viernes, 21 de septiembre de 2018

MANUAL DE LA ENFERMERA HOSPITALARIA 1931


CRUZ ROJA FRANCESA

UNIÓN DE MUJERES DE FRANCIA

Fundada en 1881, bajo el alto Patronato del Señor Presidente de la República, Ministros de la Guerra, Marina y Colonias.

Presidente General señor Henri Galli. Secretario General el Barón de Anthouard y el Secretario General Adjunto señor Millot.


FOTO 1 Portada del Manual de la Enfermera Hospitalaria, 1931

DOS PALABRAS PRELIMINARES SOBRE LA CRUZ ROJA, LA UNIÓN DE MUJERES DE FRANCIA Y LA ENSEÑANZA DE ENFERMERAS EN FRANCIA Y EN ESPAÑA

La Institución conocida hoy en todo el mundo con el nombre de “La Cruz Roja” tiene por fin primordial en tiempo de guerra coadyuvar a la acción de la Sanidad del Ejército y de la Armada; y acudir en tiempo de paz al socorro de las desgracias producidas por siniestros y calamidades públicas, secundando la acción de las autoridades gubernativas. De este modo la función humanitaria de la Cruz Roja es de un carácter permanente, y ninguna obra caritativa puede considerarse extraña a ella.

La Cruz Roja subordina todos sus actos a los preceptos de la más acrisolada caridad, no haciendo distinción nunca de amigos, enemigos o indiferentes entre los que sufren, y atendiendo a todos con igual solicitud.

“La Cruz Roja, decía el cardenal Gibons, primado de los Estados Unidos, lleva sus socorros a los heridos en las batallas, y en medio de las balas cura con la ternura de una madre o una hermana a los que caen en el campo del honor, sin distinción de amigos ni enemigos, católicos o protestantes, cristianos o infieles”.

Uno de los fines a que la Institución atiende de preferencia en cada nación es el de organizar e instruir un Cuerpo de Enfermeras dentro de las necesidades impuestas por el plan general, creando hospitales y dispensarios que sirvan para la enseñanza del personal del propio Cuerpo, o utilizando con este fin los establecimientos ya existentes.

¿Cómo nació y se organizó esta importante Asociación internacional?
Durante la guerra por la independencia de Italia en 1859, en la que además de esta nación tomaban parte Francia y Austria, ocurrió la célebre batalla de Solferino, el 24 de junio de 1859. Entre los caritativos habitantes de Castiglione, que ayudaban a recoger los restos de ambos ejércitos, muertos y heridos, y dirigiendo los trabajos, figuraba un ginebrino, Juan Enrique Dunant, ya conocido por sus estudios arqueológicos y étnicos, y sobre todo por una vida abnegada y consagrada heroicamente a sus semejantes.

Impresionado Dunant por “el aterrador aspecto del campo de batalla, la horrible agonía de los heridos y la insuficiencia de los servicios sanitarios militares, supo escribir su magnífico libro Un recuerdo de Solferino, donde refiriendo los horrores presenciados, abogaba por la formación urgente, en todos los países, de Sociedades de auxilio que voluntariamente prestasen asistencia a los heridos sin distinción de nacionalidades. Y este fue el germen de tan benemérita Institución.

“Con celo de apóstol y vehemencias de iluminados, secundado por una Sociedad de su país, que formó al efecto un Comité de propaganda, del que Dunant era el alma como secretario, logró interesar al gran público, a los hombres de ciencia y a los soberanos de Europa, comenzando por el bondadoso Pío IX, hasta tal punto que 17 naciones y entidades enviaron representantes a la reunión que se celebró en Ginebra en 1863, donde , presididos por el general Dufour, se establecieron las bases de la naciente Sociedad, siendo una de las más esenciales “la neutralización del herido y de sus auxiliares”; y se preparó el inmortal Convenio de Ginebra de 22 de agosto de 1864, suscrito por los representantes diplomáticos de 12 Gobiernos, entre ellos los de Francia y España, que hizo obligatorio y garantizó todo lo convenido, y que rápidamente ha ido logrando la adhesión del mundo entero”.

