domingo, 1 de mayo de 2016

LA ENFERMERA Y LAS CARTILLAS DE RACIONAMIENTO EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA



La Enfermera fue una figura determinante en la Guerra Civil Española. Tuvo el privilegio de estar trabajando y suministrando sus cuidados de enfermería en los dos bandos en los que se partía España. Fueron importantes en todos los ámbitos donde prestaron sus servicios como fueron los hospitales, casas de salud, hospitales de campaña, hospitales de sangre, trincheras, etc. (1).

FOTO 1 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

La ayuda humanitaria que llevaron a todas partes las enfermeras fue muy importante para el restablecimiento de la salud y de los heridos en la guerra civil. En la mayoría de las ocasiones fue totalmente altruista y solidario, el trabajo y apoyo que prestaron a los heridos y a los civiles. Atendieron a una gran población de heridos y civiles heridos en los bombardeos de los dos bandos. Además de las enfermeras generalistas coexistían con las que estaban en los hospitales, clínicas y dispensarios, además de la existencia de las enfermeras visitadoras, enfermeras sanitarias, enfermeras visitadoras psiquiátricas, las enfermeras que se dedicaban a la lucha contra la tuberculosis y la lucha antivenérea. También existían para este menester los practicantes y las matronas.

Además se publicaron diferentes decretos creando la Sección de Higiene Infantil con el objetivo de combatir la mortalidad infantil, la mortalidad materna y enseñar la higiene prenatal y la higiene preescolar. Posteriormente se crearon los Institutos de Higiene. También se creo la Escuela nacional de Puericultura y la Escuela Nacional de Sanidad. Trabajo había muchísimo y las enfermeras tenían que estar preparadas y formadas. No nos tenemos que olvidar de las Enfermeras religiosas y las enfermeras voluntarias no profesionales, además de las Damas Enfermeras y Auxiliares de la Cruz Roja y del Socorro Internacional (1).

Las Enfermeras en la Guerra Civil Española
Durante el tiempo que duró la guerra, se suspendieron todas las clases en todas las Escuelas de Enfermería de toda España, aunque la demanda de estas profesionales es enorme en los dos bandos.

La enfermería fue un ámbito de movilización de las mujeres de gran capacidad. A través de distintos medios se pedía a las mujeres su cooperación como enfermeras y se anunciaban cursos rápidos sobre primeros auxilios y cuidados de enfermería en los que se apuntaron gran cantidad de jóvenes para trabajar, tanto en retaguardia, como en los frentes. Especialmente complicada fue la situación en el bando republicano, porque las enfermeras religiosas se fueron a otras provincias, dejando muchos hospitales sin personal sanitario. El vacío que dejaron las religiosas y buena parte del personal médico que luchaba en el bando sublevado hizo necesario una rápida campaña de preparación de personal de enfermería para cubrir las necesidades del momento.

Se dieron cursos intensivos en distintos lugares para formar lo que se llamó entonces “enfermeras populares”, marcando el cambio de una sanidad encaminada a cubrir, por primera vez en España, las necesidades de las capas menos favorecidas de la sociedad.

A los cursos de enfermeras accedieron por primera vez jóvenes que no provenían de las clases medias o altas, tal y como venía ocurriendo hasta ahora, sino chicas de clase obrera; alguna de ellas casi niñas, como el caso de Ana Pibernat, formada a los 16 años en el Hospital Militar de Gerona o Ramona Vía, de 14 años, se entregaron a una dura tarea en la que la práctica brutal de asistencia en el frente, suplió las carencias de formación reglada.

Gracias a los testimonios orales recogidos recientemente se puede acceder a la experiencia de otra de estas enfermeras de guerra:
En el frente mismo, (...) eran las balas las que te caían por aquí y por allí. Ellas trabajaban cuando había un montón de muertos y se los traían en las camillas a los hospitales, ellas estaban allí. Atendían a los enfermos, los curaban... Cogían un bisturí, si había que abrir para que sangrara una herida... lo cogían, lo abrían y lo cerraban...
Ellas hacían de todo, sí, sí. Estaban preparadas para eso (Entrevista con una enfermera republicana).

FOTO 2 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Se organizaron en ambos bandos cursos de preparación urgentes y de poco tiempo de duración, siempre bajo las órdenes de supervisoras tituladas a cargo de organizaciones femeninas, sindicatos, instituciones y partidos políticos (1).

Enfermeras, Formación y Cuidados
Voluntarias que, en muchos casos, carecían de formación sanitaria o bien era bastante incompleta, pero su labor fue muy valiosa.

FOTO 3 Enfermeras voluntarias y Damas enfermeras de la Cruz Roja, 1930

En la zona Republicana el Estado hacía la capacitación de las enfermeras.
Enfermeras profesionales (año 1915 titulación)
Enfermeras de la Cruz Roja
Enfermeras capacitadas mediante cursillos acelerados
Enfermeras Hospitalarias
Enfermeras de guerra
Enfermeras del Socorro Internacional (Brigadas Internacionales) y Socorro Rojo
Damas auxiliares de la Sanidad Militar
Visitadoras sociales y Enfermeras procedentes de otros países

La mayoría de ellas tuvieron que aprender a realizar su trabajo, ejemplo las curas a los heridos, en el mismo lugar de la contienda o en los mismos hospitales de campaña.

