CRUZ ROJA FRANCESA
UNIÓN DE MUJERES DE
FRANCIA
Fundada
en 1881, bajo el alto Patronato del Señor Presidente de la República, Ministros
de la Guerra, Marina y Colonias.
Presidente
General señor Henri Galli.
Secretario General el Barón de Anthouard
y el Secretario General Adjunto señor Millot.
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1 Portada del Manual de la Enfermera Hospitalaria, 1931
DOS PALABRAS
PRELIMINARES SOBRE LA CRUZ ROJA, LA UNIÓN DE MUJERES DE FRANCIA Y LA ENSEÑANZA
DE ENFERMERAS EN FRANCIA Y EN ESPAÑA
La
Institución conocida hoy en todo el mundo con el nombre de “La Cruz Roja” tiene por fin primordial
en tiempo de guerra coadyuvar a la acción de la Sanidad del Ejército y de la
Armada; y acudir en tiempo de paz al socorro de las desgracias producidas por
siniestros y calamidades públicas, secundando la acción de las autoridades
gubernativas. De este modo la función humanitaria de la Cruz Roja es de un
carácter permanente, y ninguna obra caritativa puede considerarse extraña a
ella.
La Cruz Roja
subordina todos sus actos a los preceptos de la más acrisolada caridad, no
haciendo distinción nunca de amigos, enemigos o indiferentes entre los que
sufren, y atendiendo a todos con igual solicitud.
“La
Cruz Roja, decía el cardenal Gibons,
primado de los Estados Unidos, lleva sus socorros a los heridos en las
batallas, y en medio de las balas cura con la ternura de una madre o una
hermana a los que caen en el campo del honor, sin distinción de amigos ni
enemigos, católicos o protestantes, cristianos o infieles”.
Uno
de los fines a que la Institución atiende de preferencia en cada nación es el
de organizar e instruir un Cuerpo de
Enfermeras dentro de las necesidades impuestas por el plan general, creando
hospitales y dispensarios que sirvan para la enseñanza del personal del propio
Cuerpo, o utilizando con este fin los establecimientos ya existentes.
¿Cómo nació y se organizó esta importante
Asociación internacional?
Durante
la guerra por la independencia de Italia en 1859, en la que además de esta
nación tomaban parte Francia y Austria, ocurrió la célebre batalla de Solferino, el 24 de junio de 1859. Entre los caritativos
habitantes de Castiglione, que
ayudaban a recoger los restos de ambos ejércitos, muertos y heridos, y
dirigiendo los trabajos, figuraba un ginebrino, Juan Enrique Dunant, ya conocido por sus estudios arqueológicos y
étnicos, y sobre todo por una vida abnegada y consagrada heroicamente a sus
semejantes.
Impresionado
Dunant por “el aterrador aspecto del
campo de batalla, la horrible agonía de los heridos y la insuficiencia de los
servicios sanitarios militares, supo escribir su magnífico libro Un
recuerdo de Solferino, donde refiriendo los horrores presenciados,
abogaba por la formación urgente, en todos los países, de Sociedades de auxilio
que voluntariamente prestasen asistencia a los heridos sin distinción de
nacionalidades. Y este fue el germen de tan benemérita Institución.
“Con
celo de apóstol y vehemencias de iluminados, secundado por una Sociedad de su
país, que formó al efecto un Comité de propaganda, del que Dunant era el alma
como secretario, logró interesar al gran público, a los hombres de ciencia y a
los soberanos de Europa, comenzando por el bondadoso Pío IX, hasta tal punto que 17 naciones y entidades enviaron
representantes a la reunión que se celebró en Ginebra en 1863, donde ,
presididos por el general Dufour, se
establecieron las bases de la naciente Sociedad, siendo una de las más
esenciales “la neutralización del herido y de sus auxiliares”; y se preparó el
inmortal Convenio de Ginebra de 22
de agosto de 1864, suscrito por los representantes diplomáticos de 12
Gobiernos, entre ellos los de Francia y España, que hizo obligatorio y garantizó
todo lo convenido, y que rápidamente ha ido logrando la adhesión del mundo
entero”.
