FOTO 1 Portada del libro
de Eligio R. Montero. Mundo Gráfico del 1 de junio página 15 y del 2 de
noviembre de 1921 página 14. Segovia, las Damas Enfermeras con el gobernador
Sr. Llesera, en la inauguración de la Brigada Sanitaria. Puebla Larga,
Valencia. Damas Enfermeras de la Cruz Roja en la postulación del día de la
banderita a beneficio de los soldados de África. Toledo, las Damas Enfermeras
de la Cruz Roja en el acto de inauguración de la Gota de Leche
AUTOR: Eligio R. Montero, de su libro “1921, Diario de una enfermera”.
Diseño de la portada, Planeta
Arte y Diseño. Ilustración de la portada,
CollaborationJS - Arcangel
y Philip Lange y Jakkrit Orrasri. Shutterstock. Editorial Planeta,
S. A.
Resumen del libro
El 22 de julio de 1921
llegan a Madrid las horribles noticias sobre el Desastre de Annual, una de las
batallas más sangrientas a las que el Ejército español se enfrentó en el norte
de África. Las Damas Enfermeras, jóvenes aristócratas formadas por la reina Victoria Eugenia, abandonan sus vidas
de lujo y se movilizan para acudir en ayuda de los miles de heridos que
colapsan los hospitales. Laura es una de ellas.
Laura se enfrentará a
todo su mundo para atender los horrores de la guerra recorriendo el camino que
la llevará a ser una mujer, de verdad, libre. Es un libro interesante sobre la
vida y formación de una Dama Enfermera de Primera.
La creación de las Damas Enfermeras de la Cruz Roja y su participación
en la guerra de Marruecos está tan bien documentada que se podría rescatar el
nombre de cada una de las mujeres que fueron a Melilla para ayudar a los
soldados heridos. Entre esos nombres no están los de nuestras protagonistas,
que son puras creaciones literarias, al igual que sus familias, novios,
amistades y principales antagonistas, y que las monjas, las enfermeras
profesionales y muchos de los soldados y personajes secundarios.
FOTO 2 Mundo Gráfico del
30 de noviembre página 15 y 28 de septiembre de 1921 página 18. S. M. la Reina
Victoria Eugenia, Presidenta Honoraria de las Damas Enfermeras de la Cruz Roja
Española con el uniforme de la benéfica institución que tan humanitarios
servicios está prestando en la actual campaña de Marruecos. El cabo del Tercio
de Extranjeros y periodista Carlos Miró herido en la reñida lucha que precedió
a la ocupación de Nador, atendido por la señorita Merry del Val y el Dr.
Jiménez, practicándole una cura en el Hospital de la Cruz Roja de Melilla
Acababa de ser nombrado teniente auditor del
Cuerpo Jurídico Militar y sabía que en un mes me enviarían a Melilla. No porque lo
quisiera sino porque era el nuevo y allí nos enviaban,
los mandos decían que a curtirnos, pero creo que era porque a nadie le gustaba un destino
donde los lugareños te querrían ver muerto y tus compatriotas te querrían ver lejos. De hecho, oí a un legionario decir que preferiría vérselas de frente con toda la harka de
Abd el-Krim antes que sentarse
en la cantina junto a un picapleitos militar.
Aun así, era un ascenso,
estaba feliz e iba a celebrar el nombramiento con unos cuantos
amigos en el Café Gijón. El Desastre de Annual
retrasó mi partida.
En Melilla hacían falta soldados,
artillería, barcos y aviones,
no abogados y fiscales.
Cuando por fin llegué,
lo hice para investigar la desaparición de Laura de la Gasca,
Dama Enfermera de Primera de la Cruz
Roja e hija de uno de los empresarios más importantes de España. Las
pistas eran pocas y
nadie parecía saber nada. Y así fue hasta que encontré el diario de Laura. Gracias
a él dimos con los culpables de su
muerte y encontramos su cuerpo.
La lectura del diario y la investigación
de todo lo que había dejado
atrás Laura me hicieron desarrollar un extraño y morboso
afecto por esa joven
tan bella y extraordinaria, pero enseguida tuve que archivarlo
para unirme a la investigación del general Juan Picasso sobre la derrota
de Annual. Un expediente cuyas conclusiones
fueron tan duras y demoledoras para el alto mando que provocó un golpe de Estado militar. Solo las buenas relaciones de la familia
de Laura, que así agradeció
mi dedicación al caso, me evitaron
caer en desgracia durante la dictadura
de Primo de Rivera.