Formación del voluntariado en la zona nacional, era asumida durante la guerra por:
La FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), que realizaron cursillos urgentes de enfermeras hospitalarias y enfermeras sociales.

La Cruz Roja Española: que preparaba en los dos bandos dos clases:
Damas Enfermeras de la Cruz Roja de Primera Clase y
Damas Enfermeras de la Cruz Roja de Segunda Clase y
Damas Auxiliares de la Cruz Roja.

Los cuidados prestados por las enfermeras se realizaban con todo tipo de carencias. Lo más duro era el atender a un alto número de heridos, haciendo las jornadas interminables. Además era doloroso tener que informar a los soldados heridos de sus secuelas como: ceguera, pérdida de algún miembro, pérdida de compañeros, o enfrentarse a los parientes para informarles que sus seres queridos no iban a sobrevivir a las heridas producidas en la batalla.

FOTO 4 Damas enfermeras de la Cruz Roja e Hijas de la Caridad de San Sebastián

Las enfermeras tenían que:
Taponar hemorragias, trepanar huesos, curar amputaciones, curar los pies de trinchera, ayudar en las autopsias, servir las comidas, limpiar a los heridos, animarlos, acompañar al médico en las visitas, vigilar el estado general del herido, constantes del herido y ayudarle en todas las necesidades que surgiesen.

Se enfrentaban a que cada vez que un soldado era curado y se le daba el alta, muchas veces era para volverle a mandar a una muerte segura.

Cuidar a los soldados presos, que acudían al hospital y se les mejoraba tanto en la alimentación como en el trato hacia su persona.

Escribir dando malas noticias a los padres, hermanos, novias; que nadie lo quería realizar, sobre todo cuando quedaban lisiados o fallecidos.

No sólo administraban las órdenes médicas y los Cuidados de Enfermería, sino que también se preocupaban de la higiene de los heridos y de su entorno (vecinos, pueblos, etc.)

Cuando llegaban a un colegio, pabellón, cuadras o apriscos, las enfermeras de ambos bandos debían de preocuparse de mantener todo limpio, y ver que se podía aprovechar como: la ropa, utensilios de cocina, todo lo que fuese utilizable.

Las enfermeras cuidaron a soldados heridos y enfermos ayudándolos en su proceso de curación o paliando sus sufrimientos en un entorno adverso y en unas condiciones limitadas (1).

Labor de las Enfermeras
Labor de las enfermeras en Sanidad:
Lucha antituberculosa y vacunas B. C. G.
Lucha higienista: Dermotubin y Rayos X.
Curas, inyecciones, etc.
Conferencias
Labor de las enfermeras en la Beneficencia
Puericultura. Lactancia Materna
Pre – natal 1ª y 2ª infancia. Vacunaciones
Higiene escolar
Propaganda: Viruela B. C. G.; Tifus; Difteria.
Labor de las enfermeras en el Alcoholismo:
Propaganda
Conferencias
Consejos higiénicos sobre viviendas

Labor de las enfermeras en la Asistencia a los Enfermos:
Visitas sanitarias
Visitas a los enfermos
Avisar a la Delegada cuando ingresan en el Hospital de Bilbao
Avisar a los sacerdotes para los enfermos

Labor de las enfermeras Estadísticas:
Curas, inyecciones, número de enfermos vistos, visitas, conferencias, etc.

La enfermera (gexosañak) llega a la cabecera del moribundo; penetra en la oscura y desmantelada buhardilla del tuberculoso, recoge al niño famélico en cuya carita inocente se dibuja la cruel silueta de la anemia; visita al pobre hospitalizado de quien nadie se acuerda, le conforta y le mima con gestos de madre y caricias de hermana, sus horas discurren entre vendajes de heridas e inyecciones, tanto cuida al obrero en las minas como en los talleres, previniendo la enfermedad traidora que iba a apoderarse de un hogar (en este caso la tuberculosis). Ella conoce por su propio nombre, al simpático grupo de niños que corretean por el barrio y que, el día señalado, giran su visita al Dispensario y/o Consultorio Infantil. Aquí en el Aurtzaintoki todo es cariño, amor y delicadeza” (1).

FOTO 5 Damas enfermeras militares de San Sebastián

Guerra y Hambre
Las consecuencias que se originaron fueron impredecibles, la asistencia sanitaria a los soldados heridos de los dos bandos y la atención a la población civil que huía de sus hogares por la guerra fue constante. La pérdida de vidas humanas y las persecuciones de carácter religioso, político o cultural, sembraron de miedo a los ciudadanos españoles, más en unas ciudades y pueblos que en otras. Aumentaron los dispositivos asistenciales y con ellos la necesidad de personas encargadas de atender a la población herida y enferma. Muchas mujeres, jóvenes y no tan jóvenes deseando ser útiles en aquella guerra fratricida, se ofrecieron como “enfermeras voluntarias”.