A
este Convenio de 1864 ha substituido después el redactado por la Conferencia
internacional reunida en Ginebra en 11 de junio de 1906, firmado en 6 de julio
del mismo año y aceptado por los Gobiernos de unos 60 Estados. Hay que agregar
a la legislación que rige a la Cruz Roja el Convenio
de La Haya de 29 de julio de 1899, que aplica a la guerra marítima los
principios del Convenio de Ginebra de
1864.
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2 Termocauterio de Paquelin
Dirige
esta vastísima organización el Comité Internacional de Ginebra, y en cada uno
de los Estados signatarios existe una Sociedad Nacional de la Cruz Roja, que se
organiza libremente a sí misma con el beneplácito e intervención de su propio
Gobierno, y a cuyo frente hay una Junta o Asamblea central que asume la
dirección general.
El
escudo de armas de la Institución es el de Suiza con los colores invertidos:
una Cruz
roja en campo blanco, a excepción de la Sociedad otomana, que lleva una
media luna roja, y toma ese nombre. Los únicos signos de la neutralidad
universalmente aceptados y oficialmente garantizados son la bandera y el brazal
blanco con la cruz roja.
España
intervino desde los primeros momentos en la organización de la Cruz Roja,
tomando parte ya en la Conferencia de 1863; y la noble idea tuvo en el coronel
de Sanidad Militar don Nicasio de Landa,
el más entusiasta y eficaz propagandista.
Su
Majestad la reina doña Isabel II, la
acogió con el mayor fervor, y encomendó a una Comisión de la Orden de San Juan de Jerusalén, la
misión de organizar aquí la Institución, quedando constituida la primera
Asamblea bajo la presidencia de S. A. R el infante Sebastián de Borbón y Braganza, gran prior de la Orden de San Juan, el 2 de marzo de
1864; y el 7 de junio de 1870 la Sección Central de Señoras, presidida por la duquesa viuda de Medinaceli.
En
la época de la que estamos hablando, la jefatura suprema de la Cruz Roja
Española la ejerce S. M. el rey Alfonso
XIII y por su delegación, S. M. la reina doña Victoria Eugenia. El gobierno y dirección está a cargo de una
Asamblea Suprema, que preside el comisario regio, Excelentísimo señor Marqués de Hoyos, nombrado por la
Corona, y la Secretaría general el Excelentísimo señor don Juan P. Criado y Domínguez. De esta Junta central dependen
directamente las “Asambleas locales”, extendidas por todo el territorio de la
Monarquía.
España fue la primera
que implantó la novedad de acudir en tiempo de paz en socorro de todas las
calamidades que tienen el carácter de públicas como epidemias, siniestros,
inundaciones, catástrofes ferroviarias, etc.
La Unión de Mujeres de
Francia es una de las tres Sociedades de asistencia militar
que constituyen la Cruz Roja francesa. Las otras dos sociedades son: la Sociedad de Socorros a Heridos militares
y la Asociación de Damas francesas.
Sus fines vienen a ser los mismos que antes se han asignado a la Cruz Roja en
general.
Está
administrada por un Consejo central compuesto de 30 a 70 miembros. Al lado de
este Consejo funcionan cinco Comisiones, cada una presidida por un miembro
elegido de su seno, y que forman el Comité de Dirección.
Delegados
regionales acreditados cerca del Gobierno militar de París, de los Cuerpos de
ejército y de los países de Protectorado, Comités, Subcomités y grupos
completan esta organización.
Como
demostración de la extensión y eficacia de sus actividades bastará apuntar los datos siguientes:
En
el periodo de 1881 – 1914 los socorros distribuidos para remediar diversas
calamidades públicas han ascendido a cinco
millones de francos.
Durante
la gran guerra de 1914 – 1918 ha creado y sostenido 400 hospitales, que representan
32.000 camas y 17.300.300 estancias.
Ha
logrado el concurso benévolo de 775 médicos y 20.000 enfermeras. De ellos 10 médicos y 51 enfermeras han muerto víctimas de su deber; 310 han recibido la
Cruz de Guerra, 51 la Legión de Honor y 70 condecoraciones extranjeras.
