viernes, 23 de agosto de 2013

HESTER LATTERLY. “ENFERMERA VICTORIANA”



Anne Perry es una escritora inglesa, autora de “Historias de detectives”, que ha escrito una serie de libros sobre el detective William Monk y una de sus protagonistas que le ayudan a resolver sus casos es la enfermera Hester Latterly.

Hester es enfermera titulada de profesión, sirvió en el Hospital de Scutari en Crimea bajo las órdenes de Florence Nightingale. Su trabajo fue muy duro desde el principio, tuvieron que empezar de cero, ya que nunca en el ejército inglés habían trabajado enfermeras mujeres, ya que los médicos no las querían. Les costó mucho que su trabajo fuese reconocido por los varones militares, sobre todo los médicos, aunque la tropa estaban encantados que estuviesen ellas a su cuidado.

Cuando regresa a su casa en 1856, la encuentra hecha un caos y se encuentra con el detective Monk que investiga un delito relacionado con su familia. Su naturaleza investigadora finalmente le permite ayudar al detective en sus investigaciones, a pesar de lo incómodo al principio.

FOTO 001 Rapiñadores de Londres victoriano. La Revista Headington, 1871. Niño: La vida de un Mudlark, 1861

Después de intentar trabajar en un Hospital de forma libre, es despedida por su individualismo y se lleva a sus pacientes particulares a su propia enfermería. Después de este suceso, con la ayuda de su amiga Callandra Daviot, abre una Clínica para prostitutas, heridos y enfermos en los barrios pobres del centro de Londres. Posteriormente se casó con el detective después de encontrarse a los cuatro años de haber llegado a Londres. No tienen hijos pero ella adoptó a los “Mudlark” (niños pobres que buscaban lo que podían en las orillas fangosas del río Támesis en marea baja, hurgando en busca de cualquier cosa que pudiese ser vendida. Hoy llamados recicladores).

Hay un libro donde Henry Mayhew, describe perfectamente a los Mudlark, y es un libro de narrativa: “Londres Trabajo y los pobres de Londres”, extra volumen 1851.

FOTO 002 Portada y contraportada del libro “Su hermano Caín” de Anne Perry

Anne Perry, en uno de sus múltiples libros del detective Monk: “Su Hermano Caín”, en la página 59 dice así:
Hester Latterly había trabajado como enfermera a las órdenes de Florence Nightingale en el hospital de Scutari durante la guerra de Crimea y también en el campo de batalla. Estaba más que acostumbrada a las enfermedades, el frío, la suciedad y el dolor del sufrimiento ajeno. Eran incontables las muertes que había visto por causa de la fiebre o las heridas. Sin embargo, la difícil situación de los pobres y los enfermos que vivían en Limehouse era algo que le llegaba al alma, y el único modo que conocía para soportarlo y acabar con las pesadillas era trabajar con su íntima amiga y mecenas de Monk, lady Callandra Daviot, y el doctor Kristian Beck, para así aliviar las penurias en la medida de lo posible y luchar por paliar las condiciones que hacían que esas enfermedades fuesen endémicas.

Hester estaba arrodillada limpiando el suelo de un almacén que Enid Ravensbrook, otra mujer acaudalada y llena de compasión, había adquirido, al menos temporalmente, con el fin de habilitarlo como hospital para los enfermos de la fiebre, al igual que se había hecho en el hospital militar de Scutari. Hester tenía la impresión de que el agua que se estaba utilizando se encontraba tan infectada como cualquiera de sus pacientes, pero le había añadido una buena cantidad de vinagre y confiaba en que satisficiera su propósito. El doctor Beck también había conseguido media docena de braseros en los que quemarían hojas de tabaco, una práctica muy extendida en la marina para fumigar las cubiertas y combatir la fiebre amarilla. Callandra compró varias botellas de ginebra, que estaban bien guardadas en el botiquín y se emplearían para limpiar ollas, tazas y cualquier instrumento. Puesto que sólo contaban con enfermeras profesionales, era bastante improbable que el alcohol se utilizara para otros fines.

