FOTO 1 Joaquín Hernández
Rodríguez
MIS VIVENCIAS COMO MÉDICO RURAL. 3ª EDICIÓN
En su prólogo del 2010 de su primera edición nos contaba que: Mi
intención al escribir estas páginas es triple. En primer lugar para que mis
nietos se enteren de las vicisitudes que pasó su abuelo hasta llegar a formar
la familia numerosa que somos (mis hijos conocen la mayoría de las anécdotas
aquí transcritas). En segundo lugar para que los médicos de este siglo sepan
cómo se ejercía la profesión hace 65 años en “alguna“ que otra zona rural; me
referiré principalmente a Ibias y Somiedo (Asturias) pues debido a las malas
–malísimas- comunicaciones existentes era “aterrador” con mucha frecuencia
TRATAR DE CURAR; en último lugar, pretendo cumplir antes de desaparecer de este
mundo con los tres preceptos: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un
libro; los dos primeros los he cumplido con creces y el último veremos si lo
consigo, por lo menos la intención es buena.
Y en su prólogo del 2015 a la edad de 92 años nos cuenta: Desde aquella
primera edición que el Autor escribió hace cinco años como corriendo, como
creyendo que le quedaba un telediario (maldita la gracia de frase), pues han
pasado no sólo una segunda edición sino: bodas de oro, platino y todos los
metales posibles; viajes de norte a sur de la Península visitando a
una numerosa, a la par que desperdigada, familia; comunicaciones mil a través
de cualquier formato, aplicación o soporte que aparezca; y sobre todo un susto,
una delicada operación, que nos hizo plantarnos allí “a pie de cama” a toda la
familia y que ahora narra triunfante con fotos incluidas, impresionado por los
avances en la medicina y su limpieza de “cañerías”.
Hernández hasta la médula
espinal, hay que conocerle.
No es menester desmerecer a la
mujer que ha visto y ayudado a envejecer a semejante ejemplar de autenticidad
castellana, la abuela Mary Nieves es la mitad de él, sin duda un tercio de su
memoria y casi toda su movilidad, es como tantas mujeres de cualquier época el
soporte que no se ve a simple vista… es esa médula espinal.
FOTO 2 Portada de la 3ª edición
del libro Mis Vivencias como médico rural
Demuestra una vez más lo listo
que es el abuelo, eligió a una mujer todavía más lista que él y que sigue su
mismo ritmo vital.
Esta tercera edición también ha surgido porque este libro ha
dejado de ser nuestro, del abuelo, de papá… Ahora es ya del mundo, de las
familias a las que atendió Don Joaquín y de toda persona que quiera saber cómo
se vivía y se ejercía la medicina en aquella época…
Se podría decir que tiene vida propia, ya que cuantas más
personas lo leen más detalles van apareciendo sobre los hechos que se narran.
Es por esto que se han añadido notas al final de la edición para recoger estas
aportaciones y para redondear la información que en él aparece.
Estas “Vivencias” ya no son de nadie, son de todo el mundo y
seguirán apareciendo datos y comentarios de personas que quieran recordar o
bucear en nuestro pasado, nuestras raíces, nuestras
realidades.
Celebremos pues, como dice el Autor en esta especialmente
sabia etapa de su vida, que no hay años mejores que los de estar vivos y vivas.
Vivamos.
Salud.
Lo dice un médico. Junio de 2015
Si quieres hacerte con un ejemplar lo puedes
comprar en:
LIBRERÍA CÁMARA, calle Euskalduna
nº 6 de Bilbao y en San Antolín de Ibias en el BAZAR RON.
FOTO
3 Fotografía tomada en 1942, viviendo en Madrid. Estoy con Antonio Serrano, un
compañero de la facultad de Medicina que se acabaría convirtiendo en mi cuñado.
Preparando un examen
Su amigo Celso López Gavela nos cuenta: “Un día de octubre de 1951, llegó a
San Antolín, capital del concejo de Ibias, en Asturias, para iniciar su trabajo
de médico, para el que había sido designado por el Ayuntamiento. Llegaba al
anochecer, en el coche correo, un vehículo singular en el que se apiñaban los
viajeros.
