
pueblo de Agost (Alicante), donde los niños José Berenguer Castillo y Blas
Moltó Molina fueron mordidos por un perro rabioso el día 29 de Enero último
(1907).
Los padres
de los niños, en vez de llamar al médico de la localidad, acudieron para que
curase á los heridos, á una mujer saludadora de gran crédito en la comarca.
La tía Tomata, que es el apodo de la
curandera, empleó con los pobrecitos
niños todas las supercherías que usan tales embaucadoras.
La tía
Tomata cobraba por cada sesión cinco pesetas.
A pesar de
los exorcismos de la saludadora, uno de los niños, José Berengucr, falleció el
día 14 del mes pasado, atacado de hidrofobia.
Entonces los
padres del otro niño avisaron al médico de la localidad, don Fermín Sánchez, el
que inmediatamente dispuso que el enfermito fuese trasladado a Madrid, con
objeto de que ingresase en el Instituto de Alfonso XII, que dirige el insigne
Ramón y Cajal.
Además, el
señor Sánchez envió á dicho centro una certificación en que consta lo ocurrido.
El niño Blas
Moltó se encuentra en el citado Instituto á cargo del doctor Llavador, y
mostrando una clara inteligencia, relata las artimañas de que se valía la tía Tomata,
para lograr su curación.
A pesar del
tiempo transcurrido desde la mordedura y aun cuando no ha desaparecido su gravedad;
en el Instituto se confía poder salvar la vida á la podre criaturita.
Guipúzcoa
Veamos lo que
el insigne historiador de Guipúzcoa Pablo de Gorosabel escribió sobre los saludadores
en nuestra provincia allá por los años 1863.
Es mucha fé
que la gente vulgar de esta provincia tiene en la virtud de los llamados saludadores,
para curar las mordeduras de los perros rabiosos (1).
Goza este
concepto el séptimo hijo varón de una familia, á quien, por lo tanto, los padres
no dejan de dedicar á semejante oficio, que al mismo tiempo de ser lucrativo,
no deja de ser de cierta reputación y categoría entre los crédulos y honrados
aldeanos.
Todo el
misterio de estos empíricos curanderos se reduce á hacer una cisura en la parte
que ha sido mordida por el perro rabioso, y chupan en ella todo cuanto pueden
la sangre inficionada del veneno.
Al propio
tiempo, para dar á ese acto cierto aire de religiosidad, invocan con una cruz á
la Santísima Trinidad, así que á varios santos
y santas, concluyendo con dar tres soplos.
La succión que
hacen de la sangre de la parte afecta será sin duda favorable, y podrá
contribuir á que el virus venenoso no se comunique á la masa de la del
individuo mordido.
Para esto no
se necesita más que no tener ninguna a, estar dotado de mucha fuerza de
aspiración, y poseer un buen estómago; porque con estas circunstancias lo mismo podría
practicar la operación cualquier otro que no fuese el séptimo hijo de una
familia, ni descendiente de él.
Es indudable
por lo tanto que la virtud que se atribuye á las personas que se hallan en esta
clase no es más que una pura
superstición de las gentes sencillas de las aldeas, inclinadas naturalmente en
todo á lo extraordinario y misterioso.
Para confirmación de esta verdad, citaré un caso
ocurrido con José Antonio de Iraola, afamado saludador de la aldea de Goyaz.
Se sabe que
este empírico curandero fué llamado, y fue á Vizcaya el año de 1860 á curar á
un hombre que había sido mordido por un perro rabioso, á cuyo sujeto hizo su acostumbrada
operación de la succión de la parte ofendida, con el correspondiente ensalmo, y
sanó después.
Había en la
casa del mordido un perro de malas condiciones, á quien sus familiares quisieron
tener atado, mientras el saludador permaneció en ella; pero éste, fiándose en
su supuesta milagrosa virtud antirabiosa, se empeñó en que el tal perro estuviese
suelto, como en efecto estuvo luego.
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Saludadores
Andando,
pues, de esta manera, 1e mordió al mismo saluddador en la cara, y vuelto á su casa, murió á consecuencia de esta
herida á los cuarenta y seis días.
La
reputación médica y virtud sobrenatural de los de su clase quedó por
consiguiente, en vista de semejante acontecimiento, muy rebajada entre sus
convecinos y otras personas preocupadas hasta entonces en el poder misterioso de
aquel sujeto.
En
diferentes ocasiones se ha tratado de impedir el ejercicio de este fraudulento
oficio, y aun se ha procesado criminalmente á los que se han dedicado á practicarlo.
Consta que las Juntas de Azpeitia de 1743 encargaron
á las Justicias que no permitiesen á los saludadores hacer curaciones y ensalmos;
cuyo acuerdo se renovó en las que se celebraron en la villa de Rentería el año de
1757, como consta de sus respectivos registros (1).
La
Diputación formó el año últimamente citado un proceso criminal á tres
individuos, cuyos nombres no expreso, vecinos de las villas de Albiztur, Ormáiztegui
y Azpeitia, como á infractores de aquella prohibición.
Su resultado
definitivo se redujo á apercibirlos á que se abstuviesen de practicar el
mencionado oficio, so pena echarlos á un presidio.
Por entonces
este asunto pasó y se concluyó de esta manera; pero en 1781 ocurrió otro caso
de igual naturaleza, que obligó á aquella corporación á renovar sus
providencias anteriores.
Un perro
rabioso mordió en la villa de Anoeta a una niña, á la que sus padres llevaron
al saludador de la villa de Albíztur, á fin de que le hiciese la acostumbrada
curación, como la practicó.
Sin embargo,
el tal saludador no dejó de encargar y recomendar á los interesados de la niña
que llevasen á ésta á la villa de Hernani, á efecto de que cierta mujer de la misma la aplicase una piedra
culebrera especial que poseía.
También se
cumplió exactamente y sin ninguna tardanza este encargo, aunque su resultado no
correspondió á las esperanzas, puesto que á los veinte y ocho días de ocurrida
la mordedura rabió la dicha niña y falleció con este accidente.
Lo notable
de este negocio fué que en el mismo día en que ocurrió esta muerte los padres
de la niña enviaron algunas personas al expresado saludador, para que informado
del estado de la niña, hiciese desde su propia casa de Albíztur el llamado
ensalmo.
Así lo
verificó algunas horas después de que hubiese fallecido, sin que hubiese producido
ningún efecto curativo.
Por esta
razón las gentes quedaron persuadidas de que el tal saludador era el causante de
la muerte de la niña mediante la virtud que tenía de Dios para el efecto.
Noticiosa la
Diputación de este suceso, por la denuncia que hizo el cura párroco de Anoeta,
se requirió al mencionado saludador y á otros de su oficio para que se
abstuviesen de ejercerlo bajo ciertas penas.
A pesar de
todas las providencias, continuaron después, como continúan aun ahora,
practicando aquellas operaciones y
dichos ensalmos.
La credulidad
de los aldeanos en la gracia celestial de que se supone dotados á los
saludadores no se ha llegado á extinguir todavía; gracia que, según ellos, es
hereditaria en ciertas familias de la provincia, aunque los que desempeñen este
oficio no sean precisamente los séptimos hijos varones (1).
SALUDADORES
En marzo de
1596 el Consejo, Justicia y Regimiento del lugar de Lucena del Puerto decidió
contratar los servicios de Domingo Romo,
natural de Triana, y residente en la villa de Hinojosa, para que,
“... El dicho saludador sea obligado por tiempo
de un año, que corre desde oy, dicho día de la fecha desta, visite este lugar,
vecinos, y ganados, y perros, y todo el daño que veiere, y los salude y cure en
esta manera; que en cada un mes sea obligado a venir a este lugar y lo visite,
y reparar y curar el daño que veiere tocante la dicha enfermedad de rabia, y es
condición sea al prinsipio de la estación, en el medio no supiere, ni
entendiere ni veiere daño ninguno, que no venga hasta que sean los veinte y quatro
a veinte y seis del mes. Y si en qualquier tiempo del mes supiere y entendiere
que ai daño aquel día a de ser obligado a venir a lo curar y reparar.....”
(2).
El salario
acordado era de 6 ducados (66 reales), pero además era condición que sí había
daño, el saludador debía acudir a la llamada del cabildo, cobrando aparte claro
está, y si se saltaba alguna de ellas, descontar un ducado. Los saludadores
tenían el poder de curar la rabia a personas y animales, al parecer mediante el
aliento y la saliva, y la capacidad de “tranquilizar al animal”. Según Alejandro Pérez Barrio (Revista
folklore, Valladolid, 1980. págs. 75-79) se trataba de un don natural obtenido
por alguna de las siguientes circunstancias de nacimiento (2):
Ser el séptimo hijo de un matrimonio si los hermanos anteriores fueran del
mismo sexo.
Haber nacido en Nochebuena. Jueves o Viernes Santo o el día de la
Encarnación.
Haber llorado en el vientre materno y que la madre no se lo hubiese
revelado a nadie.
Ser el mayor de dos hermanos gemelos.
Haber nacido con bolsa amniótica (2).
Los
saludadores fueron tolerados y en cierto sentido, protegidos por la Inquisición
y los obispos, que les examinaron y proporcionaron licencias en algunas
diócesis. También fueron perseguidos por farsantes y embaucadores, y su
situación varió según las épocas. El caso que nos ocupa, Domingo Romo, debió poseer cierto prestigio social y ser
relativamente efectivo, por la cuantía del contrato, elevado para la fecha,
pese a la distancia del domicilio declarado, y porque éste se repitió al menos
en una ocasión más (2).
LOS SALUDADORES
Introduccion
“Embaucador que se dedica a curar o precaver
la rabia u otros males, con el aliento, la saliva y ciertas deprecaciones y
fórmulas, dando a entender que tiene gracia y virtud para ello” (3).
