viernes, 28 de agosto de 2009

ACTUALIZACIÓN DE ENLACES EN ENFERMERÍA AVANZA

Es hora de una pequeña renovación en el blog de ENFERMERÍA AVANZA, para ello, empezaremos una campaña de captación de nuevos enlaces: webs, foros, blogs, bases de datos... que no estén en nuestro listado de enlaces.

Si vuestra página web no está incluída en Avanza, no dudéis en comentarlo. Añadiremos todos los enlaces web de Enfermería que consideréis deberían estar en nuestro blog.
Podéis añadir vuestra sugerencia, y encuadrarla en una sección, a través de un comentario.

¡Gracias a todos por vuestra colaboración!

Podéis ver nuestro mapa de visitas anual, que cambiamos cada 28 de Agosto. Os dejo el mapa desde 28/8/2008 hasta el día de hoy!! Podéis ver el anterior en este mismo blog, en la sección de enlaces.

LA SOCIEDAD BENÉFICA IRUN`GO ATSEGIÑA

Beneficencia y las Sociedades Gastronómicas
Las sociedades gastronómicas surgen a finales del siglo XIX en San Sebastián, al comenzar a regularse la jornada laboral y en muchas ocasiones al amparo de sociedades de socorros mutuos o agrupaciones gremiales, siendo la Unión Artesana de San Sebastián el ejemplo más claro. Todas la Sociedades han sido siempre conscientes de quienes eran las personas más necesitadas de la sociedad, aunque la valoración de la pobreza haya cambiado a lo largo de los siglos. El listón que separaba a los pobres del resto de su sociedad dependía mucho del nivel de vida medio de cada país y de cada época, y el límite de la pobreza estaba en la propia subsistencia, así como en la carencia de familiares o amigos que pudieran ampararle. Más difícil es saber quienes se consideraban a sí mismos como pobres, aunque de alguna forma se autodefinían cuando acudían a las entidades benéficas en demanda de ayuda y solicitaban ser incluidos en el padrón de pobres, o ingresar en el hospital- asilo.
Para Luis Vives era pobre aquel que dependía de los demás: “Todo el que es menesteroso de ayuda ajena es pobre”, y llegaban a la pobreza:

“Los unos por enfermedad de sus cuerpos, cesando en sus trabajos, gastando dineros y no recibiendo otros en compensación, vienen a parar en la pobreza. Esto mismo acaece a los que perdieron sus bienes en la guerra o en otra cualquiera grande calamidad, como es fuerza que ocurran muy muchas a los que estamos confinados en esta mundo turbulento: como incendios, inundaciones, ruinas, naufragios”.

El diccionario de la Administración Española de 1894 decía: “…es pobre, ya para dejar de contribuir, ya para ser auxiliado y aún socorrido, todo aquel que depende únicamente y exclusivamente de su trabajo corporal, sin que sea obstáculo para considerarle realmente pobre el que tenga alguna pequeña casa, choza o albergue en que habitar y alguna finca rústica de insignificante estimación , toda vez que sus productos no sean suficientes a sacarle de la situación de mero jornalero o bracero del campo”.
Mural a la entrada de la sociedad con una estampa irunesa del pintor Sagarzazu

Los expósitos, esas pobres criaturas abandonas al nacer y condenadas en muchos casos a una muerte temprana, tenían el privilegio de ser asistidos por la Diputación. Su lugar era el hospicio “donde se crean los hijos de nadie”. Tal vez por esa razón, necesitaron del amparo de la madre provincia. Estos niños difícilmente superaban los aledaños de la pobreza, y muchos de ellos si lograban pasar la infancia continuaban siendo asistidos de por vida. Los huérfanos pobres, socialmente mejor considerados por no ser producto de la maternidad ilegítima, no tenían mejores perspectivas de vida que los anteriores. Los niños estaban a cargo de la Beneficencia hasta los catorce años y hasta los diez y ocho las niñas, eran educados y “asistidos” hasta esa edad. A partir de ese momento se les buscaba un trabajo, a los chicos en un caserío o en un taller. A las chicas de sirvientas en una casa. Tenían un futuro parecido al de los expósitos.

A la Beneficencia le precedió la caridad cristiana, cuyo mejor cantor fue San Pablo en su primera epístola a los corintios.

La Historia del Arte nos acerca a todo un sistema simbólico de la representación de la Caridad, iconográficamente muy rico. Empezando por las figuras de Cristo. El Buen Pastor que cuida con amor de sus ovejas; y de la Virgen que ampara bajo su manto a los desvalidos y que da origen a las advocaciones de “Virgen de la Caridad”, “Virgen de los desamparados”; sin olvidar la renovación iconográfica que introdujo Giotto en Asís al representar la personalidad de San Francisco; o los grandes cuadros del Barroco, en los que se animaba a ejercer la caridad a través del ejemplo dado por santos: San Juan de dios, Santa Isabel de Hungría, San Martín y San Antonio.

El paso de la caridad relacionada con las Instituciones de carácter religioso a la Beneficencia, vinculada con la administración civil, comenzó en España durante el siglo XVIII. Para Vives, era la ciudad, la autoridad civil, la encargada de cuidar y vigilar que no hubiera pobres, administrar los fondos y controlar que nadie tomara para su propio provecho los bienes de la Beneficencia. Sin embargo la obtención del capital para cubrir la asistencia tenía que seguir los cauces habituales: donaciones, limosnas y cuestaciones.

Así se promulgó la ley de Beneficencia del 6 de febrero de 1822, que “sistematizó todos los aspectos de la Beneficencia, dando el paso definitivo para que este servicio quedase por entero en manos de la Administración”. No puede olvidar que en esa época, para que una persona adulta pudiera ser asistida por los servicios públicos, además de tener alguna discapacidad que le impidiera valerse por sí misma, debía ser declarada “pobre de solemnidad”, con el perjuicio social que implicaba.

SOCIEDAD BENÉFICA IRUN`GO ATSEGIÑA Esta Sociedad Gastronómica nace el día 26 de Marzo de 1922 en Irún (Gipuzkoa). Desde su nacimiento hasta la fecha, esta humanitaria sociedad no ha cesado de llevar a cabo grandes obras de Caridad a favor de los desvalidos, organizando festivales, tómbolas, becerradas, cabalgatas, rifas y todo lo preciso para aportar el pan al necesitado y procurar el bienestar de Irún. En esta altruista labor, tanto sus directivos como socios y simpatizantes, unen todas sus fuerzas para impedir que la nave de la caridad y el amor a las personas más desfavorecidas se detengan.

En Irún y en la comarca existe la tradición de la “opila”. La “opila” es un bizcocho que regalan las madrinas a sus ahijados el día de San Marcos, hasta que se casan. Sobre ese bizcocho se colocan huevos duros como años tiene la o el ahijada. Los huérfanos del Hospital – Asilo de Irún no tenían madrina y la Sociedad Irun`go Atsegiña decidió desde su origen obsequiar la tradicional “opila” a todos esos niños y niñas.
Niños y niñas ahijados de la Sociedad con las opilas acompañados por miembros de la Junta Directiva y de las Hermanas de la Caridad, entre las que reconocemos a Sor Julia

En 1924 la Sociedad se honra con el preciado título de “Madrina del Hospital Asilo de Irún”. A partir de esta fecha memorable todos los asilados son obsequiados anualmente con las clásicas “opilas”, tradicional costumbre irunesa. Cuando llega la Navidad, se entregan a los necesitados del Hospital Asilo lotes de ropas, calzado, tabaco, turrones, vinos etc., y juguetes a los niños en la noche de Reyes. Todo esto precedido de una vistosa cabalgata que hace las delicias de los pequeños y grandes y que contribuye a salpicar de alegría la fría noche del 5 de enero.
Cuadro pintado sobre tabla que se encuentra dentro de la Sociedad “Los Reyes Magos van al Hospital Asilo de Irún”

En el año 1950 con motivo de recaudar fondos se realizó el 29 de junio una rifa con 5.000 papeletas a una peseta el boleto. Los premios eran los siguientes: dos comidas y dos cenas de 50 pesetas cada una, otras dos comidas en el monte San Marcial de 65 pesetas cada una y con el taxi pagado para subir al monte. Dos entradas de butacas para todos los espectáculos oficiales de fiestas. Otro de los premios consistía en 200 pesetas en metálico y un décimo de lotería y otro premio una caja de cigarros puros y dos comidas para el 2 de julio en la Sociedad. Todo ello para sacar fondos para las obras de beneficencia de la Sociedad.