Al día siguiente, 12 de octubre,
Fiesta Nacional, en la salida de misa, me lo presentaron y en ese momento
comenzó una amistad que ha permanecido viva a pesar de años y distancias. Se
inició también su historia personal como médico del concejo, dejando una estela
de humanidad, rigor profesional y de buen humor que fascinaba a los habitantes
de los pueblos tan necesitados de atención médica y de ánimo para sus
dolencias.
Fue un símbolo de bondad y
también de modernidad para aquellas gentes abandonadas durante muchos años y de
cuya gratitud quiero hacerme yo mensajero en estos momentos...”.
Así comienza el libro de Joaquín Hernández Rodríguez, médico
rural que nació en 1923 y se licenció en Medicina y Cirugía por la Universidad de
Salamanca, de donde es natural, trasladándose a ejercer su profesión a la
provincia de Asturias en el Concejo de Ibias. La edición de estas vivencias,
pretende ser un homenaje a Joaquín y
Mary Nieves de sus hijos, nietos y
amigos por el sesenta aniversario de su matrimonio.
Según Joaquín nos cuenta que: “Este es el relato de mis comienzos como
médico rural. Con él quiero que mis nietos se enteren de las vicisitudes que
pasó su abuelo hasta llegar a formar la familia numerosa que somos; también me
gustaría que los médicos de este siglo supieran cómo se ejercía la profesión
hace 60 años en ciertas zonas rurales, como Somiedo e Ibias (Asturias), donde
debido a las malas, malísimas comunicaciones existentes con mucha frecuencia
era aterrador tratar de curar…”.
Mi etapa de estudiante
Mi vocación desde que comencé los
estudios de medicina fue siempre ser médico rural, luego por circunstancias que
iré comentando se truncó todo.
Comenzaré
explicando someramente las dificultades que teníamos los “no pudientes” para
poder estudiar fuera de la ciudad de residencia. Aunque comencé la carrera en Madrid (vivíamos allí), la
terminé en Salamanca, pues en el año 1945 trasladamos nuestra residencia a
Gijón.
En aquella época la carrera de
medicina constaba de siete cursos, el primer curso se estudiaba en la Universidad Central
y a partir del segundo se pasaba a la facultad de Medicina. En el curso 45-46
me trasladé el expediente a Salamanca desde Madrid donde había empezado mi
carrera. Aquí fue cuando me di cuenta que había que “apretar los codos”; vivía
en una buhardilla compartida con un compañero, por la que pagaba 4,50 pesetas
al día, incluido el desayuno, más 50 céntimos por el brasero en los meses
fríos; en la pared frente a la mesa de estudio coloqué una carta que me había
escrito mi padre muy enfadado diciéndome, que debido al sacrificio económico
que tenían que hacer, o estudiaba o se acababa el envío de dinero. Aprobé todo
el curso con nota alta.
Comienzo del Ejercicio Profesional
Regresé de Salamanca el día 9 de
octubre de 1949 y el día 10 sustituí a mi cuñado Antonio, médico de Libardón
(Colunga), con el consiguiente “miedo” a que me avisaran para una urgencia
grave. Me pasaba las noches leyendo el Manual de Urgencias Médicas. Al día
siguiente fui a Sietes (Concejo de Villaviciosa) montado en “Lucero” un
asturcón que tenía el titular del pueblo para desplazarse por los pueblos.
Cuando llegué me encontré con mi primer disgusto, había un enfermo que trataba
el médico del pueblo de una pleuritis tuberculosa y al verme con cara de
“chavalín” me espetó: ¡cómo ha dejado Don Antonio un practicante en vez de un
médico!, sin comentarios, me quedé petrificado. Así fue mi comienzo en la
abnegada profesión que elegí, no hubo urgencias graves, ni partos, ni
autopsias, solamente enfermos corrientes que se curaron sin problemas.
Después de Libardón me dieron la
plaza de La Riera
que constaba de veinte pueblos diseminados por los valles a los que se accedía
por caminos de carros. En todos los pueblos como no había médico siempre había
algún “entendido” al que acudían, unas veces por urgencia y otra por falta de
recursos para visitar al médico. Como ejemplo os contaré que me avisaron que
una señora tenía una brecha muy grande en la cabeza y muy fea, cuando llegué vi
al curioso del pueblo que le había cortado el pelo y con una aguja de coser
sacos y un bramante le había dado tres puntos de sutura para cerrar la herida,
le echó azúcar para cortar la hemorragia y le colocó una telaraña en toda la
herida para evitar la infección, eso no se enseña en la facultad, es auténtica
medicina rural de hace 50 años.