Con
esta fórmula somera despacha más que define el Diccionario de la Real Academia
de la Lengua el significado del viejo oficio de saludador.
No obstante el
actual matiz peyorativo, hay que recordar que la palabra saludador deriva
de salud, y que según Corominas y Pascua1 se generalizó su uso a partir de
los siglos XV - XVI. En su origen por tanto el saludador es aquel que “trae la
salud” a los afectados de un mal particular: la rabia (3).
La enfermedad
que designamos como rabia, conocida desde la antigüedad y descrita por
Aristóteles, Celso, Galeno y otros, es una infección séptica que se manifiesta
por desórdenes nerviosos, contracciones espasmódicas e hidrofobia,
comunicándose por la saliva a otros animales y al hombre.
La extensión de
esta enfermedad en la antigua sociedad rural fue muy grande y los remedios que
se aplicaban muy limitados. La imaginación popular acumuló así gran cantidad de
mitos, ritos y creencias entorno a la rabia. Por ejemplo, se creía que si una
persona afectada de rabia se miraba en el agua de una fuente o río, contemplaba
la imagen del perro que le mordió. O que el perrito utilizado para succionar la
leche de una mujer afectada de mastitis adquiría la rabia, por lo que debía ser
sacrificado (3).
Entre los
métodos que la humanidad se ha servido para combatirla, ya fueran empíricos o
mágicos, un importante papel han jugado durante siglos los buenos oficios del saludador,
personaje antaño altamente estimado en las sociedades típicamente rurales.
Algunos saludadores
conocidos
A partir de la
documentación histórica de nuestros archivos, y con el apoyo de los pocos
autores que han tratado el tema de los saludadores, desarrollaremos en
las páginas que siguen una breve semblanza del oficio. Comenzaremos mencionando
algunos nombres de saludadores que figuran en los textos del pasado:
1579. Salvatierra
(Álava): Actúa de saludador un tal Martín
Sáenz de Otaza, después que se han localizado por el pueblo ciertos “perros
rabiosos”.
1632. Salinas
de Léniz (Guipúzcoa): Acude el saludador oficial de la villa de Elorrio
(Vizcaya), pues el ganado a estado en contacto con perros rabiosos.
1635. Hernani
(Guipúzcoa): Se contrata como saludador oficial asalariado de la villa al
vecino de Alegría, Diego Pérez de Navarro,
quien permanecería en el cargo durante casi una década.
1647. Hernani:
Ignacio de Altube, vecino de la
villa de Gabiria (Guipúzcoa), firma como saludador asalariado de Hernani.
1689. Salvatierra:
Es contratado para ejercer sus funciones de saludador Gabriel de Izaguirre, vecino de Oñate.
1706. Régil
(Guipúzcoa): La villa reclama con urgencia un saludador, que permanecería en el
lugar dos días.
1727. Salvatierra:
Contrato por 9 años del saludador José Ruiz de Eguino, vecino de Oyón.
1760. Salvatierra:
En dos ocasiones durante este año se traslada a la villa una tal Catalina, saludadora vecina de Zegama.
1860. Bilbao:
Viaja a esta villa el célebre curandero de Goyaz (Guipúzcoa) José Antonio de Iraola, para intervenir
en un caso grave (3).
El autor Pablo de Gorosabel, al hablar de los
saludadores afirmaba que aún en sus días (principios de nuestro siglo)
continuaban actuando, a pesar de las providencias que se dictaron contra ellos
(3).
Resurrección María de Azkue escribía en 1959
que en su juventud muchas mujeres acudían desde todos los puntos del País
Vasco con sus niños enfermos a visitar al saludador de Salvatierra, a la sazón
afamado por sus sorprendentes providencias. En esa misma época había además
otro famoso saludador en Albístur (Guipúzcoa), una muchacha en Ezpeleta
(Lapurdi) y hasta pocos años antes se hablaba mucho del de Urruña.
También a
principios del presente siglo actuó un tal Batixe,
de la localidad de Fruniz, saludador citado por Don José Miguel de Barandiarán.
Por si estas puntuales
reseñas no terminan de esclarecernos el número y la importancia del oficio en
tiempos no tan lejanos, he aquí un dato estadístico proveniente de una fuente
tan fiable como la publicación “El Siglo Médico”: a finales del
siglo XIX solamente en Madrid actuaban «unos trescientos saludadores, más de la
mitad doctoresas», y aunque predominaban en los barrios situados al sur de la línea
de la calle Atocha, Plaza Mayor y Palacio, no faltaban en el resto de la villa,
hasta en el supuestamente aristocrático barrio de Salamanca y distrito de
Buenavista (3).
Signos de los
saludadores
Para ser
saludador hacían falta cualidades muy especiales que, según la mentalidad popular,
sólo el cielo otorgaba.
Dice la leyenda
que San Roque era curandero y se dedicaba a recorrer las poblaciones del norte
de Italia ejerciendo su labor. Durante una peregrinación en Santiago de
Compostela contrajo la peste, de la que se recuperó, pero inmediatamente fue apresado
bajo la acusación de espionaje. Según otra versión, le detuvieron de regreso a
su casa al no ser reconocido por su propia familia. Después de su muerte se descubrió
una cruz milagrosa grabada en su cuerpo.
En Euskalerría
se estimaba que para poseer las facultades extraordinarias de todo saludador
(entre las que destacaba la inmunidad frente al calor), había que ser elséptimo
hijo varón de una familia, sin que entre ellos naciera hembra alguna, o la
menor de siete hermanas sin hermano entre ellas. Además, podía comprobarse su naturaleza excepcional por las
cruces grabadas bajo la lengua, en las piernas, en el pecho y en las palmas
de las manos (3).
Los asturianos
por su parte creían que todos los saludadores se identificaban por unos signos
misteriosos, entre los que se contaban: haber nacido en Viernes Santo o el día
de Nochebuena; haber llorado dentro del seno materno; ocupar el séptimo lugar de
hermanos y sin hembras en su familia o ser el primero de dos hermanos gemelos; un
rasgo distintivo también sería tener una cruz inscrita bajo la lengua o una
«rueda de Santa Catalina» en la bóveda del paladar. Quien reuniese una o varias
de estas características estaría en posesión de las facultades extraordinarias
que exige el oficio.
Métodos de
curación
Los documentos
históricos poco nos aportan sobre los métodos de trabajo de los saludadores,
por lo que es sobre todo a través de la investigación de campo y del estudio
antropológico como nos acercamos a este capítulo (3).
Clasificamos los
métodos usuales de curación o prevención de la rabia, en función de su
tratamiento.
En primer
término describimos los remedios basados en la aplicación de diversos elementos
(que, en consecuencia, cualquiera podía utilizar una vez conocidos), agrupando a
continuación los métodos específicos de los propios saludadores, para cuya ejecución
había de estar dotado de cualidades extraordinarias cuando no sobrenaturales.
FOTO 3 Antxon
Aguirre Sorondo. In Memoriam
CURACION POR CIERTOS ELEMENTOS
1. Hierro al
rojo
En el pueblecito
navarro de Azuelo recogí el siguiente método para curar la rabia: el alguacil
del pueblo calienta al fuego la «risma» (barra de hierro con una cruz del mismo
metal en su extremo, fabricada en el pueblo vecino de Berrueza). Una vez candente,
se aplicaba sobre la frente al animal o persona afectada. El acto de aplicar la
«risma» se designa «rismar», y la última vez que se utilizó en Azuelo fue hacia
1920.
Similares
prácticas hallamos también en otras zonas de Navarra. Así, en Tudela para
inmunizar a los perros contra la rabia se ponía en sus costillares el sello de
Santa Quiteria al rojo, mientras el encargado de tal misión pronunciaba un
conjuro. Curiosamente, también existía una ermita en dicha población dedicada a
esta Santa. En Urzainki (Roncal) se hacía la misma operación sobre la frente, y
en Gauna (Álava) de forma preventiva marcaban con un hierro candente la frente
de todos los animales cuando en los alrededores había rabia.
En tierras
gallegas se acostumbraba a curar la rabia de las personas mordidas por perros
rabiosos aplicándoles en la frente las llaves candentes de determinadas
iglesias o ermitas cuyos santos eran especialmente protectores contra este mal.
Esto ocurría en varias localidades de la provincia de Lugo: por ejemplo en el
municipio de Otero del Rey con las llaves de la ermita de San Félix de Robra,
al igual que las llaves de Sant´Eutelo (San Eleuterio) servían a los vecinos de
Santiago de Miraz, Ayuntamiento de Frioel, y las de San Alberte (San Alberto) y
San Salvador de Parga, en los pueblos de San Bréjome de Parga y Bascua
respectivamente, ambos del Ayuntamiento de Trasparga. En todos los casos, una
vez marcada la cruz en la frente del enfermo con las citadas llaves, se le
acompañaba a la casa del cura, quien bendecía pan y agua que el paciente debía
tomar durante nueve días, añadiéndole un poco de sal al agua. En Bascuas no
echaban sal y el cura de Mirad prohibía en cambio comer cosas saladas y
picantes durante los siguientes nueve días (3).
2. Partes del
mismo animal
Ya Miguel de
Cervantes, gran amigo de retratar los personajes de su tiempo sobre cuyos usos
y costumbres nos documenta con la exhaustividad del observador más atento, en
su obra “La Gitanilla”, una de sus «novelas ejemplares» escrita en 1613,
describía así la actuación de una anciana saludadora:
«.. y acudió luego la abuela de Preciosa a curar
al herido, de quien ya le habían dado cuenta. Tomó algunos pelos de los
perros, friólos en aceite, y, lavando primero
con vino dos mordeduras que tenía en la pierna izquierda, le puso los pelos con
el aceite en ellas, y encima un poco de romero verde mascado; lióselo muy bien
con paños limpios y santiguóle las heridas, y díjole: -Dormid, amigo; que
con la ayuda de Dios, no será nada».
