El Desarrollo de la Enfermería bajo la dominación Española
La conquista por parte de los españoles de los indios que vivían en Puerto Rico fue breve, a pesar de sus luchas y su feroz resistencia. A mediados del siglo XVI se había extinguido casi totalmente la raza indígena (Taína) debido a las guerrillas, el trabajo fuerte y extenuante bajo las más crueles condiciones y castigos, al control y a la explotación por parte de los españoles y la falta de resistencia e inmunidad contra las enfermedades importadas y transmitidas.
En el siglo XVI, España llegó a ser la primera potencia política del mundo occidental procediendo entonces a completar la colonización de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Los españoles sometieron a los indios al dominio y control por medio del trabajo fuerte, la explotación laboral y a las nuevas enfermedades que se agravaron por la condición precaria de salud de éstos para lidiar con dichas enfermedades.
En los asuntos relacionados con la salud, la enfermedad y el cuidado de los enfermos, el atraso era general. El espíritu religioso entraba en conflicto con el desarrollo de las ciencias naturales. Debido a las supersticiones y a la creencia en la intervención divina, se desarrolló una actitud fatalista que constituyó el mayor impedimento para el progreso de las ciencias sanitarias y el cuidado del enfermo. Las autoridades españolas adoptaron algunas medidas para proteger la salud de los colonos. Por ejemplo en el año 1510 Cristóbal de Sotomayor trató de fundar un pueblo cerca de Guánica, pero tuvo que abandonar su proyecto debido a las continuas plagas de mosquitos, desde entonces a esa región se le conoce con el nombre de “El Mosquital”. Los habitantes se trasladaron a la región de Aguada creando otro pueblo llamado Sotomayor que fue arrasado y quemado por los indios.
Una situación similar era vivida en la región oeste de la Isla en Caparra, primera capital de Puerto Rico y fundada por Juan Ponce de León, en 1518 todos los habitantes de la capital, se quejaban de las plagas de mosquitos que les atormentaban
Ya en 1578, se organizaron los primeros curanderos para atender la epidemia de viruelas que originó el tráfico de esclavos. No existían medidas de control de enfermedades ni medidas gubernamentales para inspeccionar barcos y pasajeros. El Conde de Cumberland se retiró de la isla luego de su conquista debido a una epidemia de viruelas que acabó con sus soldados.
Al morir el Rey Don Fernando, quedaron como gobernadores de la Isla, Los Padres Gerónimos y ordenaron el traslado de la capital a la isleta, donde se radicó originalmente la ciudad de San Juan.
En el informe y “Memoria y Descripción” de la isla de Puerto Rico, escrito en 1582 y por orden del Rey Felipe II, plantea el siguiente argumento:
Las enfermedades más peligrosas son los pasmos de los que mueren muchos hombres cuando beben agua mientras están sudados y muchos recién nacidos. Uno de los remedios que más se usa para curarlos es el fuego que se aplica a la nuca o cerca de los riñones y darles el zumo de una yerba que llaman tabaco.
En el año 1647 las autoridades gubernamentales decretaron el abandono de la isla de San Martín ante “una epidemia desastrosa de peste desconocida”, se sospechó que la epidemia se debía a la fiebre amarilla, la misma ocasionó muchas muertes y se extendió a la guarnición. Los vecinos celebraron rogativas y misas para “atajar” la epidemia.
Se introdujo la viruela en la Isla, en el año 1689, volviéndose a repetir como cien años antes y se sospechaba que fue traída por los navíos que transportaban esclavos desde el Golfo de Guinea. Cómo no se contaba con recursos para atajarla o poderla prevenir, el obispo Fray Francisco de Padilla estableció una “botica” en su casa para remediar a los más necesitados, además iba por las casas atendiendo a los moribundos.
En esta época que se le conoce como la “era del oscurantismo", el servicio a los enfermos, en la mayoría de los países civilizados del mundo, estaba en manos de los grupos religiosos. El cuerpo humano era considerado como el templo del Espíritu Santo y se le trataba con sumo respeto y en estricta privacidad, lo cual dificultaba la práctica de la medicina y del cuidado de los enfermos. Luego vino la Reforma Protestante y después de la misma, los enfermos quedaron al servicio de las autoridades civiles. Debido a este cambio tan brusco, el servicio en los hospitales se deterioró. Las damas de la sociedad que cuidaban de forma altruista a los enfermos fueron sustituidas por las criadas.
