lunes, 8 de junio de 2020

HOSPITAL DE SANGRE INSTALADO EN EL INSTITUTO OFTÁLMICO NACIONAL DE MADRID 1936


FOTO 1 La hija del general Riquelme atendiendo a uno de los heridos del Hospital de Sangre que dirige la señora de Azaña en el Instituto Oftálmico de Madrid. Portada de la Revista Crónica del 16 de agosto de 1936

Al servicio del pueblo

La señora de Azaña secundada por las esposas de otros ilustres hombres de la República, dirige la instalación y el cuidado de un Hospital de sangre (1).

Es realmente admirable la actitud de la mujer republicana en esta terrible contienda que ensangrienta a España.

Alistadas como milicianas, muchas mujeres combaten junto a sus hermanos, sus padres o sus camaradas, en los frentes de batalla; otras prestan servicio en las organizaciones de retaguardia; otras emplean sus energías en las fábricas, en los talleres y en las oficinas donde se preparan el material de lucha y la compleja organización que ésta requiere; otras se consagran al cuidado de los heridos en los Hospitales de Sangre, y otras, por último, atienden a los hijos de los milicianos en las guarderías instaladas a tal efecto (1).

FOTO 2 Entre las enfermeras que prestas sus abnegados servicios en el Hospital de Sangre del Instituto Oftalmológico, presidido por la señora de Azaña, figura también la de Casares Quiroga, a la que vemos en la fotografía dando de beber a uno de los hospitalizados. Foto Videa

En estas planas recogemos uno de estos incontables ejemplos de entusiasmo y de abnegación femeninos puestos al servicio del pueblo y de su causa. Se trata del Hospital de Sangre instalado en el local del Instituto Oftálmico Nacional, y en el que prestan servicio de enfermeras y atienden maternalmente a los heridos las esposas de algunos prohombres de la República, presididas por la señora de Azaña.

Los cuidados, las atenciones, el cariño y el mimo que estas mujeres ejemplares prodigan a los hospitalizados convierten un lugar, que sin ello sería de dolor, en apacible y confortable hogar donde los heridos hallan ambiente y ternura familiares.

Como alegres chiquillos, marchan de un lado a otro los heridos cuyos males se lo permiten; conversan, ríen, juegan, leen siempre sonrientes, sin poder disimular una doble satisfacción: la del deber cumplido y la del cuidado esmerado de que se ven rodeados.

Las señoras se multiplican en atenderlos, les sirven la comida, les lavan, les escriben sus cartas, les leen libros, les acompañan en sus juegos y siempre amables contestan a cuantas preguntas les hacen.

FOTO 3 La Enfermera esposa de Casares Quiroga, a la que vemos en la fotografía leyendo a un convaleciente herido en el ojo, un capítulo de novela. Foto Videa

Por los pasillos y salas vemos desfilar a estas mujeres que comparten el dolor del pueblo y se consagran a él, para así agradecerle cuanto ha hecho y hace por la República.

Ante nuestra vista van pasando, absortas en sus quehaceres, las señoras de Azaña, de Casares Quiroga, de Albornoz, de Marcelino Domingo, de Lezama, de Riquelme, de Baeza, de Ureña, de Escribano, de Aguirre, la señora viuda de Gamboa, doña María Martínez Sierra y las señoritas Adela Rivas Cherif, Riquelme, Casares Quiroga, Ascensión de Madariaga y otras (1).

FOTO 4 Un grupo de enfermeras y enfermeros, con algunos heridos, rodean a los notables cirujanos señores Ayans y Tamares en el jardín del Hospital de Sangre instalado en el Instituto Oftálmico de Madrid. Foto Videa

Cada una tiene su misión: unas, al frente de las salas; otras, del ropero; otras, de la cocina, y todas en general, aparte de su determinada misión, atienden con esmero al cuidado de los enfermos.

Salas amplias y de encantadora limpieza, quirófano con todos los adelantos de la ciencia, sala de Rayos X y todo cuanto es necesario para la especialidad de este Hospital de Sangre, que es la Traumatología de extremidades.

