domingo, 19 de junio de 2011

VERA MARY BRITTAIN. ENFERMERA VOLUNTARIA I GUERRA MUNDIAL











Trabajo original de las autoras Mª Luz Fernández Fernández, Enfermera y Licenciada en Historia Profesora de la E.U.E. “Casa de Salud Valdecilla” Universidad de Cantabria. Y su compañera Soledad Fernández Moral, Licenciada en Historia.
FOTO 001 Vera Mary Brittain. Vestida de enfermera voluntaria

RESUMEN
La Enfermería ha mantenido a lo largo de la historia una estrecha relación con los conflictos armados, siendo la necesidad de atención a los heridos y la urgencia ante las enfermedades epidémicas como el tifus, cólera, fiebre amarilla, o el hambre, los que han demostrado la necesidad y eficacia del trabajo de las enfermeras.

La escritora británica Vera Mary Brittain, feminista y pacifista, reflejó en su obra Testament of Youth (Testamento de juventud 1933), su trabajo como enfermera voluntaria en la I Guerra Mundial, mostrándonos sus devastadoras experiencias, ante las terribles condiciones que sufrían los soldados en el frente, y los hospitales de campaña. Además esta obra, es un testimonio del dolor de su generación y de la lucha por la paz y la igualdad de sexos, ya que Vera Mary Brittain fue una luchadora a favor de los derechos de la mujer en una época de cambios trascendentales para la humanidad.

El objetivo de este trabajo, es indagar en las circunstancias de la participación de la mujer en el terreno de la Enfermería durante la I Guerra Mundial, fundamentalmente a través del relato de Vera Mary Brittain, quien, como muchas mujeres de su época, desarrolló un importante papel dentro del mundo del voluntariado dedicado a paliar la carencia de personal de enfermería en situaciones de extrema necesidad. Aspectos estos que han sido poco estudiados y conocidos por la profesión enfermera, y que en los últimos años está sacando a la luz la Historia social.

LA I GUERRA MUNDIAL
La guerra constituye uno de los fenómenos permanentemente presentes en la Historia de la Humanidad, y que al igual que otros hechos sociales, ha afectado en mayor o menor grado, según su intensidad, a la estructura social. Según dice la socióloga María Vidaurreta que refleja cómo en la civilización occidental y europea, la Historia pone de manifiesto que la presencia de la guerra ha constituido un factor activo en los distintos cambios sociales, transformando dicha civilización.
FOTO 002 Hospital Oxford Enfermería

Las guerras han sido más o menos cruentas en función del desarrollo tecnológico y la utilización de todo tipo de armamento de cada momento histórico. Es decir, la sofisticación en la capacidad destructiva del armamento bélico (como en el caso de las armas químicas) ha ampliado su radio de acción haciendo llegar sus devastadores efectos no sólo para los combatientes directos sino también a la población civil.

Entre los conflictos armados que surgen en Europa, hasta el siglo XIX, es interesante destacar la Guerra de Crimea (1854-1856), ya que por diversas razones ha sido considerada como la primera guerra moderna. En este conflicto armado que enfrentó a Rusia contra Turquía y sus aliados Francia, Inglaterra y el Piamonte; se usaron por primera vez los rifles con cañón estriado en lugar de los mosquetes de ánima lisa, un armamento que permitía luchar y matar a mayor distancia, los proyectiles explosivos, en vez de los macizos, y las minas marinas que utilizó la armada rusa en sus acciones en el Báltico, además de los barcos acorazados. Esta prolija descripción puede parecer excesiva e innecesaria, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que las lesiones producidas por el armamento de distintas características va ha condicionar la evolución y el cuidado de las heridas una de las cuestiones fundamentales para la Enfermería en el contexto bélico.

Aún así, y a pesar de los cambios en el equipamiento militar, para autores como J.A.S. Grenville, la Guerra de Crimea es la última del siglo XVIII, ya que la mayoría de las muertes no las causó la acción enemiga, sino las enfermedades y las epidemias, triunfando la tecnología militar sobre la táctica, ya que esta guerra se libró casi con el mismo equipamiento, armas, uniformes, y concepciones tácticas, que la Batalla de Waterloo (1815).
FOTO 003 Ambulancia británica interior 1918. Traslado de herido 1918

De paso, destacar la magnífica intervención de Florence Nightingale, Mary Seacole, Rosa Barr, Nora McCormack, Martha Clough y tantas otras enfermeras anónimas en este cruento contexto, crucial para la salvación de un gran número de vidas y para el desarrollo de la Enfermería como tal. Por otra parte, recordar que por primera vez en la historia en esta guerra los ciudadanos en casa recibieron fotografías e información cercana del desarrollo del conflicto en el frente, destacando la labor del corresponsal del The Times, W.H. Russell, y del fotógrafo Roger Fenton. Sin duda, la concurrencia de todas estas circunstancias, convierten a la Guerra de Crimea en un conflicto sin precedentes. En palabras de D. Murphy: “durante la guerra de Crimea, el mundo dio un paso hacia la idea de guerra total, y fue un caso en el cual las poblaciones civiles de las naciones beligerantes fueron vistas como blancos legítimos”.

Casi sesenta años después, en los inicios del siglo XX, Europa iba a vivir uno de los episodios más trágicos y traumáticos de historia, la conocida como la Gran Guerra o I Guerra Mundial, un fenómeno clave en la cultura occidental que como refleja Aránzazu Usandizaga, desestabilizaría para siempre los esquemas en los que Occidente había confiado desde la Ilustración, además de las convicciones morales derivadas de la seguridad y la razón. Una guerra, que condujo a la muerte a millones de jóvenes, como consecuencia de la ineficacia e indeficiencia de los políticos y los mandos militares entrenados en conflictos del pasado.

