Autores:
Manuel Ferreiro Ardións y Juan Lezaun Valdubieco, con prólogo de José Siles González. Editado por el Colegio
Oficial de Enfermería de Álava / Arabako Erizainen Elkargo Ofiziala.
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1 Portada y contraportada del libro
El
libro consta de 143 páginas y se presenta:
Prólogo.
Introducción:
la peste, la ciudad y Francisco de Herrera.
Primer
brote. Del 7 de agosto de 1598 al 13 de octubre de 1958.
Segundo
brote. Del 2 de noviembre de 1598 al 16 de marzo de 1599.
Tercer
brote. Del 31 de mayo de 1599 a noviembre de 1599.
Cuarto
brote. Del 30 de agosto de 1601 al 30 de diciembre de 1601.
Un
premio para los barberos y cirujanos.
Conclusiones.
Epílogo
y Fuentes y bibliografía.
Según
nos cuenta el Dr. José Siles, es
para él un honor prologar este estudio de los autores, además honestamente,
resalta el disfrute que ha experimentado con la lectura de esta obra tan
importante que ha coexistido magistralmente con una escritura amena y adictiva.
No es la primera obra histórica de estos dos autores que llevan tiempo
confabulados para desempolvar la historia de la enfermería en el País Vasco.
Es
una época marcada por varios episodios de peste, este desolador contexto
colmado por penurias, miedos y medidas radicales como el aislamiento y el
enclaustramiento, constituye el punto de partida para entender el olvido que ha
recaído sobre las hazañas del Maese
Francisco de Herrera, un cirujano barbero que, no lo olvidemos, constituye
un antecedente de la enfermería actual en su vertiente más vinculada a la
cirugía menor y a determinadas técnicas que, en lo esencial, siguen estando
integradas en los currículos y en la
profesión enfermera.
El
miedo como protagonista subyacente. Los autores comienzan describiendo de forma
sencilla y didáctica las características de la peste y sus diferentes
tipologías con las consiguientes consecuencias en cuanto a manifestaciones
clínicas y, sobre todo y más sobrecogedor, sus niveles de mortandad. Está claro
que para entender lo que pasó en Vitoria en 1598 y 1599 hay que acercarse a la
mentalidad de la época y a la interpretación que la gente “el pueblo”
“fabricaba” con los escasos y distorsionados mimbres de los que disponía,
haciendo uso y “abuso” de una fantasía alimentada especialmente por el miedo a
lo incomprensible en un contexto donde predomina el terror y en el que todo el
mundo busca culpables.
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2 Dr. José Siles, Juan Lezaun, Hosanna Parra (Presidenta del Colegio de
Enfermería de Álava), Toti Martínez de Lezea (escritora) y Manuel Ferreiro
Durante
la Edad Media, señala Sontag que la peste llegaba a ser sinónimo de corrupción
moral y se buscaban chivos expiatorios fuera de la comunidad enferma. En la
peste que masacró Europa a mediados del siglo XIV este desafortunado papel fue
encarnado por los judíos, que sufrieron masacres en los períodos más agudos de
la epidemia.
La
Peste, pues, debe considerarse como fuente del mayor de los misterios: la
arribada de la parca y la muerte colectiva de cientos, miles de personas que
viven dentro de un marco espacial determinado compartiendo un miedo que impacta
de tal forma en sus creencias y valores que va a acabar cambiando sus vidas
tanto o más que la propia epidemia. En este caso, la peste es solo la mensajera
de una enfermedad aún más terrible: el miedo; una enfermedad que aísla al que
la padece y debiera ensalzar a los pocos que, por unos motivos u otros, se
ocuparon del cuidado de “los apestados”.
Las
mujeres, anónimas coprotagonistas, eran las encargadas de los cuidados y, en
ese sentido, eran las enfermeras quienes se ocupaban de lo que los que hoy
denominamos cuidados básicos siendo extremadamente importante en una crisis
epidémica la higiene del cuerpo, la ropa, la cama, el habitáculo, etc.
