EL CÓLERA EN
LAS TRANSFORMACIONES DEL SIGLO XIX EN ÁLAVA. LA EPIDEMIA DE 1834
Tesis defendida por el
extraordinario enfermero alavés Manuel
Ferreiro Ardións, hoy Doctor en Geografía e Historia por
la Universidad del País Vasco, UPV/EHU, al que el tribunal le otorgó la nota de
“Apto
Cum Laude”. Este experto enfermero de la Historia de la Enfermería
trabaja como enfermero asistencial en el Hospital Universitario de Álava.
Además es licenciado en Geografía e Historia. Miembro con su compañero Juan Lezaun Valduvieco de la Comisión
de Historia y Humanidades del Colegio de Enfermería de Álava. Profesor
acreditado por el Servicio Estatal de Empleo para la formación en la Rama
Sanitaria, Profesor contratado de Grado Medio de Auxiliar de Enfermería. Autor
y coautor de más de una veintena de estudios referidos a la Historia de la
profesión enfermera. Su correo: mferreiro@euskaltel.net
FOTO 001 El autor Manuel
Ferreiro y la portada de su Tesis
El Director de su Tesis
fue Antonio Rivera Blanco,
Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU. Y el tribunal estuvo
compuesto por su presidente Pedro Carasa
Soto, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid.
Los vocales: Mª Estíbaliz Ruiz de Azúa
Martínez de Ezquerecocha, Titular de universidad, acreditada Catedrática,
de la Universidad Complutense de Madrid. José
María Ortíz de Orruño Legarda, Profesor Titular de la UPV/EHU. Pedro Oliver Olmo, Profesor Titular de
la Universidad de Castilla-La Mancha. Y Mercedes
Arbaiza Vilallonga, Profesor Titular de la UPV/EHU.
FOTO 002 Tribunal de la
Tesis de Manuel Ferreiro
En su presentación nos
cuenta que “Las connotaciones de terror
con las que relacionamos los procesos epidémicos catastróficos a lo largo de la
historia tienden a valorarse casi exclusivamente en función de la mayor o menor
dentellada que infringieron a las pirámides de población. Así, en Álava, la
epidemia de cólera de 1855 es destacada en cualquier texto que aborde el siglo
XIX provincial como elemento desestabilizador demográfico, económico o social a
partir de las llamativas cifras de mortalidad que plasman los documentos,
marginando por el contrario las epidemias de 1885 y 1834 por sus discretas
cifras de devastación humana que conocemos. No se matiza, sin embargo, que los
datos de 1834 fueron recopilados a posteriori en medio de una guerra, lo que
desvirtúa cualquier mínimo parecido con la realidad; y en cuanto a la de 1885,
en teoría y con las cifras clásicas la más virulenta, no se señala que su
pecado para no entrar en la Historia fue saltarse Vitoria, lo que la convirtió
en anónima documental a pesar del daño causado en los núcleos rurales y
estimular, aún más, la emigración de fin de siglo hacia los incipientes
reductos industriales y a la América mitificada”.
El
término cólera como entidad patológica había sido sistematizado por Sydenham
bajo la taxonomía de cholera morbus a finales del siglo XVII, englobando
en ella manifestaciones clínicas de algunos procesos gastroentéricos abruptos
de predominio estival; y por extensión, en el desconocimiento de los muy
diversos agentes causales, asumía una misma identidad nosológica para aquellas
formas clínicas que habían tenido cierta presencia en los manuales médicos
europeos del XVI y el XVII a partir de los intercambios comerciales y la
presencia europea en el sudeste asiático
El cólera es una
enfermedad infecciosa cuyo reservorio es casi exclusivamente humano aunque
puede sobrevivir bajo determinadas condiciones en otros medios de manera
temporal, caso del agua, vector de transmisión que le otorga un gran poder de
diseminación adquiriendo entonces comportamientos epidémicos. Su clínica es
fundamentalmente gastroentérica, caracterizada por diarreas persistentes que
causan deshidrataciones severas pudiendo llevar a la muerte de las personas
infectadas en cuestión de horas o pocos días si no reciben un tratamiento
adecuado. Hasta inicios del siglo XIX no se tiene constancia de que afectara a
Europa, pero a partir de entonces se sucedieron varias epidemias cuyos
testimonios de terror son equiparables a los que se asocian a la peste.