A finales del siglo XIX las potencias europeas se enfrentaban a lo que se conoció como la “gran depresión”, tratando de paliar sus efectos mediante la búsqueda de nuevos mercados, territorios ricos en materias primas que pudieran utilizarse en la industria del país. La guerra y la conquista, fueron las acciones que las naciones europeas llevaron a cabo para conseguir el dominio del mundo y afianzar su poder, en un momento en el que los Imperios de la Edad Moderna estaban en decadencia.
FOTO 004 Hospital 1916

La apertura del Canal de Suez, que comunicaba África y Asia, volverá a imprimir un nuevo protagonismo al Mar Mediterráneo, que había perdido importancia a lo largo de la Edad Moderna, siendo Gran Bretaña, como dueña del Canal, el país que se convertirá en el gran dominador de la zona. La carrera por la colonización de África y el Extremo Oriente había comenzado, los distintos países europeos lucharían por imponer su Imperio lo que provocaría una situación de permanente conflicto, y que se uniría a las dos sucesivas guerras de los Estados balcánicos, la primera contra Turquía y la segunda entre ellos, provocando un vuelco en la situación de la zona, ya que tras el tratado de Bucarest (1913), Turquía quedó reducida en los Balcanes a la región entorno a Estambul y Serbia, aliada de Rusia, se consolidó como principal Estado de la región, situación que provocó la alarma en el Imperio Austro-Húngaro, al que Alemania estaba decidido a apoyar. El asesinato del heredero al trono de Austria-Hungría, el Archiduque Francisco Fernando, el 28 de junio de 1914, será el detonante de la I Guerra Mundial.

Si la Guerra de Crimea supuso un notable avance armamentístico, en este nuevo conflicto entre las potencias industriales, se daría un paso más, alcanzándose un índice de violencia y horror nunca antes conocido como consecuencia de la utilización de las nuevas armas, granadas, lanzallamas, tanques y el terrible gas mostaza, cuyas efectos incrementaron aún más el nivel de las masacres. Esta guerra, constituyó además un martirio para millones de hombres que intentaban sobrevivir al fuego enemigo a lo largo de kilómetros de trincheras infectadas de ratas, entre el barro, la humedad y el frío.

El 11 de noviembre de 1918 finalizaba una de las mayores tragedias de la humanidad, millones de muertos, heridos e inválidos, innumerables pérdidas económicas, los países participantes en este conflicto debieron hacer frente a las enfermedades, el dolor y la desolación. La esperanza era pensar que nunca más se volviera a repetir un hecho de tal magnitud, nada hacia sospechar que Europa viviría en el mismo siglo otro nuevo conflicto armado, que sería considerado como el más sangriento de la Historia mundial, la II Guerra Mundial.
FOTO 005 Mujeres enfermeras y conductoras de ambulancia

LAS MUJERES Y LA I GUERRA MUNDIAL
Cuando se inició el conflicto en 1914, se pensaba, en una guerra “fresca, alegre y corta”, incluso los movilizados adornaban sus fusiles con flores, sin embargo, el equilibrio de fuerzas entre los dos bandos sería un impedimento para la victoria rápida. Además, cuando los frentes se estabilizaron y se iniciaron las batallas de desgaste, se puso de manifiesto la falta de experiencia en la coordinación de los mandos militares fundamentalmente de los ejércitos aliados de Francia y Gran Bretaña, lo que unido a las dificultades para acceder a los refuerzos debido a la precariedad de los transportes, como expone Aránzazu Usandizaga Sainz, provocó unas cifras astronómicas de muertos y heridos, que obligó a enviar al frente a masas incontables de hombres.

Por otro lado, la urgencia de la guerra provocó el vacío en las fábricas, los despachos, el campo, las profesiones liberales, de los puestos de trabajo ocupados por los hombres, y que ahora serían sustituidos por las mujeres. Así, si el trabajo de las mujeres fue importante desde el principio de la guerra, a partir de 1915 se convierte en imprescindible, ya que el equilibrio de fuerzas lleva a los países beligerantes a aumentar y perfeccionar la fabricación de armamento con el fin de ganar la guerra, provocando una gran demanda de mano de obra que obligó a las mujeres a ocupar los puestos de trabajo a los que nunca habían tenido acceso en el pasado. Pero además según Usandizaga, las mujeres tuvieron que encargarse física y psicológicamente de los miles de heridos, descubriendo por primera vez el cuerpo masculino, y recomponiéndolo tras los destrozos devastadores de la guerra, haciendo referencia en este sentido al artículo de Sandra M. Gilbert, que con su publicación en 1983 revolucionó los estudios de género y la forma de comprender la Gran Guerra, mantiene que:

A medida que los hombres jóvenes se iban alienando de sus identidades de antes de la guerra, se iban hundiendo en la inmundicia y la sangre de la Tierra de Nadie, como por efecto de un tenebroso movimiento del péndulo de la historia, las mujeres parecían ser cada vez más poderosas. Como enfermeras, dueñas, como trabajadoras en las fábricas de armamento, conductoras de autobús o soldados en el “ejército de tierra”, incluso como esposas y madres, estas criaturas hasta ahora sumisas, empezaron a verse en una dimensión malévolamente agrandada.

La I Guerra Mundial supuso un gran cambio para las mujeres, que irrumpieron en todos los campos, la adopción de los nuevos roles que tuvieron que desarrollar condicionaron en todos los sentidos su vida cotidiana, acortaron sus faldas, se cortaron el pelo y comenzaron a usar pantalones para trabajar más cómodamente en las fábricas, las circunstancias las obligaron a moverse solas, algo impensable antes de 1914, ya que siempre debían ir acompañadas.

Las mujeres tomaron conciencia de su valor social, se sintieron alentadas a demandar y reclamar su derecho al sufragio, algo que ya habían conseguido en Nueva Zelanda a finales del siglo XIX (1893), Australia y Finlandia a principios del siglo XX y Noruega en 1913. En este sentido María Vidaurreta destaca el caso danés ya que aunque la Constitución de 1908, ya había concedido derechos municipales a las mujeres, el 5 de junio de 1915, en plena Guerra Mundial, el Parlamento danés concede a las mujeres el derecho al sufragio y a la elegibilidad. Dinamarca no era un país beligerante, sin embargo, los acontecimientos que se estaban sucediendo en Europa, podían arrojar a este país al conflicto, por ello Marie de la Hire reconoce el gesto de este país: “Ha reconocido en un homenaje calmado y grandioso al pueblo de sus mujeres otorgándolas los derechos de sufragio y de elegibilidad”. “Mientras el cañón truena sobre los campos de Europa, en el momento en que los hombres de un país pueden esperar correr a las fronteras para defender con su sangre la integridad del suelo, es muy bello hacer un gesto, cumplir un acto como éste que ha firmado el Rey Christian X”.
FOTO 006 Mujeres en la guerra

Tras el final de la I Guerra Mundial en 1918, las mujeres de Alemania, los Países Bajos, Polonia, Rusia, Austria, Bélgica, y Gran Bretaña, sólo tuvieron derecho al voto de manera restringida, es decir aquellas que tenían más de 30 años, vieron como sus luchas daban fruto al conseguir el derecho a voto. A pesar de este movimiento generalizado, en Francia esto no fue posible hasta después de la II Guerra Mundial en 1945.

