ANATOMÍA CIRUGÍA MENOR – OBSTETRICIA
Por el Dr. ARTURO CUBELLS BLASCO
OBRA ESCRITA CON ARREGLO AL PROGRAMA PARA LA
CARRERA DE PRACTICANTE
Editorial Pubul, Barcelona, 1950
FOTO 1 Portada y página interior
del Manual del Practicante, 1950
BIBLIOTECA DEL HOSPITAL CIVIL O DE SAN ANTONIO
ABAD
Los estudios de Cirugía Menor,
como parte integrante de los extensos y elevados conocimientos de la ciencia
médica, que en el último tercio del siglo pasado, fueron verdaderamente asombrosos
por su magnitud, su número y trascendencia. Dichos estudios han seguido como
era de esperar hasta el punto que la Cirugía Menor actual, inspirada como la
Gran Cirugía o Cirugía Mayor, en la doctrina microbiana de las enfermedades y
en la terapéutica antiséptica, emplea distintos procedimientos curativos y
diversas manipulaciones técnicas que la antigua, habiendo relegado justamente
al olvido algunas prácticas añejas, impropias e incompatibles con los conceptos
y adelantos científicos modernos.
Es preciso manifestar que con
respecto a la Cirugía Menor, es decir, en lo que se refiere a los conocimientos
indispensables al Practicante, las obras nacionales existentes resultan en la
actualidad tan complejas en vendajes y apósitos antiguos, como insuficientes y
anticuadas en lo referente a prácticas de cirugía menor y apósitos modernos,
deficiencias originadas, sin duda alguna, por haber transcurrido mucho tiempo
desde su publicación.
Este libro viene a sustituir lo
anteriormente existente y a suplir la deficiencia que había y llenar este vacío
con este Manual completo del Practicante,
que convencidos plenamente de su necesidad, hace ya algún tiempo pensábamos
publicar con arreglo a los distintos planes de estudios.
Pero habiendo sido reformados los
estudios de la Carrera de Practicante por Reales Decretos recientes; habiéndose
extendido el campo de acción de éste a la práctica del arte de los partos
(Obstetricia), y habiéndose publicado por el Ministerio de Instrucción Pública
de un programa completo de los estudios necesarios para obtener el Título de
Practicante correspondiente, hemos creído un deber ajustarnos estrictamente
esta redacción de la presente obra al cuestionario o programa oficial.
Según este programa, se exige en
la actualidad al Practicante de Cirugía Menor:
1º.- Cierto número de
conocimientos anatómicos indispensables para que se dé cuenta perfecta de la
disposición y estructura del cuerpo humano, sujeto y objeto de sus estudios
especiales.
2º.- Nociones de los vendajes,
apósitos, operaciones y prácticas de Cirugía menor que el Practicante puede
verse obligado a ejecutar en el ejercicio de su profesión para combatir ciertas
dolencias.
3º.- Conocimientos particulares
de la ciencia y arte de los partos que sirvan de guía a quien se dedique a la
asistencia de las parturientas en casos normales.
Ateniéndonos, pues, a este nuevo
plan, desarrollaremos el contenido del referido programa oficial, o sea los
tres grandes grupos antedichos de materias, en otros tantos volúmenes que
tratarán separadamente de cada uno de ellos.
En el tomo Primero, que
comprenderá los dieciséis primeros puntos del referido programa, trataremos de
la Anatomía humana, procurando no dar a esta materia tan difícil más extensión
que la indispensable para que el Practicante, ejecute todas sus intervenciones
con pleno conocimiento del terreno en que actúa.
El tomo segundo, que será el
de mayor extensión de los tres que forman el Manual del Practicante, comprenderá desde el punto 17 hasta el 46
del cuestionario oficial, y en él nos ocuparemos de todas las materias que
forman el contenido de la Cirugía Menor,
tratándolas con todos los detalles indispensables para que sean fácilmente
comprendidas las manipulaciones necesarias en la práctica de las curas y
operaciones.
