Para la gran mayoría de los que participaron en ella, tanto españoles como extranjeros, la Guerra Civil española fue, con diferencia, el acontecimiento político más importante de sus vidas. En Julio de 1936 España poseía un Gobierno de centro izquierda elegido democráticamente, y ese Gobierno fue atacado por una junta militar reaccionaria. Las potencias democráticas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, lejos de prestar ayuda para la supervivencia de ese Gobierno legítimo, siguieron una política de neutralidad que, de hecho, ayudó a la junta militar a derrotar al Gobierno republicano.
FOTO 001 Enfermeras australianas
Para entender el apasionado interés que la Guerra Civil española despertaba en toda Europa, en el mundo anglosajón y en Latinoamérica, es importante tener en consideración tanto la simple defensa de un Gobierno democrático amenazado, como la extraordinaria complejidad política del Frente Popular. La primera razón fue sin duda la que predominó en el compromiso de la enfermera australiana Agnes Hodgson y la segunda explica en buena parte las suspicacias y malentendidos de que fue víctima en varias ocasiones.
La causa de la democracia española tuvo un atractivo inmediato para los demócratas e izquierdistas de todo el mundo, pero sus gobiernos, a efectos prácticos, boicotearon a la República. ¿Con qué contaban los amigos de la República para enviar a España suministros médicos, o para pagarse el viaje como voluntarios en calidad de soldados, médicos, enfermeras o conductores de ambulancias?
Iglesias, servicios sociales, grupos profesionales, sindicatos, partidos políticos democráticos y socialistas podían recaudar dinero, publicar panfletos o patrocinar debates, pero no podían organizar el transporte de toneladas de material y de miles de personas. Sólo los partidos comunistas tenían la infraestructura y las conexiones internacionales necesarias para llevar a cabo tales cometidos, y de hecho fueron los comunistas los únicos que llegaron a organizar las Brigadas Internacionales y a transportar los distintos tipos de material y la ayuda médica. Se cree que aproximadamente dos tercios del total eran comunistas o simpatizantes. Sólo los partidos comunistas de Inglaterra, Francia, Canadá y Estados Unidos estaban dispuestos a suministrar billetes de tren y pasajes, cena y alojamiento, guías para cruzar los Pirineos, documentación falsa en caso necesario, etcétera. Sólo la Unión Soviética ayudaba a la República e independientemente de su afiliación política personal, sentían gran admiración y gratitud por ese auxilio.
Agnes Hodgson, estaba entre los voluntarios menos politizados y que no le interesaban las complejidades del Frente popular, ni la logística de la ayuda extranjera prestada a un Gobierno legítimo pero aislado. Tanto durante la travesía desde Australia como en Nápoles, fue objeto de sospecha por parte de la enfermera que lideraba el pequeño grupo de voluntarias, una comunista comprometida. Los comunistas estaban habituados a la persecución y andaban constantemente a la caza de “infiltrados” y “elementos políticamente sospechosos”. Agnes Hodgson, con su afición al baile, sus conocimientos de italiano, su educación en una escuela privada y la placentera temporada que pasó en la Italia de Musolini, poseía todos los elementos para ser sospechosa, al tiempo que sus habilidades lingüísticas la hacían muy útil para el grupo.
En Tolón, Marsella y Barcelona, Agnes fue siempre consciente del papel organizador de los partidos comunistas francés y español. Como decenas de millares de otros voluntarios, se sentía a la vez conmovida por una hospitalidad que llegaba a la abnegación (“no hay manera de que nos permitan pagar nada”) y, en Barcelona, inquieta por “la atmósfera de sospechas que hay por todas partes, al menos con los extranjeros”. El destino que le asignaron como enfermera es un buen ejemplo del equilibrio entre fuerzas comunistas y no comunistas dentro de la zona de guerra del Frente Popular. Como resultado de las sospechas que había suscitado en su compatriota Mary Lowson, no la enviaron a Madrid o Valencia, es decir, a los frentes considerados más delicados militar y políticamente, sino al frente de Aragón, un área de fuerte influencia anarquista y en la que habían prestado servicios muchos de los primeros voluntarios europeos no estalinistas desde los primeros días de la guerra.
En muchos casos, el gran valor de su diario “A una milla de Huesca” no tiene nada que ver con la política de partido, sino con el testimonio de una observadora inteligente, honesta y sin ninguna pretensión. Habla de medidas de salubridad, habitaciones, comidas, diversiones, transportes, bombardeos, intervenciones quirúrgicas, condiciones de trabajo en el hospital y relaciones humanas. Ofrece estampas de la vida rural, describe la agricultura y el clima, observa a sus compañeras y a sus superiores y hace comentarios ocasionales acerca de la cualidad médica y hospitalaria, pero jamás trata de explicar más de lo que ella conoce. Clara, sincera, espontánea, sin quejarse, sin exagerar ni juzgar. No hay en todo el diario una sola línea grandilocuente ni autosuficiente, así nos lo cuenta Gabriel Jackson.
Éste es el diario de una joven fuera de lo común, Agnes Hodgson, que a finales de 1936 viajó desde Sydney a Barcelona para cuidar a los heridos en la Guerra Civil española. En el frente de Aragón sirvió en sucesivos hospitales de campaña hasta finales de 1937. Falleció en junio de 1984. Agnes nos cuenta en su diario sobre las arduas y descorazonadoras tareas de un hospital de campaña que debía ocuparse de los heridos sin tener en cuenta su procedencia, tanto durante las avalanchas de heridos como en los períodos de espera, el personal mantenía al día las rutinas hospitalarias de fregar los quirófanos, hacer turnos de guardia nocturnos y cuidar pacientes en unas circunstancias que hubieran arredrado a enfermeras más bregadas pero menos comprometidas.
Agnes Hodgson era una observadora culta, y se ilusionó mucho cuando la prensa australiana publicó varios de sus artículos, así lo cuenta Judith Keene.
FOTO 002 Viaje a España de las enfermeras australianas
Las cuatro enfermeras australianas que se embarcaro el 24 de octubre de 1936 en el muelle de Woollomooloo en Sydney y viajaron hasta Barcelona fueron Agnes Hodgson, Mary Lowson, May Macfarlane y Una Wilson habían sido escogidas por el Comité Australiano de Auxilio a España para prestar sus servicios en una unidad de ayuda médica que cuidaría de los heridos en el frente republicano español.