FOTO 3 La Reina Victoria Eugenia con las Damas
Enfermeras Sevillanas a las que impuso el brazalete de la Cruz Roja. Juan Barrera
1920. Propiedad ABC
Estando como agregado
militar en la embajada de Londres,
en el hospital entre decenas de heridos, encontré a una persona que me hizo recordar
lo vivido en Melilla. Alguien
que sabía cosas sobre
la muerte de Laura que yo ignoraba. Por esa razón me he animado
a liberar el diario del olvido, para verlo bajo esa nueva perspectiva.
Si ahora divulgo sus secretos
no es porque sea un chismoso, aunque un espía
siempre ha de tener un poco de ello, sino porque ya ha pasado mucho tiempo y no hará daño a nadie. Su
historia esconde un futuro
que, como tantos otros futuros soñados, no pudo ser. Ojalá que la luz que emanan sus páginas
traiga algo de esperanza a esta época de tinieblas
que nos ha tocado vivir.
DIARIO DE LAURA DE LA GASCA
MONTENEGRO
15 de mayo de 1920
Este es un diario
para el odio, el rencor
y la ira; para la frustración, el resentimiento, la rabia, la inquina, el dolor y todos esos sentimientos que una
señorita de bien, educada y de buena cuna, como tanto le gusta decir a
mi madre que somos, no debe mostrar
nunca en público,
ni siquiera ante sus padres o el servicio
en la intimidad de su propio hogar.
Para esto te he comprado, querido
diario, ¿no es así como se te llama, «querido diario»?, para vomitar toda esta ponzoña
en tus páginas y que no se quede
dentro y me envenene.
Por un problema con mi
hermana Ana y un medio novio Javier, se reunieron mis padres y me habló mi
madre: «Por eso tu padre y yo te vamos a hacer una propuesta
que me ha inspirado doña Herminia,
la madre de tu amiga Inés Santirso». Hay que ver lo rápido que
mi madre asciende a mis conocidas a
amigas cuando le conviene. «Su hermana mayor, Margarita, que era tan revoltosa como tú,
acaba de regresar de prestar servicio con las Damas Enfermeras».
FOTO 4 El Rey Alfonso
XIII en el Palacio Miramar, convertido en Hospital de Sangre para atender a los
heridos de la Guerra de Marruecos y las Damas Enfermeras de la Cruz Roja de San
Sebastián. 1922
Ahora sí, la
comida se me atragantó del todo. Cuando pude hablar, aterrada, pregunté:
¿Me quiere meter a monja? Por Dios, Laura, claro
que no. Las Damas Enfermeras no son una orden
religiosa. Creía que lo de ayudar
a los enfermos era cosa
de monjas, aparte de
las enfermeras profesionales, las de verdad, vamos.
FOTO 5 Mundo Gráfico del
12 de octubre de 1921 página 9. La visita de los Reyes a los heridos de África
Las Damas Enfermeras también
son “de verdad”.
Que no cobren por su servicio
no las hace menos, al contrario. De hecho,
pertenecen a la Cruz Roja. Hasta hace
unos años es cierto que solo las
monjas se encargaban de esa labor caritativa, pero la reina ha creado esa institución
para que cualquier joven de
buen corazón y buena posición pueda colaborar sin necesidad de ser religiosa. Primero hay que hacer un curso, luego unas prácticas y después estarás
preparada para ayudar a los enfermos y heridos
que lo necesiten. Margarita, ahora,
es mucho más responsable, atenta
y obediente. Ha visto el sufrimiento que hay en el mundo y eso le ha dado conciencia. Y no se lo ha debido de pasar tan mal cuando
tu amiga Inés, su hermana menor, va a unirse a ellas. ¿Y quiere
que yo también…? No necesité
acabar la frase. El
curso empieza el lunes de la semana que viene. Tu padre, a través de mí, ha contribuido muy generosamente a la creación del hospital de la Cruz Roja, y ha conseguido que te admitan. También he hablado con nuestra modista
y no tardaría mucho en hacer el uniforme. Serían solo seis meses —siguió
mi madre como si nada— y estoy segura de que volverías
convertida en otra. No una niña caprichosa, sino una mujercita a la que sí podría dejar salir de casa y permitir que la
cortejase un teniente de Aviación, si es que ese sigue siendo tu deseo.