A este Convenio de 1864 ha substituido después el redactado por la Conferencia internacional reunida en Ginebra en 11 de junio de 1906, firmado en 6 de julio del mismo año y aceptado por los Gobiernos de unos 60 Estados. Hay que agregar a la legislación que rige a la Cruz Roja el Convenio de La Haya de 29 de julio de 1899, que aplica a la guerra marítima los principios del Convenio de Ginebra de 1864.


FOTO 2 Termocauterio de Paquelin

Dirige esta vastísima organización el Comité Internacional de Ginebra, y en cada uno de los Estados signatarios existe una Sociedad Nacional de la Cruz Roja, que se organiza libremente a sí misma con el beneplácito e intervención de su propio Gobierno, y a cuyo frente hay una Junta o Asamblea central que asume la dirección general.

El escudo de armas de la Institución es el de Suiza con los colores invertidos: una Cruz roja en campo blanco, a excepción de la Sociedad otomana, que lleva una media luna roja, y toma ese nombre. Los únicos signos de la neutralidad universalmente aceptados y oficialmente garantizados son la bandera y el brazal blanco con la cruz roja.

España intervino desde los primeros momentos en la organización de la Cruz Roja, tomando parte ya en la Conferencia de 1863; y la noble idea tuvo en el coronel de Sanidad Militar don Nicasio de Landa, el más entusiasta y eficaz propagandista.

Su Majestad la reina doña Isabel II, la acogió con el mayor fervor, y encomendó a una Comisión de la Orden de San Juan de Jerusalén, la misión de organizar aquí la Institución, quedando constituida la primera Asamblea bajo la presidencia de S. A. R el infante Sebastián de Borbón y Braganza, gran prior de la Orden de San Juan, el 2 de marzo de 1864; y el 7 de junio de 1870 la Sección Central de Señoras, presidida por la duquesa viuda de Medinaceli.

En la época de la que estamos hablando, la jefatura suprema de la Cruz Roja Española la ejerce S. M. el rey Alfonso XIII y por su delegación, S. M. la reina doña Victoria Eugenia. El gobierno y dirección está a cargo de una Asamblea Suprema, que preside el comisario regio, Excelentísimo señor Marqués de Hoyos, nombrado por la Corona, y la Secretaría general el Excelentísimo señor don Juan P. Criado y Domínguez. De esta Junta central dependen directamente las “Asambleas locales”, extendidas por todo el territorio de la Monarquía.

España fue la primera que implantó la novedad de acudir en tiempo de paz en socorro de todas las calamidades que tienen el carácter de públicas como epidemias, siniestros, inundaciones, catástrofes ferroviarias, etc.

La Unión de Mujeres de Francia es una de las tres Sociedades de asistencia militar que constituyen la Cruz Roja francesa. Las otras dos sociedades son: la Sociedad de Socorros a Heridos militares y la Asociación de Damas francesas. Sus fines vienen a ser los mismos que antes se han asignado a la Cruz Roja en general.

Está administrada por un Consejo central compuesto de 30 a 70 miembros. Al lado de este Consejo funcionan cinco Comisiones, cada una presidida por un miembro elegido de su seno, y que forman el Comité de Dirección.

Delegados regionales acreditados cerca del Gobierno militar de París, de los Cuerpos de ejército y de los países de Protectorado, Comités, Subcomités y grupos completan esta organización.

Como demostración de la extensión y eficacia de sus actividades  bastará apuntar los datos siguientes:
En el periodo de 1881 – 1914 los socorros distribuidos para remediar diversas calamidades públicas han ascendido a cinco millones de francos.
Durante la gran guerra de 1914 – 1918 ha creado y sostenido 400 hospitales, que representan 32.000 camas y 17.300.300 estancias.
Ha logrado el concurso benévolo de 775 médicos y 20.000 enfermeras. De ellos 10 médicos y 51 enfermeras han muerto víctimas de su deber; 310 han recibido la Cruz de Guerra, 51 la Legión de Honor y 70 condecoraciones extranjeras.
Han facilitado 402 enfermeras a los hospitales militares de Marruecos, 90 al ejército de Oriente y países aliados, y 70 a Rusia, etc.