Dirige las curas, un magnífico cuadro de especialistas, siendo jefes de equipo los doctores Fermín Tamares, Pérez Dueño y Ayans, junto con don Manuel Kivas Cherif, como especialista de ojos.

Todo esto y mucho más hemos visto en este hospital, que funciona bajo la acertada dirección del doctor Mateo Carreras, quien ha puesto todo su cariño y esmero en crear un hogar confortable para los que son traídos del frente a la capital con las heridas producidas por las balas rebeldes.

El doctor Mateo Carreras ha conseguido sus propósitos, pues esto no es sólo un Hospital de Sangre; es un hogar que los heridos recordarán toda la vida (1).

El doctor Mateo Carreras nos muestra orgulloso la magnífica biblioteca improvisada para, el herido; allí hay libros de todas clases, procedentes de donativos, llegados de las bibliotecas de nuestros más ilustres hombres; allí vemos también juegos y una máquina de proyecciones para ilustrar las conferencias culturales que se dan a los hospitalizados.

FOTO 5 El doctor Fermín Tamares procede con el equipo quirúrgico, a la curación de un herido por metralla. Foto Videa

En nuestra visita a este salón de recreos hemos podido conversar con algunos de los heridos.

Señalaremos como curiosidad el caso de un carabinero de aspecto bonachón, llamado Juan Sáiz Rubio, que siente con orgullo el ser el número uno de los heridos de este hospital. Hace elogios unánimes del trato recibido (1).

¿Le gustaría estar siempre aquí?
De ninguna manera, responde. Aquí se está muy bien. Estas señoras y estos doctores hacen una labor digna de todo encomio; pero nosotros hacemos falta en el frente. Yo quiero curarme pronto para ir a luchar al lado de mis hijos y mis hermanos.

¿Sus hijos y sus hermanos?
Sí; en el frente de la Sierra están luchando mis tres hijos, y en los frentes de toda España luchan mis hermanos, que son todos aquellos que, al igual que mis hijos y yo, combaten por la República Española.

Y así todos. Entusiasmados, contentos del trato; pero deseando volver a luchar, para decir a sus hermanos que no tiemblen, que sean fuertes, que aquí, a retaguardia, hay almas femeninas que acogen a todo el caído.

Recorrido todo, antes de marchar, hemos querido obtener fotografías. Labor difícil por la modestia de estas señoras (1).

Hemos tratado de que en algunas de estas instantáneas apareciera la señora de Azaña. Pero no ha sido posible. Y es que la señora de Azaña, al igual que todas las señoras que la acompañan, igual que todas nuestras mujeres, que son las mujeres del pueblo, no hacen las cosas para lucirlas en una Sociedad ficticia; las hacen porque así las sienten, y para ellas el mayor orgullo es que su obra quede grabada en el corazón de los hombres que sintieron sus cuidados.

FOTO 6 El aseo de todos los heridos, donde colaboran las manos femeninas. Foto Videa

Obra magnífica que convierte a los heridos del Hospital de sangre en «agüistas de balneario», según propia y acertada frase del doctor Mateo Carreras (1).

Pero la indiscreción periodística ha destruido ese secreto de la obra realizada, ha desvanecido el mismo de la labor. Yo pido perdón a todas por romper el silencio en que se estaba desarrollando su obra magnifica; pero mi entusiasmo de buen español y leal republicano ha querido que España entera comparta conmigo esas horas de emoción intensa pasada entre vosotras, mujeres admirables. Vuestra obra debe quedar grabada en la historia como quedará la de cuantos luchan por la libertad de un pueblo noble y valiente.
José Atienza

CRÓNICA EN VALENCIA

Un miliciano se casa con una enfermera y después de la ceremonia él parte para el frente de Guadarrama, y ella para el de Teruel

Seguramente que ustedes, después de leer el titulito, se habrán hecho mentalmente un argumento de película romántica, guerrera y sentimental, sobre el caso, que, poco más o menos, vendrá a resultar así: «¡Amanecía! El agudo clarín desgarraba su sonido en el aire.