Otro hecho fundamental a tener en cuenta es que por primera vez la escritura femenina se hace eco de los horrores de la guerra y la posguerra con una nueva dimensión, aunque como sostiene Usandizaga, los primeros estudiosos de la literatura producida por la guerra excluyen totalmente el trabajo femenino, no teniéndose en cuenta hasta la aparición del mencionado estudio de Sandra Gilbert. Las mujeres escritoras emplearon la autobiografía, la novela, el relato corto, todo tipo de género literario para expresar sus experiencias y opiniones sobre la Guerra.

Usandizaga mantiene que uno de los textos más informativos para comprender los procesos contradictorios y complementarios que sufrieron las mujeres durante la Gran Guerra, es la obra autobiográfica de Vera Mary Brittain Testament of Youth (1933), la cual constituirá nuestra principal fuente de referencia en este estudio. Brittain se identificó desde el primer momento con el enorme sacrificio de los combatientes como consecuencia del alistamiento de su hermano Edward y de su novio Roland, y de su círculo de amigos cercanos al que seguiría el tremendo sentimiento de pérdida tras la muerte de todos ellos a lo largo del interminable conflicto. Además, Brittain relata su lucha por conseguir el acceso a una educación universitaria, hasta entonces vetada a las mujeres. Mientras que la mayor parte de su autobiografía está dedicada a detallar sus desgarradores recuerdos y terrible experiencia como enfermera voluntaria en la I Guerra Mundial.

ENFERMERÍA Y LA GUERRA
El primer conflicto bélico de la Historia en que quedó patente la trascendencia del trabajo de la Enfermería fue la Guerra de Crimea (1854-1856), entre los más destacados personajes Florence Nightingale y Mary Seacole demostraron, con sus conocimientos y su buen hacer, la importancia del trabajo de las enfermeras en el cuidado de los soldados enfermos y heridos. Una vez finalizada la Guerra, Nightingale fue nombrada Superintendente General del Establecimiento de Mujeres Enfermeras de los Hospitales Militares del Ejército, escribiendo años más tarde el manual Introducción de las Mujeres Enfermeras en el Ejército, utilizado por la Oficina de Guerra como libro de consulta hasta 1872.
FOTO 007 Enfermeras en el campo de batalla. Poniendo una bolsa de sangre

La Reina Victoria de Kent, conocedora de la labor de Nightingale y de la importancia de contar con un cuerpo de enfermeras debidamente preparadas para atender a las tropas en situaciones de guerra, ordenó construir un hospital que capacitara a las enfermeras y a los cirujanos para cuidar de los pacientes militares en el mismo año en que Nightingale fundara la que sería la primera Escuela de Enfermeras de la Historia en el Hospital Santo Tomás de Londres (1860). En 1863 abría sus puertas el “Royal Victoria Hospital” de Netley, admitiendo a los pacientes militares que requerían cuidados, y en 1881 se crearía un cuerpo de enfermería del ejército que prestarían sus servicios en las guerras contra los Boer.

Doce años antes del estallido de la I Guerra Mundial, cuando el Imperio Británico gozaba de una paz relativa, bajo la protección de la Reina Alexandra se crea el Servicio Militar de Enfermería (ANS, Army Nursing Service) y el Servicio de Indias de Enfermería (INS, Indian Nursing Service), por una R.O. de 27 de marzo de 1902 que se reconvertiría posteriormente durante la Gran Guerra en Queen Alexandra´s Royal Army Nursing Corps (QARANC), o Cuerpos de Enfermería de la Armada Real Reina Alexandra, que prestaron sus servicios en diferentes países como Francia, India, África oriental, Italia, Palestina, Egipto, Mesopotamia, Tesalónica y Rusia.
FOTO 008 Carteles Cruz Roja

En relación a la implicación de las enfermeras en la guerra, es importante destacar la creación de la Cruz Roja Internacional, un organismo directamente relacionado con la asistencia sanitaria en situaciones de conflicto.

El 24 de junio de 1857 los ejércitos franco-sardos se enfrentan a las tropas austriacas en su lucha por la unidad italiana, en una aldea al norte de Italia llamada Solferino. Una multitud de refugiados y heridos llegó a la vecina localidad de Castiglione donde casualmente se encontraba el ginebrino Henry Dunant, quién consternado por la inhumana y caótica visión se involucra directamente prestando su ayuda a las mujeres del lugar en la atención a los necesitados. A su regreso a Ginebra y terriblemente afectado por lo que había visto, Dunant escribe la obra Recuerdos de Solferino, publicada en 1862 donde describe la batalla y la situación de los heridos constatando que la mayor parte del sufrimiento hubiera podido evitarse, y concluyendo con la siguiente reflexión:
"¿No se podría, durante un período de paz y de tranquilidad, fundar sociedades de socorros cuya finalidad sería prestar o hacer que se preste, en tiempo de guerra, asistencia a los heridos, mediante voluntarios dedicados, abnegados y bien calificados para semejante obra?".

Dunant apeló asimismo a las autoridades militares de distintas naciones y las reuniones extraordinarias que mantenían haciéndoles esta pregunta “¿no sería de desear que aprovechen la ocasión de esta especie de congreso para formular algún principio internacional, convencional y sagrado que, una vez aprobado y ratificado, serviría de base para sociedades de socorro a los heridos en los diversos países de Europa?”.

Dunant hizo un llamamiento a varios gobiernos europeos con la finalidad de crear un organismo internacional que brindara ayuda voluntaria a los combatientes, y el 23 octubre de 1863 se llevó a cabo la Primera Conferencia en Ginebra, donde se reconocerá la neutralidad de los servicios sanitarios así como la de los habitantes del país al que prestasen socorro, creándose así la Cruz Roja Internacional. Su emblema una cruz roja sobre fondo blanco, sería adoptado por todos los países miembros, y figuraría a partir de entonces en las ambulancias, hospitales y uniformes del personal sanitario, con el fin de que salvaguardarlos de los ataques en los conflictos armados.