El gasto total de la Unión de Mujeres de Francia durante la guerra, más de la mitad suministrado por la generosidad pública, ha llegado a la suma de 147 millones de francos.


FOTO 3 Aplicación de ventosas

La Unión de Mujeres de Francia sostiene 31 Centros de enseñanza de Enfermeras en París, 78 en los Comités regionales y 10 en las colonias, protectorados y extranjero.

Hay un primer grado de enseñanza, muy sumario y de carácter principalmente práctico, que es enteramente facultativo: las alumnas pueden hacer un pequeño examen que permite obtener el certificado de “Ayudante auxiliar”.

La enseñanza completa comprende dos grados, terminados cuyos periodos se obtiene en el primero el certificado de estudios de “Enfermera Hospitalaria” y en el segundo el diploma de “Enfermera hospitalaria grado superior”.

Un tercer grado de enseñanza prepara para recibir el diploma del Estado, “Enfermeras Hospitalarias y Sociales”.

En España, el primer curso oficial de enseñanza de Enfermeras de la Cruz Roja se inauguró en Madrid por la Asamblea Suprema el 1 de febrero de 1915, y la formación de Centros de enseñanza se ha extendido rápidamente por toda la península.

En Madrid se utilizan al efecto el magnífico Dispensario y el Hospital de San José y de Santa Adela, propiedad de la Cruz Roja; y en provincias los establecimientos análogos de que dispone.

La Enseñanza de Damas Enfermeras se efectúa en: Alicante, Alcoy, Almería, Ávila, Algeciras, Badajoz, Barcelona, Bilbao, Burgos, Cáceres, Cádiz, Cartagena, Castellón, Ceuta, Córdoba, Coruña, Cuenca, Elche, Ferrol, Gerona, Granada, Guadalajara, Hospitalet, Huelva, Huesca, Irún, Jaén, Las Palmas, Larache, León, Lérida, Logroño, Mahón, Málaga, Mataró, Melilla, Murcia, Oviedo, Olot, Palma de Mallorca, Palencia, Pamplona, Reus, Salamanca, Santander, San Sebastián, Santa Cruz de la Palma, Santa Cruz de Tenerife, Segovia, Sevilla, Sigüenza, Tarragona, Tolosa, Tetúan (Marruecos), Toledo, Valencia, Valladolid, Vigo, Zamora y Zaragoza.


FOTO 4 Aparato para irrigación continua de las heridas. Recipiente, pinzatubo y alargadera de cristal. Enfermera en traje de trabajo

La enseñanza de Enfermeras Profesionales, como exige el internado, sólo se da en Madrid y Barcelona.

El Cuerpo de Enfermeras de la Cruz Roja Española se divide hoy en dos grupos completamente distintos: el de “Damas Enfermeras” (enfermeras benévolas), y el de “Enfermeras Profesionales” (retribuidas). Para las primeras rige el Reglamento aprobado por R. O. del Ministerio de la Guerra de 15 de octubre de 1927, y para las segundas el aprobado por R. O. del mismo Ministerio de 26 de octubre de 1922.

Las Damas Enfermeras se dividen en dos categorías; “de 2ª clase” cuando han seguido y aprobado un curso teórico y veintiuna sesiones de un curso práctico; y “de 1ª clase” cuando además han seguido y aprobado otro curso teórico y otro práctico, no menor de seis meses, de asistencia a hospitales y dispensarios.

Se debe su creación en España a la feliz iniciativa de S. M. la reina doña Victoria Eugenia, que viste con frecuencia en los hospitales el blanco uniforme de Dama Enfermera, así como sus hijas las Serenísimas infantas doña Beatriz y doña Cristina, que han seguido con todo rigor las enseñanzas y sufrido los exámenes necesarios para obtener el título.