En esta parte de la obra, y sin
salirnos del plan oficial, hemos procurado ser más extensos de lo que requiere
un libro destinado exclusivamente a los practicantes. Lo cual resulta
indudablemente beneficioso por dos conceptos:
Porque permite ampliar sus
conocimientos a los que tengan gran vocación para ello, y porque extiende la
utilidad de este libro a los estudiantes de Medicina en general, y en
particular a aquellos que aspiren a ingresar en el cuerpo de Alumnos internos.
FOTO 2 Prólogo y sello de la
biblioteca del Hospital San Antonio Abad, 1950
El tercer volumen de este
manual versará sobre Obstetricia y abarcará desde el punto 47 hasta el 78, o
sea hasta el final del programa. En él serán tratadas todas las cuestiones
referentes a tan importante especialidad con toda la amplitud y claridad
necesarias para que el Practicante que asista un parto pueda hacerse cargo
inmediatamente de la situación y auxiliar a la Naturaleza en la realización de
un acto fisiológico tan trascendental.
Aunque la escribir este libro
hemos procurado, naturalmente, hacerlo con arreglo a los conocimientos y
teorías modernos, no hemos desdeñado en ciertos y determinados casos ocuparnos
de las autorizadas opiniones y de los valiosos hechos científicos que nos
legaron las antiguas generaciones, pues constituye en nosotros firme convicción
que lo bien observado e interpretado es siempre cierto, a despecho del tiempo y
de los vaivenes del progreso.
Y si con la publicación del
presente Manual del Practicante
logramos hacer algo en provecho de los que se dedican al ejercicio de la Cirugía Menor y de la Obstetricia que pudiéramos llamar normal,
facilitándoles el estudio de dichas materias y auxiliándoles en la humanitaria
tarea de aliviar los dolores de sus semejantes, nos consideraremos bien compensados
por nuestros desvelos y supondremos, por tanto, satisfechas nuestras únicas
aspiraciones. Arturo Cubells Blasco
Capítulo Primero
1.- Relaciones del Practicante con el Médico y el Farmacéutico
En el ejercicio de su profesión
el Practicante necesita estar en continua relación con el Médico y el
Farmacéutico, puesto que necesitando en su práctica algunos medicamentos y
materiales de cura, se ve con frecuencia obligado a comunicarse con éste, y
como su ejercicio profesional consiste además en cuidar enfermos que están
siempre o casi siempre asistidos por un médico, le es de todo punto necesario
relacionarse con él.
Nada hay que objetar respecto a
las relaciones sociales que deben mediar entre el Practicante y el Médico, y
entre aquél y el farmacéutico, porque aparte de que deben ser las que
ordinariamente existen entre personas educadas, entendemos que es muy difícil
exponer reglas generales de trato social, y sobre este punto hay que atenerse,
en nuestro concepto, a los consejos que dictan la buena urbanidad y la
conciencia de cada uno. En cambio, en el terreno profesional y para el
ejercicio de su carrera, cabe dictar alguna norma de conducta que sirva al
Practicante de fiel consejera en todos sus actos; y esto es lo que vamos a
intentar en breves párrafos, tratando separada y sucesivamente de la norma de
conducta que debe observar el Practicante con el Médico y de la que debe seguir
con el Farmacéutico.
A).- Relaciones con el Médico
Entre el Practicante y el Médico
debe existir la armonía y solidaridad de trato que se requiere entre dos
personas que se ayudan mutuamente para conseguir el mismo fin. El primero debe
tener siempre en cuenta que el Médico es, tanto por sus conocimientos como por
su posición social y académica, de superior categoría que él; y el segundo debe
considerar que el Practicante, aunque de clase inferior en el orden
profesional, es un auxiliar inteligente cuyos servicios no son despreciables en
la práctica y merece, por tanto, ser tratado con benevolencia y amabilidad.
Es muy lamentable esas luchas que
se entablan en algunas poblaciones pequeñas, en las que el Practicante intenta
figurar en una categoría superior a la del Médico, suscitando contra éste los
odios de los vecinos del pueblo, criticando y censurando sus actos como profesional
facultativo y hablando despectivamente de él.
