En la tercera parte del libro dice así: Nunca había visto un tiempo tan cambiante como el de Crimea. Ha habido lluvias interminables, luego un frío helado seguido de más precipitaciones. Quizá te hayas enterado de que Inglaterra envió un grupo de mujeres al Hospital de Scutari. A todos nos asombró que se ponga a prueba un experimento semejante en tiempos de guerra, aunque se dice que tanto el ejército ruso como el francés aceptan enfermeras. Resulta extraño que tratemos ahora de tomar como modelo a nuestros enemigos, o debería decir antiguos enemigos, en el caso de los franceses. Temo que las pobrecillas no sean bien recibidas. Los médicos de nuestro ejército se muestran reacios a cualquier sugerencia de cambio, igual que sus homólogos civiles.
FOTO 001 Guerra de Crimea
Las terribles noticias que llegaban de la guerra eran desoladoras, a nuestros soldados les dejaban morir de cólera, las heridas sin tratar, infecciones, nuestro gobierno había decidido que murieran de congelación en las trincheras del asedio.
El día de Navidad, el editorial del Times rezaba así: Si algo hemos transportado de Inglaterra a Crimen no fue la humanidad, la prudencia, el talento mecánico y la variedad de recursos de los ingleses. ¿Puede creerse que en Crimen las autoridades no se ocupan de atender debidamente a los enfermos ni a los heridos, ni permiten que lo hagan otros en su lugar? A los capellanes, que en un principio repartieron gozosamente las comodidades que permitía el fondo recaudado por este periódico, se les ha prohibido de forma tajante que sigan haciéndolo, ya que al parecer se considera más acorde con la disciplina militar que un soldado inglés muera de hambre o frío, antes que ser vestido o alimentado por manos privadas.
No podíamos entenderlo. Nuestro círculo de amigas, nuestras institutrices, las señoras de la iglesia y las criadas habían tejido sin cesar hasta dolerles las manos de tanto confeccionar mitones, calcetines, gorros y camisetas, yo había donado mi asignación, el sobrino de la señora Hardcastle, que estudiaba en Oxford, había enviado tres chalecos y un abrigo, y aun así morían cientos de soldados en las trincheras frente a Sebastopol, porque pasaban hambre y se les congelaban los dedos de los pies.
Me comentaron que los soldados franceses disponen de barracas, mientras que los británicos han de dormir en tiendas, y la mayoría volaron con el huracán o quedaron hechos pedazos. Imagino que a nadie se le escapa que no pueda montarse un campamento de tiendas en pleno diciembre.
FOTO 002 Mujer en la Guerra de Crimea
En el Hospital Barrack se encuentra la señorita Nightingale con su grupo de enfermeras y un millar de soldados heridos a quienes sin duda les vendrían bien nuestros cuidados. Todos los días llega un nuevo barco de crimen en el que sabemos que viajan más soldados moribundos, pero no podemos acercarnos a ellos. Esperamos con diversos grados de paciencia, metafóricamente arremangadas para empezar a trabajar, pero al parecer existe un gran problema. No somos bienvenidas. Hemos viajado hasta aquí creyendo erróneamente que íbamos a formar parte del equipo de la señorita Nightingale, pero resulta que ella no había pedido que viniéramos; de hecho, había explicado con toda claridad que no quería más enfermeras, así que ahora que hemos llegado no desean saber nada de nosotras. La jefa de mi grupo la señorita Stanley nos llamó aparte y nos dijo que no entendía que le ocurría a la señorita Nightingale, su queridísima amiga, y que el malentendido se resolvería en cualquier momento. Algunas estamos indignadas y los culpamos a ella y a Sydney Herbert por no informar a la señorita Nightingale de que íbamos a venir. Algunas compañeras de un nutrido grupo de enfermeras son monjas católicas, se retiran a una parte seca del barco donde nos hallamos encerradas y pasan las cuentas de sus rosarios.