Mi primera reacción fue negarme a
ese chantaje, pero mi madre me pidió
que no dijese nada y que lo pensara para responderle
por la mañana.
Esa noche recibí dos visitas más, como en el Cuento de Navidad
de Dickens. La siguiente fue la de mi padre. No me habló ni de Javier ni de
las Damas Enfermeras. Solo trajo varios libros, se interesó por cómo me encontraba de salud y comentó lo que había estado leyendo
últimamente, como si ese fuera un día más, como si no hubiera pasado nada.
Como si yo siguiera siendo
su niña. Lo siento, padre,
pero cuando su niña conoce a un joven, y ese joven es como Javier, ya no será su niña nunca más. La última
visita fue la de mi hermana. Al principio le pedí que se fuera inmediatamente; todo era culpa suya. Como no se iba la llamé bruja y otras cosas así, le lancé una almohada, un par de cojines y todos los libros que me había traído mi padre. No desistió. Y, mientras
se recomponía el peinado,
dijo: Lo de las Damas Enfermeras ha sido idea mía.
¡¿Y pretendes que te dé las gracias?!
Podría habérmelo figurado,
porque Margarita sí que es muy amiga de ella.
FOTO 6 Damas Enfermeras
de la Cruz Roja. Fotografía de la serie de televisión “Tiempos de Guerra” de
Antena 3
Eso ya es asunto tuyo. Si quieres
volver a verte con Javier,
solo tienes dos alternativas: seis meses con las Damas Enfermeras o un año a cuidar a tu tía en Almendralejo,
Extremadura. Sólo quiero que me permita
despedirme de Javier
y aceptaré lo de las Damas
Enfermeras. Mi hermana Ana ya le ha transmitido mis condiciones a mi madre y mi madre ha aceptado. Mi padre, después,
ha sido informado y las ha asumido. Así que dentro de una semana me incorporaré a las Damas Enfermeras y mañana, por fin, volveré a verme con Javier.
¿No soy afortunada?
El
uniforme de Dama Enfermera de la Cruz Roja
A la tarde fui a la modista
para hacerme un par de uniformes de Dama Enfermera.
No me puedo imaginar una ropa más sosa y menos favorecedora. Y cómo la tienen diseñada para que no pueda ser de otra forma. La falda debe ser blanca
y lisa, con dos tablas en la parte de atrás y
trece centímetros exactos
hasta el suelo. La blusa, igual de blanca (y aburrida), con tres tablas de seis centímetros y medio en el pecho,
y en la espalda un canesú de quince centímetros de alto; el cuello,
bien planchado y almidonado, para que hasta sea difícil respirar,
lleva una corbata de dos hojas; las mangas, también lisas, rematan en
un puño de seis centímetros con abertura
hasta el codo. O sea, la ropa menos femenina del mundo. Y, por si acaso,
van cubiertas por un delantal tan blanco
y liso como todo lo anterior, con bolsillos grandes
y el peto poco (nada)
escotado. La cofia,
los zapatos, las medias y los guantes
también son blancos.
Creo que no había ido tan de blanco desde mi bautizo.
La única prenda de color es la capa azul marino que se abrocha con tres botones dorados y lleva la insignia
de la Cruz Roja en el lado izquierdo. Dos tiras de la misma tela bajan desde los hombros hasta la
cintura, donde se abotonan a la capa, formando
una especie de equis sobre el pecho. A ver cómo me queda.
FOTO 7 Damas Enfermeras
de la Cruz Roja de San Sebastián en el Gran
Casino, hoy Ayuntamiento convertido en Hospital de Sangre, 1924
Hoy 22 de mayo de 1920 hemos ido a recoger el uniforme de las Damas Enfermeras de la Cruz Roja. Mi madre, al verme, se ha emocionado. A mí casi me da un desmayo.
No serán monjas, pero se les parecen muchísimo. No sé cómo se las arreglan
para seducir a los médicos.
