AUTORA: Olga Villasante Armas. Psiquiatra del Hospital Universitario Severo
Ochoa de Madrid. Profesora de psiquiatría en la Universidad Alfonso X el Sabio.
Presidente de la sección de Historia de la Asociación Española de
Neuropsiquiatría. Colaborador docente en el programa de formación de MIR del
Instituto Psiquiátrico SSM José Germain de Leganés desde 1995 hasta la
actualidad. Dirección de tesis doctorales en relación con la asistencia en el
manicomio Nacional de Leganés
Correo
electrónico: olga.villasante@salud.madrid.org
Artículo Original publicado en la Revista
de la Asociación Española de Neuropsiquiatría 2015; 35 (126), 403 – 419.
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1 Fachada del Manicomio de Conxo
Introducción
La
consolidación de la enfermería de salud mental como profesión autónoma y
reconocida oficialmente es aún muy reciente, por ello es interesante bucear en
los primeros intentos de formación, aún poco explorados, de los cuidadores
psiquiátricos en España. Sin duda, el proceso estuvo relacionado con la
institucionalización de la enfermería general que experimentó un gran avance
durante las primeras décadas del siglo XX, con la creación de la Escuela
Nacional de Sanidad, el reconocimiento legal de los planes de estudio oficiales
de practicantes y matronas o la apertura de las primeras escuelas de
enfermería, entre otros hitos (1).
Si
bien en Primeros intentos de
profesionalización de la enfermería psiquiátrica: de la Segunda República a la
posguerra española (2), ya habíamos analizado algunas de las iniciativas
formativas surgidas en diferentes ámbitos geográficos españoles, el objetivo en
esta sección es la reproducción del Manual
del enfermero en los manicomios. La portada de este manual firmado en el Sanatorio de Conjo en abril de 1930 fue
reproducida en el mencionado trabajo, sin embargo Couceiro-Freijomil en el Diccionario
bio-bibliográfico de escritores data el libro de Vicente Goyanes Cedrón
(1865 – 1954) (3), en 1909 (4), por lo que emprendimos la búsqueda de este
temprano ejemplar, tan escaso en los fondos bibliográficos (5). Consideramos de
gran interés la reproducción de este Manual editado por la imprenta de José María Paredes en Santiago en 1909,
cuando Goyanes ya era catedrático de Medicina y médico de Conxo.
La
intención del médico gallego fue describir las condiciones que un enfermero, al
cuidado de enfermos mentales, debía reunir y enumerar los deberes de estos
cuidadores con los alienados. Merece la pena un breve análisis del contexto y
el contenido de un manual ignorado muchas veces en la historia de la
enfermería, como en la monografía de Francisco Ventosa Esquinaldo (6).
Vicente Goyanes Cedrón, nacido en Ourense en 1865 y emparentado
con los Barcia –una familia de médicos y psiquiatras que llega hasta nuestros
días-, dedica el libro a su maestro Timoteo
Sánchez Freire (1838-1912), primer director de la institución. Hay una
segunda dedicatoria “a los enfermeros”, en la que, además de una alabanza a su
trabajo y a su noble misión, alude a la necesidad de formación de éstos
para “hacerles llevar con relativa felicidad el desgraciado estado en que se
encuentran”. En la edición de 1930 del Manual, sin embargo, desaparece esta
loable dedicatoria a los enfermeros y la primera página está dedicada al Arzobispo
de Compostela, Fray Zacarías Martínez
y, el ya entonces fallecido, Sánchez Freire pasa a la segunda página.
No se puede desdeñar,
tal como han señalado diversos autores (7), la poderosa influencia de la
Iglesia en la institución gallega que, por una Real orden de 1891 (8), había
aprobado que la Fundación Manicomio de Conxo fuera presidida por la Mitra
compostelana (9).
En el momento de la
publicación de la primera edición del libro de Goyanes, Sánchez Freire que
había dirigido la institución desde 1885, ya había sido sustituido por Juan Barcia Caballero (1852-1926),
director desde 1906.
Vicente Goyanes,
catedrático de Histología y Anatomía Patológica en Santiago y formado junto a
Pío del Río Hortega o Pittaluga, había trabajado en el manicomio compostelano
desde su apertura. La reedición del libro en 1930 coincidió con el breve
período en el que Goyanes Cedrón dirigió la institución compostelana, en la que
acababa de sustituir a Francisco
Bacariza Varela. En este último, el texto se complementó con Atribuciones
y deberes del personal facultativo en armonía con lo que dispone el Reglamento
del Manicomio de Conjo (1930), aprobado por la Junta de Gobierno y
Administración del Manicomio en mayo de 1931, que trataba de organizar la
asistencia en la institución gallega, al estipular las funciones no sólo de los
médicos, sino también de los practicantes. Entre ambas ediciones Goyanes
también prologó Las carreras auxiliares médicas (1923) de Emilio Alonso García Sierra, en el que
se dedicaban unas páginas al cuidado de los enfermos delirantes (10).