Hester acabó de limpiar el suelo y se puso de pie; mientras doblaba la espalda adelante y atrás para aliviarla de la rigidez, entró Callandra. Era una mujer de caderas anchas y de mediana edad.

… ¿Ha terminado? Le preguntó en tono animado. Excelente. Me temo que vamos a necesitar todo el espacio posible. Y, por supuesto, mantas. Inspeccionó la habitación durante unos instantes; luego, cuidadosamente, se puso a medir a pasos el suelo, calculando con precisión cuántas personas cabrían sin tocarse. Quisiera conseguir jergones, prosiguió de espaldas a Hester, y ollas y cubos. ¡La tifoidea es una enfermedad tan horrorosa! Tendremos que deshacernos de muchos restos y desechos, y sabe Dios cómo lograremos hacerlo. Estaba en el otro extremo de la habitación y Hester apenas le oía. Se volvió y comenzó a medir a pasos el ancho. ¡Todos los estercoleros y pozos negros en varios kilómetros a la redonda están desbordados!

FOTO 003 Londres Trabajo y los pobres de Londres

¿Ha hablado el doctor Beck con las autoridades locales al respecto? Se interesó Hester mientras se dirigía hacia la ventana con el cubo para vaciarlo. No había sumideros y, de todos modos, el agua estaba mezclada con vinagre, así que, probablemente, sería beneficiosa para los arroyos, más que perjudicial.

Callandra llegó al otro extremo y perdió la cuenta. Amaba a Kristian Beck incluso desde antes que se produjera el desafortunado incidente del Royal Free Hospital el verano anterior. Hester lo sabía, pero era algo de lo que nunca hablaban. Se trataba de un tema muy delicado y doloroso. La intensidad de los sentimientos de Kristian hacía que la situación resultara todavía más conmovedora. Callandra había enviudado, pero la esposa de Kristian aún vivía.

Hester miró por la ventana para asegurarse de que nadie pasaba por debajo y vació el cubo. Creo que caben unas noventa personas, decidió Callandra, y después frunció el ceño. ¡Ojalá no nos haga falta más! Ya tenemos cuarenta y siete casos, eso sin contar los diecisiete muertos y los trece que están demasiado enfermos y no pueden moverse. No creo que pasen de esta noche. Subió el tono de voz. ¡Me siento tan impotente! ¡Es como luchar contra la marea ascendente con una fregona y un cubo!

La puerta se abrió y entró una mujer muy atractiva, con una botella de ginebra bajo el brazo y otra en cada mano. Era Enid Ravensbrook. Supongo que es mejor que nada, comentó esbozando una sonrisa. Le he dicho a Mary que vaya a buscar paja limpia. El palafrenero que está al final del callejón tal vez tenga. Su madre es una de las víctimas. Hará todo lo que esté en sus manos. Dejó las botellas de ginebra en el suelo. No sé qué hacer con respecto al pozo. He sacado agua con la bomba, pero huele como la pocilga de al lado.

Seguramente hay un buen motivo, observó Hester frunciendo los labios. Hay un pozo en Phoebe Street que huele bien, pero transportar el agua hasta aquí sería muy agotador y, además, tenemos pocos cubos. Tendremos que pedirlos prestados, resolvió Enid. Si cada familia nos presta uno, tendríamos bastantes.

No tienen cubos de sobra, señaló Hester al tiempo que colocaba el suyo en el suelo y ordenaba el cepillo y la tela. La mayoría de las familias de por aquí sólo cuenta con una olla. ¿Una olla para qué? Preguntó Enid. ¿Acaso utilizan el cubo de los deshechos de la noche para limpiar el suelo?

Una olla para todo, le explicó Hester. La usan para limpiar el suelo, lavar a los niños, depositar los excrementos por la noche y cocinar. ¡Oh Dios! Enid se quedó inmóvil; luego se sonrojó, sin poder articular palabra. Respiró hondo. Lo siento. Supongo que todavía desconozco muchas cosas. Iré a comprar unos cuantos.