El Practicante debe comprender
que, por elevados que sean sus estudios y por sólidos que sean sus
conocimientos, nunca ha de criticar cuerdamente los actos profesionales del
Médico, porque le falta para ello la instrucción firme y profunda que se
adquiere con la carrera de Medicina.
El Practicante que se precie de
ser recto y honrado nunca debe olvidar que su obligación, como inferior en
categoría profesional, es estar siempre atento con el Médico, tratándole con la
consideración que merece todo superior jerárquico y procurando cumplir sus
órdenes con la mayor exactitud y asiduidad. Siguiendo esta conducta se captará
seguramente las simpatías del facultativo, contribuyendo a que éste deposite en
él su confianza y obligándole, en justa correspondencia, a que le trate con
igual consideración.
En efecto, no es muy correcto el
proceder de algunos Practicantes que tienen el defecto de desacreditar al
Médico en todas partes y en cuantas ocasiones se les presentan, ya hablando de
su conducta privada, ya de su vida profesional en términos despectivos,
debiendo atenerse sobre este particular a los dictados de la razón y de la
conciencia; y a la inversa: si fuera el Médico quien difamara al Practicante,
es casi seguro que éste censuraría con sobrada razón tan inicuo proceder. Justo
es, pues, tener esto en cuenta e inspirarse sobre ello en el conocido precepto
que dice: No hagas a otro lo que no quieras que se haga contigo.
El Practicante puede ser llamado
a prestar sus servicios en la cabecera del enfermo es muy distintos casos y
ocasiones.
FOTO 3 Hospital Civil o de San
Antonio Abad. Tarjeta número 132. Gipuzkoa Kultura
Unas veces se le llama por
consejo del Médico, ya para que aplique tópicos encargados por éste, ya para
que practique curas u operaciones que están dentro de sus atribuciones
profesionales; otras veces, no encontrándose el Médico en su domicilio, se le
avisa para que atienda un accidente imprevisto ocurrido a un enfermo
cualquiera, y en otras ocasiones es requerido para asistir a un paciente que
carece de asistencia médica y de cuya curación se debe encargar por propia
voluntad, del enfermo o de su familia.
Su conducta debe ser muy distinta
en cada uno de estos tres casos:
En el primero, llegado el Practicante al domicilio del enfermo, se
enterará minuciosamente de lo prescrito por el Médico, bien directamente de
éste si se encuentra presente, bien de la familia del paciente, y acto seguido
pasará a cumplir lo ordenado si salirse de las instrucciones recibidas, o con
arreglo a su criterio si no se le ha dado instrucción especial alguna.
Mas al cumplir su cometido debe
procurar no hacer apreciaciones sobre la enfermedad que aqueja al paciente, ni
dar a entender por medio de gestos u otros signos si el Médico está o no
acertado sobre el diagnóstico de la enfermedad y si se equivocó o no al
prescribir lo que a él se le manda practicar; porque tales apreciaciones,
aparte de ser temerarias o de revelar mala fe, el vulgo las cree fácilmente y
redundan siempre en prejuicio de la reputación del Médico.
Si en algún caso se le ordenase
ejecutar algo que considerase perjudicial o peligroso para el enfermo, o si
entendiese que sería más beneficioso para éste proceder de otro modo, entonces
el Practicante deberá exponer su opinión al Médico, haciéndole respetuosamente
las observaciones que tenga por conveniente, en la seguridad de que el
facultativo las oirá con gusto y las aceptará si las cree razonables.
En el segundo caso, el Practicante acudirá inmediatamente a la cabecera
del enfermo, se enterará por la familia del mismo del accidente ocurrido
(hemorragia, ataque de nervios, acceso de dolor), y acto seguido tomará las
providencias necesarias para combatir y remediar dicho mal.
Claro está que en este caso el
Practicante debe obrar con entera libertad y obedecer tan sólo a su propio
criterio; pero como el enfermo de que se trata está asistido por un Médico, es
preciso, si quiere cumplir con su deber, que entere luego al facultativo del
motivo de su intervención y de los medios que ha empleado para conjurar los
accidentes. Sin este acto de atención quedará bien con el enfermo y la familia
de éste, pero pecará de incorrecto con el Médico.
