miércoles, 12 de febrero de 2020

LA AMIGA DEL SOLDADO HERIDO EN CRIMEA


FLORENCE NIGHTINGALE

Título original: Florence Nightingale. The Wounded Soldier´s Friend. 1890

“Es este un mundo de sufrimiento, donde cada corazón
Conoce su angustia y malestar;
La sabiduría más verdadera y el arte más noble
Es de quien puede el dolor aliviar;
Quien, con pasos suaves y tono gentil
Domina el débil espíritu
Y abre los ojos lánguidos,
Cuando, como el ala de un ángel, se siente fugazmente pasar”

Gracias al tesón de nuestro querido compañero Koldo Santisteban Cimarro, Vocal II del Colegio de Enfermería de Bizkaia, que sin su ilusión y entrega, nunca habría visto la luz este nuevo libro sobre Florence Nightingale en castellano. Otra forma de recuperar la memoria histórica de la Historia de la Enfermería. Nos dejó sin sus libros en 2015.

FOTO 1 Portadas del libro de 1890 y la portada del libro 2010

Agradecimiento al Colegio de Enfermería de Bizkaia en colaboración con La Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia, acordaron conmemorar y perpetuar el Centenario de la Muerte de Florence Nightingale (1910 – 2010), con la edición de un libro que fue la primera biografía sobre Florence editada en vida de ella, se titula “Florence Nightingale La amiga del soldado herido en Crimea” 1890 Eliza F. Pollard. Traducción actualizada por Javier Prieto Goitia. Se le añade un capítulo de la muerte de Florence y dos capítulos sobre los artículos que escribió 1882, titulados: Formación de las Enfermeras y Cómo cuidar al enfermo.

FOTO 2 Mar de Marmora o Mar de Marmara

PREFACIO

Vistiendo la blanca flor de una vida de inocencia,
Atendiendo las causas más insignificantes”.

En estas páginas he tratado de narrar la vida de alguien que aún está entre nosotros. Alguien que no ha caído en el olvido, que nunca desaparecerá del recuerdo de quienes la aman y admiran por el trabajo que desarrolló. “Por sus hechos la conoceréis”. Sólo aquellos que han necesitado de su ayuda, que han trabajado a su lado o están vinculados a ella por lazos de sangre y amistad, han tenido el privilegio de adentrarse en el sagrado recinto de su vida privada. Al igual que todas las nobles almas, Florence Nightingale dio poca importancia a los elogios que recibía. Ella realizaba sus obras por amor a Cristo.

Yo, una mujer, escribo la vida de otra mujer, y me esforzaré por mostrar ante los que leen este libro la lección que ella me ha enseñado y sigue enseñándome. Esta lección es, como veremos, que aún tenemos una gran labor por hacer, una labor digna de admiración. Más debemos saber dónde y cuándo se nos necesita. Debemos cuidar del “Templo” de Dios vivo; es decir, el cuerpo que Cristo santificó y honró.

A lo largo de toda su vida, Florence Nightingale rehuyó de la aparición en la vida pública. Es por ello que he emprendido esta tarea con toda humildad, careciendo de muchos datos que suelen ser considerados necesarios para la redacción de una biografía. Siguiendo la llamada de su país, dejó su hermoso hogar para socorrer y ayudar, como sólo ella supo hacer, a los valientes hombres que estaban dando la vida por su nación. Una vez concluyó su obra, regresó al hogar. Desde entonces, su voz ha sido escuchada, así como su espíritu, que seguirá vivo entre nosotros generación tras generación. Florence se mantuvo siempre en un segundo plano; en parte por los problemas de salud, pero sobre todo porque la meta que se impuso residía tan cerca de su corazón que cualquier asomo de vanidad, cualquier situación que hubiera podido poner en tela de juicio la pureza de sus motivos, habría conllevado un sentimiento de dolor para ella.

Tenía una lección que enseñar, una lección que ella aprendió primero y después ofreció al mundo. Primero, la ley del orden y la obediencia. Y segundo, la necesidad de una formación metódica, mediante la cual el conocimiento puede ser adquirido para la superación del mal y, así, ofrecer la ayuda necesaria con el fin de paliar el sufrimiento de nuestras vidas.

Cristo fue a Jerusalén, y su madre lo encontró en el Templo escuchando y haciendo preguntas a los rabinos que lo rodeaban. Después volvieron juntos a Nazaret y esperó su hora; pero a partir de ese momento estaba ya entregado a la obra del Padre. Incluso cuando se hallaba en el taller de José, ya entonces se encontraba en la etapa de preparación de esos tres breves años de sacerdocio que cambiarían el destino moral de la tierra.

Esta es la gran lección que Florence Nightingale difundió, la de que asistir a los enfermos y cuidar a los pobres debe hacerse metódicamente y con orden. No como un trabajo a abordar sin entusiasmo, sino aceptándolo como una noble vocación que emana del corazón. Una vocación digna de ser realizada tanto por alguien de la más alta escala social como por el más humilde miembro del rebaño de Cristo. No se debe trabajar para uno mismo, sino para Dios; ésta es la nota clave de su enseñanza y de su trabajo. Apartar los propios intereses no mediante actos de mortificación y ascetismo, sino mediante el poder del Amor Divino.

Para aquellos que se sienten identificados con estos principios, citaré las propias palabras de Florence: “La experiencia de llevar trabajando un cuarto de siglo por Europa me dice que los más felices, los que más saben valorar sus vidas, son, en mi opinión, aquellos que se dedican al cuidado de los enfermos. Éstas son las humildes palabras con las que puedo describir las vidas de sacrificio y entrega de quienes han elegido este camino. Ha habido todo tipo de mártires a lo largo de la historia, mas éstos son los últimos en pensar en sí mismos. Y en todos y cada uno de ellos debe existir una constante labor altruista. Esta es la diferencia: la vida no es un sacrificio, es la participación en una labor, la más satisfactoria de todas. Sin embargo, la verdadera voluntad en cualquier vida debe estar determinada a perseguir a toda costa el bien común, el sacrificio diario. Nada nos permitirá seguir adelante excepto el sentimiento de que es obra de Dios más que nuestra; la convicción de que estamos buscando su complacencia y no la nuestra, que estamos preparados gracias a los medios que Él ha puesto a nuestro alcance para llevar a cabo su trabajo”.

La lección de Florence Nightingale queda resumida en estas palabras: “El amor a Dios olvidándose de uno mismo”.
Eliza F. Pollard

FOTO 3 Rebaño de ovejas con el pastor

FLORENCE NIGHTINGALE

CAPÍTULO I

LOS PRIMEROS DÍAS

De los pequeños esfuerzos nacen grandes acciones;
Las lecciones aprendidas en nuestra infancia
Moldean el espíritu de ese temperamento
Donde se forjan nuestras poderosas obras.
Valora, pues, los dones de la infancia,
Úsalos con cariño, cuida de ellos;
¿Quién puede medir, quién
Su alcance y grandeza?
Sra. Alexander

Mira al viejo Roger, ¿qué puede haber ocurrido? Sus ovejas están sueltas por la colina y parece que no atienden a su llamada. Quien hablaba, una pequeña niña de unos diez años a lomos de un poni, señaló con su fusta hacia donde un rebaño de ovejas corría de acá para allá sin prestar mucha atención a la voz de su viejo pastor que, con una piel de oveja sobre sus hombros y un cayado en su mano, se esforzaba en vano por mantenerlas juntas. Sí, parece que tiene problemas, exclamó el acompañante de la niña, un anciano vicario. ¿Por qué no nos acercamos y le preguntamos qué le ocurre?- Añadió. ¡Oh, sí! ¡Vamos! fue la pronta respuesta de la niña. En pocos segundos los dos habían ascendido el cerro y se encontraban junto al pastor. Éste, agotado por los esfuerzos que había hecho, caía rendido sobre la suave hierba verde, quejándose en voz alta: “No sirve de nada, ¡tendrán que tomar su propio camino!”. Roger, ¿qué te pasa? preguntó el vicario. El anciano se levantó y, al ver quién le hablaba, se irguió y tocó su gorra en señal de respeto mientras se acercaba a ellos. Su Reverencia, dijo, no hay nada que hacer con las ovejas. La primavera las ha vuelto muy inquietas. ¡Fíjese! El pastor observó a su rebaño con un gesto de desaprobación, comprobando cómo los corderos más jóvenes brincaban a sus anchas por la colina seguidos por sus madres, cuyos balidos tampoco parecían surtir demasiado efecto.

Pero, ¿dónde está Cap?, preguntó la niña. ¡Ah! Ese es el problema, señorita. Cap está en las últimas. ¡En las últimas! ¿Quiere usted decir que se está muriendo? exclamó el vicario. Más o menos, respondió tristemente el anciano. Preferiría que ya lo estuviera, ¡así no tendría que hacerlo! ¿Hacer qué, Roger? preguntó la niña. Sacrificarle, señorita respondió con determinación. ¿Sacrificar a Cap? ¿Tu querido y leal Cap? ¡No hay un perro pastor mejor en toda la comarca, Roger! Exclamó el vicario. Lo sé, señor, pero ya no me sirve y la gente pobre como yo no puede mantener una boca inútil. Debo hacerme con otro perro. ¿Por qué? Hace una semana lo ví tan lleno de vida corriendo detrás de las ovejas. ¿Qué ha sucedido desde entonces? preguntó el vicario.

Unos niños le estuvieron tirando piedras. Una alcanzó a Cap en la pata y se la rompió. Se arrastró hasta la cabaña y allí ha permanecido desde entonces aullando de dolor y sin poder moverse, lo que me rompía el corazón. Sería un gesto bondadoso por mi parte librarlo de ese dolor, y he decidido terminar con todo esta misma noche dijo el viejo pastor con un tono triste. Oh, Roger, ¿cómo puedes hacer algo así? ¡Aún puede ponerse bien! exclamó la niña con los ojos llenos de lágrimas. Si hubiera mejorado algo, ya me habría dado cuenta, señorita Florence, pero está peor. Su pata estaba muy hinchada esta mañana cuando lo dejé reposando, y no come, sólo bebe. Estos animales son a menudo más sabios que los hombres, y sus instintos les dicen lo que es bueno para ellos. De todos modos, siento mucho lo ocurrido, Roger. Cap es un buen perro, y me temo que tendrás problemas para encontrar otro que le sustituya –dijo el vicario con voz desesperanzada.

Así lo creo yo también, su Reverencia –añadió el pastor saludándole con respeto. Buenas días, señorita continuó mirando a la niña, y no se preocupe, todos debemos morir algún día, y los perros no son una excepción dijo acariciando el cuello del poni de Florence. Adiós, Roger, lo siento mucho fue la afligida respuesta de la pequeña.
Los ojos marrones de la niña parecían tristes. Siguió a su compañero colina abajo para hacerse al camino por el que habían venido. El pastor la siguió con la mirada y, según volvía a donde se encontraban sus ovejas, murmuró:
“La pequeña Florence tiene un buen corazón”. Tras unos instantes en silencio, el vicario dijo por fin: Me pregunto si Cap estará tan mal como piensa Roger.

Esta gente de montaña sabe más bien poco acerca de cuidados médicos, y mucho menos de sus animales. Una piedra puede haberle lesionado la pata, pero dudo que la haya dañado tanto como dice. ¡Vamos a verle! dijo Florence con impaciencia. Roger no vive lejos. Y señaló un grupo de casas de campo situado colina abajo. ¿Por qué no? respondió el vicario. Un perro pastor es un animal muy valioso e inteligente. A menudo me he fijado en él. Sería una pena acabar con el bueno de Cap si hubiera alguna posibilidad de curarlo. Acto seguido, tomaron el camino que les conduciría hacia las casas. Florence se apeó de un salto de su poni e intentó abrir el cierre de la última caseta, pero, para su consternación, la puerta estaba cerrada. Un apagado ladrido seguido de un gemido de dolor se oyó desde el interior.

¡Está encerrado! –dijo, volviendo desconsolada donde su compañero de viaje, quien aún le esperaba a lomos de su caballo. Cuánto lo siento dijo el clérigo. Roger tendrá la llave. Bueno, Florence, me temo que debemos dejar al pobre Cap a su suerte. En ese instante la puerta de la cabaña contigua se abrió y se asomó una mujer con un bebé en brazos y un pequeño niño de unos siete años escondido detrás de ella. La mujer hizo una reverencia, diciendo: Roger ha salido a cuidar de su rebaño, Reverencia. Y mucho me temo que tendrá problemas. ¡Cap se está muriendo! Aún se le oye dijo el vicario mientras el perro seguía ladrando débilmente.

FOTO 4 Florence Nightingale de joven con Cap, curándole la patita

Hemos venido a ver a Cap, señora Norton, pero la puerta está cerrada, así que me temo que nuestra visita ha sido en vano. ¿Cómo se encuentra su marido? Mejor, señor, gracias. Salió de la enfermería la semana pasada y se está recuperando muy bien, pero si es a Cap a quien ha venido a ver, su Reverencia, mi Jimmy sabe dónde está escondida la llave. Él les llevará al lugar. Cap no deja que ningún extraño entre por muy mal que se encuentre, pero él conoce a Jimmy, porque se encarga de darle de beber. ¡Esa pequeña bestia tiene tanta sed! Está bien. Jimmy, chico, encuentra la llave y déjanos entrar –dijo el vicario. El pequeño Jimmy se hizo rápidamente con la llave, la introdujo en la cerradura y, tras abrir la puerta, dijo en voz baja “Cap, Cap, tranquilo, todo está bien, amigo”. Cuando el vicario y Florence entraron, el perro gruñó y trató de levantarse. La niña se acercó sin temor hasta donde yacía el animal, diciendo en un suave y cálido tono “Pobre Cap, pobre”. Estas palabras fueron suficientes; el perro la buscó con sus expresivos ojos marrones inyectados en sangre y llenos de dolor. No se molestó cuando, de rodillas frente a él, ella acariciaba su gran cabeza. Cap fue bastante menos amable con el vicario pero, tras varios intentos, finalmente se dejó examinar las heridas de la pata. Jimmy y Florence no dejaban de dedicarle palabras amables para que mantuviera la calma. De hecho, el animal emitía un continuo murmullo con la cabeza apoyada en el regazo de la niña, quien parecía una madre al lado de su hijo enfermo.

Bueno dijo el vicario concluyendo su examen, en lo que a mí respecta puedo asegurar que no hay huesos rotos, aunque la pata está muy magullada. Deberíamos aplicar paños calientes para detener la hinchazón. ¿Cómo se aplican paños calientes? preguntó Florence. Sumergiéndolos en agua hirviendo dijo el vicario. En ese caso, resultará bastante fácil. Me quedaré aquí y lo haré ahora mismo dijo Florence con determinación. Jimmy, vamos a necesitar unos paños y agua bien caliente añadió. El niño no vaciló ni un instante y se puso manos a la obra nada más oír lo que necesitaban. Pero Florence, te esperarán en casa dijo el vicario. No si les digo que estoy aquí respondió. Mi hermana y una de las sirvientas pueden venir y recogerme para llevarme a casa a tiempo para tomar el té, y dudó por un momento, sería mejor si trajeran algunos viejos trapos. Parece que no hay muchos por aquí, pero usted me enseñará a aplicarlos, ¿verdad? Está bien dijo el vicario viendo el entusiasmo de la niña.

En unos instantes todo estaba preparado. En una esquina dieron con un viejo blusón que había pertenecido al pastor. Florence lo rasgó con energía y, a la observación del clérigo: “¿Qué dirá Roger?”, ella respondió: “Le conseguiremos otro”. Y, así, Florence Nightingale hizo su primer cura y pasó toda aquella preciosa tarde primaveral cuidando de su primer paciente: el perro del pastor. Al anochecer, Roger llegó a su cabaña con semblante triste. De buen seguro que no esperaba encontrar a nadie allí. Llevaba una soga en la mano y, en ese instante, Florence se dirigió a él y le dijo: No necesitará eso Roger, su perro no morirá, ¡Fíjese! Cap se incorporó y se dirigió gimoteando con paso lento hacia su amo. ¡Dios mío! ¿Cómo lo ha hecho usted, Señorita Florence? ¡Esta mañana no podía ni siquiera moverse cuando salí a cuidar mi rebaño! Entonces Florence le explicó a Roger cómo había curado a Cap. Deberá reposar toda la noche y mañana estará casi bien dijo el vicario. La Señora Norton cuidará de Cap mañana, cuando usted esté fuera, así que ahora ya no necesita sacrificarle, pronto será capaz de hacer su trabajo de nuevo.

Muchas gracias, señorita, muchas gracias dijo el anciano con voz ronca. Me resultaba muy difícil acabar con él, pero ¿qué puede hacer un pobre hombre como yo? y, extendiendo el brazo, acarició a Cap. Ahora que sé lo que debo hacer, cuidaré de él, señorita dijo el pastor mientras apoyaba su cayado en una esquina y colgaba su gorra en un viejo clavo en la pared. Entonces Florence se despidió, acariciando al perro hasta el último momento. Nadie podía imaginar que esa niña que acababa de despedirse llegaría algún día a ser alguien cuya misión iba a ser la de atender a los enfermos y heridos en la gran batalla de la vida; y cómo en años venideros, hombres moribundos lejos de sus hogares, se incorporarían en sus lechos de hospital para besar su sombra al pasar.

Nacimiento
Florence Nightingale nació en Florencia en 1820, y recibió su nombre en honor a esa hermosa ciudad que la vio nacer situada a orillas del río Arno. Era la más joven de las dos hijas del Sr. William Shore, un acaudalado terrateniente hacendado de Embley Park en Hampshire, y Lea Hurst en Derbyshire, condado cuyas tierras datan de épocas remotas.

El señor William Shore adoptó el nombre de su madre, la señora Nightingale, en el año 1819, fecha en la que heredó su fortuna. El señorío de Lea Hurst, donde Florence pasó la mayor parte de su infancia y juventud, data de la época del reinado del rey Juan I, quien en la primera mitad del siglo XIII erigió una capilla estratégicamente situada en el centro del distrito de Matlock, a unas dos millas del área de Cromford. Una encantadora construcción que inspiró a una famosa poetisa de la época aficionada a describir el amor entusiasta por su país:
“Las casas señoriales de Inglaterra,
¡Qué hermosas
Entre los altos árboles ancestrales,
Sobre los apacibles campos!”

FOTO 5 Florence Nightingale de joven

Si, como es comúnmente dicho, nuestro carácter se ve influido por el entorno y las experiencias de la infancia, no cabe duda de que Florence Nightingale tuvo mucho a su favor.

Nacida en la “Ciudad de las Flores”, el amor por éstas se convirtió en su gran pasión. Las consideraba de gran beneficio para la mayoría de los enfermos. Y es debido a esta fuerte predilección que los hospitales ya no lucen ese aspecto sombrío y desolador tan común en tiempos pasados, sino que se alegran con flores.

Asimismo, año tras año el “Hospital Sunday” se convierte en un día lleno de júbilo y color, y resulta entrañable ver a los más pequeños de la congregación venir cargados con las flores más preciadas de la tierra para ofrecérselas a Cristo.

FOTO 6 Lea Hurst en Derbyshire

Parece como si cada variedad de paisaje hubiera rodeado la casa de nuestra heroína. En la distancia, maravillosas vistas del condado de Peak con rocas de un tono gris y, no muy lejos, el río Derwent manando a través de los verdes prados, cerca de la casa señorial de estilo isabelino construida en forma de cruz y flanqueada por numerosos árboles.

Lea Hurst no es una vivienda ordinaria. Se yergue robusta sobre una inclinada ladera visible desde la distancia. La entrada, con enormes postes a ambos lados, culmina en esferas de piedra, dando al conjunto un aire de grandeza medieval. Está construida, como hemos dicho, en forma de cruz, con hastiales en los extremos cuyos vértices están coronados con figuras decorativas. Las numerosas ventanas que se abren bajo los hastiales se encuentran adornadas por goterones y parteluces.

En el tejado, transmitiendo una impresión de calidez y hospitalidad, se eleva una llamativa chimenea formada por robustos bloques de piedra. El jardín se extiende en la parte de atrás, así como una larga avenida repleta de árboles, el paraje favorito de Florence en su niñez, donde encontraba la perfecta combinación de diversión y sosiego. Un gran número de ardillas hacían de los árboles sus casas, saltando de rama en rama, mirando hacia abajo a los paseantes con sus vivos ojos marrones.

Para ellas la pequeña Florence era alguien a quien conocían muy bien, y a menudo se acercaban dando volteretas mientras emitían unos familiares sonidos cuando ella aparecía con los bolsillos llenos de frutos secos que dejaba caer sin parar de reír con emoción.

No importaba adónde fuera Florence, siempre era recibida con gran entusiasmo. La suya era una presencia entrañable en las humildes cabañas vecinas, sobre todo en tiempos de enfermedad o dificultades. Acompañada por el vicario de la parroquia, a menudo ofrecía alimentos y ropa a los más necesitados. De él había aprendido sus primeras nociones de enfermería.

Quizás era su presencia, su forma de acariciar la cabeza de un niño convaleciente, su simpatía innata y esas alentadoras palabras de esperanza lo que más valoraban de ella. En el umbral de la vida, su inocente alma se veía conmovida por el dolor y el sufrimiento de los que la rodeaban.

Florence Nightingale estaba hecha con otro molde. Soportar el dolor de los demás y hacer más llevadera su tristeza parecía ser algo natural en ella. El amor le hace a uno ser más capaz amar, y es en este ambiente donde crecieron el corazón y el alma de Florence; no repentinamente, sino poco a poco, como todas las creaciones de la naturaleza, como el proceso que hace que un capullo culmine en una preciosa flor.

El Sr. William Shore Nightingale fue un hombre muy cultivado y un gran viajero. Era natural, por consiguiente, que deseara una sólida educación para sus hijas, e hizo todo lo que estaba en su mano para que así fuera.

Florence Nightingale y su hermana dedicaron los siguientes años de su vida al estudio y a viajar ocasionalmente al extranjero. Todos sabemos la tranquila rutina que una buena educación conlleva. Las dos hermanas estudiaron concienzudamente y se convirtieron en dos mujeres ilustradas y con amplios conocimientos en música.

Pero la sociedad, y me refiero a la sociedad puramente mundana, no guardaba ningún encanto para alguien con una naturaleza como la de nuestra heroína. Su moral era tan elevada que debió de haber experimentado un sentimiento cercano al dolor cuando entró en contacto con la realidad. Además, había en su carácter un amor natural por el trabajo, un deseo de entregarse a los demás.

Viviendo desde su más temprana infancia entre los pobres, se dio cuenta de cuán grande era su ignorancia en todos los asuntos domésticos y de su absoluta indefensión en tiempos de enfermedad. El intenso deseo de ayudarles hizo esta ignorancia aún más evidente para ella, y le permitió ver más claramente los efectos de la desdicha. Tomó entonces la determinación de remediar este mal, y da testimonio del éxito de su misión toda una vida de entrega al prójimo.

CAPÍTULO II

UN EJEMPLO

Que nuestra oración cada vez más ferviente
Sirva también para alumbrar, para soportar
Ese sufrimiento
Que aplasta con muda desesperación
Media raza humana”.
Longfellow

¿Cuáles eran las causas de tanto dolor y cómo mitigar el sufrimiento? Éstas eran las preguntas que ocupaban la mente y el corazón de Florence Nightingale, y a encontrar las respuestas decidió dedicar toda su vida. Su familia, si bien nunca se opuso a su vocación, tampoco se mostró demasiado entusiasmada con sus ideas; pero el afán de Florence por ayudar a los demás era tan notable que no podían dejar de reconocerlo.

FOTO 7 Grabado de la época

Varios miembros de su familia sufrieron largas y graves enfermedades, y Florence se convirtió, naturalmente, en su enfermera. Se dedicó en cuerpo y alma a tan noble labor, y su interés por ayudar al prójimo pasó a ser el principal objetivo de su vida. Cuando un pensamiento o un sentimiento profundo nos invaden, resulta difícil desviar nuestra atención de lo que verdaderamente nos atrae. El esfuerzo conlleva el cansancio del espíritu, y así ocurrió con Florence Nightingale, quien no se olvidaba de sus hermanos más pobres y enfermos. En el luminoso salón de su hogar recordaba los oscuros y tristes cuartuchos donde los desatendidos yacían moribundos y, día tras día, casi hora tras hora, sentía el poderoso impulso, podríamos llamarlo así, de una llamada Divina que estaba destinada a seguir.

Florence puso en práctica sus primeros conocimientos de enfermería con los necesitados de su propio condado. Pasó mucho tiempo visitando hospitales, estudiando su organización y dándose a conocer, en la medida de lo posible, con su disciplinado trabajo. De allí se dirigió a Londres, donde prosiguió sus investigaciones. Fue en este importante período de su vida cuando conoció a la Sra. Elizabeth Fry, cuya vida se acercaba al final. Elisabeth Fry había trabajado con dedicación en un ámbito aún más árido que el de Florence Nightingale, y su entrega era, sin duda, merecedora de una recompensa. Esta mujer de avanzada edad, cuyo eterno descanso estaba tan cerca, se sintió extrañamente atraída hacia su joven compañera, de quien le sorprendió su capacidad para desarrollar tan arduas labores. Existía entre ellas un vínculo de unión casi más fuerte que los lazos de sangre: el amor por la humanidad que sufre y sobre la cual Cristo estableció su primer y gran ejemplo.

“El aire está lleno de despedidas a los moribundos
Y luto por los muertos”.

Pero, ¿y los vivos? Desde los hospitales y las prisiones se podían oír con demasiada frecuencia las desgarradas súplicas de los necesitados, mas nadie los escuchaba entre el ajetreo de la vida cotidiana. Algunas personas como Elizabeth Fry, John Howard o Florence Nightingale, respondían a sus ruegos nada más escucharlos. Parecía como si la propia voz de Cristo les hiciera levantarse y atender a los necesitados dirigiéndose a ella para entregarse en cuerpo y alma en nombre del Señor. ¡Un grupo bienaventurado! Una llamada bendita para disipar las tinieblas, para llevar la luz de Dios donde reinaban la ignorancia, el pecado y la miseria.

Florence Nightingale fue una de las primeras personas conscientes de que, antes de enseñar a los demás, había que comprender la labor a desarrollar. Sentía la absoluta necesidad de adquirir un conocimiento práctico de las enfermedades, sabiendo diferenciar sus distintas fases y, así, encontrar la forma más eficaz de atender a los enfermos.

Después de pasar varios meses trabajando en hospitales de Londres, visitó los de Dublín y Edimburgo, prestando especial atención a todos los detalles de la vida hospitalaria. Más tarde viajó a Francia, Alemania e Italia, prosiguiendo las mismas investigaciones sistemáticas. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de qué era lo que fallaba en el sistema sanitario inglés y en el cuidado de los enfermos. Desde tiempo inmemorial, en el continente habían existido sociedades cuyos miembros se dedicaban íntegramente al servicio de los hospitales o a asistir a los enfermos en sus propios hogares. No se les pagaba, sino que aquella labor era su vida y su religión. Eran los siervos de Dios y, como tales, sentían la obligación de servir a sus criaturas. Destacan en Francia e Italia las Hermanas de San Vicente de Paúl que, con sus uniformes de color gris y cofias blancas, son las enfermeras reconocidas de los pobres, la salvación de todos los que necesitan ayuda.

En la Alemania Protestante encontramos a las Diaconisas, concretamente la institución creada por el Pastor Fliedner en Kaiserwerth, enfermeras especialmente instruidas para desempeñar su trabajo entre los enfermos y socorrer a los caídos.

Precisamente, lo que Florence vio en esta última congregación ejerció una fuerte influencia sobre ella. El espíritu del fundador estaba tan en armonía con sus propias ideas que creo necesario mostrar a nuestros lectores un pequeño bosquejo de la vida del pastor Fliedner, así como del maravilloso trabajo que realizó. Fue uno de los pioneros de la reforma social del siglo XIX y, como veremos más adelante, guía y mentor para Florence, quien estaba destinada a seguir una llamada suprema.

Theodore Fliedner nació en enero de 1800 en Eppstein, un pequeño pueblo Alemán en la frontera entre las provincias de Hesse y Nassau, donde su padre desempeñaba las funciones de clérigo. No fue un destacado estudiante y nunca a lo largo de su carrera se vio en él señal alguna de naturaleza religiosa. Por aquel entonces Alemania estaba, como lo está hoy en día, sumida en una controversia teológica de la cual Theodore Fliedner se mantuvo siempre al margen. Sin embargo, su vida tomó un cariz completamente diferente. A los veinte años pasó su examen final y se convirtió en Pastor de la Iglesia Evangélica en Kaiserwerth, una pequeña población a orillas del Rin a unos pocos kilómetros de Dusseldorf. Por aquel entonces nada podía resultar menos atractivo que el aspecto de esta ciudad, dominada por la suciedad y la pobreza. Aún atravesada por el amplio y caudaloso Rin, resultaba prácticamente inaccesible. Sin embargo, fue en este oscuro rincón del mundo donde el joven pastor comenzó su labor, recibiendo por ello un estipendio de veintisiete libras al año.

FOTO 8 Hospital y Diaconisas de Kaiserwerth

Aunque la vida en Alemania era por aquella época, como lo es ahora, más barata y sencilla que en Inglaterra, tan pequeño ingreso apenas era suficiente para cubrir las necesidades básicas. La población, casi en su totalidad Católica Romana, era muy infeliz y se encontraba sumida en un ambiente de inmundicia y enfermedades. Quizá tan desesperanzadora situación estimuló la mente cristiana de Theodore quien, admirablemente, sacó fuerzas de flaqueza para seguir adelante. En cualquier caso, las circunstancias no podían ser peores viendo la situación de estancamiento y miseria en la que encontró a su rebaño. En un breve espacio de tiempo sus pequeños ingresos disminuyeron debido al fracaso del negocio de los fabricantes de terciopelo, quienes proporcionaban trabajo a una gran parte de los miembros de su congregación. Éste desafortunado hecho despertó en él la idea de reorganizar las donaciones de la iglesia para satisfacer las necesidades de sus vecinos más desfavorecidos. Realizó viajes por Alemania, Holanda e Inglaterra, donde encontró un éxito considerable predicando las necesidades por las que estaba pasando. Probablemente es en éste momento de su vida cuando el nombre de John Howard llegó a los oídos de Florence por primera vez. John Howard se interesaba por reformar el sistema penitenciario en Alemania, donde las cárceles se hallaban en peor estado que en Inglaterra, con los reclusos mal alimentados y apiñados en celdas inmundas. Llegó incluso a mostrar el deseo de ser encarcelado durante algún tiempo con el fin de poder juzgar de primera mano cómo era la vida carcelaria. Su petición, sin embargo, fue rechazada, aunque se le permitió celebrar servicios quincenales en la cárcel de Dusseldorf y visitar a los internos individualmente. La primera piedra estaba ya colocada. Así, un grupo de voluntarios que mostraban los mismos intereses consolidaron su unión fundando el 18 de junio de 1826 la primera Sociedad de Prisiones de Alemania. Pero una vez que los hombres y mujeres a quienes la vida carcelaria había dejado huella volvieran a recorrer mundo con la marca de Caín sobre sus frentes, ¿adónde deberían ir y qué iba a ser de ellos?