Giró sobre sus talones y, al salir estuvo a punto de chocar con Kristian Beck, que entraba en ese preciso instante. Estaba visiblemente enojado; fruncía sus hermosos labios y el intenso color de las mejillas nada tenía que ver con el frío del exterior. Resultaba del todo innecesario preguntarle si su reunión con las autoridades locales había tenido éxito o había sido un completo fracaso. Callandra fue la primera en hablar. ¿Nada? Preguntó en voz baja y en un tono que no denotaba reproche alguno. Nada admitió Kristian. … Tienen cientos de excusas, pero todas apuntan hacia lo mismo. ¡No les importa lo suficiente!

¿Qué clase de excusa? Quiso saber Enid. ¿Cómo es posible? Cientos de personas se están muriendo y podrían morir cientos más antes de que todo esto acabe. ¡Es monstruoso!

Hester había pasado cerca de dos años trabajando como enfermera del ejército. Estaba acostumbrada al funcionamiento interno de las instituciones. Ninguna autoridad local podía ser peor que la militar o, en su opinión, más terca ni estar totalmente fosilizada en su forma de pensar. El difunto esposo de Callandra era cirujano del ejército, por lo que ella también conocía de sobra el ritual y el poderío prácticamente insuperable de la tradición.

Dinero dijo Kristian disgustado. Recorrió con la mirada el almacén recién limpiado. Hacía frío y no había nada, pero estaba limpio. Construir un buen alcantarillado significaría que tendrían que añadir un penique a las cuotas del agua y nadie está dispuesto a tomar esa decisión, añadió. Pero no comprenden… comenzó a decir Enid. Sólo un penique, se lamentó Callandra con un bufido. Por lo menos la mitad de los miembros son tenderos, explicó Kristian con fastidio. Un penique más en las cuotas les perjudicaría su negocio. ¿La mitad son tenderos? Hester hizo una mueca. ¿Esto es ridículo? ¿Por qué tantas personas para una única ocupación? ¿Dónde están los albañiles, los zapateros o los panaderos, las personas normales?

FOTO 004 Londres victoriano

Trabajando, afirmó Kristian. No se puede estar en el consejo a no ser que se tenga dinero y tiempo libre. Las personas normales están trabajando, no pueden permitirse el lujo de no trabajar. Hester respiró hondo para argumentar algo, pero Kristian se le adelantó. Tampoco se puede votar a los miembros del consejo si no se posee una propiedad valorada en más de mil libras, señaló, o una renta superior a cien libras anuales. Esto excluye a la mayor parte de los hombres y, por supuesto, a todas las mujeres.

Callandra decía: ¡Nunca podremos salvar a los enfermos y traerlos aquí porque algunos malditos tenderos no quieren pagar un penique más en las cuotas que serviría para eliminar las aguas negras de las calles!

… No pudieron tomarse más decisiones ya que en ese momento llegaron varios fardos de paja y lonas, velas viejas y arpilleras, cualquier cosa que pudiera emplearse para preparar una cama aceptable, así como mantas para cubrirlas.

Hester partió con la intención de conseguir combustible para dos panzudas estufas negras, que debían mantenerse encendidas el máximo tiempo posible no sólo por el calor, sino también para hervir el agua y cocer las gachas, o los alimentos que pudieran obtenerse, y dar de comer a las personas que no estuvieran demasiado enfermas. Dado que la tifoidea es una enfermedad de los intestinos, era probable que quedaran pocas personas en condición de comer, pero habría que fortalecer a los que lograran superar los peores momentos. Y los líquidos de cualquier clase eran de importancia vital, pues en muchas ocasiones suponían la diferencia entre la vida y la muerte.

Resultaba del todo imposible obtener carne, leche y fruta, así como verduras. Estarían de suerte si encontraban patatas; probablemente, tendrían que conformarse con pan, guisantes secos y té, al igual que el resto de los habitantes de la zona. Tal vez consiguieran un poco de tocino, aunque había que ser cauto; la carne solía provenir de animales que habían muerto a causa de enfermedades, pero, de todos modos, escaseaba. En la mayoría de las familias, sólo el hombre que trabajaba disfrutaba de tales lujos. Para que los demás sobrevivieran era imprescindible que él no perdiese ni un ápice de su fuerza.