FOTO 003 Enfermeras en la Guerra de Crimea
La señorita Nightingale no nos quiere y, en mi opinión, eso es mala señal. Recuerdo cada vez con mayor claridad mis encuentros con ella en las fiestas de Lea Hurts. Cuando me preguntan como era, les respondo: “Encantadora, muy rica, muy ecuánime” Sin embargo, no les digo que no había forma humana de conmoverla. Recuerdo que intenté que se interesara por mis humildes esfuerzos con los aldeanos, pero me fue imposible captar su atención para una causa que no fuera la suya propia. Aquí seguimos atrapadas en este barco apestoso el navío Egyptus en el Bósforo.
Londres 1854, navidades el Times informó que el Parlamento había decidido por votación formar un comité para investigar el modo como se había dirigido la guerra de Crimen. El primer ministro dimitió, y a principios de febrero se invitó a lord Palmerston a formar gobierno. En cualquier caso, los periódicos informaron que la línea férrea recién construida entre el puerto de Balaklava y el campamento británico frente a Sebastopol supondría un transporte más eficaz de víveres, ropa y combustible. Los abrigos de piel de borrego ya habían llegado, aunque se habían demorado tanto que ahora hacían sudar a los soldados.
El colega de Henry, el doctor Snow, había presentado pruebas en el Parlamento de que el cólera se contagiaba por beber agua sucia y no por los hedores que transportaba el aire, y si esa idea cobraba popularidad, comportaría graves consecuencias para el negocio de la construcción porque rápidamente habrían de aprobarse nuevas normas sobre desagües y bombas de agua.
FOTO 004 Muelle y Puerto de Balaklava. Oficial británico y tropaFOTO 001 Guerra de Crimea
Las terribles noticias que llegaban de la guerra eran desoladoras, a nuestros soldados les dejaban morir de cólera, las heridas sin tratar, infecciones, nuestro gobierno había decidido que murieran de congelación en las trincheras del asedio.
El día de Navidad, el editorial del Times rezaba así: Si algo hemos transportado de Inglaterra a Crimen no fue la humanidad, la prudencia, el talento mecánico y la variedad de recursos de los ingleses. ¿Puede creerse que en Crimen las autoridades no se ocupan de atender debidamente a los enfermos ni a los heridos, ni permiten que lo hagan otros en su lugar? A los capellanes, que en un principio repartieron gozosamente las comodidades que permitía el fondo recaudado por este periódico, se les ha prohibido de forma tajante que sigan haciéndolo, ya que al parecer se considera más acorde con la disciplina militar que un soldado inglés muera de hambre o frío, antes que ser vestido o alimentado por manos privadas.
No podíamos entenderlo. Nuestro círculo de amigas, nuestras institutrices, las señoras de la iglesia y las criadas habían tejido sin cesar hasta dolerles las manos de tanto confeccionar mitones, calcetines, gorros y camisetas, yo había donado mi asignación, el sobrino de la señora Hardcastle, que estudiaba en Oxford, había enviado tres chalecos y un abrigo, y aun así morían cientos de soldados en las trincheras frente a Sebastopol, porque pasaban hambre y se les congelaban los dedos de los pies.
Me comentaron que los soldados franceses disponen de barracas, mientras que los británicos han de dormir en tiendas, y la mayoría volaron con el huracán o quedaron hechos pedazos. Imagino que a nadie se le escapa que no pueda montarse un campamento de tiendas en pleno diciembre.
