AUTORA: Asunción
Fernández Doctor. Profesora Titular de Historia de la Ciencia. Unidad
Docente de Historia de la Medicina. Facultad de Medicina de Zaragoza
Como es bien sabido, las profesiones
sanitarias han sufrido importantes cambios a lo largo de la historia. Desde
la antigüedad clásica existió una diferenciación entre medicina y cirugía: una
dedicada a las enfermedades internas y la otra a las externas, la una, ciencia
con grandes dosis de elucubración y la otra, una técnica manual, aunque con
frecuencia era desempeñadas por las mismas personas. Pero es al final de la
Edad Media cuando se produce una clarísima diferenciación entre médicos y
cirujanos, producida por la creación de las Universidades de las que desde un
principio formaron parte las Facultades de Medicina que enseñaban a los médicos
mientras que los cirujanos se siguieron formando con el modelo abierto de
enseñanza, al mismo estilo que cualquier artesano aprendía su oficio,
simplemente junto a un maestro. Situación que se mantendrá hasta el siglo
XVIII.
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Real y General Hospital Nª Sra. De Gracia de Zaragoza
Por su
parte la enfermería nos aparece a lo largo de la historia como una de las
profesiones sanitarias menos perfiladas, probablemente porque no la dejaron ser
un oficio gremial, estuvo sometida a otras profesiones sanitarias, se asoció a
otras profesiones no sanitarias y porque mas recientemente ha sido desempeñada
con frecuencia por personal religioso en el que ha predominado lo religioso
sobre lo profesional. Por ello mi aportación a esta Mesa Redonda pretende
colaborar a aclarar lo que fue la enfermería, describiendo como estaba
organizada en Zaragoza en el siglo XVIII y los avatares que sufrió. Además distinguiré
lo que fue aquí la enfermería hospitalaria de lo que fue la ambulatoria, dos
ámbitos diferentes con peculiaridades propias.
La enfermería hospitalaria
La
enfermería hospitalaria de Zaragoza en ese periodo se desarrollaba
fundamentalmente en el Hospital de
Nuestra Señora de Gracia que era el centro principal de la sanidad
aragonesa, destacando sobre los demás hospitales tanto por su capacidad como
por su fama científica. Situado en la actual plaza de España y complementado
con el Hospital de Convalecientes que posteriormente heredó su nombre y función,
después de que aquél fuera destruido en los Sitios, dicho hospital servía a un
área superior a Aragón: desde Castilla, concretamente de los obispados de
Calahorra y Sigüenza, desde Navarra y País Vasco y hasta desde Madrid se traían
enfermos a este hospital, en especial enfermos mentales y también niños
expósitos. En él se admitía a cualquier enfermo, procediera de donde procediera,
cumpliendo así con su lema: Domus
infirmorum urbis et orbe. Efectivamente la variedad lingüística de los
enfermos atendidos está atestiguada por la presencia obligada de Pasioneros o
confesores de lengua castellana, francesa, italiana y vascongada.
La
capacidad asistencial de este hospital era de cerca de 500 camas, con unos índices
de ocupación que oscilaban entre el 0,70 y el 0,98 en los años que poseemos
datos, sin contar al Departamento de Dementes que tenía unas 100 camas más.
Además mantenía unos 800 expósitos que habitaban con las amas fuera del
hospital (1).
El
promedio de sus empleados se movía en tomo a los 150 ó 200. El personal sanitario
estaba constituido por médicos y maestros cirujanos, bajo los cuales el
enfermero mayor y el teniente de cirugía gobernaban a tablajeros, enfermeros,
cataplasmeros, padre de unciones y mancebos que en número de 60 se dedicaban a
la limpieza y atención a los enfermos y recibían formación continuada para
poder ascender a las plazas de practicantes. Las salas de mujeres estaban
servidas fundamentalmente por Madres y criadas sin preparación, lo que si bien
imprimía mayor higiene y orden que en las de los hombres, conllevaba peor
asistencia sanitaria. A lo largo de todo el siglo se hacen intentos de reducir
el personal, especialmente mancebos y criados, a fin de disminuir gastos y
conseguir un mayor orden, pero esto no llegó a realizarse.