Agnes Hodgson nació en Melbourne el 5 de agosto de 1906. Ya había muerto su padre cuando fallece su madre en 1920, y le mandan con unos familiares a Escocia durante un año. A los quince años vuelve y completa su educación en el Presbyterian Ladies Collage, estudiando durante dos años economía doméstica y en 1925 empezó su carrera de enfermera en el Alfred Hospital de Melbourne. En 1928 después de un año de prácticas quirúrgicas obtuvo el título de enfermera especialista en Pediatría. Con la carrera terminada se fue a Budapest a reunirse con su hermana Isabel y se quedó dos años trabajando y viajando por Europa. Estuvo dos años trabajando como enfermera en el “Anglo-American Hospital de Roma” y en el verano de 1932 emprendió un largo viaje por España y el Norte de África.
Agnes no había tenido ningún contacto con la izquierda política australiana, ni conocía a las otras tres enfermeras que viajaron con ella, las otras tres se conocían porque habían trabajado juntas en el Hospital Público Lidcombe, un lugar deprimente, poco más que “un vertedero para viejos indigentes”, y las tres estaban hartas del pésimo estado de su lugar de trabajo y de la escuálida paga que recibían. No obstante, en el período subsiguiente a la depresión australiana, escaseaban las ofertas de trabajo para enfermeras, como ocurría con muchas otras profesiones. Para esas mujeres, como para Agnes, España significaba una oportunidad única de viajar y utilizar sus conocimientos a favor de una causa justa. Probablemente todas suscribirían las palabras de Una Wilson cuando, poco antes de partir, les dijo a los periodistas: “si nos cogen prisioneras o nos alcanza un disparo, pues ¿qué se le va a hacer? Sólo te quedan unos cuantos años más de vida, y es mejor que pasar el resto de tus días en un hospital privado. Sin peligro, la vida no tiene aliciente, y además sabemos que estamos haciendo algo que de verdad tiene sentido”.
Mary Lowson estaba al mando de la unidad; a sus 41 años era la mayor del grupo y había sido maestra titulada antes de dedicarse a la enfermería. Pequeña de estatura, Mary gozaba de una inmensa energía, capacidad y decisión. Era uno de los miembros fundadores del Comité de Auxilio a España de Sydney y hacía años que militaba en el Partido Comunista.
Una Wilson, neozelandesa, era una enfermera especializada en cirugía, muy experta y competente.
May Macfarlane, que con 27 años era la pequeña del grupo, poseía tres especialidades en Enfermería; procedía del oeste de Australia y había trabajado como enfermera en Brisbane y en el extremo norte de Nueva Gales del Sur, y como comadrona en el Hospital para Mujeres de Crown Street, de Sydney. “Mac” como todo el mundo la llamaba, había ingresado poco antes en el Partido Comunista. Para ella la Guerra Civil española cristalizaba todos los elementos en su evolución política personal y significaba además un desafío que la pondría a prueba.
A Mary le parecía Agnes demasiado frívola, la orientación política de Agnes, liberal antifascista y reacia al comunismo le irritaba en exceso a Mary. Agnes además no estaba a gusto entre tanto comunista y se negaba a saludar con el puño en alto y como explicó a uno de sus anfitriones en España, aparte de estar a favor de la República española, no tenía unas ideas políticas definidas. Ante esta situación May y Una estaban muy preocupadas y advirtieron a Mary que se irían si algo le pasaba a Agnes. Cuando las enfermeras se iban a incorporar a las Brigadas Internacionales cerca de Albacete, sólo habían expedido tres salvoconductos oficiales, Agnes tenía que quedarse. El lamentable trato que recibió fue por sus diferencias personales y políticas con mary Lowson.
Durante el resto de la Guerra Civil, May Macfarlane y Una Wilson trabajaron en los frentes de Madrid y Aragón y luego en el hospital base de Mataró. May entró a formar parte de un equipo médico junto a Walter Langer, y Una, de la unidad quirúrgica del Dr. René Dumont. Curaron heridos bajo unas condiciones horrendas y fueron unas enfermeras ejemplares. Ambas mujeres se quedaron en España hasta que las Brigadas Internacionales se retiraron, a finales de 1938, y fueron repatriadas a Australia en febrero de 1939. En cambio Mary Lowson después de trabajar en un hospital de Albacete, volvió a Barcelona y entró en la sección inglesa del Servicio Republicano de Información. Con dinero australiano viajó varias veces a Francia para comprar comida y suministros para España. Trabajó como enfermera en hospitales de las Brigadas Internacionales para terminar asistiendo a refugiados españoles en los campos de concentración del sur de Francia. A pesar del mal trato que le dio a su compañera Agnes, hizo una contribución sustancial a la causa de la República española y al Auxilio Australiano a España.
FOTO 003 Hospital Poleñino
Después de la marcha de sus compañeras, tuvo dificultades para encontrar trabajo y alojamiento hasta que fue destinada a una clínica a las afueras de Barcelona. Agnes ponía inyecciones, cambiaba vendajes y hacía camas en un entorno donde nadie parecía tener prisa. Rodeada de españoles, mejorando su dominio con el idioma, a ella le parecía que su trabajo no valía y estaba demasiado sola, en un ambiente extraño. Le parecía que la estaban tratando mal y que sus servicios habían sido educadamente desestimados. Había venido para cuidar a los heridos de guerra y la habían dejado plantada a las afueras de Barcelona. Terminó enfrentándose a O´Donnel y le amenazó con irse de España o alistarse como voluntaria en el ejército español. Como resultado de este enfrentamiento le dijeron que se uniera a un grupo de enfermeras británicas en un hospital de Grañén, en el frente de Aragón.
El hospital de Grañén (Huesca) había sido puesto en funcionamiento en septiembre de 1936 por la primera Unidad Británica de Auxilio Médico que llegó a España. Cuando Agnes llegó en enero de 1937, había cinco enfermeras inglesas, tres médicos españoles, unos cuantos practicantes, cuatro conductores de ambulancia, un par de cocineras y cuatro guardias que hacían también las veces de camilleros; además varias chicas del pueblo limpiaban y echaban una mano en las tareas de enfermería.
