FLORENCE NIGHTINGALE
Título original: Florence
Nightingale. The Wounded Soldier´s Friend. 1890
“Es este un mundo de sufrimiento, donde cada corazón
Conoce su angustia y malestar;
La sabiduría más verdadera y el arte más noble
Es de quien puede el dolor aliviar;
Quien, con pasos suaves y tono gentil
Domina el débil espíritu
Y abre los ojos lánguidos,
Cuando, como el ala de un ángel, se siente fugazmente
pasar”
Gracias al tesón de nuestro querido compañero Koldo Santisteban Cimarro, Vocal II del
Colegio de Enfermería de Bizkaia, que sin su ilusión y entrega, nunca habría
visto la luz este nuevo libro sobre Florence Nightingale en castellano. Otra
forma de recuperar la memoria histórica de la Historia de la Enfermería. Nos
dejó sin sus libros en 2015.
FOTO 1 Portadas del libro de 1890 y la portada del libro
2010
Agradecimiento al Colegio
de Enfermería de Bizkaia en colaboración con La Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia, acordaron conmemorar
y perpetuar el Centenario de la Muerte de Florence Nightingale (1910 – 2010),
con la edición de un libro que fue la primera biografía sobre Florence editada
en vida de ella, se titula “Florence Nightingale La amiga del soldado herido en
Crimea” 1890 Eliza F. Pollard. Traducción
actualizada por Javier Prieto Goitia. Se le añade un capítulo de la muerte de Florence y dos capítulos sobre
los artículos que escribió 1882, titulados: Formación de las Enfermeras y Cómo
cuidar al enfermo.
FOTO 2 Mar de Marmora o Mar de Marmara
PREFACIO
“Vistiendo la blanca flor de una vida de
inocencia,
Atendiendo
las causas más insignificantes”.
En estas páginas he tratado de narrar la vida de alguien
que aún está entre nosotros. Alguien que no ha caído en el olvido, que nunca desaparecerá
del recuerdo de quienes la aman y admiran por el trabajo que desarrolló. “Por
sus hechos la conoceréis”. Sólo aquellos que han necesitado de su ayuda,
que han trabajado a su lado o están vinculados a ella por lazos de sangre y
amistad, han tenido el privilegio de adentrarse en el sagrado recinto de su
vida privada. Al igual que todas las nobles almas, Florence Nightingale dio poca importancia a los elogios que
recibía. Ella realizaba sus obras por amor a Cristo.
Yo, una mujer, escribo la vida de otra mujer, y me
esforzaré por mostrar ante los que leen este libro la lección que ella me ha
enseñado y sigue enseñándome. Esta lección es, como veremos, que aún tenemos
una gran labor por hacer, una labor digna de admiración. Más debemos saber
dónde y cuándo se nos necesita. Debemos cuidar del “Templo” de Dios vivo; es
decir, el cuerpo que Cristo santificó y honró.
A lo largo de toda su vida, Florence Nightingale rehuyó de
la aparición en la vida pública. Es por ello que he emprendido esta tarea con
toda humildad, careciendo de muchos datos que suelen ser considerados
necesarios para la redacción de una biografía. Siguiendo la llamada de su país,
dejó su hermoso hogar para socorrer y ayudar, como sólo ella supo hacer, a los
valientes hombres que estaban dando la vida por su nación. Una vez concluyó su
obra, regresó al hogar. Desde entonces, su voz ha sido escuchada, así como su
espíritu, que seguirá vivo entre nosotros generación tras generación. Florence
se mantuvo siempre en un segundo plano; en parte por los problemas de salud,
pero sobre todo porque la meta que se impuso residía tan cerca de su corazón
que cualquier asomo de vanidad, cualquier situación que hubiera podido poner en
tela de juicio la pureza de sus motivos, habría conllevado un sentimiento de
dolor para ella.
Tenía una lección que enseñar, una lección que ella
aprendió primero y después ofreció al mundo. Primero, la ley del orden y la
obediencia. Y segundo, la necesidad de una formación metódica, mediante la cual
el conocimiento puede ser adquirido para la superación del mal y, así, ofrecer
la ayuda necesaria con el fin de paliar el sufrimiento de nuestras vidas.
Cristo fue a Jerusalén, y su madre lo encontró en el
Templo escuchando y haciendo preguntas a los rabinos que lo rodeaban. Después volvieron
juntos a Nazaret y esperó su hora; pero a partir de ese momento estaba ya
entregado a la obra del Padre. Incluso cuando se hallaba en el taller de José,
ya entonces se encontraba en la etapa de preparación de esos tres breves años
de sacerdocio que cambiarían el destino moral de la tierra.
Esta es la gran lección que Florence Nightingale difundió,
la de que asistir a los enfermos y cuidar a los pobres debe hacerse
metódicamente y con orden. No como un trabajo a abordar sin entusiasmo, sino
aceptándolo como una noble vocación que emana del corazón. Una vocación digna
de ser realizada tanto por alguien de la más alta escala social como por el más
humilde miembro del rebaño de Cristo. No se debe trabajar para uno mismo, sino
para Dios; ésta es la nota clave de su enseñanza y de su trabajo. Apartar los
propios intereses no mediante actos de mortificación y ascetismo, sino mediante
el poder del Amor Divino.
Para aquellos que se sienten identificados con estos
principios, citaré las propias palabras de Florence: “La experiencia de
llevar trabajando un cuarto de siglo por Europa me dice que los más felices,
los que más saben valorar sus vidas, son, en mi opinión, aquellos que se
dedican al cuidado de los enfermos. Éstas son las humildes palabras con las que
puedo describir las vidas de sacrificio y entrega de quienes han elegido este
camino. Ha habido todo tipo de mártires a lo largo de la historia, mas éstos
son los últimos en pensar en sí mismos. Y en todos y cada uno de ellos debe
existir una constante labor altruista. Esta es la diferencia: la vida no es un
sacrificio, es la participación en una labor, la más satisfactoria de
todas. Sin embargo, la verdadera voluntad en cualquier vida debe estar
determinada a perseguir a toda costa el bien común, el sacrificio diario. Nada
nos permitirá seguir adelante excepto el sentimiento de que es obra de Dios más
que nuestra; la convicción de que estamos buscando su complacencia y no la
nuestra, que estamos preparados gracias a los medios que Él ha puesto a nuestro
alcance para llevar a cabo su trabajo”.
La lección de Florence Nightingale queda resumida en estas
palabras: “El amor a Dios olvidándose de uno mismo”.
Eliza F.
Pollard
FOTO 3 Rebaño de ovejas con el pastor
FLORENCE NIGHTINGALE
CAPÍTULO I
LOS PRIMEROS DÍAS
“De los
pequeños esfuerzos nacen grandes acciones;
Las lecciones aprendidas en nuestra infancia
Moldean el espíritu de ese temperamento
Donde se forjan nuestras poderosas obras.
Valora, pues, los dones de la infancia,
Úsalos con cariño, cuida de ellos;
¿Quién puede medir, quién
Su alcance y grandeza?”
Sra.
Alexander
Mira al viejo Roger, ¿qué puede haber ocurrido? Sus ovejas
están sueltas por la colina y parece que no atienden a su llamada. Quien
hablaba, una pequeña niña de unos diez años a lomos de un poni, señaló con su
fusta hacia donde un rebaño de ovejas corría de acá para allá sin prestar mucha
atención a la voz de su viejo pastor que, con una piel de oveja sobre sus
hombros y un cayado en su mano, se esforzaba en vano por mantenerlas juntas. Sí,
parece que tiene problemas, exclamó el acompañante de la niña, un anciano
vicario. ¿Por qué no nos acercamos y le preguntamos qué le ocurre?- Añadió. ¡Oh,
sí! ¡Vamos! fue la pronta respuesta de la niña. En pocos segundos los dos
habían ascendido el cerro y se encontraban junto al pastor. Éste, agotado por
los esfuerzos que había hecho, caía rendido sobre la suave hierba verde,
quejándose en voz alta: “No sirve de nada, ¡tendrán que tomar su propio
camino!”. Roger, ¿qué te pasa? preguntó el vicario. El anciano se levantó y, al
ver quién le hablaba, se irguió y tocó su gorra en señal de respeto mientras se
acercaba a ellos. Su Reverencia, dijo, no hay nada que hacer con las ovejas. La
primavera las ha vuelto muy inquietas. ¡Fíjese! El pastor observó a su rebaño
con un gesto de desaprobación, comprobando cómo los corderos más jóvenes brincaban
a sus anchas por la colina seguidos por sus madres, cuyos balidos tampoco
parecían surtir demasiado efecto.
Pero, ¿dónde está Cap?, preguntó la niña. ¡Ah! Ese es el
problema, señorita. Cap está en las últimas. ¡En las últimas! ¿Quiere usted
decir que se está muriendo? exclamó el vicario. Más o menos, respondió
tristemente el anciano. Preferiría que ya lo estuviera, ¡así no tendría que
hacerlo! ¿Hacer qué, Roger? preguntó la niña. Sacrificarle, señorita respondió
con determinación. ¿Sacrificar a Cap? ¿Tu querido y leal Cap? ¡No hay un perro
pastor mejor en toda la comarca, Roger! Exclamó el vicario. Lo sé, señor, pero
ya no me sirve y la gente pobre como yo no puede mantener una boca inútil. Debo
hacerme con otro perro. ¿Por qué? Hace una semana lo ví tan lleno de vida
corriendo detrás de las ovejas. ¿Qué ha sucedido desde entonces? preguntó el
vicario.
Unos niños le estuvieron tirando piedras. Una alcanzó a
Cap en la pata y se la rompió. Se arrastró hasta la cabaña y allí ha
permanecido desde entonces aullando de dolor y sin poder moverse, lo que me
rompía el corazón. Sería un gesto bondadoso por mi parte librarlo de ese dolor,
y he decidido terminar con todo esta misma noche dijo el viejo pastor con un
tono triste. Oh, Roger, ¿cómo puedes hacer algo así? ¡Aún puede ponerse bien!
exclamó la niña con los ojos llenos de lágrimas. Si hubiera mejorado algo, ya
me habría dado cuenta, señorita Florence, pero está peor. Su pata estaba muy
hinchada esta mañana cuando lo dejé reposando, y no come, sólo bebe. Estos
animales son a menudo más sabios que los hombres, y sus instintos les dicen lo
que es bueno para ellos. De todos modos, siento mucho lo ocurrido, Roger. Cap
es un buen perro, y me temo que tendrás problemas para encontrar otro que le
sustituya –dijo el vicario con voz desesperanzada.
Así lo creo yo también, su Reverencia –añadió el pastor
saludándole con respeto. Buenas días, señorita continuó mirando a la niña, y no
se preocupe, todos debemos morir algún día, y los perros no son una excepción dijo
acariciando el cuello del poni de Florence. Adiós, Roger, lo siento mucho fue
la afligida respuesta de la pequeña.
Los ojos marrones de la niña parecían tristes. Siguió a su
compañero colina abajo para hacerse al camino por el que habían venido. El
pastor la siguió con la mirada y, según volvía a donde se encontraban sus
ovejas, murmuró:
“La pequeña Florence tiene un buen corazón”. Tras unos
instantes en silencio, el vicario dijo por fin: Me pregunto si Cap estará tan
mal como piensa Roger.
Esta gente de montaña sabe más bien poco acerca de
cuidados médicos, y mucho menos de sus animales. Una piedra puede haberle
lesionado la pata, pero dudo que la haya dañado tanto como dice. ¡Vamos a
verle! dijo Florence con impaciencia. Roger no vive lejos. Y señaló un grupo de
casas de campo situado colina abajo. ¿Por qué no? respondió el vicario. Un
perro pastor es un animal muy valioso e inteligente. A menudo me he fijado en
él. Sería una pena acabar con el bueno de Cap si hubiera alguna posibilidad de
curarlo. Acto seguido, tomaron el camino que les conduciría hacia las casas. Florence
se apeó de un salto de su poni e intentó abrir el cierre de la última caseta,
pero, para su consternación, la puerta estaba cerrada. Un apagado ladrido
seguido de un gemido de dolor se oyó desde el interior.
¡Está encerrado! –dijo, volviendo desconsolada donde su
compañero de viaje, quien aún le esperaba a lomos de su caballo. Cuánto lo
siento dijo el clérigo. Roger tendrá la llave. Bueno, Florence, me temo que
debemos dejar al pobre Cap a su suerte. En ese instante la puerta de la cabaña
contigua se abrió y se asomó una mujer con un bebé en brazos y un pequeño niño
de unos siete años escondido detrás de ella. La mujer hizo una reverencia,
diciendo: Roger ha salido a cuidar de su rebaño, Reverencia. Y mucho me temo
que tendrá problemas. ¡Cap se está muriendo! Aún se le oye dijo el vicario
mientras el perro seguía ladrando débilmente.
FOTO 4 Florence Nightingale de joven con Cap, curándole la
patita
Hemos venido a ver a Cap, señora Norton, pero la puerta
está cerrada, así que me temo que nuestra visita ha sido en vano. ¿Cómo se
encuentra su marido? Mejor, señor, gracias. Salió de la enfermería la semana pasada
y se está recuperando muy bien, pero si es a Cap a quien ha venido a ver, su
Reverencia, mi Jimmy sabe dónde está escondida la llave. Él les llevará al
lugar. Cap no deja que ningún extraño entre por muy mal que se encuentre, pero
él conoce a Jimmy, porque se encarga de darle de beber. ¡Esa pequeña bestia
tiene tanta sed! Está bien. Jimmy, chico, encuentra la llave y déjanos entrar
–dijo el vicario. El pequeño Jimmy se hizo rápidamente con la llave, la
introdujo en la cerradura y, tras abrir la puerta, dijo en voz baja “Cap, Cap,
tranquilo, todo está bien, amigo”. Cuando el vicario y Florence entraron, el
perro gruñó y trató de levantarse. La niña se acercó sin temor hasta donde
yacía el animal, diciendo en un suave y cálido tono “Pobre Cap, pobre”. Estas
palabras fueron suficientes; el perro la buscó con sus expresivos ojos marrones
inyectados en sangre y llenos de dolor. No se molestó cuando, de rodillas
frente a él, ella acariciaba su gran cabeza. Cap fue bastante menos amable con
el vicario pero, tras varios intentos, finalmente se dejó examinar las heridas de
la pata. Jimmy y Florence no dejaban de dedicarle palabras amables para que
mantuviera la calma. De hecho, el animal emitía un continuo murmullo con la
cabeza apoyada en el regazo de la niña, quien parecía una madre al lado de su
hijo enfermo.
Bueno dijo el vicario concluyendo su examen, en lo que a
mí respecta puedo asegurar que no hay huesos rotos, aunque la pata está muy
magullada. Deberíamos aplicar paños calientes para detener la hinchazón. ¿Cómo
se aplican paños calientes? preguntó Florence. Sumergiéndolos en agua hirviendo
dijo el vicario. En ese caso, resultará bastante fácil. Me quedaré aquí y lo
haré ahora mismo dijo Florence con determinación. Jimmy, vamos a necesitar unos
paños y agua bien caliente añadió. El niño no vaciló ni un instante y se puso
manos a la obra nada más oír lo que necesitaban. Pero Florence, te esperarán en
casa dijo el vicario. No si les digo que estoy aquí respondió. Mi hermana y una
de las sirvientas pueden venir y recogerme para llevarme a casa a tiempo para
tomar el té, y dudó por un momento, sería mejor si trajeran algunos viejos
trapos. Parece que no hay muchos por aquí, pero usted me enseñará a aplicarlos,
¿verdad? Está bien dijo el vicario viendo el entusiasmo de la niña.
En unos instantes todo estaba preparado. En una esquina dieron
con un viejo blusón que había pertenecido al pastor. Florence lo rasgó con
energía y, a la observación del clérigo: “¿Qué dirá Roger?”, ella respondió:
“Le conseguiremos otro”. Y, así, Florence Nightingale hizo su primer cura y
pasó toda aquella preciosa tarde primaveral cuidando de su primer paciente: el
perro del pastor. Al anochecer, Roger llegó a su cabaña con semblante triste.
De buen seguro que no esperaba encontrar a nadie allí. Llevaba una soga en la
mano y, en ese instante, Florence se dirigió a él y le dijo: No necesitará eso
Roger, su perro no morirá, ¡Fíjese! Cap se incorporó y se dirigió gimoteando
con paso lento hacia su amo. ¡Dios mío! ¿Cómo lo ha hecho usted, Señorita
Florence? ¡Esta mañana no podía ni siquiera moverse cuando salí a cuidar mi
rebaño! Entonces Florence le explicó a Roger cómo había curado a Cap. Deberá
reposar toda la noche y mañana estará casi bien dijo el vicario. La Señora
Norton cuidará de Cap mañana, cuando usted esté fuera, así que ahora ya no
necesita sacrificarle, pronto será capaz de hacer su trabajo de nuevo.
Muchas gracias, señorita, muchas gracias dijo el anciano
con voz ronca. Me resultaba muy difícil acabar con él, pero ¿qué puede hacer un
pobre hombre como yo? y, extendiendo el brazo, acarició a Cap. Ahora que sé lo
que debo hacer, cuidaré de él, señorita dijo el pastor mientras apoyaba su
cayado en una esquina y colgaba su gorra en un viejo clavo en la pared. Entonces
Florence se despidió, acariciando al perro hasta el último momento. Nadie podía
imaginar que esa niña que acababa de despedirse llegaría algún día a ser
alguien cuya misión iba a ser la de atender a los enfermos y heridos en la gran
batalla de la vida; y cómo en años venideros, hombres moribundos lejos de sus
hogares, se incorporarían en sus lechos de hospital para besar su sombra al
pasar.
Nacimiento
Florence Nightingale nació en Florencia en 1820, y recibió
su nombre en honor a esa hermosa ciudad que la vio nacer situada a orillas del
río Arno. Era la más joven de las dos hijas del Sr. William Shore, un
acaudalado terrateniente hacendado de Embley Park en Hampshire, y Lea Hurst en
Derbyshire, condado cuyas tierras datan de épocas remotas.
El señor William Shore adoptó el nombre de su madre, la
señora Nightingale, en el año 1819, fecha en la que heredó su fortuna. El
señorío de Lea Hurst, donde Florence pasó la mayor parte de su infancia y
juventud, data de la época del reinado del rey Juan I, quien en la primera
mitad del siglo XIII erigió una capilla estratégicamente situada en el centro
del distrito de Matlock, a unas dos millas del área de Cromford. Una
encantadora construcción que inspiró a una famosa poetisa de la época
aficionada a describir el amor entusiasta por su país:
“Las casas señoriales de Inglaterra,
¡Qué hermosas
Entre los altos árboles ancestrales,
Sobre los apacibles campos!”
FOTO 5 Florence Nightingale de joven
Si, como es comúnmente dicho, nuestro carácter se ve
influido por el entorno y las experiencias de la infancia, no cabe duda de que
Florence Nightingale tuvo mucho a su favor.
Nacida en la “Ciudad
de las Flores”, el amor por éstas se convirtió en su gran pasión. Las
consideraba de gran beneficio para la mayoría de los enfermos. Y es debido a
esta fuerte predilección que los hospitales ya no lucen ese aspecto sombrío y
desolador tan común en tiempos pasados, sino que se alegran con flores.
Asimismo, año tras año el “Hospital Sunday” se convierte
en un día lleno de júbilo y color, y resulta entrañable ver a los más pequeños
de la congregación venir cargados con las flores más preciadas de la tierra
para ofrecérselas a Cristo.
FOTO 6 Lea Hurst en Derbyshire
Parece como si cada variedad de paisaje hubiera rodeado la
casa de nuestra heroína. En la distancia, maravillosas vistas del condado de
Peak con rocas de un tono gris y, no muy lejos, el río Derwent manando a través
de los verdes prados, cerca de la casa señorial de estilo isabelino construida
en forma de cruz y flanqueada por numerosos árboles.
Lea Hurst no es una vivienda
ordinaria. Se yergue robusta sobre una inclinada ladera visible desde la
distancia. La entrada, con enormes postes a ambos lados, culmina en esferas de
piedra, dando al conjunto un aire de grandeza medieval. Está construida, como
hemos dicho, en forma de cruz, con hastiales en los extremos cuyos vértices
están coronados con figuras decorativas. Las numerosas ventanas que se abren
bajo los hastiales se encuentran adornadas por goterones y parteluces.
En el tejado, transmitiendo una impresión de calidez y
hospitalidad, se eleva una llamativa chimenea formada por robustos bloques de
piedra. El jardín se extiende en la parte de atrás, así como una larga avenida
repleta de árboles, el paraje favorito de Florence en su niñez, donde
encontraba la perfecta combinación de diversión y sosiego. Un gran número de
ardillas hacían de los árboles sus casas, saltando de rama en rama, mirando
hacia abajo a los paseantes con sus vivos ojos marrones.
Para ellas la pequeña Florence era alguien a quien
conocían muy bien, y a menudo se acercaban dando volteretas mientras emitían
unos familiares sonidos cuando ella aparecía con los bolsillos llenos de frutos
secos que dejaba caer sin parar de reír con emoción.
No importaba adónde fuera Florence, siempre era recibida con
gran entusiasmo. La suya era una presencia entrañable en las humildes cabañas
vecinas, sobre todo en tiempos de enfermedad o dificultades. Acompañada por el
vicario de la parroquia, a menudo ofrecía alimentos y ropa a los más
necesitados. De él había aprendido sus primeras nociones de enfermería.
Quizás era su presencia, su forma de acariciar la cabeza
de un niño convaleciente, su simpatía innata y esas alentadoras palabras de
esperanza lo que más valoraban de ella. En el umbral de la vida, su inocente
alma se veía conmovida por el dolor y el sufrimiento de los que la rodeaban.
Florence Nightingale estaba hecha con otro molde. Soportar
el dolor de los demás y hacer más llevadera su tristeza parecía ser algo
natural en ella. El amor le hace a uno ser más capaz amar, y es en este
ambiente donde crecieron el corazón y el alma de Florence; no repentinamente, sino
poco a poco, como todas las creaciones de la naturaleza, como el proceso que
hace que un capullo culmine en una preciosa flor.
El Sr. William Shore Nightingale fue un hombre muy
cultivado y un gran viajero. Era natural, por consiguiente, que deseara una
sólida educación para sus hijas, e hizo todo lo que estaba en su mano para que
así fuera.
Florence Nightingale y su hermana dedicaron los siguientes
años de su vida al estudio y a viajar ocasionalmente al extranjero. Todos
sabemos la tranquila rutina que una buena educación conlleva. Las dos hermanas
estudiaron concienzudamente y se convirtieron en dos mujeres ilustradas y con
amplios conocimientos en música.
Pero la sociedad, y me refiero a la sociedad puramente
mundana, no guardaba ningún encanto para alguien con una naturaleza como la de
nuestra heroína. Su moral era tan elevada que debió de haber experimentado un
sentimiento cercano al dolor cuando entró en contacto con la realidad. Además,
había en su carácter un amor natural por el trabajo, un deseo de entregarse a
los demás.
Viviendo desde su más temprana infancia entre los pobres,
se dio cuenta de cuán grande era su ignorancia en todos los asuntos domésticos
y de su absoluta indefensión en tiempos de enfermedad. El intenso deseo de
ayudarles hizo esta ignorancia aún más evidente para ella, y le permitió ver
más claramente los efectos de la desdicha. Tomó entonces la determinación de
remediar este mal, y da testimonio del éxito de su misión toda una vida de
entrega al prójimo.
CAPÍTULO II
UN EJEMPLO
“Que
nuestra oración cada vez más ferviente
Sirva también para alumbrar, para soportar
Ese sufrimiento
Que aplasta con muda desesperación
Media raza humana”.
Longfellow
¿Cuáles eran las causas de tanto dolor y cómo mitigar el
sufrimiento? Éstas eran las preguntas que ocupaban la mente y el corazón de
Florence Nightingale, y a encontrar las respuestas decidió dedicar toda su
vida. Su familia, si bien nunca se opuso a su vocación, tampoco se mostró
demasiado entusiasmada con sus ideas; pero el afán de Florence por ayudar a los
demás era tan notable que no podían dejar de reconocerlo.
FOTO 7 Grabado de la época
Varios miembros de su familia sufrieron largas y graves
enfermedades, y Florence se convirtió, naturalmente, en su enfermera. Se dedicó
en cuerpo y alma a tan noble labor, y su interés por ayudar al prójimo pasó a
ser el principal objetivo de su vida. Cuando un pensamiento o un sentimiento
profundo nos invaden, resulta difícil desviar nuestra atención de lo que
verdaderamente nos atrae. El esfuerzo conlleva el cansancio del espíritu, y así
ocurrió con Florence Nightingale, quien no se olvidaba de sus hermanos más
pobres y enfermos. En el luminoso salón de su hogar recordaba los oscuros y
tristes cuartuchos donde los desatendidos yacían moribundos y, día tras día,
casi hora tras hora, sentía el poderoso impulso, podríamos llamarlo así, de una
llamada Divina que estaba destinada a seguir.
Florence puso en práctica sus primeros conocimientos de
enfermería con los necesitados de su propio condado. Pasó mucho tiempo
visitando hospitales, estudiando su organización y dándose a conocer, en la
medida de lo posible, con su disciplinado trabajo. De allí se dirigió a
Londres, donde prosiguió sus investigaciones. Fue en este importante período de
su vida cuando conoció a la Sra. Elizabeth Fry, cuya vida se acercaba al final.
Elisabeth Fry había trabajado con dedicación en un ámbito aún más árido que el
de Florence Nightingale, y su entrega era, sin duda, merecedora de una
recompensa. Esta mujer de avanzada edad, cuyo eterno descanso estaba tan cerca,
se sintió extrañamente atraída hacia su joven compañera, de quien le sorprendió
su capacidad para desarrollar tan arduas labores. Existía entre ellas un
vínculo de unión casi más fuerte que los lazos de sangre: el amor por la
humanidad que sufre y sobre la cual Cristo estableció su primer y gran ejemplo.
“El aire está lleno de despedidas a los moribundos
Y luto por los muertos”.
Pero, ¿y los vivos? Desde los hospitales y las prisiones se
podían oír con demasiada frecuencia las desgarradas súplicas de los
necesitados, mas nadie los escuchaba entre el ajetreo de la vida cotidiana. Algunas
personas como Elizabeth Fry, John Howard o Florence Nightingale, respondían a
sus ruegos nada más escucharlos. Parecía como si la propia voz de Cristo les
hiciera levantarse y atender a los necesitados dirigiéndose a ella para
entregarse en cuerpo y alma en nombre del Señor. ¡Un grupo bienaventurado! Una
llamada bendita para disipar las tinieblas, para llevar la luz de Dios donde
reinaban la ignorancia, el pecado y la miseria.
Florence Nightingale fue una de las primeras personas conscientes
de que, antes de enseñar a los demás, había que comprender la labor a
desarrollar. Sentía la absoluta necesidad de adquirir un conocimiento práctico
de las enfermedades, sabiendo diferenciar sus distintas fases y, así, encontrar
la forma más eficaz de atender a los enfermos.
Después de pasar varios meses trabajando en hospitales de
Londres, visitó los de Dublín y Edimburgo, prestando especial atención a todos
los detalles de la vida hospitalaria. Más tarde viajó a Francia, Alemania e
Italia, prosiguiendo las mismas investigaciones sistemáticas. No tardó mucho
tiempo en darse cuenta de qué era lo que fallaba en el sistema sanitario inglés
y en el cuidado de los enfermos. Desde tiempo inmemorial, en el continente
habían existido sociedades cuyos miembros se dedicaban íntegramente al servicio
de los hospitales o a asistir a los enfermos en sus propios hogares. No se les
pagaba, sino que aquella labor era su vida y su religión. Eran los siervos de
Dios y, como tales, sentían la obligación de servir a sus criaturas. Destacan
en Francia e Italia las Hermanas de San Vicente de Paúl que, con sus uniformes
de color gris y cofias blancas, son las enfermeras reconocidas de los pobres,
la salvación de todos los que necesitan ayuda.
En la Alemania Protestante encontramos a las Diaconisas,
concretamente la institución creada por el Pastor Fliedner en Kaiserwerth,
enfermeras especialmente instruidas para desempeñar su trabajo entre los
enfermos y socorrer a los caídos.
Precisamente, lo que Florence vio en esta última
congregación ejerció una fuerte influencia sobre ella. El espíritu del fundador
estaba tan en armonía con sus propias ideas que creo necesario mostrar a
nuestros lectores un pequeño bosquejo de la vida del pastor Fliedner, así como
del maravilloso trabajo que realizó. Fue uno de los pioneros de la reforma
social del siglo XIX y, como veremos más adelante, guía y mentor para Florence,
quien estaba destinada a seguir una llamada suprema.
Theodore Fliedner nació en enero de 1800 en Eppstein, un
pequeño pueblo Alemán en la frontera entre las provincias de Hesse y Nassau,
donde su padre desempeñaba las funciones de clérigo. No fue un destacado
estudiante y nunca a lo largo de su carrera se vio en él señal alguna de
naturaleza religiosa. Por aquel entonces Alemania estaba, como lo está hoy en
día, sumida en una controversia teológica de la cual Theodore Fliedner se
mantuvo siempre al margen. Sin embargo, su vida tomó un cariz completamente
diferente. A los veinte años pasó su examen final y se convirtió en Pastor de
la Iglesia Evangélica en Kaiserwerth, una pequeña población a orillas del Rin a
unos pocos kilómetros de Dusseldorf. Por aquel entonces nada podía resultar
menos atractivo que el aspecto de esta ciudad, dominada por la suciedad y la
pobreza. Aún atravesada por el amplio y caudaloso Rin, resultaba prácticamente
inaccesible. Sin embargo, fue en este oscuro rincón del mundo donde el joven
pastor comenzó su labor, recibiendo por ello un estipendio de veintisiete
libras al año.
FOTO 8 Hospital y Diaconisas de Kaiserwerth
Aunque la vida en Alemania era por aquella época, como lo
es ahora, más barata y sencilla que en Inglaterra, tan pequeño ingreso apenas
era suficiente para cubrir las necesidades básicas. La población, casi en su
totalidad Católica Romana, era muy infeliz y se encontraba sumida en un
ambiente de inmundicia y enfermedades. Quizá tan desesperanzadora situación
estimuló la mente cristiana de Theodore quien, admirablemente, sacó fuerzas de
flaqueza para seguir adelante. En cualquier caso, las circunstancias no podían
ser peores viendo la situación de estancamiento y miseria en la que encontró a
su rebaño. En un breve espacio de tiempo sus pequeños ingresos disminuyeron
debido al fracaso del negocio de los fabricantes de terciopelo, quienes
proporcionaban trabajo a una gran parte de los miembros de su congregación. Éste
desafortunado hecho despertó en él la idea de reorganizar las donaciones de la
iglesia para satisfacer las necesidades de sus vecinos más desfavorecidos.
Realizó viajes por Alemania, Holanda e Inglaterra, donde encontró un éxito
considerable predicando las necesidades por las que estaba pasando.
Probablemente es en éste momento de su vida cuando el nombre de John Howard
llegó a los oídos de Florence por primera vez. John Howard se interesaba por
reformar el sistema penitenciario en Alemania, donde las cárceles se hallaban
en peor estado que en Inglaterra, con los reclusos mal alimentados y apiñados
en celdas inmundas. Llegó incluso a mostrar el deseo de ser encarcelado durante
algún tiempo con el fin de poder juzgar de primera mano cómo era la vida
carcelaria. Su petición, sin embargo, fue rechazada, aunque se le permitió
celebrar servicios quincenales en la cárcel de Dusseldorf y visitar a los
internos individualmente. La primera piedra estaba ya colocada. Así, un grupo
de voluntarios que mostraban los mismos intereses consolidaron su unión
fundando el 18 de junio de 1826 la primera Sociedad de Prisiones de Alemania.
Pero una vez que los hombres y mujeres a quienes la vida carcelaria había
dejado huella volvieran a recorrer mundo con la marca de Caín sobre sus
frentes, ¿adónde deberían ir y qué iba a ser de ellos?