FOTO 003 Fig.1. Gaceta
de Madrid nº 171. 1835
Álava sufrió a lo largo
del siglo XIX tres epidemias de cólera, en 1834, 1855 y 1885, de las que ha
trascendido fundamentalmente la de mediados de siglo verbigracia del magnífico
estudio que de ella realizara un coetáneo de la misma, el cirujano municipal de
Vitoria Gerónimo Roure, y de su eco
en los trabajos sobre el cólera en la provincia que se harían en los años 80 y
90 del siglo XX. Sin embargo, la exaltación de la epidemia de 1855 por mejor
conocida, oculta que las cifras de la epidemia anterior, la de 1834, son
totalmente irreales ya que al desconocimiento de la enfermedad se unió la
coincidencia en el tiempo con la Primera Guerra Carlista, lo que condicionó
sobremanera la recogida de datos de aquella epidemia, siendo de hecho
minimizada desde las cifras oficiales (Figura 1) y, por reflejo de ellas, en
los estudios históricos y demográficos de la provincia que se harían
posteriormente hasta la actualidad.
Partiendo de estas
premisas, se ha procedido a realizar un acercamiento a la mortalidad atribuible
al cólera de 1834 en Álava a partir de la mortalidad absoluta, tomando por ésta
la que ha quedado registrada en los libros sacramentales. De su análisis
preliminar quedan patentes dos elementos fundamentales: por un lado, la
evidente sobremortalidad que sufrió la provincia ese año con respecto a las
defunciones sacramentadas en el decenio 1830-1839 (Fig. 2) y, por otro, la
concentración de esa sobremortalidad de 1834 en los meses coincidentes con la
declaración oficial de cólera en Álava, de agosto a noviembre (Fig. 3).
FOTO 004 Fig. 2 y Fig.
3. Elaboración de Manuel Ferreiro
No obstante esta clara
elevación de la mortalidad, dado que la epidemia aconteció en un contexto
bélico, ha sido necesario analizar la influencia de la guerra en la provincia y
la potencial situación de hambruna vivida para estudiar su impacto sobre la
mortalidad ordinaria, tratando de aislar lo máximo posible la variable del
cólera en 1834. El diseño estadístico ha relacionado la mortalidad del periodo
agosto-noviembre de 1834 con la mortalidad media de ese periodo en el decenio
1830-1839, que engloba tanto años de mortalidad ordinaria como los años de la Primera
Guerra Carlista, en todas las localidades alavesas de las que se cuenta
registro sacramental de defunción (Se obtuvieron resultados de 442 parroquias
que se corresponden con 405 localidades existentes en 1834 y 390 del
nomenclátor actual de Álava, un 91,3 % del total).
Entre las conclusiones
alcanzadas en este análisis estadístico, destaca en primer lugar que la crisis
de mortalidad del año 1834 en Álava fue sustentada básicamente por el cólera,
siendo responsable de un mínimo de 1.166 muertes en Álava entre los meses de
agosto y noviembre de ese año, tres veces más de lo considerado con las cifras
oficiales, y que 145 localidades alavesas, reiterando su carácter de mínimo,
sufrieron la epidemia frente a las 38 conocidas hasta ahora, lo que supone la
aparición del cólera aquel año en la práctica totalidad de los municipios
alaveses (Fig. 4). Además, se evidencia que la duración de la epidemia fue
mayor, iniciándose por lo menos en julio y perdurando casos en el mes de
diciembre.
FOTO 005 Fig. 4.
Elaboración de Manuel Ferreiro
Estas cifras, y su
distribución en el tiempo y en el espacio, modifican por completo no sólo la
crónica de aquella epidemia, sino que, además, exigen responder a nuevas cuestiones
sobre la influencia del cólera en la evolución demográfica provincial que, con
las cifras oficiales, se habían minusvalorado en los estudios previos a favor
de la interpretación de la Guerra Carlista como causa explicativa, única y
suficiente, de la generación hueca que se evidencia para los nacidos entre 1832
y 1842 según el censo de 1857.
Además de estas
conclusiones de carácter cuantitativo se han obtenido otras a partir del
análisis de las fuentes documentales desde perspectivas sociales, mentales y
culturales. Así, cabe destacar que las medidas que se pusieron en marcha con la
finalidad de frenar el avance de la enfermedad, prevenir su aparición o
combatir sus efectos, en general resultaron del todo inútiles, pues la base
teórica del Higienismo sobre la que apuntalaban toda acción antiepidémica era
falsa respecto al cólera.