FOTO 9 Theodore Fliedner y Friederike Fliedner (Diaconisa)

Ésta importante duda se le presentó al Pastor Fliedner con toda su crudeza; no tenía dinero ni medios, y no podía exponer a su joven esposa e hijos al contacto con el pecado y la vergüenza a cada momento. Sin embargo, ¿cómo podría rescatar a estas ovejas descarriadas y apartarlas de un mundo de perdición? ¿Acaso no era él el pastor de las ovejas de Cristo? ¿Cómo habría de responder al Señor si éste le llegara a reclamar el cuidado de aquellos más necesitados? En el jardín que rodeaba su humilde casa había una viejo trastero donde se puso a trabajar con sus propias manos hasta hacerlo habitable proveyéndolo de enseres básicos como una cama, una mesa y una silla. Su obra estaba concluida: había construido un hogar para resguardarse de la lluvia y el viento.

Un día llevó hasta allí a una mujer que había salido de la prisión recientemente, una María Magdalena que tembló de miedo al encontrarse, por primera vez desde hacía mucho tiempo, cara a cara con la realidad de un mundo cruel. Con los ojos turbios, desacostumbrados a la luz del día, murmuró tímidamente al pastor “¿Dónde debo ir? ¿Dónde?” ¿Quién en todo el mundo tendría el valor moral para negarle una mano amiga a una persona en esa situación? Resultaría muy fácil decirle “Ve y no peques más”, pero cuando cada rostro se volviera a su paso, cuando cada puerta se cerrara ante ella, ¿con qué medios contaría para redimirse? “Sígame, por favor, yo le llevaré a casa”. ¿Era un hombre o un ángel quien le hablaba? No dudó ni un instante, lo siguió llena de fe hasta la humilde casita que había preparado para ella, y allí encontró el descanso y la paz para su alma herida, fatigada de tantos pecados y agitaciones. Este suceso se propagó allende las fronteras. Esto ocurrió en 1833 y, poco después, otros vinieron buscando cobijo y protección. Así creció el número de penitentes; la semilla echó raíz y comenzó a dar fruto convirtiéndose en un poderoso árbol que extendía generosamente sus ramas para albergar a aquellos que realmente anhelaban no pecar más. A partir de aquel momento hubo un hogar en Kaiserwerth para acoger a las mujeres que abandonaban la prisión. El dinero llegaba poco a poco y se levantó en aquel mismo jardín una segunda construcción con capacidad para albergar entre quince y veinte mujeres. Aquí podemos ver la caridad de su fundador quien, rebosante de amor divino, entendió el verdadero carácter sagrado de la tristeza y el arrepentimiento humanos.

Ese mismo año, un nuevo hospital con más de un centenar de camas fue inaugurado con la ayuda de trabajadores protestantes. Esta fue la primera causa de la presencia del Sr. Fliedner en Kaiserwerth, quien reparó en la necesidad de un cuerpo de enfermeras, reconociendo la importancia de éstas para el buen funcionamiento del hospital. En este nuestro siglo XIX, la influencia social de la mujer se ha hecho sentir notablemente. El papel de las Reinas Regentes comienza a estar presente desde Tahití hasta las Islas Británicas. Nunca antes fue la mutua unión de hombres y mujeres tan influyente sobre el avance de la sociedad. Sólo en la mayor de nuestras necesidades, la religiosa, ha sido esta cooperación menos latente. Las mujeres habían estado hasta entonces aisladas de las principales actividades sociales, tendiendo que mostrar su aptitud en todo momento, sintiéndose muchas veces impotentes sin la ayuda del hombre. El gran defecto en el sistema de las Hermanas de la Caridad de la Iglesia Católica es su extrema docilidad, lo que les convertía en meros instrumentos en el marco del sistema y la administración a la que pertenecían. Su influencia es inmensa, pero Kaiserwerth ha demostrado al mundo cómo, bajo un sistema diferente, fallos así se pueden evitar.

Con estas ideas, y sintiendo la necesidad imperiosa del sutil tacto femenino, fundó la orden de Las Diaconisas, reviviendo en esta institución estrictamente protestante una orden que la primitiva iglesia reconocía como necesaria para el buen funcionamiento de su sistema. Las candidatas para el cargo de diaconisa recibieron una solemne bendición antes de comenzar su labor. En lo sucesivo se consideraron a sí mismas siervas del Señor Jesús, así como de los enfermos y los pobres. No se sentían prisioneras de los votos contraídos. Su compromiso duraba cinco años, mas tenían libertad para abandonar la orden en cualquier momento. Eran solemnemente consagradas mediante la imposición de manos, recibiendo del pastor la bendición final pronunciada de este modo:

“Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas en un solo Dios, os bendiga. Que Él os guíe en la verdad hasta la muerte y os conceda la Corona de la Vida. Amén”.

Si una diaconisa encontraba su labor demasiado ardua, si era reclamada por su familia o incluso si pensaba en casarse, tenía libertad para hacerlo. Pertenecer a esta orden no estaba reñido con el desarrollo de las tareas propias de las madres o las esposas. El Sr. Fliedner consideraba, en estos casos, que sus nuevas actividades en el ámbito familiar no eran incompatibles con sus funciones religiosas. Ninguna diaconisa era menor de veinticinco años y sus atuendos eran sencillos a la vez que discretos: un vestido azul de algodón con el cuello y la cofia de muselina y un delantal blanco. Una cosa es cierta; a partir de aquel momento la labor del Sr. Fliedner prosperó, volcado plenamente con optimismo en su trabajo y realizándolo con orden y conocimiento. Las diaconisas fueron instruidas para la enfermería y la enseñanza, y entre los años 1836 y 1847 una escuela infantil se añadió a la creación original, así como un centro para la formación de maestras de escuelas primarias, un orfanato para niñas de clase media y un psiquiátrico para mujeres.

FOTO 10 Hospital y Diaconisas de Kaiserwerth

Pero hay que tener en cuenta que todas estas instituciones estaban subordinadas a un gran objetivo que el pastor nunca perdió de vista; la formación de diaconisas, y lo que a su juicio, era el eje principal alrededor del cual giraba todo el trabajo: proveer a estas jóvenes mujeres de una disciplina y conocimiento práctico, lo que las haría mucho más devotas servidoras de Cristo. Por supuesto, el mayor número de ellas trabaja en su propio país y entre su propia gente. Para un verdadero filántropo todos los hombres son sus hermanos, y el Pastor Fliedner no era una excepción. Además deseaba, al igual que Licurgo, probar la estabilidad de su obra en caso de que él faltara algún día. Por lo tanto, tan pronto como consideró que las instituciones creadas en Kaiserwerth habían echado raíces, decidió retirarse por un tiempo y dejarlo todo en manos de un superior, significara esto el éxito o el fracaso de su empresa.

En 1849 dimitió de su cargo pastoral en Kaiserwerth con el propósito de fundar más instituciones en todo el mundo: en Constantinopla, Londres y Estados Unidos, así como en Esmirna, Alejandría y Bucarest. En abril de 1851, el propio pastor acompañó a cuatro diaconisas a Jerusalén, donde fundó una rama de dicha institución en el monte Sión con el fin de asistir a enfermos de todos los credos y formar una “Escuela de Instructores y Enfermeras Cristianas” en Oriente. El Rey de Prusia les donó una casa, hoy día hospital, seminario y hospicio. “Muchos enfermosescribe una de las hermanas “se encuentran ahora a nuestro cuidado. Tenemos infinidad de solicitudes de personas que acuden a nosotras con dolor en los dedos, ojos y pies, como si un doctor milagroso viviera aquí. Yo, entre otras cosas, les lavo las heridas con agua y jabón…” La labor desarrollada por las hermanas influyó sobremanera en las mujeres de Oriente, quienes no podían recibir una formación digna por parte de instructores masculinos. Incluso en un momento llegaron a tener dos niñas árabes de Hebrón y Tafet.

FOTO 11 Kaiser Werth

Pero para él, que había trabajado tanto y tan devotamente por el rebaño de su Maestro, también el final de sus días estaba cercano. Regresó a Europa sin cejar en el empeño de realizar su trabajo, que se había convertido en una necesidad vital. Sin embargo, la sensación de debilidad física que se cernió sobre él era la antesala del inminente descanso eterno que le aguardaba.

Recordó a las muchas personas que habían luchado como él en la batalla de la vida por tan noble causa; para ellas también ideó su última creación: “El Hogar del Descanso”. Se trataba de un lugar al cual las personas que habían avanzado en la fe estaban invitadas a retirarse cuando sus fuerzas flaqueasen. Allí podrían descansar bajo la sombra de la bandera de la institución, que en días festivos ondearía desde la torre. Una bandera con el mismo mensaje de paz presente en el arca de Noé mientras cruzaba las turbulentas aguas: una paloma portando una rama de olivo en su pico. A su vez, este mismo emblema estaba esculpido en la entrada de la pequeña capilla que había demostrado, en cierto modo, ser un arca donde se habían refugiado tantas almas cansadas y abandonadas al vaivén de las olas de este mundo incierto. Cuando éste, su último trabajo, fue culminado, su flaqueza física era ya evidente. Incapaz de reunir las fuerzas necesarias para salir siquiera de su habitación pero con un fuerte espíritu, siguió manteniendo un intenso contacto por correspondencia con sus seres queridos. Falleció el 4 de octubre de 1864, dejando detrás de él nada menos que cien centros de trabajo asistidos por cuatrocientas treinta diaconisas.

FOTO 12 Ve y hazlo tú mismo

CAPÍTULO III

PRIMEROS PASOS

Ve y hazlo tú mismo

Florence Nightingale se decidió a seguir los pasos de este admirable hombre. En Inglaterra no habíamos tenido hasta la fecha ninguna institución como esta, y no parecía haber posibilidad alguna de mejora en el sistema de enfermería. La necesidad era sin duda palpable, pero se necesitaba mucha energía para romper las viejas costumbres y organizar un nuevo orden de cosas. Por encima de todo, la unión era necesaria; parece que los descuidos, o incluso algunas muertes derivadas de la nefasta organización del sistema sanitario, no fueron suficientes para despertar en toda la nación el deseo de exigir una reforma radical. Las costumbres son siempre difíciles de cambiar.

Es cierto que, en ese momento, a las enfermeras se les tenía en baja estima y eran en general consideradas como personas que infundían un sentimiento de aversión, casi de rechazo. Lo más probable era que el prototipo Sairey Gamp como enfermera no inspirara confianza. Estas mujeres eran, en general, de clase baja, y no aptas para ganarse la vida de una manera honrada, siendo en su mayoría adictas al peor de todos los vicios: la bebida. No cabía duda que dejar a nuestros seres queridos en tales manos significaría agravar los síntomas de la enfermedad. Y, sin embargo, es un hecho que, en caso de emergencia, ni siquiera los adinerados podían aspirar a nada mejor. Entonces ¿qué sería de los pobres?

Con esta lamentable situación ante ella, Florence Nightingale viajó de una ciudad a otra, sobre todo a través de Europa, buscando algún remedio y evitando tener prejuicio alguno por motivos de raza o religión de los necesitados. Al igual que el Pastor Fliedner, Florence vagó entre los prisioneros y los enfermos. Visitó los hospitales de Berlín y de otras ciudades de Alemania, así como las de París, Lyon, Roma, Alejandría, Constantinopla y Bruselas.

Examinó las diferencias de cada sistema, elaborando una comparación entre ellos y centrándose en su construcción, un aspecto al que se le había concedido poca importancia en épocas anteriores. En un meritorio libro titulado “Notas Sobre Hospitales”, que escribió años después, en 1863, divulgó toda esta vasta experiencia por el mundo. En esta obra describe con entusiasmo el famoso Hospital Laboisière de París y menciona como hecho curioso que, a pesar de que éste era en aquel momento uno de los mejores hospitales del mundo, registró una de las más altas tasas de mortalidad debido a sus deficientes sistemas de ventilación y calefacción.

FOTO 13 Florence y su hermana Parthenope Nightingale por W. White. Around 1836. Grabado de la época

Florence Nightingale sabía que sólo con los conocimientos teóricos no era suficiente; debería estar en condiciones para llevar a cabo lo que había visto y oído en caso de que en algún momento su ayuda fuera necesaria. Fue un gran paso que implicaba mucho sacrificio. Con un delicado estado de salud como el suyo, todo resultaría aún más difícil. Sin embargo, Florence no se amilanó ante tal tarea. En dos distintos períodos de su vida fijó su residencia en Kaiserwerth, donde permaneció durante varios meses. Al momento reconoció que había encontrado lo que había estado buscando durante tanto tiempo: un espíritu de devoción, de orden y unidad de propósito. Era imposible no impresionarse ante aquel aire de pureza y profunda piedad que invadió todo el lugar. Allí estaba la esposa del pastor, Madame Fliedner, madre de familia numerosa y una sencilla mujer cristiana que no había encontrado incompatibles los deberes de esposa y madre con los cuidados espirituales cuando éstos se ejercen de la mano de un guía como su marido. Había jóvenes diaconisas de semblante inteligente, que actuaban no como meros instrumentos que cedían ciegamente a la obediencia, sino como intermediarias voluntarias que seguían sus principios con plena convicción.

En 1849 Florence se inscribió como enfermera voluntaria en este lugar, ampliando sus conocimientos sobre enfermedades y asimilando hasta el más mínimo detalle todo lo relacionado con el sistema de enfermería.

Para apreciar plenamente la fuerza de voluntad y la determinación necesarias para que una mujer resuelta como ella persiguiera tal meta, tenemos que recordar que se trataba de un camino aún no explorado: un camino por el que, al menos en Inglaterra, apenas se sentía interés y para cuyo fin Florence Nightingale tuvo que romper con prejuicios sociales y religiosos. Era imposible que toda la gente entendiera los verdaderos motivos que hicieron que una mujer llena de talento y en la flor de la vida, se alejara deliberadamente de los placeres de la sociedad y se dedicara de forma voluntaria a asumir los problemas sociales como si fueran suyos. Verdaderamente, Florence Nightingale puede ser considerada como una de las reformadoras del siglo XIX y, como todos los reformadores, sus actos se hallaban sujetos a malinterpretaciones, pudiendo llegar a encararse con el desprecio producido por la ignorancia y la imposibilidad de hacer a ciertas mentes estrechas entender y aceptar nuevas ideas y nuevos modos de acción. Que una dama saliera de su círculo más próximo o que estuviera destinada a algo más que a decorar su salón era un concepto nuevo para muchos. El principio de la nobleza en el aspecto laboral de una mujer se gestaba en los primeros años de su vida, y había una dudosa reputación sobre aquellas mujeres que, bien por necesidad, bien por cualquier motivo personal, se dedicaban a trabajar. Florence optó por hacer caso omiso de estas ideas y enfocó con resolución su camino hacia esa loable meta sin dejar que ninguna opinión en contra la afectara.

Su apariencia personal estaba en consonancia con su carácter. Sus ojos eran especialmente brillantes y profundos y su conducta, en general, tranquila y reservada. Era una mujer elegante a quien era imposible mirar sin recordar las palabras del poeta:

Un ser respirando un aliento cabal,
Viajera entre la vida y la muerte;
De razón firme y moderada voluntad,
Resistencia, visión, fuerza y habilidad;
Una mujer perfecta, noblemente apta
Para advertir, consolar y ordenar;
Y sin embargo un espíritu calmado y brillante,
Con algo de un ángel de luz”.

Su poder de moderación era remarcable incluso en estos primeros días de trabajo, así como el control que mostraba ante el nerviosismo que, inevitablemente, aparece cuando se asiste a los enfermos.

Algunas personas opinan que es falta de sensibilidad, algo así como un defecto moral en la mujer, cuando ésta puede permanecer sin sobresaltarse al presenciar una operación. Es, por el contrario, un don que no todo el mundo posee. Mirando hacia atrás, en la guerra franco-prusiana, quien escribe estas páginas no puede sino recordar cómo la ayuda de las mujeres era solicitada y estimada en hospitales públicos y privados, así como en todos los trabajos relacionados con la asistencia a los enfermos.

En aquel terrible invierno de 1870, cuando todas las provincias de Francia eran poco más que grandes campos de batalla y los heridos y los moribundos a menudo mutilados llegaban arrastrándose a las ciudades o se apiñaban en las estaciones de ferrocarril, la ayuda de las mujeres era indispensable, y muchas venían de buena gana a hacer lo que podían. Normalmente no tenían experiencia, pero eran siempre tiernas y comprensivas.

¡Qué felizmente eran acogidas por médicos y soldados, y cómo en esos momentos de dolor sus débiles manos se hacían fuertes! Sólo los que estaban presentes y los que vivieron esos horribles días pueden dar testimonio de todo esto.

Vivimos el día a día ignorantes de lo que nos deparará el futuro; por consiguiente, es necesario que ningún hecho escape a nuestra observación. No podemos decir en qué momento necesitaremos recurrir a nuestros conocimientos para dar con el remedio de aquello que nos asola.

Con toda seguridad Florence Nightingale no podía presagiar la futura empresa que le sería encomendada, pero, aún así, no descuidaba ningún detalle con el fin de alcanzar la perfección en la tarea que ella misma se había propuesto para su vida. Europa estaba en paz como rara vez lo había estado antes; durante cuarenta años Inglaterra había mantenido su espada enfundada y no había nada que llevara a suponer que sus soldados serían llamados a filas. Incluso si la guerra estallaba, Florence no podía por un momento suponer que, de entre la gente, ella, una mujer frágil, sería llamada a desempeñar un papel tan importante.

Lamentablemente, una gran guerra se cernía sobre Europa y sin saberlo, nuestra heroína estaba preparada para desempeñar su función. En cada acción de su vida Florence Nightingale siguió un instinto natural que había aflorado en ella como parte de su propio ser, un instinto que había crecido y se había desarrollado a lo largo de los años.

Como hemos visto, después de haber servido en Kaiserwerth hasta que adquirió pleno conocimiento, formación y destreza en su trabajo, fue a París y estableció allí su residencia con las Hermanas de San Vicente de Paúl.

La labor de esta comunidad se centra íntegramente en los hospitales y orfanatos. La experiencia adquirida en estos lugares hubo de ser muy grande, pero por desgracia cayó gravemente enferma, aunque ese contratiempo no le hizo cejar en su empeño de tratar al prójimo de una manera cálida y cercana, gracias también en parte al dedicado cuidado que las Hermanas le ofrecieron hasta su total recuperación.

FOTO 14 Florence Nightingale

Las Hermanas de San Vicente de Paúl, al igual que las Diaconisas de Kaiserwerth, eran mujeres de otra naturaleza cuyas vidas pertenecían a los demás. No concebían el cuidado de sus hermanos enfermos como una acción lucrativa, sino como un trabajo que hacer en nombre de Cristo con amor y desinterés. Florence opinaba que el espíritu de aquellas personas dedicadas a cuidar la viña del Señor, como los grandes pensadores y todos los hombres y mujeres profundamente religiosos, no podía verse influenciado por las diferencias doctrinales. El amor era su fuerza motriz, y su esencia la abnegación. No se aislaban del mundo, sino que, por el contrario, vivían en y por él. En las atestadas callejuelas, en las salas de hospital, y allá donde hubiere pecado, dolor o sufrimiento, estas sutiles mujeres se encontraban aplicando sus conocimientos y experiencia sin esperar nada a cambio. Su hogar se hallaba dónde estaban sus pacientes, y cultivaban el amor de forma continua y constante sin dejarse llevar por los caprichos de la pasión o el dinero.

Muy a su pesar, Florence Nightingale reconoció que en este sentido Inglaterra estaba en desventaja con respecto a sus vecinos europeos. No teníamos instituciones innovadoras y no parecía haber intención alguna de crearlas. Padres, madres y hermanos se habrían puesto en pie de guerra al pensar que sus hijas y hermanas estarían siendo instruidas por un personal de enfermería decadente.

Habría sido visto con malos ojos que una mujer fuera testigo directo de esos aborrecibles lugares, como las salas de operaciones o las deprimentes instalaciones de los hospitales. Se necesitaba enseñar una dura lección social que llevara a todo el pueblo inglés a reconocer que, cuando hay sufrimiento, hay necesidad de trabajar; que las reivindicaciones de la humanidad rompen todas las barreras y que ni el nacimiento ni la educación pueden o deben eximir a las mujeres de participar en este campo de trabajo. Por el contrario, la riqueza y la educación son un privilegio y deberían proveer a los más afortunados de la capacidad para ayudar a aquellos menos favorecidos.

Intelecto y refinamiento nunca son tan poderosos como cuando se emplean para soportar la ignorancia o el sufrimiento. La dedicación más sutil tiene un aspecto diferente cuando la dulzura y la bondad guían nuestros actos y nuestro espíritu sin un motivo interesado. No cabe duda de que durante mucho tiempo Florence Nightingale había sido consciente de todo esto guiándose únicamente por propia experiencia, pero tal vez la mayor sabiduría de todas y la más difícil de poner en práctica es la de esperar. No deseaba ser glorificada; su propia personalidad se fusionó con su deseo de ayuda y socorro a aquellos que no podían valerse por sí mismos, y éste es, sin duda, el secreto tanto de ella como del Pastor Fliedner. El conocimiento de las necesidades de la raza humana absorbía cada una de sus reflexiones. Tanto para ella como para el Pastor, su único deseo era el de subsanar los males que ambos vieron y sintieron agudamente, y para lo cual estuvieron dispuestos a sacrificarse toda su vida.

A su regreso de París, Florence pasó unos meses en su hermosa casa rodeada de amigos y parientes. Ellos disfrutaban de la vida social y, gustosamente habrían querido contar con ella para que se uniera a sus reuniones. Pero el espíritu de las palabras de Cristo estaba siempre presente en ella, “¿No sabéis que me debo al Padre?” Después de recuperar fuerzas, se fue a Londres, donde instaló su residencia en Harley Street. Allí intentó crear un nuevo hogar, un sanatorio para institutrices. Había sido mal gestionado, por lo que Florence se encontró con un lugar desolado y poco acogedor. Había trabajo por hacer, y sin dudarlo se comprometió en cuerpo y alma a la reorganización del centro. Aportó orden y templanza a las fatigadas vidas de aquellas mujeres que desempeñaban la siempre ardua e ingrata tarea de criar los hijos de otras personas. Estaría fuera de lugar explicar aquí las miserias de la vida de una institutriz. Es hoy día un hecho conocido que es la más solitaria y la más triste de las existencias que una niña puede experimentar; el haber sido apartada de su propia familia, con una posición en el hogar no bien definida y criada exclusivamente para ese propósito. El hecho de recibir una remuneración les posiciona en un ficticio lugar de supuesta igualdad, más en el fondo son y seguirán siendo institutrices. Quedan al margen del círculo familiar y no se espera que se inmiscuyan más allá de lo que requieren sus funciones; hasta tal punto que el aislamiento forzado es considerado un hecho natural, creyendo erróneamente que todas estas circunstancias generan en la mujer una aguda sensibilidad. Por otro lado, los niños, tan encantadores con los desconocidos, son a menudo difíciles de tratar y tienen la capacidad de doblegar el corazón más duro con sus continuas molestias y rabietas. En el momento que escribo estas líneas, nuestros asilos para enfermas mentales cuentan con más institutrices entre las internas que cualquier otra clase de empleadas. Esta situación ha mejorado, hay más ocupaciones abiertas a mujeres, la educación pública está más extendida con el trascurso del tiempo; probablemente todo el sistema de educación en el hogar sea pronto eliminado.

Esa exclusividad que ha sido y aún es una característica tan marcada de la vida inglesa, está cediendo ante la idea de progreso. Lo que podríamos llamar educación pública, incluso para las niñas, está a la orden del día, y las familias que hace veinte o treinta años se habrían negado a enviar a sus hijos a la escuela ahora ya no dudan. El resultado es, por supuesto, una notable mejora en la educación de las niñas de la clase alta. Las propias institutrices son más aptas para sus tareas, su mentalidad está más desarrollada, tienen un mayor conocimiento de las personas y de las necesidades y son más independientes.

Pero ahora, como entonces, no son una clase envidiable, y con su gran condescendencia Florence Nightingale consideró este mal. Valiéndose de todos sus recién adquiridos conocimientos, ayudó a crear un hogar para estas tristes y solitarias personas. “Tenéis los pobres siempre a vuestro cuidado”.

Se necesitaba ternura y mucha paciencia para mitigar las heridas provocadas por el abandono y el falso orgullo, para lidiar con las adversidades diarias y sentarse junto a la cama del moribundo y hablarle, “como sólo ella sabía hacerlo”, de un mundo mejor y más feliz donde las esperanzas frustradas florecerían algún día. Aportó orden y bienestar donde antes había caos, pero, sobre todas las cosas, trató de crear un sentimiento de amor y unidad. Había algo en el hecho de su acercamiento voluntario a los más necesitados que hacía que los corazones tristes y olvidados se sintieran conmovidos. Por ellos había dejado su hermoso hogar durante un espléndido verano para adentrarse en el turbio y bochornoso Londres, compartiendo la oscuridad y monotonía de sus largos días de invierno, evitando todos los placeres sociales a los que su rango en la sociedad y su educación le daban acceso, para construir con empeño un hogar enfocado a las personas sin techo, para compartir su existencia con ellos y si fuera posible, suavizar sus dolores. Y así pasó días enteros trabajando con esta idea, y aquella lúgubre casa en Harley Street se iluminó por el brillo de su presencia.

Se restableció el orden y la armonía abarcó todas las estancias. Florence proyectó su espíritu en los demás, enseñándoles la doctrina divina “para soportar las cargas del prójimo” mediante actos de gran bondad. ¡No es una nimiedad que el sol brille en lugares desiertos!

Pero, por desgracia, la continua demanda de trabajo y la fatiga psicológica minaron las fuerzas de Florence Nightingale, quien se vio obligada a renunciar a su puesto en contra de su voluntad. Su médico le aconsejó descanso tanto físico como mental, por lo que, una vez más, regresó a su hogar donde se recuperó del cansancio rodeada de las amistades de su infancia.

Aún así, ni siquiera por un momento olvidó la obra a la que se había encomendado. Armada de paciencia y esperando en silencio, permaneció en paz hasta que su propia alma le indicó que había llegado el momento de proseguir su camino. Tenía una fe ciega en Dios, su Padre. Florence Nightingale respiraba el aire fresco que acariciaba las colinas de Derbyshire y alegraba con su presencia los corazones de aquellos que la amaban, sin imaginar que el día de su partida estaba más cerca de lo que pensaban. Ni siquiera cuando los ecos de la guerra llenaron el aire y el sonido de la batalla llegó a su apacible hogar hizo saber que su tiempo de espera había terminado, que estaba en plenas facultades para entregarse a sus hermanos más necesitados.

FOTO 15 La guerra

CAPÍTULO IV

EN HONOR A LA REINA Y A NUESTRA PATRIA

“Tres pescadores se hicieron a la mar por el oeste,
Por el oeste, al caer el sol;
Cada uno pensaba en la mujer que más lo amaba,
Y los niños les miraban alejarse mar adentro;
Los hombres deben trabajar y llorar las mujeres,
Sin mucho que ganar y mucho por hacer,
Aunque incluso el puerto llore su partida”.

¡Paz en la tierra!”. Sólo aquellos que han experimentado los horrores de la guerra pueden darse cuenta del valor real de estas cuatro palabras. Levantarse por la mañana y acostarse por la noche sin temor alguno en el apacible calor del hogar rodeados de nuestros seres queridos y sujetos únicamente a los males que no podemos evitar, contrasta tan vivamente con el pensamiento del desolado campo de batalla, con los muertos, los moribundos y sus lastimosos gritos de dolor, que no nos queda más que rezar por la paz sobre la tierra.

Durante cuarenta años Inglaterra había permanecido en paz. La tierra prosperó, el comercio, las artes y las ciencias florecieron; la riqueza fluyó por doquier y la educación y la religión lograron rápidos avances. Los países rivales de Inglaterra y Francia olvidaron viejas rencillas y se extendió entre unos y otros la mano de la amistad. Ferias internacionales aportaron riqueza y majestuosidad a las naciones unidas por un sentimiento común; una sensación de seguridad impregnaba los corazones de los hombres, sobre todo en Inglaterra. Otros países fueron testigos de cambios, tronos derrocados y cambios en los gobiernos, pero en nuestra isla, desde que la reina Victoria subió al trono a una edad temprana, no había cabido un pensamiento desleal. Sólo una vez, una aparente rebelión hizo que la aristocracia defendiera a la reina y a sus leyes. Ella reinó, honrada como esposa y madre, aportando una luz de esperanza a todos los hogares.

FOTO 16 Guerra. Sir Edwin Landseer

Fue en medio de una paz como ésta, en el año 1853, cuando una nube surgió por el este. Al principio no parecía más grande que la mano de un hombre y la gente sonreía con incredulidad ante el rumor de una posible guerra; se hablaba de ello de forma vaga, sin desatar alarma alguna. Nuestro gran guerrero Wellington, que había desparecido de entre nosotros recientemente, había sido enterrado con honores de los que nunca antes ningún ciudadano inglés había disfrutado. Viejos combatientes habían fallecido y, desde la última guerra europea, que se saldó con la caída de Napoleón, una nueva generación había surgido y estaba cambiando el orden de las cosas. Si tuviera lugar una guerra diferiría sustancialmente de las pasadas, ya que el sistema armamentístico había evolucionado y las nuevas invenciones proliferaban. Inglaterra nunca había sido una gran potencia naval, pero en ese momento era dueña indiscutible de los mares.

La cosecha estaba ya recogida, las hojas del otoño alfombraban las laderas y eran barridas por el viento del norte; la nieve cubría la tierra y los rumores de una próxima guerra se convirtieron en una creciente certeza. Los padres miraban con orgullo a sus hijos y las madres esperaban temerosas y rezaban para que el desasosiego que les acosaba día y noche despareciera. Una extraña agitación se sentía a lo largo y ancho de Inglaterra. ¿Se desataría la guerra o reinaría la paz? ¿Entraría Rusia en razón o usurparía los derechos de los demás aplastando los principios de humanidad y justicia? Si así era, Inglaterra debería resurgir para dar cobijo y fortalecer a los débiles y a los oprimidos defendiendo sus ideas a capa y espada, y Francia haría lo mismo. Sin embargo, aquellos que se mantuvieron en el gobierno se esforzaron por mantener la paz, sabiendo muy bien cuáles serían las consecuencias de la inminente contienda. De los vastos recursos de Rusia, de su inmenso ejército, de la situación de sus defensas naturales y de la falta de escrúpulos de su gobierno; de todo esto y de mucho más eran conscientes nuestros gobernantes, por lo que los aliados trataron por todos los medios de evitar la guerra, pero en vano. El arte de la diplomacia falló, y antes de final de año, las flotas de Francia e Inglaterra ya estaban surcando las oscuras y turbulentas aguas del Mar Negro.