Por último, en el tercer caso el Practicante se personará
en casa del paciente y le reconocerá cuidadosamente, enterándose de la clase de
enfermedad que le aqueja. Si ésta es una de esas dolencias que están bajo su
jurisdicción, es decir, si es una afección quirúrgica capaz de curar por medio
de tópicos u operaciones de Cirugía menor, obrará libremente según su modo de
saber y entender, como lo hiciera un Médico en caso parecido. Pero si al
reconocer al enfermo viese que se trata de una enfermedad interna, o de una
externa que exige otros recursos curativos que los que a él le es lícito
emplear, entonces debe renunciar a asistir a dicho enfermo y aconsejar a la
familia y aun a él mismo que llamen a un Médico, con el fin de que se encargue
de su tratamiento adecuado. Haciéndolo así, además de obrar como corresponde a
un Practicante consciente de sus deberes, se pondrá a cubierto de las
responsabilidades que pudieran exigírsele en el desgraciado caso de un
desenlace funesto.
Tales son, a grandes rasgos, las
principales reglas de conducta que el Practicante debe tener en cuenta en el
orden de sus relaciones con el Médico.
B).- Relaciones con el Farmacéutico
Aunque en el ejercicio de sus
respectivas profesiones no haya entre el Practicante y el Farmacéutico la
frecuencia e intimidad de relaciones que existen entre el primero y el Médico,
no puede negarse que en ciertas ocasiones de su práctica necesitan ponerse en
contacto y depositar su confianza el uno en el otro.
Como el título profesional que
posee el Practicante no le autoriza para pedir medicamentos por medio de
receta, es obligatorio para él solicitarlos directamente al farmacéutico o
valerse de un Médico que le proporcione una receta con todos los agentes
curativos que ha de menester. Siempre será preferible lo primero, porque aparte
de no tener que molestar al Médico cada vez que necesite algún remedio de la
botica, conviene a ambos conocerse, hablarse y darse explicaciones acerca del
empleo que se quiere y que se debe hacer de los medicamentos que se piden.
Además, frecuentando el trato del
Farmacéutico cuantas veces lo exija el ejercicio de su misión, el Practicante
logrará inspirarle cierta confianza en sus prendas personales y profesionales,
la cual es indispensable para que sin temor ni recelo alguno le facilite
cuantas substancias medicamentosas hagan falta para su práctica diaria.
FOTO 4 Practicantes, Enfermeras y
Matronas en el Hospital Civil 1947 (Saturnina García)
Cuando el Practicante vaya, pues,
a la botica a pedir alguna substancia que necesite para el ejercicio de su
profesión, deberá indicar el uso que va a hacer de ella siempre que el
Farmacéutico se lo pregunte, y aun debe atender cuantas observaciones le haga
éste acerca de la acción y peligros que pudiera acarrear el uso impropio o
excesivo de algunos medicamentos que, por ser muy venenosos, pueden ocasionar
accidentes lamentables.
Nunca es lícito que el
Practicante tenga en su casa medicamentos para expenderlos a aquellos de sus
clientes que lo necesiten, pues aparte de que las leyes prohíben el ejercicio
de esa industria a quien no posee el título profesional correspondiente, esto
sería entrometerse en el terreno de una profesión ajena y le podría crear
cierta tirantez de relaciones con el Farmacéutico, con el consiguiente
perjuicio para ambos.
Por lo demás, el Practicante debe
tener con el Farmacéutico las mismas consideraciones sociales de respeto que
con el Médico; así es que procurará no murmurar de él ni criticar sus actos
profesionales y viceversa, pues debe comprender que, por una parte, por ser muy
distinta su profesión y conocimientos, no puede juzgar con acierto acerca de la
competencia del Farmacéutico como tal y, por otro lado, semejante murmuración y
crítica conducen al descrédito de éste ante el público y pueden llegar a
perjudicarle en sus propios intereses materiales.