La creación de este organismo servirá en cierto modo de estímulo para el impulso de la Enfermería, teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX esta profesión como tal estaba aún dando sus primeros pasos. En 1886 el Hospital Victoria House de Berlín enviaría a la Escuela Nightingale a su Enfermera Jefe para que ésta ampliase allí su formación. La misma actuación sería seguida por enfermeras procedentes de diversos países europeos. A partir de este momento se promovieron en Alemania y otros países los cursos de formación, con una duración de un año que a partir de 1920 se extendería a dos, incrementándose el número de Escuelas de Enfermería de Cruz Roja por todo el mundo. A lo largo de la I Guerra Mundial la Cruz Roja reclutó un total de 20.000 enfermeras, que prestaron sus servicios en las distintas zonas del conflicto.

Las devastadoras consecuencias de la Gran Guerra con miles de soldados heridos y enfermos, puso de manifiesto la carencia de enfermeras, con cifras que a todas luces resultaban insuficientes, fundamentalmente porque a principios del siglo XX aún continuaban en vigor las normas que en su día instituyera Florence Nightingale necesarias para acceder a la formación de enfermeras, tales como ser mayor de 25 años, no estar casada y pertenecer a una clase media alta.

Para intentar paliar esta situación se empleó personal auxiliar, cuestión que por otra parte ha sido recurrente a los largo de la Historia de la Enfermería como consecuencia de la falta de personal cualificado sobre todo en situaciones de enfrentamiento bélico. Así en el período entre 1914 - 1918, durante la I Guerra Mundial se produjo una gran afluencia de personal auxiliar de Enfermería procedente de los Destacamentos de Ayuda Voluntaria (V.A.D.s.), como fue el caso de Vera Mary Brittain. Por este motivo las Asociaciones de Voluntarios alcanzaron gran relevancia durante la I Guerra Mundial, ya que las mujeres pudieron participar como conductoras de ambulancias, cocineras y ayudantes de las enfermeras, aún cuando las autoridades militares no aceptaron sus servicios en primera línea del frente hasta 1915, contando inicialmente con aquellas mujeres que tenían entre veinte y veintitrés años y más de tres meses de experiencia.

En Inglaterra, y con la ayuda de la Cruz Roja y la Orden de San Juan, se habían creado en 1909 los Destacamentos de Ayuda Voluntaria (VADs) con el objetivo de proporcionar asistencia médica en tiempos de guerra, en el verano de 1914 había más de 2.500 voluntarias en los destacamentos de Gran Bretaña, que pasarían a ser 38.000 a lo largo de los cuatro años de guerra. Algunas de estas mujeres escribían las cartas a los soldados que estaban demasiado enfermos, o no sabían escribir.

Entre las ayudantes voluntarias más famosas que trabajaron como enfermeras en la I Guerra Mundial se encuentran la novelista Agatha Christie quién plasmó sus experiencias como VADs en su Autobiografía publicada póstumamente en 1977, y la escritora Vera Mary Brittain, quién relató sus vivencias en Testament of Youth. El mismo tema es el hilo conductor en la novela Adiós a las armas, en la que Ernest Hemingway relata su propia historia de amor con una enfermera voluntaria inglesa en un hospital de Milán, vivida mientras este, oficial estadounidense prestaba servicio en las ambulancias.

En el artículo “British Nurses at War 1914 - 1918: Ancillary Personnel And the Battle for Registration”, Julia Roberts pone de manifiesto que a finales del siglo XIX la Enfermería se ocupaba fundamentalmente de tareas domésticas, administración de medicamentos y la cura de heridas, pero no existía un cuerpo unificado de conocimientos. Cuando estalló la I Guerra Mundial el número de enfermeras en Gran Bretaña era de 12.000, algunas con formación reconocida, aunque muchas otras tan sólo habían recibido un entrenamiento básico sobre higiene, dietética y anatomía. El trabajo se desarrollaba básicamente en los hospitales y esta dedicación se fue haciendo más popular entre la creciente clase media.

La demanda de enfermeras durante la Gran Guerra fue creciendo a medida que, contra lo previsto, se alargaba el conflicto. Para aliviar el problema se contrató personal voluntario de los destacamentos, popularmente conocidos/as como V.A.D.s., a quienes se les exigía un certificado médico, solicitud con referencias y entrevista, firmando, si finalmente eran aceptadas, por un período inicial de seis meses o hasta el final de la guerra, siempre con un mes previo de prueba.

El trabajo de las VADs, no estaba remunerado y se hacía bajo la supervisión de una enfermera. Las edades de las auxiliares voluntarias oscilaban entre 18 y 40 años y se les daba nociones de primeros auxilios. En un principio su trabajo se desarrolló en Gran Bretaña, pero las necesidades de la guerra extendieron su labor al continente, concretamente a Francia, donde llegaron en 1915 siendo la proporción con las enfermeras de 3 a 2, se las colocaba a cargo de las salas. Las enfermeras comenzaron a temer por sus puestos de trabajo, sobre todo al finalizar la guerra. Sin duda esta situación puso de manifiesto la vulnerabilidad de la Enfermería y la falta de definición de unas funciones claras, y por tanto la coherencia de su papel ocupacional, ya que en ocasiones no era fácil distinguir entre una V.A.Ds. y una enfermera profesional, situación que provocó numerosas tensiones. En este sentido un ejemplo ilustrativo es el hecho de que en el Birmingham Hospital, se contratasen entre 18 y 20 VADs como enfermeras, ejemplos que se repiten a lo largo de toda la guerra.

