domingo, 27 de febrero de 2011

SALUD OCULAR

El miércoles día 23 de febrero de 2011, la Dra. Cristina Irigoyen Laborra impartió una lección magistral sobre Salud Ocular a propuesta de la Asociación Katxalin. (Asociación de Mujeres afectadas de cáncer de mama y ginecológico de Gipuzkoa).
FOTO 001 Cristina Irigoyen Laborra

La jornada la presentó Marisa Aliana de la Asociación Katxalin, después de la presentación empezó describiendo la doctora como se iba a desarrollar esta conferencia, realizando un índice para luego hablar de salud ocular destacando que nunca es tarde para cuidar tus ojos y tu cuerpo. La importancia de una buena prevención y de mantener una buena visión. Habló sobre la vista cansada (presbicia), la catarata y su cirugía.

También nos habló sobre la importancia de conocer las enfermedades que potencialmente causan ceguera como son la DMAE (Degeneración Macular Asociada a la Edad), el glaucoma y la retinopatía diabética. Al principio contó cómo se produce el glaucoma y las recomendaciones que hay que cumplir para parar la enfermedad y como realizar su tratamiento.

Siguió hablando de la DMAE que es una enfermedad que afecta a la macula, la zona de la retina con mayor agudeza visual. Existiendo dos tipos la seca o atrófica y la húmeda, ésta es la causa más común de ceguera legal en los países occidentales, afectando a las personas mayores de 50años. Habló de los síntomas, de las recomendaciones de la rejilla de Amsler y su tratamiento, hoy en día con inyecciones intravítreas.

Sobre la retinopatía diabética dijo que era una complicación grave de la diabetes que aumenta con la duración de la diabetes y sus complicaciones dos de ellos son el edema macular y la hemorragia vítrea. El 25 % de las cegueras totales son producidas por la diabetes. Es mejor, prevenir la diabetes, además se relaciona con la obesidad, por lo tanto hay que controlar el sobrepeso. Si usted tiene diabetes visite a su oftalmólogo una vez al año, existe el Screening: se sacan fotos del ojo y por telemedicina se envía al Hospital Donostia, donde las recibe la Dra. Ane Gibelalde que las interpreta y diagnóstica. Hoy en día tenemos diferentes tratamientos como son el láser, la cirugía, inyecciones intraoculares, etc.

Las recomendaciones son bien sabidas: realizar ejercicio, controlarse el azúcar, no fumar, beber con moderación bebidas alcohólicas, controlarse la tensión arterial y controlarse el colesterol.
FOTO 002 Marisa Aliana y Cristina Irigoyen Laborra

También habló de las posibles ayudas que podemos encontrar en las ópticas de “Baja Visión”. La “Baja visión”: es la pérdida de agudeza visual y/o campo visual que incapacita para la realización de las tareas de la vida diaria. Estas ayudas les pueden ayudar en sus tareas cotidianas. Éstas pueden consistir en lupas, microscopios, telescopios, magnificadores electrónicos, filtros. Y en las ayudas no ópticas podemos contar con el atril o con un flexo especial de luz.

Luego nos contó sobre algunas patologías que padece la gente que algunas veces son simples pero que nos dan mucha guerra como son el ojo seco, el lagrimeo, la blefaritis y como realizar la higiene palpebral. También nos habló de la alergia ocular y de las enfermedades hereditarias de la retina.

Un capítulo aparte fue cuando habló de la toxicidad ocular producido por el medicamento que se emplea en el cáncer de mama llamado “tamoxifeno”. Es un fármaco, que se toma en forma de tableta, el cual interfiere con la actividad del estrógeno (una hormona femenina), ya que el estrógeno puede fomentar la formación de cáncer en el seno. Este medicamento puede dar problemas en los ojos. A medida que la mujer envejece tiene más probabilidad de presentar catarata (opacidad del cristalino del ojo). Las mujeres que toman tamoxifeno parecen tener un mayor riesgo de padecer catarata. Se ha informado de algunos casos de otros problemas con los ojos, como cicatrices en la cornea o cambios en la retina.