FOTO 9 Theodore Fliedner y Friederike Fliedner (Diaconisa)
Ésta importante duda se le presentó al Pastor Fliedner con
toda su crudeza; no tenía dinero ni medios, y no podía exponer a su joven
esposa e hijos al contacto con el pecado y la vergüenza a cada momento. Sin
embargo, ¿cómo podría rescatar a estas ovejas descarriadas y apartarlas de un
mundo de perdición? ¿Acaso no era él el pastor de las ovejas de Cristo? ¿Cómo
habría de responder al Señor si éste le llegara a reclamar el cuidado de
aquellos más necesitados? En el jardín que rodeaba su humilde casa había una
viejo trastero donde se puso a trabajar con sus propias manos hasta hacerlo
habitable proveyéndolo de enseres básicos como una cama, una mesa y una silla.
Su obra estaba concluida: había construido un hogar para resguardarse de la
lluvia y el viento.
Un día llevó hasta allí a una mujer que había salido de la
prisión recientemente, una María Magdalena que tembló de miedo al encontrarse,
por primera vez desde hacía mucho tiempo, cara a cara con la realidad de un
mundo cruel. Con los ojos turbios, desacostumbrados a la luz del día, murmuró
tímidamente al pastor “¿Dónde debo ir? ¿Dónde?” ¿Quién en todo el mundo
tendría el valor moral para negarle una mano amiga a una persona en esa
situación? Resultaría muy fácil decirle “Ve y no peques más”, pero cuando cada
rostro se volviera a su paso, cuando cada puerta se cerrara ante ella, ¿con qué
medios contaría para redimirse? “Sígame, por favor, yo le llevaré a casa”.
¿Era un hombre o un ángel quien le hablaba? No dudó ni un instante, lo siguió
llena de fe hasta la humilde casita que había preparado para ella, y allí
encontró el descanso y la paz para su alma herida, fatigada de tantos pecados y
agitaciones. Este suceso se propagó allende las fronteras. Esto ocurrió en 1833
y, poco después, otros vinieron buscando cobijo y protección. Así creció el
número de penitentes; la semilla echó raíz y comenzó a dar fruto convirtiéndose
en un poderoso árbol que extendía generosamente sus ramas para albergar a
aquellos que realmente anhelaban no pecar más. A partir de aquel momento hubo
un hogar en Kaiserwerth para acoger a las mujeres que abandonaban la prisión.
El dinero llegaba poco a poco y se levantó en aquel mismo jardín una segunda
construcción con capacidad para albergar entre quince y veinte mujeres. Aquí
podemos ver la caridad de su fundador quien, rebosante de amor divino, entendió
el verdadero carácter sagrado de la tristeza y el arrepentimiento humanos.
Ese mismo año, un nuevo hospital con más de un centenar de
camas fue inaugurado con la ayuda de trabajadores protestantes. Esta fue la
primera causa de la presencia del Sr. Fliedner en Kaiserwerth, quien reparó en
la necesidad de un cuerpo de enfermeras, reconociendo la importancia de éstas
para el buen funcionamiento del hospital. En este nuestro siglo XIX, la
influencia social de la mujer se ha hecho sentir notablemente. El papel de las
Reinas Regentes comienza a estar presente desde Tahití hasta las Islas
Británicas. Nunca antes fue la mutua unión de hombres y mujeres tan influyente
sobre el avance de la sociedad. Sólo en la mayor de nuestras necesidades, la
religiosa, ha sido esta cooperación menos latente. Las mujeres habían estado
hasta entonces aisladas de las principales actividades sociales, tendiendo que
mostrar su aptitud en todo momento, sintiéndose muchas veces impotentes sin la
ayuda del hombre. El gran defecto en el sistema de las Hermanas de la Caridad
de la Iglesia Católica es su extrema docilidad, lo que les convertía en meros
instrumentos en el marco del sistema y la administración a la que pertenecían.
Su influencia es inmensa, pero Kaiserwerth ha demostrado al mundo cómo, bajo un
sistema diferente, fallos así se pueden evitar.
Con estas ideas, y sintiendo la necesidad imperiosa del
sutil tacto femenino, fundó la orden de Las Diaconisas, reviviendo en esta
institución estrictamente protestante una orden que la primitiva iglesia
reconocía como necesaria para el buen funcionamiento de su sistema. Las
candidatas para el cargo de diaconisa recibieron una solemne bendición antes de
comenzar su labor. En lo sucesivo se consideraron a sí mismas siervas del Señor
Jesús, así como de los enfermos y los pobres. No se sentían prisioneras de los
votos contraídos. Su compromiso duraba cinco años, mas tenían libertad para
abandonar la orden en cualquier momento. Eran solemnemente consagradas mediante
la imposición de manos, recibiendo del pastor la bendición final pronunciada de
este modo:
“Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas en
un solo Dios, os bendiga. Que Él os guíe en la verdad hasta la muerte y os
conceda la Corona de la Vida. Amén”.
Si una diaconisa encontraba su labor demasiado ardua, si
era reclamada por su familia o incluso si pensaba en casarse, tenía libertad
para hacerlo. Pertenecer a esta orden no estaba reñido con el desarrollo de las
tareas propias de las madres o las esposas. El Sr. Fliedner consideraba, en
estos casos, que sus nuevas actividades en el ámbito familiar no eran
incompatibles con sus funciones religiosas. Ninguna diaconisa era menor de
veinticinco años y sus atuendos eran sencillos a la vez que discretos: un
vestido azul de algodón con el cuello y la cofia de muselina y un delantal
blanco. Una cosa es cierta; a partir de aquel momento la labor del Sr. Fliedner
prosperó, volcado plenamente con optimismo en su trabajo y realizándolo con
orden y conocimiento. Las diaconisas fueron instruidas para la enfermería y la
enseñanza, y entre los años 1836 y 1847 una escuela infantil se añadió a la
creación original, así como un centro para la formación de maestras de escuelas
primarias, un orfanato para niñas de clase media y un psiquiátrico para
mujeres.
FOTO 10 Hospital y Diaconisas de Kaiserwerth
Pero hay que tener en cuenta que todas estas instituciones
estaban subordinadas a un gran objetivo que el pastor nunca perdió de vista; la
formación de diaconisas, y lo que a su juicio, era el eje principal alrededor
del cual giraba todo el trabajo: proveer a estas jóvenes mujeres de una
disciplina y conocimiento práctico, lo que las haría mucho más devotas
servidoras de Cristo. Por supuesto, el mayor número de ellas trabaja en su
propio país y entre su propia gente. Para un verdadero filántropo todos los
hombres son sus hermanos, y el Pastor Fliedner no era una excepción. Además
deseaba, al igual que Licurgo, probar la estabilidad de su obra en caso de que
él faltara algún día. Por lo tanto, tan pronto como consideró que las
instituciones creadas en Kaiserwerth habían echado raíces, decidió retirarse
por un tiempo y dejarlo todo en manos de un superior, significara esto el éxito
o el fracaso de su empresa.
En 1849 dimitió de su cargo pastoral en Kaiserwerth con el
propósito de fundar más instituciones en todo el mundo: en Constantinopla,
Londres y Estados Unidos, así como en Esmirna, Alejandría y Bucarest. En abril
de 1851, el propio pastor acompañó a cuatro diaconisas a Jerusalén, donde fundó
una rama de dicha institución en el monte Sión con el fin de asistir a enfermos
de todos los credos y formar una “Escuela
de Instructores y Enfermeras Cristianas” en Oriente. El Rey de Prusia les
donó una casa, hoy día hospital, seminario y hospicio. “Muchos enfermos” escribe una de las hermanas “se
encuentran ahora a nuestro cuidado. Tenemos infinidad de solicitudes de
personas que acuden a nosotras con dolor en los dedos, ojos y pies, como si un
doctor milagroso viviera aquí. Yo, entre otras cosas, les lavo las heridas con
agua y jabón…” La labor desarrollada por las hermanas influyó sobremanera
en las mujeres de Oriente, quienes no podían recibir una formación digna por
parte de instructores masculinos. Incluso en un momento llegaron a tener dos
niñas árabes de Hebrón y Tafet.
FOTO 11 Kaiser Werth
Pero para él, que había trabajado tanto y tan devotamente por
el rebaño de su Maestro, también el final de sus días estaba cercano. Regresó a
Europa sin cejar en el empeño de realizar su trabajo, que se había convertido en
una necesidad vital. Sin embargo, la sensación de debilidad física que se
cernió sobre él era la antesala del inminente descanso eterno que le aguardaba.
Recordó a las muchas personas que habían luchado como él
en la batalla de la vida por tan noble causa; para ellas también ideó su última
creación: “El Hogar del Descanso”.
Se trataba de un lugar al cual las personas que habían avanzado en la fe
estaban invitadas a retirarse cuando sus fuerzas flaqueasen. Allí podrían
descansar bajo la sombra de la bandera de la institución, que en días festivos
ondearía desde la torre. Una bandera con el mismo mensaje de paz presente en el
arca de Noé mientras cruzaba las turbulentas aguas: una paloma portando una
rama de olivo en su pico. A su vez, este mismo emblema estaba esculpido en la
entrada de la pequeña capilla que había demostrado, en cierto modo, ser un arca
donde se habían refugiado tantas almas cansadas y abandonadas al vaivén de las
olas de este mundo incierto. Cuando éste, su último trabajo, fue culminado, su
flaqueza física era ya evidente. Incapaz de reunir las fuerzas necesarias para
salir siquiera de su habitación pero con un fuerte espíritu, siguió manteniendo
un intenso contacto por correspondencia con sus seres queridos. Falleció el 4
de octubre de 1864, dejando detrás de él nada menos que cien centros de trabajo
asistidos por cuatrocientas treinta diaconisas.
FOTO 12 Ve y hazlo tú mismo
CAPÍTULO III
PRIMEROS PASOS
“Ve y
hazlo tú mismo”
Florence Nightingale
se decidió a seguir los pasos de este admirable hombre. En Inglaterra no
habíamos tenido hasta la fecha ninguna institución como esta, y no parecía
haber posibilidad alguna de mejora en el sistema de enfermería. La necesidad
era sin duda palpable, pero se necesitaba mucha energía para romper las viejas
costumbres y organizar un nuevo orden de cosas. Por encima de todo, la unión
era necesaria; parece que los descuidos, o incluso algunas muertes derivadas de
la nefasta organización del sistema sanitario, no fueron suficientes para
despertar en toda la nación el deseo de exigir una reforma radical. Las
costumbres son siempre difíciles de cambiar.
Es cierto que, en ese momento, a las enfermeras se les
tenía en baja estima y eran en general consideradas como personas que infundían
un sentimiento de aversión, casi de rechazo. Lo más probable era que el
prototipo Sairey Gamp como enfermera no inspirara confianza. Estas mujeres
eran, en general, de clase baja, y no aptas para ganarse la vida de una manera
honrada, siendo en su mayoría adictas al peor de todos los vicios: la bebida.
No cabía duda que dejar a nuestros seres queridos en tales manos significaría
agravar los síntomas de la enfermedad. Y, sin embargo, es un hecho que, en caso
de emergencia, ni siquiera los adinerados podían aspirar a nada mejor. Entonces
¿qué sería de los pobres?
Con esta lamentable situación ante ella, Florence
Nightingale viajó de una ciudad a otra, sobre todo a través de Europa, buscando
algún remedio y evitando tener prejuicio alguno por motivos de raza o religión
de los necesitados. Al igual que el Pastor Fliedner, Florence vagó entre los
prisioneros y los enfermos. Visitó los hospitales de Berlín y de otras ciudades
de Alemania, así como las de París, Lyon, Roma, Alejandría, Constantinopla y
Bruselas.
Examinó las diferencias de cada sistema, elaborando una
comparación entre ellos y centrándose en su construcción, un aspecto al que se
le había concedido poca importancia en épocas anteriores. En un meritorio libro
titulado “Notas Sobre Hospitales”, que escribió años después, en 1863, divulgó
toda esta vasta experiencia por el mundo. En esta obra describe con entusiasmo
el famoso Hospital Laboisière de París y menciona como hecho curioso que, a
pesar de que éste era en aquel momento uno de los mejores hospitales del mundo,
registró una de las más altas tasas de mortalidad debido a sus deficientes
sistemas de ventilación y calefacción.
FOTO 13 Florence
y su hermana Parthenope Nightingale por W. White. Around 1836. Grabado de la
época
Florence Nightingale sabía que sólo con los conocimientos teóricos
no era suficiente; debería estar en condiciones para llevar a cabo lo que había
visto y oído en caso de que en algún momento su ayuda fuera necesaria. Fue un
gran paso que implicaba mucho sacrificio. Con un delicado estado de salud como
el suyo, todo resultaría aún más difícil. Sin embargo, Florence no se amilanó
ante tal tarea. En dos distintos períodos de su vida fijó su residencia en
Kaiserwerth, donde permaneció durante varios meses. Al momento reconoció que
había encontrado lo que había estado buscando durante tanto tiempo: un espíritu
de devoción, de orden y unidad de propósito. Era imposible no impresionarse
ante aquel aire de pureza y profunda piedad que invadió todo el lugar. Allí
estaba la esposa del pastor, Madame Fliedner, madre de familia numerosa y una
sencilla mujer cristiana que no había encontrado incompatibles los deberes de
esposa y madre con los cuidados espirituales cuando éstos se ejercen de la mano
de un guía como su marido. Había jóvenes diaconisas de semblante inteligente,
que actuaban no como meros instrumentos que cedían ciegamente a la obediencia, sino
como intermediarias voluntarias que seguían sus principios con plena
convicción.
En 1849 Florence se inscribió como enfermera voluntaria en
este lugar, ampliando sus conocimientos sobre enfermedades y asimilando hasta
el más mínimo detalle todo lo relacionado con el sistema de enfermería.
Para apreciar plenamente la fuerza de voluntad y la
determinación necesarias para que una mujer resuelta como ella persiguiera tal
meta, tenemos que recordar que se trataba de un camino aún no explorado: un
camino por el que, al menos en Inglaterra, apenas se sentía interés y para cuyo
fin Florence Nightingale tuvo que romper
con prejuicios sociales y religiosos. Era imposible que toda la gente
entendiera los verdaderos motivos que hicieron que una mujer llena de talento y
en la flor de la vida, se alejara deliberadamente de los placeres de la
sociedad y se dedicara de forma voluntaria a asumir los problemas sociales como
si fueran suyos. Verdaderamente, Florence Nightingale puede ser considerada
como una de las reformadoras del siglo XIX y, como todos los reformadores, sus
actos se hallaban sujetos a malinterpretaciones, pudiendo llegar a encararse
con el desprecio producido por la ignorancia y la imposibilidad de hacer a
ciertas mentes estrechas entender y aceptar nuevas ideas y nuevos modos de
acción. Que una dama saliera de su círculo más próximo o que estuviera destinada
a algo más que a decorar su salón era un concepto nuevo para muchos. El principio de la nobleza en el aspecto
laboral de una mujer se gestaba en los primeros años de su vida, y había una
dudosa reputación sobre aquellas mujeres que, bien por necesidad, bien por
cualquier motivo personal, se dedicaban a trabajar. Florence optó por hacer
caso omiso de estas ideas y enfocó con resolución su camino hacia esa loable
meta sin dejar que ninguna opinión en contra la afectara.
Su apariencia personal estaba en consonancia con su
carácter. Sus ojos eran especialmente brillantes y profundos y su conducta, en
general, tranquila y reservada. Era una mujer elegante a quien era imposible
mirar sin recordar las palabras del poeta:
“Un ser
respirando un aliento cabal,
Viajera entre la vida y la muerte;
De razón firme y moderada voluntad,
Resistencia, visión, fuerza y habilidad;
Una mujer perfecta, noblemente apta
Para advertir, consolar y ordenar;
Y sin embargo un espíritu calmado y brillante,
Con algo de un ángel de luz”.
Su poder de moderación era remarcable incluso en estos
primeros días de trabajo, así como el control que mostraba ante el nerviosismo
que, inevitablemente, aparece cuando se asiste a los enfermos.
Algunas personas opinan que es falta de sensibilidad, algo
así como un defecto moral en la mujer, cuando ésta puede permanecer sin
sobresaltarse al presenciar una operación. Es, por el contrario, un don que no
todo el mundo posee. Mirando hacia atrás, en la guerra franco-prusiana, quien
escribe estas páginas no puede sino recordar cómo la ayuda de las mujeres era
solicitada y estimada en hospitales públicos y privados, así como en todos los
trabajos relacionados con la asistencia a los enfermos.
En aquel terrible invierno de 1870, cuando todas las
provincias de Francia eran poco más que grandes campos de batalla y los heridos
y los moribundos a menudo mutilados llegaban arrastrándose a las ciudades o se
apiñaban en las estaciones de ferrocarril, la ayuda de las mujeres era
indispensable, y muchas venían de buena gana a hacer lo que podían. Normalmente no tenían experiencia, pero eran
siempre tiernas y comprensivas.
¡Qué felizmente eran acogidas por médicos y soldados, y
cómo en esos momentos de dolor sus débiles manos se hacían fuertes! Sólo los
que estaban presentes y los que vivieron esos horribles días pueden dar
testimonio de todo esto.
Vivimos el día a día ignorantes de lo que nos deparará el
futuro; por consiguiente, es necesario que ningún hecho escape a nuestra
observación. No podemos decir en qué momento necesitaremos recurrir a nuestros
conocimientos para dar con el remedio de aquello que nos asola.
Con toda seguridad Florence Nightingale no podía presagiar
la futura empresa que le sería encomendada, pero, aún así, no descuidaba ningún
detalle con el fin de alcanzar la perfección en la tarea que ella misma se
había propuesto para su vida. Europa estaba en paz como rara vez lo había
estado antes; durante cuarenta años Inglaterra había mantenido su espada
enfundada y no había nada que llevara a suponer que sus soldados serían
llamados a filas. Incluso si la guerra estallaba, Florence no podía por un
momento suponer que, de entre la gente, ella, una mujer frágil, sería llamada a
desempeñar un papel tan importante.
Lamentablemente, una gran guerra se cernía sobre Europa y
sin saberlo, nuestra heroína estaba preparada para desempeñar su función. En
cada acción de su vida Florence Nightingale siguió un instinto natural que
había aflorado en ella como parte de su propio ser, un instinto que había
crecido y se había desarrollado a lo largo de los años.
Como hemos visto, después de haber servido en Kaiserwerth
hasta que adquirió pleno conocimiento, formación y destreza en su trabajo, fue
a París y estableció allí su residencia con las Hermanas de San Vicente de Paúl.
La labor de esta comunidad se centra íntegramente en los
hospitales y orfanatos. La experiencia adquirida en estos lugares hubo de ser
muy grande, pero por desgracia cayó gravemente enferma, aunque ese contratiempo
no le hizo cejar en su empeño de tratar al prójimo de una manera cálida y
cercana, gracias también en parte al dedicado cuidado que las Hermanas le
ofrecieron hasta su total recuperación.
FOTO 14 Florence Nightingale
Las Hermanas de San
Vicente de Paúl, al igual que las Diaconisas
de Kaiserwerth, eran mujeres de otra naturaleza cuyas vidas pertenecían a
los demás. No concebían el cuidado de sus hermanos enfermos como una acción
lucrativa, sino como un trabajo que hacer en nombre de Cristo con amor y
desinterés. Florence opinaba que el espíritu de aquellas personas dedicadas a
cuidar la viña del Señor, como los grandes pensadores y todos los hombres y
mujeres profundamente religiosos, no podía verse influenciado por las
diferencias doctrinales. El amor era su fuerza motriz, y su esencia la
abnegación. No se aislaban del mundo, sino que, por el contrario, vivían en y
por él. En las atestadas callejuelas, en las salas de hospital, y allá donde
hubiere pecado, dolor o sufrimiento, estas sutiles mujeres se encontraban
aplicando sus conocimientos y experiencia sin esperar nada a cambio. Su hogar
se hallaba dónde estaban sus pacientes, y cultivaban el amor de forma continua
y constante sin dejarse llevar por los caprichos de la pasión o el dinero.
Muy a su pesar, Florence Nightingale reconoció que en este
sentido Inglaterra estaba en desventaja con respecto a sus vecinos europeos. No
teníamos instituciones innovadoras y no parecía haber intención alguna de
crearlas. Padres, madres y hermanos se habrían puesto en pie de guerra al
pensar que sus hijas y hermanas estarían siendo instruidas por un personal de
enfermería decadente.
Habría sido visto con malos ojos que una mujer fuera
testigo directo de esos aborrecibles lugares, como las salas de operaciones o
las deprimentes instalaciones de los hospitales. Se necesitaba enseñar una dura
lección social que llevara a todo el pueblo inglés a reconocer que, cuando hay
sufrimiento, hay necesidad de trabajar; que las reivindicaciones de la
humanidad rompen todas las barreras y que ni el nacimiento ni la educación
pueden o deben eximir a las mujeres de participar en este campo de trabajo. Por
el contrario, la riqueza y la educación son un privilegio y deberían proveer a
los más afortunados de la capacidad para ayudar a aquellos menos favorecidos.
Intelecto y refinamiento nunca son tan poderosos como
cuando se emplean para soportar la ignorancia o el sufrimiento. La dedicación
más sutil tiene un aspecto diferente cuando la dulzura y la bondad guían
nuestros actos y nuestro espíritu sin un motivo interesado. No cabe duda de que
durante mucho tiempo Florence Nightingale había sido consciente de todo esto guiándose
únicamente por propia experiencia, pero tal vez la mayor sabiduría de todas y
la más difícil de poner en práctica es la de esperar. No deseaba ser glorificada;
su propia personalidad se fusionó con su deseo de ayuda y socorro a aquellos
que no podían valerse por sí mismos, y éste es, sin duda, el secreto tanto de
ella como del Pastor Fliedner. El conocimiento de las necesidades de la raza
humana absorbía cada una de sus reflexiones. Tanto para ella como para el
Pastor, su único deseo era el de subsanar los males que ambos vieron y
sintieron agudamente, y para lo cual estuvieron dispuestos a sacrificarse toda
su vida.
A su regreso de París, Florence pasó unos meses en su
hermosa casa rodeada de amigos y parientes. Ellos disfrutaban de la vida social
y, gustosamente habrían querido contar con ella para que se uniera a sus
reuniones. Pero el espíritu de las palabras de Cristo estaba siempre presente
en ella, “¿No sabéis que me debo al Padre?” Después de recuperar fuerzas, se
fue a Londres, donde instaló su residencia en Harley Street. Allí intentó crear
un nuevo hogar, un sanatorio para institutrices. Había sido mal gestionado, por
lo que Florence se encontró con un lugar desolado y poco acogedor. Había
trabajo por hacer, y sin dudarlo se comprometió en cuerpo y alma a la
reorganización del centro. Aportó orden y templanza a las fatigadas vidas de
aquellas mujeres que desempeñaban la siempre ardua e ingrata tarea de criar los
hijos de otras personas. Estaría fuera de lugar explicar aquí las miserias de
la vida de una institutriz. Es hoy día un hecho conocido que es la más
solitaria y la más triste de las existencias que una niña puede experimentar;
el haber sido apartada de su propia familia, con una posición en el hogar no
bien definida y criada exclusivamente para ese propósito. El hecho de recibir
una remuneración les posiciona en un ficticio lugar de supuesta igualdad, más
en el fondo son y seguirán siendo institutrices. Quedan al margen del círculo familiar
y no se espera que se inmiscuyan más allá de lo que requieren sus funciones;
hasta tal punto que el aislamiento forzado es considerado un hecho natural,
creyendo erróneamente que todas estas circunstancias generan en la mujer una
aguda sensibilidad. Por otro lado, los niños, tan encantadores con los
desconocidos, son a menudo difíciles de tratar y tienen la capacidad de
doblegar el corazón más duro con sus continuas molestias y rabietas. En el
momento que escribo estas líneas, nuestros asilos para enfermas mentales
cuentan con más institutrices entre las internas que cualquier otra clase de
empleadas. Esta situación ha mejorado, hay más ocupaciones abiertas a mujeres,
la educación pública está más extendida con el trascurso del tiempo;
probablemente todo el sistema de educación en el hogar sea pronto eliminado.
Esa exclusividad que ha sido y aún es una característica tan
marcada de la vida inglesa, está cediendo ante la idea de progreso. Lo que
podríamos llamar educación pública, incluso para las niñas, está a la orden del
día, y las familias que hace veinte o treinta años se habrían negado a enviar a
sus hijos a la escuela ahora ya no dudan. El resultado es, por supuesto, una
notable mejora en la educación de las niñas de la clase alta. Las propias
institutrices son más aptas para sus tareas, su mentalidad está más
desarrollada, tienen un mayor conocimiento de las personas y de las necesidades
y son más independientes.
Pero ahora, como entonces, no son una clase envidiable, y
con su gran condescendencia Florence Nightingale consideró este mal. Valiéndose
de todos sus recién adquiridos conocimientos, ayudó a crear un hogar para estas
tristes y solitarias personas. “Tenéis los pobres siempre a vuestro cuidado”.
Se necesitaba ternura y mucha paciencia para mitigar las
heridas provocadas por el abandono y el falso orgullo, para lidiar con las
adversidades diarias y sentarse junto a la cama del moribundo y hablarle, “como
sólo ella sabía hacerlo”, de un mundo mejor y más feliz donde las esperanzas
frustradas florecerían algún día. Aportó orden y bienestar donde antes había
caos, pero, sobre todas las cosas, trató de crear un sentimiento de amor y
unidad. Había algo en el hecho de su acercamiento voluntario a los más
necesitados que hacía que los corazones tristes y olvidados se sintieran
conmovidos. Por ellos había dejado su hermoso hogar durante un espléndido
verano para adentrarse en el turbio y bochornoso Londres, compartiendo la
oscuridad y monotonía de sus largos días de invierno, evitando todos los
placeres sociales a los que su rango en la sociedad y su educación le daban
acceso, para construir con empeño un hogar enfocado a las personas sin techo,
para compartir su existencia con ellos y si fuera posible, suavizar sus
dolores. Y así pasó días enteros trabajando con esta idea, y aquella lúgubre
casa en Harley Street se iluminó por el brillo de su presencia.
Se restableció el orden y la armonía abarcó todas las
estancias. Florence proyectó su espíritu en los demás, enseñándoles la doctrina
divina “para soportar las cargas del prójimo” mediante actos de gran
bondad. ¡No es una nimiedad que el sol brille en lugares desiertos!
Pero, por desgracia, la continua demanda de trabajo y la
fatiga psicológica minaron las fuerzas de Florence Nightingale, quien se vio
obligada a renunciar a su puesto en contra de su voluntad. Su médico le
aconsejó descanso tanto físico como mental, por lo que, una vez más, regresó a
su hogar donde se recuperó del cansancio rodeada de las amistades de su
infancia.
Aún así, ni siquiera por un momento olvidó la obra a la
que se había encomendado. Armada de paciencia y esperando en silencio,
permaneció en paz hasta que su propia alma le indicó que había llegado el
momento de proseguir su camino. Tenía una fe ciega en Dios, su Padre. Florence
Nightingale respiraba el aire fresco que acariciaba las colinas de Derbyshire y
alegraba con su presencia los corazones de aquellos que la amaban, sin imaginar
que el día de su partida estaba más cerca de lo que pensaban. Ni siquiera
cuando los ecos de la guerra llenaron el aire y el sonido de la batalla llegó a
su apacible hogar hizo saber que su tiempo de espera había terminado, que
estaba en plenas facultades para entregarse a sus hermanos más necesitados.
FOTO 15 La guerra
CAPÍTULO IV
EN HONOR A LA REINA Y A NUESTRA PATRIA
“Tres pescadores se hicieron a la mar por el
oeste,
Por el oeste, al caer el sol;
Cada uno pensaba en la mujer que más lo amaba,
Y los niños les miraban alejarse mar adentro;
Los hombres deben trabajar y llorar las mujeres,
Sin mucho que ganar y mucho por hacer,
Aunque incluso el puerto llore su partida”.
“¡Paz en la tierra!”. Sólo aquellos que han
experimentado los horrores de la guerra pueden darse cuenta del valor real de estas
cuatro palabras. Levantarse por la mañana y acostarse por la noche sin temor alguno
en el apacible calor del hogar rodeados de nuestros seres queridos y sujetos
únicamente a los males que no podemos evitar, contrasta tan vivamente con el
pensamiento del desolado campo de batalla, con los muertos, los moribundos y
sus lastimosos gritos de dolor, que no nos queda más que rezar por la paz sobre
la tierra.
Durante cuarenta años Inglaterra había permanecido en paz.
La tierra prosperó, el comercio, las artes y las ciencias florecieron; la
riqueza fluyó por doquier y la educación y la religión lograron rápidos
avances. Los países rivales de Inglaterra y Francia olvidaron viejas rencillas
y se extendió entre unos y otros la mano de la amistad. Ferias internacionales
aportaron riqueza y majestuosidad a las naciones unidas por un sentimiento
común; una sensación de seguridad impregnaba los corazones de los hombres,
sobre todo en Inglaterra. Otros países fueron testigos de cambios, tronos
derrocados y cambios en los gobiernos, pero en nuestra isla, desde que la reina
Victoria subió al trono a una edad temprana, no había cabido un pensamiento
desleal. Sólo una vez, una aparente rebelión hizo que la aristocracia
defendiera a la reina y a sus leyes. Ella reinó, honrada como esposa y madre,
aportando una luz de esperanza a todos los hogares.
FOTO 16 Guerra. Sir Edwin Landseer
Fue en medio de una paz como ésta, en el año 1853, cuando una nube surgió por el
este. Al principio no parecía más grande que la mano de un hombre y la gente
sonreía con incredulidad ante el rumor de una posible guerra; se hablaba de
ello de forma vaga, sin desatar alarma alguna. Nuestro gran guerrero
Wellington, que había desparecido de entre nosotros recientemente, había sido
enterrado con honores de los que nunca antes ningún ciudadano inglés había
disfrutado. Viejos combatientes habían fallecido y, desde la última guerra
europea, que se saldó con la caída de Napoleón, una nueva generación había
surgido y estaba cambiando el orden de las cosas. Si tuviera lugar una guerra
diferiría sustancialmente de las pasadas, ya que el sistema armamentístico
había evolucionado y las nuevas invenciones proliferaban. Inglaterra nunca
había sido una gran potencia naval, pero en ese momento era dueña indiscutible
de los mares.
La cosecha estaba ya recogida, las hojas del otoño
alfombraban las laderas y eran barridas por el viento del norte; la nieve
cubría la tierra y los rumores de una próxima guerra se convirtieron en una
creciente certeza. Los padres miraban con orgullo a sus hijos y las madres
esperaban temerosas y rezaban para que el desasosiego que les acosaba día y
noche despareciera. Una extraña agitación se sentía a lo largo y ancho de
Inglaterra. ¿Se desataría la guerra o reinaría la paz? ¿Entraría Rusia en razón
o usurparía los derechos de los demás aplastando los principios de humanidad y
justicia? Si así era, Inglaterra debería resurgir para dar cobijo y fortalecer
a los débiles y a los oprimidos defendiendo sus ideas a capa y espada, y
Francia haría lo mismo. Sin embargo, aquellos que se mantuvieron en el gobierno
se esforzaron por mantener la paz, sabiendo muy bien cuáles serían las
consecuencias de la inminente contienda. De los vastos recursos de Rusia, de su
inmenso ejército, de la situación de sus defensas naturales y de la falta de
escrúpulos de su gobierno; de todo esto y de mucho más eran conscientes
nuestros gobernantes, por lo que los aliados trataron por todos los medios de
evitar la guerra, pero en vano. El arte de la diplomacia falló, y antes de
final de año, las flotas de Francia e Inglaterra ya estaban surcando las
oscuras y turbulentas aguas del Mar Negro.
