Así comienza el libro de Joaquín Hernández Rodríguez, médico rural que nació en 1923 y se licenció en Medicina y Cirugía por la Universidad de Salamanca, de donde es natural, trasladándose a ejercer su profesión a la provincia de Asturias en el Concejo de Ibias. La edición de estas vivencias, pretende ser un homenaje a Joaquín y Mary Nieves de sus hijos, nietos y amigos por el sesenta aniversario de su matrimonio.
Según Joaquín nos cuenta que: “Este es el relato de mis comienzos como médico rural. Con él quiero que mis nietos se enteren de las vicisitudes que pasó su abuelo hasta llegar a formar la familia numerosa que somos; también me gustaría que los médicos de este siglo supieran cómo se ejercía la profesión hace 60 años en ciertas zonas rurales, como Somiedo e Ibias (Asturias), donde debido a las malas, malísimas comunicaciones existentes con mucha frecuencia era aterrador tratar de curar…”.
FOTO 001 Portada y contraportada del libro
Según Celso López Gavela (Antiguo alcalde) nos relata: “Un día de octubre de 1951, llegó a San Antolín, capital del concejo de Ibias, en Asturias, para iniciar su trabajo como médico, para el que había sido designado por el Ayuntamiento. Llegaba al anochecer, en el coche correo, un vehículo singular en el que se apiñaban los viajeros. Al día siguiente, 12 de octubre, Fiesta nacional, en la salida de misa, me lo presentaron y en ese momento comenzó una amistad que ha permanecido viva a pesar de años y distancias. Se inició también su historia personal como médico del concejo, dejando una estela de humanidad, rigor profesional y de buen humor que fascinaba a los habitantes de los pueblos tan necesitados de atención médica y de ánimo para sus dolencias. Fue un símbolo de bondad y también de modernidad para aquellas gentes abandonadas durante muchos años y de cuya gratitud quiero hacerme yo mensajero en estos momentos…”.
Mi etapa de estudiante
En aquella época la carrera de medicina constaba de siete cursos, el primer curso se estudiaba en la Universidad Central y a partir del segundo se pasaba a la facultad de Medicina. En el curso 45-46 me trasladé el expediente a Salamanca desde Madrid donde había empezado mi carrera. Aquí fue cuando me di cuenta que había que “apretar los codos”; vivía en una buhardilla compartida con un compañero, por la que pagaba 4,50 pesetas al día, incluido el desayuno, más 50 céntimos por el brasero en los meses fríos; en la pared frente a la mesa de estudio coloqué una carta que me había escrito mi padre muy enfadado diciéndome, que debido al sacrificio económico que tenían que hacer, o estudiaba o se acababa el envío de dinero. Aprobé todo el curso con nota alta.
FOTO 002 Joaquín de joven, con Lucero y de mayor
Aunque hacía seis años que había terminado la Guerra Civil todavía se pasaba hambre; comíamos en el comedor que tenía el SEU (Sindicato Español Universitario) para los estudiantes que no podíamos pagar una “pensión decente”. Pagábamos 6 pesetas por comer y cenar… pero ¡que comidas! Casi todos los días el menú consistía en lentejas (con carne, debido a los gorgojos que tenían) y salchichas de segundo plato ¡de que estarían hechas!, de vez en cuando nos daban huevos para cenar pero como el aceite era un lujo (costaba el litro de estraperlo 100 pesetas del año 1948) los escalfaban, en alguna ocasión los freían y el aceite que sobraba en la fuente, la camarera nos escurría en los platos a los cuatro de la mesa, a cambio la invitaba de vez en cuando a pasear, no tenía dinero para más.
Comienzo del Ejercicio Profesional
Regresé de Salamanca el día 9 de octubre de 1949 y el día 10 sustituí a mi cuñado Antonio, médico de Libardón (Colunga), con el consiguiente “miedo” a que me avisaran para una urgencia grave. Me pasaba las noches leyendo el Manual de Urgencias Médicas. Al día siguiente fui a Sietes (Concejo de Villaviciosa) montado en “Lucero” un asturcón que tenía el titular del pueblo para desplazarse por los pueblos. Cuando llegué me encontré con mi primer disgusto, había un enfermo que trataba el médico del pueblo de una pleuritis tuberculosa y al verme con cara de “chavalín” me espetó: ¡cómo ha dejado Don Antonio un practicante en vez de un médico!, sin comentarios, me quedé petrificado. Así fue mi comienzo en la abnegada profesión que elegí, no hubo urgencias graves, ni partos, ni autopsias, solamente enfermos corrientes que se curaron sin problemas.