En lengua vasca
hay un dicho popular que dice: «txakurrak eginiko zauria, txakurraren uleaz
osatzen da». Esto es, la herida hecha por perro, con pelo de perro se
cura.
Variente del
mismo es este otro dicho de la vizcaína villa de Lekeitio: «txakurraren
aginkadea, txakurrak osatu». Que traducido viene a decir: mordedura de
perro, la cura el perro.
Esta forma de
sanar las heridas con pelo de animal es común también en otros pueblos fuera de
la península. Sentencias populares como las anteriores abundan en el refranero
escocés. W. George Blanc, en una de sus obras señala que una práctica muy común
en Escocia era matar al perro rabioso que hubiera atacado a una persona, extraerle
el corazón y ponerlo al fuego, para una vez reducido a polvo, suministrar una porción
del mismo al enfermo (3).
El mismo autor
relata que en China «cuando un niño era mordido, la madre iba corriendo a
pedir al dueño un pelo del perro a fin de aplicarlo a la parte mordida».
En 1866 la
opinión pública de Bradwell, Gran Bretaña, .quedó sorprendida ante un caso que los
periódicos de la época describieron con tintes de horror: en una indagación
hecha a raíz de la muerte de un niño de cinco años enfermo de rabia, se descubrió
que una mujer a petición de la madre, había sacado del río el cadáver del perro
que mordió al pequeño y que nueve días antes había sido ahogado, y tras extraer
el hígado y asar un pedazo se lo dio a comer al niño con un poco de pan. A pesar
del tratamiento el niño murió.
Para la
protección ante un animal muchas tribus se sirven de partes del mismo animal; por
ejemplo un diente de león o de cocodrilo colgado al cuello les libra del ataque
de estas dos temidas especies. Paralelamente, en la cultura espiritual una imagen
o un signo divino, asegura la confianza de quien lo lleva, al considerarse protegido
por fuerzas extra-terrenales (3).
3. Ciertos productos alimenticios
El ajo, el
aceite y el pan han sido históricamente los productos más frecuentes en la
lucha contra la rabia.
El ajo es una planta liliácea, cuyo
bulbo blanco, redondo y de color fuerte, como todos sabemos, sirve de
condimento alimenticio. Pero, además, siempre se le han atribuido cualidades
mágicas, sea interviniendo como sustancia fundamental en la curación de innumerables
males, sea en la protección ante los «malos espíritus». En Bedia (Vizcaya) se
sembraban ajos por Nochebuena y se recogían antes de la salida del sol en la
noche de San Juan, pues con ellos se prevenía y curaba eficazmente la rabia.
La señora del
molino de Lanbrebe, en Ipinaburu, barrio de Zeanuri (Vizcaya), fue mordida una
vez por un perro rabioso. Acudió urgentemente al convento de las monjas de
Salvatierra, en Álava, donde su capellán le dio de beber un agua como de ajos
que la sanó en poco tiempo. Esto se recoge en una de las obras del gran
folklorista Resurrección María de Azkue.
También los ajos
son muy recomendables, según la tradición popular vasca, para curar cualquier
tipo de mordedura de perro. Al efecto se aconseja frotar la zona dañada con
abundante ajo o, todavía mejor, cortar varias cabezas en trocitos y ponerlos
encima de la herida, para posteriormente cubrir toda la herida con un vendaje
limpio (3).
El aceite es otro de los elementos
nutritivos con que se combatía la rabia, si bien es cierto que fue además el
primer cicatrizante que el hombre conoció para sanar las heridas en la piel.
Recuérdese por ejemplo la parábola bíblica del Buen Samaritano, quien
recogiendo a un hombre atacado por los ladrones «vendó sus heridas, echando en ellas
aceite y vino» (Lucas 10.34).
Hemos conocido
asimismo el método de la Gitanilla cervantina contra la rabia: pelos de perro fritos
en aceite.
El mencionado
Azkue publicó en 1959, que a principios de siglo en Albístur, pequeño pueblo guipuzcoano,
vivía un saludador, a quien en una ocasión le presentaron un rebaño de ovejas
atacadas todas por la hidrofobia; el saludador hirvió un cuenco de aceite y fue
moviendo en su boca el líquido antes de arrojárselo a las ovejas, las cuales
quedaron curadas de la rabia. Como dijimos más atrás, la virtud de curar la
rabia mediante este método sin quemarse la boca, es una de las características
que acreditaban que una persona era saludadora.
El patriarca de
la antropología vasca, José Miguel de
Barandiarán, cita el caso de un saludador de la localidad de Fruniz que
curaba haciendo hervir aceite en una sartén, untaba los dedos e impregnaba la
herida. El aceite llegaba a quemar al paciente pero jamás al saludador. A
continuación soplaba sobre la herida y sobre un trozo de pan que tenía que
comer el paciente.
Y finalmente el pan. En muchos pueblos de Álava,
Vizcaya y Guipúzcoa era costumbre (y aún se mantiene en algunos lugares) que en
la cena de Nochebuena, el padre de familia hiciera una cruz con la punta del
cuchillo sobre el pan previamente a cortarlo y repartirlo, dando a cada
comensal un trozo y guardando bajo el mantel una porción, reservada por si
durante el año se producía algún caso de rabia. Sólo que hubiera noticias de
contagio en los alrededores, se añadía un pedazo en la comida de los animales.
Este pan recibe diversos nombres según los lugares: «Pan de Navidad», «Pan
Bendito», «Pan de Pascua», «Gabonetako Ogi Berinketue» o «Pan de Nochebuena», y
«Ogi Salutadorea» o «Pan del Saludador».
Se creía que
este pan no se enmohecía con el tiempo. Si alguien lo comía quedaba por así
decirlo «vacunado» contra la rabia y si lo tomaba un perro rabioso se curaba. Por
eso se acostumbraba a dar un trozo al perro de la casa (3).
4. La piedra
Si hay algún
elemento que queda aún por estudiar con cierta profundidad dentro del campo de
la antropología e incluso diría dentro de la historia, ese elemento es, a mi modesto
entender, la piedra. Entre sus múltiples facetas positivas se cuenta
también la capacidad de determinadas piedras de curar a los afectados por la
rabia.
El historiador Pablo de Gorosabel relata cómo en 1781
un perro rabioso mordió a una niña en la villa de Anoeta (Guipúzcoa), a la que
sus padres condujeron ante un afamado saludador de Albístur. Este se declaró
incompetente y remitióles a una colega saludadora de Hernani que poseia una
piedra culebrera óptima para estos casos. La intervención de la piedra no
tuvo efecto y la niña murió. Sabido esto, el cura párroco de Anoeta denunció a
los saludadores, que a continuación fueron apercibidos seriamente por la
Diputación para que se abstuvieran de ejercer el oficio.
También en
Galicia se considera que ciertas piedras redondas y pequeñas típicas de las
orillas fluviales son muy eficaces contra «o mal do pezoña» es decir contra las
mordeduras de los animales ponzoñosos.
Corría el año
1877 cuando los periódicos sacaron a la luz la noticia de la existencia de una
piedra milagrosa que, encontrada en Suiza y trasladada a Kentucky (USA) por un
italiano, había curado en 23 años,
59 casos de rabia. Bastaba con aplicar la piedra sobre la misma herida hasta
«absorber» todo el veneno. Luego de la operación se limpiaba la piedra con agua
y posteriormente con leche caliente para extraerle el supuesto veneno y dejarla
de nuevo lista para curar (3).
El autor Black
testimonió en una obra editada en 1889
que por entonces en los Estados Unidos se empleaba como remedio
infalible contra la mordedura de perro la «piedra de la rabia».
Este mismo autor
indica que en Tierra Santa también se seleccionaban cierto tipo de piedras para
el mismo fin. Trozos de estas piedras se vendían a buen precio, pero cuando una
de ellas había curado ya varios casos su precio era mayor que el del oro. Y
añadía:
«... Acostúmbrase a raspar granos de ella y
darlos a los que han sido mordidos por un perro, y aunque este raspado viene
haciéndose durante siglos, la piedra nunca aminora. Dicese que la piedra cayó
del cielo en la quinta de Dysgwylla, a cerca de doce millas de la ciudad de
Camarthen... ».
5. Métodos
sobrenaturales
Aquellas
sociedades rurales, en las que la fe jugaba un papel tan importante, recurrían
a la oración como primordial remedio ante todo tipo de males, incluida la temida
rabia.
Cuando un
personaje de La Gitanilla de Cervantes aplica a un muchacho su ya mencionada
receta contra la rabia, santigüa la herida y le dice: «-Dormid, amigo, que, con
la ayuda de Dios, no será nada».
Los años 1677 y 1678 en Elorrio (Vizcaya) se dijeron misas en la iglesia de
San Martín para coadyuvar la intervención del saludador en la villa.
El Dr. Ignacio María Barriola contaba en su
obra “La Medicina Popular en el País Vasco”:
«Un casero de Usurbil fue mordido por una
culebra y a las pocas horas se encontraba hinchado y con muy mal estado
general. Ante el peligro que amenazaba, se desplazó un amigo en busca de cierto
saludador conocido de Hernani,
al que, por ser día de fiesta, lo encontró en Vísperas. Explicado el suceso, el
curandero salió de la Iglesia y marchó a su casa. Sacó del armario de su cuarto
una imagen de San Antonio, alumbró dos velas y de rodillas ante el Santo,
empezó a recitar unas oraciones de un libro en latín, que verosímilmente no
comprendía. Terminados los rezos, dijo al emisario que podía regresar al
caserío. La sorpresa de éste fue grande al oír a la ya tranquilizada familia
que el enfermo experimentaba una gran mejoría desde las tres y cuarto de la
tarde, hora exacta de las preces del saludador».