Tomaron posiciones en silencio; no hubo declaración de
guerra, estaban dispuestos a retirarse tan rápidamente como habían llegado si
el enemigo hacía lo mismo, y siempre y cuando los rusos mantuviesen las
provincias del Danubio y manifestasen su disconformidad por su presencia en el
Bósforo. Así llegó a su fin el año 1853. Se trataba de un invierno inusualmente
severo, la espesa nieve lo cubría todo y muchos corazones tristes llenos de
presagios nefastos presenciaron el final del viejo año y los albores del nuevo
1854. ¿Qué les depararía? ¿Acaso algunos de los hijos más nobles de Inglaterra
se arruinarían por defender su honor? Nadie lo sabía. Ellos estaban listos y
dispuestos a obedecer su llamada, independientemente de los numerosos
argumentos sugeridos a favor de la guerra, que eran casi unánimemente aceptados
por los ingleses.
Pasaban los días y las semanas mientras nuestras esperanzas
de encontrar la paz se disipaban. Rusia se mostró inexorable, mientras que
Francia e Inglaterra habían declarado a través de sus embajadores los términos
en los que estarían dispuestos a mantener la paz, no admitiendo otra vía de
diálogo. Los preparativos para la guerra fueron llevados a cabo activamente.
Poco más de cincuenta años antes, el doce de marzo de 1801, una flota inglesa
había puesto rumbo al Mar Báltico bajo el mando de Lord Nelson. En el año de
Nuestro Señor de 1854, en el mismo mes de marzo, casi el mismo día, otra flota
inglesa a las órdenes del almirante Sir Charles Napier, aguardaba anclada en
Spithead a la espera de la bendición de la Reina de Inglaterra, haciéndose a la
mar con un destino incierto.
Según se dice, el sol brillaba aquel día sobre el mar.
Embarcaciones de todos los tamaños, desde poderosos buques de guerra hasta
otras embarcaciones más ligeras esperaban la señal. De pronto, el estruendo de
un cañón irrumpió sobre las aguas y, al instante, el hermoso yate real Fairy,
con la reina a bordo, comenzó a expulsar vapor a través de la línea formada por
los buques de guerra cuyas tripulaciones revisaban los aparejos. Mientras,
sinceros vítores de ánimo eran escuchados a su paso. A continuación, los
almirantes y los capitanes subían a bordo del Fairy para obtener el permiso de
inicio de maniobra por parte de Su Majestad. La reina tenía para cada uno de
ellos unas palabras de despedida. Después de un cordial apretón de manos con
Sir Charles, según dicen, éste se vio profundamente emocionado. A continuación,
cada capitán regresó a su propio buque y la orden fue dada: “¡A la mar!”
A menudo sabemos de leyendas antiguas, de Salamina, de
Cleopatra a la cabeza de su flota…e imaginamos la grandeza de aquellos tiempos
pasados, cuando tal vez en la historia nunca se registró tan conmovedor e
imponente evento como el narrado en esta líneas, cuando la flota inglesa se
hizo a la mar aquella brillante mañana de marzo rumbo al Báltico. Puede que no
esté fuera de lugar citar aquí las palabras de: un testigo presencial de
aquella gloriosa mañana:
“La operación
de pesaje y botadura fue realizada por el buque insignia con admirable rapidez
y precisión. Cada maroma fue replegada en silencio y, gracias al esfuerzo simultáneo
de un centenar de hombres, el enjarciado fue rápidamente llevado a cabo por los
marineros.
A la vista todo era energía y actividad, aunque no
había sonido perceptible al oído excepto el silbato del contramaestre y la
aguda, breve y decidida orden ocasional de un oficial. El Fairy pasó rápido,
dirigiéndose hacia el resto de la flota. Allí estaba Su Majestad, de pie en la
cubierta durante toda la operación, observando cada movimiento con gran interés”.
¿Cuándo en la historia tuvieron marineros británicos tales
incentivos guiados e impulsados por la mujer más notable del mundo para
defender su honor? Nunca un poeta o dramaturgo había sido capaz de describir
tan vivamente una situación de espectáculo como la ofrecida por la salida de la
flota al Báltico. El Fairy se adentró no sin dificultades en las aguas del río
Nab, y tras él, impulsadas por una hermosa brisa del oeste, el resto de las
embarcaciones que formaban la flota. “Su Majestad”, se nos dice, “se
encontraba agitando su pañuelo al paso del poderoso buque insignia con el almirante
a bordo. Durante mucho tiempo después de que la totalidad de las embarcaciones
hubieran pasado, la embarcación real permaneció inmóvil, como si su ilustre
ocupante deseara que tal espectáculo persistiera eternamente”. La flota
había desaparecido en el horizonte llevando con ella las oraciones de toda una
nación. La Reina volvió a Osborne, mientras muchas mujeres y esposas regresaron
a sus humildes hogares con los labios temblorosos y los ojos llenos de
lágrimas, repitiendo tristemente, aunque esperanzadas: “Inglaterra espera
que cada hombre haga su labor”.
Antes de finalizar ese mismo mes, la declaración de guerra
fue formalmente realizada y los embajadores de Francia e Inglaterra se
retiraron de la capital de Rusia. La certeza de que la guerra era inevitable
penetró en cada corazón, incluso en aquellos que hasta última hora habían
albergado la esperanza de una posible paz. Europa se había dividido
repentinamente en dos grandes bandos a punto de luchar entre sí, y aquellos que
quedaron en sus hogares sufrieron la dolorosa incertidumbre del sino de tan
valientes hombres al recordar las palabras del poeta: “El camino de la
gloria conduce a la tumba”.
¿Cuántos hogares en
el transcurso de los siguientes meses se darían cuenta de la verdad de estas
palabras? ¿Cuántas jóvenes esposas
verían sus vidas truncadas? A lo largo y ancho de Inglaterra hubo a partir
de aquel instante un único tema de conversación: la guerra. Todas las miradas
estaban dirigidas hacia los ejércitos y sus maniobras en las pantanosas aguas
de la desembocadura del Danubio así como hacia aquellas majestuosas flotas
enfrentándose a peligros desconocidos en un sombrío y desconocido mar.
Muy significativo fue el discurso de Sir Charles Napier realizado
a la flota fondeada en la Bahía de Kioge:
“Muchachos, la
guerra ha sido declarada. Son muchos y muy audaces. En caso de que inicien la
batalla, sabéis cómo deshaceros de ellos. En caso de que permanezcan en puerto,
tenemos que intentar aproximarnos donde están. El éxito depende de la rapidez y
decisión en el ataque. Muchachos, ¡afilad vuestros alfanjes y la victoria será
nuestra!”
No necesitamos decir aquí que estas palabras fueron
recibidas con vítores entusiastas. Y así, con la brillante luz del sol
primaveral y de principios del verano, los preparativos continuaron con gran
rapidez.
FOTO 17 Baltic Fleet Le Aving Spithead
Los generales ingleses siguieron a sus homónimos franceses
al lugar de combate, siendo el envío de tropas o la puesta en marcha de los
buques los únicos temas del día. Por primera vez en la historia de Francia e
Inglaterra había fraternidad; sus soldados estaban a punto de luchar codo con
codo por una causa común. La gente parecía sorprendida. ¿Es posible, se
preguntaban, que así, tan de repente, la animadversión mantenida durante siglos
se dejara a un lado? ¿Qué dos naciones, potencialmente hostiles se ofrecieran
la una a la otra la mano de la hermandad? ¿Podrían los franceses olvidar
Waterloo?
Durante los muchos meses de contienda lucharon
valientemente al lado de nuestros soldados, realizando hazañas de inigualable
valor y demostrando ser nuestros verdaderos aliados no sólo en el campo de
batalla, sino también en los hospitales, bajo las carpas de los campamentos o
en las trincheras.
A raíz de la declaración de guerra, en medio del bullicio y
el nerviosismo, una templada orden llegó calmando los afligidos corazones y
mitigando las emociones incontrolables. “Que mi pueblo ayune un día en
nombre del Señor”. Con toda la humildad posible, la nación entera lo aceptó
reconociendo la supremacía de la Divina Providencia sobre todas las cosas.
Nunca en los anales del país fue un ayuno tan unánimemente
respetado por todas las clases sociales. El verano pasó rápido, y los
crecientes horrores de la guerra se sumaron al temor a la peste. Fue un tiempo
terrible, y la persistente incertidumbre puso a prueba los corazones más
valientes.
Un grito de júbilo se extendió rápidamente. La batalla de
Alma había concluido con victoria, seguida por otro importante triunfo en
Inkerman. Sin embargo, poco después llegó la necesidad de ayuda. Los enfermos y
los heridos yacían sin ser atendidos; muchos estaban muriendo porque no había
nadie que cuidara de ellos. “¿Dónde están nuestras mujeres? —Se podía
escuchar— ¿No nos ayudan, como sólo ellas saben, ofreciéndonos su delicada presencia?
Seguramente no nos dejarán morir como perros, vendrán a nosotros”. Y la
llamada fue atendida de manera eficiente y con comedido entusiasmo.
Las mujeres se ofrecieron en cuerpo y alma, vaciando sus
corazones. Sin su atención, los resultados habrían sido muy diferentes. El
señor Sydney Herbert, honrado y
apreciado por todos, y quien ya no está entre nosotros, se mantuvo al mando de
tan exitosa operación, supervisando cada movimiento con plena dedicación y mano
firme.
FOTO 18 Guerra de Crimea 1853-1856, llegada del puesto en
el campamento Inglés, xilografía, Inglaterra
CAPÍTULO V
LA LLAMADA
“Y felices aquellos que no se lamentan,
Yaciendo junto a la orilla del Mar Negro,
Cuya paz robada no podrá más
Ser con bondad atendida.
La paz sea con aquellos que lamentan su pérdida,
Y honran a los muertos
Tras la victoria en la batalla de Alma, y a pesar de la
sensación de regocijo que se extendió por todo el país, persistía un
sentimiento de dolor por todos aquellos que nunca volverían. Poco después se
propagó rápidamente el rumor de que las administraciones sanitarias se habían
venido abajo y que nuestros hombres estaban muriendo de abandono y miseria. Una
carta de William Howard Russell, corresponsal de The Times, desató la indignación pública en relación a esta
situación.
La carta decía así:
“Carecemos del
instrumental más básico que todo hospital requiere; no hay el menor cuidado en
lo que respecta a la limpieza. El hedor es terrible y la fetidez del aire hace
que el ambiente sea prácticamente irrespirable, salvo a través de algunas
grietas practicadas en las paredes y techos. Por lo que puedo observar, los
hombres mueren sin que nadie a su alrededor haga el menor esfuerzo por
salvarlos. Los enfermos se encuentran sufriendo del mismo modo que cuando
fueron recogidos del campo de batalla por sus camaradas, quienes, a pesar de
que no tenían permitido quedarse con ellos para asistirles, los llevaban sobre
sus espaldas desde el campamento con la mayor ternura.
Parece que son los enfermos los que cuidan de los
enfermos y los moribundos los que cuidan de los moribundos”.
Y estas palabras fueron seguidas por otras no menos
sentidas que sensibilizaron todos los corazones:
“¿Acaso no hay
mujeres entre nosotros dispuestas a asistir a los enfermos y a mitigar el
sufrimiento de los soldados en los hospitales de Scutari? ¿Ninguna de las hijas
de Inglaterra está lista para realizar esta necesaria obra de misericordia en
esta hora de extrema necesidad?
Francia ha enviado generosamente a sus Hermanas de la
Misericordia, quienes ya están junto a las camas de los heridos y moribundos,
ofreciendo sus reparadoras manos ante tan terribles escenas de sufrimiento. Nuestros
soldados han luchado, no con inferior valor y devoción, junto a las tropas de
Francia, en una de las más sangrientas y terribles batallas jamás registradas.
¿Acaso no vamos a sacrificarnos como lo han hecho los
franceses ni a mostrar tanta dedicación en una labor que Cristo consideraría
como un acto hacia Él?”
Es fácil suponer que esta súplica obtendría una pronta
respuesta. La mujer de un oficial que había acompañado a su marido al campo de
batalla escribió:
“¡Oh, qué
época tan terrible! Si pudierais ver con vuestros propios ojos las escenas que
presenciamos a diario, una gran aflicción os invadiría. Sigo en los barracones,
pero los enfermos están ahora ocupando los pasillos, a unos pocos metros de mi
habitación. Sin embargo, estoy capacitada para hacer el bien, y espero no tener
que dejar pronto este lugar. Dedico mi tiempo a cocinar para los heridos. A
tres puertas de mi habitación reside un funcionario cuya esposa también se
dedica a cocinar para los enfermos. No hay enfermeras aquí, ¡son tan
necesarias! Francia ha enviado cincuenta Hermanas de la Misericordia que, huelga
decir, se dedican a tan loable obra. El oficial del Hogar de San Juan, la
institución de formación para enfermeras en Westminster, nos ha hecho saber que
un cuerpo de enfermeras, tantas como sea posible, está a punto de ser enviado
de inmediato desde su institución”.
Llegaron peores testimonios, angustiando incluso a
aquellos que no tenían seres queridos entre los enfermos. ¿Cuáles, entonces,
serían los sentimientos de las madres, hermanas y seres queridos de los
desamparados? Según la versión sobre el viaje de los soldados heridos a través de
las aguas hacia Scutari, éstos no contaban con la atención médica más básica,
lo cual provocaba una gran indignación. “A su llegada”, decía otro
testimonio, “no encontraron los
instrumentos para realizar ni siquiera la operación quirúrgica más básica;
había necesidad del instrumental más elemental en un centro de atención a
enfermos y los heridos morían en los brazos del personal médico, ya que el
ejército británico había incluso olvidado hacerse con viejos trapos necesarios
para el vendaje de heridas”.
FOTO 19 Grabado
de la época
Por supuesto que en estos casos se pueden permitir ciertas
exageraciones; el resultado, sin embargo, fue muy satisfactorio. Sir Robert
Peel escribió a The Times adjuntando un cheque por valor de doscientas libras
y, en el trascurso de un día, el citado periódico recibió la generosa cantidad
de dos mil libras. Sin embargo, aunque el dinero era necesario y siempre
bienvenido, no lo era todo. Un entusiasta deseo de responder al llamamiento se
extendió por toda Inglaterra. La falta de experiencia de un mal organizado
grupo de enfermeras podría hacer más mal que bien. Había un deseo de superación
desde el principio, y se buscaba una mano, un corazón que dirigiera tal
proyecto. Y había alguien que, desde su precioso hogar en Derbyshire, escuchaba
y consideraba esta llamada. Ella confiaba en su propia capacidad, y comprendió
en ese momento, quizás por primera vez, el verdadero motivo por el que había
pasado esos largos años de paciente formación y sacrificio.
Era a principios de octubre, según caminaba bajo los
hayales teñidos con los tonos dorados del otoño, cuando pensó en sus paisanos
muriendo lejos sin nadie que les ayudase. Los hombres, con su gran heroísmo,
podrían apresurarse a poner todo de su parte para prestar ayuda, mas sólo el
papel de una mujer podría aportar el consuelo necesario, la plena
condescendencia que mejoraría la penosa situación de los doloridos cuerpos en
sus lechos de muerte. Ella sabía lo que en aquellos momentos era de vital
importancia, y sabía, también, que era capaz de responder al amargo grito de
ayuda que llegaba a través de los mares.
FOTO 20 Guards Carrving Wounded Officer. Los nuevos
uniformes ingleses, 1855
Florence era muy decidida, y aquellos que mejor la conocían
le dieron todo su ánimo. No en vano, había sido hacía tiempo reconocida como
“un ángel guardián de Dios sobre la tierra”. El 15 de octubre, poco más de
quince días después del fin de la batalla de Alma, con decoro como era su
costumbre, Florence Nightingale decidió escribir a Sr. Sidney Herbert, entonces
Ministro de Guerra, ofreciéndole sus servicios como enfermera para asistir al
ejército del Este. Su valía era bien conocida por aquellos más capacitados para
apreciarla.
El mismo día en que ella echó al correo su ofrecimiento,
él también le había escrito lo siguiente:
“Estimada
Señorita Nightingale,
Como habrá leído en los periódicos, hay una gran
escasez de enfermeras en el hospital de Scutari, amén de otras deficiencias
como médicos debidamente capacitados.
Por otra parte, el número de titulares en el ejército
ascendió a noventa y cinco hombres en todas las fuerzas armadas, siendo casi el
doble de lo que nunca antes habíamos tenido, y treinta cirujanos más que
presumo ya habrán llegado a Constantinopla salieron hacia allí hace tres
semanas. Otro grupo partió el lunes, y una nueva tropa saldrá la semana
próxima. En cuanto a instrumentación médica, le haré saber que ha sido enviada una
profusa cantidad de material; estoy hablando de alrededor de una tonelada de
peso en total: 15.000 juegos de sábanas, medicinas, vino y arrurruz.
Mientras tanto, las provisiones siguen llegando, pero
la escasez de enfermeras es un hecho, ya que sólo personal sanitario masculino
ha sido admitido en hospitales militares. Sería imposible llevar a un equipo de
enfermeras para acompañar al ejército al campo de batalla. Pero en Scutari,
después de haber establecido ahora un hospital, no existe razón militar contra
la admisión de un cuerpo femenino de enfermería, y estoy convencido de que éste
aportaría un gran beneficio. He recibido un importante número de ofertas para
trabajar con nosotros, pero son mujeres que no asimilan el concepto de lo que
es un hospital ni de la naturaleza de sus normas y funciones.
La Sra. María Forrester, hija de Lord Roden, se ha
ofrecido al Sr. Smith, jefe del Departamento Médico del ejército, para ir ella
misma al lugar en cuestión o para enviar enfermeras capacitadas.
Asimismo, el Reverendo Sr. Hume, antiguo capellán del
Hospital General en Birmingham, se ha ofrecido a ir como capellán con dos de
sus hijas y doce enfermeras más. El Sr. Hume es conocido como el impulsor del
plan para la transferencia de iglesias de la ciudad a los suburbios, y estuvo
en el ejército durante siete años, lo que significa que está acostumbrado al
trabajo en hospitales.
Creo que de estas dos ofertas podrían extraerse buenos
resultados. Pero la dificultad de encontrar personal de enfermería realmente
capacitado le resulta más familiar al Sr. Hume; además Lady María Forrester ha
puesto a prueba la capacidad de las enfermeras propuestas viéndose incapaz de
dirigirlas correctamente. Sólo hay una persona en Inglaterra que yo conozca
capaz de organizar y supervisar este plan, y me he encontrado varias veces a
punto de preguntarle a usted si se comprometería a ponerse al mando de tan
loable misión. Nadie mejor que usted sabe que la elección de enfermeras será
difícil, ya que escasean mujeres capaces de asimilar tanto horror y que reúnan,
además de coraje, conocimientos y buena voluntad. La tarea de organizarlas y la
introducción de un nuevo sistema de trabajo será ardua, aunque no menos ardua
sería la dificultad de llevar a cabo todo el trabajo sin problemas con los
demás médicos y autoridades militares presentes. Esto es lo que hace que esta
operación sea tan importante, debiendo ser realizada por alguien con gran
experiencia y capacidad administrativa.
Un número de entusiastas pero inexpertas voluntarias
dificultando la labor de sus compañeros en el hospital de Scutari, serían, con
toda probabilidad, rápidamente invitadas a abandonar su labor debido a su
escasa formación. Mi pregunta es sencilla: ¿aceptaría usted supervisar tal
proyecto? Usted, por supuesto, disfrutaría de plena autoridad sobre todas las
enfermeras, y verdaderamente la creo capacitada para garantizar la máxima
cooperación entre el personal médico. Del mismo modo, también dispondría de
entera libertad para pedir al Gobierno todo aquello que considere necesario
para el éxito de su misión.
FOTO 21 Los barcos
Sobre este tema, los detalles serían demasiados para
expresarlos aquí, por lo que me los reservo para hacérselos saber en un próximo
encuentro en el que, sea cual sea la decisión que tome, sé que me proporcionará
todo el consejo y asesoramiento necesarios. No deseo ejercer ninguna presión
sobre su persona, ya que es usted la única que puede juzgar por sí misma los
puntos esenciales a tratar, mas creo que no debo ocultar que de su parecer
dependerá en última instancia el éxito o el fracaso de la misión. Sus
cualidades personales, sus conocimientos y su poder de decisión así como su
posición social, le proporcionan una aptitud que ninguna otra persona posee
para desempeñar este tipo de trabajo. Si la consecución de nuestra hazaña
resulta un éxito, nuestras almas se verán recompensadas por haber ayudado tan
generosamente a quienes merecen recibir todo lo que está en nuestras manos. Me
ilusionaría enormemente contar con una respuesta afirmativa por su parte. Si
así fuera, estoy seguro de que las Bracebridges irían con usted y le
proporcionarían todas las comodidades necesarias. Releyendo mis líneas, observo
que me he extendido mucho, mas todo es debido a que es un tema que implica a mi
corazón. Liz está escribiendo a nuestra amiga mutua, la señora Bracebridge7,
para decirle lo que estoy haciendo. Estaré de regreso en la ciudad mañana por
la mañana. ¿Tendría a bien si pasara a visitarle entre las tres y las cinco?
¿Me permitiría ponerme en contacto con la Oficina de Guerra, para que me hagan
saber los avances de la misión?
Hay un tema que apenas tengo derecho a mencionar, pero
confío me disculpe. Si se inclina a emprender esta gran obra, ¿darían el Sr. y
la Sra. Nightingale su consentimiento? Esta sería una labor de ámbito nacional,
y la petición a usted formulada, proviniendo como proviene del Gobierno que
representa a la nación, llega en un momento que confío no nos decepcione. Su
posición aseguraría el respeto y la consideración de los demás, sobre todo en
un servicio donde el rango oficial tiene mucho peso. Éste garantizaría su
integridad, proveyéndola de cualquier atención o comodidad a la hora de salir
hacia su destino y accediendo a cualquier petición que usted haga. Puede que
estos asuntos no le resulten a usted de vital importancia, pero créame cuando
le digo que son primordiales en sí mismos del mismo modo que resultan altamente
estimables para todos aquellos que muestran un interés por su comodidad y
seguridad personal. Sé que usted llegará a una sabia y justa decisión, y pido a
Dios me conceda una respuesta que satisfaga mis esperanzas. Con afecto, siempre
suyo, Sidney Herbert”.
La serena confianza expresada a lo largo de esta carta es
la mejor prueba que podemos tener de la estima y popularidad de la que gozaba
Florence Nightingale. Una carta basada en la sabiduría y la naturaleza
desinteresada de una mujer que sólo aquellos que la conocían más íntimamente
sabían apreciar. De toda la misiva se desprende el intenso deseo del autor por
mantener el respeto que sentía por ella. Viniendo de un hombre de tan alto
nivel como lo fue el Sr. Sidney Herbert, cualquier mujer podría haberse sentido
halagada. Podemos estar seguros de que, según nuestra heroína la leía, debió de
haber experimentado un sentimiento de profunda alegría; y a la vez habremos de
saber que ella no sobreestimó su propia capacidad y aptitud. Pensar que en el
mismo momento en el que ella estaba leyendo la petición era el siempre
solicitado Ministro de Guerra quien se encontraba a la espera de su respuesta,
debió de hacerla sentir casi exultante.
Ella se congratuló de no haberse demorado en su decisión,
alegrándose de haber actuado espontáneamente, sin reparar en el aspecto
económico; como alguien que se sabe siervo de Dios, sin derecho a retener sus
dones. Organizó sus ideas, y desde ese momento, ocupó su tiempo en hacer los
preparativos necesarios. No era, como el Sr. Sidney Herbert la había advertido,
tarea fácil; sobre todo la elección de las enfermeras. El dinero fluía;
Florence ni pedía ni rechazaba las ayudas económicas. Todas las suscripciones
se abonarían a través de la cuenta de los Sres. Directivos de Cotts8 a su
propia cuenta. En el transcurso de los siguientes días su nombre iba a sonar en
toda Inglaterra “¿Quién era Florence Nightingale?” decía en los
periódicos; e incluso había quienes osaban dibujar una sonrisa maliciosa ante
la idea de “una joven soltera”
convirtiéndose en enfermera. Pero mientras ella se mantenía en silencio,
únicamente centrada en los preparativos de su labor, otros, celosos de su
honor, respondían por ella.
Parte de un artículo publicado en The Examiner resulta
interesante, por lo que creo apropiado transcribirlo aquí. “¿Quién es la
Sra. Nightingale? Muchos se hacen esta pregunta, y aún no ha sido respondida
adecuadamente. Nosotros contestaremos:
La Sra. Nightingale es Srta. Nightingale, o más bien
Srta. Florence Nightingale, hija menor y presunta coheredera de su padre,
William Nightingale Shore de Embley Park, Hampshire, y Lea Hurst, Derbyshire.
Se trata de una dama de singular bagaje cultural en relación con las lenguas
antiguas y de las ramas más altas de las matemáticas, así como poseedora de un
conocimiento excepcional de ciencia y literatura. Apenas hay un idioma moderno
que no entienda, y habla alemán, francés e italiano, además de su fluidez
nativa en lengua inglesa. Ha visitado y estudiado las distintas naciones de
Europa, y ha ascendido el Nilo hasta sus más remotas cataratas. Joven, de una
edad similar a la de nuestra Reina, elegante, femenina, pudiente y popular,
tiene una singular y persuasiva influencia sobre todos aquellos con los que
entra en contacto. Sus amigos y conocidos son de todas las clases sociales e
ideas, pero para ella el lugar más feliz es su hogar, donde está rodeada por un
gran número de familiares y unos padres a quienes admira. ¿Por qué entonces
debería un ser tan bendecido abandonar una vida tan brillante e inocente para
ocuparse de tan laboriosas tareas? ¿Por qué dejar todo esto para convertirse en
enfermera?”
Después, apareció un ligero bosquejo sobre su joven vida
haciendo referencia a su afecto por sus semejantes, su solidaridad con los
débiles, los enfermos y los desposeídos. El artículo concluía con estas
halagadoras palabras:
“Unos pocos
sin duda la condenarán, se reirán de ella o sentirán lástima por un entusiasmo
que les parece excéntrico o fuera de lugar, pero en el verdadero corazón del
país, su nombre se oirá en los hogares, y entonces se hará común la idea de que
no hay una hija de Inglaterra por la que sentirse más orgulloso que por
Florence Nightingale”.
FOTO 22 Llegada de los barcos a Crimea
CAPÍTULO VI
AL MANDO
“¡Oh
mujer! En nuestras horas de calma,
Inciertas, turbadas y variables
Como la sombra
Que arroja el álamo tembloroso;
Cuando el dolor y la angustia retuercen la frente,
Un ángel guardián, tú”.
Desde el amanecer hasta bien entrada la noche, la Srta.
Nightingale trabajó para organizar el personal de enfermeras. Había un ambiente
emocionante, y todos opinaban sobre esta sensata mujer cristiana; papista para
algunos, disidente para otros. Dudo que estuviera al tanto de las habladurías
de los periódicos. Tanto ella como sus fieles amigos, el Sr. y la Sra. Herbert,
se vieron abrumados por la cantidad de cartas y solicitudes que recibían
teniendo, además, que entrevistar a las candidatas a formar parte de su cuerpo
de enfermeras. Ella había tenido la intención de abandonar Inglaterra el
diecisiete de octubre, pero se vio obligada a alargar su estancia para concluir
esta labor. Nombró a otras dos mujeres como ayudantes para la selección de
enfermeras, publicando los primeros anuncios en el Record y The
Guardian.
FOTO 23 Boulogne Fisherwomen Carrying Nurses Baggage
La Srta. Nightingale escribió a las instituciones más
conocidas. Entre tanto, los obispos católicos romanos se dirigían por escrito a
la Oficina de Guerra solicitando la presencia de enfermeras en su salida hacia
el este. No hubo una respuesta definitiva hasta que se hizo pública la
convocatoria de la Srta. Nightingale, concediéndole plena autoridad para formar
su propio grupo del cual ella era la máxima responsable. La dedicación absoluta
era el primer y más importante requisito. No se admitiría a enfermeras
pertenecientes a una o más instituciones. El obispo católico romano estuvo de
acuerdo con estos términos y firmó un documento con tal efecto. Estas y otras
reglas fueron puestas en conocimiento de las Hermanas de la Misericordia para
este servicio especial, destacando el hecho de que las hermanas deberían
asistir a las necesidades médicas y espirituales de los soldados católicos
romanos. El Hogar de San Juan objetó en un primer momento al cese de su propia
sociedad y la idea de completa sumisión hacia la Srta. Nightingale, pero tras
dos o tres días de consideración aceptó. Lo mismo ocurrió con otras
instituciones que finalmente aceptaron también estos requisitos.
El sábado veintiuno de octubre, justo una semana después
de que Florence hubo hecho su generoso ofrecimiento, el grupo de enfermeras a
su cargo estaba ya constituido:
10 Hermanas Católicas de la Misericordia, (Hijas de la
Caridad)
8 de la orden fundada por la Srta. Sellon,
6 del Hogar de San Juan,
3 seleccionadas por la mujer que inició el proyecto,
11 seleccionadas entre las demás solicitantes.
Total 38
Ese mismo día el Sr. Herbert anunció desde la Oficina de
Guerra que la Srta. Nightingale y su personal de treinta y ocho enfermeras
saldría esa misma noche hacia Scutari. Partirían el día veintiséis desde
Marsella con destino a Constantinopla en el Vectis, un barco de vapor de la
Compañía Peninsular, generalmente empleado en el transporte del correo de la
India. La llegada se estimaba el cuatro de noviembre. El Sr. y la Sra.
Bracebridge acompañaron a la Srta. Nightingale, así como un clérigo y un guía.
FOTO 24 Artículo sobre Florence Nightingale en el Hospital de
Scutari, 1856
En silencio y amparadas por la noche, el devoto grupo de
enfermeras salió hacia Londres. Por encima de todo deseaban pasar lo más
inadvertidas “No permitamos que nuestra mano derecha sepa lo que hace la
izquierda”, pero no tuvieron éxito. Cuando llegaron a Boulogne, el rumor de
que un grupo de hermanas inglesas se dirigía a Crimea para atender a los
enfermos y heridos se había extendido entre las pescadoras, quienes actuaban
como maleteras. El temperamento francés no podía sentirse más satisfecho; sus
compatriotas más necesitados serían por fin atendidos. No existe un hogar en
Francia en el que al menos uno o dos miembros no estuviera destinado en el
ejército y, cuando en las primeras horas de la mañana, el barco de vapor con
las enfermeras a bordo entró en el puerto de Boulogne, el muelle se vio lleno
de fornidas pescadoras de todas las edades con enaguas de color carmesí y
coloridos pañuelos plegados sobre el pecho, gorras blancas tejidas a mano y
grandes pendientes dorados. Estaban allí ansiosas, sin percatarse del ir y
venir de los pasajeros corrientes, sólo querían ver a sus heroínas, ataviadas
con capas negras, a cuyo encuentro se apresuraron tan pronto como las vieron
aparecer.
Ellas llevarían sus bolsas, sus abrigos, sus baúles, e
incluso llevarían a las mismísimas hermanas si hiciera falta. No aceptarían
dinero a modo de donación bajo ninguna circunstancia; se contentaban con darles
la mano y compartir tristes relatos sobre sus familiares que estaban en el
campo de batalla. ¡Pobres almas! Una gran tristeza invadió los corazones de
quienes las vieron alejarse en el tren que tomaron después al grito de ¡Vivan
las Hermanas!
FOTO 25 Hospital de Scutari en Crimea
Que Dios las ayude. Mientras tanto, en el hogar de la
Srta. Nightingale, se libraba una batalla moral. Sus amigas comprobaban cómo la
intolerancia e innecesarias mezquindades pocas veces faltan incluso en la causa
más sagrada. Se hizo todo lo posible por satisfacer y tranquilizar a las mentes
más susceptibles. Merece la pena recordar un comunicado:
“No hay ningún interés en el nombramiento
de la Srta. Nightingale.
No ha habido un asomo de rivalidad entre ella y
cualquier otra persona. Estamos seguros de que no ha habido voluntad por parte
del Sr. Sidney Herbert en favorecer al Catolicismo Romano, ya sea en la primera
selección de personal de enfermería o en la más reciente organización. Aquellas
enfermeras que han sido bien Hermanas de la Misericordia bien Hermanas de la
Caridad dejan de pertenecer a dichas órdenes, debiendo obediencia exclusiva a
la Srta. Nightingale.