El hospital estaba situado en una alquería en ruinas del pueblo. Los miembros de la unidad habían limpiado de escombros el interior y de estiércol el patio, para poder descargar las ambulancias que llegaban del frente. El edificio albergaba dos quirófanos, dos salas post-quirúrgicas, una sala general con treinta camas para las gentes del lugar y los enfermos que estuvieran de paso, y, en el desván del piso superior, alojamiento para el personal médico, en unas condiciones tan primarias como todo lo demás; había que transportar el agua con un carro de mulas desde un arroyo cercano para luego esterilizarla, y cuando la lavadora, improvisada, se averiaba, había que llevar toda la ropa del hospital a ese mismo arroyo para lavarla.
En el hospital se atendía a los heridos que traían las ambulancias desde los puestos de primeros auxilios de los frentes vecinos. Los casos más urgentes se operaban en los quirófanos de Grañén y luego nada más que se pudiese se les trasladaba a los hospitales base de Lérida y Barcelona. Los heridos de poca gravedad se les atendían allí mismo y se les devolvía al frente. La gente de los pueblos cercanos también acudía al hospital cuando necesitaba asistencia médica o quirúrgica, o para dar a luz.
Cuando había batallas en el frente, el personal iba de cabeza y los quirófanos funcionaban sin parar, pero cuando el frente estaba en calma, la actividad disminuía hasta paralizarse, y era entonces cuando los miembros del personal jugaban a bádminton en la terraza de los pacientes, daban paseos por las colinas vecinas, se bañaban en el arroyo o se sentaban en el bar del pueblo.
De Grañén por problemas políticos fueron trasladadas las enfermeras inglesas y Agnes al hospital de Poleñino. Cuando llevaban cuatro meses trabajando en el hospital, empezó la gran ofensiva del frente de Aragón. El ejército se reorganizó y el hospital pasó a ser una unidad quirúrgica móvil que seguía el avance de las tropas republicanas. Subieron por encima de Boltaña a 40 kilómetros de la frontera con Francia. El hospital se albergó en lo que había sido un matadero, y tanto las tiendas de campaña como el personal sanitario se hundían en el fango. El bombardeo era continuo; los heridos eran transportados a lomos de mulos a través de empinados desfiladeros y llegaban empapados y cubiertos de barro, de manera que, antes de poder calibrar la gravedad de sus heridas, había que cortarles las ropas, aún cuando el hospital no tenía suficientes mantas para sustituirlas. Había muchos heridos de metralla en la cabeza y en el vientre que necesitaban atención inmediata, pero como no había sala post-quirúrgica, se evacuaba a los pacientes inmediatamente después de la intervención. Escaseaba la comida, que también se subía a lomos de mulos; muchos de los heridos llegaban sin haber comido nada durante varios días y el hospital sólo tenía “café con leche y no siempre leche” para darles. Según Agnes, en Boltaña las condiciones eran como las que uno se imagina en los episodios más terribles de la Gran Guerra.
Todos tenían los nervios a flor de piel, y Agnes estaba cansada y al límite de sus fuerzas; soñaba constantemente con volver a casa y sufría una pesadilla recurrente en la cual desliaba vendajes una y otra vez para al final descubrir que debajo no había nada más que pedazos de piel y restos de brazos y piernas. Se produjo un desacuerdo entre el personal de enfermería referente a los turnos de noche y, en un impulso, Agnes dejó el frente y se fue a Barcelona.
FOTO 004 Enfermeras extranjeras
A su llegada encontró una ciudad sometida todas las noches a toques de queda, apagones preventivos y bombardeos. Peter Spencer, vizconde de Churchill y director de los Servicios Británicos de Auxilio Médico en España, le ofreció un puesto en el frente de Madrid, que ella rechazó al saber que allí los miembros del personal estaban enfrentados por desavenencias. El 10 de octubre de 1937 Agnes se iba de España. A su llegada a Australia, cuatro meses después, le dijo a un periodista: “Nunca había visto unas heridas tan horrendas ni sufrimientos como los que produce la guerra. Lo que he visto en España me ha convertido en una militante pacifista de por vida”.
En la Guerra Civil española, como en todas las guerras, todas las enfermeras como Agnes y sus compañeras fueron unas heroínas por partida doble, puesto que en su trabajo cotidiano tenían que habérselas con los heridos, el resultado más horrible y menos atractivo de la guerra, y porque, en última instancia, y bajo las más duras circunstancias, no podían confiar más que en su competencia profesional y sus sentido común.
Agnes Hodgson y los Hospitales de Guerra
En el hospital de Grañén también llamado el “Hospital Inglés” entre su personal se encontraba desde los primeros momentos la militante comunista, traductora y enfermera Aileen Palmer, según su testimonio relataba que existían 36 camas de cirugía con enfermos totalmente privados de la más elemental intimidad; las condiciones higiénicas eran muy precarias, careciendo de algo tan necesario como agua corriente, debiendo ser transportada con mulos directamente desde el río; el entorno del edificio se encontraba sucio y degradado. El patio al que accedían las ambulancias llegadas desde el frente estaba embarrado y cubierto de excrementos de animales. No obstante, los médicos y enfermeras con su trabajo diario, hicieron de las salas de quirófano, un referente profesional de la medicina de guerra, logrando que el prestigio del centro sirviera en Londres para recaudar abundantes fondos con que adquirir medicinas, instrumental y comida para enviar periódicamente a Grañén.
La elección de esta localidad para instalar el primer hospital de la Unidad Británica no fue casual, el hecho de contar con estación de ferrocarril en un punto estratégico entre Huesca y Zaragoza determinó su ubicación. Fueron veinte los voluntarios que integraban el convoy y constaba de tres camiones cargados de pertrechos médicos y una gran ambulancia. Cómo no consultaron su instalación con el comité anarquista del pueblo, éstos tenían una gran desconfianza y recelos. A finales de noviembre de 1936 habían atendido 15.023 pacientes y su ambulancia había recorrido 14.000 millas en el transporte de heridos.
Por culpa de las diferentes opiniones entre los anarquistas y los defensores del Partido Comunista, las divergencias se hicieron de tal naturaleza insalvables, que se produjo una ruptura en la estructura del personal, de modo que los médicos y casi todas las enfermeras partieron a Albacete con las Brigadas Internacionales a finales del 36, quedando incorporadas al grupo franco-belga de habla francesa, mientras el hospital era administrado por enfermeras inglesas que esperaron la llegada de nuevos cirujanos enviados por la Generalitat y un contingente de sanitarias entre el que se encontraba Agnes.