En enero de 1951 se dio una comida para los asilados servida por directivos de la Sociedad, el menú fue el siguiente:
Con motivo de la festividad de San Marcos la Sociedad regaló a lo ahijados unas exquisitas opilas (cada padrino o madrina da a su ahijado/a la opila el día 25 de abril festividad de San Marcos), que fueron saboreadas por los pequeños. La junta directiva mandó una carta de agradecimiento a Luis Mariano por su ofrecimiento y colaboración con esta Sociedad, en beneficio del “Hospital Asilo”.

El día de Reyes de 1952 la Sociedad ofreció una comida extraordinaria a los asilados, con el siguiente menú:
En 1960 el 1 de mayo la popular Sociedad Irun`go Atsegiña celebra el 38 aniversario de su formación, los festejos son pocos. Los actos se reducen a una misa rezada en la capilla del Hospital y al banquete oficial en el domicilio de la Sociedad, en el que fraternizan autoridades, directivos, representaciones de sociedades locales y forasteras, entre ellas la Sociedad Kondarrak (http://www.kondarrak.com/), sin olvidar las del otro lado del Bidasoa, socios y amigos de esta Sociedad Irunesa.
Podemos observar a Juan Antonio Lecuona, Aniceto Martín, Quesada, Paulino Berges, Justo Arrese-Igor, Urtizberea

En 1962 tras la trayectoria llevada se inician los trámites para la consecución de la Cruz de la Beneficencia, y fueron numerosas la adhesiones recibidas y los escritos remitidos al Excelentísimo Gobernador civil de la Provincia, solicitando la conexión del citado galardón, no podemos olvidar a todos ellos y a continuación detallamos sus nombres: Delegado de la frontera del Norte de España; Excelentísima Diputación Provincial de Gipuzkoa. Sociedad Umore Ona; Sociedad Aldabe; Real Unión Club; Leopoldo Stampa Sánchez (notario); Banco de Irún; Sociedad Gaztelubide; Excelentísimo ayuntamiento de Irún ; Asociación Antiguos alumnos de La Salle de Irún; Casino de Irún; Colegio oficial de agente de aduanas; José Lecuona; obispo titulado de Vagada; Comunidad de Hijas de la Caridad San Vicente de Paúl; Prelado de la Diócesis; Centro Burgalés; Delegación Comarcal de Sindicatos; Miguel Ibáñez de Opacua (Coronel de infantería); David Esnal (Párroco de Santa María del Juncal); Sociedad Kondarrak; Kurpil Kirolak; Juan Vollmer S.A. (La Palmera).
El 1 de septiembre de 1966, se le concede a la Sociedad Irun`go Atsegiña la orden de Beneficencia, siendo distinguida con la Cruz de Segunda Clase.
DIRECTIVA DEL AÑO 2002 Componentes de la Junta Directiva - Sentados de izquierda a derecha: Miguel Casas, Patri Arabolaza, José Luis Martínez, Pedro Galarza y Juan Gómez

De pie izquierda a derecha: Luis Etxebeste, Juan Miguel García, Iosu Olaizola, Luis González y Patri Arabolaza j.r.

Reconocer la gran labor realizada por uno de sus miembros, que ha estado siempre en la cumbre de la Sociedad y uno de los presidentes más longevos, hablamos de Patri Arabolaza padre.
NUEVA DIRECTIVA DEL 2009
En esta fotografía se encuentran algunos de los participantes de la actual junta directiva. Entre ellos, el presidente Luis Etxebeste, el tesorero Jesús Rubio Pilarte, y los vocales Felipe Etxeberria y Juanito Gómez, son ellos los que llevan el timón y el barco a buen puerto, además de expertos cocineros. Qué decir de Jesús Rubio espléndido cocinero y enfermero.
EPÍLOGO
A modo de anécdota, aunque en 1966 dicen que se le concede a la sociedad la Cruz de Beneficencia, realmente se concede el derecho a dicha distinción, ya que físicamente fue adquirida mediante suscripción popular en una joyería de Madrid (D. Celada, calle Mayor 21, Madrid – 13. al precio de 11.750 pesetas).

Actualmente las personas mayores que están atendidas en las residencias de Irún, entre las que se encuentra la “Residencia Municipal”, heredera del antiguo Hospital-Asilo, siguen recibiendo una “opila” el día de San Marcos, y quienes pueden, acuden a una comida preparada y servida por socios y directivos en su local social, perpetuándose la tradición iniciada en 1922. Asimismo, el día 5 de enero reciben la visita de SS.MM. los Reyes Magos que, además de repartir sonrisas, les entregan un pequeño obsequio.

Por este motivo, las sociedades gastronómicas, como la Sociedad Irun`go Atsegiña, son agentes sociales de primera magnitud, referencias imprescindibles para actividades sociales, culturales y deportivas.

Agradecimientos:
A Luis Vives

A Mª Ascensión Martínez Martín, por su libro “Gipuzkoa en la vanguardia del reformismo social. Beneficencia, ahorro y previsión (1876 – 1936)”

A la Sociedad Benéfica Cultural Recreativa Irun`go Atsegiña, a su presidente Luis y a Jesús. Libro de la Sociedad de los 80 años

Fotos: Las fotos están escaneadas de los libros anteriormente citados, y mis fotografías.

*Manuel Solórzano Sánchez y **Jesús Rubio Pilarte
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS. Vicepresidente Sociedad Kondarrak
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV. Tesorero Sociedad Irun`go Atsegiña
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com

jueves, 27 de agosto de 2009

Revista Ética de los Cuidados


La Revista Ética de los Cuidados acaba de publicar el número 3 de su revista. Destacan los artículos en torno al proceso de muerte y el testamento vital por su enorme actualidad.
Reflexiona en la editorial Pablo Simón Lorda, “En torno al proyecto de ley andaluz sobre la dignidad del proceso de muerte” A su vez, Francisco Javier León Correa, Carolina Abrigo y Claudia Délano, escriben sobre “Voluntades anticipadas en pacientes terminales. El rol de Enfermería” y Ramón Maciá sobre El testamento vital: su valor y vinculación.

Relacionado con el tema de la muerte digna, y la Eutanasia, se incluye una carta al director de Miriam Vázquez “Dignidad y utilización de la imagen. A propósito de Eluana”

Complementan el actual número los siguientes artículos:

La vulnerabilidad de los derechos de los pacientes en el medio hospitalario por Beatriz Braña Marcos

Análisis ético-profesional de las órdenes de no reanimación por Jesús Molina Mula

"Teoría de la justicia" de J. Rawls, su apreciación para las ciencias de la salud. Análisis desde el cercado por Manuel Gago Fornells

¿Qué piensan nuestros pacientes sobre la figura de la enfermera referente?
Patients. What do they think about primary nurse? de Mª del Prado Lázaro Muñoz

La intimidad en la Unidad de Cuidados Intensivos: Perspectiva enfermera categorizada desde los sentidos de María Josep Arévalo, Mónica Maqueda, Eva Pérez, Sylvia Mónica Amorós

El Silencio Familiar: Ocultar la Evidencia por Fernando Jesús Robledo Cárdenas

Cierra la edición la reseña bibliográfica del libro de Médicos en el Cine. Dilemas bioéticos: sentimientos, razones y deberes, de Sagrario Muñoz Calvo y Diego Miguel Gracia Guillén por José Mª Rumbo Prieto, Luís Arantón Areosa

lunes, 24 de agosto de 2009

LA ENFERMERA

Rafael Martínez Sierra. Catedrático Emérito de Medicina de la Universidad de Córdoba.
Rafael Martínez Sierra es premio de la Real Academia Nacional de Medicina.

Antes las enfermeras eran monjas que llevaban unas alas blancas en la cabeza e iban con tanto sigilo que parecía que más que andar, volaban. Ahora las enfermeras perdieron las alas y sin ellas aprendieron a deslizarse por los pasillos interminables de las noches inacabables para acudir al timbrazo del paciente al que le apretó el ahogo, que necesitó la cuña, aquél al que le arreció la angustia de la vida que se le escapa.
No duermen las enfermeras a ninguna hora ni descansan; están al pie de la cama para lo que se le ofrezca a cualquier paciente que las llame; para secarle las lágrimas al alba.
Nunca me ha gustado que las enfermeras digan que al hospital van a trabajar. Vosotras, más aún que los médicos, vais no sólo a seguir un protocolo, sino también a dar sosiego y paz para las almas.
Fui profesor de la escuela de enfermeras de San Francisco de Asís en Madrid, cuando era profesor adjunto en la Complutense. Di clases a las enfermeras de Las Palmas cuando dirigía a la sazón la naciente Facultad de Medicina y, al llegar a Córdoba y ser elegido decano de Medicina, fui profesor y director de la Escuela de ATS.