El obispo Católico Romano liberó voluntariamente y por
escrito las benevolentes personas que anteriormente estaban bajo su control de
todo sometimiento hacia él. Los ingleses pueden sentirse orgullosos de que un
número de mujeres británicas de gran corazón y diferentes credos, con el deseo
común de hacer una buena labor, se hayan ido en un barco, en un solo cuerpo y
con un mismo objetivo sin compromiso con nuestro nacional protestantismo. Incluso
la menos protestante de ellas debió de sentir, mientras caminaban en parejas
bajo la dirección del Sr. y la Sra. Bracebridge por los diversos parajes de
Malta, que el atuendo de una orden o el lema de una organización no es el
método divino de unir los corazones. Treinta y ocho enfermeras en su camino a
Scutari son las verdaderas sucesoras de los Apóstoles naufragados en Melita con
un número igual de Cardenales. ¡Que la guerra enseñe a los hombres muchas
lecciones así!”
Fue el treinta y uno de octubre cuando el Vectis arribó a
Malta. Había zarpado esa misma tarde desde Scutari, por lo que el personal de a
bordo estaba ansioso por llegar a su destino. Una batalla se había librado y
otra estaba próxima; sabían, por lo tanto, que eran necesarios. Por fin, el
cinco de noviembre entraron en el Bósforo y contemplaron ante sí el majestuoso
Silver City de Scutari, “brillante”, tal y como se describe, “como
una perla”, adentrado diez mil pies en las oscuras y turbulentas aguas del
Mar Negro. Scutari es considerado por los turcos como el lugar del surgimiento
del fundador de la dinastía otomana. Ese mismo día, cuando la batalla de
Inkerman se libró, la Srta. Nightingale llegó a Scutari, y ella y su grupo de
enfermeras fueron acomodadas de inmediato. Al mediodía algunas de ellas
hicieron su aparición en la costa, “de carácter alegre y muy agradables, muy
bien vestidas de negro, lo que suponía un fuerte contraste con el aspecto
habitual de las asistentas de hospital, y ¡oh! ¡Fueron bienvenidas!”
Llegaron en el momento justo, ya que en el transcurso de los siguientes
días seiscientos heridos fueron llevados desde Inkerman. Los cirujanos, incluso
aquellos con más prejuicios, tuvieron que admitir que la Srta. Nightingale era
la mujer correcta en el lugar preciso.
Su determinación era sencillamente maravillosa, su tranquila
forma sistemática de ir a trabajar y organizar todo lo necesario para el
cuidado de los enfermos y heridos inspiraba en los religiosos y médicos un
sentimiento de seguridad. Tenían a alguien en quien confiar y sabían que, desde
ese momento, serían salvados de la terrible visión de los hombres que se
consumen por falta de unos adecuados cuidados médicos y una deficiente
alimentación. Con las enfermeras, todo lo que se necesitaba era suministrado.
Un pobre hombre se echó a llorar exclamando:
“No puedo
evitarlo, no puedo de hecho, cuando las veo. Sólo pensar en mujeres inglesas
viniendo para asistirnos me hace sentir reconfortado”.
Paulatinamente, Florence Nightingale se ganó gracias a su
labor la confianza de aquellos que en un principio más se opusieron a su
presencia. Con un plan de trabajo que podría haberse considerado más bien
pausado, ella suministraba el material que más urgía sin que eso interfiriera
en las demás tareas, ocupándose entre otras cosas de labores administrativas,
como cumplimentar informes médicos. Su primer cometido consistió en
proporcionar una apropiada cocina para los pacientes, donde todo lo que un
enfermo requería era preparado con rapidez e higiene. Asimismo, la fundación de
Sir Robert Peel para los enfermos y heridos facilitaba sagú, arrurruz, vino,
etc. Resulta difícil de imaginar las ventajas que esta nueva obra aportó a un
lugar que hasta la fecha había carecido de tales facilidades. Además de esto,
desde su humilde habitación, Florence organizó un sistema de pedidos de
provisiones como vino, brandy y ropa que podían adquirirse al momento y sin
problema alguno. Cuando no se dedicaban al cuidado de los enfermos, las
hermanas estaban ocupadas en la distribución y arreglo de los colchones y
almohadas dispuestas para facilitar el reposo de los soldados mutilados. Su
siguiente obra fue la de alquilar un lavadero para la desinfección y correcta
limpieza de la ropa de los enfermos, cuestión ésta de vital importancia, ya
que, a menos que la ropa se limpiase a fondo, resultaría un importante foco de
contagio de la erisipela.
Nada de lo que podía en modo alguno ayudar a paliar el
dolor del que sufre era omitido por esta maravillosa mujer, cuya compenetración
con los necesitados fue tan grande que se podría pensar que ella misma había soportado
los dolores que trataba de calmar tan delicadamente.
Siempre que había alguna carencia, ella intervenía discretamente
para suplirla; allá donde hubiera una falta o defecto, buscaba su rectificación
sin grandes ostentaciones. La mayor dificultad fue obtener provisiones previo
permiso del gobierno; la cantidad de trámites burocráticos colmaban su
paciencia tanto como la de muchos otros, mas gracias a su carácter decidido y
su fuerza de voluntad, superó toda clase de obstáculos y gran parte de la ayuda
quirúrgica y los suministros necesarios llegaron sin problemas. A pesar del
reconocimiento de su esfuerzo por parte de los médicos que trabajaban con ella,
y aunque no se oponían plenamente a su labor, tampoco ésta gozaba de una
tolerancia envidiable. No fue hasta finales de diciembre cuando la Srta.
Nightingale y sus enfermeras se instalaron definitivamente en el hospital
general. Los médicos veteranos no podían comprender bien cómo las grandes
necesidades y las penosas situaciones derivadas de la guerra habían dado lugar
al surgimiento de tal personaje femenino y a su creciente influencia. La
Alemania protestante hacía mucho tiempo que había organizado su propio sistema
de enfermeras capacitadas; la orden de San Vicente de Paúl en Francia había permanecido
al margen incluso durante la revolución. Sólo en Inglaterra parecía
incomprensible para la mente humana el hecho de que fueran mujeres las que
desempeñaran una labor que, hasta entonces, había estado en manos de
asalariados. Desde las primeras horas de la mañana hasta la noche iba Florence Nightingale
calladamente de acá para allá; el trabajo que hizo fue alabable, siendo su
nombre, más que su labor, lo que más trascendía al público. Los cargos
religiosos de todas las procedencias hablaban de ella con reverencia. “La Srta. Nightingale”, narra
uno de ellos, “está trabajando admirablemente,
mereciéndose un aumento en el rango que desempeña. La organización del personal
de enfermería a su cargo es juiciosa y excelente, y las hermanas son de un
valor indescriptible”.
Ella tuvo que considerar diversos asuntos, aceptar ayuda,
así como en ocasiones también negarse a ella, y su opinión era solicitada en
diversos campos a pesar de las desconfianzas a las que fue sometida. Pero
trabajaba a un ritmo constante en el nombre del Señor y no en el suyo propio.
Varias de las enfermeras que la habían acompañado tuvieron que volver a sus
casas, víctimas de una enfermedad o por su incapacidad para desarrollar tan
ardua tarea, siendo prontamente reemplazadas. Nuevos destacamentos de
enfermeras fueron enviados desde Inglaterra a través de la Srta. Stanley para
el trabajo en otros hospitales como los de Balaclava, Esmirna o Kululu. El
ejército sufrió de forma constante no sólo por las heridas producidas en la
batalla, sino también por las terribles consecuencias de las heladas, la
disentería, el cólera y otras muchas dolencias a las que estaban expuestos.
FOTO 26 Florence con los soldados heridos en Crimea
El personal médico también estaba agotado. El Sr.
McDonald, corresponsal de The Times escribe muy apenado:
“En el cuartel
militar del hospital apenas queda personal de segundo orden. El Dr. Summers
está muy enfermo, y el doctor Newton, lamento decirlo, ha muerto. Al igual que
el pobre Struthers, él también ha caído víctima del agotamiento producido por
el fervor con el que desempeñó su labor. También en su caso se trata de una
fiebre poco común y, de hecho, se está extendiendo tan alarmantemente en estos
momentos que resulta insólito que más gente no se vea afectada. Puede resultar
consolador para los amigos de Newton y Struthers saber que, en sus últimos
momentos, fue la Srta. Nightingale quien les atendió y cerró sus párpados en el
lecho de muerte”.
¿Qué mayor elogio podría recibir una mujer con una
presencia tan tranquilizadora para los que sufren y quien, además, les acompaña
en sus lechos de muerte hasta los últimos minutos de sus vidas?
El corazón angustiado de una madre o de una esposa se veía
reconfortado por el pensamiento de la atención prestada a sus seres queridos en
esos últimos momentos; sabedores, al mismo tiempo, que las almas que
abandonaban este mundo iban a la casa del Señor con la voz de una mujer susurrándoles
una oración al oído y calmando sus doloridos cuerpos. El trabajo prosiguió sin
cesar y, en menos de dos meses, el nombre de Florence Nightingale era un nombre
común en los hogares; un nombre que nunca se olvidaría. Ella sabía que su
gentil presencia en las salas de enfermos había aportado bienestar. “Verla
pasar me hace feliz. Hablaba con todos nosotros”, dijo un pobre enfermo en
una carta a sus familiares, “y asentía sonriendo a muchos más, pero no podía
hacer lo mismo con todos por la cantidad de trabajo que tenía. Somos cientos
los que estamos aquí, pero hemos podido besar su sombra según pasaba junto a
nosotros y volver a reposar nuestras cabezas en la almohada sintiéndonos
reconfortados”.
¿Pueden unas palabras resultar más emotivas?
“En esas
míseras salas,
Una dama con una lámpara veo
Pasar a través de la trémula oscuridad,
Y revolotear de una habitación a otra.
Y lentamente, como en un sueño de felicidad,
El afligido se vuelve para besar en silencio
Su sombra, según se dibuja
Sobre las oscuras paredes.
En los anales de Inglaterra, a través del tiempo,
Más allá de su palabra y canción,
Una luz sus rayos arrojará,
Desde los recuerdos del pasado.
Una señora con una lámpara destacará,
En la gran historia de la tierra,
Una noble clase de mujer,
Heroica y caritativa”.
FOTO 27 La fortaleza
CAPÍTULO VII
UN MENSAJE
“Más las buenas acciones, a través del tiempo,
Perduran en las páginas de la historia,
Brillan con fuerza eterna,
Incólumes ante la polilla o el óxido”.
Aquellos años de calmada y paciente preparación comenzaban
a dar sus frutos. Los conocimientos que la Srta. Nightingale había adquirido y
de los cuales hacía uso, sorprendían a todos aquellos que entraban en contacto
con ella. Su aptitud era tan considerable, que más de un médico ha afirmado que
superaba a muchos hombres, tanto en conocimientos teóricos como prácticos.
Entre los trabajos de Hércules se encuentra la ardua labor de limpiar los
establos de Augías, siendo ésta una tarea muy similar a la que nuestra heroína
tuvo que enfrentarse.
FOTO 28 Florence Nigthingale en el Hospital de Scutari
En los
aledaños del hospital se encontraba la mayor de las inmundicias. Florence contó
en un día hasta 6 perros en estado de descomposición yaciendo bajo las
ventanas. Esto fu suficiente para provocar fiebre, pero si tenemos en cuenta
que el agua era impura, además de otras precariedades, apenas podemos
sorprendernos ante la terrible tasa de mortalidad. Tan mal mantenido y tan
atestado de gente se hallaba el hospital que, según se nos dice: “los enfermos, por si tuvieran poco, se
veían atormentados por toda clase de bichos, y las ratas se ensañaban con los
más débiles”. Había saqueos en los almacenes, los médicos no daban
abasto para mantener el orden. Los pacientes que deberían haber comido
ayunaban, y los que deberían haber ayunado, comían. Desde el mes de junio de
1854 hasta 1856, cuarenta y un mil hombres fueron ingresados en el hospital del
Bósforo y, de ellos, cuatro mil seiscientos murieron, todo esto mientras la Srta.
Nightingale se encontraba en Scutari. Los primeros siete meses la mortalidad
era del sesenta por ciento, lo que superaba las cifras que se habían dado en
Londres durante el cólera.
Según un paciente del hospital, Florence Nightingale “dejaba
a un enfermo para atender a otro”. Cómo hizo frente al cansancio mental y
físico es simplemente asombroso. “Las Nightingales”, como ella y su
grupo de enfermeras eran llamadas, “han salvado muchas vidas”, según más
de un paciente escribía a sus familiares; y ¡cuántos corazones llenos de
ansiedad sentían alivio al escuchar las sencillas palabras que estas
maravillosas mujeres les dedicaban! Gracias a la influencia de la Srta.
Nightingale, sus incesantes peticiones y súplicas a los altos cargos, el
hospital de Scutari sufrió una notable transformación y su organización mejoró
de tal manera que ella misma declaró antes del final de la guerra que no podía
concebir nada mejor. A través de estas mejoras sanitarias el ejército inglés,
que sufrió tan gravemente al comienzo de la campaña, se mantuvo prácticamente
exento del tifus que asoló al ejército francés. De hecho, durante los últimos
seis meses la mortalidad fue menor que en la Inglaterra de la vida cotidiana.
Podemos imaginar los días y las noches de pensamientos angustiosos
que ocuparon la mente de la Srta. Florence antes de que se obtuvieran
resultados. Las dificultades por superar, la incesante constancia y paciencia
que demostró, le servían de ayuda para llevar el día a día y enfrentarse a
menudo a los prejuicios y a la indiferencia. Su éxito le honra y, aún siendo
como era indiferente a cualquier alabanza o critica, su corazón debió de haber
rebosado de felicidad cuando el siguiente mensaje le llegó a través del mar.
A continuación veamos un extracto de una carta enviada por
la Reina al Sr. Herbert, quien a su vez se la hizo llegar a la Srta.
Nightingale.
“Castillo
de Windsor
6 de diciembre, 1854.
Apreciaría sinceramente le dijera a la Sra. Herbert que
me mantenga regularmente informada sobre las noticias acerca de los heridos que
recibe de la Srta. Nightingale o de la Sra. Bracebridge. Aunque gracias a los
oficiales ya estoy al corriente acerca de lo que acontece en el campo de
batalla, mi interés reside principalmente en lo primero.
Hágale también saber a la Sra. Herbert que deseo que la
Srta. Nightingale y el resto de su noble equipo comunique a estos pobres
hombres, heridos y enfermos, que nadie más que su Reina se interesa o se
compadece por su sufrimiento y admira su valentía y heroísmo, encontrándose su
pensamiento con sus amadas tropas noche y día. Los mismos sentimientos son
compartidos por el Príncipe.
Pida a la Sra. Herbert comunique estas mis palabras, ya
que sé que nuestra condescendencia es muy valorada por estas nobles y
bondadosas almas.
VICTORIA”.
Copias de esta carta fueron hechas y distribuidas, además
de ser colocadas en las paredes del hospital y en otros lugares. La gratitud de
los hombres no conocía límites. Uno de los clérigos visitó a los enfermos y les
leyó la misiva, terminando con las palabras, “¡Dios salve a la Reina!” La respuesta, según nos dice un
presente, fue “tan sentidamente expresada y tan llena de vigor que, desde
los pulmones de los enfermos y moribundos, surgió un sincero Amen”.
La Srta. Nightingale es tan inseparable de su trabajo, que
es imposible hablar con ella a título individual. Sus pensamientos y sus
sentimientos no son interpretados por palabras, sino por acciones. Esos largos
y oscuros pasillos, muchos de los cuales se encontraban en mal estado antes de
su llegada, reflejaban ahora comodidad y eran invadidos por un aire de
bienestar, con grupos de hombres reuniéndose alrededor de las estufas a leer,
hablar o fumar. Las despensas para los soldados y oficiales estaban bien
abastecidas, pero la verdadera dicha se hacía palpable cuando las enfermeras de
la Srta. Nightingale se encargaban de cocinar. El Reverendo J.G. Sabin, uno de
los más dedicados capellanes del ejército, escribe:
“Uno se
encuentra a menudo con inmensos tazones de arrurruz, sagú, caldo y otros apetitosos
alimentos. Todos los hombres que necesitan alimento son, previa supervisión de
los oficiales médicos, satisfactoriamente abastecidos, lo cual facilita la
labor de los facultativos, por lo que me siento sinceramente agradecido”.
Y todo esto gracias a una inteligente mujer de gran
corazón; ni siquiera todo el oro del Banco de Inglaterra podría haber logrado
tal transformación. De buena gana se le proporcionaba todo lo que necesitaba,
empleándolo juiciosamente. El amor y admiración que inspiraba era algo casi
prodigioso. Esencialmente es a través de otras personas que conocemos la labor
de esta mujer, siendo ellas testigos de la influencia que su obra tuvo en sus
contemporáneos. Una influencia que resulta quizás ahora más evidente que cuando
empleó por primera vez aquellos dones que le habían llegado de Dios y que ella,
lejos de desatender, puso en práctica por el bien de sus hermanos logrando un
éxito que nunca habría imaginado. El Sr. Macdonal, corresponsal de The Times,
dedicó unas palabras a la Srta. Nightingale justo antes de regresar a Europa
desde el foco del conflicto, no pudiendo abstenerse de mostrar su admiración
por esta mujer y su trabajo.
Después de comprobar el creciente ritmo de trabajo en el
hospital, la terrible mortalidad y la devoción y entrega del personal médico,
decía:
“Allá donde
hay una enfermedad en su etapa más severa está presente esta incomparable
mujer, siendo su benevolente presencia una inmejorable influencia para la
comodidad del moribundo incluso cuando éste lucha por aferrarse a sus últimos
momentos de vida. Sin ser una exageración, ella es un “Ángel de la Guarda”; con
su forma esbelta se desliza silenciosamente a lo largo de cada pasillo, una
expresión de bienestar inunda las caras de todos los pobres hombres que la ven
pasar. Cuando todos los médicos se han retirado por la noche y el silencio y la
oscuridad se han establecido sobre los miles de enfermos postrados, se le puede
ver haciendo rondas nocturnas portando una pequeña lámpara en su mano. La
opinión popular no se equivocó cuando fue aclamada como una heroína al
establecerse en Inglaterra para llevar a cabo su misión de misericordia; confío
en que conserve tan elevado título. Nadie que haya observado su frágil figura y
delicado estado de salud puede evitar tener dudas sobre el éxito de su misión,
mas estas dudas se disipan al observar en ella el corazón de una verdadera mujer
y los modales de una dama, una actitud refinada por encima de la mayor parte de
las mujeres y una perfecta combinación de sorprendente serenidad, rapidez de
decisión y carácter. He dudado en hablar hasta este momento porque sabía bien
que ninguna alabanza por mi parte podría hacer justicia a sus méritos, temiendo
asimismo que se malinterpreten ciertos hechos, como la franqueza con la que
siempre ha aceptado la ayuda proveniente de los fondos que se le ha ofrecido.
Ya que esa fuente de abastecimiento se encuentra ahora casi agotada y mi misión
se acerca a su fin, puedo expresarme con mayor libertad sobre este tema; y
puedo afirmar que, sin la figura de la Srta. Nightingale, sus soldados habrían
encontrado escaso refugio y consuelo en el hospital, viéndose además rodeados
por las incomparables miserias que una guerra conlleva”.
Cartas privadas, documentos oficiales…todos estaban de
acuerdo en que Florence Nightingale se encontraba desarrollando una obra
religiosa a nivel nacional con la perfecta sencillez de una mujer de verdadero
corazón cristiano. Y, sin embargo, resulta casi difícil de creer, aunque bien
sabe Dios que es cierto, que en Inglaterra, entre su propio pueblo, hubo mentes
suficientemente “impuras y contaminadas” que declararon que la Srta.
Nightingale y sus enfermeras carecían de delicadeza y refinamiento. “¿Cuál era
el papel de unas mujeres jóvenes entre hombres heridos?” “¿Por qué la Srta.
Nightingale?” “¿Por qué una mujer?”
FOTO 29 Llegada de Florence Nightingale a Scutari
“¿Por qué no Sairey Gamp?” ¡Esa horrible Sairey Gamp! El
pensamiento de quien, incluso ahora, hace que se le congele a una la sangre,
“apestando a cebollas y ron, con una mano sobre la almohada del paciente y la
otra en el bolsillo”. ¡Gracias a Dios, aquellos tiempos terminaron! Y es a
ella, a Florence Nightingale, a quien debemos el cambio. Un cambio gracias al
cual la cama del enfermo y otras lúgubres estancias han dejado de ser un lugar
que inspiran horror y miedo para convertirse en un tranquilo refugio, calmante
para el cuerpo y la mente. Sin duda, habría sido mejor para aquellos que osaron
poner en tela de juicio la aptitud de quienes entregaron sus intachables vidas
al servicio de los demás, que se hubieran aventurado ellos mismos a desempeñar
tan encomiable acción. Pero su propia mezquindad era prueba de su incapacidad;
apenas podían entender la grandeza de esta mujer que seguía tan humildemente
los pasos de Cristo y cuya entrega al amor era la principal meta de su vida.
Aún más difícil de creer resulta el hecho de que los
detractores de la Srta. Nightingale, no satisfechos con atacar su motivación,
atacaron también sus ideas religiosas, alimentando así el “odium
theologicum”. Ella era Papista, anglicana, una mujer perteneciente a la
Iglesia alta, a la Iglesia baja, una sublapsariana y una supralapsariana, todo
y nada. En resumen, una sencilla mujer Cristiana.
Un clérigo tuvo ocasión de advertir a su congregación que
no enviara donativos a nuestros sufridos soldados destinados en el este a
través de manos Católicas Romanas, cuando existían mejores y más seguros medios
para hacer llegar la ayuda. Una carta impresa de la Señora de Sidney Herbert
fue distribuida entre sus feligreses poco después. Decía así:
“49
Belgrave Square,
9 de septiembre, 1854.
Señora, adjunto a esta carta le envío un suplemento
cristiano de la edición de The Times del viernes de la semana pasada, en el
cual verá cuán crueles e injustos son los informes que usted menciona acerca de
la Srta. Nightingale y su noble labor. Desde nuestra última entrega, hemos
enviado cuarenta y siete enfermeras más. Resulta desesperanzador pensar que, en
nuestra Inglaterra Cristiana, nadie pueda emprender un programa de ayuda sin
recibir estas tan poco caritativas críticas, y si usted no me hubiera dicho
algo así, yo no habría podido creer que un clérigo de la iglesia establecida
habría sido el portavoz de esas calumnias. La Srta. Nightingale es miembro de
la Iglesia Oficial de Inglaterra, pero desde que fue a Scutari, sus opiniones
religiosas y su carácter han sido atacados en todos los aspectos. Una persona
escribe para reprendernos por haber contado con ella “entendiendo que pertenece
a la Iglesia Unitaria”, otra que es una “Católica Romana”, y así sucesivamente.
Se trata de un nefasto comentario para alguien a quien toda Inglaterra debe
tanto. En cuanto a la acusación de que no enviamos enfermeras protestantes, la
lista adjunta le convencerá de lo contrario.
Nosotros no hacemos distinciones de credo; cada
enfermera que demostró su aptitud para desarrollar el trabajo fue bienvenida,
siempre que, naturalmente, tuviéramos el consentimiento de sus allegados,
además de comprobar su intachable conducta en los demás aspectos. Siendo una
gran parte de los heridos católicos romanos, hemos aceptado los servicios de
algunas de las Hermanas de la Caridad del Hospital de San Esteban de Dublín.
Habiéndole comentado todo esto, confío haga un esfuerzo para recapacitar ante
aquellos cuyas mentes se han visto contaminadas por estas injustas y falsas
acusaciones. Pensé que los nombres del Sr. y la Sra. Bracebridge, que
acompañaron y permanecieron con la Srta. Nightingale, habrían sido suficiente
garantía para asegurar la naturaleza evangélica de la obra, pero al parecer,
nada puede detener el flujo de tan amargas falacias.
Atentamente suya,
ELIZABETH HERBERT”.
El segundo equipo de enfermeras, cuarenta y siete en
total, enviadas el dos de diciembre.
2 del Hogar de San Juan,
10 Señoras protestantes,
20 Enfermeras selectas del Hospital, protestantes,
15 Hermanas de la Caridad, católicas.
Recuento total del primer y segundo grupo de enfermeras: ochenta y cinco, de las cuales sesenta
eran protestantes y veinticinco Católicas Romanas. Las acusaciones, por lo
tanto, parecen carecer de consistencia. Sin embargo, siguieron apareciendo
durante cierto tiempo en algunos periódicos muchas opiniones malintencionadas,
provocando un intenso dolor para los que la apreciaban y entendían la pureza de
corazón con la que había realizado el trabajo sin reparar en otros asuntos.
Cómo se sentía ella con respecto a todo esto es difícil de determinar. Como de
costumbre, se mantuvo en silencio, realizando su trabajo y dejando que sus
compañeros prosiguieran con la defensa de su causa. Enfrentándose a diario,
casi a cada hora, con el sufrimiento y la muerte, tal rencor debió de haberle
parecido verdaderamente insignificante, ya que no tenía tiempo para detenerse
en nimiedades. Con mil enfermos que cuidar, y acompañando a treinta o cuarenta
moribundos por día hasta sus últimos momentos, ¿cómo iba a pensar en ella
misma? Aceptó muy agradecida la ayuda de pastores Presbiterianos y de las
enfermeras. Su propio equipo original se encontraba debilitado; había mermado a
causa, principalmente, de la mala salud. Tres Hermanas, tres enfermeras y cinco
monjas tuvieron que regresar a sus hogares, pero otras tantas vinieron a cubrir
sus vacantes. El juicioso poder de decisión de la Srta. Nightingale permitió la
rápida selección de las candidatas más eficientes prestando especial atención a
sus aptitudes, seleccionando a aquellas que demostraban estar más capacitadas
para afrontar tan dura tarea.
Para las que no tenían experiencia en labores similares y
nunca habían recibido formación hospitalaria, acostumbrarse a la estricta
obediencia a las órdenes y al trabajo constante debió de resultar
verdaderamente difícil; mientras que las monjas Católicas poseían estos
extraordinarios dones de manera innata. A la vez que tantos y tantos hombres
caían enfermos a su alrededor, esta delicada mujer de naturaleza entrañable parecía
estar dotada de un don sobrenatural. Siempre estaba en su lugar, con una
actitud sosegada y serena y su dulce voz musical que dictaba las órdenes
necesarias o hablaba de manera reconfortante. Prestando la atención necesaria,
nada le resultaba demasiado pequeño o insignificante, y toda su alma estaba
plenamente entregada a su trabajo.
Cuando el Reverendo J.H. Gurney, en un discurso sobre “Héroes
de Dios y Héroes del Mundo”, celebrado en Exeter Hall, mencionó el
nombre de la Srta. Nightingale, fue aplaudido con sincero entusiasmo, siendo
coreado por el inmenso número de público que asistió al acto.
“Hemos
presenciado un extraordinaria hecho”, dijo el Sr. Gurney, “una Santa mujer de increíble talento,
marcada por la Providencia para desarrollar el bendito trabajo de curación y
renunciar a su forma de vida sin un momento de duda. Cualquier otra persona sin
este don no habría teniendo la fuerza suficiente para enfrentarse a todos
aquellos seres sin corazón que han osado herirla e incluso han levantado calumnias
contra sus ideales. Hombres que se hacían llamar religiosos la culparon de
relacionarse con personas de ideas políticas supuestamente equivocadas y
personas de mala reputación.
El partidismo verdaderamente religioso ha hecho ya
mucho por ayudar a los desesperados y por dar valor a los no creyentes. Hombres
de mentes sagaces y cándidas han quedado sorprendidos al ver el espíritu de la
Cristiandad tan mal reflejada, a menudo llena de contradicciones, en los
periódicos de más aceptación entre la gente seria. Pero la última exposición
es, en mi opinión, la peor; y yo, al tiempo que detesto el fanatismo, me
pregunto qué atrevimiento en nombre de la nación inglesa podría hacer de
Florence Nightingale el centro de críticas hostiles mientras que las paredes de
Scutari resuenan con alabanzas hacia su persona”.
FOTO 30 Florence
Nigthingale en el Hospital de Scutari
En otra reunión, el Dr. H. Kennedy, director de las
escuelas en Shrewsbury, rinde a la “Heroína de Scutari” otro homenaje
igualmente conmovedor:
“Cuanto mayor
es el interés y la admiración que despierta la labor a la que ella se ha
entregado, mayor es la satisfacción al conocer los pormenores acerca del éxito
de tan admirable misión. Sin embargo, también crece en mí la indignación y e dolor,
e incluso la vergüenza, al leer en la prensa las viles calumnias vertidas sobre
ella por aquellos que osan atacar su intachable conducta y los motivos de su
entrega al prójimo”.
La han tachado de Papista y Papista Anglicana, siendo un
terrible desacierto toda esta clase de inoportunas acusaciones El Dr. H.
Kennedy había mantenido conversaciones con la Srta. Nightingale en las cuales
habían tratado principalmente asuntos religiosos. Él se aventuró a afirmar que
era una mujer de la iglesia con un arraigado sentimiento cristiano, libre de
favoritismos hacia la Iglesia Católica Romana. Independientemente de otras
ideas, ella era una ferviente seguidora de Cristo que hacía el bien acompañando
a los enfermos en su aflicción y deseando mantenerse en un discreto segundo
plano. Que Dios la ayude en esta vida y la premie en la próxima. Si he citado
hasta aquí parte de discursos y cartas relacionadas con ella, lo he hecho para
demostrar que Florence Nightingale tuvo una gran influencia en los corazones de
toda la nación. Ella ayudaba a la gente, quien, llena de agradecimiento, la
defendía y admiraba por el amor que entregó a los hijos de Inglaterra en los
momentos de más urgente necesidad.
FOTO 31 Descansando en las trincheras
CAPÍTULO VIII
FIEL HASTA LA MUERTE
“El aire
está lleno de despedidas a los moribundos
Y luto por los muertos”.
Cuando el Rey David tuvo que optar por un castigo “guerra,
peste o hambruna” su respuesta fue: “Estoy
en un grave aprieto; prefiero caer en manos del Señor porque es grande su
Misericordia”. La guerra estaba diezmando nuestros hombres; los más
justos y valientes hijos de Inglaterra estaban cayendo. Poco a poco se extendió
el rumor de que el cólera que había desolado Europa durante el verano y otoño
de 1854 había brotado de nuevo y ésta vez, en un ejército ya debilitado por un
largo invierno en las trincheras y la exposición a las inclemencias severas del
tiempo de Crimea. Los hospitales se encontraban en las mejores condiciones
sanitarias posibles, con el personal médico bien organizado. Sin embargo, una
clase muy virulenta de cólera se propagó causando considerables estragos. Las
precauciones sanitarias se extendieron más allá de los límites del recinto
hospitalario. Además, con un clima templado, cada embalse o zanja se consideraba
un foco importante de infección. El alcance de tal desgracia también podía ser
mayor en un país donde el calor es intenso, con lluvias que podían durar
semanas o incluso meses.
Así, la fiebre apareció entre los soldados y las
enfermeras, y sólo podía ser atribuido a las condiciones atmosféricas. Entre
aquellos que fueron víctimas de éste último mal, se encontraba la amiga íntima
de Florence Nightingale, quien había venido con ella a Scutari apoyándola en
todo momento y trabajando codo con codo con el mismo espíritu de sacrificio.
FOTO
32 Episodio de la batalla de Inkerman el 5 de noviembre de 1855 entre las tropas
rusas y franco-británicas
Elisabeth Anne
Smythe comenzó su ardua tarea en Scutari, dándose a conocer y cumpliendo
con su trabajo tan satisfactoriamente que su presencia era requerida en lugares
menos favorecidos aún que en el hospital donde la Srta. Nightingale trabajaba.
Elisabeth estaba dotada de las mismas facultades que la Srta. Nightingale, y
había sido formada ilustremente en un momento en el que había tanta necesidad
de mujeres capacitadas que era una lástima mantener a todas estas generosas damas
en un mismo lugar. Fue requerida, pues, para unirse a la Srta. Bracebridge en
el hospital de Kululu y, tras considerarlo, decidió dar el paso. La señorita Nightingale
sintió sinceramente su marcha, expresando su profundo penar diciendo: “Ella
habría deseado continuar trabajando en equipo hasta el final de la campaña en
el mismo hospital”; pero estas palabras no impidieron su ida una vez hubo
considerado que su deber residía en otro lugar.