Han
facilitado 402 enfermeras a los hospitales militares de Marruecos, 90 al
ejército de Oriente y países aliados, y 70 a Rusia, etc.
El
gasto total de la Unión de Mujeres de Francia durante la guerra, más de la
mitad suministrado por la generosidad pública, ha llegado a la suma de 147 millones de francos.
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3 Aplicación de ventosas
La Unión de Mujeres de
Francia sostiene 31 Centros de enseñanza de Enfermeras
en París, 78 en los Comités regionales y 10 en las colonias, protectorados y
extranjero.
Hay
un primer grado de enseñanza, muy sumario y de carácter principalmente
práctico, que es enteramente facultativo: las alumnas pueden hacer un pequeño
examen que permite obtener el certificado de “Ayudante auxiliar”.
La
enseñanza completa comprende dos grados, terminados cuyos periodos se obtiene
en el primero el certificado de estudios de “Enfermera Hospitalaria” y
en el segundo el diploma de “Enfermera hospitalaria grado superior”.
Un
tercer grado de enseñanza prepara para recibir el diploma del Estado, “Enfermeras
Hospitalarias y Sociales”.
En España,
el primer curso oficial de enseñanza de Enfermeras
de la Cruz Roja se inauguró en Madrid por la Asamblea Suprema el 1 de
febrero de 1915, y la formación de Centros de enseñanza se ha extendido
rápidamente por toda la península.
En Madrid
se utilizan al efecto el magnífico Dispensario y el Hospital de San José y de
Santa Adela, propiedad de la Cruz Roja; y en provincias los establecimientos
análogos de que dispone.
La
Enseñanza de Damas Enfermeras se
efectúa en: Alicante, Alcoy, Almería, Ávila, Algeciras, Badajoz, Barcelona,
Bilbao, Burgos, Cáceres, Cádiz, Cartagena, Castellón, Ceuta, Córdoba, Coruña,
Cuenca, Elche, Ferrol, Gerona, Granada, Guadalajara, Hospitalet, Huelva,
Huesca, Irún, Jaén, Las Palmas, Larache, León, Lérida, Logroño, Mahón, Málaga,
Mataró, Melilla, Murcia, Oviedo, Olot, Palma de Mallorca, Palencia, Pamplona,
Reus, Salamanca, Santander, San Sebastián, Santa Cruz de la Palma, Santa Cruz
de Tenerife, Segovia, Sevilla, Sigüenza, Tarragona, Tolosa, Tetúan (Marruecos),
Toledo, Valencia, Valladolid, Vigo, Zamora y Zaragoza.
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4 Aparato para irrigación continua de las heridas. Recipiente, pinzatubo y
alargadera de cristal. Enfermera en traje de trabajo
La
enseñanza de Enfermeras Profesionales,
como exige el internado, sólo se da en Madrid y Barcelona.
El
Cuerpo de Enfermeras de la Cruz Roja
Española se divide hoy en dos grupos completamente distintos: el de “Damas Enfermeras” (enfermeras
benévolas), y el de “Enfermeras
Profesionales” (retribuidas). Para las primeras rige el Reglamento aprobado
por R. O. del Ministerio de la Guerra de 15 de octubre de 1927, y para las
segundas el aprobado por R. O. del mismo Ministerio de 26 de octubre de 1922.
Las
Damas Enfermeras se dividen en dos
categorías; “de 2ª clase” cuando han seguido y aprobado un curso teórico y
veintiuna sesiones de un curso práctico; y “de 1ª clase” cuando
además han seguido y aprobado otro curso teórico y otro práctico, no menor de
seis meses, de asistencia a hospitales y dispensarios.
Se
debe su creación en España a la feliz iniciativa de S. M. la reina doña
Victoria Eugenia, que viste con frecuencia en los hospitales el blanco uniforme
de Dama Enfermera, así como sus hijas las Serenísimas infantas doña Beatriz y
doña Cristina, que han seguido con todo rigor las enseñanzas y sufrido los
exámenes necesarios para obtener el título.
Las
Enfermeras Profesionales sufren un
examen de ingreso y estudian dos cursos teórico-prácticos, como internas; y una
vez aprobados se las expide el correspondiente título y son destinadas a los
hospitales de la Institución.