La cordialidad de relaciones y la
buen armonía que hemos recomendado en los párrafos que preceden, se hacen mucho
más necesarias en los pueblos pequeños, aislados y separados de otros centros
de población, donde sólo existe un Practicante, un Médico y un Farmacéutico; y,
desgraciadamente, hay que reconocer que precisamente en tales pueblos es donde
suelen estar casi siempre enemistados unos con otros por el necio afán de
considerarse cada uno superior a los demás y querer, por consiguiente, gozar
del privilegio del favor del público.
Semejantes luchas y rencores,
producidos casi siempre por un sentimiento egoísta exagerado, no ocasionan
generalmente más que enormes perjuicios y disgustos lamentables, siendo lo más
triste del caso que el público se aprovecha de tal estado de tirantez en
beneficio de sus propios intereses y en detrimento de los del Practicante, del
Médico o del Farmacéutico.
Conviene, por lo tanto, que
desaparezcan para siempre estas injustificadas rivalidades y odios enconados
que suelen existir entre ellos, pues con tal estado de cosas se quebranta el
prestigio que cada cual debe tener dentro de su propia esfera de acción,
mermándose paulatinamente el respeto ante la presencia de los demás. Guárdense
entre sí las consideraciones que deben tenerse las personas instruidas y bien
educadas, y así tendrán derecho a exigir del público el respeto y atenciones
que de otro modo es impropio pretender.
2.- Condiciones morales y científicas que debe poseer
El Practicante debe poseer cierta
clase de condiciones, sin las cuales no podrá ejercer su profesión con la
honestidad y competencia indispensables para prestigio suyo y beneficio de sus
clientes. Esas condiciones o prendas morales son casi las mismas que se exigen
al Médico y, aunque numerosas, trataremos sólo de las principales, puesto que
todas ellas pueden resumirse en una sola, a saber: la dignidad o decencia profesional,
que es a su vez resultado de una propiedad ejemplar y de una pericia magistral.
A).- Condiciones Morales.
Las principales cualidades
morales que debe reunir el Practicante
son las siguientes: sentimiento del deber,
paciencia, prudencia, amabilidad, sencillez y caridad.
En efecto: sólo teniendo el sentimiento de su deber podrá el
Practicante cumplir éste conforme lo exigen las prácticas de la moral y de la
verdadera ciencia, pues tanto en el orden moral como en el material quien no
siente una cosa no es capaz de ejecutar actos ordenados que tiendan a cumplir
lo que este sentimiento le demanda.
La paciencia es necesaria en el Practicante, pues la índole de su
ejercicio profesional lleva consigo riesgos, molestias, ingratitudes y
disgustos frecuentes que deben ser soportados con calma, contra los cuales no
cabe otro recurso que la paciencia y resignación.
La prudencia es una de las cualidades más estimables del Practicante
y, según el grado en que la posea, se captará o enajenará las simpatías de sus
clientes. No nos referimos aquí a la prudencia respecto a sus actos curativos,
sino a la virtud de saber callar en ciertas ocasiones de la vida, en las que
una palabra imprudente, una idea emitida con ligereza, pueden acarrear grandes
perjuicios al enfermo, a su familia y muchas veces hasta a su propia
reputación.
Así, pues, en este respecto el
Practicante debe procurar guardar el secreto de su profesión y no enterar a
nadie las dolencias que sufren sus clientes, sobre todo si se trata de ciertas afecciones, aun cuando se le
pregunte con insistencia por algunas personas que, en su afán de curiosear y
meterse en todo, se dedican con lamentable frecuencia a husmear vidas ajenas.
FOTO 5 Alumnas de practicante y
enfermeras. Curso 1948 - 49. Hospital Civil. Fotógrafo Tomás Bravo. Foto cedida
por Carmen Blasco y Luis Mª Elícegui
Es casi innecesario decir que el
Practicante debe ser en su trato amable
y sencillo; porque si la amabilidad y sencillez son cualidades necesarias en el trato corriente de las
gentes, lo son mucho más en el de los enfermos, tanto porque éstos merecen por
su estado ser tratados con afabilidad y delicadeza, como porque de este modo
depositarán en él plena confianza, lo cual es indispensable en las relaciones
entre los clientes y sus servidores.
