Las enfermeras en continua
formación, tuvieron que afrontar situaciones nuevas como la guerra submarina,
los ataques aéreos, las laceraciones y herida por metralla, los gases tóxicos y
la guerra de trincheras. La capacidad de observación de la enfermera y sus
conocimientos debían combatir el shock, la hemorragia, las enfermedades
contagiosas, las heridas infectadas y la inhalación de gases tóxicos, que
soportaban el gran número de soldados que debían de ser hospitalizados y a los
que debían de atender.
FOTO 1 Croquis de una trinchera
En las trincheras, se enfrentaban
a plagas de ratas, piojos y pulgas y a las aguas estancadas que producían los
terribles “pies de trinchera”, que era una gangrena provocada por la trombosis
de pequeños vasos sanguíneos a causa de permanecer inmovilizado durante largos
períodos de tiempo en lugares húmedos y fríos y que provocaron el que muchos
soldados terminasen con amputaciones en las extremidades inferiores. Todas
estas nuevas situaciones también las padecieron las enfermeras que cuidaron a
los enfermos y heridos (1).
Si nos adentramos más en nuestra
historia, concretamente en las guerras, encontraremos ejemplos de numerosas
mujeres que han llevado a cabo la profesión de la enfermería con afán y pasión,
reduciendo en la medida de lo posible, la mortandad entre la población afectada
por las aterradoras consecuencias de la guerra como la desnutrición,
raquitismo, tuberculosis, tifus, secuelas físicas y psíquicas. Las enfermeras
desarrollaban como podían su trabajo en los frentes de batalla y en la
retaguardia, soportando unas durísimas condiciones de vida.
A lo largo de los siglos, las
mujeres han realizado la mayor parte de los trabajos encaminados a mantener y recuperar
la salud de su familia y de aquellas personas que necesitaban algún tipo de
cuidados para seguir viviendo. Siempre se les ha relegado a un tipo de trabajo
que podría denominarse “secundario”, como se ha pensado que era la
enfermería. Pero analizando la labor que han llevado a cabo las enfermeras en
los distintos conflictos bélicos, se puede observar que este esfuerzo no ha
sido tan “secundario” como se ha creído, sino que, ha sido indispensable para
el transcurso de la historia de la sanidad.
FOTO 2 Estudiantes de enfermería
durante un seminario de férulas. En la pizarra se puede leer: “Acolchado de las
férulas”
Las enfermeras cuidaron realizando
jornadas interminables, a soldados heridos y enfermos ayudándolos en su proceso
de curación o paliando sus sufrimientos en un entorno adverso y en unas
condiciones limitadas. Era doloroso tener que informar a los soldados de sus
secuelas como: ceguera, pérdida de algún miembro, pérdida de compañeros, o tener
que notificar a los parientes escribiéndoles sendas cartas diciéndoles que sus
seres queridos no iban a sobrevivir a las heridas producidas en la batalla (1).
Las enfermeras tenían que: taponar
hemorragias, trepanar huesos, curar amputaciones, curar los pies de trinchera,
ayudar en las autopsias, servir las comidas, limpiar a los heridos, animarlos,
acompañar al médico en las visitas, vigilar el estado general del herido,
constantes del herido y ayudarle en todas las necesidades que surgiesen.
También les tocó cuidar y dar los
cuidados de enfermería necesarios a unos pacientes problemáticos. A muchos de
ellos se les consideraba “cobardes” y personalmente se encontraban muy mal, con
un sinfín de síntomas, como los que se describen posteriormente. Era una
patología nueva y considerada como enfermedad “rara” para aquella época, aunque
ya estaba descrita por Hipócrates.
Psicológicamente se enfrentaban a
un grave problema ético, ya que cada vez que un soldado era curado y se le daba
el alta, la mayoría de las veces era para volverlos a mandar a una muerte
segura.
FOTO 3 Enfermeras de quirófano en
1930
Los enfermos diagnosticados de “Neurosis de guerra” eran tratados en
Clínicas que se crearon en pueblos lejos del campo de batalla, en grandes casas
de campo con bosques y jardines donde se respiraba mucha tranquilidad. En
ellas, permanecían a su cuidado enfermeras profesionales las 24 horas del día,
realizando todos los cuidados necesarios que comprendían: limpieza y aseo de
los pacientes, oxigenación, alimentación, eliminación de las secreciones humanas,
curas de sus heridas, deambulación y ayuda para el paseo a los que les faltaba
algún miembro, ayudarles a descansar y dormir lo mejor posible, ayudar al que
lo necesite a vestirse, mantenerlos con buena temperatura, intentar que se
valgan por sus propios medios, comunicarse entre los compañeros y compartir las
vivencias vividas. Ayudarles psicológicamente a superar los traumas que han
padecido en la guerra (1).