RELATOS DE LA EXPERIENCIA ENFERMERA EN LA GUERRA
Muchas de las enfermeras, tanto profesionales como auxiliares voluntarias escribieron relatos sobre sus experiencias, que permitieron conocer a la población los terribles efectos de la Gran Guerra. Sus vivencias en los hospitales de campaña, fundamentalmente a través de la correspondencia con sus familiares, de diarios personales y posteriormente la publicación de otros géneros literarios. Todos ellos son muestra del horror y el sufrimiento de los soldados, como puede apreciarse en la obra The Roses Of No Man´s Land, escrita por Lyn Macdonald, donde se describe el panorama de dificultades, la desilusión y la desesperación, pero también la resistencia y el valor supremo.
FOTO 009 Carteles enfermeras voluntarias VADs

Por otra parte, nos permite conocer las nuevas técnicas médicas puestas en práctica en esta guerra, como las transfusiones de sangre, la cirugía plástica o la psiquiatría, en un intento de salvar a los soldados destrozados en cuerpo y espíritu. Los numerosos testimonios nos describen el impacto y el horror de la batalla, el stress traumático, que condujo a la creación de Centros en toda Gran Bretaña como el Hospital Militar de St. Luke´s y el Hospital General de Londres Nº 1. Asimismo detallan las dificultades del personal médico para diseñar las máscaras que protegieran de las emanaciones de gas, en este sentido es ilustrativo el relato de la británica Hermana Luard que cuidó del Subdirector de Servicios Médicos de la Quinta División, quién había experimentado con todo tipo de máscaras en un granero lleno de gas de cloro.

Entre las preocupaciones que las enfermeras reflejan como uno de los problemas más importantes al que tenían que enfrentarse eran los piojos y las ratas, ya que los soldados permanecían en las trincheras completamente mojados; a lo que se añadía la escasez de agua y las dificultades para mantener las mínimas condiciones de higiene.

En la misma línea se encuentra el libro Nurse At The Trenches, que recoge las cartas de una enfermera canadiense de Cruz Roja en el frente francés, en las que refleja las duras condiciones de su jornada de trabajo. Otro ejemplo es el libro Mademoiselle Miss, cartas de una enfermera americana que sirve como teniente en hospital del ejército francés cerca de las trincheras de Marne.

La autobiografía constituye uno de los géneros más apreciados por las escritoras en el siglo XX, para hacer oír su voz, a través de su propia experiencia, los distintos acontecimientos en los que las mujeres se vieron envueltas y la lucha de muchas de ellas por conseguir la representación de sus derechos.

Durante la Primera Guerra Mundial, 65 millones de hombres combaten en los frentes repartidos por todos los continentes. Mueren 6.000 al día, y tras cuatro años, solo siete de cada ocho logra sobrevivir. En total, fueron ocho millones de fallecidos en la guerra más sangrienta hasta el momento. Y aún así, durante ese tiempo no fueron los soldados los que encabezaron la lista mundial de fallecidos. Fueron las mujeres.

Mientras los hombres guerreaban, nosotras seguíamos quedándonos embarazadas. Durante la Primera Guerra Mundial murieron más mujeres en el parto que hombres en combate. No se las consideraba importantes. “Si fueran los hombres los que murieran por, simplemente, completar su ciclo reproductivo, ¿el mundo permanecería impasible?”, se preguntaba hace unos años Asha Rose Migiro, vicesecretaria de Naciones Unidas.

En la presentación de la obra Cartografías del yo, Julia Salmerón e Isabel Zamorano definen la autobiografía como un híbrido, ya que se mezclan en este género literario las distintas formas de prosa, la poesía, la escritura epistolar con la historia y los diarios. Por lo que la autobiografía desdibuja la frontera entre los géneros y entre lo público y lo privado. A lo largo de esta obra, pueden apreciarse las distintas perspectivas sobre la escritura autobiográfica que enriquecen el debate actual, ya que tratan aspectos como la sexualidad, la nacionalidad, cuestiones de tipo étnico-culturales o la procedencia social. En definitiva como exponen estas autoras, la autobiografía se muestra como una negociación constante entre la autora, el texto, y la protagonista, que pretende trasmitir una experiencia, real o no, pero que el sujeto percibe como vital.

No es sorprendente que fuesen numerosas las escritoras que utilizaron el género autobiográfico para reflejar sus vivencias en los hospitales de campaña y trasmitir el horror de las masacres, el sin sentido de aquella interminable guerra que supuso el desperdicio de tantas vidas, y de la que no se libró prácticamente ninguna familia en el Reino Unido, ni en los demás países que participaron en la guerra. En sus obras volcaron no sólo las emociones de la propia autora sino también las de quienes la rodeaban, de las numerosas víctimas que tenían a su cuidado y de las que morían en sus brazos ante la impotencia de las mismas cuidadoras, quienes en innumerables casos se convertían en su último lazo, la última conexión con éste mundo, llegando incluso a convertirse temporalmente y sólo ante los ojos del moribundo en su madre, su hermana, su mujer o su novia.

En no pocas ocasiones era la propia enfermera, que había asistido al soldado en los últimos instantes de su vida, quien asumía la responsabilidad de hacer llegar a las familias de los fallecidos, a través de cartas las últimas palabras de éstos. Función que, a decir de las propias protagonistas de estas acciones de índole tan humanitaria y de las familias afectadas, resultaba mucho más cercana, íntima y gratificante que los formales, pero fríos comunicados de los servicios oficiales de guerra. Sin duda alguna, las enfermeras se vieron envueltas en un conflicto sin precedentes cuyas devastadoras consecuencias pusieron de manifiesto las miserias y la debilidad del ser humano.

Para la Historia de la Enfermería estos relatos constituyen una fuente de primera mano que nos permite identificar los “nuevos enemigos” a los que las enfermeras tuvieron que enfrentarse en su actuación diaria, estos son, las heridas provocadas por las nuevas armas de fuego, las producidas por la utilización del gas mostaza o las enfermedades de de tipo psicológico entre otras. A lo que hay que añadir los problemas derivados de las condiciones en las que se encontraban los soldados soportando el frío y la humedad, factores que contribuían a la aparición de problemas respiratorios y epidemias. Además de la falta de agua, condicionando una higiene deficiente, la aparición de parásitos, sumado a la escasez de material quirúrgico y sanitario.

La producción literaria de las enfermeras estuvo fuertemente influenciada por las particulares condiciones de cada lugar y del espacio físico y temporal concreto en que les tocó prestar sus servicios y por ende al comparar los distintos escritos se observan diferencias en las circunstancias de cada historia. Aunque todas las obras coinciden en plasmar el horror y la compasión ante el trauma que expresaban sus pacientes. Para el historiador, resulta revelador rastrear, como refleja Christine E. Hallett, las diferencias en el estilo y contenido de las cartas y diarios del personal de Enfermería registrado y el voluntario VADs.