El
hospital en la segunda mitad del siglo XVIII estaba atravesando una grave
crisis, patente en muchos ámbitos pero especialmente llamativa en lo relativo
al personal asistencial. Desde hacía siglos continuaba con las mismas
estructuras y normas y el intento ilustrado por parte de los Regidores del
Hospital de racionalizar su funcionamiento y dar un impulso al estudio de la
Cirugía, no resultó de fácil aplicación y produjo los acontecimientos
siguientes:
1° El
enfrentamiento entre médicos y cirujanos debido al deseo de promoción de los
segundos, impedido por la práctica totalidad de los médicos, opuestos a la
creación de un Colegio de Cirugía para la enseñanza de la misma en este
hospital.
2° La
expulsión de seis de los siete médicos del hospital por parte de la Sitiada o
junta de gobierno de hospital, para dejar dos solamente a dedicación exclusiva,
motivada en gran parte por la oposición de los médicos a la creación del
Colegio de Cirugía citado y al deseo de que hubiera permanentemente médicos
licenciados en el hospital.
3° La
partición en dos de la Cofradía o Colegio de Médicos y Cirujanos de Zaragoza
que desde 1470 habían permanecido juntos y con sede en el hospital (1).
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Sacamuelas
Estos
problemas también afectaron a los otros estamentos de personal sanitario,
practicantes, mancebos, etc., pues no hay que olvidar que eran aprendices de
cirujano y que sus posibilidades de formación y promoción también quedaban
mermadas al no crearse el Colegio de Cirugía. El número de mancebos era
ingente, entraban en el hospital con frecuencia recomendados por algún Regidor
sin previa selección, y en muchas ocasiones solicitaban este puesto más para
tener alojamiento y alimentación que para aprender y por verdadera vocación.
Por otro lado, los que ya estaban algo formados, tablajeros y enfermeros,
desatendían a veces su trabajo, y es que el corto sueldo y la falta de
vigilancia hacían que con frecuencia salieran fuera del hospital a hacer curas
y a afeitar, abandonando sus labores en él. Todos ellos formaban la cofradía de
San Roque. En resumidas cuentas, que la enfermería de este hospital, según la
opinión del Maestro cirujano Vinqueira, estaba constituida por demasiadas
personas, sin buena organización y con relajadas costumbres (1). La solución se
vio en sustituirla por personal religioso.
Este
cambio era novedoso, pues en el siglo XVIII la asistencia hospitalaria por
parte de órdenes religiosas no existía en los hospitales de nuestro entorno. Ni
el hospital de la Santa Cruz de Barcelona, ni los de Burgos, Pamplona,
Valencia, Calatayud, Lérida, Huesca o Jaca tenían en 1767 ninguna orden
religiosa desempeñando funciones de asistencia sanitaria. Fue la Revolución
Francesa la que propició la entrada en el cuadrante nororiental español de
Órdenes religiosas hospitalarias como las de las Hijas de la Caridad de San
Vicente de Paúl. Ya a mediados del siglo XVIII se había propuesto para el
hospital de Zaragoza la introducción de los Hermanos de la Congregación fundada
por el venerable Bernardino Obregón que desde el siglo XVI servía en otros
muchos lugares de España y entre ellos en Madrid. Se pensó en traer a 12
hermanos de esta Orden para sustituir a 32 practicantes, pero al final esto no
se llevó a cabo (1).
Pero en
la última década del XVIII la Sitiada seguía pensando en la reforma del
personal de enfermería y animada por el ejemplo francés y aprovechando la
coyuntura favorable que ofrecía la Revolución Francesa, estuvo en trámites con
la Orden francesa de las Hermanas de la Sabiduría o Filles de Saint Laurent-sur
Sévre que tenía su casa principal en La Rochelle (2).
Pero el resultado de estas negociaciones fue negativo, ya que
probablemente chocó la jurisdicción eclesiástica, a la que estaba sometida esta
Orden, con las exigencias de la Sitiada, que pedía sometimiento total a ella.
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Barbero sangrador
Semejantes
problemas se habían planteado en el Hospital de la Santa Cruz de Barcelona.
Hacia 1790 llegaron a dicho hospital las Hijas de la Caridad de San Vicente de
Paúl, cumpliéndose así un proyecto con grandes dificultades, en especial de
jurisdicción, problemas éstos que al final había allanado la Revolución
Francesa. Pero la convivencia difícil con las Hermanas Dardesas que ya hacía
años asistían en aquel hospital les hizo abandonar esta misión en su mayoría.