Pronto observé que el más grave déficit que tenían las escuelas de Enfermería era su profesorado. Todos éramos profesores de Medicina y, como si fueran las enfermeras replicantes de nuestros estudiantes, las atragantábamos con los mismos temas que dábamos a los alumnos de Medicina. Los estudios de Enfermería no son para formar médicos a medias. Y encabecé un movimiento en la Complutense -que fracasó- para hacerlos una licenciatura.
Al rector Losada le expuse que la escuela de ATS necesitaba profesorado específico y que dimitía como profesor y director, pues me negaba a seguir siendo encubridor de ese fraude. Fuimos al Ministerio y ante el director general no me fue difícil el discurso. Lo conseguimos. Entregué mis trastos y se procedió a declarar independiente de Medicina a la Escuela Universitaria de Enfermería (DUE). Ahora, al cabo de tantos años, el Plan Bolonia tomó el testigo y la enfermería, por fin, será una licenciatura universitaria (grado) de cuatro años.
Desgraciadamente, las funciones de todos los profesionales saltan a la opinión pública cuando ocurre un accidente y como buitres sobre la carroña se ensañan frívolamente con el supuesto culpable. No entiendo el alarde mediático que se ha dado a la muerte de Rayán. Y menos aún que todos se hayan apresurado a lavarse las manos respecto a la enfermera a la que el primer día que está en un servicio de tan extrema dificultad la dejan sola. ¿Habría ocurrido el error si la más avezada hubiera estado presente?
A mi hija, con cuatro años, le picó en la lengua una avispa. A toda velocidad, por aquella estrecha y sinuosa carretera de alta montaña, bordeada por abismos, fuimos a Comares, el pueblito más cercano. Mi hija con el edema de glotis estaba cianótica y no podía respirar. El médico no estaba pero sí una estudiante en prácticas. Mientras hurgaba en el botiquín le dije: «O le inyectamos o se nos muere». «Voy a por el fonendo», me contestó. Aún no ha vuelto. Yo salvé la vida a Patricia pero ¿y si yo no hubiera sido médico? ¿Habría sido esa niña -en prácticas- la responsable de su muerte? Las enfermeras no sólo cumplen diariamente, y muchas veces con sobrecarga asistencial, misiones en las que cualquier error puede provocar accidentes mortales; es que además en muchas ocasiones se les asignan responsabilidades que no les competen.

Foto: Homenaje a la enfermera, el día de la enfermera.
http://www.misiones.gov.ar/salud/images/stories/enfermera_2.gif
En los servicios de urgencia donde hacen guardias médicos residentes de primer año, es la enfermera de turno quien los saca del aprieto. No quiero criticar el sistema, hoy sólo quiero hablar de esa enfermera que ahora es la persona más sola del mundo. Y es a ella a la que le quiero decir que no es culpable de lo sucedido. Ella es responsable de tantos pacientes a los que cada día y cada noche salva la vida por no cometer errores y a los que, mojándoles los labios, ayuda en la agonía.
No olvido la complicidad necesaria que tienen con los enfermos. El alivio que ofrecen dándoles la mano, para que aprieten, cuando el médico hace una extracción de médula. Los quites que les dan a los propios médicos en circunstancias delicadas y tampoco olvido -lo que nadie sabe- que en muchísimos casos las enfermeras son despreciadas por macarras que les infringen ominosos escarnios.
Lo que peor llevo -me decía Lola- es cuando nada más entrar en la habitación ciertos pacientes empiezan a decir palabras soeces y masturbarse (y no hablo del psiquiátrico). Las enfermeras no tienen olfato, ni oídos, ni el más mínimo rictus de asco cuando las humanas miserias o falta de educación se desbocan. Éstas no son aquellas cursilonas “chicas de la Cruz Roja” de Rafael J. Salvia.
La novena promoción de la escuela de ATS de Córdoba me hizo un emocionado homenaje nombrándome padrino. Hoy yo devuelvo el gesto haciendo una declaración pública de admiración, respeto, agradecimiento y devoción hacia ellas y ellos, en la persona de la enfermera que aplicó el remedio necesario para que Rayán viviera. Ofrenda justa, y no la demagógica de fletar un avión para transportarlo, cuando a diario mueren tantos compatriotas suyos en el Estrecho y no se preocupa de evitarlo ni de identificarlos.
Como tierra de promisión para adecuar los planes de estudios a las profesiones de esta sociedad de desarrollo y superespecialización, España, con toda su fanfarria, se ha acogido al Espacio Europeo de Educación Superior. No hay duda de que tal instrumento ofrece posibilidades inmensas. ¿Pero de qué servirán si los que tienen el poder y la responsabilidad para llevarlo a cabo no están formados para integrarse en él?

El ostentoso vicio nacional de poner primeras piedras que jamás verán las últimas ha reverdecido. ¿Para qué crear, por ejemplo, el cuerpo de profesores eméritos si luego -al menos en Medicina- no se les deja lugar para desarrollar su labor? Pues igual me temo que el Plan Bolonia se haya convertido para algunos rectores en 'el plan a la boloñesa, mucha política y suculenta mesa'.
Y no se escondan, que, para que hechos tan dramáticos como el de Rayán sucedan, es tal el cúmulo de circunstancias que tienen que concurrir, que son muchas las poltronas (con la panza llena) que rodarían si empezáramos a tirar de la cuerda.

Diario Vasco, 24 de agosto de 2009
http://www.diariovasco.com/20090824/opinion/articulos-opinion/enfermera-20090824.html

Un magnífico artículo sobre nuestra profesión. Gracias Rafael.
Manuel Solórzano
masolorzano@telefonica.net

viernes, 14 de agosto de 2009

EL MAL DE SAN ANTÓN O FUEGO SAGRADO

En el siglo XII aparecen en España focos del “mal de San Antón” o “fuego sagrado”.
En el año 1214 vino a España la Orden de San Antón (o antoninos) para atender a estos enfermos, que, como es sabido, sufrían brotes de ergotismo producidos por el cornezuelo del centeno, a los que dada la aparición en focos, se les consideró contagiosos. La primera casa para estos enfermos se estableció en Castro Xeriz (Castrojeriz, en Burgos).
A pesar de sus ruinas, el viejo convento de San Antón (siglo XIV), sigue estando cargado de magia y esoterismo. Los frailes antonianos aquí instalados tenían fama por sus conocimientos en la curación del "mal de San Antón" o "fuego sacro", una enfermedad gangrenosa parecida a la lepra muy extendida en los siglos X y XI. Por el peligro de contagio, este tipo de hospitales, casi 400 en toda Europa, se construían fuera de los núcleos urbanos. Para luchar contra la enfermedad se servían de los efectos benéficos de la letra griega tau, que llevaban cosida en rojo en la túnica negra. Además no vacilaban ante el menor síntoma sospechoso de malignidad, en amputar brazos y piernas, que colgaban posteriormente en la puerta del hospital. Hoy en día es un sencillo albergue de peregrinos, pero se te pondrán los pelos de punta al escuchar aquellas antiguas historias.

Desde el siglo IX al XIV y en menor grado hasta el siglo XI, se declaraban epidemias de dicha enfermedad, especialmente en las regiones orientales de Francia, Rusia y Alemania, cuyas consecuencias resultaban más temibles, incluso que las de la propia lepra. Así, por ejemplo, se recuerda que durante el reinado de Felipe VI, en 1130, estalló una epidemia en La Lorena, enfermando gravemente una gran cantidad de personas.
Esta enfermedad recibió los nombres de “fuego sagrado”, “mal de los ardientes”, “fuego infernal” o “fuego de San Antonio”. Este último nombre data del siglo XI, en que se fundaron los monasterios de San Antonio Ermitaño, para atender a sus víctimas. El fuego de San Antonio se presentaba bajo formas muy distintas. En unos casos afectaba a las vísceras abdominales, originando un cuadro que aunque muy doloroso, por fortuna era de muy corta duración, conduciendo a los enfermos a una muerte casi súbita. En otros, más frecuente, el proceso comprometía de preferencia los miembros.

Los enfermos “atormentados por dolores atroces lloraban en los templos y en las plazas públicas; esta enfermedad pestilencial, corroía los pies o las manos y alguna vez, la cara”. Comenzaba con un escalofrío en brazos y piernas, seguido de una angustiosa sensación de quemazón. Parecía que las extremidades iban consumiéndose por un fuego interno, se tornaban negras, arrugadas y terminaban por desprenderse, “como si hubiesen cortado con una hacha”. La inmensa mayoría sobrevivía, quedando mutilados y deformados enormemente, por la pérdida incluso de los cuatro miembros.

Por otra parte, la enfermedad atacaba a las mujeres embarazadas, en las que producía irremediablemente el aborto, incluso en los casos más leves. Las antiguas culturas orientales, utilizaban lo que llamaban “granos negros del centeno” para provocar el parto.

