viernes, 20 de junio de 2025

Los Sanitarios y la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País

 

Los orígenes de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, fundada en 1764, fueron las tertulias que se celebraban en el Palacio de Insausti, en Azkoitia, bajo el impulso del conde de Peñaflorida, Xavier Mª de Munibe. A este grupo de ilustrados y especialmente a Peñaflorida, se debe la elaboración del Plan de una Sociedad económica o Academia de agricultura, ciencias y artes útiles y comercio, presentado en la Juntas Generales de Gipuzkoa, en 1763, consecuencia del interés que mostraron sus redactores por el fomento de la economía de su entorno. De ahí que al conde de Peñaflorida se le considere como el fundador de lo que sería posteriormente la Real Sociedad Bascongada, aunque no fuera el único.

 

Foto 1 Palacio de Insausti en Azkoitia, semillero de la Ilustración guipuzcoana. Hermoso palacio barroco, fue cuna de Xabier de Munibe (Conde de Peñaflorida), fundador de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, en 1764. Este palacio barroco fue construido a mediados del siglo XVIII en el antiguo solar de Insausti, que se remonta a los orígenes de la villa. El palacio acoge en su seno el escenario donde se ensayó la primera ópera con letra en euskara: “El Borracho burlado”. Fue también el primer laboratorio experimental del País Vasco, donde se descubrió el “tungsteno” o “wolframio” por los hermanos Juan José y Fausto Elhuyar. Fotógrafo Paco Marí, 1947

 

San Sebastián contaba en aquella época del principio del siglo XIX en su recinto amurallado con 508 casas, de bien exiguas dimensiones, la mayoría, a excepción de algunos vecinos notables como las de Salvatierra, Narros, Villalcázar o Berminghan.

 

Aparte de la guarnición de soldados, que desde 1808 era la francesa, mandada por el General Louis Emmanuel Rey, tenía la ciudad a principios de siglo 5.488 personas incluidos 761 párvulos. La extramural era de 2.506 personas de comunión, 267 de confesión y 843 párvulos.

 

Intramuros existían dos parroquias, la de santa María y la de San Vicente. El alumbrado es de aceite, existiendo 50 faroles y gobernados por dos mujeres que los encendían todas las noches. Solían encenderse al anochecer y hasta media noche. Solamente permanecían toda la noche encendidos en el cuerpo de guardia, el de la Puerta de Tierra, los de las cárceles y alguno más.

 

A la noche la ciudad se sumía en absoluta calma y solamente era turbada por algunas voces intempestivas y con algún que otro aldabonazo de más seria significación: la llamada al médico, a Juana María Martínez, la partera que acudía siempre a toda prisa y al preste solicitando la administración de los Sacramentos y/o al notario o al turno de guardia de incendios.

 

Foto 2 Xavier Mª de Munibe junto con José María de Eguía, III marqués de Narros, y Manuel Ignacio de Altuna y Portu, todos aristócratas de la misma ciudad, que eran conocidos como los «Caballeritos de Azcoitia» o el «Triunvirato de Azcoitia», fundaron una academia de tipo ilustrado. De aquí surgiría la «Real Sociedad Bascongada de Amigos del País». En esta recreación por IA, en una sala del Palacio de Insausti con los médicos más notables de la ciudad, honra y prez de nuestra intelectualidad dieciochesca

 

Según nos cuenta Ignacio María Barriola Irigoyen, le llaman especial atención los famosos “Caballeritos de Azcoitia”, honra y prez de nuestra intelectualidad dieciochesca, y entre ellos se encontraban los médicos más notables de la ciudad.

 

Sus actividades médicas, así como las de la Sociedad Vascongada, en las que estaban encuadrados, reaparecen en una Monografía Vascongada que dirigió Ciriquiain Gaiztarro. La labor de los Amigos del País se sitúa en el último tercio del XVIII, pero la fama de alguno de ellos ha perdurado en el tiempo.

 

En la lista de socios aparecen como médicos donostiarras, Martín de Darrayoaga, censor del libro de Josef de Oyanarte, Vicente de Lardizábal y Juan de Iriarte y los cirujanos sangradores Juan de Inda, Josef Ferrer ambos del Barrio de San Martín y Francisco Antonio de Zubiarraín.

 

Las diferencias existentes entre ellos a la sazón de médicos y cirujanos: más científicos los primeros, practicantes los segundos, considerados por tanto de categoría inferior. Los estudios anatomo-quirúrgicos, base de lo que posteriormente sería la base de la auténtica cirugía, tal y cómo es conocida en nuestros días, estaban muy adelantados en los países extranjeros, cuando el catalán Pedro Virgili sintió la necesidad de implantarlos en España, creando la Primera Escuela del Real Colegio de Cirugía de la Armada en 1748 con la fundación del Colegio Médico-quirúrgico de Cádiz. Este Colegio, heredero del Colegio de Practicantes de Cádiz y bajo la iniciativa de Juan Lacomba y Pedro Virgili, fue pionero al combinar la formación en medicina y cirugía en un mismo centro.

 

Foto 3 La primera escuela de cirugía de la Armada española fue el Real Colegio de Cirugía de la Armada, fundado en Cádiz en 1748. Se estableció con el objetivo de formar a los cirujanos de la marina y fue pionero en Europa al integrar la medicina y la cirugía en la formación

 

Hasta entonces y durante muchos años fue la Escuela gaditana y posterior la de Barcelona y San Carlos de Madrid, no empezaron a proporcionar alumnos debidamente preparados; las plazas de Cirujanos del Ejército o de la Armada, que por fuerza mayor los necesitaban y bien impuestos en su oficio, estuvieran ocupadas por extranjeros.