Muchas de aquellas mujeres enfermeras voluntarias y auxiliares, terminaron sacándose el título de “Enfermera profesional” en las Escuelas de Enfermería y de la Cruz Roja. Muchas enfermeras voluntarias aprendieron a ser enfermeras, viendo cómo lo hacían las enfermeras profesionales, enfermeras damas de la Cruz Roja, médicos, practicantes y religiosas que formaban unos equipos sanitarios militares formidables. Para estas enfermeras “los cuidados estaban impregnados de una fuerte humanidad”, lo importante para las enfermeras, era la persona y su bienestar (2).

Tanto en la guerra como ha su finalización, las enfermeras, igual que la población pasaron mucha hambre. Fue un gran impacto para todas ellas el ver que mucha gente no tenía nada para comer. En algunos lugares se daban raciones de arroz hervido, siempre que llegases pronto y fueses de las primeras en las largas colas que se formaban. Algunas veces si esa ración la estrellases contra la pared se habría quedado pegada, pero nadie las tiraba, las devoraban como podían.

Hubo que montar comedores especiales para dar de comer a la población que no podía hacerlo, para las personas y en especial a los ancianos y a los niños.

FOTO 6 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

La labor de las enfermeras españolas y extranjeras, resulto dificultosa, pero a pesar de ello demostraron una gran fortaleza, exponiéndose a enfermedades, hambre, turnos interminables, cansancio extremo, presión, estrés e incluso en muchas ocasiones a la muerte. No influyendo todo esto en los cuidados aplicados y realizándolos de la mejor manera posible, así se demostró tanto en un bando como en el otro, donde ambos tenían un objetivo común, prestar los cuidados adecuados al herido, al enfermo y a los colectivos más vulnerables (3)

Las enfermeras, además de las tareas asistenciales, asumían tareas sociales: la de alimentar a las madres y a sus hijos, porque como ellas nos cuenta “eran tiempos malos porque entonces había más necesidad que ahora, era la posguerra y se pasaba mucha hambre”; “se les intentaba alimentar y cuidar, sobre todo a las mujeres gestantes, ancianos y niños”.

FOTO 7 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Racionamiento
El racionamiento es la asignación gubernamental de recursos limitados y bienes de consumo, figura económica generalmente aplicada durante las guerras, las hambrunas o cualquier emergencia nacional.

El racionamiento ejercido según la escasez de un artículo de consumo, se pone en práctica por ejemplo, cuando no hay suficiente comida para satisfacer a todas las personas necesitadas y se opta por distribuirla en cantidades limitadas. El racionamiento hecho en base al costo de las mercancías, limita la cantidad de dinero que los consumidores pueden gastar en productos básicos que son difíciles de estandarizar, como podría ser la ropa.

En el racionamiento por puntos se asigna un puntaje a cada artículo, dándole cierta cantidad de puntos a cada consumidor en forma de cupones, que son emitidos como si fuera dinero para ser canjeados por alimentos o por bienes racionados.

FOTO 8 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Racionamiento en España
El periodo posterior a la Guerra Civil española estuvo marcado por la escasez. Una orden Ministerial de 14 de mayo de 1939, estableció el régimen de racionamiento en España para los productos básicos alimenticios y de primera necesidad. El racionamiento no alcanzaba a cubrir las necesidades alimenticias básicas de la población, por lo que vivieron años de hambre y miseria. Se establecieron dos cartillas de racionamiento, una para la carne y otra para el resto de productos alimenticios.

Se dividió a la población en varios grupos: hombres adultos, mujeres adultas (ración del 80% del hombre adulto), niños y niñas hasta catorce años (ración del 60% del hombre adulto) y hombres y mujeres de más de sesenta años (ración del 80% del hombre adulto).

La asignación de cupos podía ser diferente también en función del tipo de trabajo del cabeza de familia. Inicialmente las cartillas de racionamiento eran familiares, que fueron sustituidas, en 1943 por cartillas individuales, que permitían un control más exhaustivo de la población.

En mayo de 1943 (BOE de 15 de abril de 1943), al mes de la entrada en vigor de la cartilla individual, el número de racionados en España era de 27.071.978 personas (4).

La distribución de alimentos racionados se caracterizó por la mala calidad de los productos y puso de manifiesto corrupción generalizada y el mercado negro. El racionamiento perduró oficialmente hasta mayo de 1952, fecha en que desapareció para los productos alimenticios (5).

Entre 1950 y 1960 el consumo per cápita de carne y papel se duplicó y el de azúcar o de electricidad se triplicó (6).

FOTO 9 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Cartilla de Racionamiento
Las cartillas de racionamiento se componían de una cubierta en cuya parte inferior se anotaban los datos de su titular y los establecimientos de suministro que tenían, ya que no servía en cualquier tienda. En la parte posterior las advertencias “legales” de su uso indebido.

En su interior, dependiendo si el individuo era menor de dos años, estaban las hojas con los cupones de los alimentos diarios racionados, de modo que la uno era para el pan, la dos para las grasas, la tres para las legumbres, las patatas y el arroz, la cuatro para la carne y la quinta para el azúcar. En las de los menores de dos años la distribución de dichas hojas era la siguiente: la primera para el pan o las harinas, la dos para las grasas, la tres para el arroz o patatas, la cuatro para la leche y la quinta para el azúcar. Así mismo tenían una o más hojas con treinta y cinco cupones cada una para adquirir alimentos no considerados de diario o no alimenticios y también racionados.
Finalizaba la cartilla de racionamiento con una hoja donde estaban los boletines de inscripción para dar el alta de la cartilla en los establecimientos suministradores.