Los soldados apresuradamente cogían las armas, dispuestos al combate. Lucha tremenda. Tronar de cañones, silbidos de balas, tableteo de ametralladoras. Un valiente, desde una peña, hace fuego sin tregua. De repente, una bala le alcanza y cae herido. Entonces viene la escena emocionante: una “enfermera guapísima”, desafiando el peligro y arriesgando su vida por salvar la del heroico muchacho, avanza entre una lluvia de balas, y tomando en sus brazos al chico, se lo lleva al hospital. Pasan ocho días. Los dos son novios, se quieren. Quince días después se casan...» (2).

Pues bien; siento decirles que no ha sido así. Digo que lo siento porque el asunto era como para escribir un artículo de catorce páginas. No hay más remedio que ceñirse a la realidad de lo ocurrido, aunque no sea tan periodística, quizá por ser tan real, y contar la cosa tal como ha ocurrido (2).

FOTO 7 La novia que es enfermera, firma tranquila, porque con esa guardia de milicianos está segura de que el novio no puede escapar, si a última hora se arrepintiera. Foto Vidal Corella

Fue una gacetilla publicada en los periódicos locales la que dio la noticia. La gacetilla decía sencillamente así: «En el Juzgado Municipal número 6 de nuestra ciudad de Valencia, y ante el digno juez don Francisco de la Pedraja Jiménez, contrajeron ayer mañana matrimonio la encantadora enfermera de las Milicias populares Pepita Viguer Verdaguer y el secretario del Ayuntamiento de Manises y actual miliciano de la Juventud de izquierda Republicana, Ramos Perera Subinas.

A la ceremonia, que, pese a la sencillez, fue brillantísima, «acudieron gran número de bellas amigas de la novia y un nutrido grupo de milicianos, que al salir la feliz pareja del Palacio de Justicia rindiéronle los debidos honores».

Como se ve, el acto fue sencillo; pero tan hermoso, que emocionaba a los que nos encontramos allí. No hubo esa teatralidad tan acostumbrada en esta clase de ceremonias. El muchacho se casó vestido con su «mono» de miliciano, eso sí, nuevecito completamente. Ella no se atrevió seguramente a ir a la ceremonia con su traje de enfermera, y acudió con un sencillo traje de calle (2).

Cuando el acto terminó, vi que no había lloros ni abrazos de esas amigas que, a veces, se lanzan en estos casos a despedirse de la novia, como si ésta, fuera a hacer la travesía de la Mancha o un viaje a la estratosfera (2).

FOTO 8 He aquí a la feliz pareja después de celebrado su enlace. El marido, miliciano, ha de marchar inmediatamente a las líneas de Guadarrama. La esposa, enfermera, ha de salir con igual urgencia para el frente de Teruel. Y ambos sonríen esperanzados, con optimismo estoico. Foto Vidal Corella


Y, claro, como uno ve toda esta sencillez, se le van las ganas de preguntar a los felices muchachos esa media docena de preguntas de abanico de rueda de la fortuna, que a veces tenemos que soltar: «¿Se quieren mucho? ¿Piensan tener muchos hijos? ¿Cómo les gustan, morenos, rubios? ¿Cómo se conocieron ustedes?».

Pero lo que hay que decir, porque esto es lo más interesante de todo, es que, después de casados, el novio salió con dirección a Madrid para incorporarse a una de las columnas leales que luchan en Somosierra, y la novia marchó a Segorbe, para reintegrarse a la Sección de enfermeras a que pertenece, y que forma parte de una de las columnas que luchan en el frente de Teruel (2).

Como se ve, son dos valientes. Pero hay que reconocer que la valentía del novio supera a toda clase de valentías. Porque reconozcan ustedes que ser miliciano y además casarse es una prueba de valor acreditado (2).
Vicente Vidal Corella

FOTO 9 Vista del edificio del Instituto Oftalmológico de Madrid de 1903

Un Restaurante aristocrático convertido en comedor popular «Buenavista»

La generosidad de un patrono y la honradez de unos milicianos

«Buenavista». El restaurante más encopetado del barrio de Salamanca de Madrid. Políticos de significación, aristócratas, banqueros y damas elegantes de la alta burguesía lo elegían para sus ágapes. En sus comedores, decorados con severo estilo español; en su jardín interior, había siempre ese público del que los cronistas mundanos tienen en su carnet estereotipado el adjetivo: «el ilustre ex ministro», «la elegantísima condesa», «el prestigioso hombre de negocios...» (3).