 

La Sociedad, aunque era de hombres, las mujeres estuvieron presentes de forma diferente, ya que en 1775 hubo un intento de formación y creación de una Escuela de Matronas, aunque no pasó de ser simplemente proyecto. En la “Sociedad Vascongada de Amigos del País” ya se planteó la creación de dicha Escuela en la línea de la que dirigía en París el cirujano Joseph Bertín (1712 - 1781), amigo de la Vascongada, proponiéndose a sí mismo la traducción del libro de la matrona francesa Augier de Tot para facilitar el aprendizaje (2).

 

Foto 4 Proyecto de formación y creación de una Escuela de Matronas, aunque no pasó de ser simplemente proyecto. En la “Sociedad Vascongada de Amigos del País” ya se planteó la creación de dicha Escuela en la línea de la que dirigía en París el cirujano Joseph Bertín. Imagen recreada por IA

 

En 1776, en la “Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla” también se proyectó una “Academia para matronas”. Estos planteamientos, que reflejaban la preocupación y el interés por la formación reglada de las matronas en ambientes científicos, respondían a la idea ilustrada de la educación de las mujeres como base para conseguir el progreso técnico, económico y de costumbres que conduciría a la “felicidad pública” y que era partidaria en sus conceptos de la ilustración de la Vascongada (2).

 

El modelo quirúrgico de la enseñanza del Arte de Partear, concilió dos de las novedades de filosofía educativa de la ilustración: la educación de las mujeres y la enseñanza de las ciencias útiles (2).

 

Formar a las mujeres para oficios útiles fue también el objetivo de otras instituciones, como la Vascongada, o la Sociedad Económica Matritense, que en 1776 puso en marcha las “Escuelas Patrióticas” para formar a las niñas en los oficios textiles (2).

 

En lo que se refiere a la obstetricia, la asistencia a los partos generalmente corría a cargo de las mujeres que, aunque contaban con experiencia, carecían de instrucción. Esta falta de formación suponía que si se presentaban complicaciones durante el parto las consecuencias podían ser funestas. Esta vez fue José de Luzuriaga, médico vinculado a la Vascongada, quien propuso elaborar un tratado a partir de la experiencia llevada a cabo por profesionales franceses. La Sociedad Vascongada acordó que los “socios profesores médicos” de Bilbao, San Sebastián y Vitoria formaran una Comisión para tratar la manera de llevar a buen término la propuesta del médico Luzuriaga (3).

 

Aparece en Cerain (Gipuzkoa) el hijo de un pastor de ovejas conocido por su nombre de José Francisco Tellería y apodado con el nombre de “Petriquillo” cabeza de una dinastía de “curanderos”, que su fama recorrió Gipuzkoa y otras provincias; era experto en fracturas y luxaciones, función reservada a los cirujanos romancistas.

 

Foto 5 Médicos y cirujanos romancistas realizando una sangría en 1764. Imagen recreada por IA

 

Cuando quisieron denunciar a “Petriquillo” por sus prácticas sin tener la titulación correspondiente a la denuncia presentada y que se encuentra en el Archivo de Tolosa del año 1789, hubo una voz que salió en su defensa, la del cirujano burgalés Josef Victoriano Gómez (1734 – 1819), destacado “cirujano romancista de Burgos”, titular del Cabildo de la Santa Iglesia y del Hospital Barrantes” de aquella ciudad, e “individuo de la Vascongada”, que dirigió unas palabras a la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País en una de sus reuniones anuales, poniendo la carne de gallina a sus oyentes describiendo minuciosamente la técnica perfecta de estas amputaciones hasta en sus más mínimos detalles, empezando por ocultar el instrumental de la vista del enfermo “para evitar el horror que pudiera causarle”, para realizar la intervención sin anestesia alguna y topar en ocasiones con “pusilánimes” que se desmayaban en el curso de ella; cuando este mismo cirujano afirmaba que en el arte de la cirugía “tan precioso a la humanidad, había llegado en nuestro país al estado más deplorable de indigencia y vilipendio. El cirujano extranjero poseía todas las plazas de la Casa Real, del exército, marina, ciudades y hospitales” por la desconfianza que el público tenía de hallar un cirujano hábil español, capaz de desempeñarlas; cuando la región se veía implicada con excesiva frecuencia en trances bélicos, con sus secuelas de accidentes y lesiones…

 

Cuando se daban todas estas circunstancias, es bien comprensible que buscasen a “Petriquillo”, reclamado en todas partes, no diera abasto en su labor y despertara la envidia e indignación de quienes se veían postergados a pesar de la presunción de sus propios títulos universitarios.

 

Foto 6 Por Real Cédula de Felipe V, el 29 de enero de 1711, se creó la Clase de Sangradores que supuso un primer paso para la coordinación de los distintos oficios y profesionales que formaban un todo en las distintas ramas de la ciencia dedicadas a la curación de enfermos

 

Los cirujanos romancistas eran sanadores que obtenían su título después de trabajar como aprendices o “practicantes” de otro cirujano romancista diplomado, en 1711 pasaron a llamarse “Sangradores” y superar un examen ante el Protobarberato o Protomedicato. Eran muy numerosos, realizaban operaciones menores y anatomías (autopsias), atendían partos, fracturas óseas, tumores, llagas, etc. Practicaban sangrías y en ocasiones, afeitaban y cortaban el pelo. El examen se realizaba en romance castellano y de ahí el nombre con el que eran conocidos para diferenciarlos de los cirujanos latinos, que realizaban su examen en latín y en la Universidad y eran muy escasos.