Después de Libardón me dieron la plaza de La Riera que constaba de veinte pueblos diseminados por los valles a los que se accedía por caminos de carros. En todos los pueblos como no había médico siempre había algún “entendido” al que acudían, unas veces por urgencia y otra por falta de recursos para visitar al médico. Como ejemplo os contaré que me avisaron que una señora tenía una brecha muy grande en la cabeza y muy fea, cuando llegué vi al curioso del pueblo que le había cortado el pelo y con una aguja de coser sacos y un bramante le había dado tres puntos de sutura para cerrar la herida, le echó azúcar para cortar la hemorragia y le colocó una telaraña en toda la herida para evitar la infección, eso no se enseña en la facultad, es auténtica medicina rural de hace 50 años.
Al casarme con Mary además de cuidar de la casa y de los niños, en muchas ocasiones tenían que ayudar al marido a curar a los enfermos. Así se estrenó mi mujer un madreñero se cortó con una azuela el dedo anular izquierdo por la segunda falange y llegó a la consulta con él envuelto en un trapo, pero al destaparlo quedó colgando y sujeto tan solo por la piel y los músculos de la región palmar, pues se había fracturado el hueso. Mi consejo lógicamente era que fuese trasladado a una clínica de Oviedo, pero en aquella época, no tenían seguro de ninguna clase ni dinero para pagar una intervención quirúrgica, como se iban como habían venido, y al no contar con ningún practicante cercano, me animé y con mi mujer decidí arreglar el desaguisado, resultado a los dos meses volvía a fabricar madreñas.
A la Mili
Por fin llegó la hora de incorporarme a cumplir los seis meses que me faltaban para obtener el título de Alférez de Complemento, aunque yo pertenecía al arma de Infantería, debido a mi experiencia como médico en ejercicio me destinaron a la Agrupación de Sanidad Militar de Burgos como Médico de Cuerpo, es decir que tenía que pasar reconocimiento diario a los reclutas enfermos, reconocer a todos los soldados cada cierto tiempo para detectar enfermedades. Al día siguiente comencé mi tarea para el reconocimiento de los reclutas enfermos; al toque de reconocimiento por el corneta de guardia, había que pasar visita a las dependencias donde se encontraban aquellos que por la índole de su enfermedad no podían acudir al botiquín. Para ello íbamos el practicante, un soldado “sanitario” y el médico; al llegar al dormitorio el soldado que estaba de imaginaria tenía que anunciar a viva voz “compañía, el Alférez Médico”. En mi caso, como el practicante era teniente me parecía un poco absurdo que anunciaran al alférez, teniendo el teniente más categoría; se lo comenté al practicante y me dijo que en sanidad Militar además del cargo se tiene en cuenta la profesión, siempre en los partes y en las órdenes siempre que se nombraba a un oficial, si este era médico había que indicarlo.
Ejerciendo la Medicina en Ibias
Al terminar la mili me puse en contacto con el secretario del Ayuntamiento de San Antolín de Ibias, porque estaban buscando a un médico que estuviera dispuesto a hacerle la competencia al que ejercía en dicha localidad, ya que no estaban muy contentos con él, con la carrera ya casi terminada, había conseguido el título con unos exámenes patrióticos que hacían a los excombatientes de la Guerra Civil, la boticaria era su mujer y el cura su hermano, por consiguiente eran los caciques del concejo. Acepté la oferta; solicité de la Jefatura Provincial de Sanidad la plaza de APD y me concedieron del Distrito 2º.
FOTO 003 Diferentes momentos de su vida
En aquellos tiempos ejercer la medicina en Ibias era muy duro pues no había carreteras, casi todas las visitas a los 73 pueblos del Ayuntamiento había que hacerlas a pie o a caballo, algunos se encontraban a seis horas a caballo; los distritos eran de primera categoría y los colegas que engañados por la categoría solicitaban la plaza, se marchaban enseguida buscando algo mejor. Tuve que esperar en una taberna a que pasase el camión que iba al pueblo y al decir que era el médico, me dejaron sentarme en la cabina, sino habría ido con las mercancías y los animales.
Una de las anécdotas que voy a contar sucedió en octubre con la recolección de las castañas, se subían con un palo a los castaños y los golpeaban hasta que las cápsulas llenas de púas cían al suelo, pero como no tenían gafas, muchas de ellas llegaban a impactar en el ojo de quién las golpeaba. Como el oftalmólogo más cercano se encontraba en Oviedo que estaba a más de 150 kilómetros, con una carretera infame, no me quedó más remedio que extraérselas yo, así que con ayuda de un aguja fina para inyecciones, buen pulso, buena vista y mejor voluntad le quité la infinidad de púas que se le habían clavado.