José Miguel de Barandiarán recogió la
creencia de que en Lesaka (Navarra) había un vecino que curaba las mordeduras
de los perros rabiosos exclusivamente con oraciones.
Pero también,
como hemos sabido, cuando se usaban llaves al rojo para curar debían ser de una
iglesia o ermita determinada, los ajos tenían que haber sido plantados por
Navidad y recogidos en la noche de San Juan, así como el pan que evitaba la
rabia era aquel de la noche de Navidad. Recuérdese finalmente que la señora del
molino de Lanbrebe fue sanada con un agua de ajos que sólo el capellán de Salvatierra
sabía preparar. En consecuencia, el componente religioso está inseparablemente
unido a todas estas prácticas curanderas (3).
6. Otros métodos
A la corteza del
abedul o «vidueiro» en Asturias se le atribuían virtudes antirrábicas.
En un libro de
medicinas caseras escrito por Fray Blas de la Madre de Dios en 1611, se
recomienda para las mordeduras de perro rabioso:
«Ajos vevido en vino y catapasmados.
Las huevas de peces pomentados.
Cebollas con ruda sal y miel puestas.
Triaca comida peso de 1 real si tiene opio si no
peso de 3 reales y de
todos modos se procura el vómito con cualquier contrayerba aun con los orines
propios (siendo mordeduras benenosas)...» (3).
FOTO 4 Saludador
PRACTICAS EXCLUSIVAS DE LOS SALUDADORES
Hemos citado ya
algunas virtudes y prácticas de los saludadores. Así, hablamos de los que
curaban las ovejas arrojando aceite hirviendo por la boca; del curandero de
Fruniz que untaba aceite hirviendo sin quemarse; la saludadora de Hernani y su
piedra culebrera o el de Hernani cuya herramienta de trabajo eran las
oraciones.
Respecto a todo
ello nos parece interesante el comentario que ofrece Sebastián de Cobarruvias en su diccionario -editado el año 1611-
cuando define la palabra SALUDAR:
«Saludar en otra
significación vale curar con gracia, gratis data; y a los que ésta tienen
llamamos saludadores, y particularmente saludan el ganado; pero yo por más cierto
tengo averse dicho de saliva, salivador, por tener ella la virtud de sanar, y
assí los saludadores dan unos bocaditos de pan al ganado cortado por su boca y
mojado en su saliva; y de que ésta tenga virtud para algunas enfermedades
rabiosas ay un lugar de Plauto in Captiwis: Ne werere rnultos isti fic
rnorbus homines rnacerat quibus inspuere saluti fuit atque bis profuit, escrive
Plinio, lib. 10, cap. 23. Al
fin de aver costumbre de escupir en la cara al que le toma el mal de gota coral
por remedio. Quienes tengan esta virtud o no, averígüenlo los ordinarios,
porque muchos de los que dizen ser saludadores son embaydores y gente
perdida...» (3).
La boca de
los saludadores era, pues, una de las partes de su cuerpo donde residía su
poder.
Vimos ya como en
La Gitanilla de Cervantes la curandera ponía encima de la herida un poco
de romero verde masticado.
El historiador
vasco Gorosabel desvelaba ya a
finales del pasado siglo el porqué de esta terapia:
«Todo el
misterio de estos empíricos curanderos se reduce a hacer una cisura en la parte
que ha sido mordida por el perro rabioso y chupan en ella todo cuanto pueden
la sangre inficionada del veneno. Al propio tiempo para dar a este acto
cierto aire de religiosidad, invocan con una cruz a la Santísima Trinidad, así
que a varios santos y santas, concluyendo con tres soplos».
De cualquier
modo, este método no era exclusivo de los saludadores vascos sino que estaba
ampliamente extendido por toda la península (3).
Métodos preventivos
Además de las
puramente curativas, había también otras prácticas preventivas.
Todas las
comunidades tenían sus santos protectores contra la rabia. En Galicia San Eleuterio, San
Alberto, San Salvador y San Félix, en Friol, San Bréjome, Bascuas y Otero de
Rey respectivamente.
San Jorge posee
el título de santo protector contra la rabia en la navarra villa de Azuelo y
Santa Quiteria en Tudela y otras zonas de la provincia, como también en Bigüezal
donde el día de su onomástica acudían a su ermita los pastores con su perros para
que fueran bendecidos con agua y sal.
En Asturias toda
persona mordida por un perro para evitar la rabia tenía que atravesar un río o
arroyo antes que lo hiciese la bestia, recitando por tres veces esta oración:
NUESTRA
SEÑORA DE ROMA VENIA,
TRES
LIBROS DE ORO EN LA MANO TRAIA;
UNO
QUE LEIA,
OTRO
QUE ESCRIBIA.
OTRO
QUE MAL DE LA RABIA DECIA:
FUENTES
CLARAS A CORRER,
CAMPOS
VERDES A PACER,
QUE
DEL MAL DE LA RABIA
NON
HAS DE MORRER.
Sueldos de los
saludadores
En el año 1550
se abonaron 1.022 maravedís al saludador que fue a Villarreal de Urrechua para
permanecer cuatro días trabajando.
Las cuentas de
Salvatierra (Álava) relativas a los años 1578-79 documentan la intervención del
saludador Martín Sáez de Otaza
durante varios días, «porque habían andado en esta villa ciertos perros
rabiosos», a cambio de lo que recibió tres ducados.
El saludador
asalariado de Hernani de los años 1635-1643 cobraba 1.700 maravedís al año por
visitar la villa dos veces: una por marzo y otra en septiembre. Posteriormente
a éste, fue contratado Ignacio de Altube
de quien se dice en un acta del Ayuntamiento del 23 de junio de 1647:
«… su merced el dicho Alcalde dixo como sus
mercedes debian saber oy en ocho hizo traer a ygnacio de altube, saludador
vecino de gabiria por notizia que le dieron algunos vecinos de esta dicha
villa, que en el ganado de la hurumea (nombre del valle que lo toma del rio que
pasa por el del mismo nombre) y en algunas casas avia enpezado el beneno de la
ravia, para cuyo reparo acudieron al susso dicho e hizo vissita en las cassas de
dicha hurumea y en caserias de la jurisdicción de esta dicha villa y dentro della
en que abia, ocupando algunos dias y de su trabaxo le avian dado duzientos
reales de plata y para adelante hizieron ajuste con el suso dicho, en que se
avia obligado a hazer una visita en cada un año y saludar generalmente en la
dicha villa y su jurisdicción ocho dias antes de San Joan de Junio, con que la
dicha villa le dara duiez ducados de vellón en cada un año y assi les daba
noticia dello, para que vean sus mercedes lo que se deva hazer. Y tratado y
platicado sobre ello todos de conformidad dixieron que los doscientos reales de
plata que se le dieron al dicho saludador se entiendan haverse dado del
roduzido de los montes francos y en la repartizión que se hiziese entre los
vezinos de la dha. villa se descuenten en comun y e asiento que su mrd. el dicho
alcalde hizo para adelante se contiene de susso se lleve a devida execución...
».
Otra vez en
Salvatierra (Álava), en el año 1689 se contrata a Gabriel de Izaguirre, vecino de Oñate, por «una fanega de trigo al
año y ocho reales por dia que vieniere a visita ordinaria» los meses de marzo y
julio.
En Régil
(Guipúzcoa) se le abonó al saludador en 1706 un doblón por su salario por ir a
la villa a saludar y un «escudo de su gasto del dicho año». Al año siguiente también
recibió un doblón por su visita a la villa. Curiosamente, poseemos un dato comparativo
de singular significado: dos cirujanos que por aquellas fechas atendían en Régil
cobraban un salario de 150 reales anuales (3).
Estimación social y persecución
El historiador Martínez de Isasti escribía (en una
obra publicada en 1625) respecto de los médicos:
«No he hallado
más de diez y siete, porque los naturales de Guipúzcoa no se inclinan a esta
facultad sino por maravilla...».
No es extraño,
pues, que este mismo autor afirmara en otro pasaje de su obra:
«En la Provincia
de Guipúzcoa por la mayor parte se han conservado sin médicos, con medicinas
simples de yerbas, unciones...».
Como es sabido,
por aquellas fechas eran los médicos quienes se desplazaban a los lugares donde
sus servicios se requerían. Abundantes datos de este tipo aparecen en los
libros de cuentas municipales del siglo XVI, sobresaliendo los casos en que se exigía
la intervención domiciliaria del facultativo ante la sospecha de que el vecino afectado
padeciera alguna enfermedad contagiosa. Como ocurrió, por ejemplo, en Villarreal
de Urrechua, donde en 1540 se abonó al bachiller Vicuña 408 maravedís por ir a
ver a una mujer para «saber si estaba de San Lázaro (lepra)» (3).
Igualmente, y
tal como hemos visto, los saludadores se desplazaban desde sus localidades de
residencia a los lugares donde pedían su presencia por haberse localizado animales
con rabia, o porque algún animal o persona había sido mordido por un animal
presuntamente rabioso. Los saludadores asalariados, esto es contratados por un
Ayuntamiento, se personaban una o dos veces al año (en primavera y en otoño generalmente)
de forma regular en el municipio para aplicar sus artes.
No obstante
estos datos favorables al viejo oficio de saludador, debemos asomarnos a la otra
vertiente del problema: su nula fiabilidad científica y, en consecuencia, el encarnizado
combate que desde finales del siglo XVI se emprendió para suprimirlos.