 

Josef Victoriano Gómez, presentó en 1787 una disertación a la Real Academia de Medicina de Madrid, acerca de un nuevo método de curación de las fístulas anales con ligadura de plomo, en la que afirma ser miembro de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (lo fue también de la Económica burgalesa). Esta memoria fue llevada en 1791 a las Juntas literarias que celebraba todos los jueves el Real Colegio de San Carlos, y leída ese mismo año en las Juntas Generales de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, que tuvieron lugar en la villa de Vergara. Dos años antes, en las que la Bascongada desarrolló en Vitoria, expuso un método rápido y sencillo para amputar los miembros.

 

Sabemos por los documentos que existen en las bibliotecas de Gipuzkoa, que en el año 1761 había en San Sebastián, 4 médicos, 10 cirujanos romancistas, 3 boticarios y que el Hospital llevaba el nombre de la “Misericordia”. En 1842 se nombró el primer médico de la Beneficencia que recayó sobre el médico Justo María de Zabala.

 

En 1802, aparece la figura y nombre del Ayudante de cirugía del exército y Cirujano en San Sebastián Vicente Lubet, dando principio á esta nueva inoculación de la viruela en presencia de Beltrán Barat, también Cirujano de la misma ciudad (quien le procuró el pus desde Paris), empezando por su hija de edad de seis meses el 15 de septiembre del año 1802. Edward Jenner, padre de la inmunología. (Fuente: Gaceta de Madrid núm. 44, de 01/06/1802, página 532).

 

Después del incendio de la ciudad de San Sebastián, que devastó la ciudad, el 31 de agosto de 1813. Este trágico evento tuvo lugar durante el asedio de la ciudad por tropas anglo-portuguesas en el contexto de la Guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas, se perdieron quemados muchos de los documentos que existían en la Biblioteca de la ciudad, pero en los libros que se salvaron entre ellos estaba el “Libro de Cuentas Municipales de 1814” donde encontramos los nombres de los médicos de San Sebastián, entre ellos José Passaman, nombrado el 4 de mayo; el cirujano romancista Miguel Martín y José de Zubicoeta.

 

En 1820 a los sanitarios anteriores se añaden los nombres del segundo médico Miguel de la Cámara y del cirujano extramural Manuel Cayetano Bitriain, también aparece el nombre del Capellán de Conjuros José Francisco de Alcain. Y aunque no se tienen todos los nombres de los médicos y cirujanos que existieron por estas tierras, si tienen mención especial tres de ellos: José de Passaman, Josef de Oyanarte y Vicente de Lardizábal.

 

Aparece por primera vez las primeras prédicas contra las “matronas” o actuales comadronas, pues muchas veces son “ignorantes y osadas, con las funestas conseqüencias” que se siguen. Por algo su colega Juan Lorenzo de Ostolaza, Maestro Cirujano Romancista de Azcoitia, se permitió enviar un memorial a las Juntas de 1765, celebradas en Zumaya, suplicando “una ordenanza para el examen y aprobación de las Comadres”. Y en el archivo de Tolosa consta: que teniendo que examinarse en el Arte de la Obstetricia María Antonia Miravalles, vecina de San Sebastián, ante don Miguel Martín, cirujano y subdelegado de la Diputación de Gipuzkoa, reunida en Azpeitia en el año 1818, protesta y no acata.

 

También aparece por primera vez en 1865 y en documento de Oyanarte cómo debían de ser los enfermeros, decía así: “los enfermeros deben de ser caritativos, afables, vigilantes, activos, observadores y obedientes al Artífice”. Recomienda el sosiego y la paz para los enfermos, que se ven perturbados porque “luego que enferma una persona, acude, como moscas a la miel a visitarla, una caterva de mujeres… y en vez de aliviar al paciente, “la verdad es que van a cumplir con el mundo y a quebrar al doliente la cabeza, y aumentarle el mal, con su importuna conversación” (1).

 

Foto 7 Imagen recreada por IA de la Escuela de Matronas en 1775

 

En 1835 volvió a salir el nombre de “Petriquillo” al atribuirle la culpa de la muerte del general Zumalacárregui, a quien con toda prudencia y recto parecer de personas profesionalmente preparadas, cómo su médico González de Grediaga, se empeñó y logró tras varios infructuosos intentos, extraer la bala que le hirió, quitándole con ello la vida.

 

Los médicos de la Bascongada

 

La medicina vasca ilustrada, que se inicia con la obra de los autores que quedan mencionados, y que en alguna forma va a prolongarse a las primeras décadas del siglo XIX, es fruto de un movimiento cultural que hizo posible, se ha dicho ya, la política de los monarcas borbónicos y que cristaliza, fuera del ámbito universitario, en nuevas instituciones consagradas a la difusión y enriquecimiento del saber (4).

 

En el País Vasco este proceso de renovación, que busca influir en muy varios campos de la vida social, lo protagoniza la fundación, por el conde de Peñaflorida de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. La sostenida relación con Francia de la aristocracia rural y la burguesía guipuzcoanas, explica la génesis de la Sociedad, que en alguna medida asimila y cumple los fines del enciclopedismo francés, nutrido por la creencia, que formuló Mornet, de que «el destino de la humanidad no es volverse hacia el cielo, sino de progresar en esta tierra y para esta tierra, gracias a la inteligencia y a la razón».