Neurosis de guerra o
fatiga de combate o locura de trinchera:
Término empleado para describir el
trauma psicológico… la intensidad de las batallas de la artillería… crisis
neuróticas de los soldados por lo demás mentalmente estables.
Los soldados llegaron a
identificar los síntomas, pero el reconocimiento oficial de la autoridad
militar tardó en llegar… Ataques de pánico, parálisis mental y física,
aterradores dolores de cabeza, sueños espantosos… Muchos sintieron los efectos
durante años… Los tratamientos eran rudimentarios en el mejor de los casos,
peligrosos en el peor de los casos.
El “síndrome de la neurosis de guerra” data
desde la Primera Guerra Mundial, sin embargo en esa época solía confundirse
como cobardía ante el enemigo.
FOTO 4 Soldado con neurosis de
guerra Primera Guerra Mundial
En un estudio del doctor W. H. R. Rivers basada en la
observación de los soldados heridos en el Hospital de Guerra de Craiglockhart
entre los años 1915 a
1917, explicaba el proceso de represión, los soldados que pasaban la mayor
parte del tiempo tratando de olvidar los temores y recuerdos eran más propensos
a sufrir recaídas en el silencio y la soledad de la noche, cuando el sueño
debilitaba su autocontrol y los hacía vulnerables a pensamientos lúgubres.
Todo era más intenso en la
soledad de la noche. Sin duda era entonces cuando sus pensamientos sombríos se
liberaban de sus restricciones y se convertían en sueños que les atormentaban.
Según el doctor Rivers, la represión contribuía a que los pensamientos
negativos acumularan energía, lo cual ocasionaba pesadillas e imágenes oníricas
vividas e incluso dolorosas que se apoderaban “violentamente” del intelecto.
El doctor Rivers hablaba de los
soldados sin emplear ni mencionar las “tendencias violentas” que presentaban
dichos sujetos y prefería emplear las palabras como “disociación, depresión,
confusión, la sensación del soldado de estar “a oscuras”, pero sin emplear
otras palabras más fuertes.
FOTO 5 Hospital de Guerra de
Craiglockhart. Enfermeras
En el testimonio del corresponsal
de guerra Philip Gibbs, había
escrito acerca del regreso de los soldados después de la guerra y decía así:
Algo iba mal. Volvían a vestir sus ropas de civil y a ojos de sus
madres, novias y esposas eran los mismos jóvenes que habían conocido en los
días de paz anteriores a agosto de 1914. Pero no eran los mismos. Algo había
cambiado en su interior. Sufrían cambios de humor y extraños estallidos de
rabia, depresiones profundas que daban paso a una impaciente búsqueda de
placer. Muchos se veían arrastrados con facilidad a pasiones que les hacían
perder el control de sí mismos, muchos se expresaban con amargura, con
opiniones violentas, aterradoras.
Trastornos que sin duda podrían
llevar a una persona a cometer una terrible equivocación, un acto atroz del que
no habría sido capaz en su sano juicio.
A continuación el artículo
describía las condiciones de las trincheras del frente oriental, la espantosa
insalubridad, las ratas y el olor a moho y descomposición del pie de trinchera,
los piojos que se alimentaban de la carne putrefacta. Las imágenes del barro y
agua que cubrían todos los suelos de las trincheras, charcos, agua hasta los
tobillos, frío, etc… y de las grandes matanzas que se producían a su alrededor.
Muchos de ellos no volvieron,
murieron en las propias trincheras. Volvían en un estado lamentable. Un soldado
explicó como había pasado 18 horas enterrado después de una explosión. Estaba
en tierra de nadie y sus compañeros no podían salir en su busca en pleno
bombardeo. Cuando al final lograron desenterrarlo estaba en estado catatónico,
totalmente conmocionado. Lo enviaron a casa y lo trataron en uno de esos
hospitales que se montaron en las casas de campo, pero no volvió a ser el
mismo.