Esta base teórica,
sustentada por una actualización de las constituciones medioambientales
hipocráticas, defendía que todos los procesos morbosos epidémicos respondían a
una alteración de las propiedades físicas y químicas de la atmósfera, que se
veían influenciadas, entre otras, por las emanaciones pútridas desde el suelo,
el agua o las concentraciones de algunos seres humanos en descomposición, caso
de los cementerios, pero también de las cárceles o los hospitales.
FOTO 006 Litografía de
la Calle de la Herrería de Vitoria.
Estas teorías se habían
desarrollado a lo largo del siglo XVIII y generaron entre los ilustrados la
necesidad de actuar sobre estos factores de riesgo, siendo en el caso alavés
paradigmáticos los escritos del vitoriano Valentín
de Foronda. No obstante, la traslación al plano real fue muy limitado,
apenas perceptible en la renovación urbana de Vitoria a finales del XVIII y en
el emblemático año de 1820 -además de las imposiciones francesas durante la
ocupación-, pues la mera existencia de una estrategia para un adoctrinamiento
higiénico-sanitario por parte de las élites ilustradas no fue suficiente para
vencer las resistencias al cambio, haciéndose necesario la aparición de un
suceso alienador que hiciera deseable el nuevo modelo. Los ilustrados esperaban
a la peste, pero en su lugar hizo su presencia una epidemia desconocida que sin
embargo no desmerecería a aquella en su impacto sobre la mentalidad popular,
hasta el punto de confundirse en el lenguaje a ambas.
FOTO 007 Manuel Ferreiro
defendiendo su Tesis
A lomos del cólera la
estrategia adoctrinadora se abriría paso a lo largo del siglo XIX, siendo el
caso alavés buen testimonio de su evolución. En los prolegómenos y durante la
epidemia de 1834, discurso y acciones respondieron con fidelidad a los
postulados antiepidémicos del Higienismo ilustrado, centrándose en
intervenciones ambientales, sobre todo de carácter urbano y, en consideración
al axioma de la inviolabilidad de la propiedad privada, público. Los hogares o
las personas aparecen colectivizadas y sólo se señalan como elementos de riesgo
desde la marginalidad: vagabundos, presos, enfermos; sin embargo, a partir de
la experiencia del cólera de ese año el discurso irá cambiando y, del carácter
eminentemente público del riesgo, se avanza hacia el reconocimiento de algunos
espacios privados como guarida del mal. La habitación del pobre pasa a ser tema
reiterado entre los médicos vitorianos de la segunda mitad del siglo XIX, de Roure a Apraiz, señalándola abiertamente como peligro sanitario y, por
extensión, a sus moradores como sospechosos de criar al mal colérico como
antaño se había dicho de los vagabundos y otros desheredados. La expansión de
Vitoria hacia el sur, superando la colina medieval y los restos de sus
murallas, responde, dentro de su multifactorialidad, a un deseo de segregación
espacial como reacción al discurso higiénico-sanitario.
Así, en esa conversión
del espacio jugará un papel decisivo la Medicina, en cuanto que a ella se le
facultará como experta en salubridad urbana desde la primera epidemia de cólera.
Y, desde la segunda, se le otorgará el derecho para allanar las moradas en
nombre de la misma salubridad, permitiéndole avanzar a finales de siglo, ya
bajo el amparo de la bacteria en lugar del miasma, hacía el último reducto
físico, el propio cuerpo, en un paulatino proceso de medicalización de la
sociedad. El cólera había encumbrado a la Clase médica como la peste medieval
lo había hecho a la Clase sacerdotal.
CONCLUSIONES
Ante
condiciones favorables, como sucedió en Europa durante el siglo XIX, el cólera
es una enfermedad de fácil transmisión y diseminación que le permite expandirse
de manera epidémica y pandémica. El relato de los coetáneos de aquellas
epidemias, que podrían confundirse perfectamente con el de la peste negra, y el
determinismo de las revisiones históricas contemporáneas insistiendo en la
pervivencia, en la Europa del XIX, de unas intemporales condiciones higiénico-sanitarias
prebacterianas que explican el cólera como algo casi inevitable, sitúan a
aquellas epidemias en un contexto de apariencia lejano y totalmente superado
hoy día. Y, si embargo, el cólera tiene plena vigencia y actualidad en amplias
regiones del planeta constituyendo una amenaza potencial para el resto, de lo
que deja constancia el hecho de que se incluye dentro del grupo de enfermedades
de declaración obligatoria por la O.M.S.
Desde
su redil en las llanuras y delta del Ganges en aquellas epidemias del
ochocientos a la actualidad, el vibrión colérico ha colonizado de manera
estable el sudeste asiático, y vastas zonas de América y África subtropical, en
los que se presentan cíclicos brotes de carácter endémico.
