Mientras que la
primera Escuela de Ambulancias fue fundada en 1876, no
fue hasta finales del siglo XIX, que
se fundó la primera Escuela de Formación de Enfermería de la Cruz Roja Francesa. La educación que impartían inspirará la creación de un Diploma de Estado en 1923.
FOTO 1 Escuela de
Formación Enfermeras conductoras de ambulancias 1923
La formación de
los miembros de la Cruz Roja, de las Damas Enfermeras y de la Enfermeras
conductoras de ambulancias, realizaron los estudios por
primera vez en las comisiones creadas antes de la integración de las estructuras fijas en la
Cruz Roja Francesa. Los cursos fueron mantenidos dentro de los hospitales. CRF
Hoy en día,
esta asociación se ha convertido en una
figura muy importante dentro de esta área, a través de sus 19 institutos
regionales que cubren una amplia oferta
de formación en el sector
sanitario y social (1).
La Enfermería fue
uno de los campos de batalla donde las mujeres se hicieron imprescindibles y
fuertes.
Hacia 1916, casi
todas las ambulancias eran conducidas por mujeres, así como los tranvías, los
camiones urbanos y las operaciones telefónicas. Es difícil imaginar la vida
rutinaria y agotadora de todas ellas, con el marido y los hijos en el frente, y
tener que cuidar a los niños que les quedaban en casa y a los suegros mayores
que estaban a su cargo, después de una jornada agotadora (2, 3,4).
La guerra se
aprovechó de ello con mayor o menor fortuna. Fue ésta la primera gran
contienda mecanizada. El desarrollo de la ingeniería dio a luz nuevas
armas, pero también a la creación de ambulancias. Los avances en los
laboratorios permitieron crear mortíferos gases y bombas más potentes;
aunque también aparecieron nuevas drogas para mitigar el dolor o
antisépticos (4,5).
FOTO 2 Reserva de la
mujer voluntarias de la British Army National. 1916
Y la medicina se
valió, por primera vez, de la “Enfermería Profesional” en el frente y
sus nuevos métodos profilácticos (5,6).
Destacamento de
Ayuda Voluntaria
El Destacamento
de Ayuda Voluntaria es una organización voluntaria que proporciona servicios de
enfermería sobre el terreno, sobre todo en los hospitales, en el Reino Unido y
otros países del Imperio Británico. Períodos más importantes de la organización
de la operación fueron durante la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra
Mundial (7).
La organización
fue fundada en 1909 con la ayuda de la Cruz Roja y de la Orden de San Juan. En
el verano de 1914 había más de 2.500 destacamentos de socorro voluntarios en
Gran Bretaña. Cada voluntario individual se llama simplemente un VAD. De los
74.000 VAD en 1914, dos terceras partes
eran mujeres y niñas.
Con el estallido
de la Primera Guerra Mundial las Vads se ofrecieron como voluntarias en todos
los servicios necesarios que así lo requerían y fue un grandísimo esfuerzo lo
que realizaron en la guerra. La Cruz
Roja Británica se mostró capacitada para permitir que las mujeres civiles tuviesen
un papel muy importante en los hospitales británicos dentro del territorio
nacional y en el extranjero: la mayoría de los dispositivos de asistencia VAD
eran de las clases medias y altas de la Sociedad y no estaban acostumbradas a
las dificultades y a la disciplina hospitalaria tradicional. Las autoridades
militares no aceptarían VAD en la primera línea, ni en las trincheras (7).
FOTO 3
Conductoras de ambulancias británicas Primera Guerra Mundial 1915
Katharine Furse dio sus mejores años
como asistenta de hospital en Francia en octubre de 1914, la restricción de
personal en los hospitales con el comienzo de la guerra, por ello fue necesario
conseguir trabajadores para el comedor y la cocina. Atrapada bajo el fuego en
una batalla repentina, los dispositivos de asistencia VAD fueron excepcionales
para la atención y ayuda en el servicio de emergencia del hospital y
desempeñaron su trabajo perfectamente bien.
La creciente
escasez de enfermeras capacitadas abrió la puerta para que las VAD entrasen en
los hospitales militares en el extranjero. Furse fue nombrada Comandante en
Jefe del VAD y las restricciones de personal se eliminaron. Las mujeres voluntarias mayores de
veintitrés años y con más de tres meses de experiencia en el hospital fueron
aceptadas para el servicio en el extranjero.