Este último fue el caso de Vera Mary Brittain, ejemplo claro de que tanto el lenguaje como el estilo empleado en sus cartas eran el resultado de su educación y condición social, estando muy alejado de las características estilísticas y de las experiencias vitales de sus compañeras al inicio y antes de la guerra.

VERA BRITTAIN (1893-1970)
Vera Mary Brittain
nació en Newcastler-under-Lyme el 29 de diciembre de 1893, hija de Thomas Brittain, un rico industrial fabricante de papel, y de Bervon Edith, recibió una educación clásicamente victoriana como correspondía a una dama de la alta sociedad de su época, que una vez concluidos los estudios elementales se preparaban para contraer matrimonio. Sin embargo, Vera deseaba seguir estudiando e ir a la Universidad, al igual que su hermano Edward, por lo que luchó contra los prejuicios sociales y familiares, consiguiendo finalmente una beca para ingresar en Somerville College de Oxford y la aprobación familiar para el estudio de Literatura Inglesa.

Sin embargo el estallido de la I Guerra Mundial dará al traste con los planes de Vera, y decide enrolarse como enfermera voluntaria VADs, primero en Londres, y posteriormente en Francia y Malta. El alistamiento de su novio Roland Leighton, quien sería asesinado 1915, sus dos amigos cercanos Víctor Richardson y Geoffrey Thurlow y su hermano Edward, quienes también morirían en el frente italiano en 1918, fueron los motivos por los que Brittain decidiría unirse al Destacamento de Ayuda Voluntaria VADs.

En el libro Género e Historia. Mujeres en el Cambio socio-cultural europeo de1780 a 1920, Barbara Caine y Glenda Sluga, refieren que no sólo los hombres anhelaban la guerra, haciendo referencia a Vera Mary Brittain, quien después de 1914 escribiría en su diario la desesperación que sentía con su hermano y su prometido en el frente, ante las limitaciones impuestas por su condición de mujer, quejándose de su confinamiento en el “frente doméstico” y deseando ser hombre para poder entrenarse y jugar “ese gran juego de la muerte”:

Noble o bárbaro, estoy bastante segura de que si yo hubiera nacido niño habría marchado a tomar parte de ella hace mucho tiempo; de hecho, he malgastado muchos momentos lamentando ser joven. Las mujeres sufren todo el aburrimiento de la guerra, y ninguna de sus emociones”. (Citado en Layton 1987:73)

La desilusión de la guerra alentó un sentimiento antibélico entre los hombres, que a menudo se volvía contra las mujeres, según Claine y Slogan, quienes consideran que la contribución femenina en tiempos de guerra sólo intensificó la separación entre sexos. Nuevamente hacen referencia a Brittain, para quien la guerra “había colocado una barrera de indescriptibles experincias entre los hombres y las mujeres que se aman”. (Brittain, citada en Gilbert 1987:200).
FOTO 010 Vera Mary Brittain con sobrilla 1912 y retrato 1914

Una vez concluida la guerra, las mujeres consiguieron ser miembros de pleno derecho en la Universidad de Oxford, a donde regresó Vera para llevar a cabo sus estudios. Allí conoció a Winifred Holtby, una ardiente feminista que había servido en el Cuerpo Auxiliar de Mujeres del Ejército durante la Primera Guerra Mundial, y con la que desarrollaría una estrecha amistad, ambas se graduaron en 1921 y se trasladaron a Londres con el objetivo de establecerse como escritoras. Para entonces en la Universidad de Oxford se había abolido el estudio de la lengua griega, pero Vera, y otras aspirantes a escritoras pudieron estudiar los textos clásicos de la Iliada y la Eneida en sus idiomas originales, lo que la permitiría realizar una adaptación de los temas épicos a formas modernas tales como las memorias de la I Guerra Mundial.

En su primera etapa como escritora Brittain publica dos novelas The Dark Tide (1923) y Not Without Honour (1925), que tuvieron poco éxito de público y además fueron ignoradas por la crítica, En la primera relata su vida en Oxford y los comportamientos sexistas que había vivido, así como su lucha como mujer para lograr una educación.

En su faceta como periodista tuvo más éxito, concretamente en los artículos que escribió en 1920 para la revista feminista Time and Tide. En relación a la mujer publicó dos libros, Women´s Work in Modern Britain (1928) y Halcyon or the Future of Monogamy (1928). En estos años se unió al Partido Laborista expresando sus ideas más radicales de izquierdas, y se convirtió en portavoz de la Liga de la Unión de Naciones. Vera fue una pacifista convencida y militante que viajó por todo el país defendiendo estas ideas. Ella fue vilipendiada por hablar en contra de la saturación de bombas sobre las ciudades alemanas durante la II Guerra Mundial. A consecuencia de la defensa de estas posiciones pacifistas llegó a ser considerada, por ciertos sectores, simpatizante de los alemanes y fue encarcelada.

Vera contrajo matrimonio con el científico y político George Catlin en 1925, trasladándose a EEUU, pero regresó a Inglaterra tras el nacimiento de sus dos hijos Jhon en 1927, autor de una autobiografía Family Quartet en 1987, y Shirley en 1930, quién llegó a ser Ministra del Gabinete Laborista.

En 1933 Vera publica Testament of Youth, obra autobiográfica en la que describe su lucha por la educación y su experiencia como enfermera en la I Guerra Mundial y que inmediatamente se convertirá en un betseller en EEUU y Gran Bretaña, siendo considerado un importante documento feminista. Años más tarde publicaría Testament of Experience (1957) que es la continuación de la historia de su vida entre 1925 y 1950.

La prematura muerte de su amiga y compañera Winifred Holtby (1935), sería un duro golpe para Vera, quien en tributo a su memoria escribiría en 1940 Testament of Friendship.