Si bien el libro de
Goyanes es el primero que hemos localizado dirigido específicamente a
enfermeros psiquiátricos se pueden rastrear otras publicaciones previas en las
que se ocupaban del cuidado de enfermos mentales como el Prontuario del
enfermero de José Rodrigo (11).
El fin de este último manual publicado por primera vez en 1891, y reeditado en
1932 por el director facultativo de los manicomios de Ciempozuelos, era enseñar
a los Hermanos Novicios ligeras nociones de fisiología, anatomía, cirugía, así
como “los mejores métodos para cuidar como enfermeros a la diversa clase de
enfermos en que han de emplear sus caritativos auxilios”, tal como reza el
preámbulo. Además, en el capitulo tres dedicado a los manicomios, incluye unas
páginas para establecer unas reglas prácticas para los “enfermeros”, y describe
las actitudes para tratar a agitados, sucios, encamados, ayunadores o
desfilachadores.
A diferencia del de
Goyanes, no es un libro específico de cuidados psiquiátricos y deviene de la
necesidad de formar a los religiosos que contaban con escasa instrucción.
Cronológicamente este prontuario de los Hermanos de San Juan de Dios estaba aún
distante del proceso de cambio en el personal de las instituciones psiquiátricas
y de la legislación que iba a permitir la obtención del diploma de enfermero.
Aunque Goyanes había
estudiado Medicina en Santiago, sin duda, sus viajes a París, Berlín y Bruselas
influyeron en la elaboración del Manual, ya que la formación de la enfermería
en Europa había comenzado varias décadas antes. En 1885, la
Médico-Psychologique Association había publicado el Handbook for the
instruction of attendants on the insane que, en los años treinta, ya
contaba con seis ediciones (12).
Llama la atención, sin
embargo, que en la edición de 1930, no se añada ningún contenido y no cite
libros como Der seelisch kranke Mensch und seine Pflege [El enfermo
mental y su cuidado], obra finlandesa publicada en 1926 y traducida al alemán
por su propia autora, Neuman-Rahn, Hints
to probationer Nurses in Mental Hospitals” editada en Londres, en 1926 o Geistekrankenpfleger
[El cuidador de los enfermos mentales] que, en 1929, ya contaba con una
tercera edición.
Las iniciativas
formativas enfermeras van a partir, como en la mayor parte de los países, de
los médicos que trabajaban en las instituciones psiquiátricas, quienes tampoco
en España tenían reconocida oficialmente su especialidad. Estos alienistas,
entonces en pleno proceso de legitimación de la psiquiatría, tal como recoge Rafael Huertas, en su conocido libro Organizar
y persuadir. Estrategias profesionales y retóricas de legitimación de la
medicina mental española (1875-1936)
(13), pertenecieron a la llamada “Edad de Plata” y la Generación de Archivos
de Neurobiología. Hay que destacar la iniciativa de Goyanes cuya práctica
se hallaba centrada en una institución gallega bien alejada de Madrid o
Barcelona, centros que clásicamente se han ligado a los avances de la “ciencia
mental”. De hecho, sobre estos dos núcleos pivotaron los cambios generados en
el primer tercio de siglo, cuya su máxima expresión fue el Decreto sobre
asistencia a enfermos mentales del 3 Julio de 1931 y la creación del
Consejo Superior Psiquiátrico, que impulsó numerosas reformas ligadas a nombres
como José Miguel Sacristán, Gonzalo Rodríguez Lafora o Enrique Fernández Sanz (14).
Los enfermeros
psiquiátricos en el Manicômio de Conxo
El Manual del
enfermero en los manicomios, se podría encuadrar en el proceso de
transformación de la atención a los enfermos mentales que tuvo lugar durante
las primeras décadas del siglo XX, sin embargo estaba aún lejos de los cambios
planteados en la reforma psiquiátrica republicana. Separado casi un cuarto de
siglo del emblemático manual de Luis
Valenciano La asistencia al enfermo mental, publicado en 1933, dista
de su riqueza y soporte bibliográfico (15).