Como nadie seguía los consejos para que utilizasen gafas de protección, al final tuve que adquirir una aguja especial que usan los oftalmólogos para estos menesteres; también tuve que extraer las virutas de hierro que se les clavaban a los herreros, después los curaba yo personalmente durante unos días y afortunadamente nunca tuvimos que lamentar ninguna complicación. Os recuerdo aquí lo que le contestó la enferma de Somiedo al oftalmólogo, cuando le preguntó si el médico de su pueblo era especialista en ojos… el médico de mi pueblo es especialista en todo.
Ibias limita con el concejo de Nogueira de Muñiz en la provincia de Lugo y al no haber médico allí, los vecinos de casi todos los pueblos de los alrededores venían a mi consultorio o yo iba a visitarlos. Un día me llamaron de Palabreo para visitar a un enfermo que había tenido un cólico y me encontré un caso curioso. El enfermo estaba tumbado en la cama, con una pierna sobre un soporte de madera y una piedra que colgaba de una cuerda e iba sujeta con esparadrapo a la altura de la rodilla; el muslo estaba envuelto con unas vendas empapadas en clara de huevo ya seca que hacía las veces de escayola. Se había fracturado el fémur y el “compostor” (el curandero) que le había preparado el “artilugio”, le dijo que comiera muchos huevos para que “soldara” bien la fractura y el buen hombre se comió una docena de una sentada, así que no es de extrañar que tuviera un cólico; el fémur “soldó” sin problemas y no quedó secuela alguna, ¡así era de dura la gente de aquella época!
Dentista a la fuerza
Igual que al leñador de la obra de Molière “El médico a palos”, me hicieron dentista a la fuerza, llegué a extraer más de quinientas muelas. Un día se me presentó en mi consulta una señora con dolor de una muela pidiéndome que se la extrajera, como es lógico le dije que fuera al dentista de Cangas o esperase al domingo siguiente que había feria de ganado y esos días los aprovechaba dicho dentista para venir al pueblo; le receté unos analgésicos, pero el dolor era muy intenso y la pobre mujer estaba tan desesperada que me dijo que si no le sacaba yo la muela, le diría al herrero que lo hiciese; este profesional del hierro sacaba muelas con una llave que había hecho él mismo y que era muy parecida a las que usaban los sacamuelas.
Debido a su insistencia y como en mi arsenal quirúrgico disponía de un “fórceps comodín” para las emergencias, con una aguja fina de las que usaba para inyecciones intradérmicas, sin gran dificultad anestesié la zona y pude sacar la dichosa muela y acabar con el dolor.
Seguidamente incluyo un modelo de los artilugios que se usaban para sacar muelas y que el herrero había copiado a la perfección y hasta me atrevo a decir que mejorado; como se corrió la voz que Don Joaquín sacaba muelas sin dolor, se quedó sin clientela y me regaló la llave como recuerdo. Con los “pinchos” del extremo cóncavo se enganchaba la muela cerca de la raíz y al girar con fuerza esta salía, y me imagino que con ella parte del maxilar. Había que estar muy desesperado para recurrir a este sistema, pero cuando el dolor de muelas aprieta y no hay otros medios al alcance se hacen barbaridades, ya lo expresa bien el dicho popular: “eres peor que un dolor de muelas”.
FOTO 004 Llave de Garengeot
A partir de entonces tuve que adquirir varios tipos de fórceps, una jeringuilla, agujas de las que usan los dentistas y un libro para aprender bien la forma de extraerlas, el libro se titulaba: “Manual de Extracciones Dentarias”. Según mi agenda extraje 573 muelas y raíces.
Cuando el enfermo vivía en pueblos lejanos, solían traer un caballo pues caminar durante varias horas, muchas veces más de cinco, con subidas y bajadas era agotador. Cuando los familiares del enfermo no disponían de caballería, alquilaba el mulo de un vecino de San Antolín que era tan vago el puñetero que tuve que prepararme un punzón para estimularle y no dormirme por el camino; si estaba disponible y previo pago de 25 pesetas por el servicio diario, a veces utilizaba un caballo de otro vecino que andaba más ligero, a pesar de ser parecido al Asturcón de Libardón.