Citaremos
solo, para terminar, otro tercer grupo, el de “Enfermeras visitadoras” organizado desde 1923 y formado
principalmente por Damas de la Cruz Roja,
que asisten y ayudan a los pobres enfermos y a los niños con consuelos morales
y recursos materiales; yendo a sus mismas viviendas, cuando ellos no pueden
asistir a los hospitales y dispensarios. Valladolid, marzo de 1931.
Prefacio de la Novena
Edición
La
experiencia adquirida durante la gran guerra, la adaptación de las enfermeras
después de la paz a nuevas necesidades, el desarrollo que ha adquirido la
higiene preventiva en la sociedad moderna, obligaban a introducir nuevos
capítulos en el Manual.
Nuestra
enfermeras no son ya, en efecto, aquellas enfermeras de guerra que no parecían
tener otra ocupación que la de aplicar los vendajes y hacer las curas; hoy son enfermeras de la paz, cuya ciencia debe
ser infinitamente más extensa; ellas serán así, por otra parte, todavía mejores
que las enfermeras de la guerra.
Nuestra
enseñanza no se dirige solamente a mujeres que se preparan para una guerra
eventual, sino también a jóvenes que se preparan para una guerra eventual, sino
también a jóvenes que quieran conocer lo que debe saber una buena madre de
familia, y a mujeres que deseen aprender una profesión para ganarse la vida
como enfermeras de higiene social, enfermeras de régimen o cocineras,
enfermeras escolares o nurses.
Nos
dedicaremos en este manual a las preocupaciones más importantes de las futuras
enfermeras diplomadas, y enseñar todo lo que la enfermera debe saber. Porque
nunca se repetirá bastante la educación de la enfermera no consiste en hacer
falsas sabias, que crean saberlo todo, que hablen de todo y que obren sin
comedimiento ni reflexión.
La
enfermera no debe hacer más manifestaciones a su médico-jefe que las que
Gros-Jean a su cura.
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5 Estufa locomóvil, modelo Geneste-Herscher
La
enfermera debe escucharle, seguirle, ayudarle; pero jamás sustituirle. Su mejor
título es el de ayudante del médico, tan bien definido por el doctor P. Bouloumié (Secretario general
honorario y fundador de la Sección antituberculosa). Son las colaboradoras más
modestas las que nos rinden los mayores servicios, cuando tienen inteligencia,
maña, disciplina y corazón.
Es
maravilloso observar cómo una buena enfermera que obra y no habla, que se
olvida de sí misma para no pensar más que en sus enfermos, y cuyos actos están
dirigidos por el ardiente deseo de aliviar y sanar a los que están a su
cuidado, puede transformar en poco tiempo el servicio de un hospital, haciendo
que reine la limpieza, imponiendo la tranquilidad y devolviendo la confianza y
la esperanza a los enfermos más graves. Lo que la enfermera puede realizar sólo
por su bondad, su paciencia y su abnegación, ninguna otra persona podría
conseguirlo. El médico dispone los medios; pero la enfermera los aplica con un
corazón de madre o de hermana, y de este modo a veces realiza curaciones que
parecen milagrosas.
Los
estudios cada vez son más largos y complicados. Es en los cursos, en las
estancias en el hospital, en el dispensario, en las consultas especiales donde
principalmente se forma la enfermera hábil. Únicamente allí aprende a manejar
al enfermo o al herido; a hablarle, a distraerle, a alimentarle y a practicar
esas múltiples pequeñas operaciones médico-quirúrgicas que han de continuarse
de día y de noche.
Tanto
mal podría hacer su impericia como bien puede hacer su habilidad. Formad por
consiguiente vuestro espíritu, ejercitad vuestras manos y, sobre todo, cultivad
en vuestro corazón el olvido de vosotras mismas y la ardiente pasión de curar. De
este modo llegaréis a ser émulas y las colaboradoras de vuestras antepasadas,
de aquellas mujeres admirables que soportaron con tanto heroísmo las fatigas y
las angustias de la guerra, y que hoy distribuyen la higiene, la salud y la
esperanza entre los débiles, los enfermos y los desheredados del mundo. Marcel Labbé.