FOTO 4 Orla de la promoción de
1948 – 1949 de la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamanca
A la Mili
Por fin llegó la hora de
incorporarme a cumplir los seis meses que me faltaban para obtener el título de
Alférez de Complemento, aunque yo pertenecía al arma de Infantería, debido a mi
experiencia como médico en ejercicio me destinaron a la Agrupación de Sanidad
Militar de Burgos como Médico de Cuerpo, es decir que tenía que pasar
reconocimiento diario a los reclutas enfermos, reconocer a todos los soldados
cada cierto tiempo para detectar enfermedades. Al día siguiente comencé mi
tarea para el reconocimiento de los reclutas enfermos; al toque de
reconocimiento por el corneta de guardia, había que pasar visita a las
dependencias donde se encontraban aquellos que por la índole de su enfermedad
no podían acudir al botiquín. Para ello íbamos el practicante, un soldado
“sanitario” y el médico; al llegar al dormitorio el soldado que estaba de
imaginaria tenía que anunciar a viva voz “compañía, el Alférez Médico”. En mi
caso, como el practicante era teniente me parecía un poco absurdo que
anunciaran al alférez, teniendo el teniente más categoría; se lo comenté al
practicante y me dijo que en sanidad Militar además del cargo se tiene en
cuenta la profesión, siempre en los partes y en las órdenes siempre que se
nombraba a un oficial, si este era médico había que indicarlo.
FOTO 5 Instrucción militar en el
campamento de Monte Reina, Zamora 1947. Alféreces de Complemento en la
Agrupación de Sanidad Militar de Burgos, 1951. El primer duro que ganó. Boda en
la iglesia salmantina de San Juan de Sahagún 1950
Ejerciendo la
Medicina en Ibias
Al terminar la mili me puse en
contacto con el secretario del Ayuntamiento de San Antolín de Ibias, porque
estaban buscando a un médico que estuviera dispuesto a hacerle la competencia
al que ejercía en dicha localidad, ya que no estaban muy contentos con él, con
la carrera ya casi terminada, había conseguido el título con unos exámenes
patrióticos que hacían a los excombatientes de la Guerra Civil, la boticaria era
su mujer y el cura su hermano, por consiguiente eran los caciques del concejo.
Acepté la oferta; solicité de la Jefatura
Provincial de Sanidad la plaza de APD y me concedieron del
Distrito 2º.
En aquellos tiempos ejercer la
medicina en Ibias era muy duro pues no había carreteras, casi todas las visitas
a los 73 pueblos del Ayuntamiento había que hacerlas a pie o a caballo, algunos
se encontraban a seis horas a caballo; los distritos eran de primera categoría
y los colegas que engañados por la categoría solicitaban la plaza, se marchaban
enseguida buscando algo mejor. Tuve que esperar en una taberna a que pasase el
camión que iba al pueblo y al decir que era el médico, me dejaron sentarme en
la cabina, sino habría ido con las mercancías y los animales.
Una de las anécdotas que voy a
contar sucedió en octubre con la recolección de las castañas, se subían con un
palo a los castaños y los golpeaban hasta que las cápsulas llenas de púas cían
al suelo, pero como no tenían gafas, muchas de ellas llegaban a impactar en el
ojo de quién las golpeaba. Como el oftalmólogo más cercano se encontraba en
Oviedo que estaba a más de 150 kilómetros, con una carretera infame, no me
quedó más remedio que extraérselas yo, así que con ayuda de un aguja fina para
inyecciones, buen pulso, buena vista y mejor voluntad le quité la infinidad de
púas que se le habían clavado.
FOTO 6 Montando a “Lucero”. Joaquín,
Don Antonio y el Practicante en Libardón, 1949
Como nadie seguía los consejos
para que utilizasen gafas de protección, al final tuve que adquirir una aguja
especial que usan los oftalmólogos para estos menesteres; también tuve que
extraer las virutas de hierro que se les clavaban a los herreros, después los
curaba yo personalmente durante unos días y afortunadamente nunca tuvimos que
lamentar ninguna complicación. Os recuerdo aquí lo que le contestó la enferma
de Somiedo al oftalmólogo, cuando le preguntó si el médico de su pueblo era
especialista en ojos… el médico de mi pueblo es especialista en
todo.