Las cartillas de racionamiento eran de tres tipos dependiendo de la clase social de su propietarios, acorde con su nivel de ingresos (alto, medio y humilde), así que había de primera, de segunda y tercera categoría, teniendo, igualmente en cuenta el coste de vida de las poblaciones, algo que se obtenía por el número de habitantes censados.

Este estado de cosas favoreció el contrabando en las zonas cercanas a las fronteras, sobre todo la portuguesa, pese al peligro de ser descubierto por la Guardia Civil y que, si era aprendido, podía confiscarle la carga hasta ser condenado el infractor a penas de tres meses a un año en un Batallón Disciplinario, pasando por multas económicas de podían ir desde 1.000 pesetas a 500.000. Ni que decir tiene la cantidad de vivencias que se pudieron pasar, desde el huir al ver a los guardias abandonando la carga sobre los burros, que astutamente los policías dejaban en libertad para seguirlos hasta sus establos, pasando por contrabando a baja escala y donde las mujeres escondían los saquitos de café entre sus enaguas.

En la tesis doctoral de José Palomo González hay una anécdota contada por un contrabandista para asegurarse que la entrega se hacía de forma fiable, estando seguros de que no existía una celada por parte de la Guardia Civil, y que por lo graciosa e ingeniosa transcribo: “Había quedado en un pueblo de los alrededores para dejar la carga acordada y la contraseña era la siguiente: el contrabandista golpeaba la puerta y la mujer en el interior contestaba pero no abría. Sacaba una escupidera y desde fuera el tenía que escuchar el sonido, que confirmaba que podía entrar sin ningún riesgo. Si no escuchaba el ruido de la orina se marchaba (7).

FOTO 10 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Maldita Hambre
Efectivamente..., ¡una ración de hambre! Para hacerse una idea de la escasez, el 1 de julio –transcribo un texto del año 1939– se fijó en Burgos la ración semanal de un hombre adulto, consistente en 400 g de pan negro, 250 de patatas, 100 de legumbres secas, 50 de aceite, 10 de café, 30 de azúcar, 125 de carne, 25 de tocino, 75 de bacalao y 200 de pescado. A la mujer adulta le corresponde el 80 % de esta ración”. Ante tanta “abundancia”, ¿qué le quedaba al pueblo? El estraperlo (trampa o engaño) hacía su agosto y, como muestra, un botón: Un kilo de azúcar cuesta 1,90 pesetas a precio de tasa; en el mercado negro se cotiza a 20 pesetas –leo en un periódico del año 1941–. El aceite de racionamiento se paga a 3,75 pesetas el litro; de estraperlo, llega a las 30 pesetas”.

En un intento de evitar estos abusos y con el fin de distribuir de forma más equitativa los alimentos, la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes publicó en abril de 1943 un decreto donde la principal novedad radicaba en anular la cartilla de racionamiento familiar a favor de otra individual; nuestra cartilla (8).

FOTO 11 Cartilla de racionamiento de Tercera Categoría (9)

Advertencias de las CARTILLAS
1ª La Colección de cupones de racionamiento es personal, no alcanzando, por lo tanto, sus beneficios más que a su titular, a quien en todo momento puede exigírsele justifique la propiedad de la Colección de cupones con la correspondiente tarjeta de Abastecimiento.
2ª Con esta Colección de Cupones podrán adquirirse artículos sin condimentar en las tiendas, economatos y cooperativas en que estuviera inscrita, cuando se use en la misma localidad (Municipio) de la Delegación de Abastecimientos y Transportes que la expidió; si se usa en otra localidad, los artículos sin condimentar sólo podrán adquirirse en las tiendas que al efecto tenga designadas cada Delegación.
Si los artículos son condimentados podrán adquirirse en cualquier establecimiento del territorio español que los faculte en esa forma.
3ª Para usar los cupones de racionamiento, que los cortará quien entregue los artículos, deberán presentarse en unión de la cubierta.
4ª Los cambios de tienda, economato, cooperativa o establecimiento colectivo, dentro de una localidad, se llevarán a cabo comunicando la baja y alta de la colección de cupones sucesivamente a los establecimientos a que afecten.
5ª Si una persona cambia definitivamente la residencia, o sea si se traslada de localidad para vivir en otra habitualmente, está obligada a solicitar la baja en los establecimiento en que estuviera inscrita la Colección de cupones, la cual, en unión de los boletines de baja que se le faciliten, entregará a la Delegación de Abastecimientos y Transportes de la localidad de su residencia.

FOTO 12 Cartilla de racionamiento de la División Azul y de la C.N.T. Papel de ingreso en el Sanatorio Antituberculoso “18 de Julio”. Al ingresar en un centro hospitalario tenían que entregar la cartilla de racionamiento, 1951

Si el cambio de residencia es accidental, no se precisará cumplimente trámite alguno y la misma colección de cupones podrá usarla en la residencia accidental en la forma que se indica en la advertencia segunda.
6ª Si el titular de una colección de cupones fallece, sus familiares, derecho-habientes o personas que soliciten la trascripción de la defunción, vendrán obligadas a entregar la colección de cupones, con los boletines de baja de los establecimientos en que estaba inscrita y la Tarjeta de Abastecimiento, en la Delegación de Abastecimientos y Transportes de la localidad en que el fallecimiento ocurrió.