FOTO 2 Postal. Vista panorámica del Sanatorio de
Conjo
El libro del
neuropsiquiatra murciano, subdirector del Sanatorio Neuropático de Carabanchel
Bajo, cita manuales en lengua inglesa, alemana, francesa o finlandesa, ausentes
en el libro del gallego. En la introducción y antes de abordar las “condiciones
que debe reunir el enfermero” el facultativo gallego alude a la necesidad de la
vulgarización de los principios de la perturbación mental y remarca que éstos
deben ser conocidos por los cuidadores. No se olvida Goyanes del clásico guiño
al “mito fundacional” de los manicomios en España. Parafraseando a un alienista
a quien no cita, el médico de Conxo enumera las condiciones del enfermero que
incluyen “moral y prudente, cariñoso y buen observador, sobrio y arreglado,
inclinado a cumplir con su deber, amigo del orden y del aseo, y que tenga
iniciativas” (Goyanes, p.8).
Estas cualidades
asimiladas a las de un ángel de la guarda están, además, cargadas de un sentido
religioso propio del cuidado de los enfermos hasta entonces.
Los problemas con el
personal subalterno fueron identificados en esas décadas y la Sociedad de
Neurología y Psiquiatría, fundada en 1911, consideró la organización de un
cuerpo de enfermeros/as en los asilos. En el conocido artículo Gonzalo Rodríguez Lafora La polémica
en torno a los manicomios de 1916, objeto de otra aportación de “historias
con historia” en el número de 112 de esta Revista (16), se señalaba a los
vigilantes del Manicomio de Valencia como “hombres
ineducados, sucios desgarbados” (17), destacando la escasa
profesionalización de la enfermería.
No fue hasta la Segunda
República, cuando la formación de enfermeros y enfermeras comienza a adquirir
un carácter lacio-profesional y se descarga del sentido caritativo-religioso
previo (18).
La reglamentación de las
funciones del personal “enfermero” no mejoró la situación en el Manicomio de
Conxo, a juzgar por el informe de Bacariza, el director al que sucedió Goyanes,
quien señalaba, en 1927, la escasez de empleados y los bajos sueldos,
circunstancias que no favorecían una buena atención al enfermo.
La reedición del Manual
del enfermero en los manicomios, en 1930, coincide con una tentativa de
avance asistencial cuando además trabajaban en la institución el ex director Bacariza Varela, Pérez López Villamil y Lois
Asorey. Sin embargo, la situación aún empeoró en los siguientes años y pudo
precipitar la dimisión de Goyanes en 1931. Sólo tres años después, cuando Ramón
Rodríguez Somoza ocupaba la dirección una denuncia de los empleados criticaba
despidos de personal subalterno y condiciones precarias de las enfermeras (19).
El médico de Conxo,
después de describir brevemente las condiciones del enfermero enumera las
diferentes tipologías de “locos”: agitados, tranquilos -entre los que incluye
los tristes-, epilépticos, sucios o cliniquesas y recluidos judicialmente.
Estos grupos eran, en general, separados en departamentos que recibían estos mismos
nombres –sección de tranquilos, de agitados, de sucios…- y se han mantenido
hasta bien entrado el siglo XX, en la mayor parte de las instituciones
psiquiátricas españolas. Entre estos grupos advierte especialmente de la
agresividad de los epilépticos y describe el modo de actuar para prevenir el
daño en los accesos epilépticos. En el siguiente apartado del libro de Goyanes
se expone “la conducta que los enfermeros deben observar con los enfermos”, a
quienes asimila a niños susceptibles de enseñarles reglas de urbanidad, orden,
limpieza y prácticas religiosas. Este conjunto de actuaciones que el enfermero
debía atender eran premisas del tratamiento moral y físico de los alienados y
las expone organizadas en las siguientes áreas: limpieza, alimentación, vestido,
sueño y medios de sujeción. Si bien la literatura médica de esa época había
asimilado teóricamente el non-restraint, las denuncias de la prensa,
como el ya citado artículo de Rodríguez Lafora pocos años después, reflejaban
instituciones españolas deplorables con enfermos con grilletes y cadenas.
Goyanes argumenta que los métodos restrictivos podían evitarse con el talento
del enfermero y la confianza de éste con el enfermo, de modo que la sujeción
debía reducirse a lo mínimo y emplearse sólo con una orden médica.
En las últimas páginas
del Manual, el médico gallego enumera 15 deberes que los distribuye en otros
tantos artículos, relacionados con las disposiciones del Reglamento por el que
se regía la institución compostelana. En realidad resume el contenido del
Manual y su lectura nos ilustra sobre los cuidados básicos que, si bien un
siglo más tarde parecen obvios para una enfermería psiquiátrica especializada,
era preciso reglamentar en instituciones cuyo personal en esa época, incluido
el facultativo, carecía de una formación básica y elemental sobre las
enfermedades mentales.