Las VAD eran un
añadido incómodo al rango y orden de los hospitales militares. Ellas no tenían
la habilidad avanzada y la disciplina de las “enfermeras profesionales” capacitadas y eran a menudo muy críticas
con la profesión de enfermería. Aunque la guerra mejoró las relaciones entre
ellas y veían que la guerra se extendía y se alargaba en ele tiempo: Las VAD
aumentó su habilidad y eficiencia en el trabajo y las enfermeras profesionales fueron
más receptivas a las contribuciones de los VAD.
Durante los
cuatro años de guerra 38.000 VAD trabajaban en los hospitales y sirvieron como
conductores de ambulancia y de cocineras. Las VAD sirvieron cerca del frente
occidental y en Mesopotamia y Gallipoli. Crearon Hospitales VAD y se abrieron
en la mayoría de las grandes ciudades de Gran Bretaña. Más tarde, las VAD también
fueron enviadas al frente oriental. Ellas proporcionaron una valiosa fuente de
ayuda de cabecera en el esfuerzo de guerra. Muchas y muchos fueron condecoradas
por sus servicios distinguidos (7).
FOTO 4
Conductoras de ambulancia francesas Primera Guerra Mundial
Enfermeras
famosas VAD
María Borden, novelista
anglo-americana.
Vera Brittain, autora británica
de la exitosa 1933 memorias Testamento de la Juventud, contando sus
experiencias durante la Primera Guerra Mundial (15).
Agatha Christie, británica autor
que brevemente detalla sus experiencias VAD en su autobiografía publicada
póstumamente.
Amelia Earhart, Americana,
enfermera pionera de la aviación.
Hattie Jacques, inglesa, actriz
de comedia.
Violet Jessop, inglesa, formada
como enfermera VAD después del estallido de la Primera Guerra Mundial. Ella
había ido a bordo del RMS Titanic cuando se hundió en 1912 y también iba a
bordo del Britannic HMHS buque hospital, como enfermera de la Cruz Roja
Británica cuando se hundió en 1916.
Naomi Mitchison, escritora escocesa.
Freya Stark, exploradora y
escritora de viajes.
May Wedderburn Cannan, poeta británica.
Anna Zinkeisen, pintora escocesa
e ilustradora.
Doris Zinkeisen, pintora escocesa,
dibujante publicitaria y diseñadora teatral (7).
HISTORIA DE UNA
ENFERMERA VOLUNTARIA NEOYORKINA
Annabelle Worthington
Viviendo en Nueva York la joven Annabelle Worthington seguía su labor
en el Hospital de la Isla de Ellis, mientras intentaba aclarar sus
ideas. Seguía llegando gente de Europa, escapando de la Guerra que se había
desatado y que llevaría el nombre de la Primera Guerra Mundial, mientras los
británicos habían bombardeado el Atlántico y los alemanes seguían hundiendo
barcos. Y, precisamente, mientras tomaba un café con una mujer francesa un día
acerca de sus experiencias, fue cuando Annabelle supo qué debía hacer (9).
FOTO 5 Hospital de la Abadía de
Royaumont
Habló con distintas personas de
la isla de Ellis acerca de su marcha a Francia y les contó sus intenciones. El
médico con el que había trabajado le preparó una carta de recomendación en la
que detallaba sus habilidades como enfermera no titulada, que Annabelle
confiaba en poder emplear en algún hospital de Francia. El médico le habló de
un hospital que habían instalado en una antigua abadía en Asnières-sur-Oise, cerca de Paris, en el que trabajaban únicamente
mujeres. Lo había abierto el año anterior una doctora escocesa llamada Elsie Inglis, quien había propuesto la
misma iniciativa en Inglaterra, pero no había obtenido autorización para
llevarla a cabo (10).
La doctora había contratado a un
equipo casi totalmente femenino, tanto para el ejercicio de la medicina como
para la enfermería, a excepción de unos pocos cirujanos, que eran hombres. La
doctora Inglis era una mujer sufragista y adelantada a su tiempo, que había
estudiado en la facultad de medicina de la Universidad Femenina de Edimburgo.
La doctora había conseguido poner en funcionamiento el Hospital de la Abadía de Royaumont en diciembre de 1914, justo
después del estallido de la guerra. Este centro estaba realizando una labor
fantástica en el cuidado de los soldados heridos que eran trasladados desde los
hospitales de campaña que había cerca del frente. Annabelle Worthington quería trabajar en este hospital, le era
igual que le mandasen “conducir una ambulancia” o trabajar en el mismo hospital
(10).