MISIÓN Y FUNCIONES DE
LA ENFERMERA DE HOSPITAL
La
misión de la enfermera, tanto en el hospital como fuera de él, es servir al
enfermo, velando constantemente sobre él y sobre todo lo que le rodea, y
socorrer al médico, ayudándole asidua y dócilmente.
La
misión del médico es dirigir y prescribir lo necesario; la de la enfermera
consiste únicamente en ajustarse a la dirección dada y en ejecutar o hacer que
se ejecuten las prescripciones.
A
ella le corresponde el cuidado de poner en práctica todos aquellos pequeños
medios tan útiles para aliviar al enfermo, para hacerle su situación menos
penosa y para conseguir su curación.
“Es
preciso, dice Hipócrates, el padre de la Medicina, no solamente hacer uno mismo
lo que conviene, sino, además, ser secundado por el enfermo, por los que le
cuidan y por las cosas exteriores”. Para enseñaros a secundar al médico y para
hacer un buen uso de las cosas exteriores es para lo que se os da esta
enseñanza. Ella constituye un todo, del cual cada parte tiene su utilidad;
vosotras debéis prestar a todas la misma atención.
Si
en las lecciones se os dan algunas nociones de Anatomía y de Fisiología, de
Higiene, de Farmacia, de Medicina y hasta de Cirugía, de cuidados a los
enfermos y a los heridos, es únicamente para que podáis cumplir vuestra misión
de ayudar al médico.
Estas
sumarias nociones os permitirán apreciar al mismo tiempo cuándo más extenso
debe de ser el saber del médico o del cirujano, y en qué peligro puede poner al
enfermo o al herido la intervención activa de la enfermera sin aquéllos o fuera
de sus prescripciones.
No
os permitáis nunca usurpar las atribuciones del médico; no os entreguéis a
prácticas que a veces han podido estar calificadas como ejercicio ilegal de la
Medicina. Además caer bajo el peso de la ley, sería una falta de las más
reprensibles a vuestros deberes para con los médicos, para con la sociedad, que
os ha otorgado el certificado o el diploma y, sobre todo, para con los enfermos,
a quienes os expondríais a ser más perjudiciales que útiles.
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6 Cama mecánica
Tendréis
que vigilar, con un cuidado muy particular, todo lo referente a la higiene
física y moral del enfermo. No olvidaréis nunca que los cuidados de limpieza y
desinfección deben de exigirse tanto al personal del hospital como a los
enfermos, y que la enfermera debe dar a todos, ejemplo de la más escrupulosa
limpieza. De estos cuidados de limpieza y de las minuciosas precauciones
antisépticas o asépticas que hayáis tomado dependen, como vosotras mismas
veréis, la curación o la muerte del herido. La responsabilidad de la enfermera
y la importancia de su misión son, pues, inmensas en semejante caso.
También
es muy importante el papel de la enfermera en la convalecencia, que exige una
vigilancia muy especial; pero no insisto en ello, puesto que estos diversos
puntos van a ser considerados y tratados en las lecciones sobre higiene y
cuidados a los enfermos.
Hay,
en cambio, una parte considerable de vuestras atribuciones, las que pertenecen
el orden moral tanto como al material, sobre las cuales voy a fijar unos
instantes vuestras atribuciones, las que pertenecen al orden moral tanto como
al material, sobre las cuales voy a fijar unos instantes vuestra atención.
Actitud de la enfermera
de hospital junto a los enfermos
Por
estas palabras hay que atender, tanto la actitud física como la actitud moral. Una
enfermera debe hacer todo con miras al enfermo, ha de evitarle toda fatiga, toda
preocupación; siempre debe de estar a su servicio sin desplegar un celo
fatigante e intempestivo; todo lo que ella hace debe estar bien pensado, bien
ordenado, y ejecutado con precisión.
Debe
colocarse a la vista del enfermo para poderle vigilar y ver cualquier seña que
éste la haga para llamarla; debería ocuparse en alguna labor regular, un poco
lenta, y en todo caso que se pueda hacer sin ruido, sin cambiarse de sitio, sin
grandes movimientos las labores de tapicería y bordado son las más a propósito.