La expresión de su cara era de
horror permanente. Sufría pesadillas en las que no podía respirar y se
despertaba por la falta de aire. Otras noches despertaba a sus compañeros con
un aullido espantoso que traspasaba todas las paredes de la casa de campo.
Todos los niños en el pueblo le tenían miedo (2).
FOTO 6 Soldado con neurosis de
guerra Primera Guerra Mundial
Carta de Laurie, un soldado francés
desde el frente occidental, escribe esta carta a su amada el 5 de febrero de
1918:
Cariño mío:
(…) Quizá te gustará saber cómo está el ánimo de los hombres aquí. Bien, la
verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla
esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de
lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania
tiene Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar
con esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera
que haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.
De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran
mayoría de los hombres es que los disturbios y protestas en casa obliguen al
gobierno a acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.
Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el
patriotismo que me quedaba; solo me queda el pensar en todos los que estáis
allí; todos a los que amo y que confían en mí para que contribuya al esfuerzo
necesario para vuestra seguridad y libertad. Esto es lo único que me mantiene y
me da fuerzas para aguantarlo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no
es algo que ocupe ni uno entre un millón de todos los pensamientos que ocupan
las mentes de los hombres aquí.
Dios te bendiga cariño, y a todos los que amo y me aman, porque sin su
amor y confianza desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes, corazón mío,
porque continuaré hasta el final, sea bueno o malo (…)
Laurie (Grence Ruiz, T. et al. 2012: 125)
Neurosis de Guerra
La neurosis de guerra no es una
entidad clínica en sí misma. Pertenece a la categoría de la neurosis
traumática, que fue definida en 1889 por el neurólogo alemán Hermann Oppenheim,
quién la describió como una afección orgánica consecutiva a un traumatismo real
que provocó una alteración física de los centros nerviosos, acompañada de
síntomas psíquicos como: depresión, hipocondría, angustia, delirio, etc.
Con Freud, la neurosis se convertía
de tal modo en una afección puramente psíquica, con lo cual caducaba la idea de
la simulación, tanto para los adeptos del organicismo como para los partidarios
del funcionalismo o la causalidad psíquica.
Con la Primera Guerra Mundial se
reactivó el interminable debate sobre el origen traumático de la neurosis. Las
jerarquías militares recurrieron a psiquiatras de todas las orillas para que
trataran de desenmascarar a los simuladores, sospechosos (como en otro tiempo
las histéricas) de ser falsos enfermos, es decir mentirosos, desertores, malos
patriotas.
Este problema que iba a ser
desenterrado por Kur Eissler psicoanalista vienés, comenzó con una acusación
del teniente Walter Kauders contra Julius Wagner-Jauregg, psiquíatra, a quién
se atribuyó haber utilizado un tratamiento eléctrico para atender a los
soldados afectados de neurosis de guerra y de hecho considerados simuladores.
Freud fue entonces convocado como experto por una comisión investigadora, para
que diera su opinión sobre el eventual delito de Wagner-Jauregg. En el informe,
Freud se mostró muy moderado con el psiquiatra, pero en cambio criticó con suma
violencia, no sólo el método eléctrico, sino también la ética médica de quienes
lo utilizaban. Recordó que el deber del médico es siempre y en todas partes
ponerse al servicio del enfermo, y no de cualquier poder estatal o bélico, y
estigmatizó la idea de la simulación, incapaz de definir la neurosis, fuera de
origen traumático o psíquico: “Todos los neuróticos son simuladores -dijo-,
simulan sin saberlo, y ésta es su enfermedad”.
La implantación progresiva del
psicoanálisis en los diferentes países occidentales transformó la mirada
psiquiátrica sobre la cuestión de la neurosis de guerra.
Históricamente, el problema de la
neurosis de guerra es tan antigua como la guerra misma. La idea de que las
tragedias sangrientas de la historia pueden inducir en los sujetos “normales” a
algunas modificaciones del alma o del comportamiento se remonta a la noche de
los tiempos. Todos los trabajos que se realizaron en el siglo XX sobre los
traumas vinculados con la guerra, la tortura, el secuestro, el encierro o
situaciones extremas, confirmaron la tesis freudiana: estos traumas son a la
vez específicos de una situación determinada, y reveladores en cada individuo
de una historia que le es propia.