 

La importancia de la labor desarrollada por la Sociedad Bascongada en el campo de la medicina estriba no tanto en la presencia, como miembros de la misma, de un buen número de médicos, como por el amparo que la Sociedad otorgó a concretas actividades asistenciales y científicas con evidente repercusión social.

 

Foto 8 Emblema creado por IA, representa la unión simbolizada por tres manos unidas (irurac bat), representadas en su origen en un grabado de Salvador Carmona. La finalidad de la Sociedad venía expresada en el artículo 1º de sus estatutos: “cultivar la inclinación y el gusto de la Nación Bascongada hacia las Ciencias, Bellas Letras y Artes, corregir y pulir sus costumbres, desterrar el ocio y sus funestas consecuencias y estrechar más la unión de las tres Provincias de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa, y de todo el País Vasco”

 

De la colaboración de los socios médicos y cirujanos quedan testimonios en el Ensayo de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País, impreso en 1768, y en los Extractos de las Juntas generales editados anualmente desde 1771 (1 y 4).

 

En lo que a la medicina atañe, la labor de la Bascongada es doble, de una parte, la personal aportación de los profesionales que a ella pertenecieron, y de otra el apoyo prestado por la Sociedad a empresas médicas que implicaban mejoras sanitarias y un mayor conocimiento de recursos curadores, empeños que se enmarcan en los fines de la Sociedad, en aquel «progresar en esta tierra y para esta tierra», que la Bascongada circunscribió a la sociedad vasca, formulándolo en el artículo primero de sus Estatutos al establecer como «objeto de esta Sociedad», cito textualmente, «cultivar la inclinación y el gusto de la Nación Bascongada hacia las Ciencias, Bellas Letras y Artes: corregir y pulir sus costumbres, desterrar el ocio, la ignorancia y sus funestas consecuencias» (4).

 

Foto 9 Imagen recreada por IA. Matrona atendiendo un parto con sus ayudantes en 1775

 

En los Extractos y Catálogos de la Bascongada se mencionan, según relación hecha por Barriola, un total de 42 médicos, de los que 24 residían fuera del País, y que en la Sociedad ostentaban la categoría de «amigos agregados» o «profesores»; los «amigos» médicos y cirujanos romancistas con ejercicio en el País fueron, y es importante destacarlo, profesionales residentes en su casi totalidad en pequeños núcleos de población a quienes la condición casi rural de su quehacer y el alejamiento de los centros universitarios, no anuló una indudable inquietud intelectual, el afán de acrecentar sus saberes y divulgar lo que la propia práctica profesional les enseñó.

 

La Medicina vasca estuvo representada en la Sociedad, citándolos por orden alfabético, entre otros médicos y cirujanos, por Pedro Abanz, de Bilbao; Juan Francisco de Aranguren, profesional que ejerció en Villaro y Eibar, y posteriormente en Munguía y Bilbao; Manuel Bernardino de Aranguren, con ejercicio en Tolosa; Manuel Azconoviela, médico de Hernani; Marcial Antonio Bernal de Ferrer, médico que cumplió cometido asistencial en las localidades de Elgoibar, Azpeitia y Vergara; Juan Antonio Carasa, de Azcoitia, primer médico incorporado a la Bascongada; Martín Darrayoaga, un cirujano de San Sebastián; Mauricio de Echandi, protomédico de Navarra; Juan de Echeverri, cirujano militar; Francisco Guinea y Joaquín Lacoma, dos profesionales residentes en Vitoria; Vicente Lardizabal, médico donostiarra; Juan Delhuyar, cirujano de origen bearnés; José de Luzuriaga, médico de Bilbao; Juan Ignacio Moguel y su hijo Juan Ignacio Moguel y Urquiza; Francisco Planzón, que ejerció en Elgoibar y Munguía; Antonio Ramírez, residente en Viana; Juan de Yriarte, de San Sebastián; Adrián de Zabala, médico de Munguía, y Francisco Zubeldia, profesional que cumplió cometidos curadores en Motrico, Deva y Azcoitia (4).

 

Foto 10 Imagen recreada por IA de un médico con sus ayudantes inoculando la vacuna de la viruela, 1803

 

En el Ensayo de 1768 y en los Extractos figura la contribución realizada por varios de los médicos y cirujanos mencionados, cuyo examen y valoración ha realizado con pormenor el doctor Barriola. El miembro más representativo del grupo de médicos vinculados a la Bascongada por José Santiago Ruiz de Luzuriaga, natural de Zurbano (Álava), que fallece en 1793; su nombre aparece desde 1770 hasta la fecha de su muerte en las relaciones de miembros de la Bascongada, primero como «socio profesor» y más tarde como «socio literario». En los Extractos figuran diversas aportaciones suyas, de las que cabe recordar el «Discurso sobre las epidemias y sobre algunos abusos en Medicina» y el discurso sobre el «arte obstétrico»; suya es asimismo una laudatoria defensa de la reforma que pide a su juicio la terapéutica farmacológica.

 

Mayor valor que esta contribución individualizada de los socios médicos de la Bascongada, que aquí no puede ser objeto de mención, tiene la intervención de la Sociedad en la difusión de estudios y recursos orientados a la prevención de accidentes y sobre todo de una dolencia, la viruela, con muy grave repercusión demográfica. Por encargo de la Sociedad se hicieron experiencias con aparatos ideados para evitar muertes por ahogamiento y asfixia. También se interesó la Sociedad por el problema de las intoxicaciones alimentarias, destacando aquí una comunicación de Vicente Lardizábal.