Partos
Los partos, por las preocupaciones y malos ratos que me hicieron pasar, merecen este capítulo aparte. En Ibias no había practicante ni comadrona, aunque en algunos pueblos existía “la partera”, que era una señora que aunque carecía del título tenía el valor y la experiencia necesarios para atender a las parturientas. Yo siempre llevaba conmigo el “Manual de urgencias en obstetricia”, y de tanto releerlo durante las esperas al lado de las parturientas, me lo acabé aprendiendo de memoria.
En San Antolín aprovechaba la impagable ayuda que me prestaba mi mujer Mary Nieves, junto a la cabecera de las parturientas, oyendo los quejidos de muchas de ellas y acompañándolas durante las interminables horas de espera hasta que parían; además las atendía en el post-parto sin más retribución que el agradecimiento de “algunas”.
En el siguiente caso que voy a relatar me encontré con una mujer que había parido hacía 24 horas y tenía la placenta retenida, como hacía mucho frío en pleno invierno, estaba tapada con un montón de mantas, pero al levantar la ropa para explorarla, salió un vaho y un olor nauseabundo que casi me hace vomitar; no tuve dificultad en desprender la placenta, pero comprobé que tenía una infección puerperal, que a su vez había provocado una “Flegmasía Alba Dolens”, trombosis de la vena femoral que hace que el muslo se inflame y adquiera un color blanquecino (pierna de leche la llamaban los antiguos); la infección se soluciona con los antibióticos, pero ¿cómo combatir la trombosis en una época en la que la heparina aún no estaba a nuestro alcance?
FOTO 005 Sanguijuelas. Cuadro el Sacamuelas
Mi cuñado Antonio que le había pasado un caso parecido y había leído en algún tratado antiguo de medicina, no en la Facultad, que las sanguijuelas servían como sustituto de la heparina, gracias al potente efecto antitrombótico que tiene la hirudina, una sustancia que segregan estos anélidos. Así que buscamos unas sanguijuelas en un riachuelo y las apliqué en distintas zonas del muslo inflamado, había que sustituirlas por otras con el tubo digestivo vacío cuando los anélidos se llenaban de sangre.
Ver el muslo sangrando y con aquellos repugnantes gusanos pegados al mismo era un espectáculo poco agradable, pero indoloro, ya que segregan una sustancia anestésica para que el sujeto parasitado no se entere; como en el caso de mi cuñado, la parturienta del concejo de Nogueira se curó.
Para terminar este relato de este magnífico médico rural comentaros de la anécdota que le ocurrió con un enfermo de una parroquia del Concejo. Se trataba de un paciente al que diagnostiqué una amigdalitis aguda (vulgares anginas) y receté supositorios de bismuto “rectamigdol”, que era el tratamiento que se solía aplicar en aquella época, ya que la penicilina se reservaba para infecciones más graves; al día siguiente de haber visto al paciente vinieron los familiares del enfermo a la consulta, muy asustados por los vómitos y dolor de estómago que este padecía después de haber “comido” los dichosos supositorios, sin comentarios.
FOTO 006 Caricatura de su nieto Alex
Gracias Joaquín por este bello ejemplar que nos lo dejas para la posteridad, para que puedan aprender de ti los futuros compañeros de la Sanidad y de la Historia.
AGRADECIMIENTOS
Joaquín Hernández Rodríguez
Mary Nieves Almaraz
Nieves Hernández Almaraz
Mirian Hernández Almaraz
Alex Hernández Almaraz
Pedro Mendieta Larrondo
Celso López Gavela
Begoña Madarieta Revilla. Historiadora del Museo Vasco de Historia de la Medicina y de la Ciencia “José Luis Goti”
AUTORES
Jesús Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net
Según Joaquín nos cuenta que: “Este es el relato de mis comienzos como médico rural. Con él quiero que mis nietos se enteren de las vicisitudes que pasó su abuelo hasta llegar a formar la familia numerosa que somos; también me gustaría que los médicos de este siglo supieran cómo se ejercía la profesión hace 60 años en ciertas zonas rurales, como Somiedo e Ibias (Asturias), donde debido a las malas, malísimas comunicaciones existentes con mucha frecuencia era aterrador tratar de curar…”.