Las Enfermeras Profesionales sufren un examen de ingreso y estudian dos cursos teórico-prácticos, como internas; y una vez aprobados se las expide el correspondiente título y son destinadas a los hospitales de la Institución.

Citaremos solo, para terminar, otro tercer grupo, el de “Enfermeras visitadoras” organizado desde 1923 y formado principalmente por Damas de la Cruz Roja, que asisten y ayudan a los pobres enfermos y a los niños con consuelos morales y recursos materiales; yendo a sus mismas viviendas, cuando ellos no pueden asistir a los hospitales y dispensarios. Valladolid, marzo de 1931.

Prefacio de la Novena Edición
La experiencia adquirida durante la gran guerra, la adaptación de las enfermeras después de la paz a nuevas necesidades, el desarrollo que ha adquirido la higiene preventiva en la sociedad moderna, obligaban a introducir nuevos capítulos en el Manual.

Nuestra enfermeras no son ya, en efecto, aquellas enfermeras de guerra que no parecían tener otra ocupación que la de aplicar los vendajes y hacer las curas; hoy son enfermeras de la paz, cuya ciencia debe ser infinitamente más extensa; ellas serán así, por otra parte, todavía mejores que las enfermeras de la guerra.

Nuestra enseñanza no se dirige solamente a mujeres que se preparan para una guerra eventual, sino también a jóvenes que se preparan para una guerra eventual, sino también a jóvenes que quieran conocer lo que debe saber una buena madre de familia, y a mujeres que deseen aprender una profesión para ganarse la vida como enfermeras de higiene social, enfermeras de régimen o cocineras, enfermeras escolares o nurses.

Nos dedicaremos en este manual a las preocupaciones más importantes de las futuras enfermeras diplomadas, y enseñar todo lo que la enfermera debe saber. Porque nunca se repetirá bastante la educación de la enfermera no consiste en hacer falsas sabias, que crean saberlo todo, que hablen de todo y que obren sin comedimiento ni reflexión.

La enfermera no debe hacer más manifestaciones a su médico-jefe que las que Gros-Jean a su cura.


FOTO 5 Estufa locomóvil, modelo Geneste-Herscher

La enfermera debe escucharle, seguirle, ayudarle; pero jamás sustituirle. Su mejor título es el de ayudante del médico, tan bien definido por el doctor P. Bouloumié (Secretario general honorario y fundador de la Sección antituberculosa). Son las colaboradoras más modestas las que nos rinden los mayores servicios, cuando tienen inteligencia, maña, disciplina y corazón.

Es maravilloso observar cómo una buena enfermera que obra y no habla, que se olvida de sí misma para no pensar más que en sus enfermos, y cuyos actos están dirigidos por el ardiente deseo de aliviar y sanar a los que están a su cuidado, puede transformar en poco tiempo el servicio de un hospital, haciendo que reine la limpieza, imponiendo la tranquilidad y devolviendo la confianza y la esperanza a los enfermos más graves. Lo que la enfermera puede realizar sólo por su bondad, su paciencia y su abnegación, ninguna otra persona podría conseguirlo. El médico dispone los medios; pero la enfermera los aplica con un corazón de madre o de hermana, y de este modo a veces realiza curaciones que parecen milagrosas.

Los estudios cada vez son más largos y complicados. Es en los cursos, en las estancias en el hospital, en el dispensario, en las consultas especiales donde principalmente se forma la enfermera hábil. Únicamente allí aprende a manejar al enfermo o al herido; a hablarle, a distraerle, a alimentarle y a practicar esas múltiples pequeñas operaciones médico-quirúrgicas que han de continuarse de día y de noche.

Tanto mal podría hacer su impericia como bien puede hacer su habilidad. Formad por consiguiente vuestro espíritu, ejercitad vuestras manos y, sobre todo, cultivad en vuestro corazón el olvido de vosotras mismas y la ardiente pasión de curar. De este modo llegaréis a ser émulas y las colaboradoras de vuestras antepasadas, de aquellas mujeres admirables que soportaron con tanto heroísmo las fatigas y las angustias de la guerra, y que hoy distribuyen la higiene, la salud y la esperanza entre los débiles, los enfermos y los desheredados del mundo. Marcel Labbé.