Por vez primera
en las Constituciones Sinodales del Obispado de Pamplona de agosto de 1590, se
ordena «que no se consientan saludadores, ni ensalmadores, ni bendecidores»,
ya que quienes comúnmente «usan semejantes abusos quieren aplicar sus falsas
palabras por vía de medicina, que ni son ciertas, ni aprobadas, según nuestra Santa
Fe Católica».
El Obispado de
Oviedo, a través de sus constituciones sinodales del año de 1608 43, se
manifestaba más conciliadoramente, dejando la puerta abierta a una posible «titulación»
de los saludadores:
«Y mandamos que los saludadores sean examinados y no
les admitan ningún cura o concejo, ni otra persona sin nuestra licencia
inscriptis, o de nuestro Provisor, so pena de excomunión o de mil maravedíes».
Las Juntas
Generales de Guipúzcoa de 1743 encargaron que las justicias impidiesen a los saludadores
hacer curaciones y ensalmos, acuerdo que se renovó en las Juntas Generales de
1757. Este último año la Diputación acusó a tres vecinos, uno de Álbístur, otro
de Ormaiztegi y el tercero de Azpeitia de prácticas de este tipo, pero tras las
diligencias todo se redujo a apercibirlos que en la siguiente ocasión serían
arrojados a presidio. En el año 1781, con motivo de la denuncia del cura de
Anoeta. en el proceso ya citado líneas arriba contra el saludador de Albístur
se le requirió tanto a él como a otros de su oficio que se abstuvieran de
ejercerlo (3).
La persecución
continuó, y el 24 de diciembre de 1755 se publicó un Real Despacho en uno de
cuyos puntos, el 23, se ordenaba categóricamente:
«Que de aquí adelante no se paguen de los
efectos de la República maravedís algunos a ningún saludador por salario ni en
otra forma, so pena de que lo contrario haciendo se cargará a los Capitulares
como a Particulares».
Las Ordenanzas
del Principado de Asturias del año 1781 definen al saludador:
«como gente ociosa, ignorante o mal instruida
en la doctrina cristiana y perjudicial a sus vecinos, que simple o vanamente
confian en la eficacia de sus oraciones».
En resumen: el
oficio de curador, curandero o saludador goza de gran predicamento hasta los
siglos XVI-XVII, y aún sin desaparecer, son tenazmente perseguidos en primer
lugar y sobre todo por la Iglesia, que los acusa de embaucadores y falsos, al usar
fórmulas religiosas y, añadimos nosotros, hacerle la competencia en la recogida
de limosna; a partir del XVIII los estamentos públicos se concentran en la
eliminación de tales actuaciones, si bien, como hemos visto en el caso de
Guipúzcoa, no se dictan condenas muy severas (3).
La intervención
de los órganos legislativos en esta materia coinciden en el tiempo y en el espacio
con la gran explosión de la profesión médica y de toda la ciencia en general, el
llamado Siglo de las Luces. En Euskalerría se extendió por entonces la figura
del médico-asalariado al servicio exclusivo de un municipio, lo que supuso una rápida
elevación general del nivel de vida de la población. Ello puede explicar este nuevo
combate contra los saludadores, promovido por esta misma clase médica incipiente
que vería en ellos una competencia desleal (3).
Lo científico en
los métodos de curación
Relataba el
varias veces citado, Gorosabel a
principios del presente siglo esta singular historia de un saludador arrogante
a quien un perro mordió:
«José Antonio de Iraola, afamado
saludador de la aldea de Goyaz ... fue a Vizcaya el año de 1860 a curar a un
hombre que había sido mordido por un perro rabioso, a cuyo sujeto hizo su
acostumbrada operación de succión de la parte ofendida, con el correspondiente
ensalmo y sanó después. Había en la casa del mordido un perro de malas condiciones,
a quien sus familiares quisieron tener atado, mientras el saludador permaneció en
ella; pero éste, fiándose en su supuesta milagrosa virtud antirrabiosa, se
empeña en que el tal perro estuviese suelto, como en efecto estuvo luego.
Andando pues, de esta manera, le mordió al mismo saludador en la cara y vuelto
a casa, murió a consecuencia de esta herida a los cuarenta y seis días».
Esta anécdota
refleja a la perfección los dos aspectos constitutivos del oficio de saludador:
por una parte su efectividad en ciertos tipos de dolencias superficiales (el saludador
curó a su cliente), y por otra la intervención de la sugestión en tanto que cualidad
exclusiva del curandero (lo que no impide que el perro le muerda como a cualquier
otro mortal). En efecto, a primera vista y desde la perspectiva que nos ofrece
nuestra avanzada cultura médica, cabría pensar que, como los brujos de las tribus
más primitivas, el saludador nada aportaba a la salud de sus vecinos, y que
todo se reducía a una estrafalaria mezcla de supersticiones, religiosidad y
autosugestión. Pero el hecho de que a lo largo de tantos siglos se hayan
mantenido y en tan elevado número nos debe hacer pensar que, además de «fuego
de artificio», en algo intervendrían los rústicos procedimientos de que se
servían, toda vez que sus servicios no se restringían a las áreas rurales donde
los médicos brillaban por su ausencia, sino que las áreas urbanas e incluso la
capital del país han sido hasta no hace tanto tiempo campo de trabajo de esta
clase de curanderos (recuérdese al respecto que sólo en Madrid había más de 300
saludadores hace cien años).
Aún hoy día
hemos de reconocer que si bien la medicina avanza a grandes pasos, queda por
delante la difícil tarea de hacerla llegar a todos por igual, sin
discriminaciones económicas ni de ningún otro tipo; ello, conjugado a una labor
de culturización sanitaria de la sociedad, terminaría a buen seguro por borrar
los últimos restos de curanderismo y seudomedicina que aún subsisten en
nuestros país. Hemos de pensar que los pacientes que a ello recurren no hacen
sino virtud de la necesidad, sea por su ignorancia, por su aislamiento
geográfico o por sus carencias económicas, pues fuera de estos casos nadie
sostiene ya que el curanderismo sea superior a la ciencia médica (3).
Sabido esto, no
podemos negar que en buena parte de los diversos tratamientos y técnicas de los
saludadores hay un sustrato de conocimiento empírico, aunque limitada siempre
su eficacia a la benignidad y extensión de la afección.
Por ejemplo,
podrían ser medidas positivas la cauterización con hierro al rojo aplicada
sobre la herida y nunca en la frente del enfermo; con la herida limpia, la aplicación
de aceite estéril puede ayudar a evitar una futura infección; la succión de la herida
es un método rudimentario muy eficaz en primera instancia, antes que el sistema
sanguíneo sea afectado por cualquier veneno.
Entre las
prácticas abiertamente perjudiciales están la impregnación de la herida con pelos
de animal, que no puede provocar sino una rápida infección o la frotación con
piedras.
En cuanto a los
emplastos habría que analizar sus composiciones y las medidas de higiene en la
elaboración antes de emitir un juicio (3).
Por último queda
por hablar de los métodos que hemos denominado sobrenaturales, como oraciones y
encomendaciones a los cielos, conjuros, fórmulas paganas, etc. sobre cuyo valor
no entraremos a comentar por escapar a la influencia de las ciencias de la
naturaleza.
Terminamos esta
exposición con un documento que nos parece adecuado sacar aquí a colación. Se
trata de un resumen del discurso presentado en las Juntas Generales de la Real
Sociedad Bascongada de los Amigos del País en Bilbao el año 1772, sobre la
hidrofobia y los métodos de tratamiento médico que en aquellas calendas utilizaban
los profesionales más avanzados, como es el caso del ponente Marcial Antonio Bernal de Ferrer. Esto
nos dará una idea definitiva de todo lo que ya entonces unía y separaba a
médicos y saludadores (he intentado dar con el documento original, pero hasta la
fecha no ha habido suerte, y todo parece indicar que se ha extraviado para
siempre; el resumen es el publicado en «EXTRACTOS DE LAS JUNTAS GENERALES
CELEBRADAS POR LA REAL SOCIEDAD BASCONGADA DE LOS AMIGOS DEL PAIS EN LA CIUDAD
DE BILBAO POR SEPTIEMBRE DE 1772». Por Antonio
de Sancha. Madrid 1772. Reedición de la Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y
Publicaciones, S.A. San Sebastián 1985) (3).
HYDROPHOVIA
«Marcial Antonio de Bernal de Ferrer,
Médico titular de la villa de Elgoybar en Guipúzcoa e Individuo de estas
Comisiones, ha presentado un Discurso sobre la Hydrophovía o mal de Rabia, cuya
obra, después de una introducción en que el Autor extracta las noticias más
antiguas de esta terrible enfermedad, y las varias opiniones que hay, ya sobre
su conocimiento en tiempos y paises remotos, y ya sobre los modos de comunicarse,
se divide en dos artículos, que tratan: El primero, de la Historia de la enfermedad;
y el segundo de la Curación.
En la Historia
de la enfermedad se describen individualmente todos los síntomas que
acaecen, así en los anuncios de ella, como en sus diversos periodos hasta la
muerte.
El artículo de
la Curación, habiendo primero tratado, con el desprecio que se merecen,
de ciertas supersticiones que hay en este punto (como la fé en los Saludadores)
le subdivide el Autor en método precautivo, y método curativo. En
quanto al primero (que se reduce a los remedios externos que deben aplicarse
sin pérdida de tiempo) se inclina, con Mr. Sauvaje, a cortar las partes
mordidas si fuese posible, y sino a sajar en quanto lo permita el sitio y
aplicar ventosas para la succion del veneno: mantener fresca la herida por
largo tiempo, renovándola, si se cerrase, con agua salada, vinagre & c., y untar
los labios de ella con unguento de mercurio crudo, trementina y manteca. En el método
curativo (que se sigue después que se manifiesta el mal) encarga la dieta y
laxitud de vientre: insinúa el poco fruto de los purgantes, y la preferencia de
los polvos de palmario: expresa el uso del amizcle con cinabrio nativo y
artificial, que se tiene por específico en la China; pero se atiene a las
fricciones mercuriales, fundándose no sólo en las muchas observaciones que ha
leído, sino también en una que ha visto prácticamente, y es esta. Un mozo del
lugar de Alzola, y una Pescadera de Motrico padecieron en un mismo día la
mordedura de un perro rabioso. El Autor aplicó a aquel su método, y sanó; pero
la Pescadera, que no se aprovechó de este beneficio, murió miserablemente de
rabia (3).