Si el titular de una Colección de cupones de racionamiento ha de incorporarse a filas, deberá entregar dicha Colección de cupones en la Delegación de Abastecimientos y Transportes de la localidad en que se halle al incorporarse.

El que se ausente al extranjero entregará esta Colección de cupones y la Tarjeta de Abastecimiento en la Oficina de Abastecimiento de la frontera por la que haga la salida.
7ª Al hacer en una tienda, economato o cooperativa adquisición de artículos sin condimentar, se cortará el cupón o cupones correspondientes a los artículos que se recojan, en cada caso conforme a los anuncios de suministro que hubiese publicado la Delegación de Abastecimientos.

FOTO 13 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

En las panaderías se cortará el cupón de PAN (diario) y sólo serán válidos a tal efecto el cupón o cupones correspondientes al día o días a que se refiere el suministro de pan.
8ª Para adquirir artículos en tiendas, economatos y cooperativas, sólo serán válidos los cupones de la semana corriente.
9ª Las transgresiones que se cometan en el uso de esta Colección de cupones serán directamente imputables a su propietario si está emancipado y, en caso contrario, a la persona a cuyo cargo esté el no emancipado.
10ª La pérdida o deterioro de esta Colección de cupones, ocasionará a su propietario los consiguientes perjuicios (8 y 9).

Curiosidades del hambre en España
Los frailes de la Merced regresaron a su convento de Jaén. Después de la guerra el panorama era desolador, los edificios saqueados, las ventanas rotas, las puertas reventadas, los altares profanados, las estancias convertidas en estercoleros. Llegada la hora de la cena comunal lo único que han podido rescatar del utillaje de la cocina es un viejo puchero en el que se preparan un reparador cocido con un hueso rancio, unas berzas y dos puñados de garbanzos. No había platos y por turno, van introduciendo las cucharas en el puchero comunal. Cada comensal intenta capturar los garbanzos que sobrenadan el caldo, lo que lo obliga a realizar extraños virajes con la cuchara. El abad se impacienta y dice ordenando: apaga el candil, comamos a oscuras y el que atrape un garbanzo que sea por la voluntad del Señor.

Durante la guerra se ha pasado hambre en la zona republicana y escasez en la nacional. La reunificación de las dos zonas homogeneiza el hambre y la extiende a todo el país, especialmente a las zonas desfavorecidas. En vista de que los problemas de abastecimiento aumentan, el gobierno raciona los alimentos de primera necesidad desde el 14 de mayo de 1939.

FOTO 14 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Los productos racionados son: carne, tocino, huevos, mantequilla, queso, bacalao, jureles, aceite, arroz, garbanzos, alubias, lentejas, patatas, boniatos, pasta para sopa, puré, azúcar, chocolate, turrón, café, galletas y pan. Son de venta libre: leche, pescado corriente, mariscos, fruta fresca, frutos secos, hortalizas, ensaladas, condimentos, malta y achicoria (10).

Se establecen tres clases de Cartillas de Racionamiento, adecuadas a los ingresos del titular: categoría 1ª, para personas acomodadas que disfrutan de un elevado nivel de renta; 2ª para las clases medias y 3ª, para las personas económicamente débiles. Es sorprendente de las pocas personas que se inscribieron en las categorías 1ª y 2ª.

Entre la picaresca española y los estraperlistas que se estaban haciendo de oro, ellos eran titulares de las cartillas de tercera, y figuraban ante la fiscalía como pobres de solemnidad. La cartilla individual se impone por Decreto el 6 de abril de 1943, perdurando hasta 1952.

En 1940, la ración semanal de una persona era de 300 gramos de azúcar, un cuarto de litro de aceite, 400 gramos de garbanzos y un huevo. Cada semana la prensa y la radio publicaban la composición del lote que se va a repartir. Algunas veces se añade a la ración 100 gramos de carne; y otras, dos huevos (10).

FOTO 15 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Los pobres recurren a los guisos de castaña, a la bellota molida, a los potajes de trigo, a los altramuces, a las chufas, a las jerugas de las habas, a las gachas negras de harina de algarroba, al pan de maíz. Se idean recetas novedosas: la ensalada de collejas, el revuelto de cardillos, el arroz de liebre al felino doméstico, el choto con ajos al can, el salchichón a la vetusta acémila, el cochinillo a la triquina, etc…

Las adulteraciones están a la orden del día: los perros y gatos vagabundos se habilitan como carne de choto o de liebre. Una carnicería de Sevilla lleva expedidos más de dieciocho mil gatos. Cierta acreditada industria lechera santanderina añade más de quinientos litros de agua diarios a la leche que sirve a su distinguida clientela. Peccata minuta comparado con lo que ocurre en Madrid donde la leche y el vino se bautizan y rebautizan a lo largo de la escala de intermediarios entre el productor y el consumidor: cada día entran en la ciudad doscientos mil litros de leche y sin embargo se consumen oficialmente más de cuatrocientos mil, es decir la leche contiene un 40 % de agua. Los que quieren beber leche sin hidratar pueden adquirirla a un precio superior al habitual en ciertas vaquerías que la ordeñan en presencia del cliente.