MISIÓN Y FUNCIONES DE LA ENFERMERA DE HOSPITAL

La misión de la enfermera, tanto en el hospital como fuera de él, es servir al enfermo, velando constantemente sobre él y sobre todo lo que le rodea, y socorrer al médico, ayudándole asidua y dócilmente.

La misión del médico es dirigir y prescribir lo necesario; la de la enfermera consiste únicamente en ajustarse a la dirección dada y en ejecutar o hacer que se ejecuten las prescripciones.

A ella le corresponde el cuidado de poner en práctica todos aquellos pequeños medios tan útiles para aliviar al enfermo, para hacerle su situación menos penosa y para conseguir su curación.

“Es preciso, dice Hipócrates, el padre de la Medicina, no solamente hacer uno mismo lo que conviene, sino, además, ser secundado por el enfermo, por los que le cuidan y por las cosas exteriores”. Para enseñaros a secundar al médico y para hacer un buen uso de las cosas exteriores es para lo que se os da esta enseñanza. Ella constituye un todo, del cual cada parte tiene su utilidad; vosotras debéis prestar a todas la misma atención.

Si en las lecciones se os dan algunas nociones de Anatomía y de Fisiología, de Higiene, de Farmacia, de Medicina y hasta de Cirugía, de cuidados a los enfermos y a los heridos, es únicamente para que podáis cumplir vuestra misión de ayudar al médico.

Estas sumarias nociones os permitirán apreciar al mismo tiempo cuándo más extenso debe de ser el saber del médico o del cirujano, y en qué peligro puede poner al enfermo o al herido la intervención activa de la enfermera sin aquéllos o fuera de sus prescripciones.

No os permitáis nunca usurpar las atribuciones del médico; no os entreguéis a prácticas que a veces han podido estar calificadas como ejercicio ilegal de la Medicina. Además caer bajo el peso de la ley, sería una falta de las más reprensibles a vuestros deberes para con los médicos, para con la sociedad, que os ha otorgado el certificado o el diploma y, sobre todo, para con los enfermos, a quienes os expondríais a ser más perjudiciales que útiles.


FOTO 6 Cama mecánica

Tendréis que vigilar, con un cuidado muy particular, todo lo referente a la higiene física y moral del enfermo. No olvidaréis nunca que los cuidados de limpieza y desinfección deben de exigirse tanto al personal del hospital como a los enfermos, y que la enfermera debe dar a todos, ejemplo de la más escrupulosa limpieza. De estos cuidados de limpieza y de las minuciosas precauciones antisépticas o asépticas que hayáis tomado dependen, como vosotras mismas veréis, la curación o la muerte del herido. La responsabilidad de la enfermera y la importancia de su misión son, pues, inmensas en semejante caso.

También es muy importante el papel de la enfermera en la convalecencia, que exige una vigilancia muy especial; pero no insisto en ello, puesto que estos diversos puntos van a ser considerados y tratados en las lecciones sobre higiene y cuidados a los enfermos.

Hay, en cambio, una parte considerable de vuestras atribuciones, las que pertenecen el orden moral tanto como al material, sobre las cuales voy a fijar unos instantes vuestras atribuciones, las que pertenecen al orden moral tanto como al material, sobre las cuales voy a fijar unos instantes vuestra atención.

Actitud de la enfermera de hospital junto a los enfermos

Por estas palabras hay que atender, tanto la actitud física como la actitud moral. Una enfermera debe hacer todo con miras al enfermo, ha de evitarle toda fatiga, toda preocupación; siempre debe de estar a su servicio sin desplegar un celo fatigante e intempestivo; todo lo que ella hace debe estar bien pensado, bien ordenado, y ejecutado con precisión.