Elizabeth escribió una hermosa carta a sus amigos desde su
nuevo enclave, haciéndoles saber lo dichosa que se sentía por haber reunido el
valor para ir a aquel nuevo destino, donde sentía que su trabajo era incluso
más necesario que en Scutari. De hecho, su presencia era realmente apreciada,
ya que su amable disposición y su mente cultivada la hacían más atractiva a los
ojos de la sociedad; no sólo para los pacientes que atendía, sino también para
sus compañeros de trabajo y para sus amigos.
Una gran pena abatió a todos ellos al saber que la Srta.
Smythe se encontraba febril. Como la propia Srta. Nightingale dijo: “Toda causa tiene sus mártires”.
Lamentablemente, Elizabeth Anne Smythe, esta joven mujer tan querida por todos,
fue la primera del grupo de enfermeras destinada a dejar este mundo. Huelga
decir que se hizo todo lo posible por salvar su vida. Durante ocho días los
médicos y las enfermeras permanecieron a su lado, hasta que finalmente cayó en
un dulce sueño provocando una profunda tristeza en todos aquellos que la
conocían y amaban. Aquellos soldados a los que ella había cuidado ya no
volverían a escuchar sus reconfortantes palabras. Se derramaron muchas lágrimas
silenciosas cuando la noticia de su muerte fue susurrada de cama en cama, y
hombres duros en apariencia volvían la cabeza a la pared llorando la ausencia
de alguien a quien no volverían a ver.
El cortejo fúnebre, encabezado por un destacamento de
cincuenta soldados, resultó muy solemne según seguía su curso a través de las
calles mas concurridas de Esmirna hasta su destino final, el cementerio inglés.
Dos capellanes caminaban tras el ataúd con un emblema blanco, símbolo de la
juventud y pureza de quien acababa de dejarles. Monjas y enfermeras seguidas
por oficiales y médicos flanqueaban el cortejo. El silencio reinó durante todo
ese largo viaje de dos millas mientras una multitud de gente se había reunido a
lo largo de la calle, a la intemperie. Muchos sollozos apagados pudieron oírse
al comprobar que la joven hermana dejaba este mundo con la esperanza de una
gloriosa resurrección.
Los siguientes versos fueron escritos en aquel momento en
recuerdo de la gentil y admirada enfermera:
“Las calles
callaron en Scutari
Según, camino de la tumba,
Era llevada la joven y amable enfermera
Heroína de los heridos ingleses.
La primera joven mártir Cristiana
Se encamina a su descanso,
Y calles repletas de gente
Están envueltas como en tinieblas.
Y aquellos hombres que rechazan la Cruz
Y el nombre que ella con orgullo defendió,
Rinden, sin embargo, su homenaje;
Y reconocen en unión sus buenas obras.
¡Oh! Es por siempre que
Esas obras Cristianas deberían brillar
Con una luz tan pura y sagrada
Para señalar el camino divino.
Aquellos que ahora bendicen el hecho,
Pueden por fin alabar el nombre
De su despreciado Nazareno
A quien ahora tratan con pesar.
Así, es en la gloriosa mañana de Pascua,
Cuando los santos y los mártires se alzan
Y felizmente adoptan sus formas angelicales
Para encontrarse con Él en los cielos.
Algunas almas dichosas, reclamadas
Por la noche pagana y la oscuridad
Bendigan la lección enseñada aquel día
Junto a la tumba Cristiana.
M. D. G
Requiescat in Pace! El trabajo estaba hecho, ella
había llevado su cruz fielmente, y ahora llevaba su corona.
FOTO 33 Los cirujanos franceses atienden a los heridos rusos en la batalla de Inkermann, 5 de noviembre de 1854. Un hombre musulmán herido (quizás turco) también es visible en la imagen. Guerra de Crimea (1853 - 1856). Pintor Jules Rigo
Apenas un mes después, la Srta. Nightingale salió de
Scutari para hacer una visita de inspección en los hospitales de Balaclava. Fue
recibida por Lord Raglan, comandante jefe de las fuerzas británicas, quien la
colmó de atenciones mientras ella pasaba la mayor parte del día examinando las
condiciones sanitarias de los hospitales. Se dijo que los encontró en mejores
condiciones de lo que esperaba.
Aludiendo a la visita, un corresponsal del Illustrated
London News escribió lo siguiente:
“Entre las más
inteligentes aportaciones recibidas de Crimea, se encuentran los informes de la
señorita Nightingale con respecto al sufrimiento de la humanidad. Esta
excelente mujer, durante su estancia en Balaclava, visitó los hospitales de
campaña examinando las mejoras en cada uno de ellos. A lo largo de su
inspección fue calurosamente bienvenida por los soldados. En una de estas
visitas, nuestra protagonista fue a los hospitales de campaña que se
encontraban en un castillo de difícil acceso. La intención era distribuir tres
enfermeras acompañadas por el reverendo Sr. Bracebridge, uno de los capellanes,
el Capitán Kean, el Dr. Sutherland, un guarda, un ayudante y ocho croatas que
llevaban el equipaje. El grupo se encaminó hacia el castillo ubicado en la cima
a través de un empinado camino que comenzaba en el puerto”.
FOTO 34 Miss
Nightingale visitando los Hospitales en Balaclava
Una semana después, el citado corresponsal vio a esta
humana mujer siendo acompañada a ese mismo lugar. Según afirma, “el hospital de
campaña, formado por doce cabañas en total, se alza contra unos acantilados de
tierra caliza. En la ladera de la montaña se encuentran alojados los soldados
de infantería marina y los turcos.
El puerto está a un lado, y al otro se extienden abruptos
acantilados. “El castillo se alza sobre una noble peña en la parte delantera;
el lugar se encuentra a aproximadamente setecientos pies sobre el nivel del
mar, en un enclave airea do y adaptado para su propósito.
La cabaña de la Srta. Nightingale se ubica tras un
pequeño arroyo cuya agua es de excelente pureza y cuyas orillas están
flanqueadas por flores de vivos colores. Aquí hay sitio para al menos
ochocientos pacientes con las mejores posibilidades de recuperación”.
El calor en Crimea es inmenso durante el mes de mayo, y la
exposición al sol especialmente peligrosa. El quince de mayo Florence se
encontraba muy indispuesta, lo que preocupó a sus compañeros.
FOTO 35 Alexis
Soyer, ferviente admirador de Florence, rescató en Crimea en 1855 el carruaje
que usaba Florence para desplazarse por los hospitales de Balaclava; consciente
del valor simbólico del mismo, cuando iba a ser subastado lo compró y lo
trasladó a Gran Bretaña, dónde hoy puede verse en el Museo Nightingale de
Londres
Se cree que el motivo de este malestar fue un golpe de
calor sufrido cuando acompañó al Señor Alexis Soyer (cocinero de profesión) a
la batería para tener una buena vista de Sebastopol. Su estado de salud empeoró
gradualmente, por lo que decidieron llevarla al sanatorio y mantenerla bajo el
cuidado de tres eminentes doctores. Era un ataque severo, especialmente para
una mujer de naturaleza delicada que había sufrido tanto. Se dice que, en más
de una ocasión, llegó a estar veinte horas seguidas ayudando a los médicos. Su
influencia era tan grande y su poder de persuasión tan efectivo que, a menudo,
cuando un paciente rehusaba someterse a una operación considerada necesaria,
unas pocas palabras de su boca o su sola presencia eran suficientes para calmar
al enfermo y hacerle entrar en razón.
Alexis Soyer: El Colaborador de Florence Nightingale en
Crimea. Publicado el viernes día 23 de enero de 2015. Jesús Rubio
Pilarte y Manuel Solórzano Sánchez
Era una labor ardua. Al verla en un estado tan delicado,
todos temieron que no fuera lo suficientemente fuerte para superarlo. Siguió en
este lamentable estado durante varios días pero, hacia finales de mes, su
estado mejoró de forma sorprendente para el alivio de aquellos que estaban a su
lado. Todos esperaban su pronta recuperación. Por fin, los doctores pudieron considerar
su estado fuera de peligro. Su convalecencia fue larga, y finalmente regresó a
Scutari, donde se necesitaba su presencia. Dios tuvo misericordia de esta mujer
aclamada por algunos como bendita. Ella estaba mostrando al mundo de lo que
eran capaces las mujeres haciendo que su obra perdurara en el tiempo.
FOTO 36 Lord Raglan y Alexis Soyer
Habiendo superado la enfermedad, otras compañeras, sin
embargo, caían víctimas de tan terrible mal. Tres jóvenes enfermeras de su
equipo murieron en un corto espacio de tiempo y fueron enterradas en el
cementerio de Scutari, entre jóvenes oficiales y valientes hombres a los que
ellas mismas habían tratado de salvar de la muerte. Allí yacían, en esas tumbas
como asomadas al bello Mar de Mármara, con árboles a su alrededor doblándose al
viento y una brillante niebla dorada envolviéndolo todo. Pero los corazones de
aquellos que les llevaron al descanso eterno, incluso en ese lugar maravilloso,
se encontraban tristes. No tanto por los que se habían ido, sino por los
hogares desolados que dejaban atrás, por esas chimeneas que nunca más
proporcionarían calor. Fueron mártires y lo serán por siempre. Cientos de
cartas llegaban desde Inglaterra, narrando la comodidad derivada del saber
hacer de Florence y su grupo de enfermeras.
Por citar un solo ejemplo, un soldado escribió a su madre
lo siguiente:
“Estas mujeres
estaban siempre, desde la mañana hasta la noche, yendo y viniendo por la salas
del hospital. Atendiendo a los hombres, lavándoles, proporcionándoles té o
arrurruz y demás alimentos necesarios mientras otras daban de comer con sus
propias manos a aquellos que se encontraban extremadamente débiles para hacerlo
por sí mismos. He oído a menudo a un hombre decir: “Esa mujer me ha salvado la
vida”. Por muy atareada que estuviera, la Srta. Nightingale pasaba
continuamente a mi lado. De hecho, en una ocasión, me encontraba muy enfermo y
con dificultades para respirar, tanto que vinieron dos mujeres, una a cada lado
de mi cama. La mujer que estaba a mi cargo era mayor y me ofreció algo de
brandy suave y agua y, cuando pude abrir mis ojos, la vi inclinada sobre mí con
un gesto de preocupación en su cara. Nadie sabe el bien que hicieron. Ojalá
pudiera encontrar palabras para decir cómo eran esas mujeres”.
Los soldados echaban de menos algo que leer en los largos
ratos de convalecencia. Cuando esta necesidad se hizo saber en Inglaterra, la
petición de la Srta. Nightingale obtuvo una generosa respuesta: poco después
recibieron varios paquetes de publicaciones variadas, entre los que se
encontraban un gran número de British Workman, publicaciones estas
gratamente recibidas por los soldados.
FOTO 37 Papers for the Wounded
El principio del verano de 1855 resultó catastrófico.
Apenas había transcurrido un año desde que los primeros cañones fueron
disparados y los tres comandantes jefe “el Emperador Nicolás, el Mariscal Arnau
y, el veintiocho de junio, Lord Raglan” abandonaron este mundo. El dieciocho de
junio tuvo lugar el terrible asalto a Redan, tras lo cual, Lord Raglan envió un
último comunicado al gobierno para anunciar la derrota. Las nubes en el
horizonte eran muy oscuras, y la ciudad de Sebastopol seguía resistiendo con
dureza. A pesar de los sucesivos intentos por parte de Inglaterra, ésta se vio
obligada a abandonar al comprobar su ineficacia. Los relatos bélicos de estos
sucesos son terribles. Sólo aquellos que han presenciado los horrores de la
guerra pueden imaginar el dolor y el sufrimiento que encontraron las
enfermeras. Su valor fue verdaderamente puesto a prueba. Si éstas caían, lo
harían como los soldados que ellas mismas cuidaban: en nombre del honor,
enfrentándose al enemigo.
No fue hasta el ocho de septiembre cuando, finalmente, Sebastopol
se rindió ante los esfuerzos conjuntos de los aliados, e inmediatamente surgió
una voz clamando la paz de Inglaterra. Sus soldados mutilados y heridos y los
hogares vacíos daban testimonio de la crudeza de los enfrentamientos,
resultando evidente de que se había pagado un alto precio por la victoria. Pero
ahora que el objetivo se había cumplido, la mayoría de la población pensaba que
la paz se extendería a continuación. Los que ocupan los altos cargos sabían que
había mucho por hacer. El ejército se enfrentaría ahora a otro invierno de
Crimea; demasiada sangre había sido derramada para alcanzar una paz inestable.
La Srta. Nightingale y sus enfermeras permanecieron en sus puestos aplicando
sus conocimientos en el campo hospitalario.
FOTO 38 Street in Sebastopol. After the Siege
Leemos en una carta de un corresponsal, fechada en Scutari
el siete de noviembre de 1855:
“El número de
enfermos es ahora notablemente menor, habiendo sitio de sobra para atenderlos
en los hospitales. Todo esto se debe al excelente servicio médico y a las
óptimas instalaciones de las que disponemos. El desangelado estado de nuestros
hospitales resulta incluso consolador en contraste con el de los franceses, los
cuales se encuentran más saturados que nunca”.
El ejemplo que Florence
Nightingale había puesto sirvió para que los demás buscaran alivio en el
amargo dolor que les invadió durante esta terrible guerra tratando de ayudar al
prójimo.
La Sra. Willoughby Moore era la viuda del valiente soldado
Coronel Willoughby Moore, quien había perecido a bordo del barco Europa al
negarse a abandonar el barco en llamas mientras sus hombres siguieran a bordo.
Ella buscó desolada la forma de pasar el resto de su vida sin gozo alguno,
llevando noblemente la carga de la ausencia de su esposo.
Organizó un grupo de enfermeras y las mandó a Scutari para
atender a aquellos marinos por los que su marido había dado la vida. Gozando de
una intachable reputación, fue elegida para desempeñar el puesto de
Superintendente del Hospital de Oficiales de Scutari.
Durante el verano y otoño, ella cumplió su labor
voluntaria con gran inteligencia y devoción, entregando finalmente su espíritu
con abnegación a la voluntad de Dios. “Allá
donde se encuentra el tesoro de uno, es donde reside su corazón”. Y
es entonces cuando los ojos se cierran a la visión de la vida terrenal para
abandonarse al feliz momento del encuentro con Dios. Ella dejó tras de sí un
ejemplo a seguir por las hijas de Inglaterra del mismo modo que lo hizo su
marido. ¡Qué noble es vivir y morir valerosamente en el cumplimiento del deber!
Y así, una vez más, la navidad vino y se fue, y de nuevo la canción de los
ángeles “paz y buena voluntad a los hombres” ascendió a los cielos y,
con los albores de un nuevo año, las esperanzas revivieron. ¡Paz! Esta vez
sería paz, ¡bendita paz!
FOTO 39 Grabado de la época
CAPÍTULO IX
LA GRATITUD DE TODA UNA NACIÓN
“Tu obra
te aportará bondad,
A ti y a todas las criaturas.
No dudes de que siempre te querré por tu amor”.
G. A.
En menos de un año, el nombre de Florence Nightingale se
había extendido de tal modo que era común escucharlo en todos los hogares. Todo
el mundo, incluso la más humilde campesina, cuyo marido, hermano o ser querido
se encontraba en la guerra, la tenía en la más alta consideración, a menudo
sintiendo que sus seres queridos corrían menos peligro y se encontraban más
seguros al ser atendidos por esta dedicada mujer. Muchas fueron las cartas que
Florence recibió de esposas y madres ansiosas por saber y, tan a menudo como
podía, trataba de reconfortar y fortalecer aquellas almas desoladas
escribiéndoles unas líneas.
Una pobre mujer, esposa de un soldado perteneciente al
regimiento treinta y nueve, que se encontraba con sus hijos en South Shields,
no tenía noticias de su marido desde hacía muchos meses. Estaba muy preocupada
y pasando por serias dificultades, así que se le ocurrió la idea de escribir a
la Srta. Nightingale.
Unas semanas más tarde recibió la siguiente carta:
“Hospital
de Scutari,
5 de marzo, 1855.
Estimada Sra. Lawrence,
Tengo una triste noticia para usted. En el momento de
recibir su carta, su esposo se encontraba muy enfermo. Durante la cruel
temporada que vivimos aquí el año pasado, cuando perdíamos de setenta a ochenta
hombres al día, muchas viudas tuvieron que sufrir al igual que usted la pérdida
de sus seres queridos. Su marido, lamento comunicarle, murió en el hospital
poco después, el veinte de febrero de 1855, justo en el momento en el que
nuestra mortalidad por fiebre y disentería alcanzó su apogeo. Ese mismo día
enterramos a ochenta hombres. Me aseguré de no cometer ningún error,
comprobando que no hubiera dos soldados con el mismo nombre. Escribí incluso al
coronel de su regimiento, quien confirmó la triste noticia en la nota que le
adjunto; aunque se equivocó en la fecha exacta de la muerte de su marido, no
hay error en el hecho.
Yo deseaba obtener esta respuesta antes de dirigirme a
usted. El valor de las pertenencias de su marido, ahora de su propiedad previa
solicitud, asciende a 1, 2 chelines con 4 peniques y medio, cantidad que fue remitida
al Secretario de Guerra el veinticinco de Septiembre de 1855.
Ya que usted no era consciente de su estado de
viudedad, no ha recibido, por consiguiente, ningún subsidio por ello; así que
se encuentra en el derecho de solicitarlo al Teniente Coronel Lefroy,
Secretario Honorario de la Armada Real, Fondo Patriótico, 16a Great George
Street, Westminster, Londres.
Le adjunto los documentos necesarios para que los
cumplimente. La carta del Coronel será prueba suficiente del fallecimiento de
su marido. Usted indicará todos los datos acerca de sus hijos; su pastor le
ayudará a rellenarlo. Siento mucho las penurias que está viviendo. Si tiene
alguna duda sobre el Fondo Patriótico, deberá hacer uso de esta carta, como he
dicho, para probar el hecho de su estado de viudedad.
Con sincera compasión por su gran pérdida, siempre
suya,
Florence Nightingale”.
He incluido la carta sin acortarla, ya que muestra a fondo
el carácter de quien la escribió. Nada de lo que pueda ayudar a la afectada
viuda a soportar su pérdida se omite. Pequeños detalles, tan necesarios, son
tratados con gran sentido común. No hay atisbo de dureza, sólo piedad y el
deseo de prestar ayuda. Hay pensamientos para los niños y sobre las necesidades
materiales y personales de la viuda; todo escrito con delicadeza para causar el
menor dolor posible. Por fin, la tan anhelada paz llegó a Europa, y junto con
los primeros días de la primavera, con las flores y los cantos de aves, la
esperanza revivió en muchos corazones.
FOTO 40 Florence Nigthingale en el Hospital de Scutari
Y si algunos se encontraban tristes o apesadumbrados sintiendo
el anhelo de un tiempo mejor, el grito de dolor se veía apagado, y el corazón
herido buscaba la serenidad del alma en la voluntad del Todopoderoso.
“La sutileza
de una mano vaporosa,
Y el calmo sonido de una voz…”
Florence Nightingale permaneció en su lugar hasta el
final, y después, presintiendo la aclamación que recibiría si regresaba a
Inglaterra, viajó discretamente al este con su tía bajo los nombres de Sra. y
Srta. Smith. Sus compañeros de viaje no podían imaginar quién era esa discreta
y grácil mujer que regresaba al hogar. Su viaje de incógnito le hizo bien; tras
casi dos años de ausencia volvió al hogar de su padre tan discretamente como se
había ido. Pero no pudo permanecer mucho tiempo oculta. Pronto llegaron
felicitaciones de todas partes. Los trabajadores de una importante fábrica en
el pueblo vecino de Newcastle-on-Tyne, le enviaron una conmovedora carta
felicitándola por su regreso al hogar a la que ella respondió:
“23 de
Agosto de 1856.
Mis queridos amigos:
Desearía poder encontrar las palabras para describirles
cómo me sentía cuando recibí su carta. La bienvenida que me dedicaron, así como
la compasión que han demostrado con lo que ha estado ocurriendo en mi ausencia
ha llegado a lo más hondo de mi ser. Mis queridos amigos, las vivencias más
profundas en nuestros corazones son tal vez las más difíciles de expresar.
“Ella hizo
todo lo que estuvo en sus manos”. Estas son las palabras que hice
esculpir en la tumba de una de mis mejores ayudantes cuando me fui de Scutari.
Ha sido mi reconocimiento, ante los ojos de Dios, para dejar constancia de lo
que ella hizo en vida. Les doy las gracias a todos ustedes con mi más sincero afecto.
Y sé que debería haberles escrito antes, pero mi labor aún no ha terminado, por
lo que a veces encuentro difícil sacar el tiempo necesario para sentarme a
dedicarles unas merecidas líneas. Por favor, créanme, mis queridos amigos, Atentamente,
Florence Nightingale”.
No cabe la menor duda de que toda la nación, desde la
Reina hasta el más humilde de sus súbditos, estaba deseosa de demostrar
públicamente la gratitud, el respeto y el amor “un sentimiento universal” que
le procesaban. Florence no necesitaba nada material, e incluso huía con
entereza de los elogios de los hombres, ya que ella había trabajado para ayudar
a los pobres de la humanidad basándose en el amor por sus semejantes. Al igual
que Cristo, ella no había escatimado en esfuerzo; se había dado libremente, sin
pedir nada a cambio. Y ahora había llegado una vez más a casa de su padre para
cuidar su salud y reponer las fuerzas que había empleado sirviendo a su país.
Mientras que en Inglaterra se la invocaba, mientras que cada corazón derrochaba
gratitud, ella estaba vagando por los lugares predilectos de su infancia acompañada
de sus familiares y amigos, todos ellos agradecidos de que Dios la hubiera
invitado a dedicar su vida a los demás en medio de los muchos y grandes
peligros que acechaban los tiempos que corrían.
Fue el propio Príncipe Consorte quien sugirió el diseño de
la joya que Su Majestad le presentó a Florence Nightingale, quien se había
enfrentado a la muerte en la realización de una labor por amor a Dios y a su
país, y quien, entre todas las mujeres, destacó por su valentía y entrega.
Las más puras expresiones de la poesía, la religión y el
arte estaban plasmadas en este regalo ofrecido por la Reina de Inglaterra.
Una cruz de San Jorge esmaltada con rubíes rojos que
destacaba sobre un fondo blanco simbolizando el paisaje de Inglaterra. Rodeado
por una banda de color negro, en representación de la virtud de la caridad, se
encuentra inscrita una leyenda en color dorado: “Bienaventurados los Misericordiosos”. El emblema real se
expresa por las letras V.R, rematado éste por una corona de diamantes ribeteada
en el centro de la cruz de San Jorge, del que emanan unos rayos, también
dorados, hacia la esfera de esmalte blanco que representa la gloria de
Inglaterra.
Asimismo, un abundante número de ramas de palma, en
esmalte verde brillante y con punta de oro, forman el marco del escudo, con
bandas en la parte inferior en esmalte azul y con la palabra “Crimea” inscrita
en oro. En la parte superior del escudo, entre las ramas de palma, tres
estrellas de diamantes representan la luz del cielo arrojada sobre las labores
de misericordia, la paz y la caridad, todo ello en relación con la gloria de la
nación. En la parte trasera hay una inscripción sobre una tablilla de oro,
escrito por Su Majestad, en el que se puede leer cómo esta joya es un regalo de
la Reina de Inglaterra agradeciendo a la Srta. Nightingale los servicios
prestados al ejército de su país.
La joya tiene aproximadamente tres pulgadas de profundidad
por dos pulgadas y media de anchura. Es para ser usada no como un broche o
adorno, sino más bien como insignia de una orden. Este regalo iba acompañado de
una carta firmada por la propia Reina llena de un profundo sentimiento de
gratitud.
Mucho antes de que la Srta. Nightingale dejara su puesto y
regresara al hogar, la nación estaba ocupada con la idea de cómo se podría
reconocer, de una manera aceptable, la venerable labor que nuestra heroína
había realizado. Todos, deberían valorar el trabajo hecho, así como el cambio
radical que su heroísmo personal y la valentía con la que se había enfrentado a
la opinión pública había hecho mella social, sin olvidar que se trataba de una
mujer. Ella había abierto un nuevo campo de acción para los muchos desempleados
cuyas vidas estaban siendo abandonadas al más terrible de todos los males: la
inactividad.
FOTO 41 Reproducción de la condecoración que la reina
Victoria entregó a Florence Nightingale a su vuelta de la guerra de Crimea y el
brazalete de enfermera que “el ángel del soldado herido” llevaba en Scutari
Aquellos que conocieron mejor a Florence sabían que para
que ella pudiera continuar el trabajo que había comenzado, para que hiciera uso
de ese maravilloso poder de organización y mando que sólo los genios poseen,
sería necesario reconocer su valía. En un gran encuentro en Manchester,
convocado para decidir qué forma debería tener el merecido reconocimiento de la
Srta. Nightingale, el Honorable Sr. Sidney Herbert, dijo: “Su devoción ha sido realmente intensa,
mas no ha sido mayor que el de las otras señoras que la acompañaron, y cuando
hablamos de un reconocimiento, deberíamos tener en cuenta no sólo su
heroicidad, sino también a todas aquellas señoras de diferentes clases que la
acompañaron y asistieron. Ella destaca de entre las demás por la influencia que
pudo ejercer sobre el prójimo y por los extraordinarios poderes de organización
y administración que ha demostrado. Estas son las peculiaridades de la Srta.
Nightingale, que la hacen sobresalir como la persona a quien esta gran reforma
de nuestro sistema hospitalario debería ser confiada.
Pero algunos se han opuesto a esto argumentando que si
ha hecho tanto por sus hermanos, ¿por qué cargarla con más? Ella es alguien
para quien la vida es palpable, para quien la vida es algo profundo. Ella busca
su sueño en este país, consistiendo su mayor deseo en poseer unas tierras
apropiadas para desempeñar su labor apropiadamente. Ella apreciaría más tener
trabajo que escuchar halagos por su obra. Quiere los medios para continuar con
su tarea, y considero este encuentro realmente importante porque sé el lugar
que ocupa Manchester en Inglaterra y sé cuánto alcance tendría este acto para
extender el ejemplo dando testimonio de la obra y de la enorme influencia de la
Srta. Nightingale quien, sin duda, es merecedora de la gratitud de toda una
nación a la cual ella ha prestado tan devoto servicio”.
Otras voces se alzaron en público y en privado para
concienciar de la misma idea a un gran número de personas. No por ella, sino
por su trabajo; para romper la vieja rutina y establecer un nuevo orden de
cosas y hacer que la institución fuera un ente duradero. Las palabras se
repitieron de norte a sur de Inglaterra en sucesivas reuniones.
FOTO 42 Florence Nightingale y
Alexis Soyer, visitan un cementerio militar cercano a un hospital militar en
Crimea (dibujo de la época)
En lo que se refiere a las aportaciones económicas, se
aprobó una resolución que dictaba que, en la medida de lo posible, se debería
mostrar un aprecio universal hacia la obra de la Srta. Nightingale desde
asociaciones más que a título individual. El asunto principal era que la nación
debería reconocer su obra; poco le importaba al pueblo qué forma tomaba ese
tributo de amor y gratitud, con tal de que el mundo viera que Inglaterra sabía
cómo honrar a alguien merecedor de los más grandes honores. Mas todos estaban
de acuerdo en un punto: que se le debería permitir total libertad de acción
para que hiciera lo que ella creyera mejor sin verse obstaculizada por el
sectarianismo o la voluntad de los demás. Ella había demostrado con creces ser
poseedora de la fe y la confianza que infundían las siguientes palabras: “Bendito
seas, pues estaba hambriento y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber,
estaba desnudo y me vestiste, estaba enfermo y me visitaste”.
Y así ocurrió que la totalidad del pueblo inglés, tanto
ricos como pobres, huérfanos al igual que viudas cuyos padres y esposos habían
recibido ayuda y amor de nuestra protagonista, hicieron sus aportaciones además
de ensalzar la figura humanitaria de esta mujer. La Srta. Nightingale recibió
un total de cincuenta mil libras para fundar un hogar que llevaría su nombre y
donde otras mujeres aprenderían a asistir a los enfermos tan sabiamente como
ella había hecho; con el mismo espíritu de amor y sacrificio y siempre
recordando las palabras de su Señor y Maestro: “Lo que hagáis a los demás a mí me lo hacéis”.
FOTO 43 Adiós. Hay
lágrimas por todos los que mueren
CAPÍTULO X
ADIEU
“Hay
lágrimas por todos los que mueren,
Desconsuelo ante la tumba más humilde;
Las naciones engrandecen el grito desgarrado
Y la victoria llora por los valientes.
Para ellos es el más puro suspiro de dolor
Enviado sobre el seno del oleaje;
En vano sus huesos reposan sin cubrir,
Y la Tierra entera se convierte en su monumento”.
Así sucedió que, antes de acabar el año 1856, uno de los
mayores campos de batalla de Europa se encontraba desierto. Donde el rugir de
los cañones había resonado durante tanto tiempo, donde tantos corazones nobles
habían dejado de latir, el silencio y la paz reinó.
Antes de que Florence Nightingale abandonara el escenario de
sus labores, dejó su sello con una señal eterna. En las alturas de Balaclava,
donde la valentía y heroísmo ingleses habían brillado tanto ante toda Europa,
Florence hizo erigir una enorme cruz sobre la cual fue inscrito: “Señor,
ten piedad de nosotros”.
Este fue su último adiós a la tierra donde había trabajado
durante dos años. Para la Divina Misericordia ella se había entregado en cuerpo
y alma a su trabajo: el cuidado de las almas de los vivos y los muertos que el
Señor había puesto en sus manos. Los marineros, según navegaban por la zona,
podían ver la cruz elevarse al cielo, trayendo a su memoria el amor y la
bendición de esta heroica mujer. A lo largo de las orillas del Mar Negro, en
las debilitadas llanuras de Crimea, con ruinas que atestiguan el paso del
tiempo, la vida tomó su aspecto cotidiano tras la evacuación de las tropas.
Tanto los franceses como los ingleses estaban impacientes por abandonar aquel
lugar, y su salida fue efectuada con rapidez, hacia el final del verano y
principios del otoño de ese mismo año de 1856. Todo lo que dejaban atrás daba
testimonio de la feroz lucha que había sido librada allí: hileras de tumbas con sus monumentales cruces y pesadas losas en el
cementerio situado en la parte baja de los acantilados del Mar de Mármara. Mientras
los soldados permanecían en las cubiertas de los grandes buques que les
llevaban de vuelta a sus hogares, muchos alzaron su mirada para contemplar las
tumbas de los compañeros caídos brillando bajo el sol.
Es un hermoso lugar, solemne sobre las azules aguas, a
mitad de camino, por así decirlo, entre la tierra y el cielo. Un lugar sagrado
para el sentir del pueblo de Inglaterra que perdurará de generación en generación.
Una nación agradecida siempre mostrará su máximo respeto por un lugar donde
yacen nuestros héroes esperando el momento de la Resurrección. Los paseantes
andarán entre esas filas de tumbas leyendo sus nombres, a duras penas legibles
a veces, con sentido pesar. Los muertos son siempre jóvenes, nunca envejecen
cuando reciben el último adiós, por lo que quedarán en nuestro recuerdo. El
tiempo pasa por ellos, pero es mejor levantar nuestros ojos al cielo y tratar
de recordarlos no como fueron, sino tal y como son ahora, moradores de la casa
del Padre.
El esfuerzo que la Reina Victoria y su gente realizaron
por hacer perdurar estos héroes que cayeron en la guerra de Crimea en la
memoria colectiva, es una lección que la Historia nos enseña. Más no hay mención
alguna de que la vida acabe para ellos. Un cristiano de corazón y alma fue
quien diseñó ese camposanto, digno de Inglaterra y de nuestra Reina. Nuestro
dolor permanece vivo gracias a nuestra esperanza. La vida acababa de comenzar
para aquellas personas cuyos cuerpos ahora sin vida se mezclan con el sonido de
las olas emergentes del mar que se extiende majestuoso. El testimonio está ahí
para aquellos que lo sepan apreciar.