FOTO 002 Mujer en la Guerra de Crimea
En el Hospital Barrack se encuentra la señorita Nightingale con su grupo de enfermeras y un millar de soldados heridos a quienes sin duda les vendrían bien nuestros cuidados. Todos los días llega un nuevo barco de crimen en el que sabemos que viajan más soldados moribundos, pero no podemos acercarnos a ellos. Esperamos con diversos grados de paciencia, metafóricamente arremangadas para empezar a trabajar, pero al parecer existe un gran problema. No somos bienvenidas. Hemos viajado hasta aquí creyendo erróneamente que íbamos a formar parte del equipo de la señorita Nightingale, pero resulta que ella no había pedido que viniéramos; de hecho, había explicado con toda claridad que no quería más enfermeras, así que ahora que hemos llegado no desean saber nada de nosotras. La jefa de mi grupo la señorita Stanley nos llamó aparte y nos dijo que no entendía que le ocurría a la señorita Nightingale, su queridísima amiga, y que el malentendido se resolvería en cualquier momento. Algunas estamos indignadas y los culpamos a ella y a Sydney Herbert por no informar a la señorita Nightingale de que íbamos a venir. Algunas compañeras de un nutrido grupo de enfermeras son monjas católicas, se retiran a una parte seca del barco donde nos hallamos encerradas y pasan las cuentas de sus rosarios.
FOTO 003 Enfermeras en la Guerra de Crimea
La señorita Nightingale no nos quiere y, en mi opinión, eso es mala señal. Recuerdo cada vez con mayor claridad mis encuentros con ella en las fiestas de Lea Hurts. Cuando me preguntan como era, les respondo: “Encantadora, muy rica, muy ecuánime” Sin embargo, no les digo que no había forma humana de conmoverla. Recuerdo que intenté que se interesara por mis humildes esfuerzos con los aldeanos, pero me fue imposible captar su atención para una causa que no fuera la suya propia. Aquí seguimos atrapadas en este barco apestoso el navío Egyptus en el Bósforo.
Londres 1854, navidades el Times informó que el Parlamento había decidido por votación formar un comité para investigar el modo como se había dirigido la guerra de Crimen. El primer ministro dimitió, y a principios de febrero se invitó a lord Palmerston a formar gobierno. En cualquier caso, los periódicos informaron que la línea férrea recién construida entre el puerto de Balaklava y el campamento británico frente a Sebastopol supondría un transporte más eficaz de víveres, ropa y combustible. Los abrigos de piel de borrego ya habían llegado, aunque se habían demorado tanto que ahora hacían sudar a los soldados.
El colega de Henry, el doctor Snow, había presentado pruebas en el Parlamento de que el cólera se contagiaba por beber agua sucia y no por los hedores que transportaba el aire, y si esa idea cobraba popularidad, comportaría graves consecuencias para el negocio de la construcción porque rápidamente habrían de aprobarse nuevas normas sobre desagües y bombas de agua.
Nos llegó una carta de Rosa, desde el Hospital de Koulali, cerca de Scutari, fechada el 2 de febrero de 1855, decía así: Gracias a ti Mariella, logré cumplir mi sueño y me encuentro por fin en un hospital cuidando a los soldados. Pensarás que soy feliz, pero me paso la mayor parte del tiempo paralizada por el pánico. Imagina un edificio del tamaño de una de esas nuevas estaciones de ferrocarril de Londres, igual de vacía pero cien veces más sucio y viejo, y con un puñado de somieres, unos cuantos sacos y una docena de botellas de oporto como suministros. Imagina que un par de buques de vapor llegan resoplando y echando humo al destartalado malecón que hay frente al hospital, y que desembarcan a trescientos hombres heridos, todos necesitados de calor, alimento y cuidados expertos. Imagina que en vez de eso encuentran a media docena de Rosas y a un puñado de monjas, todas con las manos más o menos vacías y conmocionadas. Así es el Hospital de Koulali.
Tan sólo espero no tener que quedarme aquí mucho tiempo. Van a enviar a un grupo de enfermeras a Crimea a petición especial del propio lord Reglan, y voy a solicitar que me incluyan entre ellas. Me da la impresión de que debo llegar al corazón de esta guerra, esté donde esté y sea lo que sea. De lo contrario, jamás podré sentirme satisfecha.