Triunfan los guisos de arroz partido con ajo rehogado y laurel conocidos como “arroz de Franco” o “arroz por cojones”; las “patatas a lo pobre” (patatas, laurel, pimiento, tomate y colorante) que admiten una variante simplificada, las “patatas al Avión” cuando se trata de patatas hervidas con laurel y la indispensable papelina de colorante marca “El Avión”. A falta de otra cosa se hacen guisados de vaina de haba y sopas de peladuras de patata con un poco de tocino rancio que les presta sustancia (0).

Las clases desfavorecidas acuden a las expendedurías de carne de caballo, denominación que encubre frecuentemente la de burros matalones y mulos desechados. Parte de esa carne, y no siempre los mejores bocados, alcanza al siguiente nivel de la escala social, el de las clases medias que prefieren no averiguar de qué está hecho el salchichón cuando algún vendedor ambulante se les acerca en los alrededores del mercado y les susurra; “Tengo embutidos recién llegados de la sierra, caballero; son de pueblo, señora; do toda confianza (10).

FOTO 16 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Un informe de la Dirección General de Sanidad sobre la alimentación de la población madrileña entre los años 1941 y 1943, clasifica a las familias en cuatro categorías. La primera, con unos ingresos mensuales a 200 pesetas, sólo alcanza un 57 % de las necesidades calóricas mínimas. La cuarta, con unos ingresos que oscilan entre 600 y 1.000 pesetas, cubre el 80 % de sus necesidades calóricas. En el campo, aunque los ingresos son menores, tienen más facilidad para adquirir productos alimenticios. En los años cuarenta se produce una constante emigración de la ciudad al campo, donde se pasa menos hambre porque los hambrientos se comen el paisaje y siempre les queda el recurso de robar un par de melones o unos puñados de espigas.

El hambre aflige a los humildes. En 1939 acuden al Auxilio Social, organización fundada por el Nuevo Estado para socorrer a los desfavorecidos, atiende a diario a más de un millón de personas. Los niños hambrientos acuden a plúmbeas catequesis de conventos y parroquias para acceder al desayuno con que los obsequian después de cada sesión. En los suburbios de las grandes ciudades no muere más gente de inanición porque algunas instituciones de caridad, singularmente las Hermanitas de la Cruz, reintroducen la sopa boba y ofrecen a los hambrientos lo poco que tienen.

Los campesinos consumen galápagos, culebras, lagartos, mochuelos y aves en general, “Todo lo que vuela, cae en la cazuela”, además de caracoles y ranas que, de este heterogéneo grupo, son los únicos que han merecido figurar a veces en la mesa de los señores. En los pueblos, abnegadas cocineras idean extrañas mezclas de ajo, laurel y tomillo para disimular los sabores extraños de las puntas de ortiga cocidas y otras hierbas que hacen pasar por espinacas (10).

En la ciudad, la situación de los más humildes empeora. Los recursos son tan limitados que se ven obligados a hurgar en las basuras en busca de mondaduras de patata, de hojas mustias de lechuga, de pingajos de carne, de lo poquito que sobra en un país sin sobras. “Muchas personas comen cáscaras de naranja, de habas, de patatas, las flores blancas de las acacias, los panecitos de las malvas, las mazorcas, las espigas de trigo, cardillos, piñones, etc. Cualquier cosa que se busque en el campo.

Ni siquiera hay combustible. En algunos lugares se guisa con boñiga de vaca seca y compactada, como los parias de la India. La salud pública se resiente. Las almortas o guijas, una especie de judía basta, producen lo que el pueblo llama “la calambre”, una extraña parálisis en las piernas que primero obliga a los afectados a caminar de puntillas y en su fase terminal les produce espasmódicos temblores, una paraplejia denominada “latirismo mediterráneo” de la que casi se había perdido la memoria en Europa. A los calambres musculares y a las afecciones hepáticas suceden fatalmente los vientres hinchados y las enfermedades contagiosas: tuberculosis, difteria, tifus. El Gobierno prohibirá la ingestión de almortas por Decreto del 15 de enero de 1944.

En 1940 cien mil niños mueren antes de cumplir un año de vida. En algunas provincias especialmente deprimidas la mortalidad infantil alcanza el treinta y cinco por ciento en 1942 (10).

COMISARÍA GENERAL DE ABASTECIMIENTOS Y TRASPORTES

Colección de Cupones de RACIONAMIENTO

TERCERA CATEGORÍA
Primer Semestre 1952
Dentro estaban los cupones, del Pan diario, las hojas de los seis primeros meses, por días.
Luego estaban, semanal: 1 litro de aceite, varios
Al final de los cupones, dividida la hoja en cuatro partes, las dos primeras Carne B1
Grasas B1
Y en la penúltima, estaba cuadriculada en: Carne, Ultramarinos, Grasas y Panadería, donde ponían sello el establecimiento suministrador (9).

