La
II República Española, fue el régimen
político que existió en España desde su proclamación el 14 de abril de 1931
hasta 1936 que empezó la guerra civil. Fue una época de democratización y de
modernización que hizo que la gente tuviese esperanzas de un profundo cambio
para sus vidas, que se frustró concluyendo con una cruenta guerra civil.
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001 Portada del libro de José Antonio Vera y Juana María Hernández
Como
bien dice José Ignacio Pichardo en
su prólogo, en la obra de José Antonio
Vera Pérez y Juana María Hernández
Conesa titulada “Un análisis educativo de la formación
Enfermera en España durante la Segunda República”, fue una época diferente
que aunque hubo intención de cambio, todo se quedó en una “continuidad” en la formación enfermera, continuidad ligada a
modelos de pensamiento y acción anteriores a este período. En este sentido, se
sigue apelando en sus coordenadas formativas, a elementos de carácter
religioso, tales como: la piedad o el llamado “orden natural” que sitúa a la
mujer en “tareas de cuidado”, basadas en un supuesto “instinto natural” y que,
a su vez, la conducen por actitudes de sometimiento, anonimato, espíritu de
sacrificio, obediencia y discreción, entre otras.
A
pesar de la existencia de trabajos sobre la sanidad y la estatalización de los
Servicios Médicos durante la Segunda
República, son escasos los estudios encontrados sobre la
formación enfermera en esta época. Los manuales y las escasas investigaciones
que hacen referencia a este periodo histórico no suelen ir más allá de glosar
lo que de iniciativa regeneracionista tuvieron los gobiernos republicanos para
el desarrollo de la
Enfermería de Salud Pública, así nos lo relata Josep Bernabeu y Encarna Gascón en su artículo “El
papel de la Enfermería
en el desarrollo de la salud pública española 1923-1935”.
Entrando
en la obra de estos dos prestigiosos historiadores de la Enfermería José Antonio y Juana María en sus objetivos e hipótesis de la obra mencionan el juramento
que en 1893, Lystra Gretter redactó
conocido con el nombre de “Juramento Nightingale” en un intento
de crear un acto de graduación a imagen y semejanza de las que se hacían en
muchas facultades de Medicina. Aquí pondremos el juramento modificado en su
último párrafo, ya que la
Enfermería en el siglo XIX y de la primera mitad del XX, la
función principal de las enfermeras era la de asistir a los médicos.
“Juro solemnemente ante Dios y en presencia
de esta asamblea vivir rectamente ejercer mi profesión con devoción y
fidelidad. Me abstendré de todo lo que sea perjudicial o maligno y de tomar o
administrar, a sabiendas, ninguna droga nociva. Haré cuanto esté en mi poder
por elevar el nombre de mi profesión y guardar inviolable el secreto de todas
las cuestiones personales que se me confíen, y los asuntos de familia de los
cuales me entere en el desempeño de mi cometido. Con la promesa de desempeñar
con lealtad mi trabajo colaborando con el equipo de salud y me dedicaré al
bienestar de todos los que están encomendados a mi cuidado”. (Cambiado hoy
en día: “Con lealtad procuraré auxiliar
al facultativo en su obra y me dedicaré al bienestar de todos los que están
encomendados a mi cuidado”).
Así
en el contexto de la formación de las enfermeras recae en los médicos que están
en la organización hospitalaria y marcan sus funciones y como educarlas, sólo
así en éste contexto se pueden comprender las palabras del médico Manuel
Usandizaga que dice así: extraído de su libro “Manual de la enfermera, San
Sebastián. Librería Internacional, 1934; páginas 1-2”:
“Estamos firmemente convencidos de que lo
esencial en la formación de la enfermera es el trabajo diario en un hospital.
No puede ser buena enfermera quien no ha permanecido por lo menos tres años
prestando servicio internado en el mismo. (…) Estas funciones auxiliares se
intenta dividir en dos categorías, unas que llaman técnicas, inyecciones,
curas, etc.; otras que se consideran de orden secundario, como alimentación,
limpieza del enfermo, etc., y también se pretende que haya dos categorías de
personal auxiliar (sin embargo) no debe llamarse enfermera quien no quiera
encargarse de todos los cuidados, absolutamente todos, que necesita un enfermo.
Para ello se requieren condiciones físicas y morales y una preparación”.
Todas
aquellas mujeres que deseaban ser enfermeras deberían capacitarse como tales y
deberían recibir al menos una educación específica, una formación que estuviese
en consonancia con la que recibían el resto de sus compañeras enfermeras
europeas.
En la Barcelona republicana el
médico Pijoan señalaba dos razones por las que estas mujeres debían recibir una
instrucción específica: la creciente tecnificación de la Medicina de una parte y
la necesidad de mejorar la formación moral de las enfermeras. Las mujeres
fueron consideradas idóneas para ejercer la profesión de enfermera siempre que
lo hicieran dentro de los muros del hospital, a excepción de las enfermeras
visitadoras que durante la república alcanzaron gran prestigio; los hombres,
por su parte, estaban más inclinados al desarrollo de las tareas técnicas con
una misión autónoma, que se desarrollaban fuera del marco hospitalario.