Debe colocarse a la vista del enfermo para poderle vigilar y ver cualquier seña que éste la haga para llamarla; debería ocuparse en alguna labor regular, un poco lenta, y en todo caso que se pueda hacer sin ruido, sin cambiarse de sitio, sin grandes movimientos las labores de tapicería y bordado son las más a propósito.

Deben evitarse todos los ruidos inútiles, y los que sean inevitables deben reducirse lo más posible. Los menores ruidos, efectivamente, son ocasión de fatiga, de nerviosidad, a veces de que el enfermo despierte con sobresalto y emoción; un vestido que cruje, un calzado que rechina, una puerta que hace ruido en los goznes, celosías y persianas que se golpean y cansan siempre, y a veces exasperan al enfermo; es absolutamente necesario que le sean evitados todos esos ruidos.

Tanto por su actitud como por sus actos, la enfermera debe inspirar gran confianza al enfermo. Debe ser sosegada, diligente sin afectación ni agitación, estar segura de sí misma y sabiendo siempre cuando se pone en movimiento lo que va a hacer y cómo lo va a hacer. Debe obrar de esta manera inspirará confianza al enfermo, tanto como por la atención sostenida con que se ocupará de él para que nada le falte, que todo suceda en el momento deseado, y que ninguna inquietud pueda suscitarse en el espíritu del que ella cuida.

Es preciso evitar en la habitación del enfermo todo cuchicheo, toda conversación de aire y de tono misterioso, sea con los de alrededor o con el médico, para no fatigar o preocupar al enfermo.

No se debe nunca pensar en alta voz, es decir, hablar sin saber exactamente lo que se quiere decir y hacer. No se debe tampoco hablar muy alto a un enfermo, o interpelarle bruscamente. Tampoco se debe despertarle de repente o en el primer sueño, hablarle demasiado, ni excitar su atención con pretexto de distraerle, en el momento en que él debe dormir y descansar.

Se debe evitar hacer preguntas reiteradas al enfermo sobre su estado, y fatigarle inútilmente con el pretexto o la razón del interés que se tiene por él. Saber dejar al enfermo tranquilo es una gran cosa, y una cosa rara aún por parte de las personas más inteligentes. Estar allí, siempre atenta para adivinar sus deseos y conformarse con ellos si son compatibles con los cuidados que exige su estado, para hacer todo lo que se ha prescrito, y para aprovechar el momento de hacerlo sin fatigarle, para prestarle espontáneamente, o al pedirlo el enfermo, tales o cuales pequeños cuidados según las circunstancias, y hacerlo todo con oportunidad y acierto: he aquí el papel y el deber de toda enfermera.


FOTO 7 Lavado de estómago (Tuffier Desfosses)

Sobre todo, cuando un enfermo está débil, conviene no hablarle en voz muy baja para no obligarle a hacer un esfuerzo para entender, y es preciso decirle claramente lo que se quiere y no hablarle como se habla a un niño, lo que se hace con frecuencia; es preciso no hablarle mucho tiempo, ni dejarle responder muy extensamente. No conviene entrar en discusión con él; si él protesta contra lo que se dice o se hace, conviene con dulzura, pero con energía, hacerle comprender claramente lo que se quiere, y por qué es necesario que él se someta a ello.

Cuando el enfermo va mejor, se puede prolongar la conversación contándole cosas que tengan interés para él, pero evitando todo lo que pueda emocionarle o sobreexcitarle; contarle lo que dicen los periódicos, lo que se ha visto en los viajes, etc., pero no cansarle con largas charlas o con narraciones inoportunas.

Más adelante se le lee sobre asuntos bien elegidos y bien expuestos, articulando claramente y con voz suficientemente alta. Estas lecturas se eligen de antemano según el gusto y la educación del enfermo.

Los primeros libros que se entregan a los enfermos son libros ilustrados que distraen sin fatigar. Se puede después, progresivamente, permitir algunas lecturas y algunos trabajos manuales.