En casi todos los hospitales del frente las jornadas se hacían agotadoras, y el personal apenas tenía tiempo de limpiar la sangre en los quirófanos, lavar y desinfectar el instrumental o tomarse un mínimo descanso para reponer fuerzas y proseguir, en turnos que podían alargarse hasta 48 horas, tiempo en el que no se tomaba más que algo de fruta y café. En tales circunstancias, las guardias se convertían en insufribles y oscuras pesadillas.
“Una vez trabajé es estado de shock, impactada por la vista de tantos restos humanos”, asegura Agnes Hodgson. Cuando las tropas republicanas intentaron tomar la ermita de Santa Quiteria en Tardienta, se produjeron más de quinientos heridos. “Nos concentrábamos en las heridas más urgentes, pero era muy difícil y muy duro diferenciar entre ellas. Heridas que en hospitales normales hubieran requerido inmediato tratamiento, allí tenían que esperar”. La valentía de los soldados no les ahorraba sufrimientos, y en los hospitales de sangre se respiraba el olor característico del éter y el yodoformo, pero el no menos intenso olor de la muerte, precedida de gemidos desgarradores y agónicos lamentos. Algunos heridos enloquecían de dolor. En cierta ocasión “dos hombres murieron en camas contiguas, como vigilándose, pero no tuvimos tiempo de averiguar que eran hermanos a pesar de la larga agonía”.
También el personal civil acudía a los centros sanitarios destinados para cubrir las necesidades del frente. Los largos éxodos huyendo de las zonas más conflictivas, los bombardeos contra la población indefensa se hicieron habituales, llevando a los hospitales mujeres, ancianos y niños con los pies desollados y sangrantes para que las enfermeras y los médicos les pudiesen curar. También las infecciones por la falta de higiene o las malas condiciones del agua de boca, la desnutrición, la carencia de vitaminas, etcétera atestaban las salas de los hospitales.
FOTO 005 Personal y ambulancias del hospital Poleñino
Los pacientes de más prolongadas estancias eran evacuados a los hospitales de referencia, el establecido en Barbastro y generalmente a Lérida y Barcelona, merced a los trenes habilitados como hospital ambulante o las ambulancias, donadas por la ayuda internacional en la mayor parte de los casos. Ayuda que no era suficiente para la adquisición de medicinas, vendajes, anestesias o sábanas y pijamas para los enfermos, lo que multiplicaba la extensión de infecciones y dificultaba la curación de las heridas e intervenciones quirúrgicas.
En tan penosas circunstancias no era infrecuente que los propios médicos y enfermeras contrajeran enfermedades o cayeran en graves estados de depresión. Sin duda este cúmulo de penalidades protagonizó la estancia de las enfermeras internacionales, inglesas, australianas y naturalmente también españolas.
Aileen Palmer fue a Madrid en diciembre de 1936 tras organizar el hospital de Grañén, estuvo en Belchite y en Teruel y se fue de España en mayo de 1938, exhausta y confusa ante las luchas políticas que advirtió en las mismas filas del Frente Popular, pero nunca dejó de trabajar por la República y por los españoles. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le sorprendió cuidando a los heridos españoles en los campos de prisioneros al sur de Francia y retornó a Gran Bretaña para enrolarse en el servicio de ambulancias de Londres.
También otras enfermeras australianas como Una Wilson, Mary Lowson o May Macfarlane, mantuvieron a lo largo de su vida, como Agnes Hodgson y muchas más de diferentes países incluyendo las enfermeras españolas, la inequívoca convicción de haber luchado por la más justa de las causas, la de la Libertad.
La participación de enfermeras en la guerra civil presenta una clara diferencia entre los dos bandos contendientes, ya que además las mujeres voluntarias mínimamente formadas para la asistencia a los heridos; en el bando republicano llegan grupos de enfermeras, de diferentes nacionalidades, a través de dos vías totalmente diferenciadas. Una la vinculada a las organizaciones políticas, en las que podría considerarse un componente ideológico como base para su movilización, siendo la atención a los heridos en los combates su principal misión. Agnes Hodgson entraría dentro de este grupo.
Junto a ellos aparecieron diferentes organizaciones humanitarias, lo que hoy llamaríamos ONGs, que con equipos multidisciplinares, entre los que había enfermeras, intentaban ayudar a paliar los desastres de la guerra. La negativa a que trabajaran en el territorio bajo control de las tropas franquistas, supuso que concentraran sus esfuerzos en las zonas republicanas. Dentro de este segundo grupo tendríamos, entre muchas otras mujeres, a Elizabeth Eidenbenz, famosa por su excepcional trabajo en la maternidad de Elna.
Pese a estas diferencias, esas enfermeras tenían algo en común: su espíritu positivo altruista y proactivo que les lleva abandonar las comodidades de sus hogares para desplazarse a una zona en conflicto, padecer todas las estrecheces a las que obligan las restricciones de todo tipo que se producen en las guerras y arriesgar su propia vida para prestar cuidados a personas con las que el único vínculo que tienen es la pertenencia común a la humanidad.
Este carácter emprendedor y altruista junto con su capacidad de sacrificio debería ser una fuente de inspiración para las futuras generaciones de enfermería.
BIBLIOGRAFÍA
En 1988, la doctora Judith Keene, especialista en estudios sobre la Guerra Civil española y profesora de Historia Moderna de Europa en la Universidad de Sydney, anotó y editó el interesante diario de la enfermera australiana Agnes Hodgson, quien durante todo el año 1937 trabajó como voluntaria en los hospitales de guerra instalados en los pueblos monegrinos de Grañén, Poleñino o Sariñena, y también algunas semanas en Fraga y Boltaña. El diario formó parte fundamental de un libro editado en Australia por New South Wales University Press, titulado “The last mile to Huesca”.