En otras palabras, los períodos
llamados “de trastornos” favorecen menos la eclosión de la locura o la neurosis
que el drenaje de sus síntomas en forma de traumas. Por ejemplo, el suicidio
explícito, la melancolía, son menos frecuentes cuando la guerra justifica la
muerte heroica, y las neurosis son más numerosas y manifiestas cuando la
sociedad en la que se expresan presenta todas las apariencias de la estabilidad
(3).
FOTO 7 Ambulancia para cirugía.
Francia 1914.
Fatiga de Combate
Fatiga de
Combate es un trastorno psicológico caracterizado por un tipo de neurosis que
se evidencia como un síndrome de estrés y repulsión al combate (4).
En la Primera
Guerra Mundial, confundían la fatiga de combate con la cobardía ante el
enemigo. Algunos estudios preliminares que se realizaron en aquella época y se
llamó síndrome shell-shock; pero no fue hasta avanzada la Segunda Guerra
Mundial, cuando los especialistas de los países aliados lograron conceptualizar
la fatiga de combate como un tipo de trauma psicopatológico manifestado como
una neurosis asociada a la exposición prolongada de muertes masivas,
explosiones, tableteos de ametralladoras, en particular a aquellos que
predominaban los bombardeos constantes, escenas chocantes, el ruido ambiente
propio de una batalla (4).
La fatiga de
combate en las líneas soviéticas alentada por la crueldad de la oficialidad
soviética que enviaba a multitud de soldados al sacrificio, durante la Segunda
Guerra Mundial, fueron causa de que se pasaran por miles al lado alemán
transformándose en “hiwis”.
Síntomas
La fatiga de
combate se suele desencadenar a partir del ruido constante de explosiones,
ruidos del funcionamiento constante de armas, presenciar la muerte de camaradas
en el combate, etc. Esta se manifiesta de diferentes modos, dependiendo del
perfil de personalidad del sujeto, puede ser expresado por ataques de histeria,
pasividad y mutismo o parálisis de miembros, incapacidad para percibir el
entorno o descontrol de emociones reprimidas.
Los síntomas
pueden ser variados: mutismo, mudez, sordera, inestabilidad emocional, apatía,
falta de concentración, sudoración fría, trastornos del sueño, convulsiones
musculares, desinterés del entorno etc. Incluso algunos soldados afectados
pueden rehusar disparar a matar cuando el enemigo es sentido como similar a si
mismo. La reiteración de órdenes de aniquilación por parte de sus superiores
provocan la fatiga de combate. Incontables son los casos en que el soldado
afectado se ha vuelto contra sus superiores.
FOTO 8 City of London
Mental Hospital, Dartford
La fatiga de
combate supone en el sujeto que la padece, un quiebre del temple emocional en
la lucha antagónica entre el instinto de supervivencia y el horror del
escenario bélico al que se enfrenta, mientras más peligrosas son las misiones,
se establece una mayor predisposición a padecer la neurosis.
Incluso cuando
se retira al soldado del escenario bélico transformándose en un veterano de
guerra la fatiga de combate reaparece en tiempos de paz ante determinadas
situaciones y puede afectar al individuo de por vida. Muchos individuos
afectados por fatiga de combate han protagonizado hechos luctuosos. La cura de
la fatiga de combate es compleja, se ha experimentado realizando curas de
sueño, drogas ansiolíticas, traslado a lugares tranquilos son algunas de las
indicaciones de los psiquiatras (4).
LOCURA DE TRINCHERA
Al comienzo de la guerra los cuadros
neuróticos de pérdida del habla, trastorno del sueño, convulsiones musculares,
inexplicables espasmos faciales, ceguera histérica y otras afecciones no fueron
considerados como patologías.
Lo llamaron “síndrome del corazón del soldado”, shock de las trincheras,
neurosis de combate, fatiga de batalla. Aunque se identifica por primera vez en
la Guerra de Secesión americana, el tema del soldado loco por culpa del pánico
es tan antiguo como el mundo; tan viejo como la guerra.