Vera Mary Brittain fue desde su juventud una feminista convencida, participe y testigo, de la mayor revolución de las mujeres en la reivindicación y consecución de los derechos en el siglo XX, cuando por fin comienza ha hablarse del derecho a la maternidad, ya que las bajas producidas por la guerra exigían la puesta en marcha de campañas de maternidad. A este respecto, Ana I. Marrades, en su obra Luces y sombras del derecho a la maternidad. Análisis jurídico de su reconocimiento, en el apartado que hace referencia al “Origen y evolución de la lucha de las mujeres por la protección de la maternidad en el Derecho Comparado Europeo” recuerda las palabras de Vera Mary Brittain, quién en 1953 sostenía que:

la cuestión de la mujer es la esencia del estado de bienestar: en él las mujeres se han convertido en fines en si mismas y no en simples medios para los fines de los varones, el Estado de Bienestar ha sido la causa y la consecuencia del segundo gran cambio gracias al cual las mujeres han pasado en treinta años de rivalizar con los hombres a obtener un nuevo reconocimiento de su valía exclusiva como mujeres.”. (V. Brittain: Lady into Woman. A History of Woman from Victoria to Elizabeth II. Londres, Dakers, 1953, p. 224)

En 1966, cuando se dirigía a una reunión política sufrió una seria caída en la calle fracturándose una pierna y un dedo de su mano derecha, estas lesiones iniciaron un declive físico y afectaron también a su mente, que se volvió más confusa y ausente.

Nunca superó la muerte de su hermano, y tras su fallecimiento el 29 de marzo de 1970 sus cenizas se esparcieron sobre la tumba de Edward en Italia, como ella había dejado dispuesto.

En 1979 la BBC 2, llevó a cabo una adaptación de su autobiografía, y la compositora y compañera pacifista Sue Gill Murray, escribió una canción en memoria de Brittain titulada “Vera”.

TESTAMENT OF YOUTH Y LA EXPERIENCIA DE VERA BRITTAIN COMO ENFERMERA VOLUNTARIA EN LA I GUERRA MUNDIAL
Testament of Youth, fue publicado en 1933 y constituye la obra más destacada de la escritora Vera Mary Brittain. Basándose en las notas de su Diario, la autora describe a modo de autobiografía las experiencias de su vida entre 1900 y 1925. El libro está estructurado en tres capítulos, en la primera parte narra sus dificultades para acceder a la educación en un país donde la formación estaba vetada a la mujer, y sus dificultades para estudiar en Oxford.
FOTO 011 Testamento de Vera Mary Brittain

Pero sin duda uno de los aspectos más interesantes de su obra es la narración de su experiencia como enfermera voluntaria VADs durante la I Guerra Mundial en los hospitales de Londres, Malta y Francia, cerca del Frente Occidental cuidando de los soldados ingleses y los prisioneros alemanes, siendo testigo directo de las devastadoras consecuencias del combate moderno. Experiencias estas, que convirtieron a Vera en una pacifista convencida y un miembro activo de los movimientos pacifistas tanto en Inglaterra como en EEUU.

En lo que concierne a su experiencia como enfermera VADs, es interesante la descripción de su trabajo en las tareas diarias en el hospital ubicado en el campo de batalla de Étaples (Francia), en 1918.

Nunca antes en mi vida me he sentido tan completamente sucia y mugrienta como estando de guardia aquí”, escribí a mi madre en respuesta a sus peticiones de una descripción de mi trabajo.
“La Hermana A tiene seis pabellones y no hay ninguna enfermera voluntaria en el pabellón de al lado, sólo un ordenanza, por lo que ni ella ni él pasan mucho tiempo aquí. Por lo tanto, yo soy Hermana
(enfermera cualificada), voluntaria VAD y ordenanza todo en uno (alguien dijo el otro día que nadie excepto el Todopoderoso Dios podría dar una correcta definición del trabajo de una V.A.D.! (enfermera voluntaria) y además después, bastante lejos de lo que es realmente la enfermería, he mantenido el fuego de la cocina toda la noche, he hecho dos o tres rondas recogiendo bacinillas de las camas, y mantenido las ollas hirviendo y preparado las comidas en una ennegrecida cocina (…). Me siento como si me hubieran arrastrado por el suelo. (p. 360)

Vera refleja que una de las partes más duras de su trabajo era la cirugía, que además tenía resultados muy pobres. En su narración hace referencia a la situación que vivió cuando se produjo un ataque el 22 de marzo de 1918, explicando como las camas y las camillas estaban por el suelo, las botas de los soldados desperdigadas, mientras que bajo las mantas ennegrecidas quedaban al descubierto los miembros destrozados entablillados con vendajes sucios y llenos de sangre, consciente de que bajo esos vendajes le esperaba una terrible imagen a la que tenía que enfrentarse con tan sólo un par de fórceps, ya que éste era todo el instrumental que había en el antiguo pabellón médico. Igualmente resulta significativa su descripción de las condiciones en las que vivían soportando el frío mientras las placas de hielo cubrían las ventanas del pabellón, hasta las esponjas y las cacerolas de agua caliente se quedaban heladas. Así, levantarse por las noches para hacer guardia, refiere Vera es un ejercicio tan agotador como la propia enfermedad.

Asimismo, comenta como a medianoche tenían que echar a la gente de sus camas y hacerles dormir en el suelo, para colocar a los heridos más graves que llegaban del frente.

En otro de los párrafos refleja la crudeza de la situación:
Sólo desearía que aquellos que escribieron con tanta palabrería que ésta iba a ser una Guerra santa, y los oradores que siguen hablando tanto sobre continuar, sin importar cuanto pueda durar la Guerra y lo que ésta puede significar, pudieran ver un caso - por no mencionar los diez casos- de gas mostaza en las fases iniciales, pudiesen ver a los pobres infelices totalmente quemados y cubiertos de ampollas que supuran, cegados -algunos temporalmente, pero otros permanentemente- todos hacinados y pegajosos, permanentemente luchando por mantener la respiración mientras apenas pueden mediante un susurro decir que se les está cerrando la garganta y que son conscientes de que están ahogándose”.

Sin duda su relato es estremecedor, y refleja la angustia y el miedo mientras las bombas enemigas y las ametralladoras de los aviones hacían caer los trenes ambulancia día y noche. Los hombres, escribe Vera, cubiertos de barro, moribundos, bajo los efectos del gas, gritan retorciéndose “en una parodia de hombría, cadáveres con los ojos fijos en el vacío y brillantes caras amarillas”.