En España el libro consultado es “A una Milla de Huesca”. Diario de una Enfermera Australiana en la Guerra Civil Española. Edición de Judith Keene y Víctor Pardo Lancina. Prólogo de Gabriel Jackson. Colección Petarruego. Publicaciones de Rolde de Estudios Aragoneses. Zaragoza, 2005. 438 páginas. Prensas Universitarias de Zaragoza.
http://www.rolde-ceddar.net/ Por si estas interesado en pedir el libro.
rolde@rolde-ceddar.net
FOTO 006 Libro: A una milla de Huesca
Colaboran:
Diputación de Huesca. Comisión de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón
Comarca de Los Monegros
Colegio Oficial de Enfermería de Huesca
Participa:
Embajada de Australia en España
AUTORES
Jesús Rubio Pilarte *
* Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com
Manuel Solórzano Sánchez **
** Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net
FOTO 001 Enfermeras australianas
Para entender el apasionado interés que la Guerra Civil española despertaba en toda Europa, en el mundo anglosajón y en Latinoamérica, es importante tener en consideración tanto la simple defensa de un Gobierno democrático amenazado, como la extraordinaria complejidad política del Frente Popular. La primera razón fue sin duda la que predominó en el compromiso de la enfermera australiana Agnes Hodgson y la segunda explica en buena parte las suspicacias y malentendidos de que fue víctima en varias ocasiones.
La causa de la democracia española tuvo un atractivo inmediato para los demócratas e izquierdistas de todo el mundo, pero sus gobiernos, a efectos prácticos, boicotearon a la República. ¿Con qué contaban los amigos de la República para enviar a España suministros médicos, o para pagarse el viaje como voluntarios en calidad de soldados, médicos, enfermeras o conductores de ambulancias?
Iglesias, servicios sociales, grupos profesionales, sindicatos, partidos políticos democráticos y socialistas podían recaudar dinero, publicar panfletos o patrocinar debates, pero no podían organizar el transporte de toneladas de material y de miles de personas. Sólo los partidos comunistas tenían la infraestructura y las conexiones internacionales necesarias para llevar a cabo tales cometidos, y de hecho fueron los comunistas los únicos que llegaron a organizar las Brigadas Internacionales y a transportar los distintos tipos de material y la ayuda médica. Se cree que aproximadamente dos tercios del total eran comunistas o simpatizantes. Sólo los partidos comunistas de Inglaterra, Francia, Canadá y Estados Unidos estaban dispuestos a suministrar billetes de tren y pasajes, cena y alojamiento, guías para cruzar los Pirineos, documentación falsa en caso necesario, etcétera. Sólo la Unión Soviética ayudaba a la República e independientemente de su afiliación política personal, sentían gran admiración y gratitud por ese auxilio.
Agnes Hodgson, estaba entre los voluntarios menos politizados y que no le interesaban las complejidades del Frente popular, ni la logística de la ayuda extranjera prestada a un Gobierno legítimo pero aislado. Tanto durante la travesía desde Australia como en Nápoles, fue objeto de sospecha por parte de la enfermera que lideraba el pequeño grupo de voluntarias, una comunista comprometida. Los comunistas estaban habituados a la persecución y andaban constantemente a la caza de “infiltrados” y “elementos políticamente sospechosos”. Agnes Hodgson, con su afición al baile, sus conocimientos de italiano, su educación en una escuela privada y la placentera temporada que pasó en la Italia de Musolini, poseía todos los elementos para ser sospechosa, al tiempo que sus habilidades lingüísticas la hacían muy útil para el grupo.
En Tolón, Marsella y Barcelona, Agnes fue siempre consciente del papel organizador de los partidos comunistas francés y español. Como decenas de millares de otros voluntarios, se sentía a la vez conmovida por una hospitalidad que llegaba a la abnegación (“no hay manera de que nos permitan pagar nada”) y, en Barcelona, inquieta por “la atmósfera de sospechas que hay por todas partes, al menos con los extranjeros”. El destino que le asignaron como enfermera es un buen ejemplo del equilibrio entre fuerzas comunistas y no comunistas dentro de la zona de guerra del Frente Popular. Como resultado de las sospechas que había suscitado en su compatriota Mary Lowson, no la enviaron a Madrid o Valencia, es decir, a los frentes considerados más delicados militar y políticamente, sino al frente de Aragón, un área de fuerte influencia anarquista y en la que habían prestado servicios muchos de los primeros voluntarios europeos no estalinistas desde los primeros días de la guerra.
En muchos casos, el gran valor de su diario “A una milla de Huesca” no tiene nada que ver con la política de partido, sino con el testimonio de una observadora inteligente, honesta y sin ninguna pretensión. Habla de medidas de salubridad, habitaciones, comidas, diversiones, transportes, bombardeos, intervenciones quirúrgicas, condiciones de trabajo en el hospital y relaciones humanas. Ofrece estampas de la vida rural, describe la agricultura y el clima, observa a sus compañeras y a sus superiores y hace comentarios ocasionales acerca de la cualidad médica y hospitalaria, pero jamás trata de explicar más de lo que ella conoce. Clara, sincera, espontánea, sin quejarse, sin exagerar ni juzgar. No hay en todo el diario una sola línea grandilocuente ni autosuficiente, así nos lo cuenta Gabriel Jackson.
Éste es el diario de una joven fuera de lo común, Agnes Hodgson, que a finales de 1936 viajó desde Sydney a Barcelona para cuidar a los heridos en la Guerra Civil española. En el frente de Aragón sirvió en sucesivos hospitales de campaña hasta finales de 1937. Falleció en junio de 1984. Agnes nos cuenta en su diario sobre las arduas y descorazonadoras tareas de un hospital de campaña que debía ocuparse de los heridos sin tener en cuenta su procedencia, tanto durante las avalanchas de heridos como en los períodos de espera, el personal mantenía al día las rutinas hospitalarias de fregar los quirófanos, hacer turnos de guardia nocturnos y cuidar pacientes en unas circunstancias que hubieran arredrado a enfermeras más bregadas pero menos comprometidas.
Agnes Hodgson era una observadora culta, y se ilusionó mucho cuando la prensa australiana publicó varios de sus artículos, así lo cuenta Judith Keene.
FOTO 002 Viaje a España de las enfermeras australianas
Las cuatro enfermeras australianas que se embarcaro el 24 de octubre de 1936 en el muelle de Woollomooloo en Sydney y viajaron hasta Barcelona fueron Agnes Hodgson, Mary Lowson, May Macfarlane y Una Wilson habían sido escogidas por el Comité Australiano de Auxilio a España para prestar sus servicios en una unidad de ayuda médica que cuidaría de los heridos en el frente republicano español.