Los pacientes llegaron durante las horas siguientes y, de hecho, a lo largo de toda la noche, a veces de uno en uno, a veces varios a la vez. Kristian poco podía hacer por ellos, excepto intentar mantenerlos lo más limpios y cómodos posible en las limitadas instalaciones y lavarlos con agua fría y vinagre para controlar la fiebre. Varios pacientes cayeron rápidamente en un estado de delirio.

Durante toda la noche, Hester, Callandra y Enid anduvieron entre los improvisados jergones, llevando cuencos con agua y telas. Kristian había regresado al hospital donde ejercía. Mary y otra mujer vaciaban constantemente los cubos del ferretero en el pozo negro. Hacia la una y media se produjo una especie de relajamiento y Hester aprovechó para preparar gachas calientes y emplear media botella de ginebra en limpiar algunos platos y utensilios.

Oyó un ruido en la puerta y era Mary entrando a duras penas con dos cubos de agua que había extraído del pozo situado en la calle de al lado. A la luz de las velas parecía una lechera grotesca, encorvada, con los cabellos en el rostro por efecto del viento y la lluvia exterior. Su sencillo vestido estaba mojado por la parte superior y los faldones se arrastraban por el lodo. Vivía en la zona y había acudido a ayudar porque su hermana era uno de los enfermos. Dejó los cubos en el suelo con un involuntario resoplido de alivio y sonrió a la enfermera Hester.

Aquí están, señorita. Con un poco de lluvia, pero no creo que eso le haga daño a nadie. Los quiere, ¿no? Sí, los vaciaré aquí, aceptó Hester, señalando el caldero que estaba removiendo encima de la estufa panzuda.

¿Crimea era así?, preguntó Mary en susurros por si acaso alguno de los pacientes estaba, más que inconsciente, dormido. Sí, un poco. Con la diferencia de que allí también había heridas a causa de los disparos, y amputaciones y gangrena, y muchas fiebres.

… Los recuerdos abrumaron a Hester: los soldados que tal vez sólo viera durante una o dos horas y de los que, aun así, recordaba sus rostros marcados por la angustia; la valentía con la que algunos soportaban el dolor de sus heridas y los cuerpos que se desplomaban. Recordaba a uno con gran nitidez. Veía los rasgos bañados en sangre superpuestos al caldero de gachas que removía en esos instantes, la sonrisa forzada en los labios del soldado, el bigote rubio y la masa destrozada e informe que ocupaba el lugar del hombro. Se moriría desangrado y Hester no podía ayudarlo, sólo acompañarlo.

FOTO 005 Enfermeras de la Cruz Roja 1940

CONCLUSIÓN
Aquí en esta novela de detectives, Anne Perry nos cuenta la trayectoria y las duras vivencias de Hester Latterly, una enfermera en la guerra de Crimea y posteriormente su empeño en volcar su experiencia a su vida profesional en favor de los desfavorecidos. Su formación y su forma de ver la vida hacen que con su ejemplo y sus conocimientos, pueda organizar apenas sin recursos en un antiguo almacén, un Hospital para pobres en una de las zonas más necesitadas de la ciudad del Londres victoriano.
Merece la pena leer este libro tan interesante donde resalta de una forma muy particular la vida de esta enfermera.

FOTOS

FOTO 001 Rapiñadores de Londres victoriano. La Revista Headington, 1871. Niño: La vida de un Mudlark, 1861.

FOTO 002 Portada y contraportada del libro “Su hermano Caín” de Anne Perry.
FOTO 003 Londres Trabajo y los pobres de Londres
FOTO 004 Londres victoriano
FOTO 005 Enfermeras de la Cruz Roja 1940

BIBLIOGRAFÍA
Anne Perry. Su hermano Caín. Crimen y misterio en la sociedad victoriana. Ediciones B, S.A. 2012 para el sello B de bolsillo. Depósito legal: B. 12.285-2012. Páginas 59 a 73.

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Colegiado 1.372. Ilustre Colegio de Enfermería de Gipuzkoa
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)

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