Modestamente instalados,
como si al hacer el bien, siguiendo el precepto evangélico, no quisieran los
que lo realizan con la mano derecha que se entere la izquierda, existen en la plaza
de la Cebada, en el paseo de la Habana y en la calle del Amor de Dios de Madrid,
unos asilos donde le caridad se viene practicando en la más simpática de sus
manifestaciones: en la de socorrer a los niños pobres (1).
FOTO 1 Siervas
de María Ministras de los enfermos
Vosotros amables
lectores, los que no podéis soportar ni siquiera un cuarto de hora las
travesuras de los chiquillos; los que abdicáis en los maestros o en las
institutrices la obligación de corregir las diabluras de vuestros hijos se os
antojan menos diabluras, cuando no os hacen gracia, vistas a través de la lente
del amor paternal, id a los asilos y admiraréis la paciencia y la virtud de las
Siervas de María, aguantando un día y otro las naturales espansiones, y podéis
dar a esta frase todo el alcance que tiene tratándose de niños de tres años,
que se producen en criaturas, que cada una es de su padre y de su madre, y que
no tienen más relación entre sí que la práctica de la caridad que las une por
la mañana para separarlas por la tarde…
¿Qué guirigay
tan ensordecedor! ¡Qué grillera humana tan abigarrada!
En unas salas
pequeñas, porque los locales alquilados no ofrecen habitaciones amplias ni
desahogadas, sentados en sus sillitas o acostados sobre sus cunas, según la
edad de los asilados, hay en cada establecimiento alrededor de cincuenta
criaturitas, unas lloriqueando, otras hablando con el monosilábico balbuceo del
que no sabe lo que dice, si dice algo, y sonriendo algunas con expresión de
agradecimiento a las monjas que les cuidan.
Cuando llega la
hora de la comida ya aparece la Sierva de María con el perol de la humeante
papilla en la mano, o con los biberones dispuestos, la escena adquiere un
carácter particular sumamente interesante.
Los ojillos de
los bebés se animan, agitan sus manecillas extendiéndolas hacia la portadora
del manjar, patalean dentro de las sábanas o entre el barrote de la silla que
les sujeta al asiento cruelmente, y con la sonrisa del que ve realizado el
mejor de sus ensueños, reciben a la monja objeto de todas las miradas y de
todas las intenciones, viendo en ella condensado el espíritu de la caridad,
sembrando bien y amor en almas vírgenes aún de recelos y desengaños.
Aquellos angelitos,
desgraciados por su posición social, son entonces los seres más dichosos de la
tierra. Porque las Siervas de María, en medio de un corro de chicuelos
alborotadores, con la cuchara en la mano, que no deja de viajar del perol a las
abiertas bocas de los niños, les atiborra de sabrosa sémola o de suculenta
sopa, según las edades y condiciones de los recogidos (1).
FOTO 2 Las
Hermanas Siervas de María miman a los pequeñuelos
Estos, después
del banquete, duermen o juegan sin preocuparse de lo que pasa en el mundo, que
para ellos está reducido a saciar su apetito de chico pobre.
Por la mañana,
las verduleras, las asistentas, las que tienen que buscarse con su trabajo
constante el pan nuestro de cada día, dejan sus hijos en los asilos. Recógenlos
en sus manos las Siervas de María que, supliendo el maternal cariño, lavan,
visten, dan biberón, besan y miman a los pequeñuelos para que al atardecer
vuelvan las madres por los pedazos de sus entrañas a gozar de las delicias del
hogar, bendiciendo las almas nobles que les proporcionan medios de ganarse la
vida sin aflojar, como en las inclusas y en los hospicios, los lazos que hacen
de la familia la institución fundamental de la sociedad cristiana (1).
Cuentan las
Siervas de María que en las veladas de invierno, en confortables habitaciones
templadas por suntuosa chimenea, jóvenes de la aristocracia cortan camisitas y
pañales, gorritos y delantales, utilizando sus ropas desechadas. Son para los
niños de las cunas. Pero no dan el contingente necesario para las atenciones de
los asilos.
Son pocas las
señoras que, quizás por no saberse en Madrid que existen estas instituciones
piadosas, se dedican en sus ratos de ocio a vestir al pobre niño desnudo.
Porque si lo supieran… En Madrid la caridad es planta que arraiga en todos los
corazones.
Los asilos,
motivo de estas líneas, abiertos a la observación del público, dicen, por las
estrecheces con que están montados, que con ser su organización acabada y
completa, no es, sin embargo, más que la primera piedra colocada para el gran
edificio que la caridad ha de erigir, utilizando la solidez de los cimientos
asentados con celestial inspiración por la marquesa de Aledo, alma, vida y
esencia de obra tan interesante y conmovedora (1).