Mi madre ha insistido en hacerme una fotografía para recordar el momento y hemos ido hasta el estudio de Alfonso, en Fuencarral. Aún usa placas fotográficas de cristal, pues dice que dan mayor calidad. El proceso me ha parecido
muy interesante y no me habría importado
ser la modelo si llevase
otra ropa. Pero con ese uniforme ni me he atrevido a ver el resultado porque seguro que salgo horrorosa. Pero mi madre está encantada y, si por ella fuese,
mañana iría así vestida a misa.
Mañana me acompañarán mis padres a la Escuela
de las Damas Enfermeras.
Ya estoy de vuelta
de mi primer día, 24 de mayo de 1920, en esa especie de convento sanitario. Mi padre llegó el domingo por la noche y nos ha
llevado en el coche a mi madre y a mí. Tanto el Hospital
de la Cruz Roja, que es la antigua
Casa de Salud de San José y Santa Adela, como la Escuela de Enfermeras están en el barrio
que llaman de Tetuán, en el camino
de Aceiteros, no muy
lejos de la glorieta de Joaquín Ruiz y su enorme fuente,
la Mariblanca.
FOTO 8 Damas Enfermeras
de la Cruz Roja, Religiosas Hijas de la Caridad y Médicos de San Sebastián,
atendiendo a los heridos en el Gran
Casino, hoy Ayuntamiento convertido en Hospital de Sangre, 1924 – 1927. Foto
cedida por Anna Arregui Barahona. Fototeka Kutxa
Desde las ventanas algunas monjas y enfermeras nos miraban con curiosidad y cuchicheaban entre ellas. Y no era para menos. Aunque las candidatas
ya íbamos vestidas con el uniforme, nuestros
familiares parecía que iban a una gala en el Palacio
Real. Me figuro que esperaban que por allí se dejase ver la
reina, que es la patrocinadora de la
Cruz Roja, pero no ha aparecido. Quien sí lo ha hecho ha sido la duquesa de la
Victoria, doña Carmen Angoloti
y Mesa, que es la presidenta de la Junta de las Damas Enfermeras. A su lado había un hombre,
don Víctor Manuel Nogueras, que, según hemos
sabido, cumple de forma oficiosa
las labores de director.
Al acabar el discurso de Carmen Angoloti, todas las alumnas hemos
aplaudido y nos hemos despedido de nuestras familias. Inés, al verme, ha corrido
a abrazarme con tal efusividad que casi me tira al suelo.
FOTO
9 Homenaje a la Duquesa de la Victoria Carmen Angoloti y Mesa,
en Melilla. Mundo Gráfico del 14 de junio de 1922, página 13
Nos
han dicho que nuestra aula no está en el hospital, sino aquí al lado, junto a las cocheras del tranvía —nos ha
informado la duquesa—. El doctor Francisco Luque os acompañará
hasta allí. —Y ha señalado
a un médico joven, de no más de treinta años, muy bien peinado
aunque ya con algunas entradas,
que estaba a su lado—. Que no os engañe su juventud. El doctor Luque se ha licenciado en Medicina y Cirugía
entre los primeros de su promoción, ha completado sus estudios en Viena y acaba de
regresar de Marruecos, donde ha servido
como médico militar.
Se ha unido a nosotras para organizar el servicio de Ginecología
y este año tendréis la inmensa
fortuna de que sea vuestro profesor.
El doctor nos ha llevado bordeando
la valla de ladrillo rojo y hierro colado que rodea el hospital hasta la escuela.
Está en la calle, o más bien proyecto de calle, doctor Santero. Un polvoriento
camino de adoquines con la mayoría de las casas a
medio hacer. El edificio es pequeño y de dos plantas, encalado y con una gran cruz roja en una de sus paredes. Hemos subido a la segunda planta,
dejado nuestras capas
en un armario y entrado en el aula. Es pequeña y tiene unos pupitres de madera en cuya superficie apenas caben un libro y
un cuaderno. El profesor se ha
situado frente a nosotras, con la pizarra a su espalda y un esqueleto, al que ya hemos apodado
“Paquito”, a su lado.
FOTO 10 La Reina Victoria
Eugenia en el Hospital del Refugio con las Damas Enfermeras de la Cruz Roja que
asisten a los heridos de la Guerra de África. Mundo Gráfico del 21 de diciembre
de 1921, página 9
Duración del curso
Nos ha explicado que nuestro curso dura seis meses
y es
el de Damas Enfermeras de segunda. Las que quieran,
tras cincuenta días de prácticas
y de asistir a un moribundo, podrán
presentarse al curso para Damas Enfermeras de Primera. No me ha gustado. En el
Ejército también hay muchos grados. Un sargento es
menos que un teniente, pero no hay nada malo
en la palabra «sargento». Sin embargo, «de segunda» suena fatal.