Deben
evitarse todos los ruidos inútiles, y los que sean inevitables deben reducirse
lo más posible. Los menores ruidos, efectivamente, son ocasión de fatiga, de
nerviosidad, a veces de que el enfermo despierte con sobresalto y emoción; un
vestido que cruje, un calzado que rechina, una puerta que hace ruido en los
goznes, celosías y persianas que se golpean y cansan siempre, y a veces
exasperan al enfermo; es absolutamente necesario que le sean evitados todos
esos ruidos.
Tanto
por su actitud como por sus actos, la enfermera debe inspirar gran confianza al
enfermo. Debe ser sosegada, diligente sin afectación ni agitación, estar segura
de sí misma y sabiendo siempre cuando se pone en movimiento lo que va a hacer y
cómo lo va a hacer. Debe obrar de esta manera inspirará confianza al enfermo,
tanto como por la atención sostenida con que se ocupará de él para que nada le
falte, que todo suceda en el momento deseado, y que ninguna inquietud pueda
suscitarse en el espíritu del que ella cuida.
Es
preciso evitar en la habitación del enfermo todo cuchicheo, toda conversación
de aire y de tono misterioso, sea con los de alrededor o con el médico, para no
fatigar o preocupar al enfermo.
No
se debe nunca pensar en alta voz, es decir, hablar sin saber exactamente lo que
se quiere decir y hacer. No se debe tampoco hablar muy alto a un enfermo, o
interpelarle bruscamente. Tampoco se debe despertarle de repente o en el primer
sueño, hablarle demasiado, ni excitar su atención con pretexto de distraerle,
en el momento en que él debe dormir y descansar.
Se
debe evitar hacer preguntas reiteradas al enfermo sobre su estado, y fatigarle
inútilmente con el pretexto o la razón del interés que se tiene por él. Saber
dejar al enfermo tranquilo es una gran cosa, y una cosa rara aún por parte de
las personas más inteligentes. Estar allí, siempre atenta para adivinar sus
deseos y conformarse con ellos si son compatibles con los cuidados que exige su
estado, para hacer todo lo que se ha prescrito, y para aprovechar el momento de
hacerlo sin fatigarle, para prestarle espontáneamente, o al pedirlo el enfermo,
tales o cuales pequeños cuidados según las circunstancias, y hacerlo todo con
oportunidad y acierto: he aquí el papel y el deber de toda enfermera.
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7 Lavado de estómago (Tuffier Desfosses)
Sobre
todo, cuando un enfermo está débil, conviene no hablarle en voz muy baja para
no obligarle a hacer un esfuerzo para entender, y es preciso decirle claramente
lo que se quiere y no hablarle como se habla a un niño, lo que se hace con
frecuencia; es preciso no hablarle mucho tiempo, ni dejarle responder muy
extensamente. No conviene entrar en discusión con él; si él protesta contra lo
que se dice o se hace, conviene con dulzura, pero con energía, hacerle
comprender claramente lo que se quiere, y por qué es necesario que él se someta
a ello.
Cuando
el enfermo va mejor, se puede prolongar la conversación contándole cosas que
tengan interés para él, pero evitando todo lo que pueda emocionarle o
sobreexcitarle; contarle lo que dicen los periódicos, lo que se ha visto en los
viajes, etc., pero no cansarle con largas charlas o con narraciones
inoportunas.
Más
adelante se le lee sobre asuntos bien elegidos y bien expuestos, articulando
claramente y con voz suficientemente alta. Estas lecturas se eligen de antemano
según el gusto y la educación del enfermo.
Los
primeros libros que se entregan a los enfermos son libros ilustrados que
distraen sin fatigar. Se puede después, progresivamente, permitir algunas
lecturas y algunos trabajos manuales.
Por
último, cuando el enfermo se levanta, es preciso al principio evitar el
hablarle cuando está de pie o andando, y evitar que se mezcle en seguida en las
conversaciones generales y se fatigue de cualquier modo, porque la fatiga puede
traer de nuevo la fiebre y gastar inútilmente las fuerzas que empiezan a
recobrarse.