Hipócrates habló de las pesadillas de los soldados y Heródoto descubrió ciertos síntomas
similares entre los supervivientes que habían participado en la batalla de
Maratón. En los Tercios de Flandes durante la Guerra de los Treinta años se
sufrieron casos de incapacidad emocional entre los soldados y ya en ese siglo
los médicos sospechaban que determinadas reacciones no se debían a heridas
físicas. Rusia, en la guerra contra Japón, apenas estrenado el atroz siglo XX,
fue el primer país en enviar médicos psiquiatras al frente. Pero, ¿qué ocurrió
en la Gran Guerra para que la demencia del soldado se considerara uno
de los problemas más graves del ejército?
FOTO 9 Silla Bergonic para dar
tratamiento eléctrico a efectos psicológicos, en casos psico-neuróticos.
Repasando viejas fotografías y
grabaciones de la época realizadas en algunos hospitales del frente se asiste a
todo un tratado del horror: soldados que han perdido el habla, otros que se
mueven entre espasmos, algunos que sorprenden con una inquietante
mirada vacía que se llamó de las mil yardas, es decir, la distancia
aproximada de la trinchera al enemigo. De alguna forma, la Gran Guerra fue el
conflicto que cambió el diagnóstico sobre cómo puede afectar un trauma a la
razón y, en particular, en situaciones bélicas extremas.
Era lógico. En ninguna guerra
como en ésta habían sido ingresados tantos soldados que en apariencia no estaban
heridos pero que eran incapaces de continuar luchando. Fue el resultado de una
guerra que sorprendió a todos los que participaron en ella. Tanto los soldados
como los altos mandos tenían en mente las guerras anteriores que se resolvían
en enfrentamientos frente a frente en campos de batalla y donde además se
conocían los efectos de las armas y cañones. Sin embargo, este conflicto
devastador se podría considerar como la primera guerra moderna,
el laboratorio en el que se ensaya el armamento moderno que se pondrá en
práctica en la guerra siguiente: la Segunda Guerra Mundial. Cruel paradoja que
todos los avances técnicos y científicos del siglo XIX, la centuria del
progreso y la modernidad, sirvieran para el desarrollo de las máquinas de
matar.
Es la guerra de la
metralleta y su vértigo veloz de muerte, del carro de combate, de la
guerra submarina y aérea o de los gases tóxicos. Sólo habría que recordar la “sorpresa”
que recibieron los soldados de Ypres cuando descubrieron que la nube azulada
que se acercaba hacia ellos les quemaba los pulmones y los volvía ciegos. Fue
entonces cuando comenzaron a utilizarse las máscaras antigás, pero sólo después
del shock de esos primeros asaltos.
Las razones de
la neurosis de combate habría que
explicarlas por las particularidades que imponía esta guerra con sus nuevos
disfraces de muerte. Los soldados no se enfrentaban físicamente al enemigo sino
que aguardaban en la trinchera como conejos asustados dentro de una
madriguera, a la espera de que llegara el fusil o el obús que los
destrozaba literalmente o que lo hacía con el que luchaba a su lado. Muchos
soldados afectados por el shock de trinchera (“shell shock”) se quedaban
inmóviles sin poder reaccionar al ver que el compañero se convertía en una
mezcla informe de fango y sangre. Y auténtico pavor se desataba en el momento
en que sonaba el silbato que ordenaba que había que saltar de la trinchera y
salir a la tierra de nadie mientras el enemigo lanzaba sus proyectiles contra
todo lo que se moviera. Era toda una invitación al suicidio por la más que
probable posibilidad de ser alcanzado por alguna de las miles de balas lanzadas
desde el otro bando.
Muchas jornadas
resistiendo en estas condiciones llevó a que los combatientes perdieran la
razón. No podían dormir y si lo hacían era entre continuas pesadillas no peores
que las de la realidad de forma que era imposible diferenciar lo vivido
de lo soñado.
En realidad sólo
hay que echar un vistazo a las vanguardias que resultaron de la pesadilla de
esta guerra como el expresionismo para descubrir la forma en que afectó al
inconsciente el trauma de la violencia y la carnicería sin precedentes en que
se convirtió Europa en aquellos cuatro años. El arte demostró que ninguno
de los que participaron en la guerra fue el mismo cuando terminó.
Algunos creadores sufrieron con estos trastornos como Tolkien, afectado por lo
que sufrió en la batalla del Somme. O los poetas ingleses Seigfried Sassoon y
Wilfred Owen que fueron tratados de neurosis en el Hospital de guerra de
Craiglockhart cerca de Edimburgo, un episodio que noveló la escritora Pat
Barker y que también fue llevado al cine por Gillian Mackinnan.