A la puerta del restaurante, en la acera izquierda de la calle de Alcalá, trepidaban de continuo los motores de coches suntuosos, brillantes como enormes alhajas. La tremenda conmoción que sufre España en nada ha cambiado el aspecto exterior del restaurante. Su gran toldo rayado sigue prestando fresca sombra a los ventanales del comedor principal.

A través de ellos se ve desde la calle discurrir por entre las mesas a los mismos diligentes camareros, uniformados con sus pulcras chaquetillas blancas. A la puerta esperan los mismos coches magníficos, ronflan los motores de los autos de precio. Sólo una leve novedad: en los coches, entre los faros, fijas en las aletas o erguidas sobre el tapón de los radiadores, flamean banderas rojas (3).

FOTO 10 Buenavista el restaurante más aristocrático del barrio de Salamanca de Madrid, convertido en comedor de milicianos

Y en las carrocerías flamantes se ven, pintadas con blanco yeso o con rojo minio, abreviaturas sindicales y políticas: UGT, CNT, FAI. Estas banderas y estos emblemas son los únicos signos de la transformación experimentada por el establecimiento lujoso: el aristocrático restaurante «Buenavista» es hoy comedor de las Milicias del pueblo.

Entramos en el gran salón: está completamente lleno de comensales. Las mesas, cubiertas de albos manteles; el maitre, en su sitio de siempre, atento al servicio; los camareros circulan con su típica diligencia respetuosa por entre las mesas. Ni una voz, ni un ruido. Sólo el mismo discreto rumor de conversaciones, leve murmurio cortés que daba la pauta cuando este salón se llenaba de elegantes marquesas, de famosos políticos, de opulentos banqueros...

Ha cambiado nada más el atuendo de los parroquianos. En vez de las toilettes de seda que dejaban bellos hombros al desnudo, y de los smokings impecables de los hombres de mundo, se ven «monos» azules, camisas rojas, gorros cuarteleros, cabelleras hirsutas, robustos brazos desnudos... Y cada comensal tiene junto a sí un fusil, una escopeta o al cinto una pistola (3).

En la decorativa chimenea central, un cartelito reza: «Se ruega a los camaradas milicianos que para evitar confusiones, cada uno conserve a mano su arma, sin depositarla en ningún lado».

La hora de la comida transcurre en el mayor orden. Se ha abolido la costumbre burguesa de la sobremesa. Apenas cada cual termina de comer ha de dejar libre el puesto a nuevos milicianos. Y cada vez que una mesa vuelve a ocuparse, los camareros se apresuran a cambiarle los manteles.

El restaurante aristocrático conserva su orden, su pulcritud, su atuendo. El pueblo lo ocupa con la misma corrección que la antigua clientela aristocrática.

¿Desde cuándo está incautado? preguntó al ciudadano que a la puerta del comedor lleva el control de comensales. Este restaurante, me contesta, no está incautado por nadie. No ha sido necesario, porque desde el primer día de lucha, el dueño, don Martin Antón, lo puso generosamente a disposición del pueblo. Nos interesa a todos los proletarios que se haga pública la conducta de este patrono, que es algo excepcional. Durante dos semanas, don Martín Antón ha estado sosteniendo a sus expensas, de un modo absolutamente desinteresado, el restaurante en pleno servicio. El costeaba todas las comidas necesarias, pagando a la dependencia, dirigiendo los servicios como si el establecimiento siguiera frecuentado por su habitual clientela. Aquí todo el miliciano que llegaba era servido espléndidamente.