La señorita Stanley se halla a cargo de este centro; dispone de un cuaderno, frunce el ceño y grita mucho, pero eso es todo. Las monjas son mucho más útiles y me han enseñado a vendar heridas y alimentar a los pacientes a través de un orificio en las vendas.
En el Hospital Barrack, la señorita Nightingale está mejor organizada, pero no tiene intención de compartir sus enfermeras con nosotras ni ayudarnos a dirigir el centro hospitalario con mayor eficacia, aunque, por cierto, ella es más que nada un punto de transición entre el campo de batalla y el cementerio, exactamente igual que nosotras.
FOTO 005 Hospital Barrack, donde estuvo ingresada Florence Nightingale
Para serte sincera, la señorita Stanley no se halla a la altura de su cometido. Sometida a presión, se limita a sonreír más, alza las manos como un predicador tratando de aplacar a unos feligreses soliviantados y dice: “No vine aquí para esto. No tenía la menor idea de que estaría a cargo de un hospital. Pensaba que podía ayudar, pero si ella no quiere cooperar…”. Mi cama aquí en el hospital es dura y sucia y además está llena de pulgas.
El Doctor Henry Thewell le escribe a Mariella el 6 de marzo de 1855 y le dice: He desarrollado lo que llaman una infección pulmonar e insisten en que mi salud corre grave peligro. Yo sostengo que aquí todo el mundo está enfermo y que desde luego ni lo estoy más que la mayoría ni menos que muchos otros. Escorbuto, cólera, disentería, congelación e hipotermia son enfermedades que nos afectan a todos en alguna medida. Espero que me permitan quedarme.
Descubrí que prefiero estar al aire libre, haga el tiempo que haga. De hecho, detesto el barracón del hospital y me asfixio entre sus paredes mohosas. Me proporcionaron un abrigo de piel de borrego largo hasta los pies y, cuando me aprieto bien el cinturón y me pongo el gorro y los guantes que me hiciste, no me penetra ni un soplo de este aire húmedo.
La señorita Stanley se volvió enferma a Londres con su grupo de enfermeras, que no quiso la señorita Nightingale. Al no tener desde febrero noticias de Rosa Barr, decidimos empezar su búsqueda. Fuimos para hablar con la señorita Stanley, pero no nos recibió, pero a los tres días nos mandó una misiva escrita con temblorosa caligrafía que decía así: No me pregunten el paradero de la querida señorita Barr, que se esforzó heroicamente por cuidar de los enfermos, a pesar de todos los obstáculos. Decidió dejarnos y marcharse al Hospital en Balaklava por voluntad propia. No tuve nada que ver. Lord Reglan solicitó unas cuantas enfermeras para enviarlas al mismo corazón de la guerra en Balaklava, y ella suplicó que la dejaran ir. No puedo verles me encuentro demasiado enferma. Sufro muchísimo. Su obediente servidora en Cristo. Mary Stanley.
FOTO 006 Carga de caballería británica
El 24 de abril de 1885 llega una carta dirigida por la signora Critelli para Mariella y dice así: Señorita Lingwood: Le escribo para comunicarle la triste noticia de que el doctor Henry Thewell se halla gravemente enfermo. Encontré una carta para usted y se la remito. Puedo asegurarle que seguiré procurando a mi paciente todos los cuidados posibles. Queda a su servicio Doctor R. Lyall.
Dentro de esta carta había otra manuscrita de Henry dirigida a Mariella que le decía que se encontraba en otro barco navegando con el mar en calma. Mientras te escribo, un pequeño destacamento de soldados al mando de Canrobert Hill está cavando otra fosa para enterrar a los muertos de esta noche, y en el Hospital Castle un cirujano está amputándole el pie a un hombre al que alcanzó una bala rusa. Un colega me recomendó ir a Italia, país al que me lleva el barco. Me recibirá un médico inglés que me buscará alojamiento.