FOTO 001 Portada y contraportada del libro
Según Celso López Gavela (Antiguo alcalde) nos relata: “Un día de octubre de 1951, llegó a San Antolín, capital del concejo de Ibias, en Asturias, para iniciar su trabajo como médico, para el que había sido designado por el Ayuntamiento. Llegaba al anochecer, en el coche correo, un vehículo singular en el que se apiñaban los viajeros. Al día siguiente, 12 de octubre, Fiesta nacional, en la salida de misa, me lo presentaron y en ese momento comenzó una amistad que ha permanecido viva a pesar de años y distancias. Se inició también su historia personal como médico del concejo, dejando una estela de humanidad, rigor profesional y de buen humor que fascinaba a los habitantes de los pueblos tan necesitados de atención médica y de ánimo para sus dolencias. Fue un símbolo de bondad y también de modernidad para aquellas gentes abandonadas durante muchos años y de cuya gratitud quiero hacerme yo mensajero en estos momentos…”.
Mi etapa de estudiante
En aquella época la carrera de medicina constaba de siete cursos, el primer curso se estudiaba en la Universidad Central y a partir del segundo se pasaba a la facultad de Medicina. En el curso 45-46 me trasladé el expediente a Salamanca desde Madrid donde había empezado mi carrera. Aquí fue cuando me di cuenta que había que “apretar los codos”; vivía en una buhardilla compartida con un compañero, por la que pagaba 4,50 pesetas al día, incluido el desayuno, más 50 céntimos por el brasero en los meses fríos; en la pared frente a la mesa de estudio coloqué una carta que me había escrito mi padre muy enfadado diciéndome, que debido al sacrificio económico que tenían que hacer, o estudiaba o se acababa el envío de dinero. Aprobé todo el curso con nota alta.
FOTO 002 Joaquín de joven, con Lucero y de mayor
Aunque hacía seis años que había terminado la Guerra Civil todavía se pasaba hambre; comíamos en el comedor que tenía el SEU (Sindicato Español Universitario) para los estudiantes que no podíamos pagar una “pensión decente”. Pagábamos 6 pesetas por comer y cenar… pero ¡que comidas! Casi todos los días el menú consistía en lentejas (con carne, debido a los gorgojos que tenían) y salchichas de segundo plato ¡de que estarían hechas!, de vez en cuando nos daban huevos para cenar pero como el aceite era un lujo (costaba el litro de estraperlo 100 pesetas del año 1948) los escalfaban, en alguna ocasión los freían y el aceite que sobraba en la fuente, la camarera nos escurría en los platos a los cuatro de la mesa, a cambio la invitaba de vez en cuando a pasear, no tenía dinero para más.
Comienzo del Ejercicio Profesional
Regresé de Salamanca el día 9 de octubre de 1949 y el día 10 sustituí a mi cuñado Antonio, médico de Libardón (Colunga), con el consiguiente “miedo” a que me avisaran para una urgencia grave. Me pasaba las noches leyendo el Manual de Urgencias Médicas. Al día siguiente fui a Sietes (Concejo de Villaviciosa) montado en “Lucero” un asturcón que tenía el titular del pueblo para desplazarse por los pueblos. Cuando llegué me encontré con mi primer disgusto, había un enfermo que trataba el médico del pueblo de una pleuritis tuberculosa y al verme con cara de “chavalín” me espetó: ¡cómo ha dejado Don Antonio un practicante en vez de un médico!, sin comentarios, me quedé petrificado. Así fue mi comienzo en la abnegada profesión que elegí, no hubo urgencias graves, ni partos, ni autopsias, solamente enfermos corrientes que se curaron sin problemas.
Después de Libardón me dieron la plaza de La Riera que constaba de veinte pueblos diseminados por los valles a los que se accedía por caminos de carros. En todos los pueblos como no había médico siempre había algún “entendido” al que acudían, unas veces por urgencia y otra por falta de recursos para visitar al médico. Como ejemplo os contaré que me avisaron que una señora tenía una brecha muy grande en la cabeza y muy fea, cuando llegué vi al curioso del pueblo que le había cortado el pelo y con una aguja de coser sacos y un bramante le había dado tres puntos de sutura para cerrar la herida, le echó azúcar para cortar la hemorragia y le colocó una telaraña en toda la herida para evitar la infección, eso no se enseña en la facultad, es auténtica medicina rural de hace 50 años.
Al casarme con Mary además de cuidar de la casa y de los niños, en muchas ocasiones tenían que ayudar al marido a curar a los enfermos. Así se estrenó mi mujer un madreñero se cortó con una azuela el dedo anular izquierdo por la segunda falange y llegó a la consulta con él envuelto en un trapo, pero al destaparlo quedó colgando y sujeto tan solo por la piel y los músculos de la región palmar, pues se había fracturado el hueso. Mi consejo lógicamente era que fuese trasladado a una clínica de Oviedo, pero en aquella época, no tenían seguro de ninguna clase ni dinero para pagar una intervención quirúrgica, como se iban como habían venido, y al no contar con ningún practicante cercano, me animé y con mi mujer decidí arreglar el desaguisado, resultado a los dos meses volvía a fabricar madreñas.