El
actual conocimiento de la fisiopatología y epidemiología del cólera permite
corregir de forma eficiente los determinantes de salud implicados en su
aparición y propagación en países con mínimas estructuras de desarrollo técnico
y económico, si bien la fragilidad de estas medidas en algunas naciones les
hacen susceptibles de padecer verdaderas epidemias en contextos de crisis -como
los desastres naturales- y, en cualquier caso, no suponen una garantía de
inmunidad ni siquiera en los países más desarrollados, pues resulta imposible poner
fronteras al cólera.
Este
conocimiento sobre el cólera tiene unos orígenes remotos, considerándose que
algunas descripciones hipocráticas pudieran aludir al cólera del Índico, aunque
sólo adquiere protagonismo en la literatura científica a partir de las invasiones
europeas del siglo XIX.
Aunque
Snow vinculó el cólera con el suministro de agua en 1849, ello apenas incidió
en los mecanismos de profilaxis, siendo la fecha de corte para una lucha
efectiva contra la enfermedad el descubrimiento del agente biológico causal en
1883, si bien la epidemia entonces en curso no se vio todavía beneficiada -como
tampoco con la vacuna ensayada por Ferrán en 1885-, finalizando el siglo con
esquemas de respuesta que, en lo básico y fundamental, llevaban desde la
primera epidemia manifestándose como inútiles.
Efectivamente,
desde la primera gran experiencia pan-europea con el cólera -en propiedad la
segunda pandemia iniciada en 1829- se articuló una respuesta basada en las
teorías higienistas prebacterianas que, útiles en otras enfermedades, no
acertaron a atacar los elementos implicados en la cadena epidemiológica del
cólera.
FOTO
008 Congreso Historia de la Enfermería Madrid, noviembre 2012
En
Álava, la llegada de esta primera epidemia aconteció unos meses después de iniciarse
la primera guerra carlista por lo que, dividida la provincia y rota la
estructura administrativa, la información recogida sobre los efectos de la
epidemia resultó muy reducida y parcial. A esa limitación se unirían los
errores diagnósticos y el ocultamiento voluntario de casos, amén de los
intereses económicos, políticos y militares para no declarar la epidemia en
algunas zonas o en determinados momentos, que son constantes en los estudios
sobre el cólera. Estas mismas limitaciones plasmaron una extensión geográfica
de la epidemia por Álava muy reducida respecto a lo que conoceremos en los
siguientes embates del cólera, minimizándose así la percepción del impacto de
la epidemia tanto entre los cronistas del XIX como entre los investigadores más
actuales.
Tal
es así que incluso encuentro estudios demográficos del periodo que ni siquiera
tienen en cuenta la epidemia colérica de 1834, y los que la señalan apenas lo
hacen en la idea de un artefacto demográfico menor, reduciendo a la
unicausalidad bélica del conflicto carlista la evidente depleción en las curvas
demográficas de población, fecundidad o nupcialidad. Y sin embargo, la curva de
mortalidad del decenio 1830-1839 ofrece un sobresaliente pico en el año 1834 claramente
superior a la mortalidad media de los años bélicos; además, un 72,5% de la
mortalidad de ese año se concentra en la segunda mitad del mismo, dentro de la
temporalidad conocida de la epidemia de cólera, con un índice Dupâquier de 7,94
que representa una mortalidad de magnitud fuerte.
Con
este punto de partida de nula confianza en las cifras manejadas hasta el
momento, se planteó una revisión indirecta de la totalidad de las localidades
alavesas a través de los registros parroquiales de defunciones, partiendo de la
hipótesis de que la sobremortalidad acaecida durante
parte del verano y otoño de 1834, ponderadas las acciones bélicas de
importancia conocidas y minimizadas otras variables, como el hambre, debían
obedecer a causas extraordinarias que, en ese periodo y estacionalidad, hubieron
de estar necesariamente relacionadas con el cólera.
AUTORES
Raúl
Expósito González
Enfermero. Servicio de
Salud de Castilla – La Mancha. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores
Jesús
Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo.
Profesor de la E. U.
de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro
no numerario de La RSBAP
Manuel
Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de
Oftalmología
Hospital Universitario
Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF. Insignia de
Oro de la SEEOF
Miembro de Eusko
Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados
Paliativos
Miembro Comité de
Redacción de la Revista
Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro
no numerario de La RSBAP
5 comentarios:
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