A
finales del siglo XVI los autores identifican dos enfermeras y un “matrimonio
hospitalero” que trabajaban en el hospital de Santiago de Vitoria y que se
dedican a “regir y gobernar las personas enfermas de contagion”.
Recapitulando
sobre todo lo expuesto, me felicito por la lectura de este libro con cuya
lectura he disfrutado y aprendido tanto que me atrevo a recomendarlo a todos
los profesionales sanitarios, especialmente a los enfermeros y a los amantes de
la historia. Agradece sinceramente a Manuel Ferreiro y Juan Lezaun por haberle
posibilitado la lectura de esta obra esencial para la historia. Agradezco
sinceramente a los autores por haberme dejado leer esta obra esencial para la
historia de la enfermería, la medicina y la ciencia.
Maese Francisco Herrera
Fueron
tres grupos sanitarios los que existieron en esa época. El primero es el
encargado de asistir a los enfermos en sus necesidades de alimento, descanso,
eliminación, higiene, seguridad, etc.; es a lo que llamamos cuidados inmediatos
o básicos aunque también se denominan paradomésticos. Durante la peste, en
Vitoria realizarán además traslados de enfermos y enterramientos.
El
segundo corresponde a los médicos, que tienen por misión hacer el diagnóstico,
pautar el tratamiento y los medicamentos precisos. No intervienen directamente
sobre el cuerpo del enfermo y tienen prohibido realizar técnicas invasivas. En
esa época ya son licenciados universitarios y pueden llegar a ser doctores.
El
tercer grupo es el de los barberos y cirujanos, se encargan de los denominados
cuidados instrumentales. Tienen el cuchillo y las tijeras como armas
representativas de sus quehaceres y, aunque son ninguneados por los médicos
como meros artesanos manuales, lo cierto es que algunos cirujanos tienen cierto
grado de formación, denominándose latinos (porque conocían el latín al ser
bachilleres), si bien la inmensa mayoría pertenecían a la escala de los
romancistas (que desconocían el latín o no tenían estudios) y habían iniciado
su andadura como aprendices de barberos y sangradores.
Para
ejercer debían estar aprobados por los reales tribunales del protobarberato y protocirujanato. Solían estar organizados gremialmente con su
escala tradicional de aprendiz, oficial y maestro. La idea de adscribir los
barberos a la asistencia de los pobres y los cirujanos a la de los pudientes no
es exacta, por lo menos al hablar de cirujanos romancistas, y de hecho el
término barbero cirujano aparece no sólo porque muchos cirujanos son también
barberos, sino porque lo que da de comer es la barbería y añadirle cirujano
simplemente la prestigia a la vez que amplía su cartera de servicios.
En
Vitoria no consta la existencia de un cirujano latino hasta 1689, cuando la
ciudad recibe cédula real para la provisión de una plaza de cirujano mayor,
aunque no datamos ninguna hasta 1728. Luego en la peste de 1599, los cirujanos
que encontramos en Vitoria son todos romancistas pudiendo caber la duda del Bachiller Salsamendi en relación a su
título académico. Hasta el siglo XIX la cirugía no quedaría unida e igualada a
la medicina.
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3 Juan Lezaun, Hosanna Parra (Presidenta del Colegio de Enfermería de Álava),
Dr. José Siles, Manuel Ferreiro y Toti Martínez de Lezea (escritora)
De
entre estos profesionales que participaron en la epidemia finisecular sobresale
la actuación de maese Francisco de
Herrera, barbero-cirujano de la ciudad de Vitoria, cuyos servicios y
dedicación se ven salpicados de alabanzas y acusaciones de mala praxis, castigo
y recompensas que dejaron sus testimonio en los libros de actas municipales,
permitiéndonos reproducir con su persona no sólo los cruciales acontecimientos
del momento, sino también los quehaceres profesionales de la enfermería en
aquellos difíciles tiempos.