FOTO 6 Isla de Ellis
Cuando se embarcó con destino a
Francia escuchó que las trincheras estaban llenas a rebosar, los hospitales de
campaña repletos de heridos y los hospitales todavía más repletos de heridos,
con lo cual ella pensaba que haría cualquier tarea que le asignasen. Había
aprendido una barbaridad de los médicos y enfermeras de la isla de Ellis y
continuaba estudiando durante la travesía todos los días, además aunque no la
dejasen hacer nada más que conducir una ambulancia, por lo menos sabía que
sería de más utilidad que en Nueva York (11).
Annabelle habría preferido poder
trabajar más cerca de las trincheras, pero le habían dicho que en los
hospitales de campaña solo aceptaban a personal médico y militar con formación.
Tendría para trabajar mucho más fácil el hospital instalado en la abadía de
Royaumont y tendría más posibilidades de que le admitiesen.
Acudió al día siguiente después
de desembarcar y en camioneta al hospital de la abadía, saliendo del hotel
donde se hospedaba a las seis de la mañana. El conductor le comentó que había
estallado una brutal batalla en Champagne el día anterior, en la que todavía
combatían y ya habían muerto o resultado heridos ciento noventa mil soldados. Annabelle
lo escuchaba con silencioso horror y pensaba en esa cifra tan astronómica. Era
inconcebible. Precisamente por eso estaba ella allí. Para ayudar a sanar a sus
hombres y para hacer todo lo que pudiera por salvarlos, si es que era capaz de
curarlos de algún modo, o por lo menos de consolarlos.
FOTO 7 Los claustros de Norah Neilson Gray: Abadía de Royaumont,
Francia, 1920
Se había puesto un ligero vestido
de lana de color negro, y botas y medias del mismo color, además llevaba todos
sus libros de medicina y un delantal blanco limpio, metido en el bolso, era su
delantal blanco que utilizaba en el hospital de la isla de Ellis. Tardaron en
recorrer los 50
kilómetros, más de tres horas por carreteras
secundarias, ya que estaban en muy mal estado y presentaban profundos surcos
por las bombas. Nadie tenía tiempo para arreglarlas, ni había hombres para que
lo hicieran. Todos los hombres no lisiados estaban en el ejército, y no quedaba
nadie en las casas para reparar y mantener en pie el país, excepto los ancianos,
las mujeres y los niños; y los hombres tullidos a quienes habían mandado de
regreso a sus hogares desde el frente de combate.
Pasaban unos minutos de las nueve
de la mañana cuando por fin llegaron a la abadía de Royaumont, un edificio
eclesiástico del siglo XIII algo deteriorado, hervía de actividad. Había
enfermeras con uniforme que empujaban a hombres en sillas de ruedas por el
patio, otras entraban apresuradas en las distintas alas del centro, mientras
que otros heridos se movían con ayuda de muletas o eran transportados en
ambulancias conducidas todas ellas por mujeres. Las que llevaban las camillas
también eran mujeres. Allí no había nada más que mujeres trabajando, incluido
el cuadro médico. Los únicos hombres que se veían eran los heridos. Bueno por
fin vio a un médico que entraba a toda prisa por la puerta, era una rareza en
medio de aquella población femenina (12).
Annabelle cruzó el patio y
siguiendo los carteles de las diferentes secciones del hospital se dirigió
hacia las oficinas que ponía “administración”. Cuando entró se
encontró con una fila de mujeres detrás de un escritorio manejando documentos,
mientras las conductoras de ambulancia les entregaban las solicitudes de
admisión. Abrían historiales de todos los pacientes a quienes trataban, algo
que no siempre se podía cumplir en los hospitales de campaña, donde en
ocasiones tenían que trabajar bajo mucha más presión.
FOTO 8 La administración a pleno
rendimiento
Allí había una sensación de
actividad frenética, pero al mismo tiempo se palpaba la claridad y el orden.
Las mujeres del mostrador eran en su mayor parte francesas, aunque Annabelle
oyó que varias hablaban en inglés. Y todas las conductoras de las ambulancias
eran jóvenes francesas. Eran chicas del pueblo a quienes habían formado en la
abadía, y algunas de ellas no parecían tener más de dieciséis años. Todo el
mundo tenía que colaborar. A sus veintidós años, Annabelle era bastante mayor
que muchas, aunque no lo parecía.