Visitas
Tendréis
que vigilar las visitas que se hagan a los enfermos; deben reglamentarse con
cuidado; el número de ellas y su duración deben variar según el estado del
enfermo; y a veces hay hasta que suprimirlas por completo. El que visita debe
siempre colocarse enfrente del enfermo, hablar poco, articular con claridad;
escuchar bien y nunca discutir, y evitar todo comentario que se refiera a la
enfermedad y a sus consecuencias, o al tratamiento seguido, como no sea para
animar al enfermo a continuarle con confianza. Los juicios del visitador sobre
estas materias podrían no estar de cauerdo con lo que ha dicho el médico o sus
ayudantes, y quitarle la confianza, que es un elemento importante para la
curación.
La
persona encargada de cuidar al enfermo es a la que pertenece el derecho de
hacer que la visita cese en el momento en que vea en él los primeros indicios
de cansancio.
En
el caso de enfermedad grave, pero curable, o de enfermedad incurable, pero de
desenlace un poco lejano, o en las que el enfermo se hace ilusiones respecto a
su estado, es necesario emplear con discernimiento todos los medios posibles
para levantar su estado moral.
Sacarle
de la indiferencia y de la pasividad en que le ha dejado la enfermedad es
indispensable para su curación, cuando ésta es posible.
En
los hospitales militares, la perspectiva de una licencia de convalecencia, de
un retorno próximo a su casa, de una pensión que le permitirá vivir
decorosamente y al abrigo de la miseria, de una recompensa, medalla,
condecoración, citación honorífica, etc., son muchas veces de una gran ayuda, y
en ciertos casos hasta el asegurarlos formalmente una curación próxima.
Cuando
el enfermo sabe que no tiene remedio, no hay que usar de estos medios más que
con mucho tacto, pues pueden resultar contrarios al fin que se desea,
haciéndole perder la confianza que tiene en los que le cuidan. Entonces, para
levantar su ánimo, se le debe hablar de una duración de su vida mucho más larga
que lo que él piensa, de las paradas y remisiones que ocurren siempre en la marcha
de las enfermedades, de las modificaciones posibles y probables en tal o cual
ocasión; y si tiene creencias religiosas se le dirige hábilmente para que
busque fortaleza y consuelo en la práctica de sus deberes religiosas.
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8 Modo de poner una lavativa
Convalecencia
En
la convalecencia el papel de la enfermera es muy grande; bien desempeñado puede
adelantar y traer la curación definitiva; mal desempeñado puede favorecer las
recaídas, y hasta ser causa de muerte para los que acaban de escapar de ella.
Es
necesario durante ese periodo, intermedio entre la enfermedad y la salud,
vigilar el funcionamiento regular de todos los órganos, que renacen, por
decirlo así, o recobran su actividad perturbada o suspendida después de un
tiempo más o menos largo.
Hace
falta economizar escrupulosamente las fuerzas del convaleciente: ¡tiene todavía
tan pocas, y tiene tantas que recuperar! Por eso hace falta tenerle echado o
hacerle reposar más o menos veces durante el día y vigilarle de cerca, sin
llegar a molestarle, para prever el momento en que va a llegar el cansancio, y
no esperar para hacerle reposar a que ya haya llegado. Los músculos, en este
primer periodo, se cansan pronto, y los dolores de fatiga se manifiestan con
facilidad.
En
los primeros días de la convalecencia hay que temer los síncopes, que pueden
ser provocados por la debilidad y la anemia del cerebro, que es su
consecuencia, al hacer un movimiento brusco, al levantarse o dar la vuelta, y
algunas veces por una emoción un poco fuerte.
A
veces se debe estimular el apetito, pero más generalmente moderarlo, y se debe
ejercer la más estricta vigilancia en este último caso, con el convaleciente,
sobre todo si acaba de salir de una enfermedad del tubo digestivo. Una
indigestión, por defecto de la calidad o por exceso de cantidad del alimento,
puede provocar una recaída, grave en algunos casos y que siempre trae una
prolongación del estado morboso.