 

El uso terapéutico de la electricidad tuvo así mismo temprana acogida en la Sociedad Bascongada como lo atestigua el trabajo que sobre este recurso, que no se duda en calificar de prodigioso, figura en los Extractos de la Junta general de 1785. El retorno a la naturaleza que en la época conduce al desarrollo de las ciencias naturales, y muy concretamente de la botánica, estuvo presente también en el campo de las actividades médicas de la Sociedad; desde Madrid Casimiro Gómez Ortega propuso a la Bascongada la formación de un herbario del País y en el cumplimiento de tal empeño colaboraron Ruiz de Luzuriaga y Manuel Bernardino de Aranguren.

 

Más importancia aún hay que otorgar a la contribución de los socios médicos al conocimiento de la riqueza hidromineral vasca, a la que la Sociedad Bascongada prestó particular atención. Juan Antonio Carasa hizo descripción de la fuente de Larramendi, que posteriormente daría origen al Balneario de San Juan de Azcoitia y es el mismo médico el primer descriptor de las propiedades terapéuticas de la fuente de Guesalaga, en Cestona, en cuyo estudio colaboraron posteriormente otros médicos de la Sociedad; una Real orden de 1786 encomendó a la Bascongada la práctica de uno de los varios análisis que de dicho centro minero-medicinal se realizaron en los años finales del siglo XVIII.

 

José Santiago Ruiz de Luzuriaga es autor de un amplio estudio del agua mineral ferruginosa de Aulestia y Lardizábal comunicó a la Sociedad su descubrimiento de un manantial asimismo ferruginoso en las cercanías de Erasun, en Navarra.

 

La más valiosa empresa sanitaria emprendida por los socios médicos de la Bascongada fue su aportación a la práctica y difusión de la inoculación de la viruela, primer método efectivo para prevenir esta dolencia endémica, con exacerbaciones epidémicas, que en la época ocasionaban muy elevados índices de mortalidad. Juan Antonio Carasa hizo en una de las Juntas descripción de la epidemia de viruela padecida en Azcoitia en 1762; también se dieron a conocer en reuniones de la Bascongada epidemias acaecidas en Vitoria, Tolosa y Vergara.

 

En la Junta de 1771, celebrada en Vitoria, se dio lectura al importante estudio de Luzuriaga «La inoculación para prevenir las viruelas», adoptándose el acuerdo de fomentar su práctica a en las tres naciones», las provincias vascas, «destinando a cada una de ellas 500 reales para emplearlos en el número de pobres nacionales correspondientes».

 

En 1772 Luzuriaga hace resumen de la experiencia ya acoplada por él con el escrito «Colección de reflexiones y observaciones prácticas hechas en el País sobre la inoculación»; su estadística suma en tal fecha 1.226 inoculaciones. Colaboraron en la aplicación de este remedio preventivo, entre otros, el cirujano Izpaster de Lequeitio; en Motrico el médico José Barrenechea y el cirujano Francisco Bentura de Egaña; en Álava Manuel de Prim y en Guipúzcoa Juan Antonio Carasa (Azpeitia), Juan Bautista Baquerizo (Deva) y José de Guebara (Cestona); fueron asimismo numerosas las inoculaciones practicadas en San Sebastián, Azpeitia y Vergara.

 

Foto 11 Imagen recreada por IA de un médico con sus ayudantes inoculando la vacuna de la viruela directamente de la vaca, 1803

 

De 1778 es la referencia que los Extractos de la Sociedad recogen sobre inoculaciones ejecutadas por Francisco Planzón en Elgoibar; del siguiente año es la información que de su práctica remite desde San Sebastián el cirujano Alejandro Losa.

 

En 1784 la Bascongada incluye en los Extractos una «Historia de la inoculación en las provincias Bascongadas» con importante información documental sobre epidemias e inoculaciones. Las «Cartas» de Valentín de Foronda recogen, en opinión de Justo Gárate, una defensa de la variolización, calificándola de «preservativo enviado de los cielos para alivio de los mortales».

 

Ya iniciado el siglo XIX, en 1802, se publica en Pamplona un “Tratado de la vaccina”, obra de Diego Bances y trabajo que constituye la primera explicación conocida que en el País Vasco se hace del descubrimiento de Edward Jenner.

 

En 1791, en Fuenterrabía, se planteó, a nivel de la autoridad municipal, con carácter de problema que exigía información autorizada, la posible ilicitud de la práctica de la inoculación, acordándose solicitar el parecer de dos médicos, dos teólogos y dos juristas; los médicos, Manuel Antonio del Val y Vicente Lardizábal, emitieron informe negativo, criterio en el que asimismo coincidieron los teólogos, mientras que la respuesta de los juristas fue favorable a su práctica; ante tal resultado la consulta es elevada al Tribunal del Protomedicato, que sentencia no debía autorizarse la inoculación para evitar que su ejecución provocara una epidemia de viruela.

 

Vicente Ferrer Gorraiz publica en Pamplona, en 1785, una crítica a la inoculación con el título Juicio o dictamen sobre el proceso de la inoculación presentado al Tribunal de los sabios, escrito que califica de disertación teológico-médica.