¿Con quién podría hablar sobre el
voluntariado? Preguntó en un francés perfecto. Conmigo, le contestó una mujer
sonriendo que tendría más o menos su edad. Llevaba un uniforme de enfermera,
pero trabajaba en la administración. Como todas las demás enfermeras hacía
turnos dobles. Algunas veces, las conductoras de ambulancias, las doctoras y
las enfermeras de quirófano, tenían que trabajar 24 horas seguidas. Y el
ambiente era agradable, muy alegre y rebosaba energía. Estaba totalmente
impresionada Annabelle (13,14).
A ver, ¿qué sabes hacer? Le preguntó la enfermera detrás del escritorio
mirándola de arriba abajo. Annabelle se había puesto su delantal blanco para
parecer más profesional. Con ese serio atuendo de negro y delantal blanco,
parecía una mezcla entre monja y enfermera, cuando en realidad no era ninguna de
las dos cosas. Traigo una carta de recomendación, dijo nerviosa. He realizado
tareas relacionadas con la sanidad desde los dieciséis años, como voluntaria en
diferentes hospitales. He trabajado con inmigrantes en la isla de Ellis y he
adquirido bastante experiencia en el tratamiento de enfermedades contagiosas.
También había trabajado en el hospital para el tratamiento de los Lisiados de
Nueva York, supongo que eso estará más relacionado con lo que hacen ustedes
aquí.
FOTO 9 Inmigrantes. Comedor Isla
de Ellis. 1918
¿Tienes formación médica? Quiso saber la joven enfermera cuando leyó
su carta de recomendación del médico de la isla de Ellis. En realidad, no
contestó Annabelle con sinceridad, reconociendo su falta de estudios, no quería
mentirle, pero he leído mucho sobre todo acerca de las enfermedades
contagiosas, cirugía ortopédica y heridas de guerra y heridas gangrenosas.
Caray, menuda carta de recomendación, dijo con admiración. Supongo que eres de
Estados Unidos, Annabelle asintió. La otra joven era inglesa pero las dos
hablaban perfectamente con buen acento el francés (13,14).
¿Por qué has venido desde tan lejos? Preguntó curiosa la enfermera.
Por vosotras. El médico de la isla de Ellis me habló de vosotras y de este
hospital, cuando lo oí, me pareció fantástico, así que se me ocurrió venir para
ayudar. Haré cualquier cosa que me manden, poner cuñas a los enfermos, limpiar
palanganas del quirófano, lo que sea con tal de ayudar. ¿Sabes conducir?
Todavía no, pero puedo aprender. Admitida, se limitó a decir la enfermera
británica.
No hacía falta ponerla a prueba
con esa magnífica carta de recomendación, y saltaba a la vista que tenía madera
de enfermera. Su cara estalló de alegría, ese era su propósito de su viaje a
Francia desde Nueva York. Había valido la pena la travesía larga, solitaria y
aterradora que había realizado, a pesar de los campos de minas y de los
submarinos enemigos, y a pesar de sus propios temores por culpa del hundimiento
del Titanic. Preséntate en el Pabellón C a las trece horas (14).
FOTO 10 Enfermeras de la Cruz
Roja en el Regents Park de Londres, 1918
Annabelle se dirigió con las
maletas y encontró la zona de las enfermeras en las antiguas celdas de las
monjas en la abadía. Había filas y filas de celdas, todas ellas oscuras, pequeñas,
mohosas y con aspecto de ser tristemente incómodas, con un mugriento colchón en
el suelo y una colcha, en muchos casos sin sábanas. Había un cuarto de baño
comunitario cada cincuenta celdas, pero dio gracias al saber que por lo menos
contaría con un aseo en el interior del edificio. Habían ido a trabajar de sol
a sol, y estaban encantadas de estar en la abadía hospital. Le preguntó otra
enfermera, supongo que buscas una habitación, en esta, comparto mi habitación con
otras dos enfermeras, pero la celda contigua está vacía; la anterior enfermera
se había tenido que ir, porque su madre estaba enferma. Su celda era tan
pequeña, tan oscura y fea como las otras, pero pasaban muy poco tiempo en
ellas, sólo para dormir y la compartían varias compañeras por los diferentes
turnos que hacían.