Por cierto un día vi a Rosa, a tu prima Rosa. Está todo lleno de heridos, no ha dejado de lloviznar en todo el día, sigo andando, veo algo que resplandece sobre uno de los soldados heridos. Es el pelo rubio de una mujer, lleva un abrigo grande militar y la mayor parte del pelo recogido en un pañuelo de punto azul que también se ha anudado al cuello. Está arrodillada junto a un hombre cuya cabeza yace en medio de un charco de sangre y restos. Mira fijamente a la mujer. Sin duda, ella sabe que el soldado va a morir, pero le sujeta la mano igualmente, acariciándosela. De pronto repara en mí y alza la vista. Es nada menos que tu prima Rosa. No entiendo qué hace aquí. No puede ser cierto. No. Tal vez sea una ilusión óptica o un espejismo. La lluvia le azota el rostro. Está delgada y con la nariz roja por el frío. No lleva guantes, tiene sabañones en las manos y las puntas de dos dedos completamente amarillas. Debería cuidarse más. Si hiciera un poco más de frío, correría peligro de congelación. Los dos observamos al joven soldado, que posee la mirada perdida de los moribundos. Rosa acerca el rostro al suyo, le oigo murmurar palabras de consuelo. Me voy para atender a otro herido y cuando me vuelvo a buscarla, ella ya no está.
Mariella habla con su padre, le pide dinero y le dice que Henry está muy enfermo y se va a buscarlo a él y a su prima Rosa, parte hacia Italia y pasa a la cuarta parte del libro.
FOTO 007 Soldados y uniformes Guerra de Crimea
A la mañana siguiente Nora y yo fuimos para encontrarnos con Henry, un desconocido de aspecto poco halagüeño salió de la habitación de Henry y nos miró; por el olor que despedía, aquel rostro rubicundo se debía a su afición al vino. Era el médico inglés, Lyall, que había vuelto por fin de Roma.
Desde el puerto de Pescara salimos en un barco de vapor que se dirigía a Constantinopla, desde podríamos navegar hasta Balaklava. Cuando llegamos el capitán y toda la tripulación se había encariñado con Nora la enfermera, seguramente por ser católica, y el primer oficial nos encontró otro barco de vapor, el Royal Albert, que zarparía rumbo a Balaklava. Transportaba a soldados enviados a los hospitales ingleses de Scutari, y que una vez recuperados volvían a la batalla.
Apenas dormí en el barco, el calor bochornoso, no había cenado, la carne estaba muy dura y el pan agrio; a medida que avanzaba la noche se hizo evidente que compartía la cama con insectos, con pulgas. Yací en la oscuridad notando las dolorosas picaduras en las manos y en el cuello. Lo que más me preocupaba no eran las molestias físicas, sino la manera de deslizarme hacia el abismo. Pulgas, alimentos incomestibles y una relación tan cercana con una católica formaban parte de mi alejamiento.
FOTO 008 Laboratorio Fotogáfico ambulante con Marcus Sparling
Llegamos al Hospital de Scutari, cuando traspasamos la verja del hospital nos encontramos de pronto sumidas en densas sombras. Allí los ruidos parecían más concentrados y tenían sentido: los del agua corriente, de pasos apresurados, de los cascos de una mula o el áspero sonido de una sierra. En el interior había un inmenso patio, lo bastante grande para dar cabida a diez plazas de armas, con barracones aquí y allá, grupos de hombres ociosos parcialmente uniformados y perros tumbados a la sombra. Un par de hombres con pantalones, camisa y dos pies descalzos entre ambos estaban repanchingados en un rancio apoyado contra un muro soleado. Preguntamos por la señorita Nightingale, le podemos acompañar a su despacho, pero ella no está aquí, se marchó a Crimen gravemente enferma.