FOTO 17 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Ni un bocado a la boca
Lo verdaderamente terrible era la hambruna con la que padeció la población española en la guerra civil. Un alimento básico como el pan escaseaba en los primeros meses de 1937, comenzando en marzo su racionamiento, que se fijó en unas cantidades mínimas, entre 50 y 150 gramos al día. El aprovisionamiento de otros alimentos también menguó de forma alarmante.

Según apretaba el hambre, los madrileños tuvieron que recurrir a dietas alternativas en las que cabía la ingesta de alfalfa, bellotas, cardos borriqueros y otras plantas insospechadas. Con suerte, la población podía disponer de arroz y algunas legumbres. El aceite, la leche y los huevos eran casi inexistentes. Tal era la escasez que los madrileños se las ingeniaron para elaborar tortillas sin huevo y una especie de café imbebible con achicoria. Para tratar de paliar el problema se crearon comedores colectivos, pero la picaresca hizo que el reparto no fuera nada equitativo (11).

En Madrid, los pocos bares que permanecieron abiertos a esas alturas de la guerra no tenían vino, “lo más que servían era un extraño vermut de gusto dulzón completamente químico y desagradable, y sin embargo acabábamos bebiéndonos ese infecto brebaje”. Los fumadores se las ingeniaban para tratar de solventar la falta de tabaco, se liaban cigarrillos con hierbas puestas a secar (11).

No hay que olvidar que en estas situaciones tan extremas durante la Guerra Civil, La Cruz Roja Internacional acudió al socorro de la población civil (11).

Los cadáveres del racionamiento

Los informes franquistas describían la miseria del abastecimiento tras instaurarse la cartilla en 1939. Los alimentos eran malos e insuficientes y no llegaban regularmente. “Mi padre tenía que ir a robar uvas”, recuerda una superviviente (12).


FOTO 18 Colas de ciudadanos ante un despacho de cartillas en Sevilla, en junio de 1940 Cecilio Sánchez del Pando. ABC

“La situación es pavorosa, tenemos toda la provincia sin pan y sin la posibilidad ni la perspectiva de adquirirlo. Aceite hace más de cuatro meses que no se ha racionado, y de otros productos no digamos. En la provincia, prácticamente todos seríamos cadáveres si tuviéramos que comer de los racionamientos de la Delegación de Abastos”, aseguraba un informe de la Jefatura alicantina de la Falange, en diciembre de 1940 (12).

El panorama desolador que aquí se describía era el mismo que pintaban, con tintes dramáticos, los cientos de informes que regularmente enviaban los organismos oficiales del Franquismo tras la Guerra Civil. La degradación del nivel de vida en la década de los 40 fue tal, que asegurarse la subsistencia se convirtió en una auténtica lucha diaria para la mayoría de los españoles, un extraordinario esfuerzo de tiempo, recursos e imaginación.

“Estábamos tan hambrientos que mi padre tenía que ir a robar uvas por la noche. Mis hermanos y yo íbamos a recoger hierbas del campo, tales como collejas, romanzas o cardos, que luego mi madre cocía para comérnoslas como verduras. No había otra cosa. Si encontrábamos una cáscara de naranja por la calle, nos la comíamos. Y yo no conocía el plátano”, contaba en la entrevista del periódico ABC Bienvenida Verdú, que en 1939 tenía nueve años y vivía en la pedanía albaceteña de Nava de Abajo.

Para hacer frente a esta situación, el Régimen estableció la famosa cartilla de racionamiento. La reducción salarial de 1939 y el posterior estancamiento de los sueldos –que en 1950 aún se situaban en torno al 50% de los existentes en 1936– adquirieron tintes dramáticos por la escasez de los alimentos, mientras los comedores de Auxilio Social acogían a cientos de miles de familias cada día (12).

FOTO 19 Cartilla de racionamiento. Guerra Civil Española

Raciones insuficientes
Las cantidades establecidas oficialmente por el decreto del Gobierno “un hombre adulto, por ejemplo, debía recibir 400 gramos de pan, 250 de patatas, 200 de pescado fresco, 100 de legumbres, 125 de carne, 30 de azúcar, 25 de tocino y 10 de café al día”, nada tenían que ver con las que finalmente se entregaban a cada ciudadano. El racionamiento no cumplió su función casi nunca.

“Éramos ocho hermanos y lo de la cartilla, ¡qué va!, no nos daba para vivir. Una vez al mes nos daban un poco de leche en polvo, un pan de maíz que se deshacía en las manos y un bacalao a la semana, que entonces era la comida de los pobres. Pero no conocíamos la carne y no nos daban aceite. Cocinábamos con sebo de animal”, recuerda Verdú desde Elda, cuyo padre tenía que ir a recoger esparto para cambiarlo por pan (12).

No escondían las miserias. “Es completamente imposible vivir con las cantidades que dan en el racionamiento, que además no pueden considerarse ordinarias, pues no es corriente la regularidad en el reparto”, aseguraba un informe referente a Salamanca de 1942.

En estas condiciones, la única opción para asegurar la supervivencia era comprar en el mercado negro, donde los precios eran, por lo general, desorbitados para la mayoría de la población. Variaban de una ciudad a otra, y de un día al siguiente. En 1946, el estraperlo alcanzó cotas excepcionales, costando la mayoría de los productos tres veces más de media de lo que indicaba la tasa. El informe de la Cámara de Comercio de Sabadell de ese año, por ejemplo, decía que el precio del azúcar era 10 veces mayor que el oficial, y que el del pan se había multiplicado por cuatro, el del aceite por seis, el del arroz por cinco y el de las patatas por tres (12).