Para sustituidas se creó una Hermandad de la Caridad, sometida totalmente a la
Junta de Gobierno del hospital. Poco tiempo después se crearon hermandades de
este tipo en muchos hospitales catalanes y sus juntas de Gobierno tuvieron buen
cuidado de que entre las diversas hermandades no hubiera ninguna dependencia.
Desde
Zaragoza la solución que se había dado en Cataluña al problema del personal
sanitario auxiliar pareció la más satisfactoria. Se pensó que Hermandades de
Caridad como la que se había creado en el Hospital de la Santa Cruz era lo que
necesitaba el Hospital de Ntra. Sra. de Gracia, y esto es lo que se solicitó y
para lo que vino el padre Bonal a Zaragoza, como intermediario y conductor de
Hermandades de Caridad que él bien conocía como Vicario que era del Hospital de
la Santa Cruz de Barcelona (3).
Este
era el panorama sanitario que María Rafols, junto con las demás compañeras y
compañeros, encontró en Zaragoza: un enorme hospital con un funcionamiento muy
complejo y anquilosado que necesitaba de sabia nueva para la atención a los
enfermos, un enorme trabajo que se complicaría muchísimo más con la destrucción
del edificio y la carencia de medios, cuatro años después con la guerra de la
Independencia.
La enfermería ambulatoria
La enfermería ambulatoria en
Zaragoza tenía otras peculiaridades. La ejercían también mancebos cirujanos,
que obligadamente tenían que trabajar dependiendo económica y profesionalmente
de un maestro cirujano en cuya botiga o tienda desempeñaban sus funciones
estéticas y sanitarias que eran también las propias de los barberos: cortar
barbas y pelo, afeitar, sangrar, echar y fajar ventosas, aplicar vesicatorios y
echar clístenes o ayudas (4).
Pero
las operaciones de cirugía menor que se les permitían hacer, tenían que ser
supervisadas por sus maestros y en cuanto a las ganancias, tenían que partir
los beneficios de su trabajo al 50% con ellos. Y es que desde tiempos de Carlos V la cirugía se había organizado
en Zaragoza de forma diferente al resto de los territorios de la Monarquía
hispánica, ya que los maestros cirujanos tenían que dedicarse solo a la cirugía
propiamente dicha para así avanzar en ella, y a cambio sus oficiales o mancebos
ejercían también la barbería con la obligación de compartir sus beneficios
económicos con ellos (5).
La
formación y posibilidad de acceso de un mancebo cirujano para ser maestro
cirujano en Zaragoza era complicada. Tenía que ser bachiller en Artes por la
universidad y por tanto saber latín, a continuación practicar 3 años con
cirujano colegial de Zaragoza sin ejercer durante ese tiempo como barbero y
sangrador y, concluidos éstos, hacer proceso de limpieza de sangre, pasar un
examen riguroso y pagar los gastos que ascendían a unos 300 pesos. Para ello,
el haber cursado 3 años de teórica en la cátedra de Cirugía en la Universidad,
solía exigirse (6).
A
principios del siglo XVIII en Zaragoza había 10 botigas de cirugía que se
repartían por toda la ciudad para así prestar un mejor servicio. En cada una de
ellas la cabeza era un maestro cirujano, licenciado en cirugía por la
universidad y colegial del Colegio de Médicos y Cirujanos de dicha ciudad, y
bajo el cual mancebos cirujanos ejercían la enfermería ambulatoria y la
barbería con formulas propias de los oficios agremiados. Pero en torno a los
años veinte de dicho siglo comienza a aparecer un descontento general entre los
mancebos cirujanos. Sin duda había habido cambios en el acontecer histórico,
los Borbones trajeron nuevas modas y una mayor competencia, al parecer en
Aragón vinieron a establecerse cirujanos franceses que quitaron trabajo a los
del reino, y la moda de la peluca también traída por ellos, hacía que los
cortes de pelo y los recortes de barba aunque más frecuentes fueran menos cuidadosos,
por lo tanto el trabajo disminuyó e igualmente los ingresos.