Agnes Hodgson nació en Melbourne el 5 de agosto de 1906. Ya había muerto su padre cuando fallece su madre en 1920, y le mandan con unos familiares a Escocia durante un año. A los quince años vuelve y completa su educación en el Presbyterian Ladies Collage, estudiando durante dos años economía doméstica y en 1925 empezó su carrera de enfermera en el Alfred Hospital de Melbourne. En 1928 después de un año de prácticas quirúrgicas obtuvo el título de enfermera especialista en Pediatría. Con la carrera terminada se fue a Budapest a reunirse con su hermana Isabel y se quedó dos años trabajando y viajando por Europa. Estuvo dos años trabajando como enfermera en el “Anglo-American Hospital de Roma” y en el verano de 1932 emprendió un largo viaje por España y el Norte de África.
Agnes no había tenido ningún contacto con la izquierda política australiana, ni conocía a las otras tres enfermeras que viajaron con ella, las otras tres se conocían porque habían trabajado juntas en el Hospital Público Lidcombe, un lugar deprimente, poco más que “un vertedero para viejos indigentes”, y las tres estaban hartas del pésimo estado de su lugar de trabajo y de la escuálida paga que recibían. No obstante, en el período subsiguiente a la depresión australiana, escaseaban las ofertas de trabajo para enfermeras, como ocurría con muchas otras profesiones. Para esas mujeres, como para Agnes, España significaba una oportunidad única de viajar y utilizar sus conocimientos a favor de una causa justa. Probablemente todas suscribirían las palabras de Una Wilson cuando, poco antes de partir, les dijo a los periodistas: “si nos cogen prisioneras o nos alcanza un disparo, pues ¿qué se le va a hacer? Sólo te quedan unos cuantos años más de vida, y es mejor que pasar el resto de tus días en un hospital privado. Sin peligro, la vida no tiene aliciente, y además sabemos que estamos haciendo algo que de verdad tiene sentido”.
Mary Lowson estaba al mando de la unidad; a sus 41 años era la mayor del grupo y había sido maestra titulada antes de dedicarse a la enfermería. Pequeña de estatura, Mary gozaba de una inmensa energía, capacidad y decisión. Era uno de los miembros fundadores del Comité de Auxilio a España de Sydney y hacía años que militaba en el Partido Comunista.
Una Wilson, neozelandesa, era una enfermera especializada en cirugía, muy experta y competente.
May Macfarlane, que con 27 años era la pequeña del grupo, poseía tres especialidades en Enfermería; procedía del oeste de Australia y había trabajado como enfermera en Brisbane y en el extremo norte de Nueva Gales del Sur, y como comadrona en el Hospital para Mujeres de Crown Street, de Sydney. “Mac” como todo el mundo la llamaba, había ingresado poco antes en el Partido Comunista. Para ella la Guerra Civil española cristalizaba todos los elementos en su evolución política personal y significaba además un desafío que la pondría a prueba.
A Mary le parecía Agnes demasiado frívola, la orientación política de Agnes, liberal antifascista y reacia al comunismo le irritaba en exceso a Mary. Agnes además no estaba a gusto entre tanto comunista y se negaba a saludar con el puño en alto y como explicó a uno de sus anfitriones en España, aparte de estar a favor de la República española, no tenía unas ideas políticas definidas. Ante esta situación May y Una estaban muy preocupadas y advirtieron a Mary que se irían si algo le pasaba a Agnes. Cuando las enfermeras se iban a incorporar a las Brigadas Internacionales cerca de Albacete, sólo habían expedido tres salvoconductos oficiales, Agnes tenía que quedarse. El lamentable trato que recibió fue por sus diferencias personales y políticas con mary Lowson.
Durante el resto de la Guerra Civil, May Macfarlane y Una Wilson trabajaron en los frentes de Madrid y Aragón y luego en el hospital base de Mataró. May entró a formar parte de un equipo médico junto a Walter Langer, y Una, de la unidad quirúrgica del Dr. René Dumont. Curaron heridos bajo unas condiciones horrendas y fueron unas enfermeras ejemplares. Ambas mujeres se quedaron en España hasta que las Brigadas Internacionales se retiraron, a finales de 1938, y fueron repatriadas a Australia en febrero de 1939. En cambio Mary Lowson después de trabajar en un hospital de Albacete, volvió a Barcelona y entró en la sección inglesa del Servicio Republicano de Información. Con dinero australiano viajó varias veces a Francia para comprar comida y suministros para España. Trabajó como enfermera en hospitales de las Brigadas Internacionales para terminar asistiendo a refugiados españoles en los campos de concentración del sur de Francia. A pesar del mal trato que le dio a su compañera Agnes, hizo una contribución sustancial a la causa de la República española y al Auxilio Australiano a España.
FOTO 003 Hospital Poleñino
Después de la marcha de sus compañeras, tuvo dificultades para encontrar trabajo y alojamiento hasta que fue destinada a una clínica a las afueras de Barcelona. Agnes ponía inyecciones, cambiaba vendajes y hacía camas en un entorno donde nadie parecía tener prisa. Rodeada de españoles, mejorando su dominio con el idioma, a ella le parecía que su trabajo no valía y estaba demasiado sola, en un ambiente extraño. Le parecía que la estaban tratando mal y que sus servicios habían sido educadamente desestimados. Había venido para cuidar a los heridos de guerra y la habían dejado plantada a las afueras de Barcelona. Terminó enfrentándose a O´Donnel y le amenazó con irse de España o alistarse como voluntaria en el ejército español. Como resultado de este enfrentamiento le dijeron que se uniera a un grupo de enfermeras británicas en un hospital de Grañén, en el frente de Aragón.
El hospital de Grañén (Huesca) había sido puesto en funcionamiento en septiembre de 1936 por la primera Unidad Británica de Auxilio Médico que llegó a España. Cuando Agnes llegó en enero de 1937, había cinco enfermeras inglesas, tres médicos españoles, unos cuantos practicantes, cuatro conductores de ambulancia, un par de cocineras y cuatro guardias que hacían también las veces de camilleros; además varias chicas del pueblo limpiaban y echaban una mano en las tareas de enfermería.
El hospital estaba situado en una alquería en ruinas del pueblo. Los miembros de la unidad habían limpiado de escombros el interior y de estiércol el patio, para poder descargar las ambulancias que llegaban del frente. El edificio albergaba dos quirófanos, dos salas post-quirúrgicas, una sala general con treinta camas para las gentes del lugar y los enfermos que estuvieran de paso, y, en el desván del piso superior, alojamiento para el personal médico, en unas condiciones tan primarias como todo lo demás; había que transportar el agua con un carro de mulas desde un arroyo cercano para luego esterilizarla, y cuando la lavadora, improvisada, se averiaba, había que llevar toda la ropa del hospital a ese mismo arroyo para lavarla.