Nosotros mismos, nos dice otro camarada,  comprendimos que era justo poner término al sacrificio de este buen amigo del pueblo. Y sin incautarnos del restaurante, lo hemos controlado. Ahora es el Ayuntamiento quien suministra los víveres necesarios, y sólo se admite a comer a quien trae un vale sellado por nuestras organizaciones.

¿Cuántas comidas se sirven diariamente?
Unas cuatrocientas, entre mañana y tarde. La organización no se ocupa sino de proporcionar los comestibles. El patrono don Martin Antón presta desinteresadamente el servicio de cocina y mantiene en sus puestos a todo el personal, pagándole sus jornales como si el restaurante siguiera trabajando por su cuenta.

Recojo este dato, que acaso tenga carácter excepcional: el elogio unánime y caluroso de este industrial, patrono de un negocio de índole suntuosa, hecho por boca de hombres del pueblo, es ejemplar.

Y como colofón de este gesto espontáneo y generoso del dueño de «Buenavista», recogemos en el instante de esta información este otro rasgo admirable que habla de la honradez magnífica de los luchadores de la causa del pueblo (3).

En una mesa de «Buenavista» se congregan cinco milicianos de la C. N. T. Se llaman Joaquín Piña; José Ballester; Nicolás Camacho; Carlos Horcajo y Enrique Ríos. Esperan con avidez ser servidos.

FOTO 11 Cinco comensales de «Buenavista». Los milicianos Joaquín Pina, José Ballester, Nicolás Camacho, Carlos Horcajo y Enrique Ríos, que en un registro se incautaron de 321.825 pesetas y alhajas por valor de millón y medio, y las entregaron a las autoridades. Con la Comisión de control del restaurante está su dueño, don Martín Antón (x), que desde el primer instante puso, espontánea y generosamente, su establecimiento a disposición del pueblo, sufragando durante dos semanas miles de raciones y pagando el trabajo de sus dependientes como si la industria hubiera seguido su curso normal. Foto Videa

Anoche no cenamos, y todavía hoy estamos en ayunas. No ha habido tiempo. Toda la noche hemos estado de servicio, dice uno de ellos.

Nos enteramos del servicio que han prestado: hicieron un registro en la calle de Lisboa, número 10, domicilio de los ex condes de Alpuente. Y estos cinco milicianos, trabajadores cargados de familia, que han vivido dos meses de huelga, con su cortejo de miserias, se incautaron de 321.825 pesetas en metálico, y de un maletín repleto de alhajas, valoradas en millón y medio de pesetas. El dinero y las joyas fueron depositados en la Dirección General de Seguridad y en el Banco Central (3).

El cumplimiento de estos trámites entretuvo hasta muy avanzada la tarde a estos cinco milicianos, que la noche anterior no habían cenado. Juan Ferragut.

Fotos
Revista Crónica del 16 y 23 de agosto de 1936
Foto 1.- Revista Crónica. Año VIII. Número 353. 16 de agosto de 1936. Página 1, portada. Biblioteca Nacional de España.
Foto 12.- Revista Crónica. Año VIII. Número 354. 23 de agosto de 1936. Página última. Biblioteca Nacional de España
Foto 13.- Revista Crónica. Año VIII. Número 355. 30 de agosto de 1936. Página 8

FOTO 12 Las Heroínas. Revista Crónica del 23 de agosto de 1936. Última página

Bibliografía
1.- Revista Crónica. Año VIII. Número 354. 23 de agosto de 1936. Páginas 8 y 9. Biblioteca Nacional de España.
2.- Revista Crónica. Año VIII. Número 354. 23 de agosto de 1936. Página 13. Biblioteca Nacional de España.
3.- Revista Crónica. Año VIII. Número 353. 16 de agosto de 1936. Página 13. Biblioteca Nacional de España.

FOTO 13 Unas cuantas niñas del Cuerpo de Enfermeras haciendo el emblema de la Cruz Roja. Los niños desfilando como heroicos soldados

Instituto Oftálmico de Madrid, 1903. Publicado el miércoles día 1 de agosto de 2018

Agradecimiento
Esteban Durán León

Autor:
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Osakidetza, Hospital Universitario Donostia, Gipuzkoa
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019

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