Las
primeras referencias de Francisco son de 1572, fecha en la que junto a Esteban de Uriarte comienza a prestar
servicio en el hospital de Santiago o de la Plaza, sustituyendo a Martín Hernando de Aberasturi y a Pedro Maturana, de quien Herrera era hijo
político, que lo habían prestado hasta ese año. La asistencia al hospital
implicaba estar asalariado por el Ayuntamiento -que tenía el patronato del
mismo- y hacer asistencia gratuita a los pobres, lo que no impedía el ejercicio
liberal siempre y cuando no se descuidaran las obligaciones contraídas con el
Concejo.
No
sabemos su salario en los años previos a la peste, pero probablemente sería de
10 ó 15.000 maravedíes anuales, que es lo que se pagaba en el hospital Santiago a otros cirujanos en ese periodo.
Herrera
es designado como cirujano y como cirujano barbero, lo que orienta a que tenía
ambos oficios y a que obtuvo la aprobación de cirujano a partir de su formación
como barbero; además, es siempre denominado en la documentación municipal como
maese o maestre, sin ningún otro calificativo de rango académico, por lo que
puede suponerse que se trataba de un cirujano romancista cuya formación, tanto
en el oficio de la ferramentarum incisio
como en lo académico hubo de basarse en la tradición empírica de corte gremial.
Debió
de entrar como aprendiz en casa de un maestro, tal vez su propio suegro, para
seguir a su cargo como oficial hasta alcanzar el grado de maestro, lo que le
permitía independizarse y coger a su cargo nuevos aprendices. Puesto que ejerce
como asalariado del municipio, además de la certificación gremial debía estar
aprobado por el Tribunal del Protomedicato, es decir, tendría un título oficial
que le permitía ejercer en todo el Reino.
Sus
conocimientos serían los aprendidos de su maestre, más lo que añadiera de su
propia experiencia, estos conocimientos eran esencialmente prácticos y su
prestigio se medía por la habilidad manual e instrumental en las técnicas
invasivas o sangrantes, que los médicos tenían prohibido realizar. Estos
artesanos que hacen del cuchillo y las tijeras sus armas, basado en una mezcla
de galenismo práctico básico con tradición oral empírica (sacamuelas,
recomponehuesos, curanderos, herbolarios, etc.), todo ello ligado con un mundo
de creencias y supersticiones que compaginaba perfectamente la existencia de
estos prácticos con todo tipo de charlatanes.
Ernesto García
documenta un saludador en el censo fiscal de Vitoria de 1537, que paga sus
impuestos en función de ese oficio con la misma naturalidad que médicos,
barberos o boticarios. Los saludadores tenían la “facultad” de “sanar” con su
saliva y aliento, por lo que hicieron del saludo con fines curativos un oficio
muy lucrativo, siendo contratados sus servicios tanto por particulares como por
municipios. Hay diversas creencias sobre los mismos, una extendida era que la
capacidad curativa de un saludador la heredaba su séptimo hijo.
El
diccionario de la Real Academia Española lo define taxativamente como
“embaucador que se dedica a curar o precaver la rabia u otros males, con el
aliento, la saliva y ciertas depreciaciones y fórmulas.
Dado
que en 1572 Herrera ejerce por su cuenta ha de entenderse que ya entonces era
maestre y, en consecuencia, probablemente vivió -suponiéndole en Vitoria,
fundamentalmente por el parentesco con Pedro de Maturana- los brotes epidémicos
de peste entre 1564 y 1568 de manera más o menos activa, bien como aprendiz o
como oficial, en los que habría tomado conocimiento del mal de pestilencia.
Estos brotes debieron tener escasa incidencia dentro de las murallas de la
ciudad gracias al férreo control de sus entradas aún a expensas de morir por
falta de abastecimiento, pero puesto que en toda epidemia que azotó Vitoria la
ciudad estableció lazaretos extramuros, donde recogían a los afectados de la
villa como de las aldeas de su jurisdicción y donde residían sus cuidadores,
por poca incidencia que se produjera sin lugar a dudas los profesionales
sanitarios la vivieron plenamente.
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4 La Dance Macabre des Hommes, impreso por Guyot Marchant, Paris. 1486
Manuel Solórzano
Sánchez
Graduado
en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de
San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia
de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro
de Enfermería Avanza
Miembro
de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro
de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro
de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro
no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
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