“Una base
cuadrada de mármol, rematada por cuatro figuras de ángeles alados, y entre
ellos, la solidez de una gran columna que se eleva hacia el cielo”.
Allí está, hablándonos de las jóvenes vidas; no perdidas, sino
llamadas antes de tiempo. Haciendo que nuestras almas se alcen hacia el cielo
con ese extraño anhelo; más allá de la tierra y sus campos de batalla, a través
del umbral de la muerte hasta la vida eterna. Tal es la esperanza Cristiana.
Allí permanecen nuestros muertos, bajo la
gloriosa luz del sol. El brillante cielo de oriente, la tranquilizadora
luz del astro rey y los rayos plateados de la luna no son suficientes para
disipar la profunda oscuridad de esa masa de solemnes cipreses. Paseando por su
sombra uno siente como si la vida y la luz fueran desconocidas. Los alegres
cantos de los pájaros, el zumbido de los insectos, el eco del mar, todos
parecen ahogados por la muerte; el efecto es terrible y sorprendente.
De este cementerio hay una inquietante leyenda que puede
interesar a nuestros lectores. Dice lo siguiente:
“Miles de aves
del tamaño de un tordo frecuentan las oscuras sombras y revolotean sobre las
tumbas, aleteando silenciosamente desde ese mar de tormentas, el mar Negro,
hacia el calmado Mar de Mármara, donde regresan de su vuelo, a menudo en
contacto con los mástiles de los buques que navegan por debajo de ellas.
FOTO 44 Graves With Monumental Crosses And Slabs
Nunca se las ha visto dejar de volar o alimentarse, y
nunca se ha escuchado su canto; toda su vida parece reducirse a volar de un mar
a otro. Nadie ha descubierto aún con exactitud qué tipo de aves son estas
fantasmagóricas errantes, ya que se afirma que nunca se ha visto a una sin
vida. Los musulmanes tienen tal veneración por ellas que no permitirían su
muerte. Todo lo que se conoce de ellas es que tienen un plumaje oscuro y tonos
azules en el pecho.
Durante el tempestuoso clima que con frecuencia
perturba las olas del Bósforo, cuando estas aves ya no pueden volar en medio
del aire del desierto, se dirigen a tierra y se refugian entre los densos
cipreses. En estos momentos, cuando la tormenta ruge y el mismísimo Bóreas aparece
desatado vertiendo destrucción sobre los muchos buques que se agolpan sobre las
aguas, estas aves emiten un sonido alto; no un sonido melodioso o suave, sino
una especie de fuerte grito agónico. Este inquietante sonido ha llevado a los
turcos a asegurar que se trata de almas condenadas tras haber vivido una vida
desgraciada en este mundo, incapaces de descansar junto a las tumbas de sus
hermanos”.
A menudo los pensamientos de aquellos que navegaron de
vuelta a casa se centraban en aquel lugar de descanso Cristiano, donde tantos
camaradas y amigos dormían su último sueño. Cuántos recuerdos: una flor, una
piedra, fueron llevados a casa de los sufridos familiares, quien llenos de
agradecimiento lloraban su recuerdo con orgullo y dolor. Mas la alegría fue,
sin embargo, el sentimiento primordial. Francia e Inglaterra se regocijaron
dando la bienvenida a casa a sus héroes, ambos países en unión haciendo honor a
sus soldados. En el seno de muchos hogares franceses, la Cruz de la Victoria
era orgullosamente llevada, y condecoraciones francesas eran igualmente
portadas por el ejército inglés. Pero nada podría haber sido más conmovedor que
cuando, por propia petición, la Reina otorgó las medallas en señal de
reconocimiento por su valentía y honor. Con su intuitiva delicadeza, nuestra
Reina entendió que tanto sufrimiento y esfuerzo había sido en servicio de su
país y de ella misma. Optó entonces por encargarse en primera persona de hacer
entrega de las condecoraciones; y así, con sus dos hijos pequeños a su lado,
esperaba recibir a sus héroes. Demacrados, de semblante pálido, mutilados y
lisiados; para los oficiales y soldados rasos por igual, la Reina tuvo una
palabra amable de condolencia que emocionaba a los presentes. En ocasiones, se
vio a más de un soldado ruborizarse ante tanto elogio por llevar sobre su pecho
más de una merecida medalla, pero siempre con modestia y humildad.
FOTO 45 Queen Victoria Distributing Crimean Medals
Leemos en un documento de la época:
“La Reina se
dirigió rápidamente a Portsmouth para atender al octavo regimiento de húsares
que acababa de llegar de Crimea. Pasaban junto a Su Majestad lentamente, seguidos
por ciento cincuenta inválidos de su mismo regimiento, además de cuatro
omnibuses repletos de aquellos incapaces de caminar”.
Hubo encuentros celebrando la paz en todo el territorio. En
el Palacio de Cristal, el Monumento a Scutari, obra del Barón Marochetti, y el
Trofeo de la Paz fueron inaugurados en presencia de la Reina, rodeada por una
guardia de soldados que habían servido en Crimea, cada uno de ellos portando su
medalla. El Trofeo de la Paz representa una gran figura alegórica de la Paz
bañada en plata y oro, con una rama de olivo real en la mano derecha. ¡Paz!
¡Paz! resonaba en todo el país, desde el palacio más fastuoso a la más humilde
cabaña. No hubo pueblo que no acogiera a su héroe, extendiéndose los
comentarios llenos de admiración por aquellas mujeres que habían cuidado y
atendido a los necesitados.
Con estas circunstancias, no es de extrañar que la
Fundación Nightingale prosperara. Las cincuenta mil libras entregadas a la
Srta. Nightingale para la fundación de una “Escuela de formación para personal de Enfermería”, era la muestra
más evidente del aprecio que la nación podía ofrecerle. Se estipuló que no se
deseaban grandes donaciones, siendo sin embargo bienvenidos sencillos donativos
de aquellas personas más humildes. El amor iba a ser la piedra angular sobre la
que el nuevo sistema sería construido. El amor implica sacrificio, pero no es
visible, a veces incluso apenas se siente. La alegría de dar y el poder de
implicación son el fruto del verdadero amor, siendo éste de tan delicada
textura, tan hermoso, que aporta una infinita alegría tanto al que da como al
que lo recibe.
Un “Hogar” de
donde todo lo puro y bueno debería emanar; donde las mujeres deberían seguir
adelante llevando con ellas la luz del conocimiento y el poder, así como el
amor, para arrojar claridad sobre los lugares oscuros de la tierra de la misma
forma que ella, su fundadora, había llevado la lámpara a través de las oscuras
salas del Hospital de Scutari. Tal fue el propósito del “Hogar Nightingale”.
CAPÍTULO XI
IN MEMORIAM
“La
verdadera dignidad de una mujer es inexpugnable.
Tanto, que la acompaña discretamente desde su
nacimiento
hasta sus últimos días”.
Srta. Nightingale.
Desde el momento de su regreso a Inglaterra, después de la
campaña de Crimea, la vida activa de la Srta. Nightingale se podía considerar
concluida. Desde entonces se mantuvo confinada en su habitación, a veces
incluso durante semanas. Pero a pesar de su debilidad física, su espíritu y su
corazón se encontraban aún dispuestos a continuar el trabajo que había
comenzado. En la medida de lo posible, seguía trabajando desde su sofá,
respondiendo a las numerosas cartas que continuamente le llegaban. Un asesor
que trabajaba para ella decía: “La Srta. Nightingale apenas dispone de diez
minutos al día para su descanso”.
Pero ahora, al igual que en días pasados, ella huye de la
vida pública, resultando muy complicado obtener cualquier detalle al respecto. “Espere hasta que ya no me encuentre en
este mundo antes de contar mi vida”, dijo a su asesor en una
ocasión.
Entiendo que yo, como autora de este libro, esté haciendo
caso omiso de esta petición; pero es sólo en lo que se refiere a su faceta
pública; de su aspecto privado se sabe más bien poco.
FOTO 46 Vuelta al Hogar
Su obra pertenece a la Historia, y la Srta. Nightingale no
puede esperar que su obra sea pasada por alto. Las futuras generaciones de
enfermeras y mujeres no pueden permanecer sin saber los buenos servicios que
prestó al prójimo. Es lógico que se opusiera al mal uso que se podría hacer de
la información relativa a su vida cotidiana, ya que cualquier mujer rechazaría
la idea de ver dichos datos tergiversados o siendo objeto de una curiosidad
ociosa. Pero la admiración hacia su persona y el deseo de dar a conocer su obra
para que otros sigan su ejemplo, es algo diferente, a lo que ella no se pudo
oponer.
Existe algo atrayente en el hecho mismo de que ella no es
un mito, sino una persona de carne y hueso. Podemos hablar con amigos que la
conocen, con pacientes a los que ella cuidó, que la han visto ayudar y atender
a los necesitados. Más una cosa es cierta, Florence Nightingale no es un simple
nombre, sino que sigue viviendo entre nosotros.
“Pareces
la misma en cuerpo y alma,
Tu sonrisa brillando con la misma intensidad;
En tu rostro sosegado nada resulta extraño.
Y cuando de tus labios fluyen
Tus serenas palabras, sé
Que tu sabiduría permanece intacta”.
Su figura sigue siendo honrada y amada después de treinta
y cinco años de haberse alejado de la vida pública. Todo comenzó el día en que
dejó su hogar con su equipo de enfermeras para ir al rescate de los hijos de
Inglaterra que caían en tierra ajena defendiendo su país.
Florence pertenece a su país de la misma manera que lo
hacen sus soldados, por lo que, si Inglaterra espera que cada hombre haga su
labor, la misma norma debería ser aplicada a las mujeres. Florence Nightingale
comenzó el camino enfrentándose a toda clase de prejuicios, sin olvidar la
controvertida cuestión sobre los derechos de la mujer, pero demostró hábilmente
que hay trabajo que la mano de un hombre no puede hacer, que nuestro poder
reside en el amor y la condescendencia, que la incuestionable ley de Dios es el
pilar principal sobre el que se apoya la entrega a los demás. Es en el amor
precisamente donde reside nuestra fuerza, pues él ha gobernado el mundo desde
su creación para bien o para mal, y la lección que Florence Nightingale se ha
esforzado en enseñar a las mujeres del siglo XIX es esta: que el amor y el
trabajo unidos tiene un enorme poder; fortaleciendo a los débiles y ayudándonos
a superar las dificultades. Es, en esencia, un intercesor entre la vida y la
muerte. Florence escribió prolíficamente sobre todo lo relacionado con la salud
y las condiciones sanitarias en Inglaterra y en el extranjero. En sus “Notas
sobre Enfermería”, obra enfocada a las clases trabajadoras,
quedan establecidas las reglas más básicas sobre cómo ayudar a los desvalidos
para aliviar el sufrimiento y cómo convertir la habitación del enfermo en un
lugar agradable y cómodo, asunto éste último por desgracia desatendido muy a
menudo por falta de conocimientos.
Su gran obra literaria, a la que le dedicó la mayor parte de
su tiempo y atención, es “Notas sobre cuestiones que afectan a la
salud, la eficiencia y la Administración Hospitalaria del ejército británico”.
En este trabajo, Florence fue capaz de expresarse con autoridad, ya que está
basado en su propia experiencia durante las guerras. “Notas sobre hospitales”,
publicado en 1863, también fue escrito con perfecto conocimiento debido en gran
medida a sus viajes al extranjero, donde aprendió a apreciar los diferentes
aspectos organizativos. Posteriormente, enfocó su trabajo en hablar de la
India, su condición sanitaria y las posibilidades de vivir allí. “Vida
y Muerte en la India”, escrito de su puño y letra, fue un
documento leído en la Asociación Nacional para la Promoción de las Ciencias
Sociales en Norwich en 1873.
A menudo se dirige a los que siguen sus pasos, valorando su
esfuerzo y alentando su perseverancia en el camino de sacrificio que han elegido.
Leyendo lo que ella ha escrito, uno siente qué profundamente se identifica con
aquellos a los que ayuda; haciendo suyas sus dificultades, suyas, también, sus
decepciones. Es precisamente esta certeza de ser plenamente comprendido lo que
añade valor a su enseñanza.
De hecho, es esta idea la que hizo que el pueblo inglés
deseara que el trabajo de Florence Nightingale no cayera en el olvido; sino
que, por el contrario, creciera y siguiera dando frutos. Así, una de las alas
del Hospital de St. Thomas se ha dedicado a la formación de enfermeras del
hospital. Las cincuenta mil libras donadas por el gobierno se han destinado a
este fin: la fundación del “Hogar Nightingale”.
Resulta muy curiosa la historia del lugar sobre el que se
alza el actual Hospital de St. Thomas. Conocemos bien esos enormes bloques de
piedra a lo largo de Westminster Bridge, y, por extraño que pueda parecer,
desde tiempos inmemoriales ese lugar parece haber sido elegido como el más
idóneo para llevar a cabo la construcción de obras benéficas. Releyendo entre
viejos documentos hemos dado con unos grabados que revelan que, poco después de
la conquista, un convento fue erigido en el mismo lugar donde actualmente se
encuentra el “Hogar Nightingale”.
FOTO 47 ST. Thomas Hospital, London 1872
Una piadosa mujer llamada Mary, quien había amasado una
gran fortuna al heredar un barco de pasajeros que surcaba el Támesis, aportó
una importante cantidad de dinero para la construcción de este Hogar. “Recordemos
que en aquella época no había puentes sobre dicho río”. Durante casi doscientos
años el Hogar prosperó, pero en 1212 fue destruido en un incendio. Al año
siguiente, una casa de acogida fue erigida en aquel mismo enclave para los
niños indigentes y necesitados. No sabemos exactamente cuánto tiempo se mantuvo
en pie esta nueva construcción, pero lo que sí sabemos es que el siguiente
cambio fue realizado por el obispo de Winchester, quien instaló en este lugar
su residencia debido a “la salubridad del aire y pureza del agua”.
Estaba rodeado por majestuosos árboles y amplias praderas. Aquí, dicho obispo
fundó un hospital con un completo equipo humano parta atender a los enfermos y
a los pobres. Es probable que las cosas continuaran así hasta la Reforma,
cuando un nuevo orden fue instituido. Todavía hoy hay una sensación de que este
espacio, antaño tan agradable con amplios prados y árboles agitando sus ramas
al lado del río, haya sido el centro de una gran ciudad con una creciente
población. Cuando el antiguo Hospital de St. Thomas fue derribado, los métodos
que habían sido empleados en su construcción, muy valorados por la Srta.
Nightingale, fueron tenidos en cuenta a la hora de construir nuevos edificios,
y, de hecho, uno de aquellos enormes bloques de granito forma hoy día parte del
“Hogar Nightingale”.
En un principio, dicho Hogar fue inaugurado en Surrey Gardens
bajo la supervisión de la Sra. Wardroper. La actual dirección corre a cargo de
la Srta. Crossland, quien lleva diecisiete años al mando de dicha institución.
Una breve conversación con esta mujer basta para darse cuenta del profundo
interés que muestra por su trabajo, así como hasta qué punto se encuentra
implicada en él, aplicando los conocimientos y el mismo espíritu de cooperación
de la Srta. Nightingale. El Hogar tiene un amplio recibidor con preciosas
flores que dan la bienvenida al visitante.
Sobre la puerta que conduce a la sala de estar de las
enfermeras puede leerse:
“El
verdadero amor es condescendiente y benévolo,
No es egoísta ni altanero,
No se comporta indecorosamente,
Ni es desafiante o suspicaz”.
Un reloj donado por la Gran Duquesa de Baden y un busto de
Sir Harry Verner, Presidente del Consejo, ocupan la pared lateral. Más
adelante, encontramos un busto de mármol de la Srta. Nightingale, pero lo más
impresionante es una figura a tamaño real de nuestra heroína, cuidadosamente
protegida por una vitrina. En esta figura, podemos contemplarla ataviada con el
uniforme de enfermera que vistió en la guerra de Crimea y portando la lámpara
con la que tenía costumbre caminar por las salas del hospital para comprobar
que las órdenes de los doctores eran cumplidas y supervisando el estado de los
pacientes.
“La mujer de la lámpara”. Con
estas palabras es como Florence Nightingale pasará a la posteridad. En esta
misma entrada, ocupando la pared central y ante la inscripción ya mencionada,
se encuentra su último donativo de Navidad para el hogar, un lema con las
siguientes palabras:
“Que las
manos que trabajan y los ojos que ven,
Reciban la sabiduría del amor celestial,
Los enfermos, los débiles y los fuertes
Te elogiarán por siempre, Señor”.
A un lado del recibidor, se encuentra la habitación
privada de la supervisora, una habitación pequeña y humildemente amueblada. Hay
treinta y cuatro novicias, disponiendo cada una de ellas de su propia
habitación, que se distribuyen entre los diferentes pabellones.
Estas mujeres asisten a conferencias y reciben instrucción
sobre todo lo necesario para convertirse en enfermeras eficientes. En una
capilla anexa al edificio, sobre el altar, encontramos una pintura que
representa “La resurrección de la hija de Jairo”, obra de Horsley.
Año tras año, grupos de mujeres se van formando en este
Hogar. Un Hogar del que salen apreciando su trabajo, sin la sensación de que la
vida es dura, y sonriendo ante la idea del sacrificio que un día decidieron
asumir. Su recompensa viene dada al comprobar cómo lo aprendido da ahora sus
frutos: numerosos casos de recuperación gracias a los cuales muchos hogares se
salvaron del triste estado de la viudez y la orfandad, llenándolos de vidas que
se creían perdidas y abandonadas al dolor y el sufrimiento.
Y así, cuando llegue su hora, cuando las sombras de la
noche se reúnan a su alrededor mientras la luz de su lámpara palidece, un
fulgor celestial brillará aún con más fuerza hasta que finalmente las puertas
del cielo se abran y la voz de su Maestro la invite a adentrarse en el reino
del descanso eterno.
FOTO 48 Oficial de caballería británico en la Guerra de
Crimea
CAPÍTULO XII
CONCLUSIÓN
“Un
camino de problemas, pero una vida de verdad.
Un ancla, un faro y un guía: la esperanza”.
Está escrito que “El
hombre, con su poder, reinará sobre la tierra, y a través de su conocimiento,
manejará incluso los elementos a su antojo. Por sí solo, el ser humano se
habría convertido en un poderoso ser demoníaco. Con cada vez más ansias de
poder y orgullo, se convertiría en otro Lucifer desafiando a su Dios. Pero la
mujer, en su debilidad terrenal, es sin embargo espiritualmente poderosa, y su
destino es controlar mediante lazos de afecto las mezquindades del hombre y
guiarle a través de la vida. Así se mantendrá viva esa virtud celestial por
encima del vicio terrenal hasta el triunfo final que se hará visible bajo el
resplandor del omnipresente Espíritu Santo”.
Es un hecho que, a través del amor, la condescendencia y
la bondad, Florence Nightingale
gobernó los corazones y las mentes de los hombres, y aún hoy día los gobierna.
La influencia de su enseñanza se hace evidente a cada paso. Sólo necesitamos
caminar por las calles de Londres para encontrarnos con mujeres de aspecto
saludable y bien ataviadas, con una sencilla forma de vestir; generalmente una
capa larga que cubre un vestido de algodón y un delantal blanco. Se trata de
las Enfermeras
de la Nueva Escuela. Tal vez no se trate de enfermeras pertenecientes a
la escuela Nightingale, ya que su labor está principalmente enfocada a los
hospitales públicos, a las enfermerías y a asistir a los enfermos en sus
hogares, pero los principios son los mismos.
Antes de hacer público este libro, me parece justo para
con la Srta. Nightingale y con la nación inglesa mencionar que deberíamos
valorar el trabajo de esta maravillosa mujer cuya herencia perdurará en las
generaciones venideras.
Ya hemos hablado sobre la fundación del Hogar Nightingale en el Hospital de St. Thomas, pero puede
resultar interesante conocer los requisitos necesarios para ser aceptada en
dicha institución. No son, bajo ningún concepto, personas vulgares, sino que
sus candidaturas son previamente estudiadas en una audición de carácter privado
por la Srta. Crossland, la apreciada hermana del Hogar Nightingale. Según sus
palabras:
“Las
candidatas de grado superior son mujeres con una sólida educación y saber
estar. Serán hijas de hombres reputados como párrocos, oficiales, médicos o
mercaderes de la clase alta de la sociedad y con una edad comprendida entre los
veintiséis y los treinta y siete años. Por otra parte, las candidatas de grado
medio deberán ser inteligentes, bien educadas, de entre veinticinco y treinta y
cinco años, hijas de granjeros, mercaderes o artesanos de un nivel social
aceptable. Es requisito indispensable que estas últimas solicitantes sean
inteligentes y bien educadas con el fin de asimilar correctamente los
conocimientos adquiridos por parte de los doctores. De esta manera, llegarán a
comprender el porqué de los métodos empleados, más que actuar de una forma
mecánica.
Deben aprender a observar y elaborar un diagnóstico acertado
del paciente. Deben ser personas limpias y minuciosas con su trabajo y saber
valorar hasta los más pequeños detalles de todo aquello que ocurra a su
alrededor.
Un buen estado de salud es esencial, así como la
paciencia y la perseverancia. Digno es de mención que, tras varios años de
servicio, puedan optar a formar parte del grupo de enfermeras del grado
superior.
Puede parecer extraño que, a pesar de que el número de
solicitantes de la categoría de grado superior es mayor en proporción al número
de vacantes de la misma, no resulta tan fácil conseguir aquí candidatas idóneas
como en la categoría de grado medio. Se requiere que las candidatas de grado
superior sean instruidas para la futura dirección de hospitales o los
departamentos de los mismos. De ahí que el número de requisitos sea
considerable. Primero deben asimilar las funciones de una enfermera hasta
encontrarse capacitadas para dirigir a las demás enfermeras que van a estar
bajo su mando.
Queremos mujeres de entre veintiséis y treinta y siete
años que lleguen con el firme propósito de trabajar, sin compromisos
sentimentales y provistas de una cualidad poco habitual hoy en día: el sentido
común. Cuantos más conocimientos posean sobre las tareas del hogar, mejor.
Deberán acudir a nosotras dispuestas a sacrificarse por los demás, pero sin ver
ese sacrificio como algo impuesto, sino como una labor en sí. No deben olvidar
que, aquellas que cumplan satisfactoriamente las normas existentes, serán
después las mejor capacitadas para dictar sus propias normas a aquellas que
estén a sus órdenes. El trabajo será, a veces, desagradable; característica que
conlleva el cuidar de los enfermos. Deberán, pues, estar preparadas también
para esto. Asimismo, sabrán convivir con sus compañeras enfermeras, hermanas
superiores y matronas sin mostrar signos de superioridad, ya que todas formamos
una misma comunidad. En ningún caso la inteligencia y discreción deberán estar
por encima del sentimiento de condescendencia y respeto que se deberá mostrar
por todos aquellos en contacto con ella: sus superiores, sus compañeras y sus
pacientes.
Deberán ser buenas mujeres, saludables, de firme
propósito, de mentes cultivadas, resueltas y con un espíritu de abnegación,
dispuestas a aprender y obedecer y, cuando las circunstancias lo requieran,
capaces de organizar, supervisar y administrar siempre pensando en la buena
causa.
Queremos mujeres que sean conscientes de que han venido
a este mundo para algo más que para satisfacer sus necesidades, que sientan que
la vida no merece ser vivida a menos que se haga el esfuerzo por hacer de este
mundo un lugar mejor. Aquellas mujeres de educación limitada, poca experiencia
y escasa capacidad de asimilación, resultan inadecuadas en la consecución de
esta meta”.
FOTO 49 Florence
Nightingale fundó en Londres la famosa Escuela Nightingale para la Formación de
Enfermeras, en el St. Thomas Hospital, dignificando así esta profesión
Tras leer esto, uno no puede evitar esbozar una sonrisa.
Puede parecer excesivo; sin embargo, ella entendía que
estos requisitos eran los que conformaban a la mujer ideal. Hay entusiasmo y
sentido común en cada palabra, y ella estaba convencida de que su causa así lo
requería. De la misma manera que Elías cubrió con su manto a Eliseo, el papel
de la Srta. Nightingale había caído sobre los hombros de la Srta. Crossland.
Habría resultado imposible encontrar a alguien más apropiada y acorde con el
espíritu de la fundadora que ella, seguidora del Hogar Nightingale. Al hablar
con la Srta. Crossland, una se da cuenta del admirable grado de implicación que
esta mujer tiene para con sus principios del Hogar Nightingale. Sus frases
resultan claras y directas, sus formas exquisitas y siempre apropiadas.
Los informes anuales confirman que su obra es altamente apreciada;
es un cargo muy complicado y poco gratificante sujeto, a veces, a situaciones
difíciles. La duración del proceso de aprendizaje de una candidata es de un
año. Al término del primer mes desde la fecha de ingreso, cada mujer debe
realizar un escrito como el siguiente:
“Al presidente
del Comité de la Fundación Nightingale:
Muy Señor mío,
Estando ya familiarizada con los deberes de enfermera, me
veo capacitada para, una vez concluido el periodo de preparación de un año,
comenzar mi trabajo en un hospital público o enfermería. El período sería de al
menos tres años en concordancia con lo asimilado en la Fundación Nightingale y
podría continuar ejerciendo mi labor en aquellos asuntos que el comité
considere apropiados, siendo mi intención de ahora en adelante dedicarme plenamente
al trabajo en el ámbito hospitalario.
Entiendo, además, que deberé comprometerme con esta
causa de manera exclusiva durante este período de tiempo, así como notificarle
cualquier incidencia de antemano”.
FOTO 50 Florence
atendiendo a los soldados heridos. En el museo londinense que lleva su
nombre se muestra su titánica labor en los hospitales de Crimea
Puede resultar interesante a nuestros lectores saber que,
desde la apertura del próspero Hogar
Nightingale en junio de 1860 hasta el treinta y uno de diciembre de 1889,
nada menos que mil cinco candidatas fueron admitidas, seiscientas dos de las
cuales desempeñaron su labor en hospitales públicos tras completar el período
de prácticas de un año. Únicamente solteras o viudas son admitidas, hecho éste
en el que observamos la influencia del Pastor Fliedner, quien dictaminó, a su
vez, otros muchos requisitos con referencia a las características de las
solicitantes. En referencia al informe oficial de 1889, descubrimos que el
personal de enfermeras del hospital St. Thomas sumaba ochenta y cinco mujeres,
habiendo sido todas ellas instruidas en la Fundación Nightingale, además de
ciento cuatro que trabajaban en hospitales públicos y cuarenta y cinco
desarrollando sus funciones como matronas o supervisoras de otras enfermeras. De
un humilde inicio se ha obtenido un gran resultado.
El fruto de aquella semilla seguirá reuniendo fuerza y
reconocimiento social. Allí, en la orilla del viejo Támesis, se encuentra el
Hogar del cual nobles mujeres de gran corazón son diariamente instruidas para
mitigar, en la medida de lo posible, el sufrimiento del que la raza humana es
heredera.
“Las Nightingales”, así eran afectuosamente
llamadas durante aquella dura y larga campaña. Con este nombre tan melodioso
como el canto de los pájaros y tan dulce como el aroma de las flores, se
reconocía en cada corazón inglés a este tan entregado y digno grupo de mujeres.
Florence Nightingale, profundamente respetada, permanecerá por siempre en los
anales de la Historia considerada digna de toda alabanza, ya que:
“HIZO LO QUE SU CORAZÓN LE DICTÓ”.
FOTO 51 Atendiendo a los soldados heridos. Florence Nightingale
de mayor
CAPÍTULO XIII
POR FIN EN CASA
Florence Nightingale nunca había sido físicamente fuerte,
y la tremenda presión a la que se había visto sometida durante su labor en
Crimea había hecho mella en su salud. Aunque su vida se prolongó mucho más allá
de lo que sus amigos se atrevieron a pronosticar, ella siempre fue de
naturaleza delicada. Fue esto mismo lo que la llevó hasta un discreto retiro,
un retiro que evitaría asimismo el mal trago que suponía ser el centro de toda
admiración pública. Pero resultaba imposible olvidarla. El halo que rodeaba su
nombre desprendía una luz que no podía ser obviada. Y aunque los periódicos de
la época se interesaban por ella, los reporteros tenían prohibido entrometerse
en los asuntos privados de su vida. No podía considerarse como auténtico todo
lo que publicaban; todas las personas de la zona reconocían su imagen de mujer
dulce con una lámpara en la mano dando de beber a un soldado herido, y era como
si, al observar dicha imagen, estas Divinas palabras llegaran a la mente: “Todo
lo acontecido en Crimea debería ser difundido por el mundo y todo lo que ha
hecho esta mujer debería ser contado para servir de ejemplo”.
Sin embargo, esos largos años de duro trabajo no
resultaron en vano. Como ya hemos dicho, sus sabios consejos y sus palabras de
ánimo siempre llegarían a quien los necesitara, y mediante cartas a instituciones
nacionales sobre temas sociales continuó diseminando los principios con los que
había trabajado y de los que había obtenido tan generosos resultados. Mientras,
el casi misterioso silencio que rodeaba sus idas y venidas sólo servía para
reforzar e incrementar la belleza de sus palabras de aliento. Cuando hablaba,
era como si lo hiciera una voz que nos llegara del otro mundo; una voz que
todos escuchaban con respeto.
Florence Nightingale era uno de esos extraordinarios
ejemplos de mujeres a quien toda la gente de cualquier escala social le rendía
honor. No importaba qué distinción le diera el Rey o la nación, todo se le
quedaba pequeño: la Cruz Roja de la reina Victoria, la Distinción de Dama de
Gracia de la Orden de San Juan de Jerusalén otorgada por el Rey Eduardo; en
noviembre de 1907 se le concedió la Orden del Mérito; el alcalde, como ya hemos
dicho, le ofreció la gran distinción en su campo y, el día de su noventa
cumpleaños, el Rey Eduardo VII, le felicito personalmente, mientras que amigos
y admiradores le agasajaron con regalos y flores. Sin duda, estos últimos
reconocimientos le alegraron el corazón ya que ella había nacido en la tierra
de las flores.
Tres meses después, el 13 de agosto de1910, Florence
Nightingale cerró sus ojos y se durmió para despertar en ese otro mundo que su
alma había ansiado en aquellos últimos años de su vida terrenal.
La muerte llegó por fin y un extraño sentimiento inundó
los corazones de toda la nación cuando la triste noticia fue extendiéndose: “Florence Nightingale ha muerto.” Poco
antes, la noticia de la muerte del rey había causado gran dolor y
consternación. Ambos habían sido trabajadores, no para ellos mismos, sino para
los demás, para su país y para la gente que amaban. El Rey había muerto rodeado
de sus súbditos, Florence yacía en su pureza, respondiendo a la llamada del
ángel.
Así que, coronada con honores, se despidió de este mundo,
mas no de los corazones de sus semejantes. Allá reinará sobre todas las cosas,
no tendrá rival; quizás la Reina que la quería y respetaba, y quien la seguía
en aquellos oscuros días de Crimea esperando noticias de “nuestros queridos soldados”.
Hemos hecho mención del silencio que la rodeó durante los
últimos años de su vida; pero cuando nos abandonó se rompió este silencio. Hubo
un clamor de voces que hablaban de la bondad incondicional de sus actos para
que no fuese olvidada. Que sus restos mortales debieran descansar en
Westminster Abbey, junto a los grandes hombres y mujeres del país “poetas,
guerreros, filántropos y demás respetables” era el deseo natural de la nación,
mas no el suyo. Ella no se veía a sí misma como los demás la veían; era Dios y
no ella quien la había dotado de esa inspiración, y a Él había entregado su
gloria.