A la Mili
Por fin llegó la hora de incorporarme a cumplir los seis meses que me faltaban para obtener el título de Alférez de Complemento, aunque yo pertenecía al arma de Infantería, debido a mi experiencia como médico en ejercicio me destinaron a la Agrupación de Sanidad Militar de Burgos como Médico de Cuerpo, es decir que tenía que pasar reconocimiento diario a los reclutas enfermos, reconocer a todos los soldados cada cierto tiempo para detectar enfermedades. Al día siguiente comencé mi tarea para el reconocimiento de los reclutas enfermos; al toque de reconocimiento por el corneta de guardia, había que pasar visita a las dependencias donde se encontraban aquellos que por la índole de su enfermedad no podían acudir al botiquín. Para ello íbamos el practicante, un soldado “sanitario” y el médico; al llegar al dormitorio el soldado que estaba de imaginaria tenía que anunciar a viva voz “compañía, el Alférez Médico”. En mi caso, como el practicante era teniente me parecía un poco absurdo que anunciaran al alférez, teniendo el teniente más categoría; se lo comenté al practicante y me dijo que en sanidad Militar además del cargo se tiene en cuenta la profesión, siempre en los partes y en las órdenes siempre que se nombraba a un oficial, si este era médico había que indicarlo.
Ejerciendo la Medicina en Ibias
Al terminar la mili me puse en contacto con el secretario del Ayuntamiento de San Antolín de Ibias, porque estaban buscando a un médico que estuviera dispuesto a hacerle la competencia al que ejercía en dicha localidad, ya que no estaban muy contentos con él, con la carrera ya casi terminada, había conseguido el título con unos exámenes patrióticos que hacían a los excombatientes de la Guerra Civil, la boticaria era su mujer y el cura su hermano, por consiguiente eran los caciques del concejo. Acepté la oferta; solicité de la Jefatura Provincial de Sanidad la plaza de APD y me concedieron del Distrito 2º.
FOTO 003 Diferentes momentos de su vida
En aquellos tiempos ejercer la medicina en Ibias era muy duro pues no había carreteras, casi todas las visitas a los 73 pueblos del Ayuntamiento había que hacerlas a pie o a caballo, algunos se encontraban a seis horas a caballo; los distritos eran de primera categoría y los colegas que engañados por la categoría solicitaban la plaza, se marchaban enseguida buscando algo mejor. Tuve que esperar en una taberna a que pasase el camión que iba al pueblo y al decir que era el médico, me dejaron sentarme en la cabina, sino habría ido con las mercancías y los animales.
Una de las anécdotas que voy a contar sucedió en octubre con la recolección de las castañas, se subían con un palo a los castaños y los golpeaban hasta que las cápsulas llenas de púas cían al suelo, pero como no tenían gafas, muchas de ellas llegaban a impactar en el ojo de quién las golpeaba. Como el oftalmólogo más cercano se encontraba en Oviedo que estaba a más de 150 kilómetros, con una carretera infame, no me quedó más remedio que extraérselas yo, así que con ayuda de un aguja fina para inyecciones, buen pulso, buena vista y mejor voluntad le quité la infinidad de púas que se le habían clavado.
Como nadie seguía los consejos para que utilizasen gafas de protección, al final tuve que adquirir una aguja especial que usan los oftalmólogos para estos menesteres; también tuve que extraer las virutas de hierro que se les clavaban a los herreros, después los curaba yo personalmente durante unos días y afortunadamente nunca tuvimos que lamentar ninguna complicación. Os recuerdo aquí lo que le contestó la enferma de Somiedo al oftalmólogo, cuando le preguntó si el médico de su pueblo era especialista en ojos… el médico de mi pueblo es especialista en todo.