Y para terminar nos habló de la ceguera en el mundo y el trabajo que realizan oftalmólogos del Hospital Donostia con la ONG Ojos del Mundo, colaborando en diferentes programas, entre ellos, el Dr. Andrés Müller-Thyssen y el Dr. Iñaki Genua como coordinadores de los proyectos en Mali y Mozambique.
FOTO 003 José Luis Munoa Roig y Cristina Irigoyen Laborra

En agradecimientos por su aportación a esta charla se las daba al Jefe del Servicio de Oftalmología Dr. Javier Mendicute del Barrio y al enfermero Manuel Solórzano Sánchez, ambos del Servicio de Oftalmología del Hospital Donostia. Entre el numeroso publico que asistió a esta charla, más de ochenta personas de ambos sexos, destacaríamos al Ilustre y Eminente Profesor y Catedrático de Oftalmología José Luis Munoa Roig, que añoró sus años de juventud al recordarle esta flamante “Fellow en Retina Quirúrgica por el Hospital Universitario de Liverpool” y médica adjunta de Oftalmología del Hospital Donostia Cristina Irigoyen. Después de las múltiples preguntas que a todas ellas contestó con la sonrisa que le caracteriza, José Luis Munoa hizo un panegírico de la profesión y de su belleza, terminando así una de las mejores charlas que se han dado sobre Salud Ocular.
FOTO 004 Cristina Irigoyen Laborra

Artículo del Diario Vasco publicado el día 21 de febrero de 2011 y decía así:
http://www.diariovasco.com/v/20110221/al-dia-sociedad/todo-mundo-tener-cataratas-20110221.html

CRISTINA IRIGOYEN, OFTALMÓLOGA
«Todo el mundo va a tener cataratas si llega a los 90 años»
La tecnología ha revolucionado no solo la cirugía ocular, sino también el diagnóstico, por la periodista Ane Urdangarin.

No solemos ocuparnos de ella hasta que aparecen los problemas. Eso suele pasar, generalmente, cuando se cumplen los 50 años. La vista condiciona nuestra vida y por ello la Asociación de Mujeres Afectadas de Cáncer de Mama y Ginecológico, Katxalin, le dedica una de sus conferencias. La ponente será Cristina Irigoyen, médico del servicio de Oftalmología del Hospital Donostia y Fellow en retina quirúrgica por el Hospital Universitario de Liverpool. La cita será el miércoles, día 23, a las 17.00 horas en la sala Kutxa de la calle Arrasate de Donostia.

¿Somos conscientes de la importancia de la salud ocular?
Una patología vascular, pulmonar o un cáncer pueden disminuir la calidad de vida, pero la visión es muy importante, porque te hace ser independiente para trabajar, para conducir, para cocinar, etc. En pacientes ancianos, que a veces están encamados, les permite ver la televisión, o a sus nietos o leer. En las personas mayores también es importante para evitar caídas, por lo que una buena visión previene fracturas que pueden llegar a ser graves a esas edades. También es muy importante para la salud mental, porque produce menos aislamiento y menos depresión.

¿Y qué podemos hacer para tener buena vista?
El 75 % de la ceguera y la baja visión se pueden prevenir o tratar. Aquí, cuando alguien va al médico porque no ve bien es derivado al oftalmólogo. En otros sitios no tienen una sanidad pública y en los países en vías de desarrollo no tienen acceso a oftalmólogos. Respecto a la prevención, hay que subrayar que los mismos hábitos de vida que protegen el corazón y los pulmones también influyen y pueden ayudar a prevenir problemas visuales.
FOTO 005 Cristina Irigoyen Laborra

¿Los hábitos que aconsejan todos los médicos?
No fumar, hacer deporte, llevar una dieta saludable rica en frutas, verduras, pescado, sobre todo azul, que tiene omega 3, y controlar el sobrepeso.

¿Cuál es la enfermedad ocular que más ven en consulta?
Las cataratas. Es muy común y todo el mundo va a padecer cataratas a partir de los 90 años. Es la cirugía más frecuente en oftalmología. Luego está la presbicia o vista cansada, que suele aparecer en torno a los 40 - 50 años, y que consiste en esa dificultad para enfocar los objetos cercanos. Se corrige muy fácilmente con una gafa.