En el hospital se atendía a los heridos que traían las ambulancias desde los puestos de primeros auxilios de los frentes vecinos. Los casos más urgentes se operaban en los quirófanos de Grañén y luego nada más que se pudiese se les trasladaba a los hospitales base de Lérida y Barcelona. Los heridos de poca gravedad se les atendían allí mismo y se les devolvía al frente. La gente de los pueblos cercanos también acudía al hospital cuando necesitaba asistencia médica o quirúrgica, o para dar a luz.
Cuando había batallas en el frente, el personal iba de cabeza y los quirófanos funcionaban sin parar, pero cuando el frente estaba en calma, la actividad disminuía hasta paralizarse, y era entonces cuando los miembros del personal jugaban a bádminton en la terraza de los pacientes, daban paseos por las colinas vecinas, se bañaban en el arroyo o se sentaban en el bar del pueblo.
De Grañén por problemas políticos fueron trasladadas las enfermeras inglesas y Agnes al hospital de Poleñino. Cuando llevaban cuatro meses trabajando en el hospital, empezó la gran ofensiva del frente de Aragón. El ejército se reorganizó y el hospital pasó a ser una unidad quirúrgica móvil que seguía el avance de las tropas republicanas. Subieron por encima de Boltaña a 40 kilómetros de la frontera con Francia. El hospital se albergó en lo que había sido un matadero, y tanto las tiendas de campaña como el personal sanitario se hundían en el fango. El bombardeo era continuo; los heridos eran transportados a lomos de mulos a través de empinados desfiladeros y llegaban empapados y cubiertos de barro, de manera que, antes de poder calibrar la gravedad de sus heridas, había que cortarles las ropas, aún cuando el hospital no tenía suficientes mantas para sustituirlas. Había muchos heridos de metralla en la cabeza y en el vientre que necesitaban atención inmediata, pero como no había sala post-quirúrgica, se evacuaba a los pacientes inmediatamente después de la intervención. Escaseaba la comida, que también se subía a lomos de mulos; muchos de los heridos llegaban sin haber comido nada durante varios días y el hospital sólo tenía “café con leche y no siempre leche” para darles. Según Agnes, en Boltaña las condiciones eran como las que uno se imagina en los episodios más terribles de la Gran Guerra.
Todos tenían los nervios a flor de piel, y Agnes estaba cansada y al límite de sus fuerzas; soñaba constantemente con volver a casa y sufría una pesadilla recurrente en la cual desliaba vendajes una y otra vez para al final descubrir que debajo no había nada más que pedazos de piel y restos de brazos y piernas. Se produjo un desacuerdo entre el personal de enfermería referente a los turnos de noche y, en un impulso, Agnes dejó el frente y se fue a Barcelona.
FOTO 004 Enfermeras extranjeras
A su llegada encontró una ciudad sometida todas las noches a toques de queda, apagones preventivos y bombardeos. Peter Spencer, vizconde de Churchill y director de los Servicios Británicos de Auxilio Médico en España, le ofreció un puesto en el frente de Madrid, que ella rechazó al saber que allí los miembros del personal estaban enfrentados por desavenencias. El 10 de octubre de 1937 Agnes se iba de España. A su llegada a Australia, cuatro meses después, le dijo a un periodista: “Nunca había visto unas heridas tan horrendas ni sufrimientos como los que produce la guerra. Lo que he visto en España me ha convertido en una militante pacifista de por vida”.
En la Guerra Civil española, como en todas las guerras, todas las enfermeras como Agnes y sus compañeras fueron unas heroínas por partida doble, puesto que en su trabajo cotidiano tenían que habérselas con los heridos, el resultado más horrible y menos atractivo de la guerra, y porque, en última instancia, y bajo las más duras circunstancias, no podían confiar más que en su competencia profesional y sus sentido común.
Agnes Hodgson y los Hospitales de Guerra
En el hospital de Grañén también llamado el “Hospital Inglés” entre su personal se encontraba desde los primeros momentos la militante comunista, traductora y enfermera Aileen Palmer, según su testimonio relataba que existían 36 camas de cirugía con enfermos totalmente privados de la más elemental intimidad; las condiciones higiénicas eran muy precarias, careciendo de algo tan necesario como agua corriente, debiendo ser transportada con mulos directamente desde el río; el entorno del edificio se encontraba sucio y degradado. El patio al que accedían las ambulancias llegadas desde el frente estaba embarrado y cubierto de excrementos de animales. No obstante, los médicos y enfermeras con su trabajo diario, hicieron de las salas de quirófano, un referente profesional de la medicina de guerra, logrando que el prestigio del centro sirviera en Londres para recaudar abundantes fondos con que adquirir medicinas, instrumental y comida para enviar periódicamente a Grañén.
La elección de esta localidad para instalar el primer hospital de la Unidad Británica no fue casual, el hecho de contar con estación de ferrocarril en un punto estratégico entre Huesca y Zaragoza determinó su ubicación. Fueron veinte los voluntarios que integraban el convoy y constaba de tres camiones cargados de pertrechos médicos y una gran ambulancia. Cómo no consultaron su instalación con el comité anarquista del pueblo, éstos tenían una gran desconfianza y recelos. A finales de noviembre de 1936 habían atendido 15.023 pacientes y su ambulancia había recorrido 14.000 millas en el transporte de heridos.
Por culpa de las diferentes opiniones entre los anarquistas y los defensores del Partido Comunista, las divergencias se hicieron de tal naturaleza insalvables, que se produjo una ruptura en la estructura del personal, de modo que los médicos y casi todas las enfermeras partieron a Albacete con las Brigadas Internacionales a finales del 36, quedando incorporadas al grupo franco-belga de habla francesa, mientras el hospital era administrado por enfermeras inglesas que esperaron la llegada de nuevos cirujanos enviados por la Generalitat y un contingente de sanitarias entre el que se encontraba Agnes.
En casi todos los hospitales del frente las jornadas se hacían agotadoras, y el personal apenas tenía tiempo de limpiar la sangre en los quirófanos, lavar y desinfectar el instrumental o tomarse un mínimo descanso para reponer fuerzas y proseguir, en turnos que podían alargarse hasta 48 horas, tiempo en el que no se tomaba más que algo de fruta y café. En tales circunstancias, las guardias se convertían en insufribles y oscuras pesadillas.