Para situar a nuestra protagonista conviene recordar que Vera Mary Brittain era una mujer británica de clase media alta, y que por tanto no tenía ninguna formación como enfermera, salvo un curso previo a su marcha al continente. Pero tampoco estaba acostumbrada a las tareas cotidianas que todas las mujeres, a excepción de las de las clases privilegiadas, acostumbraban a realizar en la vida diaria, algo que se refleja en el libro cuando expone sus dificultades para freír un huevo es algo más que anecdótico.

Muy pocas mujeres perdieron la vida en la I Guerra Mundial, pero este sería el último caso. La moderna guerra aérea mataba indiscriminadamente a hombres y mujeres. Cuando Vera escribió Testament of Youth estaba recordando una guerra cuyo impacto fue desigual entre clases y sexos. El mayor impacto se produjo sobre el soldado raso británico, aunque un popular mito nos haría creer que fueron sobre todo los oficiales los que sufrieron el mayor número de bajas.

En 1914 Vera tenía 18 años y cuando decide ir Oxford estalla la guerra, cuatro años más tarde, su vida y la vida de toda una generación había cambiado de una forma inimaginable en la aparente tranquilidad de los años de la preguerra. Brittain inicia sus memorias de la guerra con estas palabras:
Cuando la Gran Guerra estalló yo no lo ví como una inmensa tragedia, sino como la más exasperante interrupción de mis planes personales. Para explicar la razón de esta egoísta perspectiva del mayor desastre de la historia es necesario retroceder un poco, tan sólo por un momento hasta los decadentes años noventa en los que yo nací (...) con las banderas ondeando en las calles para celebrar el Jubileo de Diamantes de la Reina Victoria
Testament of Youth es una de las más famosas autobiografías de la I Guerra Mundial, es el relato de cómo la autora sobrevivió a la misma, cómo ella perdió al hombre que amaba, cómo cuidó de los heridos y cómo se adentró en un mundo totalmente cambiado. Este apasionado relato de una generación pérdida hizo de Vera una de las más apreciadas escritoras de la época.

Con respecto a esta obra Nicola Beaumann escribe:
El impacto sobre las mujeres fue más duradero: a menudo sus vidas fueron irrevocablemente distorsionadas. Nadie puede leer Testament of Youth sin lágrimas y es un gran tributo al estilo en prosa de Vera Mary Brittain que mantiene al lector cautivado a lo largo de casi 700 páginas. Ella describe su infancia en el Buxton provincial, su breve permanencia en Oxford, su creciente amor por Roland Leighton, así como sus cuatro años de enfermería. Los despiadados dramas de los años de de guerra la dejan emocionalmente aturdida, y aunque finalmente encuentra un nuevo amor ella no pretende que sea más que un sustituto del fallecido Roland, quien personifica tanta tragedia y tanto heroísmo. Ya que este es uno de los temas más obsesivos de las pocas novelas escritas por mujeres cuyos amantes murieron en la guerra pueden encontrar a otros hombres, pero éstos nunca remplazarían a aquellos que habían perdido”.

Mª Luz Fernández Fernández. Profesora Titular de la Escuela Universitaria de Enfermería. “Casa de Salud Valdecilla”. De la Universidad de Cantabria. Santander, de la asignatura de Bases Históricas y Teóricas de la Enfermería. Diplomada en Enfermería. Licenciada en Historia. Master en Historia Contemporánea.
FOTO 012 Mª Luz Fernández Fernández. Enfermera e historiadora

A lo largo de estos años viene desarrollando una intensa actividad investigadora presentando numerosas comunicaciones y participando como Ponente invitada en distintos Congresos y Jornadas. Entre sus últimas publicaciones pueden destacarse, “La famosa escritora Vera Brittain, enfermera en la I Guerra Mundial”, publicada en el libro La Trasformación de la Enfermería nuevas miradas para la Historia, de la Editorial Comares, y cuyos editores han sido Carmen González Canalejo y Fernando Martínez López, y el capítulo sobre “Historia de la Enfermería Traumatológica”, en la obra de la editorial DAE, Cuidados al paciente con alteraciones traumatológicas y ortopédicas, próximo a publicarse. En estos momentos se encuentra desarrollando su trabajo de Tesis Doctoral sobre “La Escuela de Enfermería Casa de Salud Valdecilla 1929 - 1954”. Desde aquí le deseamos que concluya su Tesis con la mejor nota, ya que su trayectoria así lo merece.

CONCLUSIÓN
La obra de Vera Brittain nos permite abordar el trabajo de la Enfermería desde otra óptica, sin duda es interesante observar su relato ya que siempre escribió desde el corazón y basándose en gente real.

La I Guerra Mundial puso de manifiesto la debilidad de la profesión enfermera que aún no había hecho más que empezar unos años antes cuando Florence Nightingale creara la Escuela de Enfermería en 1860. El personal voluntario VADs, se vió abocado a suplantar en más de una ocasión a las enfermeras que temieron por sus puestos de trabajo como consecuencia de la indefinición de funciones y la falta de un corpus de conocimientos propio. Sin duda, las experiencias de esta guerra, entre los que ha que reseñar la consecución del sufragio femenino, ya que no podemos olvidar que la Enfermería era una profesión sólo para mujeres, empujaron a las enfermeras a la creación de Colegios y Asociaciones con el fin de luchar y reivindicar sus derechos. Este sería el camino hacia la profesionalización que sin embargo tendría que esperar a la finalización de otro gran conflicto, la II Guerra Mundial, para conseguir la consolidación de la Enfermería como una Disciplina científica.
FOTO 013 Mª Luz y alumnos de 1º Grado de Enfermería de la E.U.E. “Casa de Salud Valdecilla” de la Universidad de Cantabria

AGRADECIMIENTO
Jorge Osorio Letamendía, por sus fotografías.

AUTORES
Jesús Rubio Pilarte

Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net

28 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy interesante este trabajo describe los inicios de enfermería con Florence Nightiggle creando la primera escuela de enfermería y el personal voluntario en la primera guerra mundial, el desarrollo de la mujer a pricipios del siglo XX, toda una revolución feminista y asi la creación de colegios y asociaciones para la profesionalización de la enfermería.

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