Por último, cuando el enfermo se levanta, es preciso al principio evitar el hablarle cuando está de pie o andando, y evitar que se mezcle en seguida en las conversaciones generales y se fatigue de cualquier modo, porque la fatiga puede traer de nuevo la fiebre y gastar inútilmente las fuerzas que empiezan a recobrarse.

Visitas
Tendréis que vigilar las visitas que se hagan a los enfermos; deben reglamentarse con cuidado; el número de ellas y su duración deben variar según el estado del enfermo; y a veces hay hasta que suprimirlas por completo. El que visita debe siempre colocarse enfrente del enfermo, hablar poco, articular con claridad; escuchar bien y nunca discutir, y evitar todo comentario que se refiera a la enfermedad y a sus consecuencias, o al tratamiento seguido, como no sea para animar al enfermo a continuarle con confianza. Los juicios del visitador sobre estas materias podrían no estar de cauerdo con lo que ha dicho el médico o sus ayudantes, y quitarle la confianza, que es un elemento importante para la curación.

La persona encargada de cuidar al enfermo es a la que pertenece el derecho de hacer que la visita cese en el momento en que vea en él los primeros indicios de cansancio.

En el caso de enfermedad grave, pero curable, o de enfermedad incurable, pero de desenlace un poco lejano, o en las que el enfermo se hace ilusiones respecto a su estado, es necesario emplear con discernimiento todos los medios posibles para levantar su estado moral.

Sacarle de la indiferencia y de la pasividad en que le ha dejado la enfermedad es indispensable para su curación, cuando ésta es posible.

En los hospitales militares, la perspectiva de una licencia de convalecencia, de un retorno próximo a su casa, de una pensión que le permitirá vivir decorosamente y al abrigo de la miseria, de una recompensa, medalla, condecoración, citación honorífica, etc., son muchas veces de una gran ayuda, y en ciertos casos hasta el asegurarlos formalmente una curación próxima.

Cuando el enfermo sabe que no tiene remedio, no hay que usar de estos medios más que con mucho tacto, pues pueden resultar contrarios al fin que se desea, haciéndole perder la confianza que tiene en los que le cuidan. Entonces, para levantar su ánimo, se le debe hablar de una duración de su vida mucho más larga que lo que él piensa, de las paradas y remisiones que ocurren siempre en la marcha de las enfermedades, de las modificaciones posibles y probables en tal o cual ocasión; y si tiene creencias religiosas se le dirige hábilmente para que busque fortaleza y consuelo en la práctica de sus deberes religiosas.


FOTO 8 Modo de poner una lavativa

Convalecencia
En la convalecencia el papel de la enfermera es muy grande; bien desempeñado puede adelantar y traer la curación definitiva; mal desempeñado puede favorecer las recaídas, y hasta ser causa de muerte para los que acaban de escapar de ella.

Es necesario durante ese periodo, intermedio entre la enfermedad y la salud, vigilar el funcionamiento regular de todos los órganos, que renacen, por decirlo así, o recobran su actividad perturbada o suspendida después de un tiempo más o menos largo.

Hace falta economizar escrupulosamente las fuerzas del convaleciente: ¡tiene todavía tan pocas, y tiene tantas que recuperar! Por eso hace falta tenerle echado o hacerle reposar más o menos veces durante el día y vigilarle de cerca, sin llegar a molestarle, para prever el momento en que va a llegar el cansancio, y no esperar para hacerle reposar a que ya haya llegado. Los músculos, en este primer periodo, se cansan pronto, y los dolores de fatiga se manifiestan con facilidad.

En los primeros días de la convalecencia hay que temer los síncopes, que pueden ser provocados por la debilidad y la anemia del cerebro, que es su consecuencia, al hacer un movimiento brusco, al levantarse o dar la vuelta, y algunas veces por una emoción un poco fuerte.

A veces se debe estimular el apetito, pero más generalmente moderarlo, y se debe ejercer la más estricta vigilancia en este último caso, con el convaleciente, sobre todo si acaba de salir de una enfermedad del tubo digestivo. Una indigestión, por defecto de la calidad o por exceso de cantidad del alimento, puede provocar una recaída, grave en algunos casos y que siempre trae una prolongación del estado morboso.