Recordé que Rosa había comparado el Hospital de Koulali con una estación de ferrocarril, los altos techos abovedados, las ventanas con múltiples parteluces profundamente encastadas en los muros, interminables hileras de puertas y en el pasillo, a lo largo del lado del patio, una fila de camas, todas ocupadas. Di gracias a Dios por haber vislumbrado al menos lo que era un hospital en Londres, y no tener que horrorizarme por primera vez ante la visión y los sonidos de tantos enfermos juntos. Si la indomable señorita Nightingale había enfermado, ¿qué nos podría pasar a nosotras? No vimos más que a hombres: pacientes que iban de cama en cama arrastrando los pies, ordenanzas que acarreaban cubos o bandejas, algunos oficiales de uniforme y un hombre con levita.
FOTO 009 Guerra de Crimea
Finalmente nos encontramos con una monja a la que le preguntamos el paradero de la enfermera Rosa Barr. Era una monja católica llevaba un gran crucifijo en el pecho. “Rosa Barr, me suena ese nombre” Se fue a Balaklava, no hemos vuelto a saber nada más de ella. He encontrado el nombre de su prima, vino con las enfermeras de la señorita Stanley, no se le dio plaza en este hospital y se fue al Hospital de Koulali y luego a Balaklava. La señorita Barr podría ser una de las enfermeras a las que no se les dejó quedarse en este hospital (la señorita Nightingale, no las quería) y decidió no aceptar nuestra disciplina y como quería ser enfermera se fue con un regimiento (97º de Derbyshire) a las Tierras Altas, en una mujer joven y bonita, estaba mal visto. Puede intentarlo en otros sitios, pero sabemos perfectamente que enfermeras están trabajando en los hospitales de Turquía, donde tenemos problemas con el control es en Crimea.
Se comenta que varias enfermeras se fueron con los regimientos. Por desgracia es una historia que se está haciendo muy común. La enfermera Martha Clough, estaba prometida con el coronel Lauderdale Maule, que murió de cólera, también venía con la señorita Stanley y también se marchó con las tropas. La señorita Nightingale es muy severa con las enfermeras que no acatan su disciplina. Parece ser que Rosa que estaba con el regimiento de su hermanastro capitán Max Stukeley, se fue a unas cuevas en Inkerman y desapareció.
FOTO 010 Supervivientes británicos de la caballería ligera
Aparecimos paseando a caballo y buscando a mi prima en Kadikoi, aquí se encuentra otro de nuestros hospitales británicos. También está aquí el “Hotel British”, ese edificio tan grande en la cima de la colina, lo dirige una mujer negra, enfermera llamada Mary Seacole.
El hotel era una casa de dos pisos con gabletes y ventanas acristaladas. En el patio había cabras, ovejas, gallinas y soldados que comían en una mesa debajo de un gran toldo. Atendía a los heridos en la parte superior y en la parte de abajo alquilaba habitaciones y había una cantina. En el regimiento de Derbyshire encontramos la barraca donde había dormido Rosa hasta su desaparición. Cuando volví al barco tenía una nota que decía así: Querida señorita Lingwood:
Su acompañante la enfermera Nora McCormack, se halla en uno de los barracones de nuestro hospital. Lamentamos informarle que está enferma de gravedad y que es probable que no pase de esta noche. La señorita McCormack solicita que sea tan amable de traerle sus pertenencias, que desea tener a su lado. Dios la bendiga, señorita Lingwood. Lo firma: Hermana Doyle, hospital Castle.
FOTO 011 La enfermera jamaicana Mary Seacole
Cuando llegué al hospital vi una hilera de barracones, abrí una puerta y me encontré con una larga sala, el inconfundible tufo a hombres enfermos impregnaba el ambiente, apareció un farol portado por una monja enfermera, su nariz prominente despuntaba por debajo de una enorme toca blanca. Me explicó que las enfermeras y las monjas dormían un poco más separadas en otros barracones. La barraca se parecía a la de Rosa, en una se encontraba Nora tirada encima del catre, con ella una rata enorme se encontraba sobre su pecho, un olor fétido penetró en mi nariz hasta la garganta, le tiré mi maletín y eso sirvió para que la rata saliese pitando, medía medio metro, era enorme. Cuando me acerqué a la monja le dije que había una persona enferma y me dijo que había muy poco personal para atender a tantos heridos, le enseñó donde podría encontrar sábanas, si es que quedaba alguna y agua limpia para lavar a su doncella. Estuve muchos días cuidándola.