 

Vicente Lardizábal y Ignacio María Ruiz de Luzuriaga

 

La Medicina vasca ilustrada tiene sus dos más caracterizados representantes en los médicos Vicente Lardizábal e Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, profesionales con labor clínica y científica que no tiene parangón en el mundo médico vasco de su tiempo y que en el caso de Luzuriaga constituye uno de los mejores testimonios del esplendor logrado por la medicina española en los años finales del siglo XVIII.

 

En su existencia histórica, Lardizábal y Luzuriaga componen dos vidas paralelas, coetáneas, que traspasan la frontera histórica de la Guerra de la Independencia y se extinguen, oscuramente, antes de concluir el primer tercio del siglo XIX, en el ámbito de una situación política y sobre todo cultural bien distinta de la que puso marco a los años de juventud y madurez creadora de ambos médicos.

 

Vicente Lardizábal Dubois, que posiblemente nació en San Sebastián en 1746, fechándose su muerte en 1814, fue médico por su obra representante típico de la medicina «ilustrada» y figura preeminente de la medicina vasca en las décadas finales del siglo XVIII y en el siguiente siglo hasta su muerte; al publicar la primera de sus obras, en 1769, aspira a ser médico de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y al servicio de los intereses de aquella poderosa empresa comercial pondría Lardizábal los frutos más importantes de su labor como escritor.

 

Aquel puesto trajo a Lardizábal a San Sebastián, donde transcurriría toda su existencia; en los catálogos de la Sociedad Bascongada es citado Vicente Lardizabal como «médico residente en la ciudad de San Sebastián» y calificado de «sujeto digno de recomendación por sus conocimientos en química, botánica y medicina». Su producción escrita la compone comunicaciones a las Juntas generales de la Bascongada, los libros Consideraciones Político—Médicas sobre la salud de los Navegantes (Madrid, 1769), Consuelo de Navegantes (Madrid, 1772) y Memoria sobre las Utilidades del Chocolate (Pamplona, 1788). Al final de su vida imprime el primer fascículo, único que editó, de un Periódico de San Sebastián y Pasajes. Históricamente, y en lo que se conoce de la medicina española del siglo XVIII, ha de considerarse a Vicente Lardizábal como iniciador de la literatura médico—naval.

 

Foto 12 Imagen recreada por IA. Mujeres que se dedicaban a cuidar a sus mayores, 1764

 

Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, hijo del más activo socio médico de la Bascongada es, sin disputa, el más ilustre médico vasco en la etapa que comprende con los últimos decenios del siglo XVIII las dos primeras décadas de la siguiente centuria. Nació en Villaro, provincia de Bizkaia en 1763 y muere en 1822.

 

Su formación la inicia en el Seminario Patriótico de Vergara y los estudios médicos los realiza en Francia e Inglaterra, revalidándose en Madrid donde obtiene autorización del Protomedicato para el ejercicio médico. A la etapa, con labor escrita que atestigua su importancia, de estancia en París, sigue la de Edimburgo, donde recibe las enseñanzas de William Gullen y del químico Joseph Black, obteniendo el doctorado en 1786; su interés por la química le lleva a Glasgow y seguidamente hace una corta estancia en Londres para familiarizarse con el quehacer clínico.

 

De regreso a España se establece en la Corte donde va a desarrollar la totalidad de su actividad profesional, dando testimonio de su preocupación científica y su atención a los problemas sanitarios con aportaciones a la Real Academia Médica Matritense a la que perteneció y en la que hoy se conservan escritos inéditos suyos cuyo examen no debería demorarse para poder completar la biografía de este destacado médico vasco.

 

En la obra de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, ampliamente descrita por Usandizaga y posteriormente justamente valorada por José María López Piñedo, se diferencian netamente dos periodos; comprende el primero, con clara orientación investigadora, sobre todo los años de estancia en centros universitarios europeos y la elaboración ulterior, residiendo ya en España, de las enseñanzas entonces recibidas y las conclusiones que de ellas creyó poder deducir.

 

El segundo, de carácter preferentemente médico-social, lo convierte en iniciador de la literatura higiénica española y es testimonio de las preocupaciones que en él preponderaron desde su afinamiento en Madrid, sobresaliendo su contribución a la propagación de la vacuna, empresa en la que prolonga la labor de difusión de la inoculación llevada a cabo por su padre en el País Vasco.

 

La primera etapa en la vida científica de Luzuriaga, que da comienzo con una publicación realizada en París, incluye su tesis doctoral consagrada a investigar el problema químico de la respiración mediante experimentación animal y estudios de la acción «in vitro» de gases sobre sangre arterial y venosa; el problema torna a abordarlo al redactar su «Disertación chímica fisiológica sobre la respiración y la sangre» en 1796; en ella Luzuriaga acepta la doctrina de Antoine Lavoisier y reproduce experiencias de varios autores, entre otros de Peter Hunter y Adair Crawford. Sin tomar partido en la disputa recientemente planteada sobre la originalidad de las opiniones sostenidas por Luzuriaga, considero ajustado a verdad el juicio que formula López Piñero y al que corresponde el siguiente texto: «La importancia de la contribución de Luzuriaga reside en que, a partir de su tesis de 1786, expuso una teoría que situaba en la sangre circulante la combinación del oxígeno con el carbono. En la historia de la fisiología respiratoria fue un primer paso en la línea que a la larga conduciría a la demostración (...) de que la respiración es un proceso intracelular».