Como había pocos médicos capacitados, y su material de referencia era todo lo que podían conseguir por los libros de texto y los tratados de salud provenientes de España (eran los que podían consultar). Ya que muchos de los libros científicos no estaban autorizados por el Santo Oficio, no pudiendo consultarlos.
Las parteras empíricas y los curanderos tenían el respeto del pueblo y se les llamaba para consulta y cuidado de los enfermos y de las parturientas. Las supersticiones eran comunes y pasaban de generación en generación; por ejemplo el “mocezuelo” de los recién nacidos era causado por las corrientes de aire a que se exponía al bebé en los primeros días de haber nacido. Las personas residentes en áreas húmedas y llanas, solían padecer de calenturas. Las diarreas con flujos de sangre eran comunes y los remedios caseros constituían el mejor recurso.
En las Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico (1730 – 1750), se intentó mejorar la salud pública y la prevención de las enfermedades. En estas actas reseñan las órdenes dadas a los alcaldes y a los médicos para “que visiten todas las casa de la ciudad en la búsqueda de los casos de lepra y personas afectadas de otras enfermedades contagiosas para aislarlas y proteger la salud del vecindario.
En 1741, se establece el Reglamento de la Guarnición de la Plaza de San Juan y se asignan dos enfermeros para asistir, ayudar y consolar a los enfermos, en cuanto a lo que necesitaran los varones enfermos. Además se asignaron dos mulatas (enfermeras) que ofrecían de comer a los enfermos en horas señaladas, administrar las medicinas y la ropa y ayudarlos en todo lo que necesitaran.
Don Pedro Tomás de Córdoba, secretario de tres gobernadores habla de las enfermeras (1832) que recibían $8.00 dólares mensuales, una libra de carne y tres onzas de arroz por ofrecer servicios de enfermería en el hogar a los pobres y servicio social; ayuda a sociedades misioneras.
Resumiendo los cuatro siglos de dominación española en Puerto Rico diremos que la asistencia de salud siguió la modalidad de cada época, atrasada con España, pero igual que en otros países del mundo. Su atraso se debía por ser una posesión ultramarina, separada del poder metropolítico y con las desventajas propias de la época, tales como la distancia, el transporte (sólo en barco), la comunicación muy lenta y la incertidumbre política. Estas modalidades o etapas fueron la asistencia de salud por parte de la Iglesia, la asistencia de salud por la caridad privada individual como modo de ganar un lugar en el cielo y el intento municipal insular.
El cuidado del enfermo fue evolucionando lentamente desde la modalidad empírica, a cargo de curiosos, curanderos, santiguadores, parteras, y adivinadores, hasta el cuidado por religiosas en los hospitales (Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Hospital San Alfonso 1513), los hogares y los asilos; y la implantación de sistemas de salud y educación en enfermería.
LEYENDA DE GUANINA Y DE DON CRISTÓBAL DE SOTOMAYOR Allá por el año de 1511 vivía en la pequeña aldea de Agueybana don Cristóbal de Sotomayor, joven hidalgo español.
Un día, cuando la tarde iba cayendo y los ojos del caballero estaban fijos en la lejanía, pensando en su patria y en su madre, la noble condesa de Camiña, oyó de pronto unos pasos que turbaron su meditación. Hacia él se acercaba Guanina, una bella india enamorada del español. Venía inquieta, temblorosa. Los caciques borinqueños habían acordado la muerte de su señor; se quejaban del abuso y del rudo laboreo de las minas que requería el lavado de las arenas para obtener el oro.
Guanina venía para avisarle y esconderle. Pero casi no había terminado de informarle de aquellos proyectos, cuando se presentó ante ellos el que hacía las veces de intérprete de don Cristóbal. Sus noticias eran parecidas a las de la india: venía a informarle de que pronto el pueblo estaría contra ellos para matarles. Había que huir.
Ante esta indicación, el noble español se alzó airado: no podía pensar en tal cobardía. Al día siguiente, a pleno sol, él y los suyos saldrían con la bandera desplegada para castigar a los rebeldes.
En efecto, apenas amaneció, don Cristóbal hizo venir al cacique Guaybana, hermano de Guanina, que hasta entonces había sido su aliado, y le pidió unas cuadrillas de los suyos para que trasladaran sus fardos: pensaba partir.
Cuando Guanina vio que el caballero descolgaba y preparaba su casco, fue a él, amorosa, y le pidió que le dejara acompañarle. Don Cristóbal no podía consentir que su amada Guanina se expusiera a la muerte, y la hizo quedarse en la aldea.
Al fin partió, después de besarla por última vez, y no bien inició su marcha la comitiva, el traidor Guaybana reunió trescientos indios para inducirles al ataque. Había llegado la hora de las venganzas; el sol había de serles propicio en la lucha.