Se
deben tomar todas las precauciones para respetar el sueño; esto es
indispensable para el restablecimiento del sistema nervioso y de todas las
funciones, puesto que todas más o menos directamente dependen de él.
Agonía y defunción
La
misión de la enfermera no cesa junto a un enfermo que agoniza: todo lo
contrario, y lo mismo en una casa particular que en un hospital. En una
familia, ella deberá conservar su serenidad en medio de las lamentaciones de
los parientes; deberá evitar lo más posible al moribundo estas emociones tan
dolorosas de los últimos momentos y dar ella el tono con su corrección y con la
calma de su actitud, demostrando que ella obra y ordena por el interés del
enfermo. Evitará particularmente que se dirijan al moribundo, llamándole,
hablándole en alta voz para excitar su tención, y sobre todo que le hagan esta
pregunta: ¿Me conoce usted bien, no es verdad? “Soy fulano de tal”, etc. Por un
sentimiento de egoísmo irreflexivo, se han perturbado muchas veces los últimos
momentos de un moribundo, para apreciar más o menos exactamente su estado y la
inminencia de la muerte.
Otras
veces entre los de la familia o los que le rodean, alguien llora y se lamenta,
y si la respiración se detiene un momento, si hay alteración en el rostro, si
hay muerte aparente, grita: “¡Se ha muerto!” ¡Esto ha terminado!, etc. La
enfermera no debe olvidar que si al moribundo no le queda fuerza para hablar,
le queda la facultad de oír. Desconfiad siempre de la conversación y a veces de
la agudeza del sentido del oído en los enfermos y en los moribundos. Entre
éstos, delante de los que se decía: ¡Está muerto”, algunos han contestado con
débil voz: “¡Todavía no!”.
En
el hospital particularmente, la enfermera debe siempre cuidar de que los
moribundos estén rodeados de todas las consideraciones que le son debidas; debe
hacer que su cama esté aislada con biombos, y siempre que le sea posible no
abandonará la sala hasta después de la muerte. Ella estará todo el tiempo que
dure la agonía, al alcance del enfermo para prestarle ayuda o para recibir en
caso de necesidad sus confidencias.
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9 Hospital Pasteur, interior de un pabellón
Cuando
ha llegado la muerte, tiene que informar inmediatamente al médico de guardia, y
llevar el certificado del difunto a las oficinas donde se cumplen todas las
formalidades administrativas.
Después,
la enfermera dirige las diversas operaciones que exige el levantar el cadáver,
y hace que se transporte al depósito a la hora indicada por el médico. Exigirá
en todos estos actos el mayor decoro, y la mayor reserva: la enfermera debe
procurar que los demás enfermos no vean el cadáver de su compañero. Cuando en
seguida vuelve a la sala, hace quitar y reemplazar la ropa de la cama donde ha
muerto el enfermo, tomando en estas operaciones todas las medidas antisépticas
que están prescritas.
No
olvidéis jamás en el curso de vuestra noble misión que tenéis en vuestras manos
la vida del enfermo que se os ha confiado, que a su lado vuestro papel es el de
una magnífica enfermera.
Doctor P. Bouloumié.
Secretario general honorario y fundador de la Sección antituberculosa.
Bibliografía
Manual
de la Enfermera Hospitalaria. Cruz Roja Francesa. Unión de Mujeres de Francia.
Redactado bajo la dirección de la Comisión Médica de Enseñanza. Traducido del
francés y anotado por María de Corral. Dama Enfermera de 1ª Clase de la Cruz
Roja Española. Espasa Calpe, S. A. Bilbao 1931
AUTOR:
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en
Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI - Donostialdea. Osakidetza-
Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro
de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de
Enfermería Avanza
Miembro de Eusko
Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la
Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la
Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro
Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en
México AHFICEN, A.C.
Miembro no
numerario de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. (RSBAP)
1 comentario:
Como enfermero que soy, y ademas muy interesado en el mundo de la Cruz ROja y su Cuerpo de Enfermeras, me parece muy interesante el articulo. Y por supuesto el Blog en general.
Solo una pregunta... ¿Era necesario traducir al español el nombre de Juan Enrique Dunant? jeje
Santiago Rodríguez
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