 

Para los fines de esta exposición lo que importa es situar en su lugar la obra como investigador de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga y valorarla en el contexto de una ciencia médica, la española, qué en las décadas finales del siglo XVIII, aunque se hallaba en proceso de clara recuperación, todavía no había conseguido hacer aportación alguna original en el campo fisiológico.

 

Ya vinculado a la realidad médica y sanitaria española, Ruiz de Luzuriaga, posiblemente influenciado por la carencia de clima adecuado para proseguir la labor iniciada en los años de estancia en París y Edimburgo, se orienta en su quehacer al tratamiento de cuestiones médico-sociales en las que será auténtico precursor. De esta segunda etapa de su vida es el estudio sobre las motivaciones del que fue conocido como «cólico de Madrid»; describe y denuncia la situación higiénica de las cárceles de la Corte y sobre todo se esfuerza por difundir claramente la labor de los dos Ruiz de Luzuriaga, a cuyo final da comienzo el desmantelamiento «de las viruelas», que incluye valiosos datos estadísticos.

 

Llegó a intervenir, al final de su vida, en el proyecto de ordenación sanitaria que fue remitido a las Cortes liberales en 1821. En la Real Academia de Medicina de Madrid, queda apuntado, se conservan escritos inéditos suyos, entre ellos unos «Papeles sobre la vacuna» y cinco volúmenes de notas y datos encabezados con el título de «Estadística político-médica», aportación al conocimiento de las instituciones asistenciales y de beneficencia de su tiempo.

 

Manuel Usandizaga, reuniendo creo que acertadamente la labor de los dos Ruiz de Luzuriaga, y situándola en el marco de la medicina vasca, formula esta conclusión que suscribo: «padre e hijo constituyen una unidad, prototipo del fecundo espíritu de la Ilustración», y en el seno de la Sociedad Bascongada hay que considerarlos como «sus típicos representantes.

 

El padre, modesto médico rural, colabora con ella de manera permanente y apasionada; el hijo recibe de la misma, enseñanzas que iban a forjar su espíritu, dejando una huella decisiva para su ulterior formación» (4).

 

Foto 13 Cirujanos romancistas realizando una sangría en 1764. Imagen recreada por IA

 

1751 Una enciclopedia 'prohibida' de gran éxito entre los ilustrados guipuzcoanos

 

Solo en Azkoitia, Azpeitia y Bergara había más suscriptores de la 'Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios', emblema del Siglo de las Luces, que en todo el resto de España

 

El artículo comenzaba: Pocas veces ocurre que toda una época pueda resumirse en un solo libro. Tal fue el caso de la 'Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios', emblema del Siglo de las Luces, el XVIII.

 

Foto 14 Portada del tomo primero de la 'Encyclopédie». París, 1751

 

La también conocida como 'Enciclopedia de Diderot y D'Alembert', por el apellido de sus principales promotores, anticipó el triunfo de la Revolución francesa de 1789 y la aparición de un nuevo mundo gobernado por la razón y el conocimiento basado en la observación y el entendimiento y ya no en la fe relevada ni en los dogmas de autoridad, que abrió paso a la universalidad del ser humano como sujeto de derechos y confiado en el progreso movido por la iniciativa individual. Valores que serían dominantes en los dos siguientes siglos.

 

La máxima representación entre nosotros de aquella era optimista, de ambiciones efervescentes y de proyectos renovadores, la encarnó el círculo científico-cultural formado en el palacio Insausti de Azkoitia en torno a su propietario, Xabier María Munibe Idiáquez, conde de Peñaflorida.

 

Desde mediados de siglo, cada noche los ciudadanos más esclarecidos de la comarca se reunían bajo su techo para dialogar sobre diversas materias: los lunes, de matemáticas; los martes, de física; los miércoles, de historia; los jueves y domingos se ofrecían pequeños conciertos y obras teatrales; sobre geografía hablaban los viernes, quedando los sábados para debatir los asuntos de actualidad.

 

Esas tertulias, en principio informales, acabarían cristalizando en una sociedad de corte académico que por sus objetivos evergéticos denominaron 'de Amigos del País'. Tales eran «cultivar el gusto y la inclinación de la Nación Bascongada hacia las Ciencias, Bellas Letras y Artes, corregir y pulir las costumbres, desterrar el ocio, la ignorancia y sus funestas consecuencias, y estrechar más la unión de las tres Provincias Bascongadas de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya».

 

Foto 15 Imagen recreada por IA. Irurak-Bat, símbolo histórico de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País

 

Prohibiciones y exenciones

La publicación de la 'Encyclopédie' en París a partir del año 1751 se recibió con enorme interés por los 'Caballeritos de Azkoitia', como les llamó el Padre Isla, dado que coincidía con sus inquietudes renovadoras y porque venía a alimentar sus estudios e investigaciones pluridisciplinares. Obra extraordinariamente ambiciosa, trataba de recoger con detalle todos los conocimientos teóricos y prácticos sobre técnicas, artes, oficios y otras cuestiones de importancia práctica y utilitaria. Pero, juntamente con los artículos más empíricos, también dejaba espacio a colaboraciones sobre temas más vidriosos, como los relativos a filosofía, teología, historia, sociedad o política (5).

 

Solo habían aparecido los dos primeros volúmenes cuando, por presión de los jesuitas, el Consejo de Estado francés suspendió su venta, compra o posesión. Se le acusaba de contener «varias máximas tendientes a destruir la autoridad real, a establecer el espíritu de independencia y de revuelta, y, bajo términos oscuros y equívocos, a sentar las bases del error, de la corrupción de las costumbres, de la irreligión y de la incredulidad». Con similar criterio, el papa Clemente XIII proscribió su lectura en 1759, y la Inquisición española lo incluyó en su 'Índice de libros prohibidos'.