Se presentó en el Pabellón C, era
un pabellón quirúrgico enorme. Había una sala gigantesca con aspecto de haber
sido anteriormente una capilla, abarrotada con unas cien camas. La habitación
no tenía calefacción y los hombres estaban cubiertos con varias mantas para
intentar que entraran en calor. Sus dolencias eran muy variadas, aunque muchos
habían perdido alguna extremidad en un bombardeo o habían tenido que
amputársela en el quirófano. La mayor parte de ellos gemía, algunos lloraban y
todos estaban muy enfermos. Varios deliraban por culpa de la fiebre y, mientras
Annabelle recorría el pabellón en busca de la jefa de enfermería para
presentarse, fueron muchas las manos que se agarraron a su vestido. Además de
la estancia principal había otras dos salas grandes que servían de quirófano,
donde oyó gritar a más de un hombre. Era una escena dantesca, si no hubiese
trabajado antes, a buen seguro se habría desmayado al instante.
FOTO 11 Hospital Auxiliar 301 de
la Abadía de Royaumont, 1918
Encontró a la jefa de enfermería
cuando salía de los quirófanos improvisados, con aspecto frenético y sujetando
una palangana con una mano dentro. La enfermera jefe según la vio le dio la
palangana y le dijo dónde debía desechar el contenido. Según regreso, la
enfermera le puso a trabajar las siguientes diez horas. Annabelle no paró ni un
segundo. Fue su prueba de fuego y, cuando terminó, se había ganado el respeto
de la enfermera de mayor edad. Servirás, le dijo la mujer con una fría sonrisa,
y alguien comentó que había trabajado con la doctora Ingles en persona. Cuando
volvió a su celda era medianoche y estaba totalmente agotada sin ganas de
deshacer las maletas e incluso para desvestirse, se tumbó según llegó y se
quedo dormida con el semblante lleno de paz (14).
Los primeros días fueron
agotadores en la abadía de Royaumont. Los heridos de la segunda batalla de
Champagne llegaban a toda velocidad. La joven prestaba ayuda durante las
operaciones, vaciaba bandejas quirúrgicas y contenía hemorragias, se deshacía
de las extremidades amputadas, vaciaba las bacinillas de los enfermos, les daba
la mano a los moribundos y bañaba a quienes tenían fiebres muy altas. Nunca
había trabajado con tanto ahínco en su vida, pero era justo lo que deseaba. Allí
se sentía útil y aprendía sin cesar.
Apenas veía a su compañera Edwina que trabajaba en otra parte del
hospital y además hacían turnos diferentes, alguna vez se habían cruzado en el
cuarto de baño o se cruzaban por los pasillos entre los pabellones y se
saludaban con la mano. Annabelle no tenía tiempo de entablar amistades, había
demasiado trabajo por hacer, y el hospital estaba hasta la bandera de hombres
agonizantes.
FOTO 12 Revisión inmigrantes en
el Hospital de la Isla de Ellis
Todas las camillas y camas
estaban ocupadas y algunos heridos esperaban su turno en el suelo o tumbados en
colchones en el mismo suelo. El personal lidiaba con casos de todo tipo, desde
disentería hasta las dolencias en los pies, y varios de sus pacientes habían
contraído el cólera. Todo aquello era aterrador, pero al mismo tiempo estaba
emocionada de poder ayudar. En una de sus escasas mañanas libres, una de las
mujeres alojadas en las celdas de las monjas le enseñó a conducir una camioneta
que empleaban como ambulancia, que no era muy distinta de la furgoneta para
pollos en la que había venido desde Paris.
La mandaban al quirófano con más
frecuencia que al resto de las voluntarias, porque era precisa, atenta,
meticulosa y muy obediente, pues seguía las indicaciones de las cirujanas al
pie de la letra. Algunas doctoras se habían fijado en ella y se lo habían
comunicado a la jefa de enfermeras, quien coincidía en que su labor era
excelente. Consideraba que sería una enfermera estupenda y le aconsejó a la
joven que estudiara la carrera de enfermera después de la guerra, aunque la
cirujana en jefe penaba que podía aspirar a más.
Hablaron después de terminar la
jornada mientras Annabelle que no parecía cansada mientras fregaba el suelo del
quirófano y ponía un poco de orden.
Había sido un día especialmente
agotador para todos ellos, pero ella no había desfallecido ni un momento.
Parece que te diviertes con tu labor le dijo la doctora mientras se limpiaba
las manos en el delantal ensangrentado.
El de Annabelle tenía un aspecto
similar. Pero a ella no parecía importarle, ni se había dado cuenta de que
tenía una mancha de sangre de otra persona en la cara.