¿Qué hacían para librarse del fuego de San Antonio?
Rezar, llevar amuletos benditos e ingerir infusiones de yerbas, pero a pesar de todo esto, la enfermedad seguía arrasando vidas, lisiando y matando.
Hasta finales del siglo XVI, los enfermos peregrinaban al santuario de San Antonio Ermitaño. Allí recibían los cuidados de los frailes antoninos, que llevaban marcada como distintivo una “T azul” sobre el hombro de sus túnicas. Es probable que esta T quisiera simbolizar las muletas que utilizaban quienes acudían en busca de sus cuidados.
El Hospital de la Orden de San Antonio de Viena, ya bien avanzado el siglo XVII, poseía una abundante colección de miembros, unos blanqueados y otros ennegrecidos, recuerdo de los enfermos que ahí habían recibido asistencia.
Una de las narraciones encontradas decían: Hace unos mil años, una rara epidemia de locura azotó Europa. Las víctimas de esta enfermedad sufrían lo indecible. Además de tener alucinaciones terroríficas, sus piernas y brazos se volvían negros y poco después sobrevenía la gangrena. Dichas extremidades gangrenosas podían ser arrancadas del cuerpo sin que se presentara el menor sangrado. La enfermedad fue llamada Fuego de San Antonio debido a que muchos de los síntomas recordaban el martirio que sufrió el santo cuando se fue a orar al desierto. La causa de la enfermedad estaba en el centeno. El pan preparado con éste grano solía estar infectado con un hongo, el cual causaba los síntomas.
Otra de las narraciones encontrada nos dice: Aunque no muy conocidas en estos tiempos, las intoxicaciones causadas por el consumo del cornezuelo provocaron terribles epidemias en años pasados, especialmente los años con inviernos fríos, seguidos de veranos húmedos.

Europa padeció cíclicamente epidemias y plagas de todo tipo que diezmaron a la población, desde gripes, peste, lepra y quizás la menos conocida de todas, pero la más terrorífica, el denominado ignis sacer ("fuego sagrado") o fuego de San Antonio. Los testimonios más antiguos se remontan a la época de los asirios 600 años a.C.

La primera noticia fehaciente que se tiene de esta epidemia está fechada en el año 1.039, en la ciudad francesa de Dauphiné donde está enterrado San Antonio, famoso por sus visiones demoniacas, defensor de la epilepsia, el fuego y las infecciones, de ahí su nombre popular.

La epidemia más grande que se recuerda se produjo en el sur de Francia donde murieron cuarenta mil personas, caso del "pan maldito" en el pueblo Pont Saint Esprit; siendo la última en el año 1951, también en éste país donde se utilizó para alimentar al ganado, extendiéndose la enfermedad a las personas, muriendo más de una docena y habiendo cientos de afectados.
En 1597, la Facultad de Medicina de Marburgo, decidió investigar los posibles orígenes de la enfermedad, llegando a la conclusión de que era exclusivamente debida a la ingestión de pan amasado con harina de centeno, contaminada por el cornezuelo del centeno, Secale cornutum, el cual es el micelio de un hongo, Claviceps purpurea, que se desarrolla sobre todo en los años húmedos, en las espigas del centeno, suplantando a un grano que resultaba destruido al desarrollarse este hongo. Su color es negro violáceo y con una forma que se ha comparado al “espolón de un gallo”. El cornezuelo tiene la propiedad fisiológica esencial de provocar la contracción de las fibras musculares en especial las lisas (útero, vasos sanguíneos).

El alcaloide principal del cornezuelo del centeno es la ergotamina (Stoll, 1918), que es un paralizante periférico del simpático.

En la historia del Viejo Mundo se describen misteriosas dolencias que afectaban a familias enteras, lo cual ocurría en determinadas épocas del año, coincidiendo con la confección del pan, preparado con los “cuernos” del centeno. Se la llamaba “enfermedad de los pobres”.
La intoxicación (ergotismo) puede ser aguda, mortal, con trastornos vasomotores: hormigueos en los miembros, vértigos, pulso pequeño y lento, insensibilidad. Después de un verdadero estado tetánico con períodos de depresión, torpeza, delirio alucinatorio, la muerte sobreviene pronto por asfixia. La crónica depende de la ingestión de dosis pequeñas, pero repetidas. En ella predominan los signos necróticos a nivel de las partes distales (nariz, orejas, dedos), los cuales pueden sucumbir por gangrena debida a la intensa contracción de las arteriolas más finas con trombosis hialina. Las partes afectadas tienen un tinte azul negruzco, acompañándose su desarrollo y deslinde de vivos colores (ignis sacer, fuego sagrado).

El hecho de que la intoxicación por el cornezuelo del centeno producía abortos, era ya conocido por las mujeres que en la antigüedad hacían las veces de comadronas. En el siglo XVIII, algunos médicos europeos descubrieron que pequeñas dosis eran capaces de provocar contracciones espásticas del útero, sin llegar a la intoxicación de los pacientes, con lo cual el cornezuelo pasó a engrosar el arsenal terapéutico, si bien con una indicación muy restringida en obstetricia. Su máxima difusión como medicamento fue en Norteamérica, en que gracias a la poderosa contracción uterina ejercida por su administración hizo que se le utilizara en las hemorragias postparto.
El control de las epidemias del fuego de San Antonio fue relativamente sencillo, en cuanto se comenzó a prevenir la ingestión de centeno contaminado, ya que esta medida no fue resistida por la población. Por lo demás, la relación entre la ingestión del material tóxico y la aparición de los dolores consecuentes, era más o menos comprendida desde la niñez, por la propia experiencia o por la enseñanza de los mayores. Pese a todo, estas epidemias de ergotismo continuaron apareciendo durante otros ciento cincuenta años hasta que al fin se generalizó el conocimiento de la acción tóxica del cornezuelo. Así fue como la Medicina pudo vencer a las epidemias del fuego de San Antonio, pero a pesar de ello, en las épocas de gran carestía, la espantosa necesidad de alimentos hizo que el instinto prevaleciera sobre la inteligencia, facilitando la aparición de pequeñas epidemias, como la declarada entre los campesinos rusos en el año 1888.

Camino de santiago
Durante la Edad Media, en pleno auge del Camino de Santiago, acudían en peregrinación a Compostela muchísimos habitantes del norte y el centro de Europa, atacados por el llamado "fuego de San Antonio", "fiebre de San Antonio", también conocida como "fuego del infierno" o “fuego sagrado”, también llamado “mal de los ardientes” o “mal de los pobres”.

Esta enfermedad, que creían un castigo divino por sus pecados, provocaba alucinaciones, convulsiones, fuertes dolores abdominales y, sobre todo, una quemazón fuerte que casi siempre terminaba en gangrena. Las mujeres embarazadas abortaban siempre. Los que la padecían podían eventualmente sobrevivir, pero perdían uno o más miembros.
Al peregrinar, pedían a los clérigos de la orden franciscana de San Antonio, que tenían hospitales dedicados por entero a la atención de este mal a lo largo de la ruta, que tocaran sus extremidades con el báculo en forma de Tau, o que les dieran pequeños escapularios llamados Taus, o que los alimentaran con pan y vino bendecidos con el báculo abacial también en forma de Tau. (Tau es la letra hebrea y griega que empleaba san Francisco como su firma, muy utilizada por la iglesia por su semejanza con la cruz). Poco a poco, mientras recorrían el camino, los enfermos mejoraban. Al llegar ante el Apóstol, estaban totalmente curados. Pero al regresar a casa, pasado el tiempo, volvían a enfermar, volvían a peregrinar y sanaban nuevamente. Estas infalibles curaciones "milagrosas" fueron parte de la legitimación del poder de Santiago y de la orden de San Antonio en Europa.
Hoy en día se sabe que el "fuego de San Antonio" es una enfermedad vascular, conocida actualmente como ergotismo, que se contrae al ingerir de manera habitual alimentos contaminados con toxinas producidas por hongos parásitos que se hallan fundamentalmente en el centeno. Los pueblos de norte y centro Europa tenían como base de su dieta el pan de centeno. Al recorrer el Camino de Santiago, su dieta cambiaba (en la Europa meridional la base de la alimentación era el pan a base de trigo), por lo que iban sanando paulatinamente
El ergotismo gangrenoso lo producía el consumo prolongado del pan de centeno contaminado por el hongo del cornezuelo.

El Hospital del Convento de San Antón de Castrogeriz curaba a los enfermos ofreciéndoles pan de trigo.
Albert Hofman, a partir del cornezuelo en los laboratorios Sandoz, escribió junto con el entomólogo Gordon Wasson y el historiador Ruck un libro titulado “The road to eleusis: Unveiling the secrets of the mysteries”, que trataba sobre un estudio de la antigua Grecia en el que los sacerdotes del santuario Deméter, diosa de los cereales, daban y utilizaban un brebaje de centeno, que cultivaban ellos, por el que había personas que veían a la misma diosa y tenían otras alucinaciones
Fotos: Las fotos están escaneadas de los libros de Historia de la Enfermería y de Internet.