Tomaron posiciones en silencio; no hubo declaración de guerra, estaban dispuestos a retirarse tan rápidamente como habían llegado si el enemigo hacía lo mismo, y siempre y cuando los rusos mantuviesen las provincias del Danubio y manifestasen su disconformidad por su presencia en el Bósforo. Así llegó a su fin el año 1853. Se trataba de un invierno inusualmente severo, la espesa nieve lo cubría todo y muchos corazones tristes llenos de presagios nefastos presenciaron el final del viejo año y los albores del nuevo 1854. ¿Qué les depararía? ¿Acaso algunos de los hijos más nobles de Inglaterra se arruinarían por defender su honor? Nadie lo sabía. Ellos estaban listos y dispuestos a obedecer su llamada, independientemente de los numerosos argumentos sugeridos a favor de la guerra, que eran casi unánimemente aceptados por los ingleses.

Pasaban los días y las semanas mientras nuestras esperanzas de encontrar la paz se disipaban. Rusia se mostró inexorable, mientras que Francia e Inglaterra habían declarado a través de sus embajadores los términos en los que estarían dispuestos a mantener la paz, no admitiendo otra vía de diálogo. Los preparativos para la guerra fueron llevados a cabo activamente. Poco más de cincuenta años antes, el doce de marzo de 1801, una flota inglesa había puesto rumbo al Mar Báltico bajo el mando de Lord Nelson. En el año de Nuestro Señor de 1854, en el mismo mes de marzo, casi el mismo día, otra flota inglesa a las órdenes del almirante Sir Charles Napier, aguardaba anclada en Spithead a la espera de la bendición de la Reina de Inglaterra, haciéndose a la mar con un destino incierto.

Según se dice, el sol brillaba aquel día sobre el mar. Embarcaciones de todos los tamaños, desde poderosos buques de guerra hasta otras embarcaciones más ligeras esperaban la señal. De pronto, el estruendo de un cañón irrumpió sobre las aguas y, al instante, el hermoso yate real Fairy, con la reina a bordo, comenzó a expulsar vapor a través de la línea formada por los buques de guerra cuyas tripulaciones revisaban los aparejos. Mientras, sinceros vítores de ánimo eran escuchados a su paso. A continuación, los almirantes y los capitanes subían a bordo del Fairy para obtener el permiso de inicio de maniobra por parte de Su Majestad. La reina tenía para cada uno de ellos unas palabras de despedida. Después de un cordial apretón de manos con Sir Charles, según dicen, éste se vio profundamente emocionado. A continuación, cada capitán regresó a su propio buque y la orden fue dada: “¡A la mar!”

A menudo sabemos de leyendas antiguas, de Salamina, de Cleopatra a la cabeza de su flota…e imaginamos la grandeza de aquellos tiempos pasados, cuando tal vez en la historia nunca se registró tan conmovedor e imponente evento como el narrado en esta líneas, cuando la flota inglesa se hizo a la mar aquella brillante mañana de marzo rumbo al Báltico. Puede que no esté fuera de lugar citar aquí las palabras de: un testigo presencial de aquella gloriosa mañana:

La operación de pesaje y botadura fue realizada por el buque insignia con admirable rapidez y precisión. Cada maroma fue replegada en silencio y, gracias al esfuerzo simultáneo de un centenar de hombres, el enjarciado fue rápidamente llevado a cabo por los marineros.
A la vista todo era energía y actividad, aunque no había sonido perceptible al oído excepto el silbato del contramaestre y la aguda, breve y decidida orden ocasional de un oficial. El Fairy pasó rápido, dirigiéndose hacia el resto de la flota. Allí estaba Su Majestad, de pie en la cubierta durante toda la operación, observando cada movimiento con gran interés”.

¿Cuándo en la historia tuvieron marineros británicos tales incentivos guiados e impulsados por la mujer más notable del mundo para defender su honor? Nunca un poeta o dramaturgo había sido capaz de describir tan vivamente una situación de espectáculo como la ofrecida por la salida de la flota al Báltico. El Fairy se adentró no sin dificultades en las aguas del río Nab, y tras él, impulsadas por una hermosa brisa del oeste, el resto de las embarcaciones que formaban la flota. “Su Majestad”, se nos dice, “se encontraba agitando su pañuelo al paso del poderoso buque insignia con el almirante a bordo. Durante mucho tiempo después de que la totalidad de las embarcaciones hubieran pasado, la embarcación real permaneció inmóvil, como si su ilustre ocupante deseara que tal espectáculo persistiera eternamente”. La flota había desaparecido en el horizonte llevando con ella las oraciones de toda una nación. La Reina volvió a Osborne, mientras muchas mujeres y esposas regresaron a sus humildes hogares con los labios temblorosos y los ojos llenos de lágrimas, repitiendo tristemente, aunque esperanzadas: “Inglaterra espera que cada hombre haga su labor”.

Antes de finalizar ese mismo mes, la declaración de guerra fue formalmente realizada y los embajadores de Francia e Inglaterra se retiraron de la capital de Rusia. La certeza de que la guerra era inevitable penetró en cada corazón, incluso en aquellos que hasta última hora habían albergado la esperanza de una posible paz. Europa se había dividido repentinamente en dos grandes bandos a punto de luchar entre sí, y aquellos que quedaron en sus hogares sufrieron la dolorosa incertidumbre del sino de tan valientes hombres al recordar las palabras del poeta: “El camino de la gloria conduce a la tumba”.

¿Cuántos hogares en el transcurso de los siguientes meses se darían cuenta de la verdad de estas palabras? ¿Cuántas jóvenes esposas verían sus vidas truncadas? A lo largo y ancho de Inglaterra hubo a partir de aquel instante un único tema de conversación: la guerra. Todas las miradas estaban dirigidas hacia los ejércitos y sus maniobras en las pantanosas aguas de la desembocadura del Danubio así como hacia aquellas majestuosas flotas enfrentándose a peligros desconocidos en un sombrío y desconocido mar.

Muy significativo fue el discurso de Sir Charles Napier realizado a la flota fondeada en la Bahía de Kioge:
Muchachos, la guerra ha sido declarada. Son muchos y muy audaces. En caso de que inicien la batalla, sabéis cómo deshaceros de ellos. En caso de que permanezcan en puerto, tenemos que intentar aproximarnos donde están. El éxito depende de la rapidez y decisión en el ataque. Muchachos, ¡afilad vuestros alfanjes y la victoria será nuestra!”

No necesitamos decir aquí que estas palabras fueron recibidas con vítores entusiastas. Y así, con la brillante luz del sol primaveral y de principios del verano, los preparativos continuaron con gran rapidez.

FOTO 17 Baltic Fleet Le Aving Spithead

Los generales ingleses siguieron a sus homónimos franceses al lugar de combate, siendo el envío de tropas o la puesta en marcha de los buques los únicos temas del día. Por primera vez en la historia de Francia e Inglaterra había fraternidad; sus soldados estaban a punto de luchar codo con codo por una causa común. La gente parecía sorprendida. ¿Es posible, se preguntaban, que así, tan de repente, la animadversión mantenida durante siglos se dejara a un lado? ¿Qué dos naciones, potencialmente hostiles se ofrecieran la una a la otra la mano de la hermandad? ¿Podrían los franceses olvidar Waterloo?

Durante los muchos meses de contienda lucharon valientemente al lado de nuestros soldados, realizando hazañas de inigualable valor y demostrando ser nuestros verdaderos aliados no sólo en el campo de batalla, sino también en los hospitales, bajo las carpas de los campamentos o en las trincheras.

A raíz de la declaración de guerra, en medio del bullicio y el nerviosismo, una templada orden llegó calmando los afligidos corazones y mitigando las emociones incontrolables. “Que mi pueblo ayune un día en nombre del Señor”. Con toda la humildad posible, la nación entera lo aceptó reconociendo la supremacía de la Divina Providencia sobre todas las cosas.

Nunca en los anales del país fue un ayuno tan unánimemente respetado por todas las clases sociales. El verano pasó rápido, y los crecientes horrores de la guerra se sumaron al temor a la peste. Fue un tiempo terrible, y la persistente incertidumbre puso a prueba los corazones más valientes.

Un grito de júbilo se extendió rápidamente. La batalla de Alma había concluido con victoria, seguida por otro importante triunfo en Inkerman. Sin embargo, poco después llegó la necesidad de ayuda. Los enfermos y los heridos yacían sin ser atendidos; muchos estaban muriendo porque no había nadie que cuidara de ellos. “¿Dónde están nuestras mujeres? —Se podía escuchar— ¿No nos ayudan, como sólo ellas saben, ofreciéndonos su delicada presencia? Seguramente no nos dejarán morir como perros, vendrán a nosotros”. Y la llamada fue atendida de manera eficiente y con comedido entusiasmo.

Las mujeres se ofrecieron en cuerpo y alma, vaciando sus corazones. Sin su atención, los resultados habrían sido muy diferentes. El señor Sydney Herbert, honrado y apreciado por todos, y quien ya no está entre nosotros, se mantuvo al mando de tan exitosa operación, supervisando cada movimiento con plena dedicación y mano firme.

FOTO 18 Guerra de Crimea 1853-1856, llegada del puesto en el campamento Inglés, xilografía, Inglaterra

CAPÍTULO V

LA LLAMADA

“Y felices aquellos que no se lamentan,
Yaciendo junto a la orilla del Mar Negro,
Cuya paz robada no podrá más
Ser con bondad atendida.
La paz sea con aquellos que lamentan su pérdida,
Y honran a los muertos

Tras la victoria en la batalla de Alma, y a pesar de la sensación de regocijo que se extendió por todo el país, persistía un sentimiento de dolor por todos aquellos que nunca volverían. Poco después se propagó rápidamente el rumor de que las administraciones sanitarias se habían venido abajo y que nuestros hombres estaban muriendo de abandono y miseria. Una carta de William Howard Russell, corresponsal de The Times, desató la indignación pública en relación a esta situación.

La carta decía así:
Carecemos del instrumental más básico que todo hospital requiere; no hay el menor cuidado en lo que respecta a la limpieza. El hedor es terrible y la fetidez del aire hace que el ambiente sea prácticamente irrespirable, salvo a través de algunas grietas practicadas en las paredes y techos. Por lo que puedo observar, los hombres mueren sin que nadie a su alrededor haga el menor esfuerzo por salvarlos. Los enfermos se encuentran sufriendo del mismo modo que cuando fueron recogidos del campo de batalla por sus camaradas, quienes, a pesar de que no tenían permitido quedarse con ellos para asistirles, los llevaban sobre sus espaldas desde el campamento con la mayor ternura.
Parece que son los enfermos los que cuidan de los enfermos y los moribundos los que cuidan de los moribundos”.

Y estas palabras fueron seguidas por otras no menos sentidas que sensibilizaron todos los corazones:
¿Acaso no hay mujeres entre nosotros dispuestas a asistir a los enfermos y a mitigar el sufrimiento de los soldados en los hospitales de Scutari? ¿Ninguna de las hijas de Inglaterra está lista para realizar esta necesaria obra de misericordia en esta hora de extrema necesidad?
Francia ha enviado generosamente a sus Hermanas de la Misericordia, quienes ya están junto a las camas de los heridos y moribundos, ofreciendo sus reparadoras manos ante tan terribles escenas de sufrimiento. Nuestros soldados han luchado, no con inferior valor y devoción, junto a las tropas de Francia, en una de las más sangrientas y terribles batallas jamás registradas.
¿Acaso no vamos a sacrificarnos como lo han hecho los franceses ni a mostrar tanta dedicación en una labor que Cristo consideraría como un acto hacia Él?”

Es fácil suponer que esta súplica obtendría una pronta respuesta. La mujer de un oficial que había acompañado a su marido al campo de batalla escribió:
“¡Oh, qué época tan terrible! Si pudierais ver con vuestros propios ojos las escenas que presenciamos a diario, una gran aflicción os invadiría. Sigo en los barracones, pero los enfermos están ahora ocupando los pasillos, a unos pocos metros de mi habitación. Sin embargo, estoy capacitada para hacer el bien, y espero no tener que dejar pronto este lugar. Dedico mi tiempo a cocinar para los heridos. A tres puertas de mi habitación reside un funcionario cuya esposa también se dedica a cocinar para los enfermos. No hay enfermeras aquí, ¡son tan necesarias! Francia ha enviado cincuenta Hermanas de la Misericordia que, huelga decir, se dedican a tan loable obra. El oficial del Hogar de San Juan, la institución de formación para enfermeras en Westminster, nos ha hecho saber que un cuerpo de enfermeras, tantas como sea posible, está a punto de ser enviado de inmediato desde su institución”.

Llegaron peores testimonios, angustiando incluso a aquellos que no tenían seres queridos entre los enfermos. ¿Cuáles, entonces, serían los sentimientos de las madres, hermanas y seres queridos de los desamparados? Según la versión sobre el viaje de los soldados heridos a través de las aguas hacia Scutari, éstos no contaban con la atención médica más básica, lo cual provocaba una gran indignación. “A su llegada”, decía otro testimonio, no encontraron los instrumentos para realizar ni siquiera la operación quirúrgica más básica; había necesidad del instrumental más elemental en un centro de atención a enfermos y los heridos morían en los brazos del personal médico, ya que el ejército británico había incluso olvidado hacerse con viejos trapos necesarios para el vendaje de heridas”.

FOTO 19 Grabado de la época

Por supuesto que en estos casos se pueden permitir ciertas exageraciones; el resultado, sin embargo, fue muy satisfactorio. Sir Robert Peel escribió a The Times adjuntando un cheque por valor de doscientas libras y, en el trascurso de un día, el citado periódico recibió la generosa cantidad de dos mil libras. Sin embargo, aunque el dinero era necesario y siempre bienvenido, no lo era todo. Un entusiasta deseo de responder al llamamiento se extendió por toda Inglaterra. La falta de experiencia de un mal organizado grupo de enfermeras podría hacer más mal que bien. Había un deseo de superación desde el principio, y se buscaba una mano, un corazón que dirigiera tal proyecto. Y había alguien que, desde su precioso hogar en Derbyshire, escuchaba y consideraba esta llamada. Ella confiaba en su propia capacidad, y comprendió en ese momento, quizás por primera vez, el verdadero motivo por el que había pasado esos largos años de paciente formación y sacrificio.

Era a principios de octubre, según caminaba bajo los hayales teñidos con los tonos dorados del otoño, cuando pensó en sus paisanos muriendo lejos sin nadie que les ayudase. Los hombres, con su gran heroísmo, podrían apresurarse a poner todo de su parte para prestar ayuda, mas sólo el papel de una mujer podría aportar el consuelo necesario, la plena condescendencia que mejoraría la penosa situación de los doloridos cuerpos en sus lechos de muerte. Ella sabía lo que en aquellos momentos era de vital importancia, y sabía, también, que era capaz de responder al amargo grito de ayuda que llegaba a través de los mares.

FOTO 20 Guards Carrving Wounded Officer. Los nuevos uniformes ingleses, 1855

Florence era muy decidida, y aquellos que mejor la conocían le dieron todo su ánimo. No en vano, había sido hacía tiempo reconocida como “un ángel guardián de Dios sobre la tierra”. El 15 de octubre, poco más de quince días después del fin de la batalla de Alma, con decoro como era su costumbre, Florence Nightingale decidió escribir a Sr. Sidney Herbert, entonces Ministro de Guerra, ofreciéndole sus servicios como enfermera para asistir al ejército del Este. Su valía era bien conocida por aquellos más capacitados para apreciarla.

El mismo día en que ella echó al correo su ofrecimiento, él también le había escrito lo siguiente:

Estimada Señorita Nightingale,
Como habrá leído en los periódicos, hay una gran escasez de enfermeras en el hospital de Scutari, amén de otras deficiencias como médicos debidamente capacitados.

Por otra parte, el número de titulares en el ejército ascendió a noventa y cinco hombres en todas las fuerzas armadas, siendo casi el doble de lo que nunca antes habíamos tenido, y treinta cirujanos más que presumo ya habrán llegado a Constantinopla salieron hacia allí hace tres semanas. Otro grupo partió el lunes, y una nueva tropa saldrá la semana próxima. En cuanto a instrumentación médica, le haré saber que ha sido enviada una profusa cantidad de material; estoy hablando de alrededor de una tonelada de peso en total: 15.000 juegos de sábanas, medicinas, vino y arrurruz.

Mientras tanto, las provisiones siguen llegando, pero la escasez de enfermeras es un hecho, ya que sólo personal sanitario masculino ha sido admitido en hospitales militares. Sería imposible llevar a un equipo de enfermeras para acompañar al ejército al campo de batalla. Pero en Scutari, después de haber establecido ahora un hospital, no existe razón militar contra la admisión de un cuerpo femenino de enfermería, y estoy convencido de que éste aportaría un gran beneficio. He recibido un importante número de ofertas para trabajar con nosotros, pero son mujeres que no asimilan el concepto de lo que es un hospital ni de la naturaleza de sus normas y funciones.

La Sra. María Forrester, hija de Lord Roden, se ha ofrecido al Sr. Smith, jefe del Departamento Médico del ejército, para ir ella misma al lugar en cuestión o para enviar enfermeras capacitadas.

Asimismo, el Reverendo Sr. Hume, antiguo capellán del Hospital General en Birmingham, se ha ofrecido a ir como capellán con dos de sus hijas y doce enfermeras más. El Sr. Hume es conocido como el impulsor del plan para la transferencia de iglesias de la ciudad a los suburbios, y estuvo en el ejército durante siete años, lo que significa que está acostumbrado al trabajo en hospitales.

Creo que de estas dos ofertas podrían extraerse buenos resultados. Pero la dificultad de encontrar personal de enfermería realmente capacitado le resulta más familiar al Sr. Hume; además Lady María Forrester ha puesto a prueba la capacidad de las enfermeras propuestas viéndose incapaz de dirigirlas correctamente. Sólo hay una persona en Inglaterra que yo conozca capaz de organizar y supervisar este plan, y me he encontrado varias veces a punto de preguntarle a usted si se comprometería a ponerse al mando de tan loable misión. Nadie mejor que usted sabe que la elección de enfermeras será difícil, ya que escasean mujeres capaces de asimilar tanto horror y que reúnan, además de coraje, conocimientos y buena voluntad. La tarea de organizarlas y la introducción de un nuevo sistema de trabajo será ardua, aunque no menos ardua sería la dificultad de llevar a cabo todo el trabajo sin problemas con los demás médicos y autoridades militares presentes. Esto es lo que hace que esta operación sea tan importante, debiendo ser realizada por alguien con gran experiencia y capacidad administrativa.

Un número de entusiastas pero inexpertas voluntarias dificultando la labor de sus compañeros en el hospital de Scutari, serían, con toda probabilidad, rápidamente invitadas a abandonar su labor debido a su escasa formación. Mi pregunta es sencilla: ¿aceptaría usted supervisar tal proyecto? Usted, por supuesto, disfrutaría de plena autoridad sobre todas las enfermeras, y verdaderamente la creo capacitada para garantizar la máxima cooperación entre el personal médico. Del mismo modo, también dispondría de entera libertad para pedir al Gobierno todo aquello que considere necesario para el éxito de su misión.

FOTO 21 Los barcos

Sobre este tema, los detalles serían demasiados para expresarlos aquí, por lo que me los reservo para hacérselos saber en un próximo encuentro en el que, sea cual sea la decisión que tome, sé que me proporcionará todo el consejo y asesoramiento necesarios. No deseo ejercer ninguna presión sobre su persona, ya que es usted la única que puede juzgar por sí misma los puntos esenciales a tratar, mas creo que no debo ocultar que de su parecer dependerá en última instancia el éxito o el fracaso de la misión. Sus cualidades personales, sus conocimientos y su poder de decisión así como su posición social, le proporcionan una aptitud que ninguna otra persona posee para desempeñar este tipo de trabajo. Si la consecución de nuestra hazaña resulta un éxito, nuestras almas se verán recompensadas por haber ayudado tan generosamente a quienes merecen recibir todo lo que está en nuestras manos. Me ilusionaría enormemente contar con una respuesta afirmativa por su parte. Si así fuera, estoy seguro de que las Bracebridges irían con usted y le proporcionarían todas las comodidades necesarias. Releyendo mis líneas, observo que me he extendido mucho, mas todo es debido a que es un tema que implica a mi corazón. Liz está escribiendo a nuestra amiga mutua, la señora Bracebridge7, para decirle lo que estoy haciendo. Estaré de regreso en la ciudad mañana por la mañana. ¿Tendría a bien si pasara a visitarle entre las tres y las cinco? ¿Me permitiría ponerme en contacto con la Oficina de Guerra, para que me hagan saber los avances de la misión?

Hay un tema que apenas tengo derecho a mencionar, pero confío me disculpe. Si se inclina a emprender esta gran obra, ¿darían el Sr. y la Sra. Nightingale su consentimiento? Esta sería una labor de ámbito nacional, y la petición a usted formulada, proviniendo como proviene del Gobierno que representa a la nación, llega en un momento que confío no nos decepcione. Su posición aseguraría el respeto y la consideración de los demás, sobre todo en un servicio donde el rango oficial tiene mucho peso. Éste garantizaría su integridad, proveyéndola de cualquier atención o comodidad a la hora de salir hacia su destino y accediendo a cualquier petición que usted haga. Puede que estos asuntos no le resulten a usted de vital importancia, pero créame cuando le digo que son primordiales en sí mismos del mismo modo que resultan altamente estimables para todos aquellos que muestran un interés por su comodidad y seguridad personal. Sé que usted llegará a una sabia y justa decisión, y pido a Dios me conceda una respuesta que satisfaga mis esperanzas. Con afecto, siempre suyo, Sidney Herbert”.

La serena confianza expresada a lo largo de esta carta es la mejor prueba que podemos tener de la estima y popularidad de la que gozaba Florence Nightingale. Una carta basada en la sabiduría y la naturaleza desinteresada de una mujer que sólo aquellos que la conocían más íntimamente sabían apreciar. De toda la misiva se desprende el intenso deseo del autor por mantener el respeto que sentía por ella. Viniendo de un hombre de tan alto nivel como lo fue el Sr. Sidney Herbert, cualquier mujer podría haberse sentido halagada. Podemos estar seguros de que, según nuestra heroína la leía, debió de haber experimentado un sentimiento de profunda alegría; y a la vez habremos de saber que ella no sobreestimó su propia capacidad y aptitud. Pensar que en el mismo momento en el que ella estaba leyendo la petición era el siempre solicitado Ministro de Guerra quien se encontraba a la espera de su respuesta, debió de hacerla sentir casi exultante.

Ella se congratuló de no haberse demorado en su decisión, alegrándose de haber actuado espontáneamente, sin reparar en el aspecto económico; como alguien que se sabe siervo de Dios, sin derecho a retener sus dones. Organizó sus ideas, y desde ese momento, ocupó su tiempo en hacer los preparativos necesarios. No era, como el Sr. Sidney Herbert la había advertido, tarea fácil; sobre todo la elección de las enfermeras. El dinero fluía; Florence ni pedía ni rechazaba las ayudas económicas. Todas las suscripciones se abonarían a través de la cuenta de los Sres. Directivos de Cotts8 a su propia cuenta. En el transcurso de los siguientes días su nombre iba a sonar en toda Inglaterra “¿Quién era Florence Nightingale?” decía en los periódicos; e incluso había quienes osaban dibujar una sonrisa maliciosa ante la idea de “una joven soltera” convirtiéndose en enfermera. Pero mientras ella se mantenía en silencio, únicamente centrada en los preparativos de su labor, otros, celosos de su honor, respondían por ella.

Parte de un artículo publicado en The Examiner resulta interesante, por lo que creo apropiado transcribirlo aquí. “¿Quién es la Sra. Nightingale? Muchos se hacen esta pregunta, y aún no ha sido respondida adecuadamente. Nosotros contestaremos:
La Sra. Nightingale es Srta. Nightingale, o más bien Srta. Florence Nightingale, hija menor y presunta coheredera de su padre, William Nightingale Shore de Embley Park, Hampshire, y Lea Hurst, Derbyshire. Se trata de una dama de singular bagaje cultural en relación con las lenguas antiguas y de las ramas más altas de las matemáticas, así como poseedora de un conocimiento excepcional de ciencia y literatura. Apenas hay un idioma moderno que no entienda, y habla alemán, francés e italiano, además de su fluidez nativa en lengua inglesa. Ha visitado y estudiado las distintas naciones de Europa, y ha ascendido el Nilo hasta sus más remotas cataratas. Joven, de una edad similar a la de nuestra Reina, elegante, femenina, pudiente y popular, tiene una singular y persuasiva influencia sobre todos aquellos con los que entra en contacto. Sus amigos y conocidos son de todas las clases sociales e ideas, pero para ella el lugar más feliz es su hogar, donde está rodeada por un gran número de familiares y unos padres a quienes admira. ¿Por qué entonces debería un ser tan bendecido abandonar una vida tan brillante e inocente para ocuparse de tan laboriosas tareas? ¿Por qué dejar todo esto para convertirse en enfermera?”

Después, apareció un ligero bosquejo sobre su joven vida haciendo referencia a su afecto por sus semejantes, su solidaridad con los débiles, los enfermos y los desposeídos. El artículo concluía con estas halagadoras palabras:
Unos pocos sin duda la condenarán, se reirán de ella o sentirán lástima por un entusiasmo que les parece excéntrico o fuera de lugar, pero en el verdadero corazón del país, su nombre se oirá en los hogares, y entonces se hará común la idea de que no hay una hija de Inglaterra por la que sentirse más orgulloso que por Florence Nightingale.

FOTO 22 Llegada de los barcos a Crimea

CAPÍTULO VI

AL MANDO

“¡Oh mujer! En nuestras horas de calma,
Inciertas, turbadas y variables
Como la sombra
Que arroja el álamo tembloroso;
Cuando el dolor y la angustia retuercen la frente,
Un ángel guardián, tú”.

Desde el amanecer hasta bien entrada la noche, la Srta. Nightingale trabajó para organizar el personal de enfermeras. Había un ambiente emocionante, y todos opinaban sobre esta sensata mujer cristiana; papista para algunos, disidente para otros. Dudo que estuviera al tanto de las habladurías de los periódicos. Tanto ella como sus fieles amigos, el Sr. y la Sra. Herbert, se vieron abrumados por la cantidad de cartas y solicitudes que recibían teniendo, además, que entrevistar a las candidatas a formar parte de su cuerpo de enfermeras. Ella había tenido la intención de abandonar Inglaterra el diecisiete de octubre, pero se vio obligada a alargar su estancia para concluir esta labor. Nombró a otras dos mujeres como ayudantes para la selección de enfermeras, publicando los primeros anuncios en el Record y The Guardian.

FOTO 23 Boulogne Fisherwomen Carrying Nurses Baggage

La Srta. Nightingale escribió a las instituciones más conocidas. Entre tanto, los obispos católicos romanos se dirigían por escrito a la Oficina de Guerra solicitando la presencia de enfermeras en su salida hacia el este. No hubo una respuesta definitiva hasta que se hizo pública la convocatoria de la Srta. Nightingale, concediéndole plena autoridad para formar su propio grupo del cual ella era la máxima responsable. La dedicación absoluta era el primer y más importante requisito. No se admitiría a enfermeras pertenecientes a una o más instituciones. El obispo católico romano estuvo de acuerdo con estos términos y firmó un documento con tal efecto. Estas y otras reglas fueron puestas en conocimiento de las Hermanas de la Misericordia para este servicio especial, destacando el hecho de que las hermanas deberían asistir a las necesidades médicas y espirituales de los soldados católicos romanos. El Hogar de San Juan objetó en un primer momento al cese de su propia sociedad y la idea de completa sumisión hacia la Srta. Nightingale, pero tras dos o tres días de consideración aceptó. Lo mismo ocurrió con otras instituciones que finalmente aceptaron también estos requisitos.

El sábado veintiuno de octubre, justo una semana después de que Florence hubo hecho su generoso ofrecimiento, el grupo de enfermeras a su cargo estaba ya constituido:

10 Hermanas Católicas de la Misericordia, (Hijas de la Caridad)
8 de la orden fundada por la Srta. Sellon,
6 del Hogar de San Juan,
3 seleccionadas por la mujer que inició el proyecto,
11 seleccionadas entre las demás solicitantes.
Total 38

Ese mismo día el Sr. Herbert anunció desde la Oficina de Guerra que la Srta. Nightingale y su personal de treinta y ocho enfermeras saldría esa misma noche hacia Scutari. Partirían el día veintiséis desde Marsella con destino a Constantinopla en el Vectis, un barco de vapor de la Compañía Peninsular, generalmente empleado en el transporte del correo de la India. La llegada se estimaba el cuatro de noviembre. El Sr. y la Sra. Bracebridge acompañaron a la Srta. Nightingale, así como un clérigo y un guía.

FOTO 24 Artículo sobre Florence Nightingale en el Hospital de Scutari, 1856

En silencio y amparadas por la noche, el devoto grupo de enfermeras salió hacia Londres. Por encima de todo deseaban pasar lo más inadvertidas “No permitamos que nuestra mano derecha sepa lo que hace la izquierda”, pero no tuvieron éxito. Cuando llegaron a Boulogne, el rumor de que un grupo de hermanas inglesas se dirigía a Crimea para atender a los enfermos y heridos se había extendido entre las pescadoras, quienes actuaban como maleteras. El temperamento francés no podía sentirse más satisfecho; sus compatriotas más necesitados serían por fin atendidos. No existe un hogar en Francia en el que al menos uno o dos miembros no estuviera destinado en el ejército y, cuando en las primeras horas de la mañana, el barco de vapor con las enfermeras a bordo entró en el puerto de Boulogne, el muelle se vio lleno de fornidas pescadoras de todas las edades con enaguas de color carmesí y coloridos pañuelos plegados sobre el pecho, gorras blancas tejidas a mano y grandes pendientes dorados. Estaban allí ansiosas, sin percatarse del ir y venir de los pasajeros corrientes, sólo querían ver a sus heroínas, ataviadas con capas negras, a cuyo encuentro se apresuraron tan pronto como las vieron aparecer.

Ellas llevarían sus bolsas, sus abrigos, sus baúles, e incluso llevarían a las mismísimas hermanas si hiciera falta. No aceptarían dinero a modo de donación bajo ninguna circunstancia; se contentaban con darles la mano y compartir tristes relatos sobre sus familiares que estaban en el campo de batalla. ¡Pobres almas! Una gran tristeza invadió los corazones de quienes las vieron alejarse en el tren que tomaron después al grito de ¡Vivan las Hermanas!

FOTO 25 Hospital de Scutari en Crimea

Que Dios las ayude. Mientras tanto, en el hogar de la Srta. Nightingale, se libraba una batalla moral. Sus amigas comprobaban cómo la intolerancia e innecesarias mezquindades pocas veces faltan incluso en la causa más sagrada. Se hizo todo lo posible por satisfacer y tranquilizar a las mentes más susceptibles. Merece la pena recordar un comunicado:

No hay ningún interés en el nombramiento de la Srta. Nightingale.
No ha habido un asomo de rivalidad entre ella y cualquier otra persona. Estamos seguros de que no ha habido voluntad por parte del Sr. Sidney Herbert en favorecer al Catolicismo Romano, ya sea en la primera selección de personal de enfermería o en la más reciente organización. Aquellas enfermeras que han sido bien Hermanas de la Misericordia bien Hermanas de la Caridad dejan de pertenecer a dichas órdenes, debiendo obediencia exclusiva a la Srta. Nightingale.