Con su penacho de vistosas plumas, y seguido de sus guerreros, el cacique se lanzó al encuentro de la pequeña caravana de don Cristóbal, que avanzaba a paso lento. Sotomayor, a poco, tuvo que dar el alto. Las flechas enemigas empezaron a llover acto seguido sobre ellos. Al grito de «¡Santiago y Sotomayor!», don Cristóbal y sus hombres, muy inferiores en número a los atacantes, se defendieron valientemente. El suelo se fue tiñendo de sangre y cubriendo de cadáveres. Los indios pudieron suplir las bajas; pero no así los españoles. Don Cristóbal de Sotomayor fue el último en caer, cuando se lanzaba contra el cacique Guaybana.
Después de la batalla, los indios se retiraron a sus tiendas. Admirados del valor del hidalgo español, decidieron rendirle los honores debidos a un gran guerrero. Y cuando el lugarteniente del cacique fue, con veinte indios, a recoger el cadáver de don Cristóbal, se encontraron junto a él a la fiel Guanina, enloquecida, tratando de volver a la vida con sus besos a su pobre amante.
Volvieron los indios para decir al cacique que su hermana Guanina no había permitido que tocaran el cadáver. Entonces Guaybana, implacable, decretó que al día siguiente fuera sacrificada sobre la tumba del capitán cristiano. Cuando llegaron a ella, la encontraron muerta sobre el pecho del hidalgo español. Sus cadáveres fueron enterrados juntos, al pie de una gran ceiba (Árbol americano, de la familia de los bombacáceos o algodoneros, de 15 a 30 metros de altura, tronco grueso, ramas rojizas, flores rojas tintóreas y frutos de 10 a 30 cm de largo que contienen seis semillas envueltas en una especie de algodón), y sobre su tumba brotaron rojas amapolas y blancos lirios.
Cuando declina el día, creen los campesinos del lugar escuchar aún junto a aquella loma dulces cantos de amor. Creen que las almas de los jóvenes amantes salen de la tumba a contemplar la estrella de la tarde.
Agradecimiento Especial al Enfermero
Jesús F. Encarnación. Catedrático. Profesor de Enfermería. Universidad de Puerto Rico Recinto de Mayagüez.
Fotos: Las fotos están escaneadas de los libros de Historia de la Enfermería en Puerto Rico y de Internet.
Muchas gracias.
Un abrazo para todos
*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com
La conquista por parte de los españoles de los indios que vivían en Puerto Rico fue breve, a pesar de sus luchas y su feroz resistencia. A mediados del siglo XVI se había extinguido casi totalmente la raza indígena (Taína) debido a las guerrillas, el trabajo fuerte y extenuante bajo las más crueles condiciones y castigos, al control y a la explotación por parte de los españoles y la falta de resistencia e inmunidad contra las enfermedades importadas y transmitidas.
En el siglo XVI, España llegó a ser la primera potencia política del mundo occidental procediendo entonces a completar la colonización de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Los españoles sometieron a los indios al dominio y control por medio del trabajo fuerte, la explotación laboral y a las nuevas enfermedades que se agravaron por la condición precaria de salud de éstos para lidiar con dichas enfermedades.
En los asuntos relacionados con la salud, la enfermedad y el cuidado de los enfermos, el atraso era general. El espíritu religioso entraba en conflicto con el desarrollo de las ciencias naturales. Debido a las supersticiones y a la creencia en la intervención divina, se desarrolló una actitud fatalista que constituyó el mayor impedimento para el progreso de las ciencias sanitarias y el cuidado del enfermo. Las autoridades españolas adoptaron algunas medidas para proteger la salud de los colonos. Por ejemplo en el año 1510 Cristóbal de Sotomayor trató de fundar un pueblo cerca de Guánica, pero tuvo que abandonar su proyecto debido a las continuas plagas de mosquitos, desde entonces a esa región se le conoce con el nombre de “El Mosquital”. Los habitantes se trasladaron a la región de Aguada creando otro pueblo llamado Sotomayor que fue arrasado y quemado por los indios.
Una situación similar era vivida en la región oeste de la Isla en Caparra, primera capital de Puerto Rico y fundada por Juan Ponce de León, en 1518 todos los habitantes de la capital, se quejaban de las plagas de mosquitos que les atormentaban
Ya en 1578, se organizaron los primeros curanderos para atender la epidemia de viruelas que originó el tráfico de esclavos. No existían medidas de control de enfermedades ni medidas gubernamentales para inspeccionar barcos y pasajeros. El Conde de Cumberland se retiró de la isla luego de su conquista debido a una epidemia de viruelas que acabó con sus soldados.