 

Foto 16 Imagen recreada del original por IA. Lección experimental de física y química en el Seminario Patriótico Bascongado de Bergara en 1774 según dibujo de Gregorio Hombrados Oñativia. Fondo Bernardo Estornés Lasa

 

El conde de Peñaflorida, propietario de un ejemplar, solicitó dispensa eclesiástica a fin de que los Amigos del País «pudiesen usar del Diccionario Enciclopédico para el desempeño de sus respectivos encargos». En espera de autorización, lo puso a la custodia del vicario de la parroquia de San Pedro de Bergara. El Santo Oficio respondió favorablemente a la solicitud de Peñaflorida en febrero de 1772, y al mes siguiente amplió el permiso al cuerpo docente del Real Seminario Patriótico Bascongado de Bergara, que desde tres años antes intentaba renovar la enseñanza sobre bases ilustradas, razón por la cual Menéndez Pelayo lo denostaría como «la primera escuela laica de España».

 

El argumento para emplear la Enciclopedia en el Seminario era sobre todo económico: puesto que la obra compendiaba gran cantidad de enseñanzas sobre múltiples materias, evitaba tener que adquirir docenas de otros libros. No obstante, los ilustrados guipuzcoanos se comprometieron a restringir su uso e incluso a «borrar y suprimir todos aquellos artículos que merezcan la censura de ese santo y supremo tribunal», el de la Inquisición (5).

 

En 1813, el historiador y viajero inglés William Coxe recogió la información de que únicamente en Azkoitia hubo quince personas abonadas a la Enciclopedia. Y quien fuera Diputado General de Gipuzkoa en 1794, durante la Guerra de la Convención, Joaquín Francisco de Barroeta y Aldamar, atestiguó que Gipuzkoa sumaba tantos lectores como todo el resto de España, la mayor parte vecinos de Bergara, Azkoitia y Azpeitia.

 

Foto 17 Imagen recreada por IA. Tertulia de ilustrados celebrada en una sala del Palacio de Insausti en Azkoitia bajo el impulso del conde de Peñaflorida, Xavier Mª de Munibe, en el año de su fundación 1764

 

El historiador Jules Michelet lo definió como algo más que un libro, «la conspiración victoriosa del espíritu humano», porque supuso el acontecimiento más significativo de la historia intelectual de la Ilustración: dio testimonio de formas de trabajar y de vivir que la Revolución industrial pronto haría desaparecer y anticipó un cambio de ideas y de civilización del que nosotros somos herederos (5).

 

Bibliografía

1.- La Medicina Donostiarra a comienzos del siglo XIX. San Sebastián. Conferencias pronunciadas en el Salón de Actos del Excelentísimo Ayuntamiento de San Sebastián, durante los meses de febrero a mayo de 1963, con motivo de las Conmemoraciones Centenarias de la Reconstrucción y Expansión de la Ciudad de 1813 a 1963. Ignacio María Barriola Irigoyen. San Sebastián, 1963

 

2.- Breve historia de las matronas españolas (1400 – 1950). Mª Concepción Fernández Mérida. Temperamentvm, 2006

 

3.- La Formación de la mujer y su evolución en los siglos XVIII y XIX. María Cinta Caballer Vives. Libro Reforzar la Ciudadanía. Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Comisión Gipuzkoa. V Informe del Observatorio. Página 125 a 198, 2024

 

4.- La Medicina Vasca de los siglos XVIII y XIX. Luis Sánchez Granjel. Catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad de Salamanca

 

5.- 1751 Una enciclopedia 'prohibida' de gran éxito entre los ilustrados guipuzcoanos. Juan Aguirre Sorondo. Diario Vasco, lunes 9 de diciembre de 2024

 

Foto 18 Sello de correos español del II Centenario de Xavier María de Munive, Conde de Peñaflorida, 1729 – 1785, azul oscuro. 11 de diciembre de 1985

 

Enciclopedia Wikipedia

Manuel Solórzano Sánchez. Grado en Enfermería

https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Sol%C3%B3rzano_S%C3%A1nchez

Día 20 de octubre de 2022, jueves

 

Entziklopedia Wikipedia en Euskera

Manuel Solórzano Sánchez. Erizaintzako Gradua

https://eu.wikipedia.org/wiki/Manuel_Sol%C3%B3rzano_S%C3%A1nchez#Ibilbidea

Día 27 de octubre de 2022, jueves

 

La Voz de Enfermería en la Enciclopedia Auñamendi

Primera parte: http://www.euskomedia.org/aunamendi/39190

Segunda parte: http://www.euskomedia.org/aunamendi/39190/132780

 

Manuel Solórzano Sánchez

Graduado en Enfermería. Enfermero Jubilado

Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF

Premio a la Difusión y Comunicación Enfermera del Colegio de Enfermería de Gipuzkoa 2010

Director y Miembro del Blog de Historia de Enfermería “Enfermería Avanza”

Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería

Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería

Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.

Miembro Supernumerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)

Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA

Comisión de Historia de la Enfermería del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa / Gipuzkoako Erizaintza Elkargo Ofiziala

Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa. Años 2019 y 2022

Sello de Correos de Ficción. 21 de julio de 2020 y 31 de diciembre de 2022

Premio a la Visibilización de la ACEB. 15 de mayo de 2024. Deusto Bilbao

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