El obispo Católico Romano liberó voluntariamente y por escrito las benevolentes personas que anteriormente estaban bajo su control de todo sometimiento hacia él. Los ingleses pueden sentirse orgullosos de que un número de mujeres británicas de gran corazón y diferentes credos, con el deseo común de hacer una buena labor, se hayan ido en un barco, en un solo cuerpo y con un mismo objetivo sin compromiso con nuestro nacional protestantismo. Incluso la menos protestante de ellas debió de sentir, mientras caminaban en parejas bajo la dirección del Sr. y la Sra. Bracebridge por los diversos parajes de Malta, que el atuendo de una orden o el lema de una organización no es el método divino de unir los corazones. Treinta y ocho enfermeras en su camino a Scutari son las verdaderas sucesoras de los Apóstoles naufragados en Melita con un número igual de Cardenales. ¡Que la guerra enseñe a los hombres muchas lecciones así!”

Fue el treinta y uno de octubre cuando el Vectis arribó a Malta. Había zarpado esa misma tarde desde Scutari, por lo que el personal de a bordo estaba ansioso por llegar a su destino. Una batalla se había librado y otra estaba próxima; sabían, por lo tanto, que eran necesarios. Por fin, el cinco de noviembre entraron en el Bósforo y contemplaron ante sí el majestuoso Silver City de Scutari, “brillante”, tal y como se describe, “como una perla”, adentrado diez mil pies en las oscuras y turbulentas aguas del Mar Negro. Scutari es considerado por los turcos como el lugar del surgimiento del fundador de la dinastía otomana. Ese mismo día, cuando la batalla de Inkerman se libró, la Srta. Nightingale llegó a Scutari, y ella y su grupo de enfermeras fueron acomodadas de inmediato. Al mediodía algunas de ellas hicieron su aparición en la costa, de carácter alegre y muy agradables, muy bien vestidas de negro, lo que suponía un fuerte contraste con el aspecto habitual de las asistentas de hospital, y ¡oh! ¡Fueron bienvenidas!” Llegaron en el momento justo, ya que en el transcurso de los siguientes días seiscientos heridos fueron llevados desde Inkerman. Los cirujanos, incluso aquellos con más prejuicios, tuvieron que admitir que la Srta. Nightingale era la mujer correcta en el lugar preciso.

Su determinación era sencillamente maravillosa, su tranquila forma sistemática de ir a trabajar y organizar todo lo necesario para el cuidado de los enfermos y heridos inspiraba en los religiosos y médicos un sentimiento de seguridad. Tenían a alguien en quien confiar y sabían que, desde ese momento, serían salvados de la terrible visión de los hombres que se consumen por falta de unos adecuados cuidados médicos y una deficiente alimentación. Con las enfermeras, todo lo que se necesitaba era suministrado. Un pobre hombre se echó a llorar exclamando:
No puedo evitarlo, no puedo de hecho, cuando las veo. Sólo pensar en mujeres inglesas viniendo para asistirnos me hace sentir reconfortado.

Paulatinamente, Florence Nightingale se ganó gracias a su labor la confianza de aquellos que en un principio más se opusieron a su presencia. Con un plan de trabajo que podría haberse considerado más bien pausado, ella suministraba el material que más urgía sin que eso interfiriera en las demás tareas, ocupándose entre otras cosas de labores administrativas, como cumplimentar informes médicos. Su primer cometido consistió en proporcionar una apropiada cocina para los pacientes, donde todo lo que un enfermo requería era preparado con rapidez e higiene. Asimismo, la fundación de Sir Robert Peel para los enfermos y heridos facilitaba sagú, arrurruz, vino, etc. Resulta difícil de imaginar las ventajas que esta nueva obra aportó a un lugar que hasta la fecha había carecido de tales facilidades. Además de esto, desde su humilde habitación, Florence organizó un sistema de pedidos de provisiones como vino, brandy y ropa que podían adquirirse al momento y sin problema alguno. Cuando no se dedicaban al cuidado de los enfermos, las hermanas estaban ocupadas en la distribución y arreglo de los colchones y almohadas dispuestas para facilitar el reposo de los soldados mutilados. Su siguiente obra fue la de alquilar un lavadero para la desinfección y correcta limpieza de la ropa de los enfermos, cuestión ésta de vital importancia, ya que, a menos que la ropa se limpiase a fondo, resultaría un importante foco de contagio de la erisipela.
Nada de lo que podía en modo alguno ayudar a paliar el dolor del que sufre era omitido por esta maravillosa mujer, cuya compenetración con los necesitados fue tan grande que se podría pensar que ella misma había soportado los dolores que trataba de calmar tan delicadamente.

Siempre que había alguna carencia, ella intervenía discretamente para suplirla; allá donde hubiera una falta o defecto, buscaba su rectificación sin grandes ostentaciones. La mayor dificultad fue obtener provisiones previo permiso del gobierno; la cantidad de trámites burocráticos colmaban su paciencia tanto como la de muchos otros, mas gracias a su carácter decidido y su fuerza de voluntad, superó toda clase de obstáculos y gran parte de la ayuda quirúrgica y los suministros necesarios llegaron sin problemas. A pesar del reconocimiento de su esfuerzo por parte de los médicos que trabajaban con ella, y aunque no se oponían plenamente a su labor, tampoco ésta gozaba de una tolerancia envidiable. No fue hasta finales de diciembre cuando la Srta. Nightingale y sus enfermeras se instalaron definitivamente en el hospital general. Los médicos veteranos no podían comprender bien cómo las grandes necesidades y las penosas situaciones derivadas de la guerra habían dado lugar al surgimiento de tal personaje femenino y a su creciente influencia. La Alemania protestante hacía mucho tiempo que había organizado su propio sistema de enfermeras capacitadas; la orden de San Vicente de Paúl en Francia había permanecido al margen incluso durante la revolución. Sólo en Inglaterra parecía incomprensible para la mente humana el hecho de que fueran mujeres las que desempeñaran una labor que, hasta entonces, había estado en manos de asalariados. Desde las primeras horas de la mañana hasta la noche iba Florence Nightingale calladamente de acá para allá; el trabajo que hizo fue alabable, siendo su nombre, más que su labor, lo que más trascendía al público. Los cargos religiosos de todas las procedencias hablaban de ella con reverencia. La Srta. Nightingale, narra uno de ellos, está trabajando admirablemente, mereciéndose un aumento en el rango que desempeña. La organización del personal de enfermería a su cargo es juiciosa y excelente, y las hermanas son de un valor indescriptible.

Ella tuvo que considerar diversos asuntos, aceptar ayuda, así como en ocasiones también negarse a ella, y su opinión era solicitada en diversos campos a pesar de las desconfianzas a las que fue sometida. Pero trabajaba a un ritmo constante en el nombre del Señor y no en el suyo propio. Varias de las enfermeras que la habían acompañado tuvieron que volver a sus casas, víctimas de una enfermedad o por su incapacidad para desarrollar tan ardua tarea, siendo prontamente reemplazadas. Nuevos destacamentos de enfermeras fueron enviados desde Inglaterra a través de la Srta. Stanley para el trabajo en otros hospitales como los de Balaclava, Esmirna o Kululu. El ejército sufrió de forma constante no sólo por las heridas producidas en la batalla, sino también por las terribles consecuencias de las heladas, la disentería, el cólera y otras muchas dolencias a las que estaban expuestos.

FOTO 26 Florence con los soldados heridos en Crimea

El personal médico también estaba agotado. El Sr. McDonald, corresponsal de The Times escribe muy apenado:
En el cuartel militar del hospital apenas queda personal de segundo orden. El Dr. Summers está muy enfermo, y el doctor Newton, lamento decirlo, ha muerto. Al igual que el pobre Struthers, él también ha caído víctima del agotamiento producido por el fervor con el que desempeñó su labor. También en su caso se trata de una fiebre poco común y, de hecho, se está extendiendo tan alarmantemente en estos momentos que resulta insólito que más gente no se vea afectada. Puede resultar consolador para los amigos de Newton y Struthers saber que, en sus últimos momentos, fue la Srta. Nightingale quien les atendió y cerró sus párpados en el lecho de muerte”.

¿Qué mayor elogio podría recibir una mujer con una presencia tan tranquilizadora para los que sufren y quien, además, les acompaña en sus lechos de muerte hasta los últimos minutos de sus vidas?

El corazón angustiado de una madre o de una esposa se veía reconfortado por el pensamiento de la atención prestada a sus seres queridos en esos últimos momentos; sabedores, al mismo tiempo, que las almas que abandonaban este mundo iban a la casa del Señor con la voz de una mujer susurrándoles una oración al oído y calmando sus doloridos cuerpos. El trabajo prosiguió sin cesar y, en menos de dos meses, el nombre de Florence Nightingale era un nombre común en los hogares; un nombre que nunca se olvidaría. Ella sabía que su gentil presencia en las salas de enfermos había aportado bienestar. “Verla pasar me hace feliz. Hablaba con todos nosotros”, dijo un pobre enfermo en una carta a sus familiares, “y asentía sonriendo a muchos más, pero no podía hacer lo mismo con todos por la cantidad de trabajo que tenía. Somos cientos los que estamos aquí, pero hemos podido besar su sombra según pasaba junto a nosotros y volver a reposar nuestras cabezas en la almohada sintiéndonos reconfortados.

¿Pueden unas palabras resultar más emotivas?

En esas míseras salas,
Una dama con una lámpara veo
Pasar a través de la trémula oscuridad,
Y revolotear de una habitación a otra.
Y lentamente, como en un sueño de felicidad,
El afligido se vuelve para besar en silencio
Su sombra, según se dibuja
Sobre las oscuras paredes.
En los anales de Inglaterra, a través del tiempo,
Más allá de su palabra y canción,
Una luz sus rayos arrojará,
Desde los recuerdos del pasado.
Una señora con una lámpara destacará,
En la gran historia de la tierra,
Una noble clase de mujer,
Heroica y caritativa”.

FOTO 27 La fortaleza

CAPÍTULO VII

UN MENSAJE

“Más las buenas acciones, a través del tiempo,
Perduran en las páginas de la historia,
Brillan con fuerza eterna,
Incólumes ante la polilla o el óxido”.

Aquellos años de calmada y paciente preparación comenzaban a dar sus frutos. Los conocimientos que la Srta. Nightingale había adquirido y de los cuales hacía uso, sorprendían a todos aquellos que entraban en contacto con ella. Su aptitud era tan considerable, que más de un médico ha afirmado que superaba a muchos hombres, tanto en conocimientos teóricos como prácticos. Entre los trabajos de Hércules se encuentra la ardua labor de limpiar los establos de Augías, siendo ésta una tarea muy similar a la que nuestra heroína tuvo que enfrentarse.

FOTO 28 Florence Nigthingale en el Hospital de Scutari

En los aledaños del hospital se encontraba la mayor de las inmundicias. Florence contó en un día hasta 6 perros en estado de descomposición yaciendo bajo las ventanas. Esto fu suficiente para provocar fiebre, pero si tenemos en cuenta que el agua era impura, además de otras precariedades, apenas podemos sorprendernos ante la terrible tasa de mortalidad. Tan mal mantenido y tan atestado de gente se hallaba el hospital que, según se nos dice: los enfermos, por si tuvieran poco, se veían atormentados por toda clase de bichos, y las ratas se ensañaban con los más débiles. Había saqueos en los almacenes, los médicos no daban abasto para mantener el orden. Los pacientes que deberían haber comido ayunaban, y los que deberían haber ayunado, comían. Desde el mes de junio de 1854 hasta 1856, cuarenta y un mil hombres fueron ingresados en el hospital del Bósforo y, de ellos, cuatro mil seiscientos murieron, todo esto mientras la Srta. Nightingale se encontraba en Scutari. Los primeros siete meses la mortalidad era del sesenta por ciento, lo que superaba las cifras que se habían dado en Londres durante el cólera.

Según un paciente del hospital, Florence Nightingale “dejaba a un enfermo para atender a otro”. Cómo hizo frente al cansancio mental y físico es simplemente asombroso. “Las Nightingales”, como ella y su grupo de enfermeras eran llamadas, “han salvado muchas vidas”, según más de un paciente escribía a sus familiares; y ¡cuántos corazones llenos de ansiedad sentían alivio al escuchar las sencillas palabras que estas maravillosas mujeres les dedicaban! Gracias a la influencia de la Srta. Nightingale, sus incesantes peticiones y súplicas a los altos cargos, el hospital de Scutari sufrió una notable transformación y su organización mejoró de tal manera que ella misma declaró antes del final de la guerra que no podía concebir nada mejor. A través de estas mejoras sanitarias el ejército inglés, que sufrió tan gravemente al comienzo de la campaña, se mantuvo prácticamente exento del tifus que asoló al ejército francés. De hecho, durante los últimos seis meses la mortalidad fue menor que en la Inglaterra de la vida cotidiana.

Podemos imaginar los días y las noches de pensamientos angustiosos que ocuparon la mente de la Srta. Florence antes de que se obtuvieran resultados. Las dificultades por superar, la incesante constancia y paciencia que demostró, le servían de ayuda para llevar el día a día y enfrentarse a menudo a los prejuicios y a la indiferencia. Su éxito le honra y, aún siendo como era indiferente a cualquier alabanza o critica, su corazón debió de haber rebosado de felicidad cuando el siguiente mensaje le llegó a través del mar.

A continuación veamos un extracto de una carta enviada por la Reina al Sr. Herbert, quien a su vez se la hizo llegar a la Srta. Nightingale.

Castillo de Windsor
6 de diciembre, 1854.

Apreciaría sinceramente le dijera a la Sra. Herbert que me mantenga regularmente informada sobre las noticias acerca de los heridos que recibe de la Srta. Nightingale o de la Sra. Bracebridge. Aunque gracias a los oficiales ya estoy al corriente acerca de lo que acontece en el campo de batalla, mi interés reside principalmente en lo primero.

Hágale también saber a la Sra. Herbert que deseo que la Srta. Nightingale y el resto de su noble equipo comunique a estos pobres hombres, heridos y enfermos, que nadie más que su Reina se interesa o se compadece por su sufrimiento y admira su valentía y heroísmo, encontrándose su pensamiento con sus amadas tropas noche y día. Los mismos sentimientos son compartidos por el Príncipe.
Pida a la Sra. Herbert comunique estas mis palabras, ya que sé que nuestra condescendencia es muy valorada por estas nobles y bondadosas almas.
VICTORIA”.

Copias de esta carta fueron hechas y distribuidas, además de ser colocadas en las paredes del hospital y en otros lugares. La gratitud de los hombres no conocía límites. Uno de los clérigos visitó a los enfermos y les leyó la misiva, terminando con las palabras, “¡Dios salve a la Reina!” La respuesta, según nos dice un presente, fue “tan sentidamente expresada y tan llena de vigor que, desde los pulmones de los enfermos y moribundos, surgió un sincero Amen.

La Srta. Nightingale es tan inseparable de su trabajo, que es imposible hablar con ella a título individual. Sus pensamientos y sus sentimientos no son interpretados por palabras, sino por acciones. Esos largos y oscuros pasillos, muchos de los cuales se encontraban en mal estado antes de su llegada, reflejaban ahora comodidad y eran invadidos por un aire de bienestar, con grupos de hombres reuniéndose alrededor de las estufas a leer, hablar o fumar. Las despensas para los soldados y oficiales estaban bien abastecidas, pero la verdadera dicha se hacía palpable cuando las enfermeras de la Srta. Nightingale se encargaban de cocinar. El Reverendo J.G. Sabin, uno de los más dedicados capellanes del ejército, escribe:
Uno se encuentra a menudo con inmensos tazones de arrurruz, sagú, caldo y otros apetitosos alimentos. Todos los hombres que necesitan alimento son, previa supervisión de los oficiales médicos, satisfactoriamente abastecidos, lo cual facilita la labor de los facultativos, por lo que me siento sinceramente agradecido.

Y todo esto gracias a una inteligente mujer de gran corazón; ni siquiera todo el oro del Banco de Inglaterra podría haber logrado tal transformación. De buena gana se le proporcionaba todo lo que necesitaba, empleándolo juiciosamente. El amor y admiración que inspiraba era algo casi prodigioso. Esencialmente es a través de otras personas que conocemos la labor de esta mujer, siendo ellas testigos de la influencia que su obra tuvo en sus contemporáneos. Una influencia que resulta quizás ahora más evidente que cuando empleó por primera vez aquellos dones que le habían llegado de Dios y que ella, lejos de desatender, puso en práctica por el bien de sus hermanos logrando un éxito que nunca habría imaginado. El Sr. Macdonal, corresponsal de The Times, dedicó unas palabras a la Srta. Nightingale justo antes de regresar a Europa desde el foco del conflicto, no pudiendo abstenerse de mostrar su admiración por esta mujer y su trabajo.

Después de comprobar el creciente ritmo de trabajo en el hospital, la terrible mortalidad y la devoción y entrega del personal médico, decía:
Allá donde hay una enfermedad en su etapa más severa está presente esta incomparable mujer, siendo su benevolente presencia una inmejorable influencia para la comodidad del moribundo incluso cuando éste lucha por aferrarse a sus últimos momentos de vida. Sin ser una exageración, ella es un “Ángel de la Guarda”; con su forma esbelta se desliza silenciosamente a lo largo de cada pasillo, una expresión de bienestar inunda las caras de todos los pobres hombres que la ven pasar. Cuando todos los médicos se han retirado por la noche y el silencio y la oscuridad se han establecido sobre los miles de enfermos postrados, se le puede ver haciendo rondas nocturnas portando una pequeña lámpara en su mano. La opinión popular no se equivocó cuando fue aclamada como una heroína al establecerse en Inglaterra para llevar a cabo su misión de misericordia; confío en que conserve tan elevado título. Nadie que haya observado su frágil figura y delicado estado de salud puede evitar tener dudas sobre el éxito de su misión, mas estas dudas se disipan al observar en ella el corazón de una verdadera mujer y los modales de una dama, una actitud refinada por encima de la mayor parte de las mujeres y una perfecta combinación de sorprendente serenidad, rapidez de decisión y carácter. He dudado en hablar hasta este momento porque sabía bien que ninguna alabanza por mi parte podría hacer justicia a sus méritos, temiendo asimismo que se malinterpreten ciertos hechos, como la franqueza con la que siempre ha aceptado la ayuda proveniente de los fondos que se le ha ofrecido. Ya que esa fuente de abastecimiento se encuentra ahora casi agotada y mi misión se acerca a su fin, puedo expresarme con mayor libertad sobre este tema; y puedo afirmar que, sin la figura de la Srta. Nightingale, sus soldados habrían encontrado escaso refugio y consuelo en el hospital, viéndose además rodeados por las incomparables miserias que una guerra conlleva”.

Cartas privadas, documentos oficiales…todos estaban de acuerdo en que Florence Nightingale se encontraba desarrollando una obra religiosa a nivel nacional con la perfecta sencillez de una mujer de verdadero corazón cristiano. Y, sin embargo, resulta casi difícil de creer, aunque bien sabe Dios que es cierto, que en Inglaterra, entre su propio pueblo, hubo mentes suficientemente “impuras y contaminadas” que declararon que la Srta. Nightingale y sus enfermeras carecían de delicadeza y refinamiento. “¿Cuál era el papel de unas mujeres jóvenes entre hombres heridos?” “¿Por qué la Srta. Nightingale?” “¿Por qué una mujer?”

FOTO 29 Llegada de Florence Nightingale a Scutari

“¿Por qué no Sairey Gamp?” ¡Esa horrible Sairey Gamp! El pensamiento de quien, incluso ahora, hace que se le congele a una la sangre, “apestando a cebollas y ron, con una mano sobre la almohada del paciente y la otra en el bolsillo”. ¡Gracias a Dios, aquellos tiempos terminaron! Y es a ella, a Florence Nightingale, a quien debemos el cambio. Un cambio gracias al cual la cama del enfermo y otras lúgubres estancias han dejado de ser un lugar que inspiran horror y miedo para convertirse en un tranquilo refugio, calmante para el cuerpo y la mente. Sin duda, habría sido mejor para aquellos que osaron poner en tela de juicio la aptitud de quienes entregaron sus intachables vidas al servicio de los demás, que se hubieran aventurado ellos mismos a desempeñar tan encomiable acción. Pero su propia mezquindad era prueba de su incapacidad; apenas podían entender la grandeza de esta mujer que seguía tan humildemente los pasos de Cristo y cuya entrega al amor era la principal meta de su vida.

Aún más difícil de creer resulta el hecho de que los detractores de la Srta. Nightingale, no satisfechos con atacar su motivación, atacaron también sus ideas religiosas, alimentando así el “odium theologicum”. Ella era Papista, anglicana, una mujer perteneciente a la Iglesia alta, a la Iglesia baja, una sublapsariana y una supralapsariana, todo y nada. En resumen, una sencilla mujer Cristiana.

Un clérigo tuvo ocasión de advertir a su congregación que no enviara donativos a nuestros sufridos soldados destinados en el este a través de manos Católicas Romanas, cuando existían mejores y más seguros medios para hacer llegar la ayuda. Una carta impresa de la Señora de Sidney Herbert fue distribuida entre sus feligreses poco después. Decía así:

49 Belgrave Square,
9 de septiembre, 1854.

Señora, adjunto a esta carta le envío un suplemento cristiano de la edición de The Times del viernes de la semana pasada, en el cual verá cuán crueles e injustos son los informes que usted menciona acerca de la Srta. Nightingale y su noble labor. Desde nuestra última entrega, hemos enviado cuarenta y siete enfermeras más. Resulta desesperanzador pensar que, en nuestra Inglaterra Cristiana, nadie pueda emprender un programa de ayuda sin recibir estas tan poco caritativas críticas, y si usted no me hubiera dicho algo así, yo no habría podido creer que un clérigo de la iglesia establecida habría sido el portavoz de esas calumnias. La Srta. Nightingale es miembro de la Iglesia Oficial de Inglaterra, pero desde que fue a Scutari, sus opiniones religiosas y su carácter han sido atacados en todos los aspectos. Una persona escribe para reprendernos por haber contado con ella “entendiendo que pertenece a la Iglesia Unitaria”, otra que es una “Católica Romana”, y así sucesivamente. Se trata de un nefasto comentario para alguien a quien toda Inglaterra debe tanto. En cuanto a la acusación de que no enviamos enfermeras protestantes, la lista adjunta le convencerá de lo contrario.

Nosotros no hacemos distinciones de credo; cada enfermera que demostró su aptitud para desarrollar el trabajo fue bienvenida, siempre que, naturalmente, tuviéramos el consentimiento de sus allegados, además de comprobar su intachable conducta en los demás aspectos. Siendo una gran parte de los heridos católicos romanos, hemos aceptado los servicios de algunas de las Hermanas de la Caridad del Hospital de San Esteban de Dublín. Habiéndole comentado todo esto, confío haga un esfuerzo para recapacitar ante aquellos cuyas mentes se han visto contaminadas por estas injustas y falsas acusaciones. Pensé que los nombres del Sr. y la Sra. Bracebridge, que acompañaron y permanecieron con la Srta. Nightingale, habrían sido suficiente garantía para asegurar la naturaleza evangélica de la obra, pero al parecer, nada puede detener el flujo de tan amargas falacias.
Atentamente suya,
ELIZABETH HERBERT”.

El segundo equipo de enfermeras, cuarenta y siete en total, enviadas el dos de diciembre.

2 del Hogar de San Juan,
10 Señoras protestantes,
20 Enfermeras selectas del Hospital, protestantes,
15 Hermanas de la Caridad, católicas.

Recuento total del primer y segundo grupo de enfermeras: ochenta y cinco, de las cuales sesenta eran protestantes y veinticinco Católicas Romanas. Las acusaciones, por lo tanto, parecen carecer de consistencia. Sin embargo, siguieron apareciendo durante cierto tiempo en algunos periódicos muchas opiniones malintencionadas, provocando un intenso dolor para los que la apreciaban y entendían la pureza de corazón con la que había realizado el trabajo sin reparar en otros asuntos. Cómo se sentía ella con respecto a todo esto es difícil de determinar. Como de costumbre, se mantuvo en silencio, realizando su trabajo y dejando que sus compañeros prosiguieran con la defensa de su causa. Enfrentándose a diario, casi a cada hora, con el sufrimiento y la muerte, tal rencor debió de haberle parecido verdaderamente insignificante, ya que no tenía tiempo para detenerse en nimiedades. Con mil enfermos que cuidar, y acompañando a treinta o cuarenta moribundos por día hasta sus últimos momentos, ¿cómo iba a pensar en ella misma? Aceptó muy agradecida la ayuda de pastores Presbiterianos y de las enfermeras. Su propio equipo original se encontraba debilitado; había mermado a causa, principalmente, de la mala salud. Tres Hermanas, tres enfermeras y cinco monjas tuvieron que regresar a sus hogares, pero otras tantas vinieron a cubrir sus vacantes. El juicioso poder de decisión de la Srta. Nightingale permitió la rápida selección de las candidatas más eficientes prestando especial atención a sus aptitudes, seleccionando a aquellas que demostraban estar más capacitadas para afrontar tan dura tarea.

Para las que no tenían experiencia en labores similares y nunca habían recibido formación hospitalaria, acostumbrarse a la estricta obediencia a las órdenes y al trabajo constante debió de resultar verdaderamente difícil; mientras que las monjas Católicas poseían estos extraordinarios dones de manera innata. A la vez que tantos y tantos hombres caían enfermos a su alrededor, esta delicada mujer de naturaleza entrañable parecía estar dotada de un don sobrenatural. Siempre estaba en su lugar, con una actitud sosegada y serena y su dulce voz musical que dictaba las órdenes necesarias o hablaba de manera reconfortante. Prestando la atención necesaria, nada le resultaba demasiado pequeño o insignificante, y toda su alma estaba plenamente entregada a su trabajo.

Cuando el Reverendo J.H. Gurney, en un discurso sobre “Héroes de Dios y Héroes del Mundo”, celebrado en Exeter Hall, mencionó el nombre de la Srta. Nightingale, fue aplaudido con sincero entusiasmo, siendo coreado por el inmenso número de público que asistió al acto.

Hemos presenciado un extraordinaria hecho, dijo el Sr. Gurney, una Santa mujer de increíble talento, marcada por la Providencia para desarrollar el bendito trabajo de curación y renunciar a su forma de vida sin un momento de duda. Cualquier otra persona sin este don no habría teniendo la fuerza suficiente para enfrentarse a todos aquellos seres sin corazón que han osado herirla e incluso han levantado calumnias contra sus ideales. Hombres que se hacían llamar religiosos la culparon de relacionarse con personas de ideas políticas supuestamente equivocadas y personas de mala reputación.

El partidismo verdaderamente religioso ha hecho ya mucho por ayudar a los desesperados y por dar valor a los no creyentes. Hombres de mentes sagaces y cándidas han quedado sorprendidos al ver el espíritu de la Cristiandad tan mal reflejada, a menudo llena de contradicciones, en los periódicos de más aceptación entre la gente seria. Pero la última exposición es, en mi opinión, la peor; y yo, al tiempo que detesto el fanatismo, me pregunto qué atrevimiento en nombre de la nación inglesa podría hacer de Florence Nightingale el centro de críticas hostiles mientras que las paredes de Scutari resuenan con alabanzas hacia su persona”.

FOTO 30 Florence Nigthingale en el Hospital de Scutari

En otra reunión, el Dr. H. Kennedy, director de las escuelas en Shrewsbury, rinde a la “Heroína de Scutari” otro homenaje igualmente conmovedor:
Cuanto mayor es el interés y la admiración que despierta la labor a la que ella se ha entregado, mayor es la satisfacción al conocer los pormenores acerca del éxito de tan admirable misión. Sin embargo, también crece en mí la indignación y e dolor, e incluso la vergüenza, al leer en la prensa las viles calumnias vertidas sobre ella por aquellos que osan atacar su intachable conducta y los motivos de su entrega al prójimo”.

La han tachado de Papista y Papista Anglicana, siendo un terrible desacierto toda esta clase de inoportunas acusaciones El Dr. H. Kennedy había mantenido conversaciones con la Srta. Nightingale en las cuales habían tratado principalmente asuntos religiosos. Él se aventuró a afirmar que era una mujer de la iglesia con un arraigado sentimiento cristiano, libre de favoritismos hacia la Iglesia Católica Romana. Independientemente de otras ideas, ella era una ferviente seguidora de Cristo que hacía el bien acompañando a los enfermos en su aflicción y deseando mantenerse en un discreto segundo plano. Que Dios la ayude en esta vida y la premie en la próxima. Si he citado hasta aquí parte de discursos y cartas relacionadas con ella, lo he hecho para demostrar que Florence Nightingale tuvo una gran influencia en los corazones de toda la nación. Ella ayudaba a la gente, quien, llena de agradecimiento, la defendía y admiraba por el amor que entregó a los hijos de Inglaterra en los momentos de más urgente necesidad.

FOTO 31 Descansando en las trincheras

CAPÍTULO VIII

FIEL HASTA LA MUERTE

El aire está lleno de despedidas a los moribundos
Y luto por los muertos”.

Cuando el Rey David tuvo que optar por un castigo “guerra, peste o hambruna” su respuesta fue: Estoy en un grave aprieto; prefiero caer en manos del Señor porque es grande su Misericordia. La guerra estaba diezmando nuestros hombres; los más justos y valientes hijos de Inglaterra estaban cayendo. Poco a poco se extendió el rumor de que el cólera que había desolado Europa durante el verano y otoño de 1854 había brotado de nuevo y ésta vez, en un ejército ya debilitado por un largo invierno en las trincheras y la exposición a las inclemencias severas del tiempo de Crimea. Los hospitales se encontraban en las mejores condiciones sanitarias posibles, con el personal médico bien organizado. Sin embargo, una clase muy virulenta de cólera se propagó causando considerables estragos. Las precauciones sanitarias se extendieron más allá de los límites del recinto hospitalario. Además, con un clima templado, cada embalse o zanja se consideraba un foco importante de infección. El alcance de tal desgracia también podía ser mayor en un país donde el calor es intenso, con lluvias que podían durar semanas o incluso meses.

Así, la fiebre apareció entre los soldados y las enfermeras, y sólo podía ser atribuido a las condiciones atmosféricas. Entre aquellos que fueron víctimas de éste último mal, se encontraba la amiga íntima de Florence Nightingale, quien había venido con ella a Scutari apoyándola en todo momento y trabajando codo con codo con el mismo espíritu de sacrificio.