Finalmente este
Discurso expresa con individualidad el modo de practicar fricciones mercuriales,
las dosis de las recetas mencionadas, el uso y calidad de los
alimentos y el de algunos otros remedios, como la sangría, la quina & c.
(que puede haber ocasiones en que sean convenientes) y da abundantes luces para
dirigirse en el desgraciado lance de incurrir en el horrible mal, que le sirve
de asunto» (3).
FOTO 5 Representación
de un “saludador”, en un grabado publicado por “Nuevo Mundo” en 1908
SOBRE LOS SALUDADORES; SU EJERCICIO
HASTA EL SIGLO XX
Fueron los saludadores
unos peculiares personajes conocidos en España al menos desde finales de la
Edad Media y cuyo oficio era el de sanar, supuestamente, a los afectados por la
enfermedad de la rabia, ya fueran personas o animales. Llegaron a disfrutar del
beneplácito de la sociedad, incluidas las autoridades, hasta fechas no muy
lejanas (4).
Cuando por
primera vez uno se tropieza con el término saludador, lo primero que
dicha palabra sugiere es que debe tratarse de alguien muy simpático y cordial
que vaya saludando a todo aquel que se encuentre en su camino. Pero si acudimos
al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, éste lo define como
“Embaucador que se dedica a curar o precaver la rabia u otros males con el aliento,
la saliva y ciertas deprecaciones y fórmulas”. Proveniente del latín salutator-oris,
etimológicamente saludador es aquel que restaura la salud (4).
El vocablo, hoy
en desuso, se refería tiempo atrás en España para designar a ciertos personajes
asimilados a curanderos que, aplicando saliva, usando determinadas preces y
echando el aliento sanaban supuestamente a los afectados por la enfermedad de
la rabia o hidrofobia, ya fueran personas o animales. Los
saludadores no sólo proclamaban sus habilidades para sanar los mordidos por
animales rabiosos sino que ampliaban sus servicios a luchar contra otros
padecimientos o contagios e incluso a preservar las cosechas y librar las
poblaciones y sus ganados de las alimañas.
Ya en 1480 los
regidores del Concejo de la ciudad de Murcia abonaron 1.500 maravedís a un saludador
a cambio de que éste acabara con todos los lobos que recorrían la huerta y
campo murcianos, si bien la tarea resultó infructuosa.
De la figura de
los saludadores se tiene constancia al menos ya desde el siglo XV. Así, el último
día de agosto de 1456 el Concejo de Nájera pagó 100 maravedís a un saludador
que había llegado a la ciudad a sanar. Estos personajes se mantuvieron
plenamente vigentes por la geografía española durante siglos, como un peculiar
oficio, aceptado, reconocido y con el beneplácito de la sociedad. Se conocen
referencias de saludadores en provincias como Murcia, La Rioja, Valencia, Navarra,
Cuenca, Soria, Valladolid, Burgos, Segovia, Guadalajara, Alicante etc.
Lo curioso y diferenciador
en el caso de los saludadores con relación a otros curanderos o sanadores es
que de alguna manera estaban admitidos o fueron consentidos por la Iglesia, al
menos durante ciertas épocas. De modo que en ocasiones eran los propios obispos
o incluso el Santo Tribunal quienes se encargaban de examinarlos.
Tan es así, que por parte de algunos obispados, el de Pamplona en 1581 y el de
Cuenca en 1626, se determinaba que no se consintiesen saludadores sin la propia
licencia eclesiástica y que ésta no se concediera si no era mediado previo
examen. En caso contrario se mandaba castigarlos con todo rigor conforme al
delito de actuar sin la preceptiva aprobación. Otras veces, al parecer
disponían para el ejercicio de autorización escrita proporcionada por una
autoridad eclesiástica de menor rango, arcipreste, abad o canónigo (4).
En una sociedad
fuertemente sacralizada y ante la proliferación de todo tipo de embaucadores y
farsantes dedicados al lucro mediante supuestas dotes curadoras, no era
infrecuente que Tribunales de la Inquisición iniciaran procesos de fe por honor
de oficio contra ciertos saludadores y suplantadores. Así en Valladolid en 1771
sería procesado con esos cargos José Ignacio
del Castillo, saludador natural de Fuensanta. En Cuenca, lo fueron también Antonio Llorens, saludador originario
de Utiel en 1771 y José Ruiz,
saludador de Sigüenza en 1765. Por esos años y en Logroño el procesado por el
Tribunal de la Inquisición por saludador y pacto con el demonio fue Pablo González, labrador originario de
Alfaro (4).
También se sabe
que en algunas ocasiones los propios concejos examinaban o tanteaban a los
saludadores para desechar a los impostores del oficio. Así, en la ciudad de
Valencia durante el siglo XVI y parte del XVII llegó a existir un «examinador
de saludadores», encargado por el gobierno de la ciudad para establecer,
mediante un examen, la capacidad de los que aspiraban a ejercer legalmente como
tales en el municipio. Durante algunos años detentó el cargo Domingo Moreno, artesano dedicado a la
fabricación de agujas y «saludador de mal de rabia y examinador de saludadores».
Moreno realizaba el examen a todo aquel que lo solicitaba y en presencia de las
autoridades municipales. Consistían las pruebas en curar a perros enfermos de
rabia con el uso único de la saliva. Además, aparte de demostrar sus virtudes
curativas, los examinandos debían apagar una barra de hierro y un trozo de
plata candentes poniendo la lengua sobre ellos. Si superaban estas definitivas
pruebas con gracia y pericia de saludador y tras realizar un juramento, la ciudad
les otorgaba licencia legal de ejercicio. Ejemplo de ello fue Joan Sans de Ayala, nombrado saludador
de Valencia, sin salario, aunque con el privilegio de llevar y tener en su casa
las armas de la ciudad.
Los saludadores,
para ser considerados como tales y poderse habilitar para el ejercicio de sus cometidos,
se decía tenían que cumplir determinados requisitos de nacimiento, a la vez que
superar diversas pruebas. Entre los primeros estarían el haber nacido en Jueves
o Viernes Santo, ser el séptimo varón de siete hermanos etc. Algunas de las
pruebas eran, como se ha dicho la de pisar con los pies desnudos una barra de
hierro al rojo o apagar con la lengua un ascua encendida sin que hicieran mella
en el aspirante. Se desconoce si esta peliaguda reválida debía ser superada en
todos los casos o más bien si los poderes y la gracia eran heredados de
padres saludadores a sus hijos, siguiendo así la tradición dentro de las
familias (4).
No obstante, el
oficio de saludador no era exclusivo de los hombres. En Enguera, pequeña población
de la Valencia interior, la actividad era ejercida en 1631 por una mujer,
Josefa Medina, a la que se le exigió previamente una licencia que confirmara
sus poderes concedida por el Arzobispo de Valencia. El propio Ayuntamiento de
Enguera abonaba el 3 de julio de 1621 a Alfonso de Medina la cantidad de 4
libras, que se habían de pagar anualmente, y le nombra saludador «para que
los que sean mordidos por perros rabiosos los cure con su saliva». Otra
mujer, de nombre María Almarza y saludadora de oficio, fue durante la primera
mitad del siglo XVII llamada y contratada en repetidas ocasiones por la
localidad Navarra de Viana para saludar a la gente y los ganados por causa de
la rabia. Finalmente incluso llegó a disfrutar hasta 1634 de una pensión anual concedida
por la villa (4).
El prestigio y
la fama del saludador irían precedidos de la propagación de rumores, de la habilidad
de su palabra y de la atracción y captación de los incautos por la necesidad
ante sus desgracias. Los saludadores se autoproclamaban y daban a entender
sobre si que tenían cualidades especiales, gracia y virtud extranaturales. Como
ejemplo, el Memorial presentado en 1730 ante el Concejo de la ciudad de
Murcia por el saludador Antonio Catalán
pidiendo licencia «para saludar del mal de rabia en atención a la grazia que
Dios le a dado». Antes, en 1630, el Cabildo Municipal de Jaén pagó al
saludador Juan de las Peñas
veinticuatro reales “por el beneficio público que hace con la gracia que
Dios le dio y salud de los ganados, el qual a de asistir todo este año...”.
Existió una
relación directa entre los saludadores y la enfermedad de la rabia y los
animales, ya que la curación de este temido mal era el primordial cometido de
aquellos. En muchas ocasiones eran los ganados y los perros el objeto principal
de sus prácticas. En esos casos, el saludador daba bocados de pan cortados con
su boca y mojados en su saliva como método para sanar a los animales dolientes,
ya que el fluido corporal de estos personajes era considerado con propiedades
curativas tanto para sanar la rabia como otras enfermedades.
Para los
menesteres señalados y en puntuales momentos de necesidad, los saludadores eran
con frecuencia requeridos, contratados y satisfechos económicamente por parte
de los Concejos o Ayuntamientos, ya de ciudades ya de pueblos, llegando incluso
en ocasiones a consignarse una cantidad permanente o retribución anual, a la
par que por ejemplo las destinadas al médico, boticario, albéitar,
cirujano sangrador, sacristán, guarda de campo o a la renta del toro semental
etc.