“Una vez trabajé es estado de shock, impactada por la vista de tantos restos humanos”, asegura Agnes Hodgson. Cuando las tropas republicanas intentaron tomar la ermita de Santa Quiteria en Tardienta, se produjeron más de quinientos heridos. “Nos concentrábamos en las heridas más urgentes, pero era muy difícil y muy duro diferenciar entre ellas. Heridas que en hospitales normales hubieran requerido inmediato tratamiento, allí tenían que esperar”. La valentía de los soldados no les ahorraba sufrimientos, y en los hospitales de sangre se respiraba el olor característico del éter y el yodoformo, pero el no menos intenso olor de la muerte, precedida de gemidos desgarradores y agónicos lamentos. Algunos heridos enloquecían de dolor. En cierta ocasión “dos hombres murieron en camas contiguas, como vigilándose, pero no tuvimos tiempo de averiguar que eran hermanos a pesar de la larga agonía”.
También el personal civil acudía a los centros sanitarios destinados para cubrir las necesidades del frente. Los largos éxodos huyendo de las zonas más conflictivas, los bombardeos contra la población indefensa se hicieron habituales, llevando a los hospitales mujeres, ancianos y niños con los pies desollados y sangrantes para que las enfermeras y los médicos les pudiesen curar. También las infecciones por la falta de higiene o las malas condiciones del agua de boca, la desnutrición, la carencia de vitaminas, etcétera atestaban las salas de los hospitales.
FOTO 005 Personal y ambulancias del hospital Poleñino
Los pacientes de más prolongadas estancias eran evacuados a los hospitales de referencia, el establecido en Barbastro y generalmente a Lérida y Barcelona, merced a los trenes habilitados como hospital ambulante o las ambulancias, donadas por la ayuda internacional en la mayor parte de los casos. Ayuda que no era suficiente para la adquisición de medicinas, vendajes, anestesias o sábanas y pijamas para los enfermos, lo que multiplicaba la extensión de infecciones y dificultaba la curación de las heridas e intervenciones quirúrgicas.
En tan penosas circunstancias no era infrecuente que los propios médicos y enfermeras contrajeran enfermedades o cayeran en graves estados de depresión. Sin duda este cúmulo de penalidades protagonizó la estancia de las enfermeras internacionales, inglesas, australianas y naturalmente también españolas.
Aileen Palmer fue a Madrid en diciembre de 1936 tras organizar el hospital de Grañén, estuvo en Belchite y en Teruel y se fue de España en mayo de 1938, exhausta y confusa ante las luchas políticas que advirtió en las mismas filas del Frente Popular, pero nunca dejó de trabajar por la República y por los españoles. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le sorprendió cuidando a los heridos españoles en los campos de prisioneros al sur de Francia y retornó a Gran Bretaña para enrolarse en el servicio de ambulancias de Londres.
También otras enfermeras australianas como Una Wilson, Mary Lowson o May Macfarlane, mantuvieron a lo largo de su vida, como Agnes Hodgson y muchas más de diferentes países incluyendo las enfermeras españolas, la inequívoca convicción de haber luchado por la más justa de las causas, la de la Libertad.
La participación de enfermeras en la guerra civil presenta una clara diferencia entre los dos bandos contendientes, ya que además las mujeres voluntarias mínimamente formadas para la asistencia a los heridos; en el bando republicano llegan grupos de enfermeras, de diferentes nacionalidades, a través de dos vías totalmente diferenciadas. Una la vinculada a las organizaciones políticas, en las que podría considerarse un componente ideológico como base para su movilización, siendo la atención a los heridos en los combates su principal misión. Agnes Hodgson entraría dentro de este grupo.
Junto a ellos aparecieron diferentes organizaciones humanitarias, lo que hoy llamaríamos ONGs, que con equipos multidisciplinares, entre los que había enfermeras, intentaban ayudar a paliar los desastres de la guerra. La negativa a que trabajaran en el territorio bajo control de las tropas franquistas, supuso que concentraran sus esfuerzos en las zonas republicanas. Dentro de este segundo grupo tendríamos, entre muchas otras mujeres, a Elizabeth Eidenbenz, famosa por su excepcional trabajo en la maternidad de Elna.
Pese a estas diferencias, esas enfermeras tenían algo en común: su espíritu positivo altruista y proactivo que les lleva abandonar las comodidades de sus hogares para desplazarse a una zona en conflicto, padecer todas las estrecheces a las que obligan las restricciones de todo tipo que se producen en las guerras y arriesgar su propia vida para prestar cuidados a personas con las que el único vínculo que tienen es la pertenencia común a la humanidad.
Este carácter emprendedor y altruista junto con su capacidad de sacrificio debería ser una fuente de inspiración para las futuras generaciones de enfermería.
BIBLIOGRAFÍA
En 1988, la doctora Judith Keene, especialista en estudios sobre la Guerra Civil española y profesora de Historia Moderna de Europa en la Universidad de Sydney, anotó y editó el interesante diario de la enfermera australiana Agnes Hodgson, quien durante todo el año 1937 trabajó como voluntaria en los hospitales de guerra instalados en los pueblos monegrinos de Grañén, Poleñino o Sariñena, y también algunas semanas en Fraga y Boltaña. El diario formó parte fundamental de un libro editado en Australia por New South Wales University Press, titulado “The last mile to Huesca”.
En España el libro consultado es “A una Milla de Huesca”. Diario de una Enfermera Australiana en la Guerra Civil Española. Edición de Judith Keene y Víctor Pardo Lancina. Prólogo de Gabriel Jackson. Colección Petarruego. Publicaciones de Rolde de Estudios Aragoneses. Zaragoza, 2005. 438 páginas. Prensas Universitarias de Zaragoza.
http://www.rolde-ceddar.net/ Por si estas interesado en pedir el libro.
rolde@rolde-ceddar.net
FOTO 006 Libro: A una milla de Huesca
Colaboran:
Diputación de Huesca. Comisión de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón
Comarca de Los Monegros
Colegio Oficial de Enfermería de Huesca
Participa:
Embajada de Australia en España
AUTORES
Jesús Rubio Pilarte *
* Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com
Manuel Solórzano Sánchez **
** Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net
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