FOTO 32 Episodio de la batalla de Inkerman el 5 de noviembre de 1855 entre las tropas rusas y franco-británicas

Elisabeth Anne Smythe comenzó su ardua tarea en Scutari, dándose a conocer y cumpliendo con su trabajo tan satisfactoriamente que su presencia era requerida en lugares menos favorecidos aún que en el hospital donde la Srta. Nightingale trabajaba. Elisabeth estaba dotada de las mismas facultades que la Srta. Nightingale, y había sido formada ilustremente en un momento en el que había tanta necesidad de mujeres capacitadas que era una lástima mantener a todas estas generosas damas en un mismo lugar. Fue requerida, pues, para unirse a la Srta. Bracebridge en el hospital de Kululu y, tras considerarlo, decidió dar el paso. La señorita Nightingale sintió sinceramente su marcha, expresando su profundo penar diciendo: “Ella habría deseado continuar trabajando en equipo hasta el final de la campaña en el mismo hospital”; pero estas palabras no impidieron su ida una vez hubo considerado que su deber residía en otro lugar.

Elizabeth escribió una hermosa carta a sus amigos desde su nuevo enclave, haciéndoles saber lo dichosa que se sentía por haber reunido el valor para ir a aquel nuevo destino, donde sentía que su trabajo era incluso más necesario que en Scutari. De hecho, su presencia era realmente apreciada, ya que su amable disposición y su mente cultivada la hacían más atractiva a los ojos de la sociedad; no sólo para los pacientes que atendía, sino también para sus compañeros de trabajo y para sus amigos.

Una gran pena abatió a todos ellos al saber que la Srta. Smythe se encontraba febril. Como la propia Srta. Nightingale dijo: Toda causa tiene sus mártires. Lamentablemente, Elizabeth Anne Smythe, esta joven mujer tan querida por todos, fue la primera del grupo de enfermeras destinada a dejar este mundo. Huelga decir que se hizo todo lo posible por salvar su vida. Durante ocho días los médicos y las enfermeras permanecieron a su lado, hasta que finalmente cayó en un dulce sueño provocando una profunda tristeza en todos aquellos que la conocían y amaban. Aquellos soldados a los que ella había cuidado ya no volverían a escuchar sus reconfortantes palabras. Se derramaron muchas lágrimas silenciosas cuando la noticia de su muerte fue susurrada de cama en cama, y hombres duros en apariencia volvían la cabeza a la pared llorando la ausencia de alguien a quien no volverían a ver.

El cortejo fúnebre, encabezado por un destacamento de cincuenta soldados, resultó muy solemne según seguía su curso a través de las calles mas concurridas de Esmirna hasta su destino final, el cementerio inglés. Dos capellanes caminaban tras el ataúd con un emblema blanco, símbolo de la juventud y pureza de quien acababa de dejarles. Monjas y enfermeras seguidas por oficiales y médicos flanqueaban el cortejo. El silencio reinó durante todo ese largo viaje de dos millas mientras una multitud de gente se había reunido a lo largo de la calle, a la intemperie. Muchos sollozos apagados pudieron oírse al comprobar que la joven hermana dejaba este mundo con la esperanza de una gloriosa resurrección.

Los siguientes versos fueron escritos en aquel momento en recuerdo de la gentil y admirada enfermera:

Las calles callaron en Scutari
Según, camino de la tumba,
Era llevada la joven y amable enfermera
Heroína de los heridos ingleses.

La primera joven mártir Cristiana
Se encamina a su descanso,
Y calles repletas de gente
Están envueltas como en tinieblas.

Y aquellos hombres que rechazan la Cruz
Y el nombre que ella con orgullo defendió,
Rinden, sin embargo, su homenaje;
Y reconocen en unión sus buenas obras.

¡Oh! Es por siempre que
Esas obras Cristianas deberían brillar
Con una luz tan pura y sagrada
Para señalar el camino divino.

Aquellos que ahora bendicen el hecho,
Pueden por fin alabar el nombre
De su despreciado Nazareno
A quien ahora tratan con pesar.

Así, es en la gloriosa mañana de Pascua,
Cuando los santos y los mártires se alzan
Y felizmente adoptan sus formas angelicales
Para encontrarse con Él en los cielos.

Algunas almas dichosas, reclamadas
Por la noche pagana y la oscuridad
Bendigan la lección enseñada aquel día
Junto a la tumba Cristiana.
M. D. G

Requiescat in Pace! El trabajo estaba hecho, ella había llevado su cruz fielmente, y ahora llevaba su corona.

FOTO 33 Los cirujanos franceses atienden a los heridos rusos en la batalla de Inkermann, 5 de noviembre de 1854. Un hombre musulmán herido (quizás turco) también es visible en la imagen. Guerra de Crimea (1853 - 1856). Pintor Jules Rigo

Apenas un mes después, la Srta. Nightingale salió de Scutari para hacer una visita de inspección en los hospitales de Balaclava. Fue recibida por Lord Raglan, comandante jefe de las fuerzas británicas, quien la colmó de atenciones mientras ella pasaba la mayor parte del día examinando las condiciones sanitarias de los hospitales. Se dijo que los encontró en mejores condiciones de lo que esperaba.

Aludiendo a la visita, un corresponsal del Illustrated London News escribió lo siguiente:

Entre las más inteligentes aportaciones recibidas de Crimea, se encuentran los informes de la señorita Nightingale con respecto al sufrimiento de la humanidad. Esta excelente mujer, durante su estancia en Balaclava, visitó los hospitales de campaña examinando las mejoras en cada uno de ellos. A lo largo de su inspección fue calurosamente bienvenida por los soldados. En una de estas visitas, nuestra protagonista fue a los hospitales de campaña que se encontraban en un castillo de difícil acceso. La intención era distribuir tres enfermeras acompañadas por el reverendo Sr. Bracebridge, uno de los capellanes, el Capitán Kean, el Dr. Sutherland, un guarda, un ayudante y ocho croatas que llevaban el equipaje. El grupo se encaminó hacia el castillo ubicado en la cima a través de un empinado camino que comenzaba en el puerto”.

FOTO 34 Miss Nightingale visitando los Hospitales en Balaclava

Una semana después, el citado corresponsal vio a esta humana mujer siendo acompañada a ese mismo lugar. Según afirma, “el hospital de campaña, formado por doce cabañas en total, se alza contra unos acantilados de tierra caliza. En la ladera de la montaña se encuentran alojados los soldados de infantería marina y los turcos.

El puerto está a un lado, y al otro se extienden abruptos acantilados. “El castillo se alza sobre una noble peña en la parte delantera; el lugar se encuentra a aproximadamente setecientos pies sobre el nivel del mar, en un enclave airea do y adaptado para su propósito.

La cabaña de la Srta. Nightingale se ubica tras un pequeño arroyo cuya agua es de excelente pureza y cuyas orillas están flanqueadas por flores de vivos colores. Aquí hay sitio para al menos ochocientos pacientes con las mejores posibilidades de recuperación”.

El calor en Crimea es inmenso durante el mes de mayo, y la exposición al sol especialmente peligrosa. El quince de mayo Florence se encontraba muy indispuesta, lo que preocupó a sus compañeros.

FOTO 35 Alexis Soyer, ferviente admirador de Florence, rescató en Crimea en 1855 el carruaje que usaba Florence para desplazarse por los hospitales de Balaclava; consciente del valor simbólico del mismo, cuando iba a ser subastado lo compró y lo trasladó a Gran Bretaña, dónde hoy puede verse en el Museo Nightingale de Londres

Se cree que el motivo de este malestar fue un golpe de calor sufrido cuando acompañó al Señor Alexis Soyer (cocinero de profesión) a la batería para tener una buena vista de Sebastopol. Su estado de salud empeoró gradualmente, por lo que decidieron llevarla al sanatorio y mantenerla bajo el cuidado de tres eminentes doctores. Era un ataque severo, especialmente para una mujer de naturaleza delicada que había sufrido tanto. Se dice que, en más de una ocasión, llegó a estar veinte horas seguidas ayudando a los médicos. Su influencia era tan grande y su poder de persuasión tan efectivo que, a menudo, cuando un paciente rehusaba someterse a una operación considerada necesaria, unas pocas palabras de su boca o su sola presencia eran suficientes para calmar al enfermo y hacerle entrar en razón.

Alexis Soyer: El Colaborador de Florence Nightingale en Crimea. Publicado el viernes día 23 de enero de 2015. Jesús Rubio Pilarte y Manuel Solórzano Sánchez

Era una labor ardua. Al verla en un estado tan delicado, todos temieron que no fuera lo suficientemente fuerte para superarlo. Siguió en este lamentable estado durante varios días pero, hacia finales de mes, su estado mejoró de forma sorprendente para el alivio de aquellos que estaban a su lado. Todos esperaban su pronta recuperación. Por fin, los doctores pudieron considerar su estado fuera de peligro. Su convalecencia fue larga, y finalmente regresó a Scutari, donde se necesitaba su presencia. Dios tuvo misericordia de esta mujer aclamada por algunos como bendita. Ella estaba mostrando al mundo de lo que eran capaces las mujeres haciendo que su obra perdurara en el tiempo.

FOTO 36 Lord Raglan y Alexis Soyer

Habiendo superado la enfermedad, otras compañeras, sin embargo, caían víctimas de tan terrible mal. Tres jóvenes enfermeras de su equipo murieron en un corto espacio de tiempo y fueron enterradas en el cementerio de Scutari, entre jóvenes oficiales y valientes hombres a los que ellas mismas habían tratado de salvar de la muerte. Allí yacían, en esas tumbas como asomadas al bello Mar de Mármara, con árboles a su alrededor doblándose al viento y una brillante niebla dorada envolviéndolo todo. Pero los corazones de aquellos que les llevaron al descanso eterno, incluso en ese lugar maravilloso, se encontraban tristes. No tanto por los que se habían ido, sino por los hogares desolados que dejaban atrás, por esas chimeneas que nunca más proporcionarían calor. Fueron mártires y lo serán por siempre. Cientos de cartas llegaban desde Inglaterra, narrando la comodidad derivada del saber hacer de Florence y su grupo de enfermeras.

Por citar un solo ejemplo, un soldado escribió a su madre lo siguiente:
Estas mujeres estaban siempre, desde la mañana hasta la noche, yendo y viniendo por la salas del hospital. Atendiendo a los hombres, lavándoles, proporcionándoles té o arrurruz y demás alimentos necesarios mientras otras daban de comer con sus propias manos a aquellos que se encontraban extremadamente débiles para hacerlo por sí mismos. He oído a menudo a un hombre decir: “Esa mujer me ha salvado la vida”. Por muy atareada que estuviera, la Srta. Nightingale pasaba continuamente a mi lado. De hecho, en una ocasión, me encontraba muy enfermo y con dificultades para respirar, tanto que vinieron dos mujeres, una a cada lado de mi cama. La mujer que estaba a mi cargo era mayor y me ofreció algo de brandy suave y agua y, cuando pude abrir mis ojos, la vi inclinada sobre mí con un gesto de preocupación en su cara. Nadie sabe el bien que hicieron. Ojalá pudiera encontrar palabras para decir cómo eran esas mujeres”.

Los soldados echaban de menos algo que leer en los largos ratos de convalecencia. Cuando esta necesidad se hizo saber en Inglaterra, la petición de la Srta. Nightingale obtuvo una generosa respuesta: poco después recibieron varios paquetes de publicaciones variadas, entre los que se encontraban un gran número de British Workman, publicaciones estas gratamente recibidas por los soldados.

FOTO 37 Papers for the Wounded

El principio del verano de 1855 resultó catastrófico. Apenas había transcurrido un año desde que los primeros cañones fueron disparados y los tres comandantes jefe “el Emperador Nicolás, el Mariscal Arnau y, el veintiocho de junio, Lord Raglan” abandonaron este mundo. El dieciocho de junio tuvo lugar el terrible asalto a Redan, tras lo cual, Lord Raglan envió un último comunicado al gobierno para anunciar la derrota. Las nubes en el horizonte eran muy oscuras, y la ciudad de Sebastopol seguía resistiendo con dureza. A pesar de los sucesivos intentos por parte de Inglaterra, ésta se vio obligada a abandonar al comprobar su ineficacia. Los relatos bélicos de estos sucesos son terribles. Sólo aquellos que han presenciado los horrores de la guerra pueden imaginar el dolor y el sufrimiento que encontraron las enfermeras. Su valor fue verdaderamente puesto a prueba. Si éstas caían, lo harían como los soldados que ellas mismas cuidaban: en nombre del honor, enfrentándose al enemigo.

No fue hasta el ocho de septiembre cuando, finalmente, Sebastopol se rindió ante los esfuerzos conjuntos de los aliados, e inmediatamente surgió una voz clamando la paz de Inglaterra. Sus soldados mutilados y heridos y los hogares vacíos daban testimonio de la crudeza de los enfrentamientos, resultando evidente de que se había pagado un alto precio por la victoria. Pero ahora que el objetivo se había cumplido, la mayoría de la población pensaba que la paz se extendería a continuación. Los que ocupan los altos cargos sabían que había mucho por hacer. El ejército se enfrentaría ahora a otro invierno de Crimea; demasiada sangre había sido derramada para alcanzar una paz inestable. La Srta. Nightingale y sus enfermeras permanecieron en sus puestos aplicando sus conocimientos en el campo hospitalario.

FOTO 38 Street in Sebastopol. After the Siege

Leemos en una carta de un corresponsal, fechada en Scutari el siete de noviembre de 1855:
El número de enfermos es ahora notablemente menor, habiendo sitio de sobra para atenderlos en los hospitales. Todo esto se debe al excelente servicio médico y a las óptimas instalaciones de las que disponemos. El desangelado estado de nuestros hospitales resulta incluso consolador en contraste con el de los franceses, los cuales se encuentran más saturados que nunca”.

El ejemplo que Florence Nightingale había puesto sirvió para que los demás buscaran alivio en el amargo dolor que les invadió durante esta terrible guerra tratando de ayudar al prójimo.

La Sra. Willoughby Moore era la viuda del valiente soldado Coronel Willoughby Moore, quien había perecido a bordo del barco Europa al negarse a abandonar el barco en llamas mientras sus hombres siguieran a bordo. Ella buscó desolada la forma de pasar el resto de su vida sin gozo alguno, llevando noblemente la carga de la ausencia de su esposo.

Organizó un grupo de enfermeras y las mandó a Scutari para atender a aquellos marinos por los que su marido había dado la vida. Gozando de una intachable reputación, fue elegida para desempeñar el puesto de Superintendente del Hospital de Oficiales de Scutari.

Durante el verano y otoño, ella cumplió su labor voluntaria con gran inteligencia y devoción, entregando finalmente su espíritu con abnegación a la voluntad de Dios. Allá donde se encuentra el tesoro de uno, es donde reside su corazón. Y es entonces cuando los ojos se cierran a la visión de la vida terrenal para abandonarse al feliz momento del encuentro con Dios. Ella dejó tras de sí un ejemplo a seguir por las hijas de Inglaterra del mismo modo que lo hizo su marido. ¡Qué noble es vivir y morir valerosamente en el cumplimiento del deber! Y así, una vez más, la navidad vino y se fue, y de nuevo la canción de los ángeles “paz y buena voluntad a los hombres” ascendió a los cielos y, con los albores de un nuevo año, las esperanzas revivieron. ¡Paz! Esta vez sería paz, ¡bendita paz!

FOTO 39 Grabado de la época

CAPÍTULO IX

LA GRATITUD DE TODA UNA NACIÓN

Tu obra te aportará bondad,
A ti y a todas las criaturas.
No dudes de que siempre te querré por tu amor”.
G. A.

En menos de un año, el nombre de Florence Nightingale se había extendido de tal modo que era común escucharlo en todos los hogares. Todo el mundo, incluso la más humilde campesina, cuyo marido, hermano o ser querido se encontraba en la guerra, la tenía en la más alta consideración, a menudo sintiendo que sus seres queridos corrían menos peligro y se encontraban más seguros al ser atendidos por esta dedicada mujer. Muchas fueron las cartas que Florence recibió de esposas y madres ansiosas por saber y, tan a menudo como podía, trataba de reconfortar y fortalecer aquellas almas desoladas escribiéndoles unas líneas.

Una pobre mujer, esposa de un soldado perteneciente al regimiento treinta y nueve, que se encontraba con sus hijos en South Shields, no tenía noticias de su marido desde hacía muchos meses. Estaba muy preocupada y pasando por serias dificultades, así que se le ocurrió la idea de escribir a la Srta. Nightingale.

Unas semanas más tarde recibió la siguiente carta:

Hospital de Scutari,
5 de marzo, 1855.

Estimada Sra. Lawrence,
Tengo una triste noticia para usted. En el momento de recibir su carta, su esposo se encontraba muy enfermo. Durante la cruel temporada que vivimos aquí el año pasado, cuando perdíamos de setenta a ochenta hombres al día, muchas viudas tuvieron que sufrir al igual que usted la pérdida de sus seres queridos. Su marido, lamento comunicarle, murió en el hospital poco después, el veinte de febrero de 1855, justo en el momento en el que nuestra mortalidad por fiebre y disentería alcanzó su apogeo. Ese mismo día enterramos a ochenta hombres. Me aseguré de no cometer ningún error, comprobando que no hubiera dos soldados con el mismo nombre. Escribí incluso al coronel de su regimiento, quien confirmó la triste noticia en la nota que le adjunto; aunque se equivocó en la fecha exacta de la muerte de su marido, no hay error en el hecho.
Yo deseaba obtener esta respuesta antes de dirigirme a usted. El valor de las pertenencias de su marido, ahora de su propiedad previa solicitud, asciende a 1, 2 chelines con 4 peniques y medio, cantidad que fue remitida al Secretario de Guerra el veinticinco de Septiembre de 1855.
Ya que usted no era consciente de su estado de viudedad, no ha recibido, por consiguiente, ningún subsidio por ello; así que se encuentra en el derecho de solicitarlo al Teniente Coronel Lefroy, Secretario Honorario de la Armada Real, Fondo Patriótico, 16a Great George Street, Westminster, Londres.
Le adjunto los documentos necesarios para que los cumplimente. La carta del Coronel será prueba suficiente del fallecimiento de su marido. Usted indicará todos los datos acerca de sus hijos; su pastor le ayudará a rellenarlo. Siento mucho las penurias que está viviendo. Si tiene alguna duda sobre el Fondo Patriótico, deberá hacer uso de esta carta, como he dicho, para probar el hecho de su estado de viudedad.
Con sincera compasión por su gran pérdida, siempre suya,
Florence Nightingale”.

He incluido la carta sin acortarla, ya que muestra a fondo el carácter de quien la escribió. Nada de lo que pueda ayudar a la afectada viuda a soportar su pérdida se omite. Pequeños detalles, tan necesarios, son tratados con gran sentido común. No hay atisbo de dureza, sólo piedad y el deseo de prestar ayuda. Hay pensamientos para los niños y sobre las necesidades materiales y personales de la viuda; todo escrito con delicadeza para causar el menor dolor posible. Por fin, la tan anhelada paz llegó a Europa, y junto con los primeros días de la primavera, con las flores y los cantos de aves, la esperanza revivió en muchos corazones.

FOTO 40 Florence Nigthingale en el Hospital de Scutari

Y si algunos se encontraban tristes o apesadumbrados sintiendo el anhelo de un tiempo mejor, el grito de dolor se veía apagado, y el corazón herido buscaba la serenidad del alma en la voluntad del Todopoderoso.

La sutileza de una mano vaporosa,
Y el calmo sonido de una voz…”

Florence Nightingale permaneció en su lugar hasta el final, y después, presintiendo la aclamación que recibiría si regresaba a Inglaterra, viajó discretamente al este con su tía bajo los nombres de Sra. y Srta. Smith. Sus compañeros de viaje no podían imaginar quién era esa discreta y grácil mujer que regresaba al hogar. Su viaje de incógnito le hizo bien; tras casi dos años de ausencia volvió al hogar de su padre tan discretamente como se había ido. Pero no pudo permanecer mucho tiempo oculta. Pronto llegaron felicitaciones de todas partes. Los trabajadores de una importante fábrica en el pueblo vecino de Newcastle-on-Tyne, le enviaron una conmovedora carta felicitándola por su regreso al hogar a la que ella respondió:

23 de Agosto de 1856.

Mis queridos amigos:
Desearía poder encontrar las palabras para describirles cómo me sentía cuando recibí su carta. La bienvenida que me dedicaron, así como la compasión que han demostrado con lo que ha estado ocurriendo en mi ausencia ha llegado a lo más hondo de mi ser. Mis queridos amigos, las vivencias más profundas en nuestros corazones son tal vez las más difíciles de expresar.
Ella hizo todo lo que estuvo en sus manos”. Estas son las palabras que hice esculpir en la tumba de una de mis mejores ayudantes cuando me fui de Scutari. Ha sido mi reconocimiento, ante los ojos de Dios, para dejar constancia de lo que ella hizo en vida. Les doy las gracias a todos ustedes con mi más sincero afecto. Y sé que debería haberles escrito antes, pero mi labor aún no ha terminado, por lo que a veces encuentro difícil sacar el tiempo necesario para sentarme a dedicarles unas merecidas líneas. Por favor, créanme, mis queridos amigos, Atentamente, Florence Nightingale”.

No cabe la menor duda de que toda la nación, desde la Reina hasta el más humilde de sus súbditos, estaba deseosa de demostrar públicamente la gratitud, el respeto y el amor “un sentimiento universal” que le procesaban. Florence no necesitaba nada material, e incluso huía con entereza de los elogios de los hombres, ya que ella había trabajado para ayudar a los pobres de la humanidad basándose en el amor por sus semejantes. Al igual que Cristo, ella no había escatimado en esfuerzo; se había dado libremente, sin pedir nada a cambio. Y ahora había llegado una vez más a casa de su padre para cuidar su salud y reponer las fuerzas que había empleado sirviendo a su país. Mientras que en Inglaterra se la invocaba, mientras que cada corazón derrochaba gratitud, ella estaba vagando por los lugares predilectos de su infancia acompañada de sus familiares y amigos, todos ellos agradecidos de que Dios la hubiera invitado a dedicar su vida a los demás en medio de los muchos y grandes peligros que acechaban los tiempos que corrían.

Fue el propio Príncipe Consorte quien sugirió el diseño de la joya que Su Majestad le presentó a Florence Nightingale, quien se había enfrentado a la muerte en la realización de una labor por amor a Dios y a su país, y quien, entre todas las mujeres, destacó por su valentía y entrega.

Las más puras expresiones de la poesía, la religión y el arte estaban plasmadas en este regalo ofrecido por la Reina de Inglaterra.

Una cruz de San Jorge esmaltada con rubíes rojos que destacaba sobre un fondo blanco simbolizando el paisaje de Inglaterra. Rodeado por una banda de color negro, en representación de la virtud de la caridad, se encuentra inscrita una leyenda en color dorado: Bienaventurados los Misericordiosos. El emblema real se expresa por las letras V.R, rematado éste por una corona de diamantes ribeteada en el centro de la cruz de San Jorge, del que emanan unos rayos, también dorados, hacia la esfera de esmalte blanco que representa la gloria de Inglaterra.

Asimismo, un abundante número de ramas de palma, en esmalte verde brillante y con punta de oro, forman el marco del escudo, con bandas en la parte inferior en esmalte azul y con la palabra “Crimea” inscrita en oro. En la parte superior del escudo, entre las ramas de palma, tres estrellas de diamantes representan la luz del cielo arrojada sobre las labores de misericordia, la paz y la caridad, todo ello en relación con la gloria de la nación. En la parte trasera hay una inscripción sobre una tablilla de oro, escrito por Su Majestad, en el que se puede leer cómo esta joya es un regalo de la Reina de Inglaterra agradeciendo a la Srta. Nightingale los servicios prestados al ejército de su país.

La joya tiene aproximadamente tres pulgadas de profundidad por dos pulgadas y media de anchura. Es para ser usada no como un broche o adorno, sino más bien como insignia de una orden. Este regalo iba acompañado de una carta firmada por la propia Reina llena de un profundo sentimiento de gratitud.

Mucho antes de que la Srta. Nightingale dejara su puesto y regresara al hogar, la nación estaba ocupada con la idea de cómo se podría reconocer, de una manera aceptable, la venerable labor que nuestra heroína había realizado. Todos, deberían valorar el trabajo hecho, así como el cambio radical que su heroísmo personal y la valentía con la que se había enfrentado a la opinión pública había hecho mella social, sin olvidar que se trataba de una mujer. Ella había abierto un nuevo campo de acción para los muchos desempleados cuyas vidas estaban siendo abandonadas al más terrible de todos los males: la inactividad.

FOTO 41 Reproducción de la condecoración que la reina Victoria entregó a Florence Nightingale a su vuelta de la guerra de Crimea y el brazalete de enfermera que “el ángel del soldado herido” llevaba en Scutari

Aquellos que conocieron mejor a Florence sabían que para que ella pudiera continuar el trabajo que había comenzado, para que hiciera uso de ese maravilloso poder de organización y mando que sólo los genios poseen, sería necesario reconocer su valía. En un gran encuentro en Manchester, convocado para decidir qué forma debería tener el merecido reconocimiento de la Srta. Nightingale, el Honorable Sr. Sidney Herbert, dijo: Su devoción ha sido realmente intensa, mas no ha sido mayor que el de las otras señoras que la acompañaron, y cuando hablamos de un reconocimiento, deberíamos tener en cuenta no sólo su heroicidad, sino también a todas aquellas señoras de diferentes clases que la acompañaron y asistieron. Ella destaca de entre las demás por la influencia que pudo ejercer sobre el prójimo y por los extraordinarios poderes de organización y administración que ha demostrado. Estas son las peculiaridades de la Srta. Nightingale, que la hacen sobresalir como la persona a quien esta gran reforma de nuestro sistema hospitalario debería ser confiada.
Pero algunos se han opuesto a esto argumentando que si ha hecho tanto por sus hermanos, ¿por qué cargarla con más? Ella es alguien para quien la vida es palpable, para quien la vida es algo profundo. Ella busca su sueño en este país, consistiendo su mayor deseo en poseer unas tierras apropiadas para desempeñar su labor apropiadamente. Ella apreciaría más tener trabajo que escuchar halagos por su obra. Quiere los medios para continuar con su tarea, y considero este encuentro realmente importante porque sé el lugar que ocupa Manchester en Inglaterra y sé cuánto alcance tendría este acto para extender el ejemplo dando testimonio de la obra y de la enorme influencia de la Srta. Nightingale quien, sin duda, es merecedora de la gratitud de toda una nación a la cual ella ha prestado tan devoto servicio”.

Otras voces se alzaron en público y en privado para concienciar de la misma idea a un gran número de personas. No por ella, sino por su trabajo; para romper la vieja rutina y establecer un nuevo orden de cosas y hacer que la institución fuera un ente duradero. Las palabras se repitieron de norte a sur de Inglaterra en sucesivas reuniones.

FOTO 42 Florence Nightingale y Alexis Soyer, visitan un cementerio militar cercano a un hospital militar en Crimea (dibujo de la época)

En lo que se refiere a las aportaciones económicas, se aprobó una resolución que dictaba que, en la medida de lo posible, se debería mostrar un aprecio universal hacia la obra de la Srta. Nightingale desde asociaciones más que a título individual. El asunto principal era que la nación debería reconocer su obra; poco le importaba al pueblo qué forma tomaba ese tributo de amor y gratitud, con tal de que el mundo viera que Inglaterra sabía cómo honrar a alguien merecedor de los más grandes honores. Mas todos estaban de acuerdo en un punto: que se le debería permitir total libertad de acción para que hiciera lo que ella creyera mejor sin verse obstaculizada por el sectarianismo o la voluntad de los demás. Ella había demostrado con creces ser poseedora de la fe y la confianza que infundían las siguientes palabras: “Bendito seas, pues estaba hambriento y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, estaba enfermo y me visitaste”.

Y así ocurrió que la totalidad del pueblo inglés, tanto ricos como pobres, huérfanos al igual que viudas cuyos padres y esposos habían recibido ayuda y amor de nuestra protagonista, hicieron sus aportaciones además de ensalzar la figura humanitaria de esta mujer. La Srta. Nightingale recibió un total de cincuenta mil libras para fundar un hogar que llevaría su nombre y donde otras mujeres aprenderían a asistir a los enfermos tan sabiamente como ella había hecho; con el mismo espíritu de amor y sacrificio y siempre recordando las palabras de su Señor y Maestro: Lo que hagáis a los demás a mí me lo hacéis.

FOTO 43 Adiós. Hay lágrimas por todos los que mueren

CAPÍTULO X

ADIEU

Hay lágrimas por todos los que mueren,
Desconsuelo ante la tumba más humilde;
Las naciones engrandecen el grito desgarrado
Y la victoria llora por los valientes.

Para ellos es el más puro suspiro de dolor
Enviado sobre el seno del oleaje;
En vano sus huesos reposan sin cubrir,
Y la Tierra entera se convierte en su monumento”.

Así sucedió que, antes de acabar el año 1856, uno de los mayores campos de batalla de Europa se encontraba desierto. Donde el rugir de los cañones había resonado durante tanto tiempo, donde tantos corazones nobles habían dejado de latir, el silencio y la paz reinó.

Antes de que Florence Nightingale abandonara el escenario de sus labores, dejó su sello con una señal eterna. En las alturas de Balaclava, donde la valentía y heroísmo ingleses habían brillado tanto ante toda Europa, Florence hizo erigir una enorme cruz sobre la cual fue inscrito: “Señor, ten piedad de nosotros.

Este fue su último adiós a la tierra donde había trabajado durante dos años. Para la Divina Misericordia ella se había entregado en cuerpo y alma a su trabajo: el cuidado de las almas de los vivos y los muertos que el Señor había puesto en sus manos. Los marineros, según navegaban por la zona, podían ver la cruz elevarse al cielo, trayendo a su memoria el amor y la bendición de esta heroica mujer. A lo largo de las orillas del Mar Negro, en las debilitadas llanuras de Crimea, con ruinas que atestiguan el paso del tiempo, la vida tomó su aspecto cotidiano tras la evacuación de las tropas. Tanto los franceses como los ingleses estaban impacientes por abandonar aquel lugar, y su salida fue efectuada con rapidez, hacia el final del verano y principios del otoño de ese mismo año de 1856. Todo lo que dejaban atrás daba testimonio de la feroz lucha que había sido librada allí: hileras de tumbas con sus monumentales cruces y pesadas losas en el cementerio situado en la parte baja de los acantilados del Mar de Mármara. Mientras los soldados permanecían en las cubiertas de los grandes buques que les llevaban de vuelta a sus hogares, muchos alzaron su mirada para contemplar las tumbas de los compañeros caídos brillando bajo el sol.

Es un hermoso lugar, solemne sobre las azules aguas, a mitad de camino, por así decirlo, entre la tierra y el cielo. Un lugar sagrado para el sentir del pueblo de Inglaterra que perdurará de generación en generación. Una nación agradecida siempre mostrará su máximo respeto por un lugar donde yacen nuestros héroes esperando el momento de la Resurrección. Los paseantes andarán entre esas filas de tumbas leyendo sus nombres, a duras penas legibles a veces, con sentido pesar. Los muertos son siempre jóvenes, nunca envejecen cuando reciben el último adiós, por lo que quedarán en nuestro recuerdo. El tiempo pasa por ellos, pero es mejor levantar nuestros ojos al cielo y tratar de recordarlos no como fueron, sino tal y como son ahora, moradores de la casa del Padre.