Florence conocía el corazón de la gente, sabía cómo la
querían, cómo la aclamaban para que permaneciera eternamente entre ellos, pero
ella se preocupaba por su propia gente y el hogar de su infancia. Yacer junto a
sus padres, alejada del mundo ruidoso, en el campo, es lo que más deseaba. Y
tan solemnemente hizo saber este deseo, que se le respetó hasta su muerte, y
Londres la dejó ir.
FOTO 52 El retrato que le hizo su hermana Parthenope,
cuando tenía treinta años
Lágrimas, no de dolor, sino de alegría, se derramaron al
paso de su cortejo fúnebre por las calles de la ciudad. Las flores que tanto
amaba cubrían ahora sus restos mortales. Ocho soldados incondicionales la
acompañaban a cada paso de éste, su último viaje. Sobre sus hombros portaban el
ataúd cubierto de tela blanca y flores desde el coche fúnebre hasta el hogar
que la vio nacer. En la ciudad de Romsey la portaron a lo largo de calles familiares
para ella, pasaron por delante de su casa, Embley Park, hasta que por fin
llegaron a la vieja iglesia de East Willow. Allí, en la iglesia en la que tenía
por costumbre rezar, se encontraba ahora arropada por humildes vecinos que la
habían conocido y querido.
“En la
mañana de la resurrección
El cuerpo y el alma se unen
No más pesar, no más lágrimas,
No más dolor”
Una figura apesadumbrada destacaba de entre la multitud en
el cementerio, un viejo hombre frágil quien, en las trincheras de Sebastopol,
había resultado herido en más de una ocasión; había perdido un ojo y había
permanecido durante tres meses en el hospital de Scutari. Él recordaba bien a “la mujer de la lámpara”. Recordaba cómo
cada noche recorría el hospital con una lámpara después de que los oficiales
médicos marchaban, los soldados intentaban mantenerse despiertos para verla. “Llévenme a rezar junto a la tumba que el
cielo le ha otorgado”, dijo. Y así, lo llevaron.
Aunque por expreso deseo fue enterrada junto a sus padres
en el silencio de aquel cementerio, el gran corazón de Londres palpitaba con
gratitud por aquella mujer que había destacado por su valentía en la guerra, y
Florence, desde entonces, había servido de ejemplo para formar una armada de
mujeres que seguirían sus pasos: asistir a los enfermos y confortar a los
moribundos.
La lámpara que ella encendía era la luz del conocimiento. En
su código moral no había lugar para sentimentalismos; el trabajo, el amor y el
conocimiento era a lo que recurría como ejemplo para aquellos que querían
seguir sus pasos. Poseía todas las cualidades necesarias requeridas para la
labor que ocupaba en la historia del mundo: valor, sencillez y una gran
capacidad de organización y diligencia.
Destacaba como una mujer noble, llena de compasión y
ternura, como son las buenas mujeres, con fuerza y conocimiento para
enfrentarse a dificultades desconocidas. Así que ella ha muerto pero no en la
memoria de los hombres, ya que su trabajo permanece imborrable y, día a día,
hora a hora, desde las camas de los moribundos y enfermos, los corazones
agradecidos se alzan y la bendicen.
Desde la cúpula de la catedral de St. Paul repicaron las
campanas y los ciudadanos de Londres se unieron en oración y alabanza, dando
gracias a Dios, quien había enviado a esta mujer al mundo como ejemplo hasta
que su obra quedó terminada. Él ahora la reclamaba de nuevo.
Una gran multitud respondió a la llamada: enfermeras, soldados
y civiles, viejos y jóvenes, todos inclinaban la cabeza en señal de respeto a
Florence.
Hay quienes nunca desaparecen de la memoria de los hombres
y, sin duda, Florence Nightingale era una de ellas.
En un poema inédito de Sir Edwin Arnold, escrito en su juventud, todo esto queda sencillamente
reflejado:
Qué bello es que tu nombre resurja
De entre dos de las cosas más mágicas de la tierra
Una ciudad majestuosa y un pájaro de dulce voz
Qué bello es que en todos los hogares
Donde llega tu historia amable
Y los ojos valientes se emocionan,
Se oigan esos sonidos agradables.
Oh, voz en la temida noche,
Es como escuchar dulces pájaros
¡Oh, fuerte corazón! como una ciudad sobre la
colina
Rendida y pálida.
Querida Florence
Nightingale,
Te damos las gracias por tu buen trabajo y
voluntad.
FOTO 53 Diccionario de Medicina. Editado por Richard Quain,
1886
FORMACIÓN DE
ENFERMERAS
La formación recibida por parte de las futuras enfermeras se
basa en el principio de comprender no sólo qué hay que hacer, sino cómo llevar
a cabo sus obligaciones. Esta formación ha de mostrar la manera de seguir las
indicaciones señaladas por parte del médico o instructor, remarcando la
importancia del porqué hay que tomar una decisión y no otra a la hora de tratar
a un paciente. Resulta de vital importancia la identificación de los diferentes
síntomas de una enfermedad y qué indican éstos sobre la misma, así como sus
causas.
Un porcentaje de los diagnósticos emitidos por el médico
no siempre resultan ser definitivos. Comunicar a la enfermera qué hacer no es
suficiente para que ésta perfeccione su praxis, independientemente de los
conocimientos previos que posea. Es condición sine qua non que sea capaz de
interpretar sus propias impresiones, las cuales deben darle información
relevante sobre el estado del paciente. La vista y el oído deben estar
entrenados, al igual que el olfato y el tacto, para que su labor pueda
desarrollarse satisfactoriamente. La observación podrá madurarse mediante el
aprendizaje; sin ésta, la enfermera no sabrá cómo iniciar su trabajo. Mirar al
enfermo no es sinónimo de observarle. Se necesita un alto grado de
entrenamiento para observar y percibir la evidencia de forma correcta, de modo
que pueda comunicarle al médico de manera precisa lo que ha sucedido en su
ausencia.
Todo esto adquiere un mayor grado de importancia en los
casos en los que el paciente ha sido sometido a una intervención quirúrgica,
pues se requiere de un cuidado más exhaustivo. Todo lo aquí explicado adquiere
un cariz más meticuloso cuando se trata de niños, ya que éstos no pueden
expresarse con la misma claridad que los adultos, siendo en ocasiones incapaces
de responder a preguntas que resultarían esenciales para aplicar un tratamiento
adecuado. Tanto la vida como la muerte se encuentran en manos de quien es capaz
de observar cada pormenor, cada detalle significativo. Sin un poder de
observación correctamente ejercitado, ninguna enfermera puede ser de plena
utilidad a la hora de informar al médico, ya que ni siquiera ella misma podrá
transmitir sus impresiones de forma veraz. Mientras que la observación indica
cómo se encuentra el paciente, la reflexión nos dice qué hay que hacer, siendo
la formación la que nos indicará cómo se va a actuar. La capacitación y la
experiencia son, no cabe duda, necesarias para enseñarnos cómo observar, qué
observar, cómo pensar y qué pensar. La observación nos muestra los hechos,
mientras que la reflexión nos ayuda a interpretar el significado de los mismos.
La reflexión necesita, asimismo, una ejercitación previa, al igual que la
observación; de lo contrario, el personal de enfermería no entrenado fácilmente
cometerá errores que podrían resultarán fatales. Es entonces cuando se podría
caer en la equivocación de culpar al médico o, peor aún, hacer a Dios responsable
del desgraciado final de un paciente.
La voluntad de Dios es valorar realmente la labor de
nuestras enfermeras, de quien dependerá en muchos casos la plena recuperación o
no de un paciente. Acatar las órdenes significa saber interpretarlas y, por
supuesto, cumplirlas. Una enfermera no sabrá cómo llevarlas a cabo sin una
formación previa que le permita asimilar la información recibida. La
inteligencia y la bondad son también requisitos indispensables para llegar a
ser una buena enfermera; por lo tanto, ha de quedar claro qué es el aprendizaje
en sí, y éste ha de ser ofrecido por una buena escuela de formación.
I. ¿Qué ofrece
una buena Escuela de Formación para enfermeras?
(1) Formación práctica y sistemática durante un año en
salas de hospital, bajo la supervisión de enfermeras jefe experimentadas (denominadas
“hermanas” en los hospitales de Londres), quienes a su vez han sido formadas
para enseñar.
Las enfermeras que tienen a su cuidado a los pacientes de
un distrito, recibirán formación adicional durante tres meses en la enfermería
tratando a los más desfavorecidos, siendo esencial la supervisión por parte de
un médico experto.
Con el fin de conseguir una buena formación, se realizarán
inspecciones semanales, debiendo cumplimentar una detallada lista de deberes.
Serán las enfermeras jefe de cada área quienes conserven estos registros, en
los que aparecerán reflejados los progresos de cada período de prueba, así como
el trato con los pacientes por parte de las enfermeras. Asimismo, la matrona será
la encargada de llevar un registro mensual con los resultados de los registros
semanales y, finalmente, se realizará un cómputo trimestral en el que cada
enfermera jefe será valorada por su forma de supervisar cada período de prueba.
El conjunto de registros deberá ser examinado periódicamente por el Consejo de
Administración.
(2) Clases magistrales de carácter médico impartidas por
profesores residentes del hospital, así como conferencias sobre temas
relacionados con las obligaciones de las enfermeras, además de conceptos
básicos de química, fisiología “con referencia a un mejor conocimiento de las
funciones principales del cuerpo” y un estudio general sobre temas médicos y
quirúrgicos. Los exámenes, escritos y orales, tendrán lugar al menos cuatro
veces al año, todos ellos adaptados a las enfermeras y bajo la supervisión de
la enfermera jefe, así como charlas y demostraciones con ilustraciones
detalladas de la mano de un instructor médico, quien será uno de los profesores
del hospital seleccionado especialmente para tal tarea. Una completa colección
de libros de enfermería para hacer un uso cuidadoso y reflexivo de los mismos
bajo la supervisión de la directora del hospital.
(3) Clases impartidas por una enfermera cualificada para
reforzar el concepto de la enseñanza; siendo esta enfermera jefe una persona
capaz de hacer que sus pupilas se sientan cómodas, además de facilitarles una
disciplina e inculcarles principios morales, costumbres y hábitos sin los
cuales ninguna mujer puede ser una enfermera entregada a Dios así como a su
prójimo.
(4) Autoridad y disciplina inculcadas por parte de la
directora del hospital serán los principios básicos a seguir por todas las
alumnas. Dicha directora estará altamente cualificada y ejercerá también
funciones de matrona; además de servir de ejemplo para las futuras enfermeras.
(5) Una organización no sólo para dar esta formación de
manera sistemática y para valorar los conocimientos adquiridos mediante
exámenes periódicos, sino también para conceder a las alumnas el tiempo
necesario para realizar su trabajo; para que comprendan su labor como un
aleccionamiento moral, así como un proceso de enseñanza, pues asistir a los
enfermos es además de un aprendizaje, una misión.
(6) Disponibilidad de alojamiento, así como áreas para
recibir las clases y un comedor; todo ello en un ambiente recto y religioso,
pero familiar y ameno al mismo tiempo. Con estas características, se conseguirá
hacer de la escuela de formación un lugar que resulte atractivo sin temor a
perder la salud física o mental, porque para conformar un hospital de calidad,
las enfermeras necesitan de ayuda y apoyo constantes.
Cada hospital deberá ser una escuela para la formación de
enfermeras en sí, además de ofrecer dicha formación a enfermeras provenientes
de otras instituciones como centros médicos de diferentes distritos y centros
privados que no disponen de una escuela de formación propia. El éxito de toda
escuela de formación depende, en gran medida, del hecho de que haya enfermeras
formadas capaces de entrenar a otras en diferentes situaciones, con el fin de
que éstas sean capaces de comprender y llevar a cabo las órdenes del médico
cuando el facultativo no se encuentre presente.
II. Características
del Curso para Estudiantes de Enfermería.
(1) Se desempeñarán tareas como enfermera auxiliar por un
período de prueba en una o más salas de cada una de las divisiones del
hospital; uno, dos o tres meses, abarcando los campos médicos y quirúrgicos de
pacientes de ambos sexos y otros campos como la obstetricia y la oftalmología,
y concluyendo el curso desempeñando sus funciones en la sala de instrucción
médica. El curso, a ser posible, deberá comenzar en las salas de
medicina atendiendo a pacientes del sexo femenino. No conviene que dos
estudiantes de igual nivel compartan sus tareas en la misma sala, siendo una
aprendiza de enfermera y una estudiante de grado superior quienes distribuyan
sus labores en la medida de lo posible.
(2) Se aprenderá a gestionar las diferentes salas del
hospital bajo la tutela de la encargada de enfermería durante las horas de
descanso de sus compañeras. Se alternarán, asimismo, y cuando la formación sea
lo suficientemente avanzada, turnos de día y noche.
(3) Se responsabilizará, bien de día o de noche, de casos
más específicos como la ovariotomía, litotomía, traqueotomía, tratamiento de
fiebre tifoidea, etc., todo ello en los pabellones con habitaciones
individuales.
(4) Se requerirá aptitud para elaborar diferentes tipos de
vendajes.
(5) Se aprenderá de la enfermera jefe a analizar los informes
médicos de los pacientes.
(6) Se mantendrá un dietario de los quehaceres a lo largo
de cada jornada. Además de este dietario, cada aprendiz, al menos una vez al
mes, deberá elaborar una detallada planificación de su trabajo diario,
apuntando no sólo sus labores como auxiliar de enfermería durante su período de
prueba, sino también lo que ha aprendido de la enfermera encargada de la sala
correspondiente y del resto del personal. Al final de cada jornada, se deberán
anotar las observaciones que la aprendiza estime oportunas.
FOTO 54 Royal Prince Alfred Hospital Sala de hombres y niños,
1880
(7) Se tomarán notas detalladas de los todos casos
atendidos. Un registro con anotaciones sobre estos casos debe ser cumplimentado
regularmente en cada período de prueba. Este registro reflejará datos como la
temperatura, el pulso y tensión del paciente, que se tomarán por la mañana y
por la noche dependiendo del caso. El médico requerirá si fuera necesario la
frecuencia de la toma de temperatura “cada hora, o incluso cada cuarto de hora,
o durante las horas de sueño”. Del mismo modo, se realizará la recogida de
orina y deposiciones cada veinticuatro horas estudiando su aspecto y cantidad.
El tratamiento a seguir se redactará en inglés, y no será copiado de otros
registros anteriores. Dicho registro vendrá precedido de un historial médico
del caso, de la causalidad de la enfermedad “por ejemplo, en los casos de
fiebre tifoidea y otras enfermedades similares, se anotarán como posibles
causas de la enfermedad el mal estado del aire o el agua”. Finalmente, se
anotarán las observaciones pertinentes. Estos documentos deben ser
rigurosamente revisados por las enfermeras jefe y el instructor médico, quien
comprobará cada caso in situ.
8) Se tomarán notas detalladas de todas las clases a las
que se asista. Estas anotaciones serán supervisadas por la directora del
centro.
(9) En las clases, se mostrarán ilustraciones de los casos
reales tratados en las salas, alentando a las estudiantes a profundizar en el
estudio de los mismos mediante la consulta de los libros disponibles en el
centro.
(10) Se anotará, mientras aún permanezca reciente en la
memoria, cualquier aclaración realizada por los médicos y cirujanos del
hospital adecuada para la instrucción de las estudiantes. Estas notas se
deberán tomar en la sala de la supervisora.
(11) Reflejar por escrito, y bajo la supervisión de la
encargada, lo que se ha aprendido tanto de las enfermeras jefe como de los
médicos, además de los procedimientos seguidos y el porqué de dichos
procedimientos, amén de los síntomas y sus posibles causas. Sin un seguimiento
inteligente de estas pautas, la formación no resultaría completa. Sin un
aprendizaje sistemático no se habrán dado los pasos suficientes para
convertirse en una verdadera enfermera. La consideración hacia los
conocimientos y decisiones de los médicos y cirujanos ha de ser un elemento
clave.
III. Formación
de educadoras
Para lograr una plena asimilación por parte de las
enfermeras destinadas a instruir a las futuras enfermeras, se requiere una
formación específica, para lo cual será necesario un período de más de un año
de asistencia a los enfermos en el hospital. Para formar a las educadoras se
requiere:
(1) Un curso sistemático de lectura, establecido por el
médico instructor, quien recomendará los libros disponibles en la biblioteca de
la escuela de formación. Se llevarán a cabo dos horas de estudio, por ejemplo
dos tardes a la semana, bajo la inspección de la supervisora.
(2) Exámenes orales regulares realizados por el instructor
médico; las enfermeras deben adquirir competencias de expresión para entrenar a
las futuras enfermeras. Resultan también provechosas las pruebas de
conocimiento mutuo “exámenes de conocimiento entre las propias alumnas”.
(3) Al menos cuatro exámenes escritos al año, así como la
elaboración de trabajos redactados sobre determinados temas de enfermería.
(4) Capacidad para tomar notas detalladas de las
conferencias a las que se asista para demostrar la plena asimilación de las
diferentes materias que ellas mismas deberán enseñar en un futuro.
(5) Entender que si una educadora no es capaz de observar y
comprender sus propios casos, no será capaz de enseñar a otras a comprenderlos.
Si desconoce la razón de lo que se hace, tampoco podrá entrenar a otras para
que aprendan. Repasará y profundizará en sus propios casos.
(6) La asistencia a un curso de aprendizaje continuo
impartido por las enfermeras superiores, instructores y médicos o cirujanos, en
las salas donde realiza el período de pruebas. Resulta de especial importancia
la observación de los síntomas de una enfermedad, así como el porqué de
los mismos. En otras palabras, es vital saber identificar no sólo cuándo una
herida o lesión tiene “buen o mal aspecto”, sino por qué se ve así. Para
poder actuar correctamente, no sólo hay que saber qué hacer y cómo se va a
hacer, sino por qué se hace eso, y no otra cosa.
(7) Al menos dos veces al año, pero no al principio del
mismo, se deberá asistir a los enfermos durante una semana o más, en turno de
noche, con la compañía de la supervisora de enfermeras, práctica de la cual se
beneficiarán ambas.
(8) Pasar al menos una semana, aunque no al principio del
curso, en la sección de lavandería.
(9) La futura instructora debe, trascurridos de seis a
nueve meses desde el comienzo del curso, realizar todo tipo de labores
requeridas, excepto el trabajo de secretaría, que corresponderá a las
enfermeras jefe.
(10) Realizar las funciones de las enfermeras jefe durante
el período vacacional de éstas. Por supuesto, ninguna estudiante, por muy
sobresaliente que sea, podrá ejercer las citadas labores en dicho puesto en
otras circunstancias que no sean las mencionadas.
(11) Delegar aquellas tareas menos importantes, tales como
la limpieza de lavabos y aseos de las salas del hospital, durante los primeros
seis meses dentro del período de prueba.
(12) Será necesaria la formación adicional de un segundo año
para desempeñar las funciones de los puestos superiores. La futura enfermera
jefe debe haber adquirido previamente experiencia como enfermera de sala, así
como haber realizado labores como asistente en turnos de día y de noche al
menos durante un año bajo la vigilancia de una supervisora experimentada.
(13) La enfermera jefe debe proporcionar a las futuras
enfermeras una profunda visión de sus funciones, realizando exámenes completos
que abarquen todos los casos a los que deberán enfrentarse una vez terminado el
curso de formación.
IV. Pruebas,
exámenes y registros de progreso durante el curso.
(a) La candidata deberá cumplimentar una minuciosa
solicitud de ingreso. Todos los detalles sobre el proceso de formación se
hallarán impresos en el reverso de dicha solicitud.
(b) La candidata recibirá un calendario con las lista de
funciones a desempeñar. Si ha cumplido las expectativas durante el primer mes
del período de prueba, será admitida.
(c) Las enfermeras de sala llevarán un registro de cada
alumna en período de prueba, donde anotarán la lista de funciones diarias. La
enfermera jefe, tras examinar estos informes junto con la encargada de la sala,
añadirá sus propias impresiones sobre los mismos. El instructor médico examinará
individualmente a todas las aprendizas en presencia de la enfermera jefe una
vez al mes, reforzando aquellos puntos en los que la estudiante necesite mejorar.
La enfermera jefe también proporcionará un registro donde reflejará el
rendimiento de cada estudiante tanto en las clases como en el hospital.
(d) Cada alumna deberá rellenar mensualmente, y durante todo
el curso, un informe de dos páginas que entregará a la enfermera jefe. Este
informe deberá reflejar las impresiones éticas de la estudiante y deberá
coincidir en gran medida con el libro de comportamiento de la enfermera jefe.
(e) Si bien la encargada de la sala mantiene un registro
semanal y la enfermera jefe uno mensual de la evolución de cada estudiante en
período de prueba, es precisamente cada estudiante quien deberá llevar un
detallado control diario de sus tareas además de las notas tomadas en las
clases a las que se ha asistido. Un minucioso análisis de esta información
proporcionará importantes resultados acerca del progreso de la formación y de
las capacidades de cada estudiante. El instructor médico emitirá su parecer sobre
estos puntos reflejados en el registro mensual.
(f) Cada profesor del hospital y el instructor médico que
imparte conferencias a las estudiantes, las examinará oralmente en presencia de
la enfermera jefe, evaluándolas y dándoles incentivos. Se comunicará al final
de cada período de prueba el resultado de las calificaciones.
(g) El instructor médico examinará por escrito a las
alumnas al menos cuatro veces al año. El resultado de estos exámenes se
comunicará a cada estudiante al final de cada período de prueba. Sin un control
regular de este tipo, no puede haber una verdadera organización para la
correcta formación de futuras enfermeras. Los mandos superiores de la escuela
de formación deben hacer balance y comprobar el correcto funcionamiento
de la institución. La enfermera jefe debe ser una mujer cuyo deseo es que las
futuras enfermeras aprendan y asimilen de manera constante todos los
conocimientos que aporta el centro, siempre con un trato familiar, como si
fuera la madre de todas sus alumnas. Una escuela de entrenamiento sin esta
figura es peor que un niño sin padres. Y, en materia disciplinaria, sólo una
mujer puede entender a otra mujer.
V. Personal de
la Escuela de Formación.
1. La enfermera jefe de la escuela de formación es
la encargada del hospital y la supervisora de todas las mujeres residentes en
el mismo. Ella estará presente, siempre que sea posible, impartiendo clases a
las alumnas en prácticas y realizando demostraciones, así como exámenes orales,
en colaboración con la supervisora. La enfermera jefe del turno de noche
asistirá a las alumnas en este turno.
2. La supervisora de las estudiantes en período de
prueba está a cargo del correcto trabajo de las mismas, así como del
satisfactorio funcionamiento del hogar. Ella es quien impartirá al menos dos
clases por semana a la enfermera responsable de las aprendizas, reforzando de
manera especial lo asimilado en las conferencias. Ejercerá las funciones de
supervisora del centro por lo menos dos tardes a la semana, así como durante
las horas de estudio. Es decir, será la encargada de controlar el futuro personal
de enfermería, facilitando información directa a su superiora. Asimismo,
impartirá clases de canto y lectura de la Biblia. También comunicará a las
enfermeras responsables de cada sala sobre las posibles deficiencias en las
labores de las estudiantes en periodo de prueba. Estas deficiencias le serán
comunicadas a la estudiante bajo la responsabilidad de la propia supervisora con
el propósito de enmendar sus errores y reforzar así su aprendizaje. La
supervisora debe asistir a todas las clases y conferencias, así como a revisar
los exámenes.
FOTO 55 Enfermeras en un Hospital inglés en Londres a
principios del siglo XX
3. La enfermera de sala debe enseñar a las
estudiantes todas las funciones a desempeñar. Su labor es dar instrucciones a
las enfermeras que conforman su personal mostrando cómo hacer su trabajo; no
sólo qué son las cosas por hacer, sino cómo saber actuar en todo momento, incluso
cuando tenga lugar algún acontecimiento imprevisto durante el tratamiento de un
paciente. Ella es la encargada de instruir a las enfermeras que en el futuro
instruirán a otras enfermeras. Las enfermeras de sala podrán preguntar a las
aprendizas por cualquier situación que estén tratando en ese momento;
demostrando éstas con sus respuestas si serían capaces de resolver diferentes situaciones
satisfactoriamente, así como la argumentación de su decisión. Además de todo lo
dicho, la enfermera de sala deberá inculcar en las estudiantes una conducta
recta e inteligente, así como asegurarse de que aprendan a responsabilizarse de
sus labores cuidadosamente. El período de formación debe ser, por decirlo de
alguna forma, un puente entre una vida sin aspiraciones y una vida de entrega
al prójimo. El interés que una enfermera de sala demuestre hacia un caso hará
que una estudiante con verdadera vocación trate dicho caso con el doble de
eficiencia.
4. Como miembro del personal del hospital, el instructor
médico llevará a cabo diferentes funciones como dar una conferencia una vez
por semana sobre temas médicos y quirúrgicos especialmente vinculados a los
trabajos de enfermería; demostraciones con ilustraciones anatómicas especialmente
adaptadas a las enfermeras; clases sobre fisiología, anatomía, —la situación de
las arterias principales— etc., así como lecciones de vendaje, clases de
higiene, —tanto de las salas como de los pacientes—, clases sobre la causalidad
de las enfermedades, qué se debe hacer en situaciones de emergencia, cómo
preparar la cama para diferentes tipos de operaciones, etc. Él es quien
impartirá un curso sistemático de clases para las enfermeras destinadas a
instruir a nuevas enfermeras preparando un examen escrito al menos cuatro veces
al año. Además, propondrá temas a desarrollar en forma de trabajos escritos, y
los examinará y evaluará como corresponda. Examinará, también, a todas las
alumnas mediante exámenes orales con el fin de comprobar sus conocimientos.
Impartirá clases de medicina al menos una vez a la semana, reforzando la
importancia del reconocimiento de los diferentes síntomas y sus tratamientos correspondientes.
Fomentará el interés profesional de la enfermera en los casos que estén siendo
tratados, haciendo referencia a libros médicos y quirúrgicos. Una vez al mes
examinará a las estudiantes individualmente, sin la presencia de las supervisoras.
Llenará un registro por cada estudiante donde reflejará su dictamen sobre sus
capacidades, así como sobre los resultados de su formación. El instructor
médico debe ser de edad madura y con una amplia experiencia, ofreciendo un
trato paternal para con las enfermeras. Si el hospital tiene un médico
residente permanente apto para este propósito, éste debe ser el instructor.
5. El instructor médico impartirá también clases de
química, fisiología, anatomía, cirugía y medicina, en la medida en que guarden
relación con los quehaceres de las enfermeras.
6. La asistenta sanitaria no debe ser residente en
el hospital, pero debe ser enfermera graduada, lo que conlleva un amplio
conocimiento sobre la formación de estudiantes. Ella será una ayuda esencial
para la supervisora, infundiendo sabiduría y ánimo desde fuera de la escuela de
formación.
Consideraciones Generales de la Formación
La formación de un año no es más que la enseñanza de los
conceptos básicos a seguir por la futura enfermera, que aprende por sí misma a
comprender las órdenes de su médico basándose en su propia experiencia. Una
enfermera sin el entrenamiento adecuado es como un hombre iletrado y sin
formación que ha aprendido únicamente de sus propios errores. Errores fatales
en la ejecución de las órdenes del médico o del cirujano en el tratamiento a un
paciente pueden resultar fatídicos. La formación es para que la enfermera vea
los hechos no de forma superficial, sino aplicando la lógica y la observación.
De lo contrario, únicamente aprenderá de esos errores
fatales a los que hacía referencia. Se ha progresado enormemente en campos como
la medicina, la cirugía, la patología y, sobre todo, la higiene; en parte como
consecuencia de la mejora de los instrumentos empleados. Hace veinte años, una
buena enfermera no tenía que hacer ni la vigésima parte de lo que se le
requiere hoy día. Es por esto que es necesario un curso de reciclaje cada cinco
o diez años. La enfermería necesita de sus instrumentos casi tanto como la
cirugía, y aún más que la medicina. El médico prescribe lo necesario, y la
enfermera lo suministra. La formación es enseñar a la enfermera cómo Dios da la
salud y la quita. La verdadera formación consiste en enseñar a observar
detalladamente, a entender, a saber qué hacer, qué decir en cuestiones tan
importantes como la vida y la muerte, la salud y la enfermedad. La formación es
necesaria para que el personal de enfermería actúe con la mayor efectividad
posible; no como una máquina, sino como enfermera; no como la escoba de
Cornelio Agripa1, sino igual que un ser inteligente y responsable. La formación
debe hacerla una persona leal a las órdenes médicas y las autoridades. La
fidelidad a estas órdenes no puede ser independiente del sentido de la
responsabilidad. Es la capacitación la que diferencia a una enfermera formada
de una estudiante. La formación es enseñar a la enfermera cómo manejar los
mejores recursos para restaurar la salud y la vida.
Florence Nightingale
Cómo cuidar a los enfermos
Trataremos aquí sobre cómo asistir adecuadamente a
enfermos y heridos “no sobre cuidados preventivos o el cuidado de los niños”.
La enfermería se lleva a cabo generalmente por mujeres, bajo las órdenes de
médicos y cirujanos, y su misión es la de aliarse con la naturaleza para
preservar o restaurar la salud, para prevenir o curar las enfermedades o
lesiones. El médico muestra las indicaciones a seguir, y la enfermera las lleva
a cabo.
La enfermedad es la manera que la naturaleza tiene de
interferir en la salud. En parte, o tal vez totalmente, el éxito o fracaso en
nuestro intento de curar una enfermedad depende de la enfermería. La enfermería
es, por tanto, ayudar al paciente a vivir. La formación es enseñar a la
enfermera a asistir al paciente; es un arte que requiere una formación
organizada.
La enfermería se puede dividir en cuatro apartados:
(a) Enfermería
Hospitalaria.
(b) Enfermería
privada, es decir, asistir a una persona enferma o herida
individualmente, en su casa, dedicándole todo el tiempo necesario. Este tipo de
enfermería se da generalmente entre las clases más pudientes.
(c) Enfermería
de distrito, que consiste en asistir a los enfermos o heridos
pertenecientes a una región geográfica, “teniendo normalmente más cantidad de
casos de los que se pueda atender”. Este tipo de enfermería es una de las de
mayor importancia y requiere una alta cualificación, ya que la enfermera del
distrito no dispone, al igual que la enfermera de hospital, de los medios y el
personal médico y quirúrgico a su alcance tan fácilmente.
(d) Obstetricia,
que no se tratará aquí. Se diferencia de los demás apartados de enfermería en
lo siguiente: en que la mujer a asistir no está, o no debería estar enferma,
por lo que los cuidados médicos se centran en la intervención quirúrgica y en
las precauciones a tomar con respecto a la higiene. La obstetricia y las
enfermedades comunes no deberían ser atendidas por la misma enfermera. “Los
tratamientos médicos para las enfermedades comunes no garantizan la resolución
satisfactoria de los posibles riesgos resultantes de la obstetricia”.
(a) Enfermería Hospitalaria: Asistir a un enfermo
correctamente significa, además de prescribir los medicamentos, la aplicación
de los vendajes y otros remedios:
1. El uso adecuado de aire fresco, especialmente de noche,
es decir, la ventilación; el calor o el frío. 2. Asegurarse de la higiene de la
habitación del enfermo, que incluye la luz, la limpieza de suelos y paredes, la
ropa de cama y el material médico. 3. El aseo personal del paciente y de la enfermera.
4. La administración y preparación de la dieta del paciente 5. La aplicación de
remedios. En otras palabras, todo lo que sea necesario para que la naturaleza
del paciente se restablezca, para deshacerse del mal que interfiere la salud y
la vida del paciente. Porque es la naturaleza la que cura, no el médico o la
enfermera. Hablaremos de estos puntos detalladamente.