*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
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jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com

sábado, 8 de agosto de 2009

DOROTHEA LYNDE DIX Y LA ENFERMEDAD MENTAL

Al estallar la Guerra de Secesión Americana, la Unión no contaba con un cuerpo de enfermería militar, servicio de ambulancias, servicio hospitalario de campo ni cuerpo médico organizado. Todavía no había ningún grupo estructurado de enfermeras, pero tras las primeras batallas se hizo imperativa su necesidad. Muchas órdenes religiosas se prestaron voluntarias y ofrecieron sus servicios, proporcionando Cuidados de Enfermería en sus propios hospitales, en los hospitales militares y en el campo de batalla.
Dorothea Lynde Dix, nació el 4 de abril de 1802 en el pequeño pueblo de Hampden en el estado de Maine. Hija de María y José. Murió el 17 de julio de 1887, en el Hospital Trenton, Nueva Jersey, que ella había fundado.

Fue profesora en diferentes pueblos y escuelas. Inspiró a legisladores de 15 estados en Estados Unidos y Canadá para organizar los hospitales para pacientes mentalmente enfermos.

El de 10 de junio de 1861 fue designada “superintendente de enfermeras” de todo el ejército del Norte, para el servicio Civil en la Guerra de Secesión Americana.

Su padre José, había realizado y publicado varios escritos religiosos. Era un predicador itinerante, alcohólico, fanático de la religión y con una personalidad débil. Su esposa, María, sufría depresión y estaba considerada como enferma mental, era incapaz de hacer frente a los problemas diarios de una existencia empobrecida. Creó una existencia triste en casa para Dorothea y su hermano, José, cuatro años menor que ella, y el bebé, Charles. Este ambiente familiar le llevó a trasladarse a Boston, en el estado de Maine, para vivir con su abuelo, que describe como una persona con fuertes convicciones sociales y políticas y un gran sentido de la conciencia social, el doctor Elías Dix.

Dorothea tuvo que dormir en el ático de su pequeña cabaña. Desde el momento en que ella tuvo la edad suficiente para enhebrar una aguja, tuvo que sentarse todo el día trabajando empujando la aguja a través de un papel doblado pesado y de muy difícil costura, para realizar la montura de los libros religiosos escritos por su padre, para venderlos. Solamente recuerda en las primeras etapas de su vida las visitas de su amado abuelo Dix. Su abuelo fue asesinado cuando ella tenía sólo siete años, pero los recuerdos de aquellos buenos tiempos nunca los perdió.

Sus padres se mudaron de su pueblo en Hampden para cambiarlo por un pueblo más monótono, en Worchester, Massachusetts. A los doce años le llama para que viva con ella su abuela Dorothea de la que lleva su nombre, en la ciudad de Boston. La abuela fue una mujer muy exigente durante toda su vida. No obstante le dio una buena educación y formación.
Dorothea era una ávida (ansiosa) lectora y una rápida aprendiz. Estuvo viviendo durante un tiempo con una tía en Worchester, a la edad de catorce, donde abrió su propia escuela para niños pequeños. Ella se hizo con una buena reputación, como maestra capaz y con estricta disciplina. A la edad de diecinueve años en Boston, abrió una escuela formal para niños de más edad, en un edificio propiedad de su abuela. No tuvo nunca problemas por falta de estudiantes.
Aunque la salud de Dorothea no era muy buena, la joven maestra nunca dejó su trabajo en la enseñanza además de escribir varios libros. Estuvo siempre con los niños y los libros. Poco a poco fue conocida en todo Boston por las religiosas y la comunidad intelectual.

Su trabajo en la escuela le dio una fuente de ingresos para vivir que le permitió mantener a su madre viuda y a sus dos hermanos. Sin embargo, Dorothea sufría ataques intermitentes de lo que entonces se denominó "problemas de pulmón" y depresión. Enfermó y se derrumbó por completo en 1836, por lo que su escuela se vio obligada a cerrar. Durante la mayor parte de su vida, fue pura energía y determinación, parecía que iba a superar con facilidad su enfermedad causada por la tuberculosis.

Más tarde ese mismo año, después de haberse recuperado parcialmente de su enfermedad, navegó a Europa para realizar un descanso y recuperarse de su enfermedad con el cálido sol italiano. Nunca llegó a ver la ciudad de Roma. A su llegada a Inglaterra nuevamente cayó enferma, pero tuvo la suerte de ser atendida por un amigo inglés que ya conocía William Rathbone III, que cuidó de su espalada y de su enfermedad pulmonar. Este amigo era muy humanitario (cuáquero). Se relacionó con Elyzabeth Frye, reformadora de prisiones y con Samuel Tuke que era el que cuidaba los problemas mentales en el “York Retiro” fundado por su padre. Samuel Tuke ha publicado también consejos prácticos sobre la construcción y la economía de los manicomios pobre Lunatic (1815).

El Retiro, conocido comúnmente como el Retiro de York, es un lugar en Inglaterra para el tratamiento de las personas con enfermedades mentales. Situado en la colina Lamel en York y opera como una organización de caridad y sin ánimo de lucro. Inaugurado en 1796, es famoso por haber sido pionero en el tratamiento humano y moral, que se convirtió en un modelo de los manicomios en todo el mundo.
Dorothea aprendió nuevas teorías de la atención a los dementes, como el tratamiento moral, aislamiento de la familia y la sociedad, menos uso de las restricciones mecánicas y tareas útiles para mantener ocupados a los pacientes. Mientras está en Inglaterra mueren su madre y su abuela.

Cuando regresó a Boston en 1838 encontró que su forma de vida había cambiado. Su abuela le dejó un cómodo patrimonio con lo que podía ser autónoma. En los próximos años, su ritmo de trabajo fue más lento; prefirió visitar amigos y viajar a diferentes centros hospitalarios y casas de dementes y puntos de interés.
El domingo, 28 de marzo de 1841 fue un día muy frío en Boston. Dorothea se había ofrecido para dar clases en una Escuela Dominical de veinte mujeres reclusas en la cárcel de Cambridge, Massachussets, era un centro de mujeres con problemas de salud mental.
Después de haber terminado la clase, fue caminando por los pasillos de la prisión con fuertes objeciones por parte del carcelero. Bajó al nivel más bajo del edificio. Allí se encontraban las mazmorras donde los pacientes considerados locos estaban encadenados a la pared y a los camastros. Vio miseria, brutalidad, salvajismo, estaban encerrados en corrales desnudos, sucios, desnutridos sin calor, dormían muchos de ellos en el mismo suelo de piedra.
Las condiciones en las que vivían las personas allí recluidas le impactaron tanto que decidió visitar otros centros, asilos, cárceles y correccionales. Tomó nota de los lugares que visitó, y denunció las condiciones deplorables, las quejas, los hacinamientos, y los abusos físicos, psíquicos y sexuales que anotó durante las visitas que realizó a prisiones, asilos, manicomios, hospicios, etc.
A raíz de esta visita, la vida de Dorothea cambia, empieza a trabajar para mejorar las condiciones de estos enfermos mentales. Comienza una campaña para que fueran colocadas estufas en las celdas y los internos fueran totalmente vestidos. Además luchó contra toda forma de perjuicio, no dio ninguna tregua hasta que hizo triunfar su objetivo. En ese momento decide estudiar de primera mano todas las condiciones de locura que presentan los enfermos en todo el estado de Massachussets. Discretamente comenzó a viajar de condado en condado, para reunir pruebas e interpelar a la Legislatura de Massachusetts para cambiar las condiciones lamentables y el trato a los enfermos mentales. De su estado natal, viajó a otros estados de Nueva Inglaterra y finalmente por toda la nación.

A través de los siglos, la superstición, el miedo y una falta total de comprensión de la naturaleza de las enfermedades mentales y de métodos eficaces para su tratamiento, hacían que se evitasen a estos enfermos escondiéndolos de la sociedad. Eran encerrados en casas o en las prisiones locales, a menudo en condiciones peores que cualquier criminal o animal. La sabiduría popular nos decía que habían dejado de ser plenamente humanos.

Era ampliamente aceptado que los dementes eran incapaces de diferenciar el frío y el calor, sobretodo las temperaturas extremas, por ello creían que no había que protegerlos ni vestirlos y así los tenían a todos desnudos.

A principios del siglo XIX en muchas comunidades, los indigentes, los enfermos mentales, las personas con condiciones físicas pobres y los huérfanos eran agrupados en asilos y prisiones.