Estos problemas son muy comunes, pero otros pueden acabar causando ceguera
Sí. Por ejemplo la degeneración macular asociada a la edad, cuyo tratamiento ha avanzado mucho estos años. Existen dos formas. En la forma húmeda, el tratamiento de ahora, que consiste en las inyecciones intraoculares, permite detener la evolución de la enfermedad. La forma seca es más frecuente, pero también progresa mucho más lentamente. Hoy en día no tiene tratamiento, pero podemos contribuir a su prevención con hábitos de vida saludables.

El de los diabéticos es un colectivo que debe cuidar especialmente su salud ocular
Sí, porque tiene riesgo de sufrir retinopatía diabética. En las sociedades avanzadas, por la obesidad, cada vez hay más diabéticos y esta es una de sus enfermedades asociadas. En consulta todos los días vemos a pacientes diabéticos. En el Hospital Donostia se hace un screening y mediante la telemedicina controlamos una vez al año a la mayoría de estos pacientes.

¿Y cómo funciona este programa de cribado?
En varios ambulatorios hay unas cámaras de fotos. Se sacan fotos a los pacientes y se envían a la base central del Hospital Donostia, donde la doctora Ane Guibelalde se encarga de revisarlas. En aquellos casos que considera oportuno se deriva al paciente al oftalmólogo. Pero la mayoría, si está bien controlado, no tiene retinopatía. Al año se vuelve a hacer la revisión. Estos screenings favorecen la detección precoz, como las mamografías en el cáncer de mama.

Y si se detecta la enfermedad, ¿qué se puede hacer?
Acudir al oftalmólogo y tratarlo. Hay distintas formas de hacerlo: láser, cirugía y también inyecciones intravítreas. Pero lo más importante es el buen control metabólico de los pacientes. Se tienen que controlar el azúcar, porque de lo contrario la enfermedad progresará. Lo más importante es la prevención.

¿Qué es el ojo seco?
Una enfermedad que es mucho más frecuente en las mujeres. Aunque no es grave -en algunos casos sí que lo puede llegar a ser-, es muy incómoda. El ojo seco puede deberse a una escasa producción de lágrima o a una inflamación en la superficie ocular. El ojo se queda seco y el paciente tiene síntomas de molestia, de irritación y a veces incluso de dolor. Se pueden mejorar los síntomas. El tratamiento básico consiste en lubricar la superficie ocular con lágrimas artificiales. Hay también tratamientos para formas más severas de este problema.

¿Hay también enfermedades oculares raras?
Sí, como la retinosis pigmentaria, que es la enfermedad hereditaria más frecuente. El Hospital Donostia está en estrecha colaboración con Begisare, que es la asociación de enfermos de Gipuzkoa, y estamos en un proyecto para revisar a todos los pacientes afectados. La prevalencia es de 1 de cada 4.000. ¿El pronóstico? Hoy en día aún no existe un tratamiento eficaz, pero se está avanzando muchísimo en tratamientos experimentales, como son los trasplantes de células madre, las retinas artificiales, la prevención con complejos vitamínicos y la terapia génica.

Tengo la sensación de que los tratamientos para la vista han avanzado muchísimo en los últimos años.
Soy joven, pero es cierto que en los últimos 20 años han avanzado muchísimo gracias a la tecnología. Las cirugías han cambiado mucho las formas de operar la retina, la catarata. Hoy en día se utiliza instrumental y aparatos tecnológicamente muy avanzados. Y no solo para el tratamiento, sino también para el diagnóstico: ahora tenemos pruebas de imagen que nos dejan ver las capas de la retina como si fuera un corte casi histológico. Es como si sacáramos el ojo y lo cortáramos. Y además lo vemos en vivo. Eso favorece mucho no sólo el tratamiento sino también el diagnóstico, y permite entender las enfermedades. Está avanzando continuamente, al igual que el área de la investigación.
FOTO 006 Cristina Irigoyen Laborra

Es más que previsible que en el futuro se logre curar algunas de estas enfermedades, pero también habrá más gente afectada por el envejecimiento de la población
Cada vez vivimos más. Antes algunas enfermedades no se trataban porque tampoco había muchas expectativas de vida o porque simplemente los pacientes no llegaban a esas edades. Por ejemplo, la degeneración macular asociada a la edad ahora es una enfermedad de alta prevalencia.