Ibias limita con el concejo de
Nogueira de Muñiz en la provincia de Lugo y al no haber médico allí, los
vecinos de casi todos los pueblos de los alrededores venían a mi consultorio o
yo iba a visitarlos. Un día me llamaron de Palabreo para visitar a un enfermo
que había tenido un cólico y me encontré un caso curioso. El enfermo estaba tumbado
en la cama, con una pierna sobre un soporte de madera y una piedra que colgaba
de una cuerda e iba sujeta con esparadrapo a la altura de la rodilla; el muslo
estaba envuelto con unas vendas empapadas en clara de huevo ya seca que hacía
las veces de escayola. Se había fracturado el fémur y el “compostor” (el curandero) que le había preparado el “artilugio”, le
dijo que comiera muchos huevos para que “soldara” bien la fractura y el buen
hombre se comió una docena de una sentada, así que no es de extrañar que
tuviera un cólico; el fémur “soldó” sin problemas y no quedó secuela alguna,
¡así era de dura la gente de aquella época!
Dentista a la fuerza
Igual que al leñador de la obra
de Molière “El médico a palos”, me hicieron dentista a la fuerza, llegué a extraer
más de quinientas muelas. Un día se me presentó en mi consulta una señora con
dolor de una muela pidiéndome que se la extrajera, como es lógico le dije que
fuera al dentista de Cangas o esperase al domingo siguiente que había feria de
ganado y esos días los aprovechaba dicho dentista para venir al pueblo; le
receté unos analgésicos, pero el dolor era muy intenso y la pobre mujer estaba
tan desesperada que me dijo que si no le sacaba yo la muela, le diría al
herrero que lo hiciese; este profesional del hierro sacaba muelas con una llave
que había hecho él mismo y que era muy parecida a las que usaban los
sacamuelas.
Debido a su insistencia y como en
mi arsenal quirúrgico disponía de un “fórceps comodín” para las emergencias,
con una aguja fina de las que usaba para inyecciones intradérmicas, sin gran
dificultad anestesié la zona y pude sacar la dichosa muela y acabar con el
dolor.
Seguidamente incluyo un modelo de
los artilugios que se usaban para sacar muelas y que el herrero había copiado a
la perfección y hasta me atrevo a decir que mejorado; como se corrió la voz que
Don Joaquín sacaba muelas sin dolor, se quedó sin clientela y me regaló la
llave como recuerdo. Con los “pinchos” del extremo cóncavo se enganchaba la
muela cerca de la raíz y al girar con fuerza esta salía, y me imagino que con
ella parte del maxilar. Había que estar muy desesperado para recurrir a este
sistema, pero cuando el dolor de muelas aprieta y no hay otros medios al
alcance se hacen barbaridades, ya lo expresa bien el dicho popular: “eres
peor que un dolor de muelas”.
A partir de entonces tuve que
adquirir varios tipos de fórceps, una jeringuilla, agujas de las que usan los
dentistas y un libro para aprender bien la forma de extraerlas, el libro se
titulaba: “Manual de Extracciones Dentarias”. Según mi agenda extraje 573
muelas y raíces.
Cuando el enfermo vivía en
pueblos lejanos, solían traer un caballo pues caminar durante varias horas,
muchas veces más de cinco, con subidas y bajadas era agotador. Cuando los
familiares del enfermo no disponían de caballería, alquilaba el mulo de un
vecino de San Antolín que era tan vago el puñetero que tuve que prepararme un
punzón para estimularle y no dormirme por el camino; si estaba disponible y
previo pago de 25 pesetas por el servicio diario, a veces utilizaba un caballo
de otro vecino que andaba más ligero, a pesar de ser parecido al Asturcón de
Libardón.