El esfuerzo que la Reina Victoria y su gente realizaron por hacer perdurar estos héroes que cayeron en la guerra de Crimea en la memoria colectiva, es una lección que la Historia nos enseña. Más no hay mención alguna de que la vida acabe para ellos. Un cristiano de corazón y alma fue quien diseñó ese camposanto, digno de Inglaterra y de nuestra Reina. Nuestro dolor permanece vivo gracias a nuestra esperanza. La vida acababa de comenzar para aquellas personas cuyos cuerpos ahora sin vida se mezclan con el sonido de las olas emergentes del mar que se extiende majestuoso. El testimonio está ahí para aquellos que lo sepan apreciar.

Una base cuadrada de mármol, rematada por cuatro figuras de ángeles alados, y entre ellos, la solidez de una gran columna que se eleva hacia el cielo”.

Allí está, hablándonos de las jóvenes vidas; no perdidas, sino llamadas antes de tiempo. Haciendo que nuestras almas se alcen hacia el cielo con ese extraño anhelo; más allá de la tierra y sus campos de batalla, a través del umbral de la muerte hasta la vida eterna. Tal es la esperanza Cristiana.

Allí permanecen nuestros muertos, bajo la gloriosa luz del sol. El brillante cielo de oriente, la tranquilizadora luz del astro rey y los rayos plateados de la luna no son suficientes para disipar la profunda oscuridad de esa masa de solemnes cipreses. Paseando por su sombra uno siente como si la vida y la luz fueran desconocidas. Los alegres cantos de los pájaros, el zumbido de los insectos, el eco del mar, todos parecen ahogados por la muerte; el efecto es terrible y sorprendente.

De este cementerio hay una inquietante leyenda que puede interesar a nuestros lectores. Dice lo siguiente:

Miles de aves del tamaño de un tordo frecuentan las oscuras sombras y revolotean sobre las tumbas, aleteando silenciosamente desde ese mar de tormentas, el mar Negro, hacia el calmado Mar de Mármara, donde regresan de su vuelo, a menudo en contacto con los mástiles de los buques que navegan por debajo de ellas.

FOTO 44 Graves With Monumental Crosses And Slabs

Nunca se las ha visto dejar de volar o alimentarse, y nunca se ha escuchado su canto; toda su vida parece reducirse a volar de un mar a otro. Nadie ha descubierto aún con exactitud qué tipo de aves son estas fantasmagóricas errantes, ya que se afirma que nunca se ha visto a una sin vida. Los musulmanes tienen tal veneración por ellas que no permitirían su muerte. Todo lo que se conoce de ellas es que tienen un plumaje oscuro y tonos azules en el pecho.

Durante el tempestuoso clima que con frecuencia perturba las olas del Bósforo, cuando estas aves ya no pueden volar en medio del aire del desierto, se dirigen a tierra y se refugian entre los densos cipreses. En estos momentos, cuando la tormenta ruge y el mismísimo Bóreas aparece desatado vertiendo destrucción sobre los muchos buques que se agolpan sobre las aguas, estas aves emiten un sonido alto; no un sonido melodioso o suave, sino una especie de fuerte grito agónico. Este inquietante sonido ha llevado a los turcos a asegurar que se trata de almas condenadas tras haber vivido una vida desgraciada en este mundo, incapaces de descansar junto a las tumbas de sus hermanos”.

A menudo los pensamientos de aquellos que navegaron de vuelta a casa se centraban en aquel lugar de descanso Cristiano, donde tantos camaradas y amigos dormían su último sueño. Cuántos recuerdos: una flor, una piedra, fueron llevados a casa de los sufridos familiares, quien llenos de agradecimiento lloraban su recuerdo con orgullo y dolor. Mas la alegría fue, sin embargo, el sentimiento primordial. Francia e Inglaterra se regocijaron dando la bienvenida a casa a sus héroes, ambos países en unión haciendo honor a sus soldados. En el seno de muchos hogares franceses, la Cruz de la Victoria era orgullosamente llevada, y condecoraciones francesas eran igualmente portadas por el ejército inglés. Pero nada podría haber sido más conmovedor que cuando, por propia petición, la Reina otorgó las medallas en señal de reconocimiento por su valentía y honor. Con su intuitiva delicadeza, nuestra Reina entendió que tanto sufrimiento y esfuerzo había sido en servicio de su país y de ella misma. Optó entonces por encargarse en primera persona de hacer entrega de las condecoraciones; y así, con sus dos hijos pequeños a su lado, esperaba recibir a sus héroes. Demacrados, de semblante pálido, mutilados y lisiados; para los oficiales y soldados rasos por igual, la Reina tuvo una palabra amable de condolencia que emocionaba a los presentes. En ocasiones, se vio a más de un soldado ruborizarse ante tanto elogio por llevar sobre su pecho más de una merecida medalla, pero siempre con modestia y humildad.

FOTO 45 Queen Victoria Distributing Crimean Medals

Leemos en un documento de la época:

La Reina se dirigió rápidamente a Portsmouth para atender al octavo regimiento de húsares que acababa de llegar de Crimea. Pasaban junto a Su Majestad lentamente, seguidos por ciento cincuenta inválidos de su mismo regimiento, además de cuatro omnibuses repletos de aquellos incapaces de caminar”.

Hubo encuentros celebrando la paz en todo el territorio. En el Palacio de Cristal, el Monumento a Scutari, obra del Barón Marochetti, y el Trofeo de la Paz fueron inaugurados en presencia de la Reina, rodeada por una guardia de soldados que habían servido en Crimea, cada uno de ellos portando su medalla. El Trofeo de la Paz representa una gran figura alegórica de la Paz bañada en plata y oro, con una rama de olivo real en la mano derecha. ¡Paz! ¡Paz! resonaba en todo el país, desde el palacio más fastuoso a la más humilde cabaña. No hubo pueblo que no acogiera a su héroe, extendiéndose los comentarios llenos de admiración por aquellas mujeres que habían cuidado y atendido a los necesitados.

Con estas circunstancias, no es de extrañar que la Fundación Nightingale prosperara. Las cincuenta mil libras entregadas a la Srta. Nightingale para la fundación de una “Escuela de formación para personal de Enfermería”, era la muestra más evidente del aprecio que la nación podía ofrecerle. Se estipuló que no se deseaban grandes donaciones, siendo sin embargo bienvenidos sencillos donativos de aquellas personas más humildes. El amor iba a ser la piedra angular sobre la que el nuevo sistema sería construido. El amor implica sacrificio, pero no es visible, a veces incluso apenas se siente. La alegría de dar y el poder de implicación son el fruto del verdadero amor, siendo éste de tan delicada textura, tan hermoso, que aporta una infinita alegría tanto al que da como al que lo recibe.

Un “Hogar” de donde todo lo puro y bueno debería emanar; donde las mujeres deberían seguir adelante llevando con ellas la luz del conocimiento y el poder, así como el amor, para arrojar claridad sobre los lugares oscuros de la tierra de la misma forma que ella, su fundadora, había llevado la lámpara a través de las oscuras salas del Hospital de Scutari. Tal fue el propósito del “Hogar Nightingale”.

CAPÍTULO XI

IN MEMORIAM

La verdadera dignidad de una mujer es inexpugnable.
Tanto, que la acompaña discretamente desde su nacimiento
hasta sus últimos días”.
Srta. Nightingale.

Desde el momento de su regreso a Inglaterra, después de la campaña de Crimea, la vida activa de la Srta. Nightingale se podía considerar concluida. Desde entonces se mantuvo confinada en su habitación, a veces incluso durante semanas. Pero a pesar de su debilidad física, su espíritu y su corazón se encontraban aún dispuestos a continuar el trabajo que había comenzado. En la medida de lo posible, seguía trabajando desde su sofá, respondiendo a las numerosas cartas que continuamente le llegaban. Un asesor que trabajaba para ella decía: “La Srta. Nightingale apenas dispone de diez minutos al día para su descanso”.

Pero ahora, al igual que en días pasados, ella huye de la vida pública, resultando muy complicado obtener cualquier detalle al respecto. Espere hasta que ya no me encuentre en este mundo antes de contar mi vida, dijo a su asesor en una ocasión.

Entiendo que yo, como autora de este libro, esté haciendo caso omiso de esta petición; pero es sólo en lo que se refiere a su faceta pública; de su aspecto privado se sabe más bien poco.

FOTO 46 Vuelta al Hogar

Su obra pertenece a la Historia, y la Srta. Nightingale no puede esperar que su obra sea pasada por alto. Las futuras generaciones de enfermeras y mujeres no pueden permanecer sin saber los buenos servicios que prestó al prójimo. Es lógico que se opusiera al mal uso que se podría hacer de la información relativa a su vida cotidiana, ya que cualquier mujer rechazaría la idea de ver dichos datos tergiversados o siendo objeto de una curiosidad ociosa. Pero la admiración hacia su persona y el deseo de dar a conocer su obra para que otros sigan su ejemplo, es algo diferente, a lo que ella no se pudo oponer.

Existe algo atrayente en el hecho mismo de que ella no es un mito, sino una persona de carne y hueso. Podemos hablar con amigos que la conocen, con pacientes a los que ella cuidó, que la han visto ayudar y atender a los necesitados. Más una cosa es cierta, Florence Nightingale no es un simple nombre, sino que sigue viviendo entre nosotros.

Pareces la misma en cuerpo y alma,
Tu sonrisa brillando con la misma intensidad;

En tu rostro sosegado nada resulta extraño.
Y cuando de tus labios fluyen
Tus serenas palabras, sé
Que tu sabiduría permanece intacta”.

Su figura sigue siendo honrada y amada después de treinta y cinco años de haberse alejado de la vida pública. Todo comenzó el día en que dejó su hogar con su equipo de enfermeras para ir al rescate de los hijos de Inglaterra que caían en tierra ajena defendiendo su país.

Florence pertenece a su país de la misma manera que lo hacen sus soldados, por lo que, si Inglaterra espera que cada hombre haga su labor, la misma norma debería ser aplicada a las mujeres. Florence Nightingale comenzó el camino enfrentándose a toda clase de prejuicios, sin olvidar la controvertida cuestión sobre los derechos de la mujer, pero demostró hábilmente que hay trabajo que la mano de un hombre no puede hacer, que nuestro poder reside en el amor y la condescendencia, que la incuestionable ley de Dios es el pilar principal sobre el que se apoya la entrega a los demás. Es en el amor precisamente donde reside nuestra fuerza, pues él ha gobernado el mundo desde su creación para bien o para mal, y la lección que Florence Nightingale se ha esforzado en enseñar a las mujeres del siglo XIX es esta: que el amor y el trabajo unidos tiene un enorme poder; fortaleciendo a los débiles y ayudándonos a superar las dificultades. Es, en esencia, un intercesor entre la vida y la muerte. Florence escribió prolíficamente sobre todo lo relacionado con la salud y las condiciones sanitarias en Inglaterra y en el extranjero. En sus Notas sobre Enfermería, obra enfocada a las clases trabajadoras, quedan establecidas las reglas más básicas sobre cómo ayudar a los desvalidos para aliviar el sufrimiento y cómo convertir la habitación del enfermo en un lugar agradable y cómodo, asunto éste último por desgracia desatendido muy a menudo por falta de conocimientos.

Su gran obra literaria, a la que le dedicó la mayor parte de su tiempo y atención, es Notas sobre cuestiones que afectan a la salud, la eficiencia y la Administración Hospitalaria del ejército británico. En este trabajo, Florence fue capaz de expresarse con autoridad, ya que está basado en su propia experiencia durante las guerras. Notas sobre hospitales, publicado en 1863, también fue escrito con perfecto conocimiento debido en gran medida a sus viajes al extranjero, donde aprendió a apreciar los diferentes aspectos organizativos. Posteriormente, enfocó su trabajo en hablar de la India, su condición sanitaria y las posibilidades de vivir allí. Vida y Muerte en la India, escrito de su puño y letra, fue un documento leído en la Asociación Nacional para la Promoción de las Ciencias Sociales en Norwich en 1873.

A menudo se dirige a los que siguen sus pasos, valorando su esfuerzo y alentando su perseverancia en el camino de sacrificio que han elegido. Leyendo lo que ella ha escrito, uno siente qué profundamente se identifica con aquellos a los que ayuda; haciendo suyas sus dificultades, suyas, también, sus decepciones. Es precisamente esta certeza de ser plenamente comprendido lo que añade valor a su enseñanza.

De hecho, es esta idea la que hizo que el pueblo inglés deseara que el trabajo de Florence Nightingale no cayera en el olvido; sino que, por el contrario, creciera y siguiera dando frutos. Así, una de las alas del Hospital de St. Thomas se ha dedicado a la formación de enfermeras del hospital. Las cincuenta mil libras donadas por el gobierno se han destinado a este fin: la fundación del “Hogar Nightingale”.

Resulta muy curiosa la historia del lugar sobre el que se alza el actual Hospital de St. Thomas. Conocemos bien esos enormes bloques de piedra a lo largo de Westminster Bridge, y, por extraño que pueda parecer, desde tiempos inmemoriales ese lugar parece haber sido elegido como el más idóneo para llevar a cabo la construcción de obras benéficas. Releyendo entre viejos documentos hemos dado con unos grabados que revelan que, poco después de la conquista, un convento fue erigido en el mismo lugar donde actualmente se encuentra el “Hogar Nightingale”.

FOTO 47 ST. Thomas Hospital, London 1872

Una piadosa mujer llamada Mary, quien había amasado una gran fortuna al heredar un barco de pasajeros que surcaba el Támesis, aportó una importante cantidad de dinero para la construcción de este Hogar. “Recordemos que en aquella época no había puentes sobre dicho río”. Durante casi doscientos años el Hogar prosperó, pero en 1212 fue destruido en un incendio. Al año siguiente, una casa de acogida fue erigida en aquel mismo enclave para los niños indigentes y necesitados. No sabemos exactamente cuánto tiempo se mantuvo en pie esta nueva construcción, pero lo que sí sabemos es que el siguiente cambio fue realizado por el obispo de Winchester, quien instaló en este lugar su residencia debido a la salubridad del aire y pureza del agua. Estaba rodeado por majestuosos árboles y amplias praderas. Aquí, dicho obispo fundó un hospital con un completo equipo humano parta atender a los enfermos y a los pobres. Es probable que las cosas continuaran así hasta la Reforma, cuando un nuevo orden fue instituido. Todavía hoy hay una sensación de que este espacio, antaño tan agradable con amplios prados y árboles agitando sus ramas al lado del río, haya sido el centro de una gran ciudad con una creciente población. Cuando el antiguo Hospital de St. Thomas fue derribado, los métodos que habían sido empleados en su construcción, muy valorados por la Srta. Nightingale, fueron tenidos en cuenta a la hora de construir nuevos edificios, y, de hecho, uno de aquellos enormes bloques de granito forma hoy día parte del “Hogar Nightingale”.

En un principio, dicho Hogar fue inaugurado en Surrey Gardens bajo la supervisión de la Sra. Wardroper. La actual dirección corre a cargo de la Srta. Crossland, quien lleva diecisiete años al mando de dicha institución. Una breve conversación con esta mujer basta para darse cuenta del profundo interés que muestra por su trabajo, así como hasta qué punto se encuentra implicada en él, aplicando los conocimientos y el mismo espíritu de cooperación de la Srta. Nightingale. El Hogar tiene un amplio recibidor con preciosas flores que dan la bienvenida al visitante.

Sobre la puerta que conduce a la sala de estar de las enfermeras puede leerse:

El verdadero amor es condescendiente y benévolo,
No es egoísta ni altanero,
No se comporta indecorosamente,
Ni es desafiante o suspicaz”.

Un reloj donado por la Gran Duquesa de Baden y un busto de Sir Harry Verner, Presidente del Consejo, ocupan la pared lateral. Más adelante, encontramos un busto de mármol de la Srta. Nightingale, pero lo más impresionante es una figura a tamaño real de nuestra heroína, cuidadosamente protegida por una vitrina. En esta figura, podemos contemplarla ataviada con el uniforme de enfermera que vistió en la guerra de Crimea y portando la lámpara con la que tenía costumbre caminar por las salas del hospital para comprobar que las órdenes de los doctores eran cumplidas y supervisando el estado de los pacientes.

La mujer de la lámpara. Con estas palabras es como Florence Nightingale pasará a la posteridad. En esta misma entrada, ocupando la pared central y ante la inscripción ya mencionada, se encuentra su último donativo de Navidad para el hogar, un lema con las siguientes palabras:

Que las manos que trabajan y los ojos que ven,
Reciban la sabiduría del amor celestial,
Los enfermos, los débiles y los fuertes
Te elogiarán por siempre, Señor”.

A un lado del recibidor, se encuentra la habitación privada de la supervisora, una habitación pequeña y humildemente amueblada. Hay treinta y cuatro novicias, disponiendo cada una de ellas de su propia habitación, que se distribuyen entre los diferentes pabellones.

Estas mujeres asisten a conferencias y reciben instrucción sobre todo lo necesario para convertirse en enfermeras eficientes. En una capilla anexa al edificio, sobre el altar, encontramos una pintura que representa “La resurrección de la hija de Jairo”, obra de Horsley.

Año tras año, grupos de mujeres se van formando en este Hogar. Un Hogar del que salen apreciando su trabajo, sin la sensación de que la vida es dura, y sonriendo ante la idea del sacrificio que un día decidieron asumir. Su recompensa viene dada al comprobar cómo lo aprendido da ahora sus frutos: numerosos casos de recuperación gracias a los cuales muchos hogares se salvaron del triste estado de la viudez y la orfandad, llenándolos de vidas que se creían perdidas y abandonadas al dolor y el sufrimiento.

Y así, cuando llegue su hora, cuando las sombras de la noche se reúnan a su alrededor mientras la luz de su lámpara palidece, un fulgor celestial brillará aún con más fuerza hasta que finalmente las puertas del cielo se abran y la voz de su Maestro la invite a adentrarse en el reino del descanso eterno.

FOTO 48 Oficial de caballería británico en la Guerra de Crimea

CAPÍTULO XII

CONCLUSIÓN

Un camino de problemas, pero una vida de verdad.
Un ancla, un faro y un guía: la esperanza”.

Está escrito que El hombre, con su poder, reinará sobre la tierra, y a través de su conocimiento, manejará incluso los elementos a su antojo. Por sí solo, el ser humano se habría convertido en un poderoso ser demoníaco. Con cada vez más ansias de poder y orgullo, se convertiría en otro Lucifer desafiando a su Dios. Pero la mujer, en su debilidad terrenal, es sin embargo espiritualmente poderosa, y su destino es controlar mediante lazos de afecto las mezquindades del hombre y guiarle a través de la vida. Así se mantendrá viva esa virtud celestial por encima del vicio terrenal hasta el triunfo final que se hará visible bajo el resplandor del omnipresente Espíritu Santo.

Es un hecho que, a través del amor, la condescendencia y la bondad, Florence Nightingale gobernó los corazones y las mentes de los hombres, y aún hoy día los gobierna. La influencia de su enseñanza se hace evidente a cada paso. Sólo necesitamos caminar por las calles de Londres para encontrarnos con mujeres de aspecto saludable y bien ataviadas, con una sencilla forma de vestir; generalmente una capa larga que cubre un vestido de algodón y un delantal blanco. Se trata de las Enfermeras de la Nueva Escuela. Tal vez no se trate de enfermeras pertenecientes a la escuela Nightingale, ya que su labor está principalmente enfocada a los hospitales públicos, a las enfermerías y a asistir a los enfermos en sus hogares, pero los principios son los mismos.

Antes de hacer público este libro, me parece justo para con la Srta. Nightingale y con la nación inglesa mencionar que deberíamos valorar el trabajo de esta maravillosa mujer cuya herencia perdurará en las generaciones venideras.

Ya hemos hablado sobre la fundación del Hogar Nightingale en el Hospital de St. Thomas, pero puede resultar interesante conocer los requisitos necesarios para ser aceptada en dicha institución. No son, bajo ningún concepto, personas vulgares, sino que sus candidaturas son previamente estudiadas en una audición de carácter privado por la Srta. Crossland, la apreciada hermana del Hogar Nightingale. Según sus palabras:

Las candidatas de grado superior son mujeres con una sólida educación y saber estar. Serán hijas de hombres reputados como párrocos, oficiales, médicos o mercaderes de la clase alta de la sociedad y con una edad comprendida entre los veintiséis y los treinta y siete años. Por otra parte, las candidatas de grado medio deberán ser inteligentes, bien educadas, de entre veinticinco y treinta y cinco años, hijas de granjeros, mercaderes o artesanos de un nivel social aceptable. Es requisito indispensable que estas últimas solicitantes sean inteligentes y bien educadas con el fin de asimilar correctamente los conocimientos adquiridos por parte de los doctores. De esta manera, llegarán a comprender el porqué de los métodos empleados, más que actuar de una forma mecánica.

Deben aprender a observar y elaborar un diagnóstico acertado del paciente. Deben ser personas limpias y minuciosas con su trabajo y saber valorar hasta los más pequeños detalles de todo aquello que ocurra a su alrededor.
Un buen estado de salud es esencial, así como la paciencia y la perseverancia. Digno es de mención que, tras varios años de servicio, puedan optar a formar parte del grupo de enfermeras del grado superior.
Puede parecer extraño que, a pesar de que el número de solicitantes de la categoría de grado superior es mayor en proporción al número de vacantes de la misma, no resulta tan fácil conseguir aquí candidatas idóneas como en la categoría de grado medio. Se requiere que las candidatas de grado superior sean instruidas para la futura dirección de hospitales o los departamentos de los mismos. De ahí que el número de requisitos sea considerable. Primero deben asimilar las funciones de una enfermera hasta encontrarse capacitadas para dirigir a las demás enfermeras que van a estar bajo su mando.

Queremos mujeres de entre veintiséis y treinta y siete años que lleguen con el firme propósito de trabajar, sin compromisos sentimentales y provistas de una cualidad poco habitual hoy en día: el sentido común. Cuantos más conocimientos posean sobre las tareas del hogar, mejor. Deberán acudir a nosotras dispuestas a sacrificarse por los demás, pero sin ver ese sacrificio como algo impuesto, sino como una labor en sí. No deben olvidar que, aquellas que cumplan satisfactoriamente las normas existentes, serán después las mejor capacitadas para dictar sus propias normas a aquellas que estén a sus órdenes. El trabajo será, a veces, desagradable; característica que conlleva el cuidar de los enfermos. Deberán, pues, estar preparadas también para esto. Asimismo, sabrán convivir con sus compañeras enfermeras, hermanas superiores y matronas sin mostrar signos de superioridad, ya que todas formamos una misma comunidad. En ningún caso la inteligencia y discreción deberán estar por encima del sentimiento de condescendencia y respeto que se deberá mostrar por todos aquellos en contacto con ella: sus superiores, sus compañeras y sus pacientes.

Deberán ser buenas mujeres, saludables, de firme propósito, de mentes cultivadas, resueltas y con un espíritu de abnegación, dispuestas a aprender y obedecer y, cuando las circunstancias lo requieran, capaces de organizar, supervisar y administrar siempre pensando en la buena causa.
Queremos mujeres que sean conscientes de que han venido a este mundo para algo más que para satisfacer sus necesidades, que sientan que la vida no merece ser vivida a menos que se haga el esfuerzo por hacer de este mundo un lugar mejor. Aquellas mujeres de educación limitada, poca experiencia y escasa capacidad de asimilación, resultan inadecuadas en la consecución de esta meta”.

FOTO 49 Florence Nightingale fundó en Londres la famosa Escuela Nightingale para la Formación de Enfermeras, en el St. Thomas Hospital, dignificando así esta profesión

Tras leer esto, uno no puede evitar esbozar una sonrisa.
Puede parecer excesivo; sin embargo, ella entendía que estos requisitos eran los que conformaban a la mujer ideal. Hay entusiasmo y sentido común en cada palabra, y ella estaba convencida de que su causa así lo requería. De la misma manera que Elías cubrió con su manto a Eliseo, el papel de la Srta. Nightingale había caído sobre los hombros de la Srta. Crossland. Habría resultado imposible encontrar a alguien más apropiada y acorde con el espíritu de la fundadora que ella, seguidora del Hogar Nightingale. Al hablar con la Srta. Crossland, una se da cuenta del admirable grado de implicación que esta mujer tiene para con sus principios del Hogar Nightingale. Sus frases resultan claras y directas, sus formas exquisitas y siempre apropiadas.

Los informes anuales confirman que su obra es altamente apreciada; es un cargo muy complicado y poco gratificante sujeto, a veces, a situaciones difíciles. La duración del proceso de aprendizaje de una candidata es de un año. Al término del primer mes desde la fecha de ingreso, cada mujer debe realizar un escrito como el siguiente:

Al presidente del Comité de la Fundación Nightingale:

Muy Señor mío,
Estando ya familiarizada con los deberes de enfermera, me veo capacitada para, una vez concluido el periodo de preparación de un año, comenzar mi trabajo en un hospital público o enfermería. El período sería de al menos tres años en concordancia con lo asimilado en la Fundación Nightingale y podría continuar ejerciendo mi labor en aquellos asuntos que el comité considere apropiados, siendo mi intención de ahora en adelante dedicarme plenamente al trabajo en el ámbito hospitalario.
Entiendo, además, que deberé comprometerme con esta causa de manera exclusiva durante este período de tiempo, así como notificarle cualquier incidencia de antemano”.

FOTO 50 Florence atendiendo a los soldados heridos. En el museo londinense que lleva su nombre se muestra su titánica labor en los hospitales de Crimea

Puede resultar interesante a nuestros lectores saber que, desde la apertura del próspero Hogar Nightingale en junio de 1860 hasta el treinta y uno de diciembre de 1889, nada menos que mil cinco candidatas fueron admitidas, seiscientas dos de las cuales desempeñaron su labor en hospitales públicos tras completar el período de prácticas de un año. Únicamente solteras o viudas son admitidas, hecho éste en el que observamos la influencia del Pastor Fliedner, quien dictaminó, a su vez, otros muchos requisitos con referencia a las características de las solicitantes. En referencia al informe oficial de 1889, descubrimos que el personal de enfermeras del hospital St. Thomas sumaba ochenta y cinco mujeres, habiendo sido todas ellas instruidas en la Fundación Nightingale, además de ciento cuatro que trabajaban en hospitales públicos y cuarenta y cinco desarrollando sus funciones como matronas o supervisoras de otras enfermeras. De un humilde inicio se ha obtenido un gran resultado.

El fruto de aquella semilla seguirá reuniendo fuerza y reconocimiento social. Allí, en la orilla del viejo Támesis, se encuentra el Hogar del cual nobles mujeres de gran corazón son diariamente instruidas para mitigar, en la medida de lo posible, el sufrimiento del que la raza humana es heredera.

“Las Nightingales”, así eran afectuosamente llamadas durante aquella dura y larga campaña. Con este nombre tan melodioso como el canto de los pájaros y tan dulce como el aroma de las flores, se reconocía en cada corazón inglés a este tan entregado y digno grupo de mujeres. Florence Nightingale, profundamente respetada, permanecerá por siempre en los anales de la Historia considerada digna de toda alabanza, ya que:

HIZO LO QUE SU CORAZÓN LE DICTÓ”.

FOTO 51 Atendiendo a los soldados heridos. Florence Nightingale de mayor

CAPÍTULO XIII

POR FIN EN CASA

Florence Nightingale nunca había sido físicamente fuerte, y la tremenda presión a la que se había visto sometida durante su labor en Crimea había hecho mella en su salud. Aunque su vida se prolongó mucho más allá de lo que sus amigos se atrevieron a pronosticar, ella siempre fue de naturaleza delicada. Fue esto mismo lo que la llevó hasta un discreto retiro, un retiro que evitaría asimismo el mal trago que suponía ser el centro de toda admiración pública. Pero resultaba imposible olvidarla. El halo que rodeaba su nombre desprendía una luz que no podía ser obviada. Y aunque los periódicos de la época se interesaban por ella, los reporteros tenían prohibido entrometerse en los asuntos privados de su vida. No podía considerarse como auténtico todo lo que publicaban; todas las personas de la zona reconocían su imagen de mujer dulce con una lámpara en la mano dando de beber a un soldado herido, y era como si, al observar dicha imagen, estas Divinas palabras llegaran a la mente: “Todo lo acontecido en Crimea debería ser difundido por el mundo y todo lo que ha hecho esta mujer debería ser contado para servir de ejemplo”.

Sin embargo, esos largos años de duro trabajo no resultaron en vano. Como ya hemos dicho, sus sabios consejos y sus palabras de ánimo siempre llegarían a quien los necesitara, y mediante cartas a instituciones nacionales sobre temas sociales continuó diseminando los principios con los que había trabajado y de los que había obtenido tan generosos resultados. Mientras, el casi misterioso silencio que rodeaba sus idas y venidas sólo servía para reforzar e incrementar la belleza de sus palabras de aliento. Cuando hablaba, era como si lo hiciera una voz que nos llegara del otro mundo; una voz que todos escuchaban con respeto.

Florence Nightingale era uno de esos extraordinarios ejemplos de mujeres a quien toda la gente de cualquier escala social le rendía honor. No importaba qué distinción le diera el Rey o la nación, todo se le quedaba pequeño: la Cruz Roja de la reina Victoria, la Distinción de Dama de Gracia de la Orden de San Juan de Jerusalén otorgada por el Rey Eduardo; en noviembre de 1907 se le concedió la Orden del Mérito; el alcalde, como ya hemos dicho, le ofreció la gran distinción en su campo y, el día de su noventa cumpleaños, el Rey Eduardo VII, le felicito personalmente, mientras que amigos y admiradores le agasajaron con regalos y flores. Sin duda, estos últimos reconocimientos le alegraron el corazón ya que ella había nacido en la tierra de las flores.

Tres meses después, el 13 de agosto de1910, Florence Nightingale cerró sus ojos y se durmió para despertar en ese otro mundo que su alma había ansiado en aquellos últimos años de su vida terrenal.

La muerte llegó por fin y un extraño sentimiento inundó los corazones de toda la nación cuando la triste noticia fue extendiéndose: “Florence Nightingale ha muerto.” Poco antes, la noticia de la muerte del rey había causado gran dolor y consternación. Ambos habían sido trabajadores, no para ellos mismos, sino para los demás, para su país y para la gente que amaban. El Rey había muerto rodeado de sus súbditos, Florence yacía en su pureza, respondiendo a la llamada del ángel.

Así que, coronada con honores, se despidió de este mundo, mas no de los corazones de sus semejantes. Allá reinará sobre todas las cosas, no tendrá rival; quizás la Reina que la quería y respetaba, y quien la seguía en aquellos oscuros días de Crimea esperando noticias de nuestros queridos soldados.

Hemos hecho mención del silencio que la rodeó durante los últimos años de su vida; pero cuando nos abandonó se rompió este silencio. Hubo un clamor de voces que hablaban de la bondad incondicional de sus actos para que no fuese olvidada. Que sus restos mortales debieran descansar en Westminster Abbey, junto a los grandes hombres y mujeres del país “poetas, guerreros, filántropos y demás respetables” era el deseo natural de la nación, mas no el suyo. Ella no se veía a sí misma como los demás la veían; era Dios y no ella quien la había dotado de esa inspiración, y a Él había entregado su gloria.