Los manuales de
enfermería durante la Segunda República
El breve Manual del
enfermero en los manicomios no es sino el preámbulo de una serie de
publicaciones que trataron de sistematizar los conocimientos necesarios para el
cuidado de los enfermos mentales. Décadas después, durante la Segunda República
(1931-1936) se produjeron numerosos cambios legislativos que permitieron una
mejor formación para enfermeros y enfermeras (20), entre las que destaca la
regulación del Diploma de enfermero psiquiátrico, cuyos requisitos
fueron recogidos en la orden del 16 de mayo de 1932 (21).
En general, los textos
de los años treinta trataron de dar respuesta al programa oficial para obtener
el certificado de aptitud de “enfermero psiquiátrico”, que comprendía 24
lecciones.
El primero del que
tenemos constancia, El enfermero psiquiátrico, fue publicado en Elda por
el director del Sanatorio Mental López
Mora, en 1932 (22). En julio de ese mismo año el Consejo Superior
Psiquiátrico convocó un concurso para la presentación de una obra que se
ajustara al programa de formación.
La asistencia al enfermo
mental de
Luis Valenciano resultó premiado y
editado en 1933, fue recomendado, aunque algunas instituciones buscaron más
alternativas a las carencias formativas del personal, en ocasiones diferentes
en función del género del cuidador (23).
Por ejemplo, el
subdirector del Sanatorio de Ciempozuelos para hombres, Eulogio García de la
Piñera escribió Lecciones teóricas y prácticas para contestar al curso
elemental de enfermeros psiquiátricos en 1935 (24), mientras que José Salas, el médico del manicomio de
Mujeres de Ciempozuelos publicó, en 1935, Manual de la enfermera general y
psiquiátrica, cuyo fin principal era la instrucción de las cuidadoras de
enfermas mentales (25).
En general, estos libros
recogieron las lecciones y cursos organizados en las diferentes instituciones
como en la Clínica Mental de la Diputación de Barcelona, donde Ricardo Bordás Jané recopiló las Contestaciones
al programa oficial para obtener el diploma de enfermero psiquiátrico (26), o en el Manicomio de Valencia,
donde el Prontuario del enfermero psiquiátrico, sintetizó las lecciones
impartidas por su director Francisco
Domingo Simó (27).
RESUMEN
En resumen, se podría
afirmar que el Manual de Goyanes es destacable por ser el primero de esta serie
de interesantes libros, aun por investigar. Su difusión fue prácticamente nula
en la península e incluso escasa dentro del ámbito gallego. Traduce la
sensibilidad e inquietud del director de Conxo y su reproducción interesa en la
medida que es un texto casi desconocido y prácticamente ignorado.
Consideramos que fue el
preludio de un intento de “organización” de la enfermería psiquiátrica en
España, que fracasó por la falta de estructuras asociativas, publicaciones
científicas específicas y acusaciones de intrusismo.
La guerra civil, sin
duda, interrumpió y fragmentó la formación y las condiciones para que un grupo
de profesionales pudiera reivindicar la especialización.
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3 Avenida del acceso al edificio antiguo, postal
MANUAL DEL
ENFERMERO EN LOS MANICOMIOS
POR EL DR. D.V. GOYANES CEDRÓN
CATEDRÁTICO DE MEDICINA Y MÉDICO DEL SANATORIO DE CONJO
1909
A LOS ENFERMEROS
Una
de las misiones más nobles de la sociedad, es procurar el bienestar de sus
semejantes. Vosotros que estáis más en contacto con los alienados, sois los
destinados á hacerles llevar con relativa felicidad el desgraciado estado en
que se encuentran. Para ello es necesario ilustrarse en algo relativo á su
padecimiento.
AL DR. SÁNCHEZ FREIRE
Querido
maestro: Que admitieses este pequeñísimo trabajo, sería para mí la más honrosa
distinción. No veáis e él más que la intención que me ha guiado de proporcionar
á los alienados que se albergan en el Sanatorio de Conjo, de los que sois
decidido protector, el bienestar que no pueden menos de sentir, al procurarle
alguna ilustración á los guardianes que les vigilan.
Es
cuestión capital en el tratamiento de los alienados, el que los enfermeros que
les asistan puedan formarse un juicio, siquiera aproximado, de lo que son
dichos enfermos.
Por
eso creo un deber el darles á conocer algunas reglas prácticas á que deben
ajustar su conducta en los establecimientos destinados al objeto que nos ocupa.
Si,
como condición indispensable, se necesitan que para ser de utilidad ciertos
conocimientos médicos estén en manos del vulgo, esta utilidad llega á su grado máximo, tratándose de la
vulgarización de los principios de la alienación mental. Me refiero, no á los
conocimientos que debiera tener la sociedad en general por no permitirlo la
índole de este trabajo, sino á los que imprescindiblemente deben tener aquellos
que han de ser poderosos auxiliares nuestros en la curación de los alienados.