Los indigentes y dementes habían vivido habitualmente en escandalosas condiciones. Algunas comunidades habían depositado a sus "indigentes" en los bloques de subastas. Su arrendamiento era perfecto, "la debilidad de sus mentes contrastaban con sus fuertes cuerpos" que servían para trabajar y eran dados al licitador que presentaba la mejor y más atractiva oferta en la ciudad o en el condado.
Dorothea mientras enseñaba en la escuela dominical para mujeres prisioneras, se familiarizó con las condiciones deplorables en las que se obligaba a vivir a los pacientes mentales encarcelados. Las prisiones y asilos para pobres eran usados por lo común para encerrar a estos pacientes.

En uno de los muchos libros que nos cuentan la vida de esta mujer, nos relataba:
La norteamericana Dorothea Dix, oriunda de una familia de la clase media de Boston, sintió desde su más tierna infancia un deseo ardiente de proteger al desvalido, pero sus pocos recursos la daban mucha tristeza. La Providencia, que vio en ella un instrumento para el bien, le proporcionó sin embargo los medios de llevar a cabo los sueños de su niñez. Permitióle primero ejercitar su entendimiento y ganar experiencia de la vida en una escuela para niñas desvalidas que fundó en su casa, y para la cual escribió algunos libros pedagógicos que nunca quiso firmar; después heredó una fortuna, la cual le resolvió emplear de la manera más provechosa posible.
Como ella comprendía que la ciencia de hacer el bien es muy difícil, y que es preciso estudiarla a fondo, resolvió pasar a Europa (1834) a estudiar a fondo las instituciones de beneficencia del viejo mundo.
Tres años gastó en visitar, estudiar y aun vivir largos meses en los establecimientos de beneficencia y corrección de los principales países europeos. En 1837 regresó a Boston, llevando un inmenso caudal de datos y enseñanzas desconocidas en Norte América. Inmediatamente emprendió su marcha de provincia en provincia, de ciudad en ciudad, con el objeto de visitar las prisiones, las casas de asilo y de corrección de toda la República Unida. Notó que la parte más descuidada de la legislación de su patria era todo lo concerniente a las casas de locos y asilos de mendigos, y resolvió reformarlo.

En cada ciudad buscaba a las personas más importantes de ellas, las reunía, les dirigía sentidos discursos y no salía de la población hasta no ver fundado un asilo, un hospital, una casa para recoger a los locos; y si ya los había y estaban mal organizados, trabajaba hasta reformarlos, asearlos y darles rentas.
Dorothea Dix había leído cuanto se había escrito acerca de la beneficencia; así que su erudición y conocimiento de la materia que la ocupaba era tan profundo, que llevaba el convencimiento a todos los corazones. Ella no sólo hacía conferencias en todos los lugares por donde pasaba, sino que escribía sin cesar artículos en los periódicos, cuya elocuencia despertaba el entusiasmo.

Una vez que tuvo conocimiento exacto de las necesidades de las casas de dementes, a lo cual tuvo al fin que dedicarse, por no poder abarcar con fruto todos los ramos de la beneficencia, envió un memorial al Congreso de 1849, en el cual pedía ciertas tierras baldías para acrecentar las rentas de las casas de orates; pero el Congreso no le hizo caso. Al año siguiente, escribió un nuevo memorial más extenso, más completo que el primero, pero en vano: los padres de la patria no se fijaron en él.

Dix había viajado miles de millas de un estado a otro en todos los medios de transporte que se pudieran utilizar, así fue en tren, autocar, coche y por el río en barco, siempre recopilando todos los hechos acaecidos para luego poderlos presentar a las autoridades y poderles convencer para cambiar los cuidados de enfermería, las necesidades de los enfermos mentales y así poder cambiar la legislación vigente. Después de ver por ella misma todas las situaciones de estos enfermos mentales y describir las condiciones en que los había visto vivir, prepararía urgentemente un “manifiesto” y establecería unas normas para que fuesen apoyadas por el estado. Trabajó fuertemente para la aprobación del proyecto de ley, presentando patrocinadores y juntando el máximo número de personas que les pareciese bien cambiar la legislación.
Su esfuerzo logró la creación de numerosas instalaciones nuevas, hospitales y reformas importantes, y principalmente impulsó una nueva actitud hacia los enfermos mentales, deficientes, reclusos e indigentes.
Una de sus apelaciones más conocida es la realizada a la legislatura de Massachussets en sus comienzos, en donde insistía en la obligación del estado de ofrecer servicios humanos a sus ciudadanos retrasados mentales o enfermos mentales y terminar con la barbarie legalizada de tanto maltrato, ultrajes y abusos a estas personas. Exigió que el estado asumiese la responsabilidad de hacerse cargo de sus enfermos mentales. Dorothea Dix dijo: como Estado tenéis la imperiosa obligación de terminar con tantos abusos y ultrajes y acabar con tanta maldad.

Esta apelación, fue presentada por Samuel Gridley Howe, ya que en aquella época era imposible que una mujer se dirigiese personalmente a un organismo gubernamental. Howe presentó el alegato original de Dorothea Dix, y declaró que después de visitar varios asilos sólo podía añadir que el informe de la señorita Dix era correcto. Howe se refería a todas las depravaciones, hacinamiento, abusos que detallaba Dix en los informes que había recogido en sus visitas a los asilos, el informe fue apoyado por George Sumner, médico estadounidense.
Recordemos que Samuel G. Howe fue en su época un destacado impulsor de la educación de los niños invidentes, el pionero de la educación de ciegos en Estados Unidos, además de su gran interés por la educación de los retrasados mentales.
El primer hospital construido como resultado de sus esfuerzos fue realizado en Trenton, Nueva Jersey. Durante los siguientes cuarenta años, Dix, trabajó sin descanso por los enfermos mentales. Hizo campañas para reformar la legislación y recaudar fondos para establecer hospitales mentales y manicomios apropiados para el manejo de dichos pacientes.

Tuvo que interrumpir su trabajo por un tiempo debido a su mala salud. Contrajo la malaria, pero ella siguió desde su casa trabajando y dando su vida por tratar de mejorar la vida y la suerte de los enfermos mentales de todo el mundo.

En 1850 comenzó un largo viaje que le llevaría por los siguientes países: Islas Británicas, Francia, Grecia, Rusia, Canadá, Japón y los Estados Unidos, llevando su trabajo y sus ideas a los hospitales ya establecidos para mejorar la vida de los enfermos mentales

Ambas cámaras aprobaron el proyecto de ley pero el Presidente Franklin Pierce lo vetó. Pero se organizó eventualmente un hospital para enfermos mentales en Estados Unidos el Hospital Santa Isabel de Washington, DC.
A Dorothea Lynde Dix y a otras personas que trabajaron incansablemente por la reforma de estas instituciones se les reconoce como los promotores, los impulsores incansables de una nueva era en el trato a las personas con deficiencias.

En enero de 1843, Dix presenta a la legislatura de Massachusetts un informe detallado sobre sus investigaciones. Sus ideas influyeron en la reforma de la Worcester manicomio. Su libro, Observaciones sobre las prisiones y la disciplina en la prisión de los Estados Unidos se publicó en 1845 En 1854 Dix había ayudado a establecer los hospitales psiquiátricos en once estados. Ella también había fundado hospitales en Rusia, Turquía, Francia y Escocia.

En 1851, sin impacientarse, perseverante como todo el que tiene fe en la bondad de la causa que defiende, presentó un tercer memorial, que tuvo la suerte de los anteriores. Viendo que se le cerraba aquel camino, se propuso obtener de los gobernantes de cada Estado los fondos que se necesitaban para fundar las casas de dementes en las principales ciudades de La Unión. Esta vez sus esfuerzos tuvieron el éxito que pretendía. Con una energía imponderable, con una constancia maravillosa, y con una fuerza de voluntad que nada doblegaba, obtuvo al fin que se fundasen hospitales de dementes en Pensilvania, Nueva Jersey, Rhode Island, Indiana, Illinois, Luisiana y Carolina del Norte. Logró que se protegiese a las familias abandonadas de los locos, de los mendigos y desvalidos, y se fundasen escuelas para prevenir los vicios que producen la miseria y las enfermedades.

Dorothea Dix, con su celo y laboriosidad, su grandísima y noble inteligencia, su gran corazón, acabó por cambiar la suerte de los dementes en los Estados Unidos.