A
su desinteresada gestión se debe que al lado de la cunita lujosa con
almohadones de pluma que regaló un futuro duquesito, se vea sencilla y modesta
la de hierro que llevó el hijo del artesano cuando ya, por ser mayorcito,
prefirió su padre entregarla al asilo a subirla a la guardilla… donde hay
tantas pudriéndose entre el polvo y las telarañas, cuando allá en los asilos
hacen tanta falta para los angelitos a quienes volvió la espalda la fortuna (2).
Y
lo dicho de las cunas que sepultan en las guardillas como trastos inútiles,
debe entenderse extendido a tanta ropita como se tira o se guarda. Sólo no
sabiendo que hay niños que lo necesitan, puede echarse, como se echa de menos
en la Cuna de Jesús ajuares para los asilados.
Esta
institución de que nos venimos ocupando, no se sostiene con subvenciones
oficiales. Unos centenares de familias suscriben a sus hijos por la cantidad
mensual que tienen por conveniente que oscila entre un real por mes y mil
pesetas por año; pero la mayoría de los sostenedores de los asilos pagan de una
a cinco pesetas al mes.
Sin
embargo, del sostén de ellos ha sido una persona piadosa. Un testamentario de
conciencia, que Dios bendiga, a quien al morir le mandó a su amigo, y le
encargó que empleara en obras de caridad más de mil duros, los dedicó a las
cunas, y, puestas en el Banco, esas cinco mil y pico de pesetas constituyen el
único capital con que, fuera de las cuotas mensuales de las suscriptoras,
cuentan estas instituciones para papilla, sopas, leche, aceite de hígado, de
bacalao, medicinas, etc., etc., porque no sólo se cuida y atiende a los niños
sanos y robustos, sino que también, aunque con las precauciones necesarias para
evitar contagios, se admite a pequeñuelos que necesitan del alimento y de la
medicación además que combata la anemia y el raquitismo, tan enseñoreados en
las clases menesterosas (2).
Todo
el mundo tiene derecho a visitar las cunas, y a inspeccionarlas, las
suscriptoras y los suscriptores, y todo el público, por consiguiente, puede
apreciar la limpieza que reina así en la ropa de los asilados como en las
habitaciones en que se albergan.
FOTO
3 Las Siervas de María, esperando las papillas
Que
prosperarán, que se ensancharán y que hasta llegarán a cambiar los locales
alquilados y sin condiciones, que en la actualidad ocupan los asilos, por otros
más higiénicos y confortables ¿quién lo duda?
Cuando
el público madrileño sepa que en ellos hay angelitos mimados y atendidos que
sin esas cunas estarían encerrados en sus casas o sufrirían las inclemencias
del tiempo en brazos de sus desdichadas madres, a quienes muchas veces
privarían de ganar sus sustento y acaso el de otros hijos, acudirá a completar
la obra tan hermosamente comenzada, y entonces se realizará el sueño de las
ilustres damas que la comenzaron; y en locales propios y ventilados, con sus
jardincitos y solares, se edificará uno en cada barrio, contribuyendo por modo
director a que tantas madres como hoy están esclavizadas por el cuidado de sus
hijos, libres de ellos, puedan ganarse la vida honradamente (2).
Fé
y constancia suficientes tienen los fundadores de las cunas para llevar a feliz
término empresa tan benéfica, y por muchos obstáculos que encuentren en su camino,
han de llegar a la meta, donde hallarán, como justo galardón de sus afanes la
consideración de la sociedad y la bendición de las madres favorecidas.
Con
menos elementos se han levantado gallardas y potentes instituciones menos
necesarias para la vida moderna; con menos decisión que la desplegada por las
damas que sostienen los asilos, se han ultimado obras que no pueden lograr tan
universales simpatías como esta de que nos venimos ocupando.
Sigan,
pues, adelante en el camino emprendido. Dios las bendice y las madres todas,
secundando su edificante iniciativa, acudirán con sus ropas de deshecho y con
sus limosnas a mejorar la situación de los niños pobres, que al ser mayores
besarán las manos que les socorrieron.
Hay
que fundar más asilos. Los tres que existen son muy pocos para los niños
desdichados que hay en Madrid (2).
Bibliografía
1.-
Nuevo Mundo, 6 de diciembre de 1899, página 6
2.-
Nuevo Mundo, 6 de diciembre de 1899, página 7
Autor:
Manuel
Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Servicio de
Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI-
Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de
Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de
Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de
la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico
Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad
Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)