Ibias limita con el concejo de Nogueira de Muñiz en la provincia de Lugo y al no haber médico allí, los vecinos de casi todos los pueblos de los alrededores venían a mi consultorio o yo iba a visitarlos. Un día me llamaron de Palabreo para visitar a un enfermo que había tenido un cólico y me encontré un caso curioso. El enfermo estaba tumbado en la cama, con una pierna sobre un soporte de madera y una piedra que colgaba de una cuerda e iba sujeta con esparadrapo a la altura de la rodilla; el muslo estaba envuelto con unas vendas empapadas en clara de huevo ya seca que hacía las veces de escayola. Se había fracturado el fémur y el “compostor” (el curandero) que le había preparado el “artilugio”, le dijo que comiera muchos huevos para que “soldara” bien la fractura y el buen hombre se comió una docena de una sentada, así que no es de extrañar que tuviera un cólico; el fémur “soldó” sin problemas y no quedó secuela alguna, ¡así era de dura la gente de aquella época!
Dentista a la fuerza
Igual que al leñador de la obra de Molière “El médico a palos”, me hicieron dentista a la fuerza, llegué a extraer más de quinientas muelas. Un día se me presentó en mi consulta una señora con dolor de una muela pidiéndome que se la extrajera, como es lógico le dije que fuera al dentista de Cangas o esperase al domingo siguiente que había feria de ganado y esos días los aprovechaba dicho dentista para venir al pueblo; le receté unos analgésicos, pero el dolor era muy intenso y la pobre mujer estaba tan desesperada que me dijo que si no le sacaba yo la muela, le diría al herrero que lo hiciese; este profesional del hierro sacaba muelas con una llave que había hecho él mismo y que era muy parecida a las que usaban los sacamuelas.
Debido a su insistencia y como en mi arsenal quirúrgico disponía de un “fórceps comodín” para las emergencias, con una aguja fina de las que usaba para inyecciones intradérmicas, sin gran dificultad anestesié la zona y pude sacar la dichosa muela y acabar con el dolor.
Seguidamente incluyo un modelo de los artilugios que se usaban para sacar muelas y que el herrero había copiado a la perfección y hasta me atrevo a decir que mejorado; como se corrió la voz que Don Joaquín sacaba muelas sin dolor, se quedó sin clientela y me regaló la llave como recuerdo. Con los “pinchos” del extremo cóncavo se enganchaba la muela cerca de la raíz y al girar con fuerza esta salía, y me imagino que con ella parte del maxilar. Había que estar muy desesperado para recurrir a este sistema, pero cuando el dolor de muelas aprieta y no hay otros medios al alcance se hacen barbaridades, ya lo expresa bien el dicho popular: “eres peor que un dolor de muelas”.
FOTO 004 Llave de Garengeot
A partir de entonces tuve que adquirir varios tipos de fórceps, una jeringuilla, agujas de las que usan los dentistas y un libro para aprender bien la forma de extraerlas, el libro se titulaba: “Manual de Extracciones Dentarias”. Según mi agenda extraje 573 muelas y raíces.
Cuando el enfermo vivía en pueblos lejanos, solían traer un caballo pues caminar durante varias horas, muchas veces más de cinco, con subidas y bajadas era agotador. Cuando los familiares del enfermo no disponían de caballería, alquilaba el mulo de un vecino de San Antolín que era tan vago el puñetero que tuve que prepararme un punzón para estimularle y no dormirme por el camino; si estaba disponible y previo pago de 25 pesetas por el servicio diario, a veces utilizaba un caballo de otro vecino que andaba más ligero, a pesar de ser parecido al Asturcón de Libardón.
Partos
Los partos, por las preocupaciones y malos ratos que me hicieron pasar, merecen este capítulo aparte. En Ibias no había practicante ni comadrona, aunque en algunos pueblos existía “la partera”, que era una señora que aunque carecía del título tenía el valor y la experiencia necesarios para atender a las parturientas. Yo siempre llevaba conmigo el “Manual de urgencias en obstetricia”, y de tanto releerlo durante las esperas al lado de las parturientas, me lo acabé aprendiendo de memoria.
En San Antolín aprovechaba la impagable ayuda que me prestaba mi mujer Mary Nieves, junto a la cabecera de las parturientas, oyendo los quejidos de muchas de ellas y acompañándolas durante las interminables horas de espera hasta que parían; además las atendía en el post-parto sin más retribución que el agradecimiento de “algunas”.
En el siguiente caso que voy a relatar me encontré con una mujer que había parido hacía 24 horas y tenía la placenta retenida, como hacía mucho frío en pleno invierno, estaba tapada con un montón de mantas, pero al levantar la ropa para explorarla, salió un vaho y un olor nauseabundo que casi me hace vomitar; no tuve dificultad en desprender la placenta, pero comprobé que tenía una infección puerperal, que a su vez había provocado una “Flegmasía Alba Dolens”, trombosis de la vena femoral que hace que el muslo se inflame y adquiera un color blanquecino (pierna de leche la llamaban los antiguos); la infección se soluciona con los antibióticos, pero ¿cómo combatir la trombosis en una época en la que la heparina aún no estaba a nuestro alcance?