FOTO 56 Florence Nightingale con
su hermana y su cuñado, lady Verney y sir Harry Verney. Eran los parientes a
los que la señorita Nightingale estuvo más ligada, durante los últimos treinta
años de su vida. Cuando lady Verney murió, sir Harry continuó tributando a su
ilustre cuñada una amistad devota y profunda
1. Ventilación. Calor y frío.
a. Ventilación: Consiste en eliminar el aire
saturado por el aliento y demás emanaciones humanas, reemplazándolo por aire
fresco. El primer canon de la enfermería es mantener el aire en el interior de
la sala tan fresco como el aire del exterior, tanto de noche como de día,
evitando que el paciente se resfríe. La mejor ventilación se consigue atizando
el fuego y abriendo la ventana por la parte superior, lo que hará que el aire
fresco impregne el techo de toda la habitación sin causar corrientes y
permitiendo asimismo el escape del aire viciado. El aire que se encuentra en el
suelo o a nivel del paciente permanece en ese lugar, incomodando al enfermo o
empeorando su estado. Las ventanas son para abrirlas, mientras que las puertas
están hechas para cerrarlas. Si la enfermera ventila la habitación del paciente
a través de la puerta, conseguirá que el aire viciado del resto de la casa o
edificio entre en la habitación. Sin embargo, una correcta aireación es
imposible sin el espacio suficiente “excepto si las ventanas se encuentran
abiertas cerca del techo”. Hay casos en los que los pacientes desean una
habitación ventilada, los pacientes con fiebre, por ejemplo, mientras que en
otros casos hay pacientes que necesitan una buena ventilación pero sin
corrientes de aire, los pacientes con piemia, por ejemplo. De aquí se deduce la
importancia de este apartado.
b. Calor y frío: Recomendado por el médico, será la
enfermera quien debe atender bien estos asuntos. En los casos de fiebre, por
ejemplo, el médico requerirá un control de la temperatura de las piernas y los
pies del paciente por lo menos cada hora, para determinar si están bien
refrigeradas y mantener las extremidades a una temperatura apropiada, ya sea
verano o invierno. En los casos de bronquitis, ovariotomías, etc., se requerirá
una temperatura y humedad alta y constante, por lo que podría ser de utilidad
un hervidor tanto de día como de noche, pero normalmente no es recomendable
mantener la habitación del enfermo siempre a la misma temperatura. Es necesario
que de noche circule un aire más fresco, pero ya sea frío o caliente, el aire
debe ser limpio. Los niños enfermos se encontrarán molestos respirando el aire
saturado por la noche. Toda enfermera necesita una formación para cumplir las
órdenes del médico en lo que a las indicaciones relacionadas con el aire se
refiere: ventilación y temperatura idónea. La temperatura del aire a la altura
de la cabecera de las camas de los enfermos no debe provenir directamente de la
chimenea, y ésta nunca debe apagarse con una tabla para evitar la emanación de
humo.
2. Salubridad de la sala de hospital.
Nos referimos aquí a los cuidados de la sala. La correcta ubicación
de la cama del paciente para evitar corrientes de aire y el reflejo de la luz a
menudo requiere una reorganización de los muebles de toda la habitación. Es
esta precisamente una de las bases esenciales de la enfermería. Un ambiente
agradable y tranquilo resulta primordial para asegurar la pronta recuperación
de los pacientes, ganando la batalla a esa enfermedad que interfiere en la
naturaleza del enfermo.
a: Luz. Después del aire, la luz es un elemento
esencial para la salud y la recuperación de los enfermos. La luz del día
templará el aire, y ya hemos mencionado anteriormente
la importancia de este último. La luz llena de color una
estancia y sus objetos como las flores o los cuadros, lo que resulta agradable
a los ojos del paciente. Se dice que este efecto está en la mente. Así es, pero
el médico ilustrado nos dice que también en el cuerpo. El sol es un escultor y
un pintor. Los griegos tenían razón en cuanto a su Apolo.
b: Limpieza. La limpieza resulta, por supuesto, de
gran importancia en las labores de enfermería. El aire limpio, el agua limpia,
un entorno higiénico y un ambiente fresco en todas las salas son garantías para
evitar infecciones. Un espacio amplio y la correcta división de las salas y
disposición de las camas ayudarán a evitar que el aire contaminado quede
estancado en un mismo lugar. La correcta ventilación arrastrará el aire impuro,
facilitando la labor de la enfermera y el estado de los enfermos. No se debe
tener el concepto de que los hospitales en los que se tratan enfermedades
infecciosas son un lugar peligroso para la salud de las enfermeras. El primer
axioma de la enfermería nos dice que no existe una infección “inevitable” como tal.
La correcta limpieza de suelos, techos, paredes, camas, sanitarios y demás
enseres no debería suponer un problema para la propagación de infecciones.
Suelos y paredes. Los médicos ponen objeciones a la
hora de lavar los suelos. No se debería lavar ningún suelo de habitación donde
se encuentren los pacientes excepto cuando el médico lo ordene y en las horas
solicitadas. Un suelo se encuentra completamente limpio cuando está bien
cepillado y tratado con aceite de linaza; no debe ser demasiado oscuro, “para
no ocultar la suciedad”, y debe estar encerado y pulido. Deben limpiarse con un
paño húmedo y secarse con un cepillo “o sujetando un paño al extremo del mismo
para facilitar la limpieza”. Todo derrame debe lavarse inmediatamente con agua
y jabón. Los suelos deben ser pulidos cada quince días por un encargado de la
limpieza y lavado en seco cada día. Los pacientes deben estar provistos de
zapatillas. Ninguna alfombra, por supuesto, debe encontrarse en el cuarto del
enfermo, excepto una alfombrilla junto a la cama del paciente. Una alfombra
sucia, irremediablemente, infectará la habitación. La única pared realmente
limpia es la que está revestida y pintada con oleína; esto facilitará la
limpieza de posibles manchas de grasa evitando la contaminación del ambiente.
No es buena la pared empapelada, aunque es peor, si cabe, la pared enyesada.
Sin embargo, esta última se puede mantener en buen estado mediante el encalado
frecuente. El papel requiere una renovación asidua; un papel satinado
facilitaría la limpieza y la higiene.
Muebles. De madera pulida, metal o mármol, no deben
ser muy numerosos, y deberán limpiarse con un paño humedecido en agua caliente.
El aire se encontrará siempre sucio en un lugar en el que las paredes y las
alfombras están en malas condiciones higiénicas. El polvo se compone en gran
medida de materia orgánica. No debe haber estanterías salientes, ya que el
polvo se amontona con más rapidez. Un ventilador Arnott2 junto a la chimenea mantendrá
el aire limpio, mostrando la conexión entre ventilación y limpieza. La falta de
atención a estas cuestiones esenciales pueden frustrar los esfuerzos de la
mejor enfermera.
Cómo limpiar: El polvo es el portador principal de
enfermedades, y puede contener escamas epiteliales de la boca o la epidermis.
Ya que esta segregación resulta inevitable, se deberá recurrir a una minuciosa
limpieza. La única manera de eliminar el polvo es limpiarlo todo con un paño
húmedo. Los muebles deben estar construidos de madera, lo que facilitará su
limpieza sin dañarlos. Limpiar el polvo de un mueble mediante golpes dados con
el trapo no es limpiarlo, pues lo único que conseguiremos es distribuir aún más
el polvo por la habitación. Limpiar una habitación significa quitar los objetos
sucios de un lugar para, una vez limpiados, devolverlos a su sitio; es entonces
cuando conseguiremos eliminar hasta la última mota de polvo. La falta de
ventilación no permite realmente orear la habitación del enfermo a no ser que
ésta se encuentre totalmente limpia.
Ropa de cama. La calentura nos indica por lo
general que el paciente tiene fiebre, lo que requiere reposo en nueve de cada
diez casos. Así, el paciente con fiebre transpirará constantemente “es la
naturaleza que intenta nivelar la temperatura corporal”. En este estado, día
tras día, semana tras semana, el sudor penetra en su lecho sin ventilación. De
aquí la importancia de mantener cubiertos con tapa todos los recipientes que se
encuentren bajo las camas. La erisipela y la piemia son producidos por una
ineficaz limpieza de la ropa de cama. Los rellenos de almohada compuestos por
plumas de aves facilitarán la propagación del polvo, por lo que el estado del
paciente podría resentirse. Los efluvios más nocivos provienen de las
excreciones de los enfermos, las cuales se colocarán, aunque no por mucho
tiempo, bajo la cama. No olvidemos que este espacio no recibe una ventilación
rápida por hallarse en el espacio inferior, por lo que colocaremos una cenefa o
colcha que llegue hasta el suelo para evitar que el aire pueda pasar por
debajo. Un adulto sano exhala por los pulmones y la piel por lo menos tres
pintas3 de humedad cargada de materia orgánica en veinticuatro horas; en un
enfermo, esta cantidad es a menudo mucho mayor, y las exhalaciones resultan
siempre más nocivas. Estas exhalaciones permanecerán en el lugar, ya que,
excepto por un cambio semanal o quincenal de sábanas, apenas se lleva a cabo
otra ventilación. Una enfermera será cuidadosa a la hora de orear las sábanas,
el colchón y el camisón del paciente, pues, como hemos visto, estos elementos
pueden convertirse en un foco de humedades que puede interferir en la
recuperación del enfermo.
La cama de un enfermo asistido de manera privada
ejemplifica cómo debería ser exactamente una cama que cumpla todos los
requerimientos para superar una enfermedad: un dosel de madera con cortinas,
dos o incluso tres colchones apilados, o un colchón de plumas, lo que sitúa al
paciente a una altura sobre la garganta de la chimenea o por encima de la
rendija inferior de la ventana, que debería permanecer siempre abierta por la
parte superior. Nada como esto para mantener una cama y su ropa bien seca. La
cama ideal está formada por: (1) un somier de hierro con muelles “Rheocline”,
(2) un colchón de alambre entretejido “sin volantes o cenefa” o un colchón con
funda de fibra y (3) mantas ligeras “Witney”; todo ello sin cubrecama pesada de
algodón, pues se evitaría así la traspiración del paciente. Asimismo, es mejor
no situar una manta bajo el paciente, ya que favorecería la aparición de llagas
y escaras, que son siempre un síntoma no de la enfermedad, sino de la mala
asistencia recibida. El paciente debe, si es posible, poder ver el exterior
desde la cama. Dos camas, una para el día y otra para la noche, son necesarias
para el mejor cuidado del paciente. Una enfermera de verdad siempre sabe cómo
hacer una cama, y siempre la hace ella misma. Aireará la cama durante dos horas
siempre que sea posible. Realizará los cambios de ropa de cama “sábanas y
mantas” tantas veces como sea necesario. En los hospitales, usará la toalla de
cada paciente individualmente sin olvidar que éstas se utilizan para propósitos
diferentes. Estará atenta a cualquier paño o vendaje sucio, siendo
inmediatamente retirado, y, tras una cuidadosa desinfección con agua hirviendo
y ácido carbónico en una proporción de 1 a 100, se lavará en un lavadero independiente
si las instalaciones lo permiten. Es muy desaconsejable permitir que los
familiares de los pacientes lleven los trapos sucios de los pacientes a casa
para lavarlos en lavaderos públicos atestados. La ropa sucia se debe quitar
inmediatamente de la habitación del enfermo y enviar a la lavandería al menos
una vez al día. Rociar con polvo de ácido carbónico “que además daña las
sábanas” la ropa sucia de una cesta no evitará la necesidad de sacarlo
inmediatamente de la sala. Un tiro con un receptáculo en la parte inferior por
el que deshacerse rápidamente de la ropa sucia sería necesario en todos los
hospitales.
Los vendajes con supuraciones se destruirán inmediatamente
en un horno previamente dispuesto para que la quema no levante una excesiva
humareda. Únicamente los vendajes que se usan para tratar las fracturas son los
que se pueden lavar con cloro para reutilizarlos tras haberlos hervido con
sosa. Los vendajes se deben aclarar en una tina de lavado. Pero este lavado de
vendas nunca debe realizarse dentro del hospital. Una limpieza absoluta es el
verdadero desinfectante, siendo el cloro el producto más adecuado. Hay que
tener siempre cloro cerca para que las enfermeras se laven las manos,
especialmente después de la asistencia médica o manipulación de una enfermedad
contagiosa. Se observará cómo el cloro es capaz de destruir las cutículas, por
lo que se puede deducir la efectividad contra los gérmenes. El fuego es el
desinfectante más efectivo. Las fundas de los colchones (todas las fundas
deberían ser de fibra) deben ser hervidas a alta temperatura, limpiadas con
agua y jabón y abundante cal; luego se secarán y expondrán al aire para
proceder a su secado.
Material de hospital. Las cuñas deben ser de barro
vidriado blanco, con tapa bien ajustada. Nunca se deben dejar debajo de la
cama, sino que se llevarán a lavar inmediatamente tras su uso. Tampoco deben
llevarse cubos de zinc o palanganas sin tapa a través de la sala de enfermos, aunque
lo ideal es que haya el menor número de estos elementos en la sala. Las
excreciones a menudo tienen que ser recogidas para la inspección médica,
debiendo la enfermera hacer tal recogida. En cuanto a la orina, si tiene que
ser analizada, existen medidores de vidrio con tapa adecuados para este
propósito.
FOTO 57 Florence Nightingale en
edad avanzada. Una vejez larga y gloriosa, para la combativa enfermera que
vivió hasta los noventa años; e increíblemente intensa de estudios, escritos,
iniciativas, propuestas…
Todas las bacinillas deben tener tapas y mantenerse
limpias siempre que sea posible. Serán de vidrio y cuello ancho, y se lavarán
con agua caliente y sosa. Éstas son las únicas que permanecen realmente
limpias, pues las de zinc y barro blanco con cuello largo, nunca lo están.
Después de ser utilizadas, serán retiradas y limpiadas en cuanto sea posible.
Una pequeña cámara aireada con perforaciones donde almacenarlas resultará útil.
Si la sala del hospital es muy grande, se permitirá que estén bajo las camas
durante la noche “aunque no sea del todo conveniente”; y todas ellas deben, por
supuesto, tener tapa. Dos palanganas de barro vidriado “no de zinc”, podrán
utilizarse en la última ronda de noche y a primera hora de la mañana. Éstas se
desinfectarán con sosa y se enjuagarán posteriormente. Debería ser una regla
general e invariable “bastante más importante en la asistencia privada que en
otro lugar” que estos útiles se lleven directamente al retrete con el fin de
vaciarlos y enjuagarlos, y que no sean devueltos hasta que se necesiten.
Siempre debe haber agua y un grifo en cada retrete para el aclarado.
Las toallas en un hospital deben estar separadas
para tres usos independientes “limpieza de manos, cuñas y palanganas”, y serán
cambiadas con la mayor frecuencia posible. Una botella con cloro y otra con
glicerina debe estar siempre cerca para lavarse las manos. Se sabe que una
joven enfermera que se encontraba vendando piernas ulceradas, limpió la herida
con la propia sábana, y ¡alegó que lo había visto hacer en otros lugares!
Siempre debería haber una toalla especial para estos casos. El polvo carbónico puede
ser empleado en el tratamiento de enfermedades agresivas, ya que puede ser
colocado debajo de la cama o colgando en una bolsa de ella. El permanganato
potásico se coloca a veces en unos platillos, pero esto no resulta de mucha
utilidad. La lana, con jabón fenicado, se utiliza a veces para cubrir el
vendaje de una herida agresiva, concluyendo con una limpieza con agua. Las
bacinillas para las excreciones deben ser limpiadas con ácido nítrico si están
muy sucias. También los sumideros y sanitarios deben ser lavados con arena y
cloro al menos dos veces a la semana. En los hospitales, la enfermera debe
barrer y enjuagar los urinarios cada mañana con una fregona, dejando salir el
agua sucia del lavado hacia el exterior. Las palanganas deben ser limpiadas con
arena todas las mañanas. Debería de haber al menos dos fregonas que se
reemplazarán constantemente.
3. Precauciones contra la infección de las uñas. Uno
de los puntos más importantes que se enseñan a las enfermeras “y, de hecho,
también a los cirujanos” es la forma de evitar la infección de sus uñas.
Las siguientes reglas deben cumplirse escrupulosamente:
Cortarse bien las uñas de las manos; mantenerlas, así como
los dedos y las manos, con una limpieza escrupulosa; todo lo que ha manchado
los dedos es una posible fuente de contagio a los demás y a una misma: un
padrastro, grieta, rasponazo, o la punción de un alfiler pueden ser una fuente
de infección más preocupante que una llaga o herida abierta. Si la infección
ocurriera, se deberá hacer un lavado con agua pura, para posteriormente tapar
la misma mediante un apósito. Inmediatamente antes de comenzar cualquier
vendaje, y en todo caso después de tocar al paciente, ya se trate de curar las
heridas, administrar enemas, poner inyecciones, lavado de ojos, oídos, nariz o
boca, deberemos sumergir las manos en una solución acuosa de ácido fénico, en
proporción 1 a
80, y luego lavarnos las manos y las uñas cuidadosamente con jabón carbólico.
Las pinzas empleadas para curaciones o jeringuillas se sumergirán en una
solución de ácido fénico en proporción 1 a 80 antes y después de su uso. Los dientes y
articulaciones de las pinzas serán cepillados meticulosamente.
Las vendas sucias se retirarán con pinzas de curaciones y
nunca con los dedos; en ningún caso los apósitos o demás vendajes adhesivos
serán quitados con las uñas. Las enfermeras de la vieja escuela se jactan de no
tener miedo a las infecciones por no llevar a cabo estas prácticas. El respeto,
por así decirlo, hacia la suciedad es el comienzo de una buena enfermería. En
los casos de exámenes internos, “como los vaginales” se deberán mantener las
uñas siempre cortas, bien lavadas con jabón y cuidadosamente ungidas con aceite
carbólico en proporción 1 a
20. Se deberá, también, lubricar el tubo o boquilla a utilizar para cualquier
aplicación interna con este mismo aceite en proporción 1 a 20; de lo contrario, el
aparato utilizado puede transportar materia contagiosa de un paciente a otro.
Utilice siempre dos recipientes para lavar las heridas, y así evitar introducir
los dedos en agua sucia. Los catéteres deben ser limpiados y desinfectados, en
primer lugar, con agua tibia y luego con una solución acuosa con ácido fénico
en proporción 1 a
40.
Los catéteres de otros materiales que no sean plata no
deben dejarse en remojo en soluciones de ácido fénico, pues el barniz y la goma
de éstos podrían deteriorarse. Debe acompañar en todo momento y a toda
enfermera el jabón carbólico, el cual se le proporcionará en su propia
jabonera, para hacer uso del mismo en la sala por la mañana y llevarlo por la
noche en el bolsillo. Siempre se usará antes de comenzar cualquier asistencia.
Se deberá secar siempre los dedos y las manos en toallas limpias que no se
utilicen para ningún otro propósito. Después de asistir casos agresivos, habrá
que sonarse la nariz y enjuagarse la boca y la garganta con unos granos de
permanganato potásico disueltos en agua. Los puños y mangas de los vestidos se
convierten en posibles portadores de la materia contagiosa. Se deberá cambiar
siempre el delantal y las mangas excesivamente largas que se hayan empleado en
el cuidado de los enfermos antes de comer o beber. Del mismo modo, se informará
inmediatamente de cualquier rasguño, padrastro o molestia que pueda tener a la
enfermera jefe y se pedirá asesoramiento inmediato. Nunca se deberá ir a
trabajar por la mañana en ayunas, pues la falta de alimento tiende a debilitar
el cuerpo. La enfermera debe conocer la naturaleza del contagio e infección y
la distinción entre desodorantes, desinfectantes y antisépticos. Sin duda, a lo
largo de la historia podrían haberse salvado muchas vidas valiosas si estas
precauciones se hubieran seguido al pie de la letra por parte de todo el
personal médico de un centro.
4. Alimentos y Bebidas (Dieta): El médico nos
indicará qué alimentos se deberán suministrar a los pacientes, así como su
preparación, cómo y cuándo serán facilitados, siempre teniendo en cuenta la
situación de los enfermos con estómagos delicados. Todo esto forma también
parte del arte de la enfermería. El estómago del paciente indicará si las
órdenes del médico son correctas, y la enfermera tiene que observar y comunicar
a sus superiores cualquier percance ocurrido; debe estar entrenada para
interpretar esto. El estómago del paciente a veces asimila lo que no se espera.
Una dieta variada adecuada es esencial. Si un paciente se siente enfermo, con
fiebre, o se encuentra aturdido después de tomar ciertos alimentos o bebidas, a
menudo no es un síntoma de la enfermedad, sino de la mala enfermería. En
efecto, al igual que gran parte del sufrimiento durante una enfermedad, no es
culpa de la enfermedad en sí, sino de una asistencia errónea.
La enfermera, por supuesto, no será la responsable directa
de la prescripción de estimulantes o medicamentos. Pero la vida depende a
menudo “especialmente en casos de fiebres y graves lesiones quirúrgicas” de que
la enfermera sepa cómo interpretar las indicaciones producidas por los cambios
que se desarrollan en el paciente. El médico indicará las pautas a seguir en lo
que se refiere a la toma de estimulantes. La enfermera debe saber cómo cocinar
gachas, pudin de arrurruz, ponche, bebidas, té, carne y otros tipos de cocina
adecuada a los enfermos, a fin de complacer el gusto de los pacientes y variar
su dieta. Se debe, pues, satisfacer a los enfermos mediante la comida con el
fin de provocar la secreción adecuada de saliva y jugos gástricos necesarios
para la digestión. Nada debe ser cocinado en la habitación del paciente.
Pero aunque como el dulce Jack Falstaff6 dice, “Una enfermera es como un cocinero”,
la totalidad de la preparación de alimentos no debe recaer sobre la enfermera, quien
se defenderá entre fogones, pero sin olvidar que su trabajo es asistir a los
enfermos. A pesar de esto, es ella quien distribuirá y servirá las comidas. Se
ha de alimentar con especial cuidado a los enfermos con fiebre alta. La mera
incorporación de un paciente en su cama para darle de comer puede tener unos
efectos fatales. El alimento o los estimulantes deberán ser administrados a la
boca de los más débiles con intervalos de media hora “quizá con intervalos de
cinco minutos incluso durante el sueño, sin despertar al paciente”. El médico
confía en que el personal de enfermería sea lo suficientemente inteligente como
para poder sugerir cambios en la dieta de los enfermos, especialmente durante
la noche, según el estado del pulso y otros síntomas; resultando esencial la
observación de cualquier posible variación en el transcurso de una enfermedad.
En la convalecencia de la fiebre tifoidea, una indulgencia a menudo ha llevado
a una recaída con fatales consecuencias.
5. Aplicación de Remedios. El médico o cirujano
requiere que la enfermera pueda aplicar sanguijuelas para tratar lesiones tanto
externas como internas, curar ampollas, quemaduras y llagas, poner enemas,
supositorios e inyecciones a los hombres y mujeres. Colocar bragueros, tratar
dolencias del útero, utilizar el espéculo y poner catéteres. También utilizar
métodos de fricción sobre el cuerpo y las extremidades, elaborar y aplicar
fomentos, cataplasmas y realizar pequeñas curas; tratar a los pacientes
especialmente delicados “con fiebre, tras una operación y otros casos
quirúrgicos”, es decir, moverlos, trasladarlos y mantenerlos aseados. El
asistente médico esperará del personal de enfermería que mantenga una limpieza
exquisita de la piel del paciente, así como la limpieza de los dientes, las
encías y la lengua con jugo de limón o clara de huevo a punto de nieve. En las
fiebres tifoideas y de otro tipo, resulta una parte esencial del tratamiento la
correcta administración de alimentos, así como el control de la postura en la
cama para prevenir la aparición de escaras. También hay que saber hacer la cama
del enfermo y, sobre todo, si éste se encuentra acostado, cambiar las sábanas
sin moverlo y causando las menores molestias posibles “en los períodos
postoperatorios por ejemplo”. Hay que saber cómo vestir y desvestir a los
pacientes en la cama así como acomodarlos. De igual forma, es necesario saber
cómo asistir a los enfermos en diferentes operaciones incluyendo la
ovariotomía, la litotomía o una hernia, así como tratarlos después de la
intervención con anestésicos.
Asimismo, se habrá de conocer la manera correcta de
detener una hemorragia, “es decir, mediante la compresión con las manos y la
aplicación de un torniquete”. Será imprescindible poder vendar las diversas
partes del cuerpo; brazos, piernas y pecho “en París, los infirmiers de
los hospitales militares ponen en práctica todo esto, no sólo hasta que lo
hacen perfectamente, sino que además en un tiempo determinado”. Se requerirá
saber hacer vendajes de diversos tipos: vendajes en T, de dos puntas,
compuesto, de cuatro y seis puntas, de muchas puntas, férulas de dedo,
triangulares, perineales, “almidonadas y de yeso” y otros vendajes rígidos.
Realizar férulas de gutapercha, rellenar almohadas de fibra y bolsas de arena. Se
le requerirá a veces para poner inyecciones subcutáneas, usar la batería
galvánica y aplicar ventosas. Debe ser capaz de aplicar calor seco y húmedo
para inhalaciones y conocer las ventajas de la asepsia.
Observación de los pacientes.
El médico y cirujano requieren que cada enfermera sea
capaz de observar e informar correctamente sobre el estado de las secreciones,
expectoraciones, pulso, apariencia de la piel, ausencia o no de apetito, efecto
de la dieta, los estimulantes y las medicinas administradas; erupciones,
síntomas del delirium, etc.; en cuanto a la respiración, si es rápida o lenta,
regular o irregular, si respira con dificultad etc.; en cuanto al sueño, si es
superficial, profundo o interrumpido.
El médico también requiere que la enfermera sea capaz de
tomar la temperatura, “en casos críticos cada cuarto de hora” y el pulso,
observar la respiración y examinar la orina. Se requerirán estos mismos
protocolos, pero de una manera más rigurosa aún, en los casos con pacientes
infantiles. Los niños muestran un cambio de síntomas mucho más rápido que los
adultos. Ellos son la mejor prueba de que las condiciones sanitarias son
satisfactorias.
VI. Otros quehaceres: Como sabemos, la enfermera debe
afrontar el cuidado de los pacientes de los diferentes departamentos del
hospital, asegurando su pronta recuperación “especialmente en casos infantiles
dada la fragilidad de su naturaleza”. Debe mostrar competencia en los asuntos
relacionados con la higiene “un asunto muy importante en la enfermería si
consideramos la importancia de una limpieza exhaustiva de la ropa de cama del
paciente”; en otras palabras, dependerá de los cuidados de la enfermera y de la
limpieza de la cama el no provocar recaídas en el paciente. El médico considera
que la fiebre, por encima de otras dolencias, pone a prueba la capacidad de la
enfermera.
FOTO 58 Enfermeras
inglesas tomando el té. 1850
Turnos de noche: El médico o cirujano requiere que
la enfermera de noche sea tan buena como la de día o incluso mejor, ya que las
horas más críticas de fiebre y posibles dolencias postoperatorias a menudo
ocurren de noche o muy temprano por la mañana. Pero la misma capacidad de
manejo no se requiere en ambos turnos. Para hacer bien su trabajo, las
enfermeras de noche deben disponer de al menos siete u ocho horas para poder reposar
sin desvelarse durante el día “incluso en las caballerizas de Nueva York los
caballos que trabajan de noche tienen un recinto aparte para dormir sin ser
molestados”. Deben disponer de comidas calientes preparadas cuando terminan de
trabajar por la mañana y antes de comenzar a trabajar por la noche, además de
un refrigerio a la una o dos de la mañana. Deben tener hora y media o dos de
ejercicio al día. Se les exigirá mostrar su pase para acceder a las salas. Es
más necesario para una enfermera de noche que sea regular en sus hábitos si
quiere ser eficiente, y no parece haber razón por la cual el cuidado de noche,
si se hace bien, debería ser más agotador. La regularidad de los hábitos, de
las horas de las comidas, del sueño, del ejercicio y del aseo personal es
condición sine qua non. Resultan necesarios, pues, los descansos ocasionales o
cambios de turno “o una o dos noches al mes de reposo total en la cama para una
enfermera jefe”.
Vacaciones: Todas las enfermeras, sobre todo las
del turno de noche, deben tener vacaciones. Un mes al año no es demasiado. Sin
embargo, las encargadas y todas las mujeres con cargos de gran responsabilidad
necesitan más unas vacaciones anuales siempre y cuando éstas sirvan para
restablecer el vigor del cuerpo y la mente. Ocasionalmente, unas vacaciones de
tres meses podrían resultar además reparadoras.
FOTO 59 Enfermeras del King’s College Hospital, London. 1900
Cómo debe ser una enfermera.
Una buena enfermera debe tener un carácter bondadoso y
cercano al paciente. No hace falta decir que debe ser:
(1) Casta, en el sentido más cristiano de la palabra. A
los más deshonestos les debe resultar imposible pronunciar siquiera una broma
indecente en su presencia. (2) Sobria, tanto de espíritu como en la bebida, y
moderada en todas las formas. (3) Honesta, negándose a aceptar el soborno más
insignificante por parte de pacientes o amigos. (4) Veraz “y ser capaz de decir
la verdad incluye atención y observación” y dotada de gran memoria, para
recordarlo todo detalladamente y así poder expresar con sinceridad lo que ha
observado; así como la intención de decir la verdad, toda la verdad, y nada más
que la verdad. (5) Digna de confianza para llevar a cabo las acciones de manera
inteligente. (6) Puntual y ordenada, teniendo todo listo y en orden antes de
comenzar con las preparaciones de su trabajo sobre el paciente. (7) Tranquila,
aunque enérgica; enérgica pero sin ser atolondrada; discreta sin ser engreída.
(8) Alegre, servicial, confiada; no dejándose desanimar por posibles síntomas
adversos; no deprimiendo al paciente por anticipar un resultado desfavorable.
(9) Limpia y aseada hasta la exquisitez, tanto por el bien del paciente como
por el suyo propio. (10) Considerada con el paciente más que consigo misma;
delicada en distintas ocasiones y necesidades, alegre y amable, paciente,
ingeniosa y habilidosa. La mejor definición puede encontrarse, como siempre, en
Shakespeare, donde dice que para ser una verdadera enfermera hay que ser:
“Tan
amable, tan obediente, diligente,
Tan considerada en sus
quehaceres, leal,
Tan resuelta.”
Un paciente pide de acuerdo a sus necesidades, y no según
la teoría de cualquier enfermera acerca de sus necesidades. Ha de ser
“considerada en sus quehaceres”; pero tiene que tener principios morales. Su
formación debe permitirle obedecer de manera inteligente. La enfermera debe ser
sencilla y centrarse únicamente en el bien del paciente. La enfermera debe ser
siempre amable, pero no excesivamente afectiva. El paciente debe encontrar la
calma en su cuidadora y crear un vínculo de cordialidad, respeto y
comunicación, ya que reprimir las emociones resulta nefasto y limita el
entendimiento mutuo. La enfermera en ningún caso debe demandar reciprocidad al
paciente ni reconocimiento por sus servicios; ya que el mejor servicio que una enfermera puede ofrecer es que el paciente
apenas sea consciente de que es una persona enferma.
Florence Nightingale
FOTO 60 Nurse School.
Estudiantes de enfermería británicas recibiendo formación sobre vendajes, 1910
Este libro se
terminó de imprimir en Bilbao, el 13 de agosto de 2010, coincidiendo con el
centenario de la muerte de Florence Nightingale
Gracias Koldo, por haber rescatado tan
maravillosa obra para que todo el mundo la pueda leer y recuperar una parte de
nuestra historia enfermera.
FOTO 61 Retrato
de Florence Nightingale
Agradecimientos
Koldo Santisteban
Cimarro. Vocal II del Colegio de Enfermería de Bizkaia. In Memoriam
Academia de Ciencias de Enfermería de
Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Colegio de
Enfermería de Bizkaia
Bibliografía
The Wounded Soldier´s Friend. La amiga del soldado herido.
Eliza F. Pollard. 1890. Traducción al castellano: Javier Prieto Goitia. Edición
especial centenario de la muerte de Florence Nightingale. Edita: Colegio de
Enfermería de Bizkaia. Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia.
Coordinador: Koldo Santisteban Cimarro. Impresión: Gestingraf. Diseño y
maquetación: Dosomás. Depósito Legal: BI-2158-2010
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en
Enfermería. Osakidetza, Hospital Universitario Donostia, Gipuzkoa
Insignia
de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de
Enfermería Avanza
Miembro de Eusko
Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la
Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la
Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro no
numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico
de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia –
Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia
de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019
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