A
grandes rasgos he de trazar la suerte que les ha cabido á estos desgraciados
séres. Desde los tiempos antiguos en que los locos , dice, que los llamados
hombres máquinas, séres eran perseguidos como endemoniados ó hechiceros y
condenados á la hoguera ó entregados á la mano del verdugo, hasta los tiempos
modernos en que, efecto del estudio detenido de esta enfermedad, y de la
civilización y progreso de los pueblos, se establecieron los Manicomios,
perteneciendo á España gloriosa prioridad en la fundación de los mismos, estos
séres desvalidos han sufrido todo género de vicisitudes.
Condiciones que deben
reunir los enfermeros de los Manicomios
He
de copiar lo que á este respecto dice uno de los más famosos alienistas de
nuestros días. “El enfermero, dice, debe estar dotado de excedentes cualidades,
para llenar convenientemente el puesto á que se le destina. Debe ser moral y prudente, cariñoso y amable,
inteligente y buen observador, sobrio y arreglado, inclinado á cumplir con su
deber, amigo del orden y del aseo, y que tenga iniciativas”.
“Nada
hay más malo, dice, que los llamados hombres máquinas, séres que van hacia
donde se les impulsa y que continúan marchando hasta que se les detiene”.
El
verdadero enfermero debe ser una persona apta para juzgar lo que es útil y lo
que puede ser perjudicial, persona dotada de una paciencia angelical. Este es
el único que conviene, el amigo del enajenado, ó mejor dicho, ángel guardián
que la Divina Providencia parece haber colocado en el mundo cerca de estos
infortunados.
Del loco
Cunden
y arraigan, no sólo entre vosotros, sino entre personas que se precian de
ilustradas, preocupaciones que traen en pos de sí grandes males, en lo que se
refiere al conocimiento del loco.
Unos
piensan que para ser loco, es de rigor gritar, alborotar, destruir, golpear,
morder ó destrozar. No comprenden el estado de locura sin que les acompañe el
delirio furioso; los locos tranquilos, para ellos no son locos.
Otros
creen que los locos desaciertan siempre y en todo, y tampoco consideran alienados
á aquellos que conservan aptitudes científicas ó artísticas, fiel la memoria,
fácil la palabra ó expedita la facultad de recitar largas tiradas de versos.
En
vista de esto, creo muy conveniente, que á fin de que los que prestan cuidados
á los alienados puedan formarse una idea aproximada de las diversas
manifestaciones de esta enfermedad, se les haga conocer los caracteres más
salientes que distinguen los diversos grupos que se encuentran en los
Manicomios.
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4 Portada del Manual del enfermero 1909
En
primer lugar he de indicar una clase de enfermos, que llamamos agitados, que por ser, como vulgarmente
se dice, el verdadero tipo del loco, todos los conocen perfectamente: me
refiero á esos que se ven disputar, reñir, cantar, intentar arañar y morder,
romper muebles, desgarrar vestidos, etc.
Contrastando
con este grupo, hallaréis otro, en el cual los enfermos que le componen, tienen
una tendencia inmensa á estarse quietos. Son tristes, poco comunicativos y rara
vez les veréis alternar con sus compañeros de infortunio.
En
el que hemos de fijar nuestra atención preferentemente, es en el que forman
esos alienados que razonan con vosotros como cuerdos; esos que véis tranquilos
y que son vuestros compañeros en patios y paseos; esos que la generalidad de la
gente no tiene por locos.
Estos
enfermos son generalmente egoistas, presumidos, difíciles de contentar y
siempre están dispuestos á meter enredos y provocar confusiones. Con estos
antecedentes comprenderéis lo fácil que es, no conociéndolos, dejarse engañar
por ellos, trayendo esto consigo fatales consecuencias.
Otra
clase de alienados, es la que conocéis todos por su verdadero nombre, cual es
el de epilépticos; esos que véis caer repentinamente con grandes convulsiones,
son los locos más peligrosos, porque casi siempre ofrecen un fondo de maldad y
de rencor, que les induce á cometer los actos más violentos.
Es
necesario que con respecto á estos enfermos sepáis comportaros en el momento de
sus crisis, es decir, de los accesos convulsivos, para lo cual es conveniente
alejar al enfermo de todos los objetos contra los que pueda lastimarse,
acostarlo sobre un colchón, aflojar sus vestidos y colocar entre los dientes
una cuña de corcho para evitar se muerda la lengua.