FOTO 10 Herido
en la trinchera con los sanitarios
Al comienzo de
la guerra los cuadros neuróticos de pérdida del habla,
trastorno del sueño, convulsiones musculares, inexplicables espasmos faciales,
ceguera histérica y otras afecciones no
fueron considerados como patologías. Primero se creyó que era consecuencia
del ruido de las explosiones e interpretado como simple fatiga de combate, pero
los síntomas fueron empeorando conforme la guerra se estancaba sin solución y
el campo de batalla se convertía en una trituradora de jóvenes que morían sin
sentido.
Psicoanálisis y otras terapias
Muchos soldados
que padecieron el trauma de guerra fueron acusados y degradados por el alto
mando por supuesta falta de valor en el frente y se achacó su reacción
a la cobardía y la ausencia de patriotismo. Se dieron incluso casos en
los que los soldados sufrieron consejos de guerra al considerar que sólo fingían
para abandonar el frente. Y algunos fueron fusilados al creer que sólo
disimulaban un caso evidente de deserción.
Sin embargo, la
influencia del psicoanálisis ayudó a cambiar la interpretación ante esta
particular locura de guerra.
Así se envió a psiquiatras
al frente y se realizaron terapias para tratar a los enfermos, sobre todo, los
polémicos tratamientos con electroshock que
en ocasiones afectaron aún más a los pacientes. Es curioso pero muchos de
aquellos soldados sanaron tras la que puede considerarse la terapia más
efectiva: el alejamiento del frente o el fin de la guerra. Este conflicto
revolucionó el tratamiento psiquiátrico de los soldados que se
transformó por completo tal y como se demostró poco después en la siguiente
guerra y en todas las que siguieron.
FOTO 11 Pie de trinchera
Pero la Gran
Guerra no sólo afectó a la mente. También supuso un gran cambio para la
medicina que tuvo que enfrentarse a nuevas heridas de guerra que ya no se
limitaban a los “clásicos” casos de disparo o cañonazo. No hay más que volver
al arte para comprobar esta página de horrores. Los cuadros de Grosz o de Otto
Dix con los inválidos de guerra que juegan a las cartas demuestran una de las
iconografías más macabras que mostró este desastre: rostros sin nariz o
mandíbula, cojos o mancos, con el cráneo deformado. Y la película “Johnny
cogió su fusil”, con el soldado convertido en un tronco vivo, sin piernas ni
brazos, ciego y sin posibilidad de hablar confirma la dificultad extrema que
supuso para los médicos y los servicios sanitarios, entre ellas las enfermeras,
la llegada de estos heridos.
Las calles se
llenaron de mutilados de guerra y también de desfigurados como no se había
visto nunca. Rostros sin ojos, sin nariz, sin orejas o mandíbulas, con trozos
metálicos que sustituían al cráneo formaban parte de esta galería pavorosa que
resultó de la guerra. Soldados convertidos en monstruos andantes que también
sufrieron trastorno a causa del rechazo provocado por su presencia física.
Las esquirlas
metálicas provocaban heridas terribles en el rostro y solían infectarse con
facilidad. Esto llevó a algunos médicos a intentar osados experimentos que en
algunos casos fracasaron y en otros condujeron a un importante avance
en campos como la cirugía estética. Ocurrió con el médico Harold Gillies que creó una unidad para
reparar rostros desfigurados de soldados británicos en un Hospital en Sidcup, al
este de Londres.
FOTO 12 Hospital
en Sidcup, Londres
Uno de sus
exitosos casos fue la reconstrucción de la cara del teniente William Spreckley, que había perdido la
nariz. El cirujano realizó una técnica novedosa extrayendo cartílago de las
costillas del paciente y creando un colgajo para reconstruir la nariz. Sin
embargo, otros casos terminaron con la muerte del herido a causa de infecciones
ya que se trataba de complejas cirugías que se hicieron antes del
descubrimiento de los antibióticos.
Las situaciones
extremas de la guerra hizo que los médicos tuvieran que improvisar e idear
operaciones de urgencia con los mínimos medios. Y también propició
avances como la creación de bancos de sangre para hacer transfusiones
en el mismo frente. El capitán norteamericano Oswald Robertson fue el primero en crear un banco de sangre en el
frente occidental en el que se almacenaba y se utilizaba citrato de sodio para
prevenir la coagulación.