Florence conocía el corazón de la gente, sabía cómo la querían, cómo la aclamaban para que permaneciera eternamente entre ellos, pero ella se preocupaba por su propia gente y el hogar de su infancia. Yacer junto a sus padres, alejada del mundo ruidoso, en el campo, es lo que más deseaba. Y tan solemnemente hizo saber este deseo, que se le respetó hasta su muerte, y Londres la dejó ir.

FOTO 52 El retrato que le hizo su hermana Parthenope, cuando tenía treinta años

Lágrimas, no de dolor, sino de alegría, se derramaron al paso de su cortejo fúnebre por las calles de la ciudad. Las flores que tanto amaba cubrían ahora sus restos mortales. Ocho soldados incondicionales la acompañaban a cada paso de éste, su último viaje. Sobre sus hombros portaban el ataúd cubierto de tela blanca y flores desde el coche fúnebre hasta el hogar que la vio nacer. En la ciudad de Romsey la portaron a lo largo de calles familiares para ella, pasaron por delante de su casa, Embley Park, hasta que por fin llegaron a la vieja iglesia de East Willow. Allí, en la iglesia en la que tenía por costumbre rezar, se encontraba ahora arropada por humildes vecinos que la habían conocido y querido.

En la mañana de la resurrección
El cuerpo y el alma se unen
No más pesar, no más lágrimas,
No más dolor

Una figura apesadumbrada destacaba de entre la multitud en el cementerio, un viejo hombre frágil quien, en las trincheras de Sebastopol, había resultado herido en más de una ocasión; había perdido un ojo y había permanecido durante tres meses en el hospital de Scutari. Él recordaba bien a “la mujer de la lámpara”. Recordaba cómo cada noche recorría el hospital con una lámpara después de que los oficiales médicos marchaban, los soldados intentaban mantenerse despiertos para verla. Llévenme a rezar junto a la tumba que el cielo le ha otorgado, dijo. Y así, lo llevaron.

Aunque por expreso deseo fue enterrada junto a sus padres en el silencio de aquel cementerio, el gran corazón de Londres palpitaba con gratitud por aquella mujer que había destacado por su valentía en la guerra, y Florence, desde entonces, había servido de ejemplo para formar una armada de mujeres que seguirían sus pasos: asistir a los enfermos y confortar a los moribundos.

La lámpara que ella encendía era la luz del conocimiento. En su código moral no había lugar para sentimentalismos; el trabajo, el amor y el conocimiento era a lo que recurría como ejemplo para aquellos que querían seguir sus pasos. Poseía todas las cualidades necesarias requeridas para la labor que ocupaba en la historia del mundo: valor, sencillez y una gran capacidad de organización y diligencia.

Destacaba como una mujer noble, llena de compasión y ternura, como son las buenas mujeres, con fuerza y conocimiento para enfrentarse a dificultades desconocidas. Así que ella ha muerto pero no en la memoria de los hombres, ya que su trabajo permanece imborrable y, día a día, hora a hora, desde las camas de los moribundos y enfermos, los corazones agradecidos se alzan y la bendicen.

Desde la cúpula de la catedral de St. Paul repicaron las campanas y los ciudadanos de Londres se unieron en oración y alabanza, dando gracias a Dios, quien había enviado a esta mujer al mundo como ejemplo hasta que su obra quedó terminada. Él ahora la reclamaba de nuevo.

Una gran multitud respondió a la llamada: enfermeras, soldados y civiles, viejos y jóvenes, todos inclinaban la cabeza en señal de respeto a Florence.

Hay quienes nunca desaparecen de la memoria de los hombres y, sin duda, Florence Nightingale era una de ellas.

En un poema inédito de Sir Edwin Arnold, escrito en su juventud, todo esto queda sencillamente reflejado:

Qué bello es que tu nombre resurja
De entre dos de las cosas más mágicas de la tierra
Una ciudad majestuosa y un pájaro de dulce voz

Qué bello es que en todos los hogares
Donde llega tu historia amable
Y los ojos valientes se emocionan,
Se oigan esos sonidos agradables.

Oh, voz en la temida noche,
Es como escuchar dulces pájaros
¡Oh, fuerte corazón! como una ciudad sobre la colina
Rendida y pálida.

Querida Florence Nightingale,
Te damos las gracias por tu buen trabajo y voluntad.

FOTO 53 Diccionario de Medicina. Editado por Richard Quain, 1886

FORMACIÓN DE ENFERMERAS

La formación recibida por parte de las futuras enfermeras se basa en el principio de comprender no sólo qué hay que hacer, sino cómo llevar a cabo sus obligaciones. Esta formación ha de mostrar la manera de seguir las indicaciones señaladas por parte del médico o instructor, remarcando la importancia del porqué hay que tomar una decisión y no otra a la hora de tratar a un paciente. Resulta de vital importancia la identificación de los diferentes síntomas de una enfermedad y qué indican éstos sobre la misma, así como sus causas.

Un porcentaje de los diagnósticos emitidos por el médico no siempre resultan ser definitivos. Comunicar a la enfermera qué hacer no es suficiente para que ésta perfeccione su praxis, independientemente de los conocimientos previos que posea. Es condición sine qua non que sea capaz de interpretar sus propias impresiones, las cuales deben darle información relevante sobre el estado del paciente. La vista y el oído deben estar entrenados, al igual que el olfato y el tacto, para que su labor pueda desarrollarse satisfactoriamente. La observación podrá madurarse mediante el aprendizaje; sin ésta, la enfermera no sabrá cómo iniciar su trabajo. Mirar al enfermo no es sinónimo de observarle. Se necesita un alto grado de entrenamiento para observar y percibir la evidencia de forma correcta, de modo que pueda comunicarle al médico de manera precisa lo que ha sucedido en su ausencia.

Todo esto adquiere un mayor grado de importancia en los casos en los que el paciente ha sido sometido a una intervención quirúrgica, pues se requiere de un cuidado más exhaustivo. Todo lo aquí explicado adquiere un cariz más meticuloso cuando se trata de niños, ya que éstos no pueden expresarse con la misma claridad que los adultos, siendo en ocasiones incapaces de responder a preguntas que resultarían esenciales para aplicar un tratamiento adecuado. Tanto la vida como la muerte se encuentran en manos de quien es capaz de observar cada pormenor, cada detalle significativo. Sin un poder de observación correctamente ejercitado, ninguna enfermera puede ser de plena utilidad a la hora de informar al médico, ya que ni siquiera ella misma podrá transmitir sus impresiones de forma veraz. Mientras que la observación indica cómo se encuentra el paciente, la reflexión nos dice qué hay que hacer, siendo la formación la que nos indicará cómo se va a actuar. La capacitación y la experiencia son, no cabe duda, necesarias para enseñarnos cómo observar, qué observar, cómo pensar y qué pensar. La observación nos muestra los hechos, mientras que la reflexión nos ayuda a interpretar el significado de los mismos. La reflexión necesita, asimismo, una ejercitación previa, al igual que la observación; de lo contrario, el personal de enfermería no entrenado fácilmente cometerá errores que podrían resultarán fatales. Es entonces cuando se podría caer en la equivocación de culpar al médico o, peor aún, hacer a Dios responsable del desgraciado final de un paciente.

La voluntad de Dios es valorar realmente la labor de nuestras enfermeras, de quien dependerá en muchos casos la plena recuperación o no de un paciente. Acatar las órdenes significa saber interpretarlas y, por supuesto, cumplirlas. Una enfermera no sabrá cómo llevarlas a cabo sin una formación previa que le permita asimilar la información recibida. La inteligencia y la bondad son también requisitos indispensables para llegar a ser una buena enfermera; por lo tanto, ha de quedar claro qué es el aprendizaje en sí, y éste ha de ser ofrecido por una buena escuela de formación.

I. ¿Qué ofrece una buena Escuela de Formación para enfermeras?
(1) Formación práctica y sistemática durante un año en salas de hospital, bajo la supervisión de enfermeras jefe experimentadas (denominadas “hermanas” en los hospitales de Londres), quienes a su vez han sido formadas para enseñar.
Las enfermeras que tienen a su cuidado a los pacientes de un distrito, recibirán formación adicional durante tres meses en la enfermería tratando a los más desfavorecidos, siendo esencial la supervisión por parte de un médico experto.
Con el fin de conseguir una buena formación, se realizarán inspecciones semanales, debiendo cumplimentar una detallada lista de deberes. Serán las enfermeras jefe de cada área quienes conserven estos registros, en los que aparecerán reflejados los progresos de cada período de prueba, así como el trato con los pacientes por parte de las enfermeras. Asimismo, la matrona será la encargada de llevar un registro mensual con los resultados de los registros semanales y, finalmente, se realizará un cómputo trimestral en el que cada enfermera jefe será valorada por su forma de supervisar cada período de prueba. El conjunto de registros deberá ser examinado periódicamente por el Consejo de Administración.

(2) Clases magistrales de carácter médico impartidas por profesores residentes del hospital, así como conferencias sobre temas relacionados con las obligaciones de las enfermeras, además de conceptos básicos de química, fisiología “con referencia a un mejor conocimiento de las funciones principales del cuerpo” y un estudio general sobre temas médicos y quirúrgicos. Los exámenes, escritos y orales, tendrán lugar al menos cuatro veces al año, todos ellos adaptados a las enfermeras y bajo la supervisión de la enfermera jefe, así como charlas y demostraciones con ilustraciones detalladas de la mano de un instructor médico, quien será uno de los profesores del hospital seleccionado especialmente para tal tarea. Una completa colección de libros de enfermería para hacer un uso cuidadoso y reflexivo de los mismos bajo la supervisión de la directora del hospital.

(3) Clases impartidas por una enfermera cualificada para reforzar el concepto de la enseñanza; siendo esta enfermera jefe una persona capaz de hacer que sus pupilas se sientan cómodas, además de facilitarles una disciplina e inculcarles principios morales, costumbres y hábitos sin los cuales ninguna mujer puede ser una enfermera entregada a Dios así como a su prójimo.

(4) Autoridad y disciplina inculcadas por parte de la directora del hospital serán los principios básicos a seguir por todas las alumnas. Dicha directora estará altamente cualificada y ejercerá también funciones de matrona; además de servir de ejemplo para las futuras enfermeras.

(5) Una organización no sólo para dar esta formación de manera sistemática y para valorar los conocimientos adquiridos mediante exámenes periódicos, sino también para conceder a las alumnas el tiempo necesario para realizar su trabajo; para que comprendan su labor como un aleccionamiento moral, así como un proceso de enseñanza, pues asistir a los enfermos es además de un aprendizaje, una misión.

(6) Disponibilidad de alojamiento, así como áreas para recibir las clases y un comedor; todo ello en un ambiente recto y religioso, pero familiar y ameno al mismo tiempo. Con estas características, se conseguirá hacer de la escuela de formación un lugar que resulte atractivo sin temor a perder la salud física o mental, porque para conformar un hospital de calidad, las enfermeras necesitan de ayuda y apoyo constantes.
Cada hospital deberá ser una escuela para la formación de enfermeras en sí, además de ofrecer dicha formación a enfermeras provenientes de otras instituciones como centros médicos de diferentes distritos y centros privados que no disponen de una escuela de formación propia. El éxito de toda escuela de formación depende, en gran medida, del hecho de que haya enfermeras formadas capaces de entrenar a otras en diferentes situaciones, con el fin de que éstas sean capaces de comprender y llevar a cabo las órdenes del médico cuando el facultativo no se encuentre presente.

II. Características del Curso para Estudiantes de Enfermería.
(1) Se desempeñarán tareas como enfermera auxiliar por un período de prueba en una o más salas de cada una de las divisiones del hospital; uno, dos o tres meses, abarcando los campos médicos y quirúrgicos de pacientes de ambos sexos y otros campos como la obstetricia y la oftalmología, y concluyendo el curso desempeñando sus funciones en la sala de instrucción médica. El curso, a ser posible, deberá comenzar en las salas de medicina atendiendo a pacientes del sexo femenino. No conviene que dos estudiantes de igual nivel compartan sus tareas en la misma sala, siendo una aprendiza de enfermera y una estudiante de grado superior quienes distribuyan sus labores en la medida de lo posible.

(2) Se aprenderá a gestionar las diferentes salas del hospital bajo la tutela de la encargada de enfermería durante las horas de descanso de sus compañeras. Se alternarán, asimismo, y cuando la formación sea lo suficientemente avanzada, turnos de día y noche.

(3) Se responsabilizará, bien de día o de noche, de casos más específicos como la ovariotomía, litotomía, traqueotomía, tratamiento de fiebre tifoidea, etc., todo ello en los pabellones con habitaciones individuales.

(4) Se requerirá aptitud para elaborar diferentes tipos de vendajes.

(5) Se aprenderá de la enfermera jefe a analizar los informes médicos de los pacientes.

(6) Se mantendrá un dietario de los quehaceres a lo largo de cada jornada. Además de este dietario, cada aprendiz, al menos una vez al mes, deberá elaborar una detallada planificación de su trabajo diario, apuntando no sólo sus labores como auxiliar de enfermería durante su período de prueba, sino también lo que ha aprendido de la enfermera encargada de la sala correspondiente y del resto del personal. Al final de cada jornada, se deberán anotar las observaciones que la aprendiza estime oportunas.

FOTO 54 Royal Prince Alfred Hospital Sala de hombres y niños, 1880

(7) Se tomarán notas detalladas de los todos casos atendidos. Un registro con anotaciones sobre estos casos debe ser cumplimentado regularmente en cada período de prueba. Este registro reflejará datos como la temperatura, el pulso y tensión del paciente, que se tomarán por la mañana y por la noche dependiendo del caso. El médico requerirá si fuera necesario la frecuencia de la toma de temperatura “cada hora, o incluso cada cuarto de hora, o durante las horas de sueño”. Del mismo modo, se realizará la recogida de orina y deposiciones cada veinticuatro horas estudiando su aspecto y cantidad. El tratamiento a seguir se redactará en inglés, y no será copiado de otros registros anteriores. Dicho registro vendrá precedido de un historial médico del caso, de la causalidad de la enfermedad “por ejemplo, en los casos de fiebre tifoidea y otras enfermedades similares, se anotarán como posibles causas de la enfermedad el mal estado del aire o el agua”. Finalmente, se anotarán las observaciones pertinentes. Estos documentos deben ser rigurosamente revisados por las enfermeras jefe y el instructor médico, quien comprobará cada caso in situ.

8) Se tomarán notas detalladas de todas las clases a las que se asista. Estas anotaciones serán supervisadas por la directora del centro.

(9) En las clases, se mostrarán ilustraciones de los casos reales tratados en las salas, alentando a las estudiantes a profundizar en el estudio de los mismos mediante la consulta de los libros disponibles en el centro.

(10) Se anotará, mientras aún permanezca reciente en la memoria, cualquier aclaración realizada por los médicos y cirujanos del hospital adecuada para la instrucción de las estudiantes. Estas notas se deberán tomar en la sala de la supervisora.

(11) Reflejar por escrito, y bajo la supervisión de la encargada, lo que se ha aprendido tanto de las enfermeras jefe como de los médicos, además de los procedimientos seguidos y el porqué de dichos procedimientos, amén de los síntomas y sus posibles causas. Sin un seguimiento inteligente de estas pautas, la formación no resultaría completa. Sin un aprendizaje sistemático no se habrán dado los pasos suficientes para convertirse en una verdadera enfermera. La consideración hacia los conocimientos y decisiones de los médicos y cirujanos ha de ser un elemento clave.

III. Formación de educadoras
Para lograr una plena asimilación por parte de las enfermeras destinadas a instruir a las futuras enfermeras, se requiere una formación específica, para lo cual será necesario un período de más de un año de asistencia a los enfermos en el hospital. Para formar a las educadoras se requiere:

(1) Un curso sistemático de lectura, establecido por el médico instructor, quien recomendará los libros disponibles en la biblioteca de la escuela de formación. Se llevarán a cabo dos horas de estudio, por ejemplo dos tardes a la semana, bajo la inspección de la supervisora.

(2) Exámenes orales regulares realizados por el instructor médico; las enfermeras deben adquirir competencias de expresión para entrenar a las futuras enfermeras. Resultan también provechosas las pruebas de conocimiento mutuo “exámenes de conocimiento entre las propias alumnas”.

(3) Al menos cuatro exámenes escritos al año, así como la elaboración de trabajos redactados sobre determinados temas de enfermería.

(4) Capacidad para tomar notas detalladas de las conferencias a las que se asista para demostrar la plena asimilación de las diferentes materias que ellas mismas deberán enseñar en un futuro.

(5) Entender que si una educadora no es capaz de observar y comprender sus propios casos, no será capaz de enseñar a otras a comprenderlos. Si desconoce la razón de lo que se hace, tampoco podrá entrenar a otras para que aprendan. Repasará y profundizará en sus propios casos.

(6) La asistencia a un curso de aprendizaje continuo impartido por las enfermeras superiores, instructores y médicos o cirujanos, en las salas donde realiza el período de pruebas. Resulta de especial importancia la observación de los síntomas de una enfermedad, así como el porqué de los mismos. En otras palabras, es vital saber identificar no sólo cuándo una herida o lesión tiene “buen o mal aspecto”, sino por qué se ve así. Para poder actuar correctamente, no sólo hay que saber qué hacer y cómo se va a hacer, sino por qué se hace eso, y no otra cosa.

(7) Al menos dos veces al año, pero no al principio del mismo, se deberá asistir a los enfermos durante una semana o más, en turno de noche, con la compañía de la supervisora de enfermeras, práctica de la cual se beneficiarán ambas.

(8) Pasar al menos una semana, aunque no al principio del curso, en la sección de lavandería.

(9) La futura instructora debe, trascurridos de seis a nueve meses desde el comienzo del curso, realizar todo tipo de labores requeridas, excepto el trabajo de secretaría, que corresponderá a las enfermeras jefe.

(10) Realizar las funciones de las enfermeras jefe durante el período vacacional de éstas. Por supuesto, ninguna estudiante, por muy sobresaliente que sea, podrá ejercer las citadas labores en dicho puesto en otras circunstancias que no sean las mencionadas.

(11) Delegar aquellas tareas menos importantes, tales como la limpieza de lavabos y aseos de las salas del hospital, durante los primeros seis meses dentro del período de prueba.

(12) Será necesaria la formación adicional de un segundo año para desempeñar las funciones de los puestos superiores. La futura enfermera jefe debe haber adquirido previamente experiencia como enfermera de sala, así como haber realizado labores como asistente en turnos de día y de noche al menos durante un año bajo la vigilancia de una supervisora experimentada.

(13) La enfermera jefe debe proporcionar a las futuras enfermeras una profunda visión de sus funciones, realizando exámenes completos que abarquen todos los casos a los que deberán enfrentarse una vez terminado el curso de formación.

IV. Pruebas, exámenes y registros de progreso durante el curso.
(a) La candidata deberá cumplimentar una minuciosa solicitud de ingreso. Todos los detalles sobre el proceso de formación se hallarán impresos en el reverso de dicha solicitud.

(b) La candidata recibirá un calendario con las lista de funciones a desempeñar. Si ha cumplido las expectativas durante el primer mes del período de prueba, será admitida.

(c) Las enfermeras de sala llevarán un registro de cada alumna en período de prueba, donde anotarán la lista de funciones diarias. La enfermera jefe, tras examinar estos informes junto con la encargada de la sala, añadirá sus propias impresiones sobre los mismos. El instructor médico examinará individualmente a todas las aprendizas en presencia de la enfermera jefe una vez al mes, reforzando aquellos puntos en los que la estudiante necesite mejorar. La enfermera jefe también proporcionará un registro donde reflejará el rendimiento de cada estudiante tanto en las clases como en el hospital.

(d) Cada alumna deberá rellenar mensualmente, y durante todo el curso, un informe de dos páginas que entregará a la enfermera jefe. Este informe deberá reflejar las impresiones éticas de la estudiante y deberá coincidir en gran medida con el libro de comportamiento de la enfermera jefe.

(e) Si bien la encargada de la sala mantiene un registro semanal y la enfermera jefe uno mensual de la evolución de cada estudiante en período de prueba, es precisamente cada estudiante quien deberá llevar un detallado control diario de sus tareas además de las notas tomadas en las clases a las que se ha asistido. Un minucioso análisis de esta información proporcionará importantes resultados acerca del progreso de la formación y de las capacidades de cada estudiante. El instructor médico emitirá su parecer sobre estos puntos reflejados en el registro mensual.

(f) Cada profesor del hospital y el instructor médico que imparte conferencias a las estudiantes, las examinará oralmente en presencia de la enfermera jefe, evaluándolas y dándoles incentivos. Se comunicará al final de cada período de prueba el resultado de las calificaciones.

(g) El instructor médico examinará por escrito a las alumnas al menos cuatro veces al año. El resultado de estos exámenes se comunicará a cada estudiante al final de cada período de prueba. Sin un control regular de este tipo, no puede haber una verdadera organización para la correcta formación de futuras enfermeras. Los mandos superiores de la escuela de formación deben hacer balance y comprobar el correcto funcionamiento de la institución. La enfermera jefe debe ser una mujer cuyo deseo es que las futuras enfermeras aprendan y asimilen de manera constante todos los conocimientos que aporta el centro, siempre con un trato familiar, como si fuera la madre de todas sus alumnas. Una escuela de entrenamiento sin esta figura es peor que un niño sin padres. Y, en materia disciplinaria, sólo una mujer puede entender a otra mujer.

V. Personal de la Escuela de Formación.
1. La enfermera jefe de la escuela de formación es la encargada del hospital y la supervisora de todas las mujeres residentes en el mismo. Ella estará presente, siempre que sea posible, impartiendo clases a las alumnas en prácticas y realizando demostraciones, así como exámenes orales, en colaboración con la supervisora. La enfermera jefe del turno de noche asistirá a las alumnas en este turno.

2. La supervisora de las estudiantes en período de prueba está a cargo del correcto trabajo de las mismas, así como del satisfactorio funcionamiento del hogar. Ella es quien impartirá al menos dos clases por semana a la enfermera responsable de las aprendizas, reforzando de manera especial lo asimilado en las conferencias. Ejercerá las funciones de supervisora del centro por lo menos dos tardes a la semana, así como durante las horas de estudio. Es decir, será la encargada de controlar el futuro personal de enfermería, facilitando información directa a su superiora. Asimismo, impartirá clases de canto y lectura de la Biblia. También comunicará a las enfermeras responsables de cada sala sobre las posibles deficiencias en las labores de las estudiantes en periodo de prueba. Estas deficiencias le serán comunicadas a la estudiante bajo la responsabilidad de la propia supervisora con el propósito de enmendar sus errores y reforzar así su aprendizaje. La supervisora debe asistir a todas las clases y conferencias, así como a revisar los exámenes.

FOTO 55 Enfermeras en un Hospital inglés en Londres a principios del siglo XX

3. La enfermera de sala debe enseñar a las estudiantes todas las funciones a desempeñar. Su labor es dar instrucciones a las enfermeras que conforman su personal mostrando cómo hacer su trabajo; no sólo qué son las cosas por hacer, sino cómo saber actuar en todo momento, incluso cuando tenga lugar algún acontecimiento imprevisto durante el tratamiento de un paciente. Ella es la encargada de instruir a las enfermeras que en el futuro instruirán a otras enfermeras. Las enfermeras de sala podrán preguntar a las aprendizas por cualquier situación que estén tratando en ese momento; demostrando éstas con sus respuestas si serían capaces de resolver diferentes situaciones satisfactoriamente, así como la argumentación de su decisión. Además de todo lo dicho, la enfermera de sala deberá inculcar en las estudiantes una conducta recta e inteligente, así como asegurarse de que aprendan a responsabilizarse de sus labores cuidadosamente. El período de formación debe ser, por decirlo de alguna forma, un puente entre una vida sin aspiraciones y una vida de entrega al prójimo. El interés que una enfermera de sala demuestre hacia un caso hará que una estudiante con verdadera vocación trate dicho caso con el doble de eficiencia.

4. Como miembro del personal del hospital, el instructor médico llevará a cabo diferentes funciones como dar una conferencia una vez por semana sobre temas médicos y quirúrgicos especialmente vinculados a los trabajos de enfermería; demostraciones con ilustraciones anatómicas especialmente adaptadas a las enfermeras; clases sobre fisiología, anatomía, —la situación de las arterias principales— etc., así como lecciones de vendaje, clases de higiene, —tanto de las salas como de los pacientes—, clases sobre la causalidad de las enfermedades, qué se debe hacer en situaciones de emergencia, cómo preparar la cama para diferentes tipos de operaciones, etc. Él es quien impartirá un curso sistemático de clases para las enfermeras destinadas a instruir a nuevas enfermeras preparando un examen escrito al menos cuatro veces al año. Además, propondrá temas a desarrollar en forma de trabajos escritos, y los examinará y evaluará como corresponda. Examinará, también, a todas las alumnas mediante exámenes orales con el fin de comprobar sus conocimientos. Impartirá clases de medicina al menos una vez a la semana, reforzando la importancia del reconocimiento de los diferentes síntomas y sus tratamientos correspondientes. Fomentará el interés profesional de la enfermera en los casos que estén siendo tratados, haciendo referencia a libros médicos y quirúrgicos. Una vez al mes examinará a las estudiantes individualmente, sin la presencia de las supervisoras. Llenará un registro por cada estudiante donde reflejará su dictamen sobre sus capacidades, así como sobre los resultados de su formación. El instructor médico debe ser de edad madura y con una amplia experiencia, ofreciendo un trato paternal para con las enfermeras. Si el hospital tiene un médico residente permanente apto para este propósito, éste debe ser el instructor.

5. El instructor médico impartirá también clases de química, fisiología, anatomía, cirugía y medicina, en la medida en que guarden relación con los quehaceres de las enfermeras.

6. La asistenta sanitaria no debe ser residente en el hospital, pero debe ser enfermera graduada, lo que conlleva un amplio conocimiento sobre la formación de estudiantes. Ella será una ayuda esencial para la supervisora, infundiendo sabiduría y ánimo desde fuera de la escuela de formación.

Consideraciones Generales de la Formación
La formación de un año no es más que la enseñanza de los conceptos básicos a seguir por la futura enfermera, que aprende por sí misma a comprender las órdenes de su médico basándose en su propia experiencia. Una enfermera sin el entrenamiento adecuado es como un hombre iletrado y sin formación que ha aprendido únicamente de sus propios errores. Errores fatales en la ejecución de las órdenes del médico o del cirujano en el tratamiento a un paciente pueden resultar fatídicos. La formación es para que la enfermera vea los hechos no de forma superficial, sino aplicando la lógica y la observación.

De lo contrario, únicamente aprenderá de esos errores fatales a los que hacía referencia. Se ha progresado enormemente en campos como la medicina, la cirugía, la patología y, sobre todo, la higiene; en parte como consecuencia de la mejora de los instrumentos empleados. Hace veinte años, una buena enfermera no tenía que hacer ni la vigésima parte de lo que se le requiere hoy día. Es por esto que es necesario un curso de reciclaje cada cinco o diez años. La enfermería necesita de sus instrumentos casi tanto como la cirugía, y aún más que la medicina. El médico prescribe lo necesario, y la enfermera lo suministra. La formación es enseñar a la enfermera cómo Dios da la salud y la quita. La verdadera formación consiste en enseñar a observar detalladamente, a entender, a saber qué hacer, qué decir en cuestiones tan importantes como la vida y la muerte, la salud y la enfermedad. La formación es necesaria para que el personal de enfermería actúe con la mayor efectividad posible; no como una máquina, sino como enfermera; no como la escoba de Cornelio Agripa1, sino igual que un ser inteligente y responsable. La formación debe hacerla una persona leal a las órdenes médicas y las autoridades. La fidelidad a estas órdenes no puede ser independiente del sentido de la responsabilidad. Es la capacitación la que diferencia a una enfermera formada de una estudiante. La formación es enseñar a la enfermera cómo manejar los mejores recursos para restaurar la salud y la vida.
Florence Nightingale

Cómo cuidar a los enfermos
Trataremos aquí sobre cómo asistir adecuadamente a enfermos y heridos “no sobre cuidados preventivos o el cuidado de los niños”. La enfermería se lleva a cabo generalmente por mujeres, bajo las órdenes de médicos y cirujanos, y su misión es la de aliarse con la naturaleza para preservar o restaurar la salud, para prevenir o curar las enfermedades o lesiones. El médico muestra las indicaciones a seguir, y la enfermera las lleva a cabo.

La enfermedad es la manera que la naturaleza tiene de interferir en la salud. En parte, o tal vez totalmente, el éxito o fracaso en nuestro intento de curar una enfermedad depende de la enfermería. La enfermería es, por tanto, ayudar al paciente a vivir. La formación es enseñar a la enfermera a asistir al paciente; es un arte que requiere una formación organizada.

La enfermería se puede dividir en cuatro apartados:
(a) Enfermería Hospitalaria.

(b) Enfermería privada, es decir, asistir a una persona enferma o herida individualmente, en su casa, dedicándole todo el tiempo necesario. Este tipo de enfermería se da generalmente entre las clases más pudientes.

(c) Enfermería de distrito, que consiste en asistir a los enfermos o heridos pertenecientes a una región geográfica, “teniendo normalmente más cantidad de casos de los que se pueda atender”. Este tipo de enfermería es una de las de mayor importancia y requiere una alta cualificación, ya que la enfermera del distrito no dispone, al igual que la enfermera de hospital, de los medios y el personal médico y quirúrgico a su alcance tan fácilmente.

(d) Obstetricia, que no se tratará aquí. Se diferencia de los demás apartados de enfermería en lo siguiente: en que la mujer a asistir no está, o no debería estar enferma, por lo que los cuidados médicos se centran en la intervención quirúrgica y en las precauciones a tomar con respecto a la higiene. La obstetricia y las enfermedades comunes no deberían ser atendidas por la misma enfermera. “Los tratamientos médicos para las enfermedades comunes no garantizan la resolución satisfactoria de los posibles riesgos resultantes de la obstetricia”.

(a) Enfermería Hospitalaria: Asistir a un enfermo correctamente significa, además de prescribir los medicamentos, la aplicación de los vendajes y otros remedios:
1. El uso adecuado de aire fresco, especialmente de noche, es decir, la ventilación; el calor o el frío. 2. Asegurarse de la higiene de la habitación del enfermo, que incluye la luz, la limpieza de suelos y paredes, la ropa de cama y el material médico. 3. El aseo personal del paciente y de la enfermera. 4. La administración y preparación de la dieta del paciente 5. La aplicación de remedios. En otras palabras, todo lo que sea necesario para que la naturaleza del paciente se restablezca, para deshacerse del mal que interfiere la salud y la vida del paciente. Porque es la naturaleza la que cura, no el médico o la enfermera. Hablaremos de estos puntos detalladamente.