La ciudad de
Valencia en 1661 abogaba ante el Consejo de Aragón para el nombramiento de un
saludador y sugería su salario. En 1670 pedía licencia para dar asimismo un estipendio
al saludador de la ciudad (4).
El tantas veces
recurrido Catastro de la Ensenada nos proporciona referencias sobre varias localidades,
así, la burgalesa de Valdeande, incluida en 1753 en la diócesis de Osma, por
medio de su Concejo tenía consignada por entonces para el saludador la dotación
de 2 fanegas de trigo o cebada.
En 1752 y en el
lugar de Maello, jurisdicción de Segovia, el gasto anual del Común considerado
para el saludador y recogido en el Catastro era de 69 reales (4).
En relación con
los saludadores en la provincia de Soria hemos de acudir a las averiguaciones
que sobre estos insólitos personajes nos proporciona el veterinario y escritor
soriano natural de Oncala Pedro Iglesia
Hernández, quien recopila y reúne diversa información al respecto. Todo
ello contenido en su libro Curanderos y Exorcistas en Soria durante el siglo
XX. En esta publicación se menciona por ejemplo a Fray Benito Jerónimo Feijoo que en el siglo XVIII incluía en su Teatro
Crítico Universal dieciocho páginas dedicadas a los saludadores.
Continuando con
la provincia de Soria y en la villa episcopal de El Burgo de Osma, al parecer
no debía existir saludador propio encargado de esos menesteres, si bien
si recurrió la localidad a solicitar sus servicios en algunas ocasiones. Así,
en 1601, el propio Ayuntamiento pagó 2.555 maravedís al saludador de Herreros
que vino a saludar al ganado enfermo. En 1620 se documenta un descargo
de 12 reales por ir de nuevo en su búsqueda. Y ya en 1667 se abonan otros 22
reales de la paga de fin de diciembre a Bartolomé
Sanz, saludador y también vecino de Herreros. Datos todos que a la vez nos
revelarían la tradición en saludadores de este pueblo soriano (4).
A mediados del
siglo XVIII y en el mencionado Catastro de la Ensenada fueron registrados como
tales cinco saludadores en cuatro localidades de Soria:
Deza, donde
figuraban dos saludadores a los que se les consideraba a cada uno 400 reales de
vellón de utilidad. Se trataba de Alejandro
Lozano, con 6 hijos y Pedro Manrique
con 7.
Berlanga de
Duero contaba con el saludador Antonio
Groba, al que se le regulaban unos ingresos anuales de 50 ducados (550
reales de vellón). Contaba con un hijo.
En Castilfrío de
la Sierra el saludador se llamaba Joseph
Ruiz de Arrivas, de utilidad al año 229 reales de vellón, siendo a la vez
que saludador mesonero.
San Esteban de
Gormaz contaba con un saludador llamado Felipe
Sanz, regulándose una utilidad o renta anual de 550 reales.
En estos casos
la ganancia estimada o considerada para los saludadores en relación con los profesionales
sanitarios, médicos, boticarios y albéitares era más menguada que la de
éstos. Se supone que por razones obvias ya que sus intervenciones serían más
extraordinarias. Pese a todo y aún en tiempos de auge de los saludadores, éstos
también tuvieron sus detractores y críticos, encontrándose entre ellos varios
clérigos y hasta el propio Francisco de Quevedo.
Aunque ya a
mediados del XVIII se promulgara por el Real Consejo alguna orden indicando puntualmente
no recurrir ni contratar a saludadores, la arraigada tradición popular y social
de estos personajes hacía que siguieran prodigándose con frecuencia por
doquier, sobre todo cada vez que irrumpía la enfermedad de la rabia.
Pero fue a
partir de mediados del siglo XIX, con el inicio de la época bacteriana y el descubrimiento
del virus rábico por parte de Pasteur, cuando se empezó a producir un giro en
el concepto de las enfermedades y en la práctica médica, tanto humana como
veterinaria.
De este modo,
por ejemplo, durante los numerosos brotes de rabia sucedidos a lo largo de la geografía
provincial soriana en la segunda mitad del siglo XIX, se iba ya dejando de
recurrir a los servicios de los saludadores, al menos oficialmente. Más por el
contrario, las autoridades gubernativas disponían ahora normas y protocolos
que, entre otros, daban protagonismo a la intervención de médicos y
veterinarios, según los afectados por la rabia fueran humanos o animales. Incluso
se llegaba a aconsejar a las personas mordidas el recurrir de inmediato al
auxilio del veterinario en caso de falta de médico o cirujano. En definitiva,
se trataba así también de “evitar el oportunismo y la superchería de
saludadores y adivinos y las supuestas virtudes de los propinados por el
charlatanismo”.
Finalmente, otro
episodio acaecido también en 1907 en el pueblo soriano de Valdanzo. Ocurrió que
el Alcalde de dicho Ayuntamiento dio cuenta, el primero de marzo de ese año y
ante el Gobierno civil de Soria, de haberse presentado un caso de rabia en un
pollino de la localidad. El asno rabioso en cuestión, era propiedad del vecino
José Lobo, de oficio molinero. Previamente, la Junta local de Sanidad de
Valdanzo había hecho constar estos pormenores en acta levantada el 27 de
febrero anterior, adoptando como medidas la cremación del burro afectado y el
aislamiento de los otros animales, tanto asnales como de cerda, propiedad del
susodicho molinero (4).
Al parecer, José
Lobo, hizo caso omiso de los acuerdos de la Junta de Sanidad, habiéndose por el
contrario echado en manos de un saludador ambulante que lo presentó en la villa
el día 5 de marzo de aquel 1907. Al poco, el Dr. José Novor, licenciado en
Medicina, Manuel Gómara, licenciado en Farmacia y Mariano Hergueta Pascual,
Subdelegado de Veterinaria del partido de El Burgo de Osma, con residencia y
ejercicio los tres en el mencionado Valdanzo, presentaron ante el Gobernador
civil de Soria un escrito denunciatorio contra el saludador Alejo Sacristán, por intrusismo y
faltas graves contra la salud pública, al ejercer en ese pueblo y sin título la
Medicina, Farmacia y Veterinaria ante el caso de enfermedad rábica en el asnal
(4).
La prensa
soriana16 se hizo eco relatando lo sucedido con aquel intruso, vecino de Quintanilla
de la Mata, partido judicial de Lerma, Burgos, en un artículo titulado Un
saludador, que así lo contaba: “Tal saludador, según noticias que se nos
dan tanto en Valdanzo como en Miño de San Esteban, ha estado campando por sus
respetos, embaucando a las gentes sencillas e ignorantes, haciéndoles creer en
ocultos secretos que él posee para curar y hasta con bendiciones, habiendo tenido
que intervenir también algún señor Sacerdote para tratar de evitar la intrusión
en la religión católica”. Finalizaba la crónica del Noticiero de Soria con
el deseo de que tanto el Gobernador civil, como la Junta provincial de Sanidad
y las autoridades eclesiásticas obraran enérgicamente, a la vez que prevenía el
periódico soriano a los colegas burgaleses de El Papamoscas y El
Diario por si en esas tierras se diera algún caso con tal curandero que
así atraía al vulgo y entre el cual tales éxitos lograba.
A buen seguro
que los anteriores no debieron ser los últimos episodios protagonizados por algún
saludador, personajes estos peculiares a la vez que embaucadores e intrusos y
que con tanto predicamento vinieron ejerciendo en España sobre las gentes y sus
animales durante siglos (4).
Curanderos y
saludadores
Curanderos y
saludadores casi se confunden, pero ambos se valen de medios extraños y a veces
sobrenaturales. El saludador, el dador de salud, se dedicaba a curar y precaver
la rabia u otros males, con el aliento, la saliva y ciertas fórmulas y
deprecaciones, dando a entender que tenía gracia y virtud para dicha curación.
Abundó en los siglos XVI, XVII y XVIII (5).
En 1743, en Guipúzcoa, la Junta de Justicias
encarga que no permitan a los saludadores en uso de ese oficio, ni pedir
limosna, a menos que no presenten títulos legítimos. En 1757 mándase que se
presenten a la Diputación ciertos saludadores. Y ese mismo año se prohíbe en
Guipúzcoa el ejercicio de ese oficio (5).
En Álava no faltaba el tomarlos a su
servicio para casos concretos de enfermedades en el ganado o en las personas.
Dice Fortunato Grandes:
“prueba de es la partida siguiente que consta
en las cuentas municipales del Ayuntamiento de Salvatierra, de 1578 a 1579:
Tres ducados que por nuestro acuerdo y mandato distes y pagastes o los habéis
de dar y pagar a Martín Saez de Otaza,
Saludador que por nuestro acuerdo y mandado vino a esta villa para que saludase
a las gentes y ganados della porque habían andado en esta villa ciertos perros
rabiosos y ganados y para quitar sospecha e inconveniente que a debizote (?)
sucederían se mandó traer y se le dieron por los días que estuvo en esta villa
e trabajo que rescibió en ella los dichos tres ducados” (5).
Más tarde
vemos contratado el servicio de saludador desde 1689 a 1772, valiéndose de éste
como si fuera un verdadero talismán o remedio infalible contra la rabia y otras
enfermedades del ganado.
En la
primera de estas fechas contrataron a Gabriel
de Izaguirre, vecino de Oñate, en una fanega de trigo al año y ocho reales
por cada día que viniere a visita ordinaria los meses de marzo y agosto; el
1727 hicieron nada menos que escritura por nueve años con el saludador José Ruiz de Eguino, vecino de Oyón; en
1736 se acuerda por el Ayuntamiento abonar al saludador los dos viajes que ha
hecho para saludar el ganado con motivo del contagio que ha habido, además de
las visitas que entre año tiene obligación; y en 1772 se abona en las cuentas a
Catelina, mujer de Antonio Madariaga, vecino de Cegama,
ciento cincuenta reales por dos viajes para santiguar el ganado con motivo de
haber andado un perro rabioso y sospecha de que había mordido a un animal,
siendo de advertir que la Saludadora era la mujer y vino dos veces en dicho año
(5).