Con la edad de 39 años, comenzó su segunda carrera, cuando se embarcó en la carrera de enfermera. Dix no fue educada como una enfermera, la enfermería moderna aún no existía. De hecho, Dix se convirtió en una de las pioneras de la enfermería moderna, siguiendo el valor fundamental que impulsa la prestación de cuidados de enfermería a todos los demás y dar su apoyo a los pacientes.
Una semana después del ataque sobre Fort Sumter, Dix, a la edad de 59, se ofreció como voluntaria para formar un Cuerpo de Ejército de Enfermería. El de 10 de junio de 1861 Dorothea Lynde Dix fue nombrada “Superintendente de Enfermeras del Ejército de la Unión” por la Secretaría de Guerra. Esta acción permitió la organización de un cuerpo de enfermeras voluntarias bajo su dirección. A Miss Dix se la autorizó para establecer hospitales donde cuidar a los soldados heridos y enfermos, contratar enfermeras y supervisar y regular las donaciones hechas especialmente para las tropas. Miss Dix tenía más de 60 años cuando fue nombrada. No se le otorgó rango militar, al igual que sucedió con los miembros de su cuerpo. Aunque no tenía una preparación formal de enfermería, poseía las dotes de organización necesarias, acumuladas en su anterior esfuerzo humanitario en el campo de la salud mental.
La circular nº 7 de la oficina del cirujano general del Departamento de Guerra indicaba:
Con el fin de que las actuaciones de Miss Dorothea L. Dix como superintendente de las enfermeras de los hospitales resulten lo máximo de efectivas, y para que la contratación de tales enfermeras se realice de acuerdo con las leyes existentes …, el Departamento de Guerra ha confiado a Miss Dix la tarea de seleccionar enfermeras y asignarlas a los hospitales militares generales o permanentes. Las enfermeras no deben ser empleadas en dichos hospitales sin su sanción y aprobación, excepto en casos de extrema urgencia…. Las mujeres que deseen un empleo como enfermeras deberán dirigirse a Miss Dix o a sus agentes autorizados. Las regulaciones del ejército permiten una enfermera por cada diez pacientes (camas)”.
Los requisitos que Miss Dix exigía a las candidatas se especificaban en la circular nº 8, con fecha de 14 de julio de 1862. No se tomaría en consideración a ninguna candidata a la plaza de enfermera a menos que tuviera entre 35 y 50 años. Tendrían preferencia las personas de aspecto sencillo, maduro y con experiencia, las que poseyeran estudios superiores y aquellas que mostraran una disposición seria. Los hábitos de pulcritud, orden, sobriedad y laboriosidad eran requisitos indispensables. A todas las aspirantes se les exigía la presentación de certificados de cualificación y buen carácter, firmados por al menos dos personas de confianza que pudieran avalar su moralidad, integridad y capacidad para el cuidado de los enfermos. La obediencia a las reglas y la conformidad con las regulaciones especiales eran exigidas y obligatorias. El vestido debería ser sencillo (de color negro, marrón o gris) y sin adornos. Las mujeres que fueran aceptadas deberían servir durante un mínimo de 6 meses o lo que durara la guerra. Su remuneración sería de 40 centavos diarios más mantenimiento. Muchas mujeres que no pudieron satisfacer estos requisitos los ignoraron y prestaron su servicio durante la guerra sin ningún tipo de reconocimiento oficial ni remuneración. Al concluir la contienda, se suprimió la oficina de la superintendente y Dorothea Dix regresó a su vida civil de trabajo a favor de la reforma de las instituciones públicas.
Cuando terminó la guerra, reanudó sus viajes para ayudar activamente en la rehabilitación de las instalaciones en los estados del sur que habían sido abandonados o dañados durante la guerra.

A la edad de 80, se retiró a un apartamento privado, reservado para ella en el Hospital Estatal de Nueva Jersey, el primero de los hospitales que había fundado. Durante sus últimos seis años de vida se dedicó a escribir y apoyar todas las cruzadas que defendían a los enfermos mentales. Allí en su apartamento permaneció hasta su muerte el 17 de julio de 1887.
En Francia, Philippe Pinel (1745-1826), médico, fue puesto a cargo de La Bicêtre, un hospital para hombres locos en París. Pinel instituyó lo que llegaría a conocerse como el "Movimiento de tratamiento Moral". Ordenó que quitaran las cadenas a los internos, reemplazó los calabozos con cuartos soleados, alentó el ejercicio al aire libre en los jardines del hospital y trató a pacientes con amabilidad y con la razón. Para sorpresa de muchos incrédulos, los pacientes liberados no se volvieron violentos; al contrario, este tratamiento humanitario pareció fomentar la recuperación y el mejoramiento de la conducta. Pinel instituyó después reformas igualmente exitosas en la Salpêtriere, un gran hospital mental para mujeres en París.

En Inglaterra William Tuke (1732- 1822), prominente cuáquero mercader de té, estableció un refugio en York para el "tratamiento moral" de pacientes mentales. En esta finca campestre, los pacientes trabajaban, oraban, descansaban y hablaban de sus problemas, todo en un ambiente de amabilidad y de comprensión muy distinto a los manicomios de la época.

En Estados Unidos, tres individuos hicieron contribuciones importantes a la evolución del tratamiento moral: Benjamìn Rush, Dorothea Dix y Clifford Beers. Benjamín Rush (1745-1813) ampliamente proclamado como el padre de la psiquiatría estadounidense, intentó entrenar a médicos para tratar a los pacientes mentales e introducir políticas de tratamientos más humanos en los hospitales mentales. Insistía en que se les otorgara respeto y dignidad a los pacientes y que tuvieran empleos con sueldo mientras estaban hospitalizados, una idea que se anticipó al concepto moderno de "terapia de trabajo". Pero Rush no dejó de ser influenciado por las prácticas y creencias establecidas de su tiempo: sus teorías fueron influidas por la astrología y sus remedios incluían las sangrías y las purgas.
Clifford Beers (1876- 1943). Filántropo estadounidense. En un intento de aplicar los principios preventivos de la Salud Pública a la enfermedad mental fue el Movimiento de Higiene Mental. Surgió en Estados Unidos en 1908, a raíz de la publicación de la autobiografía de un ex-paciente psiquiátrico, Clifford Beers ("The Mind Who Found Itself"), junto con la influencia de las teorías ambientalistas de Adolf Meyer. Creció por todo Estados Unidos como un movimiento voluntarista y filantrópico que preconizaba la promoción de la salud mental principalmente por intervención pedagógica en las escuelas.

En España y en Valencia, en el año 1409, el padre mercedario Jofré Galabert, creó la primera casa para orates (dementes), que indudablemente fue pionera en su clase.
En el cuadro de Sorolla, se ve al padre mercedario Jofré Galabert, creador del primer hospital psiquiátrico del mundo, llamado Hospital de Ignoscents, folls e orats (inocentes, locos y dementes). Posteriormente aparecieron otras casas similares en Zaragoza en 1425, en Barcelona y en Sevilla en 1436, en Toledo en 1483, en Valladolid en 1489, etc.

Fotos: Las fotos están escaneadas de los libros de Historia de la Enfermería y de Internet.

*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
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domingo, 2 de agosto de 2009

MAL DE SAN LÁZARO

Durante la Edad Media apareció un tipo de hospital diferente a los de anteriores épocas, su finalidad era la marginación del enfermo, en contra de su propia voluntad. Los enfermos tenían la enfermedad de San Lázaro y eran llamados enfermos con el “Mal de San Lázaro”. Así a los primeros hospitales o casas que cumplieron estas funciones se les llamaron Hospitales de San Lázaro o lazaretos, también llamados leproserías. Este sobrenombre se explica por la tradición apócrifa que aseguraba que Lázaro de Betania, resucitado por Jesucristo, había padecido este mal. Motivo por el que la lepra fue llamada “mal de San Lázaro”, puesta bajo la advocación de este santo.
La edad media, fue una época en la que la lepra era una enfermedad muy común, relacionada con las pésimas condiciones sanitarias en las que se vivía.

El nombre científico: “lepra”, proviene de la palabra griega “lepein”, que significa “pelar”, en relación con uno de los síntomas más graves de la enfermedad, por el cual, la piel se caía a tiras.
Como en el caso de los demás hospitales, la Iglesia cristiana desempeñó un papel fundamental en la creación de las leproserías. Pero, una iglesia que predicaba la caridad hacia los enfermos tenía que justificar de alguna manera el cruel ostracismo del leproso. Para ello desarrolló una concepción moral que veía a este enfermo como un pecador reprendido a tiempo por Dios, para hacerle pasar su purgatorio en la tierra. De forma que su cuerpo estaba ya muerto, pero todavía tenía tiempo para redimir su alma. El leproso estaba, por tanto, más próximo a Dios, porque todos sus pecados iban a ser perdonados pronto, si aceptaba su enfermedad y llevaba una vida moral ejemplar. Pero este purgatorio terrenal tenía que vivirlo fuera de la comunidad. Y la segregación forzosa no hacía más que reproducir las prácticas veterotestamentarias descritas en el Levítico que, como es sabido, asignaba a los sacerdotes la función de identificar y expulsar a los entonces considerados leprosos.
Así, la Iglesia cristiana elaboró procedimientos para identificar al leproso y rituales para excluirlo de la comunidad, al menos desde el Sínodo de Ankyra en el año 314. Y estas ordenanzas marginadoras fueron renovadas repetidas veces hasta el final de la Edad Media.