¿Qué enfermo o herido en su sano juicio querría
que le atendiese una enfermera de segunda?
Alba, que se había apresurado a sentarse en primera fila, enseguida ha hecho saber su interés por completar ambos cursos. Yo he debido
de poner cara de asco, porque
me ha mirado con odio. Al salir, de hecho, se me ha acercado: Sé que no te agrado, pero me da igual: tú tampoco me gustas
a mí. Al menos he de reconocerle algo: es perspicaz. Aunque la
perspicacia, si no va acompañada por otras virtudes,
es un defecto.
FOTO 11 La Duquesa de la
Victoria y los heridos. Interpretación de una obra teatral en Carabanchel Alto,
a beneficio de los soldados de África. Mundo Gráfico del 8 y 15 de febrero de
1922, páginas 15 y 21 y del 5 de octubre de 1921, página 17
Nuestro curso,
de segunda, consta
de trece temas,
cada uno dividido
en una parte teórica y una práctica. Por ejemplo, en el primero
nos van a hablar de la Cruz Roja y, en la parte práctica, haremos
vendajes en las extremidades inferiores. No sé qué tiene que ver lo uno con lo otro. Pero al principio son todos así: nos hablan de algo, como la anatomía o las
enfermedades, y practicamos otra cosa completamente diferente, sobre
todo vendajes en diferentes partes
del cuerpo. No es hasta
el quinto tema, en el que
se habla de los vendajes de
inmovilización y los apósitos, cuando practicamos la lección
teórica.
FOTO 12 Nuevo Hospital de
la Cruz Roja en Santander. Mundo Gráfico, 8 marzo 1922
Me he fijado en que no nos contarían
nada sobre el sistema
nervioso ni la cirugía, lo que me da un poco de pena, porque me parecen
más interesantes que los vendajes y las pequeñas curas. Pero estoy aquí para recuperar a Javier. Lo otro lo puedo consultar
en cualquier biblioteca.
Al finalizar esa presentación, don Francisco nos ha entregado un cuaderno, lápices para tomar apuntes y un par de libros a cada una: El consultor de la
dama enfermera, que es el manual que usaremos
en el curso, y un pequeño vademécum para las consultas
rápidas sobre enfermedades, remedios y curas. Luego ha comenzado a hablarnos de la historia
de la Cruz Roja, de Henry Dunant,
de la batalla de Solferino
y de otras cuestiones igual de aburridas. Con disimulo, me he puesto a hojear los libros que
nos había entregado. Tenían
grabados y fotografías sobre el cuerpo humano,
el esqueleto, los músculos, vendajes, curas.
Y he debido de distraerme bastante, porque lo siguiente
que recuerdo es a don Francisco mirándome fijamente. Señorita, sí, es con usted. Parece
que le interesa más lo que pone en
los libros que lo que yo tengo
que decir. Disculpe, doctor —le he dicho y, como
reina de las excusas, he añadido—: Siento una gran fascinación por los libros y
no he
podido evitarlo. Nunca había leído nada de ciencia. Pues siento decepcionarla, pero esos libros no son el
objeto de estudio de la
ciencia, sino simples herramientas. El libro que debe preocuparle, el que tendrá que leer, es el de la naturaleza. Aquí me indicarán cómo leerlo. Así
salvaremos más vidas
y nos haremos más sabios, pero nunca tendremos todas las respuestas.
Después de una frugal comida que nos han servido
en el hospital, hemos vuelto a clase, donde don Francisco ha seguido hablándonos de la
historia de las enfermeras y de su
situación legal en Europa y en las guerras.
No es que vayamos a ir a la guerra,
pero es donde surgieron tanto la Cruz Roja como la
enfermería, con Florence Nightingale
en Crimea. Poco más hemos hecho el resto del día. Mucha historia y
nada de medicina. Ya en casa, mientras
cenábamos, he tenido que contárselo todo a mi familia. Hasta mi padre ha dejado su periódico y ha atendido
interesado. Incluso me ha hecho preguntas.