Por último, la caridad, esa virtud de orden moral que
consiste en amar al prójimo como a nosotros mismos, y que ha de ser el primer
deber de todo hombre honrado, es indispensable al Practicante, por cuanto
siendo la persona enferma más digna de lástima que otra sana, y estando
entonces más necesitada del amor de los demás para que le sean prodigados los
cuidados y consuelo que reclama el alivio o curación de sus padecimientos, se
comprende perfectamente que, el primero en ejercer estos cuidados y atender con
verdadero amor a los pacientes, ha de ser el que por ministerio de su profesión
tiene, ha de ser el que por ministerio de su profesión tiene, como el
Practicante, la obligación ineludible de ser caritativo.
B).- Condiciones Científicas.
Las cualidades científicas que
debe poseer el Practicante son, entre otras, las siguientes: vocación, aplicación, instrucción, serenidad en el obrar y pericia técnica.
La vocación es una cualidad de orden científico que nace
espontáneamente en el propio individuo que la posee, sin que pueda intervenir
en ello la voluntad. En efecto, el amor o afición que uno siente por
determinada profesión u oficio no es obra de su voluntad, sino de sus innatas
aptitudes; así es que si la vocación de un hombre se inclina, por ejemplo, a la
pintura o la música, será imposible de todo punto pretender desviar el ánimo de
dicho sujeto de esta natural inclinación, y completamente superfluo obligarle a
que sienta otra vocación distinta.
FOTO 6 Capítulo II del Manual del
Practicante, 1950
De modo que si el Practicante no
tiene verdadero amor a su carrera, si no ha seguida ésta obedeciendo a su
propia vocación, sino por motivos de cálculo o interés personal, no podrá en el
ejercicio de su profesión ostentar las cualidades morales citadas
anteriormente, ni reunir las condiciones científicas necesarias para ser útil a
sus semejantes.
La aplicación debe ser un don preciado permanente del Practicante,
porque si no procura leer con frecuencia los textos científicos propios de su
carrera, si no tiene verdadero amor al estudio, obrará siempre por rutina en su
práctica y estará expuesto a que cualquier cliente un poco ilustrado le dé una
lección técnica mortificante.
La instrucción es un producto de las dos cualidades anteriores, o sea
de la vocación y aplicación, y, por lo tanto, el Practicante que posea una y
otra será lo suficientemente instruido para cumplir airosamente con su
cometido.
La serenidad en el obrar es condición indispensable a todo
Practicante, puesto que si al efectuar las curas u operaciones que le competen
no muestra el valor que da la seguridad en sus propios conocimientos, perderá
la confianza que en él hayan depositado sus clientes. Es indudable que cuanto
más instruido se aun Practicante, tanto mayor será su serenidad en los actos
quirúrgicos en que intervenga; sin embargo, la excitabilidad nerviosa de
ciertas personas contribuye a que algunos practicantes, que son indudablemente
ilustrados o instruidos, se muestren en ocasiones intranquilos. Para adquirir
dicha serenidad es preciso acostumbrarse en la ejecución de prácticas
curativas.
Por último, la pericia técnica, o sea la habilidad en
el obrar, tiene su origen en todas las cualidades científicas que llevamos
examinadas, porque es indudable que el que tiene vocación, aplicación,
instrucción y procede en sus actos con suma serenidad, posee seguramente la
habilidad técnica necesaria para salir airoso de su cometido.
Además, hay que hacer constar que
ésta, es decir, la habilidad o pericia técnica, se perfecciona con la práctica
frecuente y asidua; por lo tanto, cuanto más se adiestre el Practicante en las
maniobras operatorias, tanto más perito será en el ejercicio de su arte.
Bibliografía
Manual del Practicante. Anatomía Cirugía
Menor – Obstetricia. Por el Dr. Arturo Cubells Blasco. Obra escrita con arreglo
al Programa para la Carrera de Practicante. Editorial Pubul, Barcelona, 1950
AUTOR:
Manuel Solórzano Sánchez
Grado en Enfermería. Servicio de
Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI-
Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad
Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza /
Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana
de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de
Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la
Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN,
A.C.
Miembro no numerario de la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
No hay comentarios:
Publicar un comentario