Al morir el Rey Don Fernando, quedaron como gobernadores de la Isla, Los Padres Gerónimos y ordenaron el traslado de la capital a la isleta, donde se radicó originalmente la ciudad de San Juan.
En el informe y “Memoria y Descripción” de la isla de Puerto Rico, escrito en 1582 y por orden del Rey Felipe II, plantea el siguiente argumento:
Las enfermedades más peligrosas son los pasmos de los que mueren muchos hombres cuando beben agua mientras están sudados y muchos recién nacidos. Uno de los remedios que más se usa para curarlos es el fuego que se aplica a la nuca o cerca de los riñones y darles el zumo de una yerba que llaman tabaco.
En el año 1647 las autoridades gubernamentales decretaron el abandono de la isla de San Martín ante “una epidemia desastrosa de peste desconocida”, se sospechó que la epidemia se debía a la fiebre amarilla, la misma ocasionó muchas muertes y se extendió a la guarnición. Los vecinos celebraron rogativas y misas para “atajar” la epidemia.
Se introdujo la viruela en la Isla, en el año 1689, volviéndose a repetir como cien años antes y se sospechaba que fue traída por los navíos que transportaban esclavos desde el Golfo de Guinea. Cómo no se contaba con recursos para atajarla o poderla prevenir, el obispo Fray Francisco de Padilla estableció una “botica” en su casa para remediar a los más necesitados, además iba por las casas atendiendo a los moribundos.
En esta época que se le conoce como la “era del oscurantismo", el servicio a los enfermos, en la mayoría de los países civilizados del mundo, estaba en manos de los grupos religiosos. El cuerpo humano era considerado como el templo del Espíritu Santo y se le trataba con sumo respeto y en estricta privacidad, lo cual dificultaba la práctica de la medicina y del cuidado de los enfermos. Luego vino la Reforma Protestante y después de la misma, los enfermos quedaron al servicio de las autoridades civiles. Debido a este cambio tan brusco, el servicio en los hospitales se deterioró. Las damas de la sociedad que cuidaban de forma altruista a los enfermos fueron sustituidas por las criadas.
Como había pocos médicos capacitados, y su material de referencia era todo lo que podían conseguir por los libros de texto y los tratados de salud provenientes de España (eran los que podían consultar). Ya que muchos de los libros científicos no estaban autorizados por el Santo Oficio, no pudiendo consultarlos.
Las parteras empíricas y los curanderos tenían el respeto del pueblo y se les llamaba para consulta y cuidado de los enfermos y de las parturientas. Las supersticiones eran comunes y pasaban de generación en generación; por ejemplo el “mocezuelo” de los recién nacidos era causado por las corrientes de aire a que se exponía al bebé en los primeros días de haber nacido. Las personas residentes en áreas húmedas y llanas, solían padecer de calenturas. Las diarreas con flujos de sangre eran comunes y los remedios caseros constituían el mejor recurso.
En las Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico (1730 – 1750), se intentó mejorar la salud pública y la prevención de las enfermedades. En estas actas reseñan las órdenes dadas a los alcaldes y a los médicos para “que visiten todas las casa de la ciudad en la búsqueda de los casos de lepra y personas afectadas de otras enfermedades contagiosas para aislarlas y proteger la salud del vecindario.
En 1741, se establece el Reglamento de la Guarnición de la Plaza de San Juan y se asignan dos enfermeros para asistir, ayudar y consolar a los enfermos, en cuanto a lo que necesitaran los varones enfermos. Además se asignaron dos mulatas (enfermeras) que ofrecían de comer a los enfermos en horas señaladas, administrar las medicinas y la ropa y ayudarlos en todo lo que necesitaran.
Don Pedro Tomás de Córdoba, secretario de tres gobernadores habla de las enfermeras (1832) que recibían $8.00 dólares mensuales, una libra de carne y tres onzas de arroz por ofrecer servicios de enfermería en el hogar a los pobres y servicio social; ayuda a sociedades misioneras.
Resumiendo los cuatro siglos de dominación española en Puerto Rico diremos que la asistencia de salud siguió la modalidad de cada época, atrasada con España, pero igual que en otros países del mundo. Su atraso se debía por ser una posesión ultramarina, separada del poder metropolítico y con las desventajas propias de la época, tales como la distancia, el transporte (sólo en barco), la comunicación muy lenta y la incertidumbre política. Estas modalidades o etapas fueron la asistencia de salud por parte de la Iglesia, la asistencia de salud por la caridad privada individual como modo de ganar un lugar en el cielo y el intento municipal insular.