La
práctica de los cuidados en nuestro país tiene, sin lugar a dudas, unas
características propias y diferenciadas del resto de los países europeos. La
presencia de hombres practicando los cuidados de enfermería es, quizá, lo más
sobresaliente. La formación según nos relata Nieves González Barrios en su
trabajo de 1930 que nos dice lo que recibía de formación una enfermera.
Para
volver a la hipótesis de este trabajo que propone la formación de las
enfermeras con una dimensión de orden científico-médico que incluía el
paradigma Nightingale:
“Para que una enfermera reciba enseñanza
eminentemente práctica, debe vivir durante el tiempo de sus estudios en un
hospital o en un lugar muy próximo, y dedicar, por lo menos, ocho horas diarias
a cuidar realmente a los enfermos, no a estudiar la manera de cuidarlos. Además
debe estar en relación constante con el personal médico afecto al hospital y
con otras compañeras de estudios. Es decir, debe seguir, como decía Florence
Nightingale, un régimen de internado que le permita adquirir la disciplina y
los conocimientos de deontología profesional, tan necesarios en esta clase de
actividad humana. Esto permitirá, además una mejor clasificación y selección de
las enfermeras en cuanto a sus aptitudes, su laboriosidad, su conducta moral,
et.”.
En el
inicio del siglo XX hubo un fenómeno institucionista que influyó en la creación
de centros de formación sanitaria como la Escuela Nacional de Puericultura
(1923) y la Escuela Nacional de Sanidad (1924). Gustavo Pittaluga nos describe “… por un lado, la burguesía industrial y el
Estado laico y abstencionista decían a los médicos, a los higienistas, a los
investigadores, a los bacteriólogos, a los fisiólogos y a los químicos: “Debéis hacer ciencia”. Por otro lado se
envolvía el cuidado de la vida humana en un velo de pietismo, y se aplicaba la
caridad como lenitivo a los dolores y las miserias del pueblo. De ello es fiel
reflejo el hecho de llamarse “Beneficencia
pública” a los servicios de Asistencia y Sanidad, en España, hasta hace
aproximadamente veinte años”.
La
Enfermería alcanzó su máximo nivel de actividad en los años treinta del siglo
XX, gracias a la labor gubernamental de la II República, por generar
infraestructuras sanitarias como lo describe Josep Bernabeu y Encarna
Gascón en su libro El papel de la Enfermería en el desarrollo de la salud
pública española (1923-1935). Intentó impulsar un sistema estatal de servicios
sanitarios públicos, intentando resolver y extender la asistencia sanitaria a
todos los sectores de la población, como eran los obreros, campesinos,
jornaleros que no podían pagar una asistencia médica, seguía vigente la ley de
beneficencia de 1855 y la instrucción general de sanidad de 1904.
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002 Póster Presentado por Manuel Solórzano Sánchez en el Congreso de Historia
de la Enfermería en Alcalá de Henares, Madrid 2004
Las Enfermeras Visitadoras fueron una pieza
clave en el desarrollo de las reformas sanitarias y que alcanzaron durante la
República su máxima expresión. Así nos lo relatan Encarna Gascón, Mª Eugenia
Galiana y Josep Bernabeu en su
artículo “La acción social de las
visitadoras e instructoras sanitarias”. Se creó la Asociación Profesional
de Visitadoras Sanitarias el 25 de marzo de 1934 en los locales de la Escuela
Nacional de Sanidad en Madrid.
En
1931 se creó el Consejo Superior Psiquiátrico y en 1932 se crea el patronato de
Asistencia Social Psiquiátrica que según José
Siles supuso un hito en la historia de la Enfermería Psiquiátrica. Gracias
a ello se crearon 1n 1932 los títulos de practicante, enfermero y enfermera
psiquiátrico. También nos relata José
Siles que durante los años correspondientes a la Segunda República se
prestó una especial atención a los problemas específicos de la tuberculosis y
se desarrolló una gran obra destinada a mitigar los problemas sociales
derivados de esta enfermedad. Las enfermeras, en general, y las visitadoras en
particular, desempeñaron un gran papel en esta campaña sanitaria. Practicantes,
enfermeras, matronas (enfermeras puericultoras, matronas, practicantes
dentistas y practicantes podólogos) serán agentes del cambio social propugnado
por la Segunda República.
Hay tanta justicia en la caridad
y tanta caridad en la justicia que no parece loca la esperanza de que llegue el
día en que se confundan (Concepción
Arenal).
“Venceréis pero no convenceréis”. Miguel de Unamuno
BIBLIOGRAFÍA
Autores: José Antonio Vera Pérez y Juana
María Hernández Conesa. “Un análisis
educativo de la formación Enfermera en España durante la Segunda República”.
COLABORADORES:
Raúl Expósito González
Enfermero.
Servicio de Salud de Castilla – La Mancha. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores
Jesús Rubio Pilarte
Enfermero
y sociólogo. Profesor de la E.
U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero
Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
2 comentarios:
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