Así
las cosas, en el año 1728, los mancebos cirujanos casados solicitaron del
Ayuntamiento de Zaragoza mayor libertad en el ejercicio de su oficio (7), mas
facilidades para ser cirujano y que las ganancias del maestro cirujano se
redujera a un tercio ya que esta proporción estaba generalizada en otros
oficios agremiados, así albañiles, tejedores, fundidores zapateros (8). El
Ayuntamiento se lo concedió en 23 de Diciembre de 1728, e inmediatamente el
Colegio de Médicos y Cirujanos de la ciudad replicó ante la Audiencia (9) que
sentencio que los mancebos podían convenir sus sueldos con los maestros
cirujanos y estos solo podrían despedirlos bajo determinadas condiciones (10).
Hecho que aprovecharon bastantes mancebos para independizarse de sus maestros.
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Sacamuelas
La
situación dejo en clara desventaja a los maestros cirujanos que cerraron y
vendieron botigas, y comenzaron la batalla legal inmediatamente, en 1729. En
ese tiempo, hay que tenerlo en cuenta, el número y la situación de botigas de
cirugía estaba limitada como aun hoy lo están las farmacias.
Mas
tarde, por el año 1740 (11), el Colegio de Médicos y Cirujanos aun continuaba
su lucha por volver al status anterior, para lo que denunció el deplorable
estado de la cirugía, achacándolo a la liberalización que había hecho el
Ayuntamiento en 1728, y proponiendo que hubiera solo 12 botigas de cirugía y en
cada un de ellas un maestro, un aprendiz y 6 mancebos cirujanos (12). El Procurador
General de la ciudad pidió consejo sobre este asunto a los doctores Borbón,
Alpuente y Bosque, prestigiosos médicos de la ciudad y del hospital, que
efectivamente aconsejaron la vuelta a la situación anterior, puesto que la
existente perjudicaba a la Cirugía claramente y por lo tanto al bien público
buscado (13).
Una cédula
real ganada en 1751 por el Colegio de Médicos y Cirujanos contra las
pretensiones de los mancebos, restablece la autoridad de los cirujanos sobre
los mancebos cirujanos (13). Finalmente un acto de sumisión, cargado de
significado, en el que en cada botiga, los mancebos entregaban las llaves del
armario a su maestro, cierra este primer
episodio (13) en el que las peticiones por parte de los mancebos no habían sido
sólo económicas, sino de promoción y libertad pues recordemos que también
habían solicitado facilidades en la enseñanza para poder promocionarse como
cirujanos.
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Barbero sangrador, sanidad siglo XVIII
Pero
no contento el Colegio de Médicos y Cirujanos con lo conseguido, quiso borrar
toda posibilidad de volver a la situación anterior, para lo que logró la
supresión de la Hermandad de Mancebos
Cirujanos de San Cosme y San Damián que se había creado en la iglesia de
San Gil en Zaragoza el 20 de Septiembre de 1674 (14), para ello consiguieron un
“Apellido de Inventario”, proceso foral aragonés, que terminó con la entrega al
Colegio de Médicos y Cirujanos de la documentación de la Hermandad, mientras
que los bienes fueron repartidos entre los miembros de la cofradía, que
batallaron legalmente hasta 1753 por que al menos se les diera una copia de la
Bula Apostólica, mediante la cual se había erigido su cofradía.
Pero
aun la batalla no terminó, en 1761 consiguieron que subsistiera la Hermandad
puesto que solo tenía “fines y efectos de devoción y sufragios” (14). Aunque
sin duda con el paso del tiempo esta Hermandad religiosa sirvió para mantener
unidos a los mancebos y desde ella defenderse profesionalmente frente al
Colegio de Médicos y Cirujanos.
Durante
los años de libertad de los mancebos cirujanos, muchos debieron de ejercer su
profesión independientes de las botigas de los maestros cirujanos, lo cual
obligo a que para volver a la situación anterior, había que agregar a los
mancebos cirujanos sueltos a las botigas de cirugía existentes. Pero a pesar de
las repetidas ordenes que sobre ello se dieron (15), en el año 1791, aun no se
había conseguido. Para entonces las boticas de cirugía en Zaragoza eran ya 25,
y los mancebos que ejercían libremente y tenían que ser agregados eran unos 50
(16), de manera que como se puede comprobar, esta profesión había crecido
enormemente y en la práctica parte de ella estaba independizada. Las causas de
la no agregación y resistencia a acatar lo ordenado provenían de ambos
sectores: los mancebos exigían que se les reconociera su antigüedad, que no se
les volviera a examinar y que los maestros no practicaran la barbería y la
cirugía menor; y los maestros cirujanos, por su parte, no querían reconocerles
la antigüedad y algunos exigían que los beneficios que estos recibieran fuesen
solo de la parte de los parroquianos que ellos aportasen (16).