En
todas estas agrupaciones, habréis observado que los enfermos que las componen
no siempre se presentan lo mismo, sino que tienen épocas en que varía la
intensidad de su locura, volviéndose más o menos agitados, ó más ó menos
tristes, siendo muy común en estos períodos les dé por levantarse de cama,
destrozar sus vestidos, demostrar repugnancia hacia los alimentos, hasta tal
punto que alguno dejaría de existir si no le alimentase á la fuerza.
No
quiero dejar de indicaros un grupo de enfermos, numeroso por cierto, en muchos
Manicomios, que no por su forma de locura, sino por el estado en que ésta les
coloca, merecen grandes cuidados; me refiero á los que conocemos con el nombre
de sucios, científicamente llamados Clinequesas. Cuando expongamos las
reglas á que habéis de ajustar vuestra conducta, en lo que se refiere á los
enfermos, nos detendremos especialmente en esta clase de alienados.
Para
terminar lo concerniente al loco, debo hacer constar que existen en muchos
Manicomios, enfermos recluidos judicialmente, ó sean individuos que han cometido
algún acto criminal durante su enfermedad.
De la conducta que los
enfermeros deben observar con los enfermos
Comprenderemos
en esta sección todo lo que se refiere al tratamiento físico para con los
alienados.
¿Qué
diríais de cualquier persona que no fuese amable en el trato con los niños?
¿Qué diríais de la que, presa un pobre niño de una fiebre intensa con delirio,
al tirar las ropas del lecho ó arrojarse de su cama, empleara con él malos
tratamientos?
Os
estoy oyendo, le dirigiríais los calificativos más duros que se os ocurriesen.
Pues
bien; entre el niño y el loco hay numerosos puntos de contacto. Ambos son
mentalmente incompletos y, por consiguiente, no tienen conocimiento de sus
propios intereses.
Con
esto he de probaros que, desde el momento que dejéis de emplear todos los
medios de dulzura con los alienados, vosotros mismos os dirigís la serie de
calificativos que ha poco empleábamos con la persona que maltrataba al niño.
Además ¿estamos acaso libres de padecer tan terrible enfermedad? ¿Nos gustaría
que con nosotros ó con personas allegadas se empleasen malos tratamientos?
Reflexionad un momento y veréis á que consideraciones se presta lo expuesto.
Debéis,
pues, recordar que los enajenados son hombres enfermos, y que por lo general su
enfermedad reconoce por causa una desgracia; vuestra misión debe ser noble,
consolándolos, exhortándolos teniendo siempre para ellos palabras de
benevolencia, no diciéndoles nada que pueda causarles disgusto, no
contrariándoles con insistencia, ni en son de autoridad, y por último no
burlándose de aquéllos cuyos gestos y palabras inspiren risa.
Por
lo dicho observaréis que es muy fácil reconocer á primera vista á los enfermos
pertenecientes á Manicomios cuyo régimen interior deje algo que desear; se
hacen notar por la rudeza de sus modales, por sus vociferaciones y por su
lenguaje poco comedido. Por el contrario allí donde los enajenados están
sometidos á una sabia vigilancia, donde tanto los jefes como los servidores
usan toda la corrección posible en sus modales, veréis á los enfermos
distinguirse por su aire y por su decencia en conducirse.
Esto
os hará comprender por qué en los Manicomios se debe adoptar un sistema de
educación. Debe considerarse á estos enfermos como niños, á quienes se enseñan
las reglas de urbanidad, y á quienes se le inculcan ideas de orden, de
limpieza, lo mismo que las prácticas religiosas.
De
lo expuesto podemos deducir que el alienado no ha de ver en su enfermero más
que un buen amigo al que tiene que obedecer y respetar, pero que ese respeto
sea el que nace del cariño que se profesa á una persona, en la que se ve que la
justicia preside sus actos, no ese respeto nacido del miedo, y del que no se
consigue más, que el que los alienados se vuelvan vuestros enemigos en la
primera ocasión.
Tratamiento físico.
Limpieza de los alienados
Una
de las cosas en que debe fijarse más el enfermero, es en la limpieza de sus
enfermos; es esta una cualidad que distingue tanto al bueno del malo enfermero,
que si cualquier persona extraña al establecimiento pasase visita, como se hace
en el Sanatorio de Conjo, teniendo cada sección de enfermos su guardián al
frente, en seguida diría cual era el enfermero modelo de la casa.
Y
ahora que de limpieza tratamos, hemos de recomendar se lleve hasta la exageración en esa sección de alienados
llamados sucios, por no tener
voluntad para atender á su propio aseo.