Se deben tomar todas las precauciones para respetar el sueño; esto es indispensable para el restablecimiento del sistema nervioso y de todas las funciones, puesto que todas más o menos directamente dependen de él.

Agonía y defunción
La misión de la enfermera no cesa junto a un enfermo que agoniza: todo lo contrario, y lo mismo en una casa particular que en un hospital. En una familia, ella deberá conservar su serenidad en medio de las lamentaciones de los parientes; deberá evitar lo más posible al moribundo estas emociones tan dolorosas de los últimos momentos y dar ella el tono con su corrección y con la calma de su actitud, demostrando que ella obra y ordena por el interés del enfermo. Evitará particularmente que se dirijan al moribundo, llamándole, hablándole en alta voz para excitar su tención, y sobre todo que le hagan esta pregunta: ¿Me conoce usted bien, no es verdad? “Soy fulano de tal”, etc. Por un sentimiento de egoísmo irreflexivo, se han perturbado muchas veces los últimos momentos de un moribundo, para apreciar más o menos exactamente su estado y la inminencia de la muerte.

Otras veces entre los de la familia o los que le rodean, alguien llora y se lamenta, y si la respiración se detiene un momento, si hay alteración en el rostro, si hay muerte aparente, grita: “¡Se ha muerto!” ¡Esto ha terminado!, etc. La enfermera no debe olvidar que si al moribundo no le queda fuerza para hablar, le queda la facultad de oír. Desconfiad siempre de la conversación y a veces de la agudeza del sentido del oído en los enfermos y en los moribundos. Entre éstos, delante de los que se decía: ¡Está muerto”, algunos han contestado con débil voz: “¡Todavía no!”.

En el hospital particularmente, la enfermera debe siempre cuidar de que los moribundos estén rodeados de todas las consideraciones que le son debidas; debe hacer que su cama esté aislada con biombos, y siempre que le sea posible no abandonará la sala hasta después de la muerte. Ella estará todo el tiempo que dure la agonía, al alcance del enfermo para prestarle ayuda o para recibir en caso de necesidad sus confidencias.


FOTO 9 Hospital Pasteur, interior de un pabellón

Cuando ha llegado la muerte, tiene que informar inmediatamente al médico de guardia, y llevar el certificado del difunto a las oficinas donde se cumplen todas las formalidades administrativas.

Después, la enfermera dirige las diversas operaciones que exige el levantar el cadáver, y hace que se transporte al depósito a la hora indicada por el médico. Exigirá en todos estos actos el mayor decoro, y la mayor reserva: la enfermera debe procurar que los demás enfermos no vean el cadáver de su compañero. Cuando en seguida vuelve a la sala, hace quitar y reemplazar la ropa de la cama donde ha muerto el enfermo, tomando en estas operaciones todas las medidas antisépticas que están prescritas.

No olvidéis jamás en el curso de vuestra noble misión que tenéis en vuestras manos la vida del enfermo que se os ha confiado, que a su lado vuestro papel es el de una magnífica enfermera.
Doctor P. Bouloumié. Secretario general honorario y fundador de la Sección antituberculosa.

Bibliografía
Manual de la Enfermera Hospitalaria. Cruz Roja Francesa. Unión de Mujeres de Francia. Redactado bajo la dirección de la Comisión Médica de Enseñanza. Traducido del francés y anotado por María de Corral. Dama Enfermera de 1ª Clase de la Cruz Roja Española. Espasa Calpe, S. A. Bilbao 1931

AUTOR:
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI - Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. (RSBAP)




1 comentario:

Anónimo dijo...

Como enfermero que soy, y ademas muy interesado en el mundo de la Cruz ROja y su Cuerpo de Enfermeras, me parece muy interesante el articulo. Y por supuesto el Blog en general.
Solo una pregunta... ¿Era necesario traducir al español el nombre de Juan Enrique Dunant? jeje
Santiago Rodríguez