FOTO 56 Florence Nightingale con su hermana y su cuñado, lady Verney y sir Harry Verney. Eran los parientes a los que la señorita Nightingale estuvo más ligada, durante los últimos treinta años de su vida. Cuando lady Verney murió, sir Harry continuó tributando a su ilustre cuñada una amistad devota y profunda

1. Ventilación. Calor y frío.
a. Ventilación: Consiste en eliminar el aire saturado por el aliento y demás emanaciones humanas, reemplazándolo por aire fresco. El primer canon de la enfermería es mantener el aire en el interior de la sala tan fresco como el aire del exterior, tanto de noche como de día, evitando que el paciente se resfríe. La mejor ventilación se consigue atizando el fuego y abriendo la ventana por la parte superior, lo que hará que el aire fresco impregne el techo de toda la habitación sin causar corrientes y permitiendo asimismo el escape del aire viciado. El aire que se encuentra en el suelo o a nivel del paciente permanece en ese lugar, incomodando al enfermo o empeorando su estado. Las ventanas son para abrirlas, mientras que las puertas están hechas para cerrarlas. Si la enfermera ventila la habitación del paciente a través de la puerta, conseguirá que el aire viciado del resto de la casa o edificio entre en la habitación. Sin embargo, una correcta aireación es imposible sin el espacio suficiente “excepto si las ventanas se encuentran abiertas cerca del techo”. Hay casos en los que los pacientes desean una habitación ventilada, los pacientes con fiebre, por ejemplo, mientras que en otros casos hay pacientes que necesitan una buena ventilación pero sin corrientes de aire, los pacientes con piemia, por ejemplo. De aquí se deduce la importancia de este apartado.

b. Calor y frío: Recomendado por el médico, será la enfermera quien debe atender bien estos asuntos. En los casos de fiebre, por ejemplo, el médico requerirá un control de la temperatura de las piernas y los pies del paciente por lo menos cada hora, para determinar si están bien refrigeradas y mantener las extremidades a una temperatura apropiada, ya sea verano o invierno. En los casos de bronquitis, ovariotomías, etc., se requerirá una temperatura y humedad alta y constante, por lo que podría ser de utilidad un hervidor tanto de día como de noche, pero normalmente no es recomendable mantener la habitación del enfermo siempre a la misma temperatura. Es necesario que de noche circule un aire más fresco, pero ya sea frío o caliente, el aire debe ser limpio. Los niños enfermos se encontrarán molestos respirando el aire saturado por la noche. Toda enfermera necesita una formación para cumplir las órdenes del médico en lo que a las indicaciones relacionadas con el aire se refiere: ventilación y temperatura idónea. La temperatura del aire a la altura de la cabecera de las camas de los enfermos no debe provenir directamente de la chimenea, y ésta nunca debe apagarse con una tabla para evitar la emanación de humo.

2. Salubridad de la sala de hospital.
Nos referimos aquí a los cuidados de la sala. La correcta ubicación de la cama del paciente para evitar corrientes de aire y el reflejo de la luz a menudo requiere una reorganización de los muebles de toda la habitación. Es esta precisamente una de las bases esenciales de la enfermería. Un ambiente agradable y tranquilo resulta primordial para asegurar la pronta recuperación de los pacientes, ganando la batalla a esa enfermedad que interfiere en la naturaleza del enfermo.

a: Luz. Después del aire, la luz es un elemento esencial para la salud y la recuperación de los enfermos. La luz del día templará el aire, y ya hemos mencionado anteriormente
la importancia de este último. La luz llena de color una estancia y sus objetos como las flores o los cuadros, lo que resulta agradable a los ojos del paciente. Se dice que este efecto está en la mente. Así es, pero el médico ilustrado nos dice que también en el cuerpo. El sol es un escultor y un pintor. Los griegos tenían razón en cuanto a su Apolo.

b: Limpieza. La limpieza resulta, por supuesto, de gran importancia en las labores de enfermería. El aire limpio, el agua limpia, un entorno higiénico y un ambiente fresco en todas las salas son garantías para evitar infecciones. Un espacio amplio y la correcta división de las salas y disposición de las camas ayudarán a evitar que el aire contaminado quede estancado en un mismo lugar. La correcta ventilación arrastrará el aire impuro, facilitando la labor de la enfermera y el estado de los enfermos. No se debe tener el concepto de que los hospitales en los que se tratan enfermedades infecciosas son un lugar peligroso para la salud de las enfermeras. El primer axioma de la enfermería nos dice que no existe una infección “inevitable” como tal. La correcta limpieza de suelos, techos, paredes, camas, sanitarios y demás enseres no debería suponer un problema para la propagación de infecciones.

Suelos y paredes. Los médicos ponen objeciones a la hora de lavar los suelos. No se debería lavar ningún suelo de habitación donde se encuentren los pacientes excepto cuando el médico lo ordene y en las horas solicitadas. Un suelo se encuentra completamente limpio cuando está bien cepillado y tratado con aceite de linaza; no debe ser demasiado oscuro, “para no ocultar la suciedad”, y debe estar encerado y pulido. Deben limpiarse con un paño húmedo y secarse con un cepillo “o sujetando un paño al extremo del mismo para facilitar la limpieza”. Todo derrame debe lavarse inmediatamente con agua y jabón. Los suelos deben ser pulidos cada quince días por un encargado de la limpieza y lavado en seco cada día. Los pacientes deben estar provistos de zapatillas. Ninguna alfombra, por supuesto, debe encontrarse en el cuarto del enfermo, excepto una alfombrilla junto a la cama del paciente. Una alfombra sucia, irremediablemente, infectará la habitación. La única pared realmente limpia es la que está revestida y pintada con oleína; esto facilitará la limpieza de posibles manchas de grasa evitando la contaminación del ambiente. No es buena la pared empapelada, aunque es peor, si cabe, la pared enyesada. Sin embargo, esta última se puede mantener en buen estado mediante el encalado frecuente. El papel requiere una renovación asidua; un papel satinado facilitaría la limpieza y la higiene.

Muebles. De madera pulida, metal o mármol, no deben ser muy numerosos, y deberán limpiarse con un paño humedecido en agua caliente. El aire se encontrará siempre sucio en un lugar en el que las paredes y las alfombras están en malas condiciones higiénicas. El polvo se compone en gran medida de materia orgánica. No debe haber estanterías salientes, ya que el polvo se amontona con más rapidez. Un ventilador Arnott2 junto a la chimenea mantendrá el aire limpio, mostrando la conexión entre ventilación y limpieza. La falta de atención a estas cuestiones esenciales pueden frustrar los esfuerzos de la mejor enfermera.

Cómo limpiar: El polvo es el portador principal de enfermedades, y puede contener escamas epiteliales de la boca o la epidermis. Ya que esta segregación resulta inevitable, se deberá recurrir a una minuciosa limpieza. La única manera de eliminar el polvo es limpiarlo todo con un paño húmedo. Los muebles deben estar construidos de madera, lo que facilitará su limpieza sin dañarlos. Limpiar el polvo de un mueble mediante golpes dados con el trapo no es limpiarlo, pues lo único que conseguiremos es distribuir aún más el polvo por la habitación. Limpiar una habitación significa quitar los objetos sucios de un lugar para, una vez limpiados, devolverlos a su sitio; es entonces cuando conseguiremos eliminar hasta la última mota de polvo. La falta de ventilación no permite realmente orear la habitación del enfermo a no ser que ésta se encuentre totalmente limpia.

Ropa de cama. La calentura nos indica por lo general que el paciente tiene fiebre, lo que requiere reposo en nueve de cada diez casos. Así, el paciente con fiebre transpirará constantemente “es la naturaleza que intenta nivelar la temperatura corporal”. En este estado, día tras día, semana tras semana, el sudor penetra en su lecho sin ventilación. De aquí la importancia de mantener cubiertos con tapa todos los recipientes que se encuentren bajo las camas. La erisipela y la piemia son producidos por una ineficaz limpieza de la ropa de cama. Los rellenos de almohada compuestos por plumas de aves facilitarán la propagación del polvo, por lo que el estado del paciente podría resentirse. Los efluvios más nocivos provienen de las excreciones de los enfermos, las cuales se colocarán, aunque no por mucho tiempo, bajo la cama. No olvidemos que este espacio no recibe una ventilación rápida por hallarse en el espacio inferior, por lo que colocaremos una cenefa o colcha que llegue hasta el suelo para evitar que el aire pueda pasar por debajo. Un adulto sano exhala por los pulmones y la piel por lo menos tres pintas3 de humedad cargada de materia orgánica en veinticuatro horas; en un enfermo, esta cantidad es a menudo mucho mayor, y las exhalaciones resultan siempre más nocivas. Estas exhalaciones permanecerán en el lugar, ya que, excepto por un cambio semanal o quincenal de sábanas, apenas se lleva a cabo otra ventilación. Una enfermera será cuidadosa a la hora de orear las sábanas, el colchón y el camisón del paciente, pues, como hemos visto, estos elementos pueden convertirse en un foco de humedades que puede interferir en la recuperación del enfermo.

La cama de un enfermo asistido de manera privada ejemplifica cómo debería ser exactamente una cama que cumpla todos los requerimientos para superar una enfermedad: un dosel de madera con cortinas, dos o incluso tres colchones apilados, o un colchón de plumas, lo que sitúa al paciente a una altura sobre la garganta de la chimenea o por encima de la rendija inferior de la ventana, que debería permanecer siempre abierta por la parte superior. Nada como esto para mantener una cama y su ropa bien seca. La cama ideal está formada por: (1) un somier de hierro con muelles “Rheocline”, (2) un colchón de alambre entretejido “sin volantes o cenefa” o un colchón con funda de fibra y (3) mantas ligeras “Witney”; todo ello sin cubrecama pesada de algodón, pues se evitaría así la traspiración del paciente. Asimismo, es mejor no situar una manta bajo el paciente, ya que favorecería la aparición de llagas y escaras, que son siempre un síntoma no de la enfermedad, sino de la mala asistencia recibida. El paciente debe, si es posible, poder ver el exterior desde la cama. Dos camas, una para el día y otra para la noche, son necesarias para el mejor cuidado del paciente. Una enfermera de verdad siempre sabe cómo hacer una cama, y siempre la hace ella misma. Aireará la cama durante dos horas siempre que sea posible. Realizará los cambios de ropa de cama “sábanas y mantas” tantas veces como sea necesario. En los hospitales, usará la toalla de cada paciente individualmente sin olvidar que éstas se utilizan para propósitos diferentes. Estará atenta a cualquier paño o vendaje sucio, siendo inmediatamente retirado, y, tras una cuidadosa desinfección con agua hirviendo y ácido carbónico en una proporción de 1 a 100, se lavará en un lavadero independiente si las instalaciones lo permiten. Es muy desaconsejable permitir que los familiares de los pacientes lleven los trapos sucios de los pacientes a casa para lavarlos en lavaderos públicos atestados. La ropa sucia se debe quitar inmediatamente de la habitación del enfermo y enviar a la lavandería al menos una vez al día. Rociar con polvo de ácido carbónico “que además daña las sábanas” la ropa sucia de una cesta no evitará la necesidad de sacarlo inmediatamente de la sala. Un tiro con un receptáculo en la parte inferior por el que deshacerse rápidamente de la ropa sucia sería necesario en todos los hospitales.

Los vendajes con supuraciones se destruirán inmediatamente en un horno previamente dispuesto para que la quema no levante una excesiva humareda. Únicamente los vendajes que se usan para tratar las fracturas son los que se pueden lavar con cloro para reutilizarlos tras haberlos hervido con sosa. Los vendajes se deben aclarar en una tina de lavado. Pero este lavado de vendas nunca debe realizarse dentro del hospital. Una limpieza absoluta es el verdadero desinfectante, siendo el cloro el producto más adecuado. Hay que tener siempre cloro cerca para que las enfermeras se laven las manos, especialmente después de la asistencia médica o manipulación de una enfermedad contagiosa. Se observará cómo el cloro es capaz de destruir las cutículas, por lo que se puede deducir la efectividad contra los gérmenes. El fuego es el desinfectante más efectivo. Las fundas de los colchones (todas las fundas deberían ser de fibra) deben ser hervidas a alta temperatura, limpiadas con agua y jabón y abundante cal; luego se secarán y expondrán al aire para proceder a su secado.

Material de hospital. Las cuñas deben ser de barro vidriado blanco, con tapa bien ajustada. Nunca se deben dejar debajo de la cama, sino que se llevarán a lavar inmediatamente tras su uso. Tampoco deben llevarse cubos de zinc o palanganas sin tapa a través de la sala de enfermos, aunque lo ideal es que haya el menor número de estos elementos en la sala. Las excreciones a menudo tienen que ser recogidas para la inspección médica, debiendo la enfermera hacer tal recogida. En cuanto a la orina, si tiene que ser analizada, existen medidores de vidrio con tapa adecuados para este propósito.

FOTO 57 Florence Nightingale en edad avanzada. Una vejez larga y gloriosa, para la combativa enfermera que vivió hasta los noventa años; e increíblemente intensa de estudios, escritos, iniciativas, propuestas…

Todas las bacinillas deben tener tapas y mantenerse limpias siempre que sea posible. Serán de vidrio y cuello ancho, y se lavarán con agua caliente y sosa. Éstas son las únicas que permanecen realmente limpias, pues las de zinc y barro blanco con cuello largo, nunca lo están. Después de ser utilizadas, serán retiradas y limpiadas en cuanto sea posible. Una pequeña cámara aireada con perforaciones donde almacenarlas resultará útil. Si la sala del hospital es muy grande, se permitirá que estén bajo las camas durante la noche “aunque no sea del todo conveniente”; y todas ellas deben, por supuesto, tener tapa. Dos palanganas de barro vidriado “no de zinc”, podrán utilizarse en la última ronda de noche y a primera hora de la mañana. Éstas se desinfectarán con sosa y se enjuagarán posteriormente. Debería ser una regla general e invariable “bastante más importante en la asistencia privada que en otro lugar” que estos útiles se lleven directamente al retrete con el fin de vaciarlos y enjuagarlos, y que no sean devueltos hasta que se necesiten. Siempre debe haber agua y un grifo en cada retrete para el aclarado.

Las toallas en un hospital deben estar separadas para tres usos independientes “limpieza de manos, cuñas y palanganas”, y serán cambiadas con la mayor frecuencia posible. Una botella con cloro y otra con glicerina debe estar siempre cerca para lavarse las manos. Se sabe que una joven enfermera que se encontraba vendando piernas ulceradas, limpió la herida con la propia sábana, y ¡alegó que lo había visto hacer en otros lugares! Siempre debería haber una toalla especial para estos casos. El polvo carbónico puede ser empleado en el tratamiento de enfermedades agresivas, ya que puede ser colocado debajo de la cama o colgando en una bolsa de ella. El permanganato potásico se coloca a veces en unos platillos, pero esto no resulta de mucha utilidad. La lana, con jabón fenicado, se utiliza a veces para cubrir el vendaje de una herida agresiva, concluyendo con una limpieza con agua. Las bacinillas para las excreciones deben ser limpiadas con ácido nítrico si están muy sucias. También los sumideros y sanitarios deben ser lavados con arena y cloro al menos dos veces a la semana. En los hospitales, la enfermera debe barrer y enjuagar los urinarios cada mañana con una fregona, dejando salir el agua sucia del lavado hacia el exterior. Las palanganas deben ser limpiadas con arena todas las mañanas. Debería de haber al menos dos fregonas que se reemplazarán constantemente.

3. Precauciones contra la infección de las uñas. Uno de los puntos más importantes que se enseñan a las enfermeras “y, de hecho, también a los cirujanos” es la forma de evitar la infección de sus uñas.

Las siguientes reglas deben cumplirse escrupulosamente:
Cortarse bien las uñas de las manos; mantenerlas, así como los dedos y las manos, con una limpieza escrupulosa; todo lo que ha manchado los dedos es una posible fuente de contagio a los demás y a una misma: un padrastro, grieta, rasponazo, o la punción de un alfiler pueden ser una fuente de infección más preocupante que una llaga o herida abierta. Si la infección ocurriera, se deberá hacer un lavado con agua pura, para posteriormente tapar la misma mediante un apósito. Inmediatamente antes de comenzar cualquier vendaje, y en todo caso después de tocar al paciente, ya se trate de curar las heridas, administrar enemas, poner inyecciones, lavado de ojos, oídos, nariz o boca, deberemos sumergir las manos en una solución acuosa de ácido fénico, en proporción 1 a 80, y luego lavarnos las manos y las uñas cuidadosamente con jabón carbólico. Las pinzas empleadas para curaciones o jeringuillas se sumergirán en una solución de ácido fénico en proporción 1 a 80 antes y después de su uso. Los dientes y articulaciones de las pinzas serán cepillados meticulosamente.

Las vendas sucias se retirarán con pinzas de curaciones y nunca con los dedos; en ningún caso los apósitos o demás vendajes adhesivos serán quitados con las uñas. Las enfermeras de la vieja escuela se jactan de no tener miedo a las infecciones por no llevar a cabo estas prácticas. El respeto, por así decirlo, hacia la suciedad es el comienzo de una buena enfermería. En los casos de exámenes internos, “como los vaginales” se deberán mantener las uñas siempre cortas, bien lavadas con jabón y cuidadosamente ungidas con aceite carbólico en proporción 1 a 20. Se deberá, también, lubricar el tubo o boquilla a utilizar para cualquier aplicación interna con este mismo aceite en proporción 1 a 20; de lo contrario, el aparato utilizado puede transportar materia contagiosa de un paciente a otro. Utilice siempre dos recipientes para lavar las heridas, y así evitar introducir los dedos en agua sucia. Los catéteres deben ser limpiados y desinfectados, en primer lugar, con agua tibia y luego con una solución acuosa con ácido fénico en proporción 1 a 40.

Los catéteres de otros materiales que no sean plata no deben dejarse en remojo en soluciones de ácido fénico, pues el barniz y la goma de éstos podrían deteriorarse. Debe acompañar en todo momento y a toda enfermera el jabón carbólico, el cual se le proporcionará en su propia jabonera, para hacer uso del mismo en la sala por la mañana y llevarlo por la noche en el bolsillo. Siempre se usará antes de comenzar cualquier asistencia. Se deberá secar siempre los dedos y las manos en toallas limpias que no se utilicen para ningún otro propósito. Después de asistir casos agresivos, habrá que sonarse la nariz y enjuagarse la boca y la garganta con unos granos de permanganato potásico disueltos en agua. Los puños y mangas de los vestidos se convierten en posibles portadores de la materia contagiosa. Se deberá cambiar siempre el delantal y las mangas excesivamente largas que se hayan empleado en el cuidado de los enfermos antes de comer o beber. Del mismo modo, se informará inmediatamente de cualquier rasguño, padrastro o molestia que pueda tener a la enfermera jefe y se pedirá asesoramiento inmediato. Nunca se deberá ir a trabajar por la mañana en ayunas, pues la falta de alimento tiende a debilitar el cuerpo. La enfermera debe conocer la naturaleza del contagio e infección y la distinción entre desodorantes, desinfectantes y antisépticos. Sin duda, a lo largo de la historia podrían haberse salvado muchas vidas valiosas si estas precauciones se hubieran seguido al pie de la letra por parte de todo el personal médico de un centro.

4. Alimentos y Bebidas (Dieta): El médico nos indicará qué alimentos se deberán suministrar a los pacientes, así como su preparación, cómo y cuándo serán facilitados, siempre teniendo en cuenta la situación de los enfermos con estómagos delicados. Todo esto forma también parte del arte de la enfermería. El estómago del paciente indicará si las órdenes del médico son correctas, y la enfermera tiene que observar y comunicar a sus superiores cualquier percance ocurrido; debe estar entrenada para interpretar esto. El estómago del paciente a veces asimila lo que no se espera. Una dieta variada adecuada es esencial. Si un paciente se siente enfermo, con fiebre, o se encuentra aturdido después de tomar ciertos alimentos o bebidas, a menudo no es un síntoma de la enfermedad, sino de la mala enfermería. En efecto, al igual que gran parte del sufrimiento durante una enfermedad, no es culpa de la enfermedad en sí, sino de una asistencia errónea.

La enfermera, por supuesto, no será la responsable directa de la prescripción de estimulantes o medicamentos. Pero la vida depende a menudo “especialmente en casos de fiebres y graves lesiones quirúrgicas” de que la enfermera sepa cómo interpretar las indicaciones producidas por los cambios que se desarrollan en el paciente. El médico indicará las pautas a seguir en lo que se refiere a la toma de estimulantes. La enfermera debe saber cómo cocinar gachas, pudin de arrurruz, ponche, bebidas, té, carne y otros tipos de cocina adecuada a los enfermos, a fin de complacer el gusto de los pacientes y variar su dieta. Se debe, pues, satisfacer a los enfermos mediante la comida con el fin de provocar la secreción adecuada de saliva y jugos gástricos necesarios para la digestión. Nada debe ser cocinado en la habitación del paciente.

Pero aunque como el dulce Jack Falstaff6 dice, Una enfermera es como un cocinero, la totalidad de la preparación de alimentos no debe recaer sobre la enfermera, quien se defenderá entre fogones, pero sin olvidar que su trabajo es asistir a los enfermos. A pesar de esto, es ella quien distribuirá y servirá las comidas. Se ha de alimentar con especial cuidado a los enfermos con fiebre alta. La mera incorporación de un paciente en su cama para darle de comer puede tener unos efectos fatales. El alimento o los estimulantes deberán ser administrados a la boca de los más débiles con intervalos de media hora “quizá con intervalos de cinco minutos incluso durante el sueño, sin despertar al paciente”. El médico confía en que el personal de enfermería sea lo suficientemente inteligente como para poder sugerir cambios en la dieta de los enfermos, especialmente durante la noche, según el estado del pulso y otros síntomas; resultando esencial la observación de cualquier posible variación en el transcurso de una enfermedad. En la convalecencia de la fiebre tifoidea, una indulgencia a menudo ha llevado a una recaída con fatales consecuencias.

5. Aplicación de Remedios. El médico o cirujano requiere que la enfermera pueda aplicar sanguijuelas para tratar lesiones tanto externas como internas, curar ampollas, quemaduras y llagas, poner enemas, supositorios e inyecciones a los hombres y mujeres. Colocar bragueros, tratar dolencias del útero, utilizar el espéculo y poner catéteres. También utilizar métodos de fricción sobre el cuerpo y las extremidades, elaborar y aplicar fomentos, cataplasmas y realizar pequeñas curas; tratar a los pacientes especialmente delicados “con fiebre, tras una operación y otros casos quirúrgicos”, es decir, moverlos, trasladarlos y mantenerlos aseados. El asistente médico esperará del personal de enfermería que mantenga una limpieza exquisita de la piel del paciente, así como la limpieza de los dientes, las encías y la lengua con jugo de limón o clara de huevo a punto de nieve. En las fiebres tifoideas y de otro tipo, resulta una parte esencial del tratamiento la correcta administración de alimentos, así como el control de la postura en la cama para prevenir la aparición de escaras. También hay que saber hacer la cama del enfermo y, sobre todo, si éste se encuentra acostado, cambiar las sábanas sin moverlo y causando las menores molestias posibles “en los períodos postoperatorios por ejemplo”. Hay que saber cómo vestir y desvestir a los pacientes en la cama así como acomodarlos. De igual forma, es necesario saber cómo asistir a los enfermos en diferentes operaciones incluyendo la ovariotomía, la litotomía o una hernia, así como tratarlos después de la intervención con anestésicos.

Asimismo, se habrá de conocer la manera correcta de detener una hemorragia, “es decir, mediante la compresión con las manos y la aplicación de un torniquete”. Será imprescindible poder vendar las diversas partes del cuerpo; brazos, piernas y pecho “en París, los infirmiers de los hospitales militares ponen en práctica todo esto, no sólo hasta que lo hacen perfectamente, sino que además en un tiempo determinado”. Se requerirá saber hacer vendajes de diversos tipos: vendajes en T, de dos puntas, compuesto, de cuatro y seis puntas, de muchas puntas, férulas de dedo, triangulares, perineales, “almidonadas y de yeso” y otros vendajes rígidos. Realizar férulas de gutapercha, rellenar almohadas de fibra y bolsas de arena. Se le requerirá a veces para poner inyecciones subcutáneas, usar la batería galvánica y aplicar ventosas. Debe ser capaz de aplicar calor seco y húmedo para inhalaciones y conocer las ventajas de la asepsia.

Observación de los pacientes.
El médico y cirujano requieren que cada enfermera sea capaz de observar e informar correctamente sobre el estado de las secreciones, expectoraciones, pulso, apariencia de la piel, ausencia o no de apetito, efecto de la dieta, los estimulantes y las medicinas administradas; erupciones, síntomas del delirium, etc.; en cuanto a la respiración, si es rápida o lenta, regular o irregular, si respira con dificultad etc.; en cuanto al sueño, si es superficial, profundo o interrumpido.

El médico también requiere que la enfermera sea capaz de tomar la temperatura, “en casos críticos cada cuarto de hora” y el pulso, observar la respiración y examinar la orina. Se requerirán estos mismos protocolos, pero de una manera más rigurosa aún, en los casos con pacientes infantiles. Los niños muestran un cambio de síntomas mucho más rápido que los adultos. Ellos son la mejor prueba de que las condiciones sanitarias son satisfactorias.

VI. Otros quehaceres: Como sabemos, la enfermera debe afrontar el cuidado de los pacientes de los diferentes departamentos del hospital, asegurando su pronta recuperación “especialmente en casos infantiles dada la fragilidad de su naturaleza”. Debe mostrar competencia en los asuntos relacionados con la higiene “un asunto muy importante en la enfermería si consideramos la importancia de una limpieza exhaustiva de la ropa de cama del paciente”; en otras palabras, dependerá de los cuidados de la enfermera y de la limpieza de la cama el no provocar recaídas en el paciente. El médico considera que la fiebre, por encima de otras dolencias, pone a prueba la capacidad de la enfermera.

FOTO 58 Enfermeras inglesas tomando el té. 1850

Turnos de noche: El médico o cirujano requiere que la enfermera de noche sea tan buena como la de día o incluso mejor, ya que las horas más críticas de fiebre y posibles dolencias postoperatorias a menudo ocurren de noche o muy temprano por la mañana. Pero la misma capacidad de manejo no se requiere en ambos turnos. Para hacer bien su trabajo, las enfermeras de noche deben disponer de al menos siete u ocho horas para poder reposar sin desvelarse durante el día “incluso en las caballerizas de Nueva York los caballos que trabajan de noche tienen un recinto aparte para dormir sin ser molestados”. Deben disponer de comidas calientes preparadas cuando terminan de trabajar por la mañana y antes de comenzar a trabajar por la noche, además de un refrigerio a la una o dos de la mañana. Deben tener hora y media o dos de ejercicio al día. Se les exigirá mostrar su pase para acceder a las salas. Es más necesario para una enfermera de noche que sea regular en sus hábitos si quiere ser eficiente, y no parece haber razón por la cual el cuidado de noche, si se hace bien, debería ser más agotador. La regularidad de los hábitos, de las horas de las comidas, del sueño, del ejercicio y del aseo personal es condición sine qua non. Resultan necesarios, pues, los descansos ocasionales o cambios de turno “o una o dos noches al mes de reposo total en la cama para una enfermera jefe”.

Vacaciones: Todas las enfermeras, sobre todo las del turno de noche, deben tener vacaciones. Un mes al año no es demasiado. Sin embargo, las encargadas y todas las mujeres con cargos de gran responsabilidad necesitan más unas vacaciones anuales siempre y cuando éstas sirvan para restablecer el vigor del cuerpo y la mente. Ocasionalmente, unas vacaciones de tres meses podrían resultar además reparadoras.

FOTO 59 Enfermeras del King’s College Hospital, London. 1900

Cómo debe ser una enfermera.
Una buena enfermera debe tener un carácter bondadoso y cercano al paciente. No hace falta decir que debe ser:
(1) Casta, en el sentido más cristiano de la palabra. A los más deshonestos les debe resultar imposible pronunciar siquiera una broma indecente en su presencia. (2) Sobria, tanto de espíritu como en la bebida, y moderada en todas las formas. (3) Honesta, negándose a aceptar el soborno más insignificante por parte de pacientes o amigos. (4) Veraz “y ser capaz de decir la verdad incluye atención y observación” y dotada de gran memoria, para recordarlo todo detalladamente y así poder expresar con sinceridad lo que ha observado; así como la intención de decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. (5) Digna de confianza para llevar a cabo las acciones de manera inteligente. (6) Puntual y ordenada, teniendo todo listo y en orden antes de comenzar con las preparaciones de su trabajo sobre el paciente. (7) Tranquila, aunque enérgica; enérgica pero sin ser atolondrada; discreta sin ser engreída. (8) Alegre, servicial, confiada; no dejándose desanimar por posibles síntomas adversos; no deprimiendo al paciente por anticipar un resultado desfavorable. (9) Limpia y aseada hasta la exquisitez, tanto por el bien del paciente como por el suyo propio. (10) Considerada con el paciente más que consigo misma; delicada en distintas ocasiones y necesidades, alegre y amable, paciente, ingeniosa y habilidosa. La mejor definición puede encontrarse, como siempre, en Shakespeare, donde dice que para ser una verdadera enfermera hay que ser:

Tan amable, tan obediente, diligente,
Tan considerada en sus quehaceres, leal,
Tan resuelta.”

Un paciente pide de acuerdo a sus necesidades, y no según la teoría de cualquier enfermera acerca de sus necesidades. Ha de ser “considerada en sus quehaceres”; pero tiene que tener principios morales. Su formación debe permitirle obedecer de manera inteligente. La enfermera debe ser sencilla y centrarse únicamente en el bien del paciente. La enfermera debe ser siempre amable, pero no excesivamente afectiva. El paciente debe encontrar la calma en su cuidadora y crear un vínculo de cordialidad, respeto y comunicación, ya que reprimir las emociones resulta nefasto y limita el entendimiento mutuo. La enfermera en ningún caso debe demandar reciprocidad al paciente ni reconocimiento por sus servicios; ya que el mejor servicio que una enfermera puede ofrecer es que el paciente apenas sea consciente de que es una persona enferma.
Florence Nightingale

FOTO 60 Nurse School. Estudiantes de enfermería británicas recibiendo formación sobre vendajes, 1910

Este libro se terminó de imprimir en Bilbao, el 13 de agosto de 2010, coincidiendo con el centenario de la muerte de Florence Nightingale

Gracias Koldo, por haber rescatado tan maravillosa obra para que todo el mundo la pueda leer y recuperar una parte de nuestra historia enfermera.

FOTO 61 Retrato de Florence Nightingale

Agradecimientos
Koldo Santisteban Cimarro. Vocal II del Colegio de Enfermería de Bizkaia. In Memoriam
Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Colegio de Enfermería de Bizkaia

Bibliografía
The Wounded Soldier´s Friend. La amiga del soldado herido. Eliza F. Pollard. 1890. Traducción al castellano: Javier Prieto Goitia. Edición especial centenario de la muerte de Florence Nightingale. Edita: Colegio de Enfermería de Bizkaia. Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia. Coordinador: Koldo Santisteban Cimarro. Impresión: Gestingraf. Diseño y maquetación: Dosomás. Depósito Legal: BI-2158-2010

Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Osakidetza, Hospital Universitario Donostia, Gipuzkoa
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019


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