He vuelto tarde a mi cuarto y al escribir
aún se me ha hecho más tarde.
Y mañana tengo que madrugar.
Seguro que tendré
cercos en los ojos
y pareceré un mapache. Voy a encargarle manzanilla a Rosalía, a ver si es tan buena para quitar las ojeras como dicen.
Al día siguiente 26, la manzanilla
había logrado milagros y apenas se me notaron las ojeras. El chófer
de mi padre volvió a llevarme ayer. Mientras bajábamos por el camino de Aceiteros
me fijé en que varias de mis compañeras venían caminando desde la glorieta. Hoy ha sido mi primer viaje en tranvía, que es como un trenecito pequeño y traqueteante donde la mitad de la gente va sentada y la otra mitad, de pie.
Las clases de don Francisco
(con su callado ayudante Paquito,
el esqueleto) me resultan
más entretenidas de lo que esperaba. Hasta ahora había leído poco de ciencia y todo lo relativo al cuerpo humano, su funcionamiento y cómo repararlo
me está resultando fascinante.
El día 14 de abril
comenzamos con las clases de cirugía y sus materiales y por la tarde en el
hospital haciendo las prácticas, nos hemos encontrado con dos cosas que a todas
nos ha resultado muy perturbadoras: cadáveres y estudiantes de Medicina.
Nuestro cometido
poco tenía que ver con abrir y diseccionar
los cadáveres, aunque sí tendríamos
que manipularlos.
FOTO 13 La Navidad del
soldado en Barcelona. Mundo Gráfico del 4 de enero de 1922, p. 20
Lo primero era dejar listo el quirófano para la operación, asegurándonos tanto de su higiene como de que no faltase nada. Luego había que preparar
al paciente, que, en este caso, no dio más problemas
que la repulsión de algunas a manipular
cadáveres, lo cual es absurdo,
pues no se quejan ni protestan y, por mucho que nos equivoquemos, no los vamos a matar
más. A cada una nos han asignado
uno y, en él, debíamos dejar listo el «campo
operatorio». O sea, marcar y facilitar el acceso a la zona donde
se procederá a la operación, cubriendo el resto del cuerpo,
menos la cabeza. Hoy nos ha tocado el área abdominal
para una resección hepática. Lo normal
es que una enfermera haga de anestesista o colabore con el encargado de ello, pero al tratarse de cadáveres no tenía mucho sentido.
Finalmente, hemos ordenado y preparado el instrumental
que tendríamos que ir dando al cirujano según lo necesitase.
En mayo, además de hacer las
prácticas de cirugía, tenemos que ayudar en los demás pabellones del hospital. Hoy
me ha vuelto a tocar en infantil. Estaba en el jardín, vigilando a los niños. Los
estudiantes asistirán a sus primeras operaciones en compañía de un doctor y
nosotras estaremos a cargo del instrumental, supervisadas por una enfermera
profesional. Sor Berzelius y sor Titulada, que suelen ser las anestesistas,
también tendrán a una como ayudante para que vayamos aprendiendo el delicado
arte de suprimir el dolor, como lo llama sor Berzelius. Y que vayamos a
anestesiar me gusta y tengo muchas ganas de ponerme a ello, pero me da rabia que
no nos haya dejado hacer nada con los cadáveres. Ya no digo que operemos, pero
ni siquiera hemos podido suturar o hacer la compresión de una arteria, lo que
podría ser muy útil en caso de emergencia. Se lo he comentado a don Víctor
Manuel, pero me ha dicho que no son nuestras labores
y que no nos preocupemos por ellas. En caso de necesidad, se avisa al médico de guardia;
ahí finaliza nuestra responsabilidad. De hecho,
la normativa deja bien claro que la enfermera
no puede llevar a cabo procedimientos
quirúrgicos y que si lo hace será expulsada e incapacitada inmediatamente. No he querido
discutir más porque ya tengo bien aprendida la lección que me dio don Francisco sobre respetar la jerarquía.
En la cocina he visto unos conejos ya despellejados y desangrados para la comida de mañana.