El tratamiento
de las heridas para evitar infecciones antes de que se descubrieran los antibióticos
fue otro de los grandes avances. Así, se experimentó con antisépticos en
heridas abiertas como hicieron con el hipoclorito de sodio los médicos Alexis Carrel y Henry Dankin.
El particular
ambiente de la guerra de trincheras trajo también curiosas enfermedades que
afectaron a las tropas. Los grandes periodos en los que los soldados debían
permanecer en estos agujeros normalmente anegados por la lluvia sucia, con el
calzado mojado en charcos llenos de fango, ratas y restos de cuerpos en
descomposición provocó el desarrollo del llamado pie de trinchera. Era una
dolorosa enfermedad fúngica que si no se trataba, podía derivar en una
gangrena. Literalmente el pie del soldado se pudría lo que conllevaba a
la mutilación del miembro.
FOTO 13 Queen's
Mary´s Hospital
A causa de la
suciedad y el detritus en las trincheras los soldados sufrían además plagas de
piojos. Como medida higiénica los soldados se aplicaban cresol, aunque les
abrasaba la piel, o bien se volvían la guerrera del revés para despistar a los
piojos y los huevos que alojaban al refugio caliente del cuerpo. Junto a las
ratas, los piojos fueron una de las obsesiones de los combatientes en las
trincheras. Además, el piojo fue el responsable de otra de las enfermedades de
la Primera Guerra Mundial: la fiebre de trinchera. Los
soldados sufrían fiebre alta, dolor de cabeza y, sobre todo, en las piernas, concretamente
en las espinillas. La convalecencia duraba un mes o más y suponía la retirada
del frente durante esos días hasta el hospital de combate más cercano.
Sin embargo, y
en otra más de las burlas macabras que tuvo esta guerra, la peor
enfermedad apareció al final de esta pesadilla. Si con el armisticio
en 1918 se calcula que habían fallecido millones de personas, una epidemia
provocó millones de muertes en una Europa que no se había recuperado del
horror. La gripe de 1918 terminó de
diezmar a la población europea en un epílogo que subrayó el apocalipsis que sin
duda sufrió el continente a causa de la guerra.
No se puede
considerar que la pandemia de gripe fuera un resultado directo de la guerra,
pero sin duda las condiciones insalubres en las que había quedado Europa
provocaron el desarrollo y virulencia de la enfermedad. La gripe también se
denominó gripe española porque fue
en la prensa española donde se abordó sin censuras, a causa de la neutralidad
del país en el conflicto. Por esa razón, se creyó que se había
originado en España. Como casi siempre los vientos sucios de la
guerra, a pesar de su poder devastador, provocaron un inesperado avance en
algunos campos. Desde luego la medicina y la psiquiatría no fueran las mismas
después de este conflicto (5).
FOTO 14 Victoria
Hospital, Lichfield
FOTOS
1.- Las operaciones militares de 1914 y 1915. De la guerra de movimientos a la de posiciones
http://jcdonceld.blogspot.com.es/2012/08/la-guerra-de-trincheras-en-la-primera.html
3.- 8 - 10 - 14 El
mundo: Primera Guerra Mundial
4.- 6 - Neurosis de Guerra
5.- Hospital de Guerra de
Craiglockhart. Enfermeras
7.- Salvando vidas en el campo de batalla. La salud y la medicina durante la Primera Guerra Mundial. Colección Library of Congress, Washington, D.C.
9.- Imágenes
medicina antigua
11.- Desde el
sótano. Pie de trinchera
12.- Hospital en
Sidcup, Londres
13.- Queen's
Mary´s Hospital
BIBLIOGRAFÍA
1.- Manuel Solórzano Sánchez. La
enfermería en la II República. 4 de junio de 2012
2.- El último adiós. Kate Morton. 2015. páginas 333 - 340
3.- Neurosis de guerra
4.- Fatiga de combate
5.- Eva Díaz Pérez es la autora de “El sonámbulo de Verdún” (Destino),
ambientada en la Primera Guerra Mundial
Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio
de Traumatología. Hospital
Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza-
Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad
Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza /
Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana
de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia
de la Enfermería
Miembro Consultivo de la
Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN,
A.C.
Miembro no numerario de la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
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