Conclusión
En definitiva, que a pesar de la lucha mantenida a
lo largo de todo el siglo XVIII, los mancebos cirujanos de la asistencia
ambulatoria de Zaragoza no consiguieron totalmente ser un oficio agremiado
independiente de la cirugía y por su parte los mancebos cirujanos hospitalarios tampoco
tuvieron una progresión, pues fueron paulatinamente sustituidos por personal
religioso lo largo del siglo XIX.
Bibliografía
1.- Fernández Doctor, Asunción. El Hospital Real y General de Ntra. Sra. de Gracia en el siglo XVIII.
Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1987.
2.- Esta Orden religiosa tuvo
una evolución diferente a las demás congregaciones hospitalarias francesas, era
la única congregación que aumentó su implantación en un 15% entre los años de
1790 y 1808, en plena Revolución Francesa, debido a que ya 30 años antes había
tenido una dinámica enorme creando escuelas y casas de caridad, y a que las
comunidades útiles estaban mejor consideradas por estos años que las abadías y
conventos, además de que le favoreció la coyuntura epidemiológica por la que
pasó la Bretaña. Goubert, J.P.; Rey, R.; Bertrand, J.; Laclau, A. Atlas de la Révolution francaise. Médicine
et santé. Vol. 7. Paris,
Editions de J´Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales, 1993
3.- Tellechea Idígoras, J. Ignacio. Las
Hermanas de la Caridad de Santa Ana y el Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Documentos históricos II. Constituciones
primitivas. Vitoria. Hermanas de la Caridad de Santa Ana, 1976.
4.- Archivo Histórico
Provincial de Zaragoza en adelante A.H.P.Z. Pleitos Civiles 1478/10. Año 1729
5.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles,
caja4577/1. Año 1751
6.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles
1478/10. Año 1729
7.- Biblioteca Histórico
Médica de Valencia, en adelante B.H.M.V. C/31. Colección y Relación de origen antiquísimo y del merito singular de los
señores Médicos Cirujanos y Boticarios. Particulartmente los de Aragón,
Cataluña, y Valencia. (Colección L. Sánchez Quintanar), nº 37
8.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles
1478/10. Año 1729
9.- B.H.M.V. C/31. Colección
y Relación de origen antiquisimo y del merito singular de los señores Médicos
Cirujanos y Boticarios. Particulartmente los de Aragón, Cataluña, y Valencia.
(Colección L. Sánchez Quintanar), nº 39 y 36
10.- A.H.P.Z.
Pleitos Civiles 1478/10. Año 1729.
11.-
A.H.P.Z. Audiencia, Libro
del Real Acuerdo de1739, ff.138-141
12.- A.H.P.Z. Audiencia, Libro del Real Acuerdo de 1747,
ff. 461-467.
13.- A.H.P.Z.
Audiencia, Libro del Real Acuerdo de 1747, ff. 461-467.
14.- AHPZ, Real Acuerdo, año 1762, fol. 63 y 64
15.- Ordenes de 5-5-1747, de
15-9-1751, de 9-7-1761, de17-5-1764 y de 6-6-1782. A.H.P.Z., Pleitos
Civiles, 4577/1, año 1791
16.- A.H.P.Z., Pleitos Civiles,
4577/1, año 1791. fol. 33
Fotos
FOTO 1.-
Real y General Hospital Nª Sra. De Gracia de Zaragoza. Tesis Doctoral de
Asunción Fernández Doctor
FOTO 2 y 3.- Tomás Cabacas. Barberos, sangradores,
sacamuelas
FOTO 4.- Pinturas Museo de Arte de Carolina del Norte. El
dentista
FOTO 5.- Barbero Sangrador. La sanidad en el siglo XVIII
Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado
en Enfermería
1 comentario:
Hola,
me parece muy interesante esta entrada en tu blog. Estoy buscando información sobre cirujanos de finales del s, XVIII y del s. XIX en la provincia de Huesca. ¿Sabes dónde la puedo conseguir?
Gracias
Pepe
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