Aún no los habían abierto y no he podido resistir la tentación. He subido corriendo
a la
sala de lectura, que es donde
mi madre guarda sus cosas de coser, y he cogido la
aguja más grande y el hilo más resistente. Luego he buscado
unas pinzas y he vuelto
con todo a la cocina. Con un pequeño
cuchillo, muy afilado, he abierto el conejo
y, con ayuda de las pinzas,
he estado jugueteando con sus vísceras. Me ha dado pena que ya lo
hubiesen desangrado, aunque
creo que sin instrumental parar la
hemorragia habría sido un desastre.
Luego he intentado coserlo como hacen
los cirujanos, cogiendo la aguja con
las pinzas, pero con las que yo tenía y aquella aguja
de coser no era nada fácil, así que al final lo he cosido con mis dedos.
También
en mi casa y con mis compañeras hemos cogido un cordero y he repartido los roles
entre mis compañeras, una sería la anestesista, otra la enfermera y yo la cirujana. Hemos atado el cordero,
que debía de pesar unos quince kilos y desgraciadamente ya había sido desangrado en el mercado,
a la mesa para que la panza quedase hacia arriba.
Avi le ha puesto una mascarilla
de anestesia y simulado
que iba echando las gotas de
éter en ella. Inés me iba pasando el material según se lo pedía y yo he procedido
a abrir el animal. Si un cordero no es
lo mismo que un ser humano,
un cadáver tampoco es lo mismo que un ser vivo: los tejidos son más blandos
y la sangre más viscosa,
pero era lo mejor
que teníamos. Así que, una vez preparado el campo operatorio, con un bisturí le
he abierto el vientre. Aquello no olía muy bien y aunque
ya casi no tenía sangre, sí tenía un montón
de humores con los que mancharnos las manos y los delantales.
Como si por sus arterias
y venas aún circulase la sangre, he cerrado las que había abierto y luego
me he puesto a investigar sus órganos en compañía de mis amigas.
La operación iba a ser la extracción de una supuesta bala, un dedal en realidad, que nosotras mismas habíamos
introducido en su hígado. He usado unos retractores para mantener abierta la pared abdominal, he simulado romper una arteria para poder
hacerle una hemostasia y me he dedicado a extraer
la bala. Luego he retirado
los retractores, he cerrado la herida y la he cosido, ahora sí, con
las pinzas adecuadas. Creo que no me he divertido tanto en toda mi vida.
FOTO 14 Damas Enfermeras
de la Cruz Roja de San Sebastián en el Palacio Miramar, convertido en Hospital
de Sangre para atender a los heridos de la Guerra de Marruecos, 1922
Luego me ha sustituido
Inés, que ha extraído la bala del bazo, y Avi, que se
atrevió con los pulmones,
para lo que hemos
tenido que ayudarla a serrar
un par de costillas. Rosalía,
que ha desangrado y descuartizado
centenares de animales, casi se desmaya con nuestra práctica. Iba a abrirlo otra vez, esta vez para acceder al corazón,
cuando una voz nos ha interrumpido. «¿Ahora jugáis
a esto? —ha dicho mi padre desde la puerta
con su libro aún entre las manos—. Y yo que me quejaba
cuando tu madre traía a sus amigas a jugar al cinquillo…».
Así siguió durante este
tiempo de estudios y prácticas hasta que a finales de julio de 1921 fueron los
exámenes y hoy día 21 nos han
reconocido como Damas Enfermeras de Primera. Lo hemos celebrado con una pequeña fiesta en el hospital
que luego ha continuado en el Chumbica por nuestra cuenta.
El 22 de julio de 1921
llegan a Madrid las horribles noticias sobre el Desastre de Annual, una de las
batallas más sangrientas a las que el Ejército español se enfrentó en el norte
de África. Las Damas Enfermeras, jóvenes aristócratas formadas por la reina
Victoria Eugenia, abandonan sus vidas de lujo y se movilizan para acudir en
ayuda de los miles de heridos que colapsan los hospitales. Laura es una de
ellas.
Agradecimiento
Fernando Pérez Camacho, por haberme regalado tan interesante libro en
estas navidades.
Fotografías extraídas de la revista Mundo Gráfico de la
Biblioteca Nacional de España y Fototeka Kutxa y colección particular.
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en
Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San
Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro
de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de
Enfermería Avanza
Miembro de Eusko
Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la
Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la
Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro no
numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
1 comentario:
Qué interesante la reseña de ese escrito, los datos que trae son muy novedosos, por lo menos para mí, y las fotos son preciosas.
Felicitaciones.
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