FOTO 20 Tarjeta de abastecimiento infantil. Comisaría General de Abastecimientos y Transportes. Ángel Francisco Pérez Sotorrío, Santander 1950. Cupones de racionamiento, Oviedo

Alimentos de mala calidad
En 1943 entraba en vigor la cartilla individual, en sustitución de la familiar, con el objetivo de llevar un control más exhaustivo del reparto. Pero aquello tampoco hizo que la situación mejorara. El racionamiento siguió siendo insuficiente durante la mayor parte de la década de los 40 y los alimentos distribuidos eran de muy mala calidad y llegaban con cuentagotas. La corrupción y el mercado negro siguieron creciendo, y el malestar de la población se hizo evidente a pesar del régimen dictatorial, según reflejaban los distintos informes oficiales.

Los vecinos se peleaban en la fila, porque los racionamientos no llegaban a los últimos. Nos lo cuentan las personas que sufrieron en sus propias carnes, recuerdan perfectamente las continuas broncas en las colas de la Casa del Pueblo de Navas de Abajo, donde se repartían los alimentos. “Los vecinos se peleaban por coger un hueco en la fila, porque los racionamientos no llegaban a los últimos. Más de dos tortas de los mayores me he llevado yo, decía la niña de nueve años”.


Fueron 13 años de hambre y miseria con la cartilla de racionamiento en funcionamiento, que oficialmente estuvo vigente hasta abril de 1952. En esa fecha desapareció para los productos alimenticios, en una época en la que el consumo de carne per cápita se había duplicado. Pero aún hoy, si preguntamos a las generaciones de españoles que vivieron los años cuarenta, todos mantienen el mismo recuerdo: mucha hambre. “Me entran ganas de llorar sólo de recordarlo”, concluye Bienvenida (12).

FOTO 21 Comedor Social. Auxilio Social. Miranda de Ebro 1945 (Fotos de Miranda)

Conclusiones
Todos los conflictos bélicos ocasionan hambre y miserias. La guerra civil no fue una excepción, y pese al hambre y penurias que padecieron, mantuvieron un comportamiento profesional y humano digno de admiración.

Tanto los combatientes como la población civil valoraba muy positivamente los cuidados que les dispensaban tanto las enfermeras profesionales, como las innumerables mujeres, enfermeras voluntarias que tuvieron que colaborar para atender a las numerosas personas heridas y enfermas, en muchas ocasiones, careciendo de los recursos más básicos. Sin distinción de bandos, colores y en todos los frentes.

El recuerdo de su excelente trabajo y su humanidad, sabiendo sobreponerse a todo tipo de carencias y dificultades, en un ambiente hostil, asumiendo los riesgos que entraña la confrontación bélica debería ser una fuente de inspiración para las futuras generaciones de Enfermería y motivo de orgullo y sentido homenaje para quienes, en circunstancias mucho más favorables decidimos compartir su misma profesión.

FOTO 22 Comedor Social. Auxilio Social. Miranda de Ebro 1945 (Fotos de Miranda)

Bibliografía
1.- Manuel Solórzano Sánchez. La enfermería en la II República. 4 de junio de 2012
2.- Guerra, hambre y aventura en la vida de Cándida Sala, enfermera de la Cruz Roja. Carmen Torres Penella, Ana Ramió Jofré y Roser Valls Molin. Cultura de los Cuidados, año XVI, número 34. 2012
3.- Historia del cuidado y del papel de la enfermería durante la guerra civil española. España y País Vasco. Idoia Martín Ugalde. 26 de junio de 2015
4.- Roque Moreno Fonseret, Movimientos interiores y racionamiento alimenticio en la postguerra española
5.- Historia contemporánea de España: Siglo XX editado por Francisco Javier Paredes Alonso
6.- Estadísticas históricas de España: siglos XIX - XX Escrito por Albert Carreras, Xavier Tafunell
7.- Tesis doctoral de José Palomo González.
8.-Gregorio Fernández Castañón. Maldita Hambre
9.- Koldo Mitxelena. Biblioteca Fondo de Reserva. Cartilla de 1952
10.- Curiosidades del hambre en España. Los años del miedo. La nueva España: 1939 – 1952. Juan Eslava Galán. 2008
11.- Días de hambre y pesadilla. La vida cotidiana en el Madrid asediado. Muy Historia. Fernando Cohnen, periodista.
12.- Los cadáveres del racionamiento. ABC 11 de agosto de 2013.

FOTO 23 Damas Enfermeras de la Cruz Roja de San Sebastián dando una cucharada de aceite de hígado de bacalao

AUTOR:
Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Espléndido trabajo Manolo….

María Fidalgo Casares dijo...

Ojo. Absolutamente TODOS los carteles que habeis puesto en esta entrada son falsos. Jamás en esta época hubo estos carteles. Los difunde por la red un estafador que hace pasar por antiguos lo que es una creación suya. Ni siquiera son reproducciones. Son inventos