FOTO 005 Sanguijuelas. Cuadro el Sacamuelas
Mi cuñado Antonio que le había pasado un caso parecido y había leído en algún tratado antiguo de medicina, no en la Facultad, que las sanguijuelas servían como sustituto de la heparina, gracias al potente efecto antitrombótico que tiene la hirudina, una sustancia que segregan estos anélidos. Así que buscamos unas sanguijuelas en un riachuelo y las apliqué en distintas zonas del muslo inflamado, había que sustituirlas por otras con el tubo digestivo vacío cuando los anélidos se llenaban de sangre.
Ver el muslo sangrando y con aquellos repugnantes gusanos pegados al mismo era un espectáculo poco agradable, pero indoloro, ya que segregan una sustancia anestésica para que el sujeto parasitado no se entere; como en el caso de mi cuñado, la parturienta del concejo de Nogueira se curó.
Para terminar este relato de este magnífico médico rural comentaros de la anécdota que le ocurrió con un enfermo de una parroquia del Concejo. Se trataba de un paciente al que diagnostiqué una amigdalitis aguda (vulgares anginas) y receté supositorios de bismuto “rectamigdol”, que era el tratamiento que se solía aplicar en aquella época, ya que la penicilina se reservaba para infecciones más graves; al día siguiente de haber visto al paciente vinieron los familiares del enfermo a la consulta, muy asustados por los vómitos y dolor de estómago que este padecía después de haber “comido” los dichosos supositorios, sin comentarios.
FOTO 006 Caricatura de su nieto Alex
Gracias Joaquín por este bello ejemplar que nos lo dejas para la posteridad, para que puedan aprender de ti los futuros compañeros de la Sanidad y de la Historia.
AGRADECIMIENTOS
Joaquín Hernández Rodríguez
Mary Nieves Almaraz
Nieves Hernández Almaraz
Mirian Hernández Almaraz
Alex Hernández Almaraz
Pedro Mendieta Larrondo
Celso López Gavela
Begoña Madarieta Revilla. Historiadora del Museo Vasco de Historia de la Medicina y de la Ciencia “José Luis Goti”
AUTORES
Jesús Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net
5 comentarios:
Bueno, yo por supuesto les recomiendo leer el libro entero, es una maravilla.
He de confesar que este señor, es mi suegro, tuve la suerte de casarme con una de sus hijas. Desde entonces he tenido oportunidad de conocer todas sus "aventuras y vicisitudes".
Aparte del empeño que pone a todo lo que se dedica, y abarca varias ramas, tiene un genial sentido del humor.
Un saludo a todos, y lean el libro.
no se que decir de este maravilloso fragmento de bblog que he leido...solo decir que me ha trasladado a esos pueblos y a imaginarme a Don J Joaquin atareado de un lado para otro,sin vacaciones reglamentariasni guardias extras...pero disfrutando de lo q hacia.Segursmente la gente se lo agradecia con la mejor de sus sonrisas y no se paraban a pensar como hoy en dia en demandas por complicaciones,etc.
Enhorabuena!
nO HE LEIDO EL LIBRO, SÓLO ESTE APERITIVO DE AQUELLAS EXPERIENCIAS. eL MÉDICO RURAL EN LOS AÑOS 50 SE VA A LLEVAR AL CINE DE LA MANO DE tAMAGAZ FILMS.pERSONAS COMO USTED HACEN QUE HAYA MOTIVOS SUFICIENTES COMO PARA SER RECREADO SU MOMENTO. GRACIAS POR TODO EL ALIVIO INMEDIATO QUE HA CAUSADO, Y LA INSPIRACIÓN INDIRECTA QUE HA LLEGADO HASTA HOY. EN CUALQUIER CASO, FELICIDADES POR LA INICIATIVA DE PUBLICAR TODO ESTO.
Yo soy de Ibias,no leí el libro,pero lo leeré nada mas que lo consiga,me imagino las peripecias de D. Joaquin por aquellos parajes con los horribles caminos el frío la ignorancia de la gente el atraso etc.Por lo demás,al la familia de caciques si la conocí,menos el cura,y alguna de las atrocidades del doctor en cuestión también,en mi propia familia,se murió hace unos años.
me gustaria saber donde se puede comprar el libro?gracias
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