Los rituales de separación incluían ceremonias religiosas, frecuentemente misas fúnebres, en las que administraban al leproso los últimos sacramentos, se les amonestaba en sus obligaciones, e incluso a veces se le colocaba en una tumba para simbolizar su muerte social. Con posterioridad se le consideraba socialmente muerte y se impedía su acceso a las ciudades. En muchos lugares los leprosos debían llevar unos vestidos grises, capas con una cruz amarilla, sombrero, guantes, campanillas o matracas para anunciar su presencia. También debían tener un largo bastón para señalar desde lejos las mercancías que quisieran adquirir, o recoger las limosnas depositadas en lugares apartados. El leproso solía perder, además, todos sus derechos civiles como el matrimonio, las propiedades, etc.
El rigor de la marginación, no obstante no fue igual en todos los tiempos y lugares. Hasta el año 1100 se procedía a una simple “separación” del leproso, que no conllevaba aislamiento ni reclusión total. El período más estricto, y prácticas más aislacionistas fue el comprendido entre 1100 y 1350. Pudiéndose hablar, a partir de esta última fecha de una simple “estigmatización” y evitación del leproso.

La primera leprosería documentada es la que fundó Gregorio de Tours en el siglo VI. Posteriormente muchas leproserías de la Alta Edad Media fueron agrupaciones de cabañas alrededor de una Iglesia dedicada a San Lázaro, y protegidas por una muralla que solía incluir, además un huerto y un cementerio. Estaban edificadas fuera de las ciudades, pero cerca de las grandes vías, las intersecciones de caminos y las rutas de peregrinación, con el objetivo de facilitar la obtención de limosnas.
Durante las Cruzadas existió en las afueras de Jerusalén un hospital dedicado a los leprosos y atendido por una comunidad monástica que al poco tiempo se convertiría en la Orden de los Caballeros de San Lázaro de Jerusalén.
Los monjes de San Lázaro eran una institución caritativa que cuidaba de los leprosos en Tierra Santa. Cuando Godofredo de Bouillón dirige la primera Cruzada tomando Jerusalén en 1099, los monjes de San Lázaro ofrecieron sus servicios. Los “lazaristas” cuidaban de cualquier caballero que contrajera la lepra; guardando su Regla era bien recibido.
Esta orden llegó a asumir el cuidado de múltiples leproserías extendidas por toda Europa, que frecuentemente seguían el modelo de la leprosería de Jerusalén.

La motivación cristiana de estos monjes, enfermeros de San Lázaro que cuidaban a los leprosos traducían el concepto de altruismo (palabra derivada del latín alter = otro); de ahí que altruismo signifique pensar e interesarse por los demás. El altruismo puro era el servicio desinteresado a la humanidad, la dedicación a los demás sin esperar ningún tipo de recompensa (material o espiritual), pero hecho por amor a Dios y por el deseo de ser iguales que Él.

A partir de este concepto de altruismo, surgió el cuidado de los enfermos y desvalidos como una obra de misericordia:
Dar de comer al hambriento.
Dar de beber al sediento.
Vestir al desnudo.
Visitar a los presos.
Albergar a los que carecen de hogar.
Cuidar a los enfermos.
Enterrar a los muertos.
Las obras de misericordia abarcaban las necesidades humanas básicas, reconocían tales necesidades en grupos diversos dentro de una misma sociedad y reflejaban el deseo de compasión humana. Un significado espiritual se unió estrechamente al cuidado de los enfermos y los que sufren. Este florecimiento del idealismo cristiano tendría para siempre un impacto profundo y relevante en la práctica de la enfermería.

El lazareto de Mahón
El lazareto de Mahón se construyó en 1793 por orden del Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III. Se puso en marcha en 1817 y un siglo después dejó de funcionar para años más tarde, ser lo que es ahora. Actualmente es una residencia del Ministerio de Sanidad y Consumo, tras ciertas remodelaciones.
El lazareto de Mahón era y es obra sólida y magnifica por orden real como se indica en el párrafo anterior, bajo la dirección del mayor de los ingenieros llamado don Manuel Pueyo, y se empleó para su construcción material demolido del castillo de San Felipe. La obra se paró en 1798 y se continuó en 1803, quedando concluidos los tres departamentos de patente sospechosa en 1807, dirigiendo la obra el ingeniero don Juan Antonio Casanova.

Una tapia de 1440 varas circunvalidaba este edificio que tenía ocho puertas exteriores, una capilla circular en el centro del lazareto, con treinta tribunas con locutorios para oír misa los cuarentenarios, cinco torres para los vigilantes, 141 habitaciones, 7 almacenes, 120 poyos, 2 enfermerías ordinarias, e para los contagiados, 5 zahumerios, 49 cocinas, etc.

El coste de la obra ascendió a casi 5.700.000 millones de reales de vellón, pero no quedó del todo arreglado hasta 1817 y se instaló por real decreto de ese mismo año.
El Lazareto de la Isla de San Simón
Fue mandado construir en la isla de San Simón de la Ría de Vigo en 1842, carecía de agua potable y allí purgaban sus enfermedades los contagiados procedentes de puertos europeos y del Caribe. Se dejó de utilizar en 1923 convirtiéndose entre 1936 y 1943 en una terrible cárcel del régimen franquista. Hoy en día es posible disfrutar de visitas guiadas por la isla, destacando el impresionante "Paseo dos Buxos" (paseo mirador con bojes centenarios), sin olvidar el resto de sus maravillosos jardines, cuidados al detalle.
Régimen de los lazaretos
Para la cuestión de los lazaretos hubo Congresos Internacionales en Paris a mediados del siglo XIX y como curiosidad histórica se citan algunos artículos que son los siguientes sobre el régimen de los lazaretos:

Artículo 73.-La distribución interior será tal que se puedan separar las personas y las cosas que corresponderán a cuarentena de diferentes fechas.

Artículo 77.-En todo lazareto debe haber suficiente cantidad de agua saludable para todas las necesidades del servicio.

Artículo 84.-A las personas cuyo estado de pobreza sea notorio a la autoridad sanitaria, no solo se les admitirá, sino que también se les alimentará y tratará gratuitamente en los lazaretos.

El Hospital de San Lázaro El Pobre
El Hospital de San Lázaro El Pobre fue agregado al Hospital de Simón Ruiz también llamado el Hospital de la Purísima Concepción y San Diego de Alcalá, con la oposición de algunos corregidores por tener muchas prerrogativas de pontífices y reyes y que de allí habían salido muchos enfermos curados cada año teniendo destruida toda su salud de sus males contagiosos, entre otros, la lepra. Hasta su refundición, fueron recibidos todos los pobres que fueran enfermos del mal de San Lázaro y no otras enfermedades, siendo visitados por un médico con toda diligencia y amos como asimismo un hospitalero de buena familia y fama que mire por la salud de los pobres y los cure con mucha paciencia, siendo controlado por el mayordomo. Si falleciera algún enfermo éste se encargaría de hacerle la mortaja poniéndole dos cirios y que todos vayan a enterrarlo rezando cinco padres nuestros y tres avemarías.
Oración a San Lázaro para alejar el mal
Hay que poner una estampa del santo detrás de la puerta de entrada de la casa.

Glorioso Patrón de los Pobres, que en tantos tormentos me veo, con solo llamando tu espíritu me des lo que yo deseo, y que encuentre que mis males sean remediados con solo decir esta oración:
En el Nombre de San Lázaro, que los buenos espíritus que me ayuden y que vengan en mi auxilio, cuando yo padezca de algún mal o este en algún peligro que me los de tengas, y que a mi no lleguen, y que esto me sirva de una prueba de vuestra protección para mi y haced, San Lázaro que tu espíritu sea mi fe y todo el que a mi lado estuviere, y que en ti, patrón, encuentre la fuerza que necesita mi materia para poder llevar estas pruebas de este planeta en que habitamos y de este camino que hay que pasar, mandado por Dios, nuestro Padre, pues en ti pongo mi fe para que me salves de esta y me des consuelo a mis grandes males y que por tu valor tenga otro porvenir mejor a este que tengo, y que en el nombre de San Lázaro lo espíritus malos se alejen de mi con esta protección;
San Lázaro conmigo y con el; el delante, yo detrás de el, para que todos mis males los haga desaparecer, la Gloria de todos. Amen.

El que esta oración tuviere, todos sus atrasos perdiere, y a los veinte días vendrá el patrón en sueños a indicarle en lo que ha de tener su suerte.
Si fe tuviere en él, se salvara también.

Fotos: Las fotos están escaneadas de los libros de Historia de la Enfermería y de Internet.

*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
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