FOTO 6
Lucena historia y documentos
Dice a este
propósito el Padre Debrio que
observaban ellos ciertos números y ceremonias llenas de superstición, y hasta
el más ignorante sabe que los tales saludadores eran unos grandísimos
embusteros. El 5 de septiembre de 1760 se lee un acuerdo haciendo constar que
no reconociendo utilidad con tener al saludador asalariado, al igual que han
hecho otros pueblos se le despida, cuya resolución fue ratificada por el
Concejo. En 1805 habíase operado saludable reacción y con motivo de haber
andado un perro rabioso, se ordenó que viniese a bendecir los ganados el Padre
confesor de Barría, y se le pagase ciento veintidós reales de gastos (5).
Qué
confianza tuvieran los propios saludadores en sus hechizos y jerigonzas, lo
pone de manifiesto de mano maestra, este acuerdo de 1578:
“Se manda decir dos misas votivas a los
sacristanes de las iglesias de Santa María y Señor San Juan en las dichas
iglesias para que a las gentes y ganados de esta villa les goardase de rabia,
porque así dejó por orden el Saludador se hiciese de cuenta de esta villa”
(5).
FOTO 7 Saludador
ciego, dibujo de la revista “Por esos mundos” aparecido en 1909
En este
punto no podemos menos de recordar, como elocuente comentario, lo que decía
nuestro gran poeta Zorrilla:
“Y en su ignorancia grosera
mezcla acaso en un ensueño
el nombre de una hechicera
con el nombre de Joová.
Con el vaticinio inmundo
de un saludador infame
el del Redentor del mundo
en torpe amalgama va”.
Anotaremos
como dato de la credulidad de aquellos antepasados, el siguiente:
“En las Juntas Generales de la provincia de
Álava celebradas el 8 de noviembre de 1772, se dio cuenta de haberse publicado
una orden del rey haciendo saber que el embajador de España en París, el Conde
de Fuentes, le había dado noticias de que apenas ha habido año que no hayan ido
a la capital de Francia algunos españoles con el fin de curarse los lamparones
o escrófulas, en la creencia de que el rey cristianísimo tenía dicha gracia;
que estos pobres vasallos que por lo regular hacen su viaje a pie, padecen
mucho en él, caen enfermos y tal vez mueren antes de regresar a España, sin
consuelo de verse curados de su mal; que el rey cristianísimo no hace ya la
ceremonia de poner la mano sobre los que adolecen de semejante enfermedad, como
lo hacían sus antecesores por costumbre muy antigua, nacida de la ignorancia y
de la superstición de los pasados siglos; que de donde mayor número concurre es
de las fronteras de Navarra, Aragón y Cataluña, y que los enfermos llevaban
certificaciones de sus párrocos diciendo ellos mismos que sus curas (igualmente
crédulos que los paisanos), los habían animado para hacer el viaje, algunas
veces contra el dictamen del médico. Y que para impedir que ningún español se
exponga a las incomodidades de un viaje inútil y evitar también el motivo de
que se rían en París de una credulidad en que no se ve caer a ningún extranjero
de otra nación, se prevenga a todos los corregidores de los confines de Francia
que impidan el paso de nuestros nacionales con tan frívolo motivo, y a todos
los obispos de Navarra, Aragón y Cataluña se prevenga también para que éstos
hagan saber a sus párrocos de sus diócesis que los reyes de Francia no han
curado jamás la enfermedad de los lamparones o escrófulas, por más que la
ignorancia de los tiempos pasados les atribuyese esta virtud, y que el actual
rey cristianísimo no hace jamás semejante ceremonia; en cuya vista se acordó
por los señores constituyentes que se inserte en las minutas y se haga saber a
las Hermandades para que sus vecinos y naturales queden con ella desengañadores
y no emprendan tales viajes” (5).
José María de Barandiaran consigna un valioso testimonio de
saludadores contemporáneos en la voz sanurratu de su Diccionario. Nos
dice que bajo este nombre y también el de santiretu (desgarro, torsión)
se conoce una de sus operaciones más renombradas (5).
“Etimológicamente
significa traumatismo o retorcimiento de algún miembro. Para su curación se
recurría en algunos sitios, aun recientemente, a ciertas personas que eran
prácticas en operaciones de magia. Una de estas personas era Ruperto Aurre, el santiretuzale “curandero
de traumas” de Axanguiz. Con él mantuve largas conversaciones allá por los años
de 1918 a 1924. Él era frecuentemente llamado por los lisiados. Pero había
también otros que ejercían oficio en varios lugares de la comarca de Guernica
(en Forua, en Baldatika, en Luno, en Mendata y en Muxica), lo que era señal de
la buena reputación de las prácticas de la magia. La operación, en casos de
torcedura de la pierna o golpe fuerte, consiste en que el mago coloque una
media o calcetín de lana extendido sobre el miembro herido; que lo atraviese
varias veces con una aguja e hilo, haciendo ademán de coser, mientras dice las
palabras : “Santiretu, sanurratu, sana bere tokian sartu” “músculo estirado,
músculo herido, métase en su lugar el músculo” y reza tres Pater, Ave y Gloria
a la Virgen (si el paciente es persona) o a San Antonio (si se trata de un
animal). Después el paciente o quien le atienda debe frotar el miembro enfermo
con aceite caliente (5).
Este
tratamiento, según Aurre, es un remedio eficaz. Aurre curaba también el begizko
“aojo” mediante la operación llamada
begizkuena “lo del aojo”. Aurre
aprendió, hacia 1870, la práctica de la magia de un vecino suyo llamado José Uriarte, generalmente conocido por
el nombre de Pepe Etzandi, puesto
que Etzandi se llamaba el caserío de Muxika donde él vivía. Aurre decía de él
que era hombre extraordinario, que soportaba, sin quemarse, brasas encendidas
en sus manos durante el tiempo en que numerosos fumadores encendieran en ellas
sus cigarros o pipas. Era natural de una casa de Frúniz, vecina de la Batixe, célebre salutador que llevaba
como distintivo en la espalda una cinta roja en forma de cruz (5).
Acudían a
Baixe todos los mordidos por perro rabioso de esta región. Decían de él que,
siendo niño, apagó de un soplo el fuego del horno donde su madre cocía su
hornada de pan. De ahí conocieron que el muchacho tenía algo extraordinario que
luego se definió como virtud de curar la rabia. Así empezó su reputación como
salutador, cuyas funciones eran a la sazón muy apreciadas y solicitadas. Tomó
parte en la primera guerra civil carlista: los soldados le echaban en la lengua
plomo derretido que se condensaba al instante sin dejarle señal de quemadura.
Cuando se le presentaba una persona mordida por perro rabioso, él hacía hervir
aceite en una sartén, untaba sus dedos en el mismo y frotaba la herida: el
aceite quemaba al paciente, pero no al salutador. Después éste soplaba sobre la
herida y sobre un zoquete de pan que luego tenía que ser comido por el enfermo
(5).
Aurre
recuerda que, siendo él joven, había en Mendata un individuo a quien llamaban Profeta.
De él se decía que adivinaba el porvenir y era consultado por mucha gente de
los alrededores. En aquellos tiempos de su infancia, según Aurre, los profetas,
los salutadores y los santiretuzales vivían envueltos en una aureola de
prestigio y de consideración popular. “Pero ahora (1920) -decía él- es otra
cosa: los curas, los religiosos y los jauntxos o señoritos que, por poseer más
dinero que el resto de la población, hacen alarde de saber más que los pobres,
desprecian la magia, aunque en muchos casos vienen también ellos secretamente a
ponerse en mis manos”. Es indudable que el mito de los “Profetas”, de los “Batixe”,
de los “Etzandi” y de los “Aurre” parecía llegar a su ocaso; pero, en realidad,
se desplazaba para ponerse al servicio de otros oráculos y al amparo de nuevos
gestos, fórmulas y teorías” (5).
FOTOS
Foto 1 LOGO
del Xº Aniversario de Enfermería Avanza. Realizado por Jesús Rubio Pilarte
Foto 2. Los
mitos del toro
Foto 3. Antxon
Aguirre Sorondo
Foto 4. A
mountebank licking a red-hot bar of iron
Foto 5.
Palabraria
Foto 6. Lucena
historia y documentos. El contrato del saludador
Foto 7
Efemérides Turolenses
BIBLIOGRAFÍA
1.-
Euskal Erria. Revista Bascongada.
Época tercera. Tomo LVI. Primer semestre de 1907. Establecimiento tipográfico
de J. Baroja e Hijo. Plaza de la Constitución nº 1, 2 y 3. San Sebastián
2.-
Manuel Mora
Ruiz
3.- Antxon Aguirre Sorondo. Historiador,
antropólogo y etnógrafo. Los saludadores, “Cuadernos
de Etnología y Etnografía de Navarra”. 1990. n. 56, 307 – 319.
4.- Pedro A. Poza Tejedor. Sobre los
Saludadores; su ejercicio hasta el Siglo XX. Comunicación presentada en el XV
Congreso Nacional y VI Iberoamericano de Historia de la Veterinaria celebrado
en Toledo 13-14 de Noviembre 2009.
5.-
Ainhoa Arozamena Ayala. Curanderos y
saludadores. Publicado en Auñamendi Eusko Entziklopedia.
Manuel Solórzano
Sánchez
Graduado
en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de
San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia
de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro
de Enfermería Avanza
Miembro
de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro
de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro
de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro
no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
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