Sabéis
que estos alienados, no sólo hacen sus necesidades durante la noche en su
lecho, sino que también durante el día por sus ropas; ahora bien, generalmente
en estos enfermos el estado mental llegó á su fin, y esto los coloca en
condiciones tales, que sino tenemos con ellos todos los cuidados posibles, les
veremos inmediatamente cubrirse de grandes ulceraciones que desbastarían todo
su cuerpo.
Es,
pues, necesario ser incansables en la limpieza de estos desgraciados alienados,
lavándolos cuantas veces sea necesario en el día, mudando con frecuencia sus
vestidos, teniendo gran vigilancia en lo que se refiere á su cama, variando sus
ropas y jergones muy á menudo y, sobre todo, tratando de hacer que muchos de
estos enfermos, por no ser posible todos, lleguen a no ensuciar su lecho, lo
que se consigue teniendo horas fijas para llevarlos á los retretes.
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5 Claustro antiguo, postal
De la alimentación
Hemos
dicho al hablar del loco, que en algunos períodos de su enfermedad presentaba
gran repugnancia á los alimentos. Esto no siempre es debido al mal estado de su
estómago, y es necesario vencer tal repugnancia á alimentarse, pues de otro
modo el aniquilamiento del enfermo no tarda en presentarse.
Para
ello emplearemos primero, medios que podemos llamar de dulzura; como cambiar al
enfermo del sitio donde come ordinariamente ó mudar el personal encargado de
servirle el alimento. Si éstos no diesen resultado apelaríamos á la
intimidación, llevando al enfermo á la ducha, haciéndola funcionar en su
presencia y hasta haciéndole sufrir sus efectos siempre y cuando estuvieren
indicados.
Pero
en ciertas ocasiones estos medios no dan el resultado que se apetece, y
entonces es necesario recurrir á la alimentación forzada por medio de la sonda
exofágica, y que todos conocen, por ser de uso común en los Manicomios.
En
lo que deben fijarse los enfermeros, por ser de su incumbencia, es en la
alimentación de muchos enfermos, que no por repugnancia, y si sólo por falta de
voluntad, son incapaces de llevar la cuchara á la boca. A éstos hay que
alimentarlos, como suele decirse, á la mano, pero teniendo gran cuidado á fin
de que los alimentos vayan lo suficientemente divididos, sobre todo si se trata
de enfermos paralíticos, pues no sería el primero que por falta de precauciones
muriese por sofocación.
Del vestido y del sueño
en los alienados
Debe
ponerse empeño en que los alienados anden lo más limpios posibles, en que no le
falten botones á sus ropas y en que sus zapatos se hallen siempre en buen
estado, pues es indudable que el aseo convierte muchas veces á enfermos con
tendencias á hacerse Clinequesas, en
enfermos limpios y aseados.
El
sueño de los alineados, aun en los períodos de tranquilidad de su enfermedad,
dura muy pocas horas, por eso es frecuente que se levanten de sus camas antes
de las horas reglamentarias. Hay que evitarlo, pues alteran el orden del
departamento, interrumpiendo el sueño de los demás enfermos. Se consigue
sabiendo imponerse y teniendo cuidado que no duerman durante el día en los
jardines y salas de recreo.
Medios de sujeción
En
otro tiempo era muy frecuente emplear aparatos de sujeción en todos los
enfermos turbulentos; hoy día se han limitado en gran manera, tanto que en
algunos Manicomios está terminantemente prohibido sujetarlos y sólo se emplea
el encierro en las celdas.
Ninguno
de estos dos extremos nos agrada. El abusar de los medios de sujeción hace que
la mayor parte de los enfermos tengan tendencias á hacerse incurables y que
cada día se haga más turbulenta la población del Manicomio, á más de la pérdida
del capital empleado en correas; y el aislamiento en celdas condena al enfermo
al aniquilamiento más o menos lejano.
En
los establecimientos bien montados, estos medios tienen una aplicación
excepcional; sobre todo si se tiene un cuerpo de enfermeros capaces de hacerse
querer y respetar por sus enfermos.
Indudablemente,
cuando se tiene el talento de ganar la afección y confianza de los enfermos,
estos agentes coercitivos son completamente inútiles. Por la paciencia y
dulzura se obtienen resultados pasmosos.
Pero
no es menos cierto que la sujeción tiene que emplearse necesariamente en
ciertos casos. ¿Cómo nos conduciríamos con los enfermos que sin dejar de
moverse no quieren acostarse en sus camas? ¿Cómo con esos individuos que
siempre se desnudan y rechazan ponerse los zapatos? ¿A qué medio apelaríamos
con esos enajenados que sólo piensan golpear al primero que se presentan, y con
los que se entregan á la masturbación? ¿No dá á veces buen resultado como medio
disciplinario?