Después de limpiarse le contestó:
Siempre me ha encantado este trabajo, lo que más lamento es que los soldados
tengan que sufrir tanto. Esta guerra es horrible.
FOTO 13 Primera Compañía BM13, enfermeras ambulancieras GR. Inglaterra
1944. Arreglando las ambulancias. Las conductoras de la sección sanitaria
femenina francesa, parten con sus ambulancias hacia Finlandia
Todavía les llegaban oleadas de
heridos del frente, pues el clima había empeorado y hacía mucho frío se
acercaba la Navidad, y cada vez más hombres jóvenes morían por culpa de alguna
infección, de las propias heridas en la batalla o por la disentería.
El número de víctimas en Europa
había rebasado hace tiempo la cantidad de tres millones de vidas perdidas. Se
había perdido una cantidad exagerada de vidas y, de momento, no se había
conseguido nada, todos los países de Europa estaban en guerra unos contra otros
(14).
Terminó siendo una de las mejores
médicos que trabajaron en Paris.
FOTO 14 Elsie Inglis
Memorial Maternity
Hospital 1930
CONCLUSIÓN
Durante la Primera Guerra Mundial,
los hombres eran llevados a los campos de batalla, a las trincheras y a los campamentos
militares, volviendo a los hospitales heridos, amputados y muchos de ellos no
llegaron a ningún sitio, la muerte se los llevó.
Las mujeres tuvieron que adoptar un
rol nuevo que anteriormente no les habían dejado asumir. El de la figura
trabajadora y lo hicieron de una manera increíble y honorable. Imagínense en
aquella época ver a las mujeres realizando unos trabajos en donde era muy raro
verlas, incluso donde hoy en día tampoco se les ve.
Un cambio radical en el papel de
la mujer en la sociedad es inducida por la necesidad urgente de más
trabajadores en las fábricas de todo tipo, en especial en las de municiones y en
muchos otros papeles masculinos tradicionales. Su contribución al esfuerzo de la
guerra en última instancia, ayudó a acelerar el sufragio femenino.
AGRADECIMIENTO
Jesús Rubio Pilarte
Mª Luz Fernández Fernández
FOTOGRAFÍAS
Las Fotografías son propiedad de
la Cruz Roja Francesa. Foto 5 de Claude Millet 2010
Fotografías Antiguas de la mujer en la Primera Guerra
Mundial
Los claustros de Norah Neilson Gray: Royaumont, Francia,
1914
La Isla de Ellis. La puerta al nuevo mundo
Archivo fotográfico privado de Manuel Solórzano
Sánchez
FOTO 15 Ambulancia Hospital Bellevue de Nueva York, 1895
BIBLIOGRAFÍA
1.- Cruz Roja Francesa. 150 años al servicio de los
ciudadanos
2.- Mujeres Segunda Guerra mundial
3.- Nace un
movimiento
4.- La guerra como motor de cambio social. De esposas y
madres a ciudadanas. Alberto Porlan. Historia número 52, marzo 2014.
5.- Mario Viciosa
http://www.elmundo.es/especiales/primera-guerra-mundial/imprescindibles/ciencia-yguerra.html
6.- El
Mundo, periódico digital. Primera Guerra Mundial. 100 años: 1914 - 2014
http://www.elmundo.es/especiales/primera-guerra-mundial/
7.- Destacamento
de ayuda voluntaria
8.- Los claustros de Norah Neilson
Gray: Royaumont, Francia, 1914
9.- La
Isla de Ellis. La puerta a Estados Unidos durante un siglo.
10.- Ellis Island. El museo de la
inmigración europea.
11.- La Isla de Ellis. La puerta
al nuevo mundo.
12.- Elsie
Inglis Memorial
Hospital
13.- Elsie
Inglis Memorial
Maternity Hospital
History
14.- Una buena mujer. Danielle Stell. 2014
15.- Vera Mary Brittain. Enfermera Voluntaria. I Guerra Mundial.
Publicado el domingo día 19 de junio de 2011
16.- La Mujer en la Primera
Guerra Mundial. Publicado el jueves día 31 de julio de 2014
FOTO 16 Dos enfermeras de pie
delante de una ambulancia de la Cruz Roja con sus perros, en 1916 durante la Primera
Guerra Mundial
AUTORES:
Jesús Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo.
Profesor de la E. U. de Enfermería de
Donostia. EHU/UPV
Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio
de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI-
Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad
Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza /
Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana
de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de
Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la
Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN,
A.C.
Miembro no numerario de la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)
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