El cuidado del enfermo fue evolucionando lentamente desde la modalidad empírica, a cargo de curiosos, curanderos, santiguadores, parteras, y adivinadores, hasta el cuidado por religiosas en los hospitales (Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Hospital San Alfonso 1513), los hogares y los asilos; y la implantación de sistemas de salud y educación en enfermería.
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Un día, cuando la tarde iba cayendo y los ojos del caballero estaban fijos en la lejanía, pensando en su patria y en su madre, la noble condesa de Camiña, oyó de pronto unos pasos que turbaron su meditación. Hacia él se acercaba Guanina, una bella india enamorada del español. Venía inquieta, temblorosa. Los caciques borinqueños habían acordado la muerte de su señor; se quejaban del abuso y del rudo laboreo de las minas que requería el lavado de las arenas para obtener el oro.
Guanina venía para avisarle y esconderle. Pero casi no había terminado de informarle de aquellos proyectos, cuando se presentó ante ellos el que hacía las veces de intérprete de don Cristóbal. Sus noticias eran parecidas a las de la india: venía a informarle de que pronto el pueblo estaría contra ellos para matarles. Había que huir.
Ante esta indicación, el noble español se alzó airado: no podía pensar en tal cobardía. Al día siguiente, a pleno sol, él y los suyos saldrían con la bandera desplegada para castigar a los rebeldes.
En efecto, apenas amaneció, don Cristóbal hizo venir al cacique Guaybana, hermano de Guanina, que hasta entonces había sido su aliado, y le pidió unas cuadrillas de los suyos para que trasladaran sus fardos: pensaba partir.
Cuando Guanina vio que el caballero descolgaba y preparaba su casco, fue a él, amorosa, y le pidió que le dejara acompañarle. Don Cristóbal no podía consentir que su amada Guanina se expusiera a la muerte, y la hizo quedarse en la aldea.
Al fin partió, después de besarla por última vez, y no bien inició su marcha la comitiva, el traidor Guaybana reunió trescientos indios para inducirles al ataque. Había llegado la hora de las venganzas; el sol había de serles propicio en la lucha.
Con su penacho de vistosas plumas, y seguido de sus guerreros, el cacique se lanzó al encuentro de la pequeña caravana de don Cristóbal, que avanzaba a paso lento. Sotomayor, a poco, tuvo que dar el alto. Las flechas enemigas empezaron a llover acto seguido sobre ellos. Al grito de «¡Santiago y Sotomayor!», don Cristóbal y sus hombres, muy inferiores en número a los atacantes, se defendieron valientemente. El suelo se fue tiñendo de sangre y cubriendo de cadáveres. Los indios pudieron suplir las bajas; pero no así los españoles. Don Cristóbal de Sotomayor fue el último en caer, cuando se lanzaba contra el cacique Guaybana.
Después de la batalla, los indios se retiraron a sus tiendas. Admirados del valor del hidalgo español, decidieron rendirle los honores debidos a un gran guerrero. Y cuando el lugarteniente del cacique fue, con veinte indios, a recoger el cadáver de don Cristóbal, se encontraron junto a él a la fiel Guanina, enloquecida, tratando de volver a la vida con sus besos a su pobre amante.
Volvieron los indios para decir al cacique que su hermana Guanina no había permitido que tocaran el cadáver. Entonces Guaybana, implacable, decretó que al día siguiente fuera sacrificada sobre la tumba del capitán cristiano. Cuando llegaron a ella, la encontraron muerta sobre el pecho del hidalgo español. Sus cadáveres fueron enterrados juntos, al pie de una gran ceiba (Árbol americano, de la familia de los bombacáceos o algodoneros, de 15 a 30 metros de altura, tronco grueso, ramas rojizas, flores rojas tintóreas y frutos de 10 a 30 cm de largo que contienen seis semillas envueltas en una especie de algodón), y sobre su tumba brotaron rojas amapolas y blancos lirios.
Cuando declina el día, creen los campesinos del lugar escuchar aún junto a aquella loma dulces cantos de amor. Creen que las almas de los jóvenes amantes salen de la tumba a contemplar la estrella de la tarde.
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Jesús F. Encarnación. Catedrático. Profesor de Enfermería. Universidad de Puerto Rico Recinto de Mayagüez.
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Muchas gracias.
Un abrazo para todos
*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
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