No
pueden, pues, abandonarse en absoluto los medios de sujeción, pero sí es
necesario restringir su uso lo más posible, no empleándolos nunca sin orden de
los médicos y teniendo siempre cuidado para que no molesten en lo más mínimo al
enfermo.
Para
terminar, no nos cansemos de ser caritativos con los desgraciados locos;
observemos á las Hijas de San Vicente de Paul como se desviven para sembrar de
flores la senda que recorre el infortunio. Con ellas han de tejer la corona que
ciñan en el Cielo.
Vicente Goyanes Cedrón. Manicomio de Conjo
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6 Joaquin Sorolla y Bastida. El padre Jofre protegiendo a un loco 1887
RESUMEN
Deberes de los enfermeros, relacionados con lo que dispone
el Reglamento por el que se rige el SANATORIO DE CONJO
Artículo 1º.- Los enfermeros están
llamados á prestar á los alienados los cuidados que su estado exige.
Sus
inspiraciones deben ser las de un buen padre.
Deben
tener siempre presente que los alienados son hombres enfermos y que por lo
general su enfermedad reconoce por causa una desgracia.
Artículo 2º.- En sus relaciones con
los alienados debe captarse por todos los medios posibles su amistad y
confianza.
Artículo 3º.- Los cuidados que los
enfermeros prodiguen á los alienados, no se han de limitar á la limpieza de los
lugares en que aquellos permanezcan, sino que también deben tener verdadero
empeño en moralizarles, consolarles y exhortarles.
Responderán
á las preguntas de los alienados, con palabras de benevolencia.
Se
guardarán de reír en presencia de los enfermos cuyos gestos ó palabras inspiren
burla.
Si
son maltratos por los alienados, no deben de perder de vista que han de
abstenerse de todo castigo, á no ser que á ello les obligue la defensa de su
persona; cosa casi imposible por otra parte, pues hállase dispuesto el servicio
de manera tal, que rara vez podrá hallarse solo un enfermero.
Artículo 4º.- No se contradecirá á
los enfermos con insistencia y en son de autoridad.
No
se les dirá nada que pueda causarles disgusto, á no ser que otra cosa dispongan
los jefes.
Artículo 5º.- Se vigilará de una
manera especial á los enfermos que atenten contra su vida.
La
misma atención se prestará á los paralíticos, epilépticos y masturbadores.
Artículo 6º.- No se hará uso de los
medios de sujeción, sin haber consultado antes á sus jefes.
Artículo 7º.- Tendrán cuidado de
ocultar las llaves y de hacer el menor ruido posible al abrir y cerrar las
puertas.
Artículo 8º.- Ejecutarán con todo
celo y prontitud las órdenes de sus superiores.
Artículo 9º.- Impedirán que los
alienados se sienten en el suelo, en las salas y patios.
Debe
evitarse la estancia de los enfermos á los rayos solares, lo mismo que á la
humedad.
Artículo 10º.- Presidirán la limpieza
y lavado de sus enfermos, cuidando escrupulosamente de todas las piezas de ropa
á fin de que éstas se conserven en el mejor estado posible.
Se
prohibirán las riñas, lo mismo que los hurtos.
Artículo 11º.- Debe ejercerse gran
vigilancia para evitar la fuga de los enfermos, y en particular la de los
recluidos judicialmente.
Artículo 12º.- Queda terminantemente
prohibido el llevar ni traer á los enfermos recados ni objetos de ninguna
especie.
Artículo 13º.- Responderán de los
desperfectos ocasionados, siempre que puedan atribuirse á falta de vigilancia.
Artículo 14º.- Cumplirán además con
todos los deberes inherentes á su cargo.
Artículo 15º.- Los enfermeros que
faltasen á lo dispuesto serán castigados con descuentos y con la separación de
su empleo, según la gravedad de la falta.
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FOTO
7 Portadas de: Cuidados psiquiátricos de enfermería en España (siglos XV al XX).
Historia de la Enfermería Española. Francisco Ventosa Esquinaldo
AGRADECIMIENTOS
Olga Villasante Armas
Alfonso Blanco Picabia
Revista de la Asociación
Española de Neuropsiquiatría
Óscar
Martinez Azurmendi
Emilio
González Fernández
David Simón
Lorda
Francisco Ventosa
Esquinaldo
Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado
en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital
Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio
Vasco de Salud
Insignia
de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro
de Enfermería Avanza
Miembro
de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro
de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro
de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro
no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
1 comentario:
Pueden descargarse gratuitamente mi desmitificador libro sobre la masturbación femenina desde mi Blog. TODO lo que se ha dicho sobre ella es FALSO.
http://jesusramosbrieva.blogspot.com.es/
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