Max Stukeley me contó: Rosa estuvo en el Hospital General de Kadikoi. El hospital Castle lo levantaron en primavera. Rosa no se quedó porque le ponían todo el día a contar y hacer vendas y no podía ni lavar, ni curar las heridas de los soldados. Vino a mi campamento y me preguntó si podía quedarse como enfermera en mi regimiento. Estaba harta de que en el hospital había demasiadas restricciones y riñas entre las mujeres. Aunque parecía muy contenta con nosotros y los hombres la adoraban, un día desapareció.
FOTO 012 1860 Uniforme de la escuela hogar para enfermeras NIGHTINGALE en el Hospital de St. Thomas de Londres. Cuadro Acrílico sobre papel, 24x33 centímetros. Realizado en Cartagena por la enfermera Rufi García Nadal en el 2008
Cuando estaba cuidando a Nora, entró su compañera la señora Whitehead de Lancashire, me dijo que no daban abasto con todos los heridos que habían llegado de repente, me contó que era una enfermera con experiencia que se había hartado de atender a pacientes ricos y que supuso que Crimea sería todo un cambio. Yo estaba con la señorita Nightingale en Scutari, y me trajo consigo a este hospital para aumentar el personal. Trabajar con la señorita Nightingale fue muy difícil, yo estaba acostumbrada a tomar mis propias decisiones como enfermera, así que me resultó muy extraño recibir órdenes de otra persona. Todas formábamos un equipo, todas hacíamos lo que se exigía de nosotras, y eso me gustaba.
En todas las batallas la imponente enfermera Mary Seacole aparecía sola con un ondeante sombrero de ala ancha y cabalgando en una mula cargada de alforjas. En su hospital se comía mucho mejor que en los hospitales británicos. Cuando Max me esperaba para ir a buscar a Rosa, estaba tomando un copioso desayuno y sólo se podía uno tomar semejante comida en el “Hotel British”, dirigido por la enfermera jamaicana Seocale.
FOTO 013 Asedio a Sebastopol
Después de buscar a Rosa y por los comentarios de los propios soldados llegamos a la conclusión de que Rosa se había ido a trabajar como enfermera a Sebastopol. Cuando entramos en el devastador y desastroso Sebastopol, ya se encontraba allí en el hospital Mary Seocale, un periodista con su cuaderno de notas, un par de oficiales y un médico inglés, todos están muertos o medio muertos. Allí encontramos en un rincón del hospital a un oficial británico Max Stukeley sentado en el suelo, en sus brazos sostenía el cuerpo de una mujer con el vestido azul roto y el delantal sucio de sangre, su esbelto cuello y su pelambrera rubia se había doblado hacia atrás dejando pender la cabeza.
En su última carta Rosa decía así: Vine hasta el fin del mundo para ser enfermera y es un final amargo. Ya no soporto a mis compatriotas. Los británicos se embarcaron en esta guerra sin prevenir sus consecuencias. Nos hemos quedado sin nada, no tenemos médicos, ni vendas, ni medicinas, pero siguen trayéndonos heridos desde los baluartes y los edificios bombardeados, y no podemos rechazarlos de ningún modo. El cólera hace estragos. No dispongo de agua limpia. Sólo soy una mano a la que un hombre se aferra mientras muere. Recuerda que el ser enfermera lo elegí yo.
Rosa había muerto el 6 de septiembre de 1855 en el Hospital de Sebastopol, realizando el trabajo que ella siempre quiso ser: “Enfermera”.
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
masolorzano@telefonica.net
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