Partos
Los partos, por las
preocupaciones y malos ratos que me hicieron pasar, merecen este capítulo
aparte. En Ibias no había practicante ni comadrona, aunque en algunos pueblos
existía “la partera”, que era una señora que aunque carecía del título tenía el
valor y la experiencia necesarios para atender a las parturientas. Yo siempre
llevaba conmigo el “Manual de urgencias en obstetricia”, y de tanto releerlo
durante las esperas al lado de las parturientas, me lo acabé aprendiendo de
memoria.
FOTO 7 Plaza de San Antolín.
Aparece la “rubia”, el coche de línea de Ibias, 1953
En San Antolín aprovechaba la
impagable ayuda que me prestaba mi mujer Mary Nieves, junto a la cabecera de
las parturientas, oyendo los quejidos de muchas de ellas y acompañándolas
durante las interminables horas de espera hasta que parían; además las atendía
en el post-parto sin más retribución que el agradecimiento de “algunas”.
En el siguiente caso que voy a
relatar me encontré con una mujer que había parido hacía 24 horas y tenía la
placenta retenida, como hacía mucho frío en pleno invierno, estaba tapada con
un montón de mantas, pero al levantar la ropa para explorarla, salió un vaho y
un olor nauseabundo que casi me hace vomitar; no tuve dificultad en desprender
la placenta, pero comprobé que tenía una infección puerperal, que a su vez
había provocado una “Flegmasía Alba Dolens”, trombosis de la vena femoral que
hace que el muslo se inflame y adquiera un color blanquecino (pierna de leche
la llamaban los antiguos); la infección se soluciona con los antibióticos, pero
¿cómo combatir la trombosis en una época en la que la heparina aún no estaba a
nuestro alcance?
Mi cuñado Antonio que le había
pasado un caso parecido y había leído en algún tratado antiguo de medicina, no
en la Facultad,
que las sanguijuelas servían como
sustituto de la heparina, gracias al potente efecto antitrombótico que tiene la
hirudina, una sustancia que segregan estos anélidos. Así que buscamos unas
sanguijuelas en un riachuelo y las apliqué en distintas zonas del muslo
inflamado, había que sustituirlas por otras con el tubo digestivo vacío cuando
los anélidos se llenaban de sangre.
Ver el muslo sangrando y con
aquellos repugnantes gusanos pegados al mismo era un espectáculo poco
agradable, pero indoloro, ya que segregan una sustancia anestésica para que el
sujeto parasitado no se entere; como en el caso de mi cuñado, la parturienta
del concejo de Nogueira se curó.
FOTO 8 Sus amigos Celso, Angelito
y Pepe de Pedro. El 2 CV en Basauri. Joaquín con unos colegas y las enfermeras
del ambulatorio de Mieres (Asturias), 1961. Caricatura del médico rural, obra
de su nieto Alex
Para terminar este relato de este
magnífico médico rural comentaros de la anécdota que le ocurrió con un enfermo
de una parroquia del Concejo. Se trataba de un paciente al que diagnostiqué una
amigdalitis aguda (vulgares anginas) y receté supositorios de bismuto “rectamigdol”, que era el tratamiento
que se solía aplicar en aquella época, ya que la penicilina se reservaba para
infecciones más graves; al día siguiente de haber visto al paciente vinieron
los familiares del enfermo a la consulta, muy asustados por los vómitos y dolor
de estómago que este padecía después de haber “comido” los dichosos
supositorios, sin comentarios.
Gracias Joaquín por esta 3ª edición de este
bello ejemplar que nos lo dejas para la posteridad, para que puedan aprender de
tu humanidad y sabiduría, los futuros compañeros de la Sanidad y de la Historia.
Mis vivencias como Médico Rural. Publicado
el domingo día 15 de mayo de 2011
AGRADECIMIENTOS
Joaquín Hernández Rodríguez
Mary Nieves Almaraz
Nieves Hernández Almaraz
Mirian Hernández Uyarra
Alex Hernández Uyarra
Pedro Mendieta Larrondo
Celso López Gavela
Begoña Madarieta Revilla. Historiadora del Museo Vasco de Historia
de la Medicina
y de la Ciencia
“José Luis Goti”
FOTO 9 Joaquín y Mary Nieves,
ante la placa conmemorativa del Premio Príncipe de Asturias de 1999
Manuel Solórzano
Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital
Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza-
Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería
Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la
Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del
Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de
Amigos del País. (RSBAP)
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