¿Se puede saber cómo va a evolucionar la vista?
A partir de los 50 años se debería hacer una revisión en el oftalmólogo para descartar cualquier patología prevenible, como puede ser el glaucoma, la retinopatía diabética o la degeneración macular asociada a la edad de inicio precoz. Son muy importantes los antecedentes familiares, sobre todo en el caso del glaucoma o la degeneración macular. En este caso se debería llevar un control más estrecho porque son enfermedades que pueden tener un componente hereditario.

KATXALIN
Asociación de Mujeres Afectadas de Cáncer de Mama y Ginecológico de Gipuzkoa

http://www.katxalin.org/

Quienes somos: Nacimos en Junio de 1987 con el nombre Asociación de Mujeres Mastectomizadas de Gipuzkoa, y con el objetivo de ayudar a las mujeres que padeciendo una enfermedad tumoral mamaria estaban o habían sido sometidas a tratamientos específicos: Cirugía con o sin mastectomía, Quimioterapia, Radioterapia, Hormonoterapia, etc. Desde septiembre de 1999 se ha ampliado la Asociación para acoger también a mujeres que padecen un proceso tumoral ginecológico, pasando a llamarse desde esa fecha Asociación de Mujeres Afectadas de Cáncer de Mama y Ginecológico de Gipuzkoa: Katxalin. Lo que en un principio crearon 10 mujeres cuenta con más de 350 asociadas. Con la experiencia adquirida, ante la difícil situación que estás viviendo, nosotras, queremos ayudarte para que vuelvas a hacer una vida normal. Que ofrecemos, objetivos, donde estamos, manifiesto del día internacional del cáncer de mama. Entrando en la dirección de la hoja web de Katxalin, podréis ver muchas más cosas.
FOTO 007 Cristina Irigoyen Laborra

Katxalin: Mujeres con mucha vida
En el artículo del día 7 de abril de 2009 Joti Díaz lo titulaba así: “La Asociación de Mujeres Mastectomizadas de Gipuzkoa organizó un desfile de modelos de trajes de baño y ropa interior”.

Tuve la oportunidad de conocer a un colectivo de mujeres, con inmensas ganas de vivir, ilusionadas, con fuerza vital y acostumbradas a luchar. Son las componentes de Katxalin, la Asociación Guipuzcoana de Mujeres afectadas de Cáncer de Mama y Ginecológico, fundada hace 22 años. Un grupo de 600 mujeres, con su presidenta Txaro Beobide, que dirige la Asociación desde hace años. Realizan numerosas actividades, entre ellas un desfile de modas. Hasta ahora las modelos eran profesionales. Pero en esta ocasión, la decimoquinta edición, Txaro convenció a cuatro mujeres para que posaran en la pasarela en traje de baño y ropa interior. Junto a la empresa Sumisan y la firma Anita Care organizaron un desfile en el hotel de Londres.

Se llenó la sala. La mayoría asociadas, acompañadas de amigas que querían conocer esta actividad de la asociación. En la pasarela las donostiarras Tere Sanceda y Manolo Martos, Rosa Pellejero de Urnieta y la catalana Pilar Pérez. En el primer pase algunos nervios, luego naturalidad y soltura. Trajes de baño y ropa interior, especial para mujeres afectadas. El público asistente aplaudió sin descanso a las modelos. Fue una bonita experiencia.

Txaro Beobide nos dio algunos detalles. «Atendemos en la Asociación a las mujeres que sufren este tipo de cáncer. Una enfermedad dura y complicada, pero se está avanzando mucho y la mortandad es cada vez menor. Organizamos actividades para las mujeres, reuniones, programas por la provincia, contamos con una psicóloga y una asistenta social en nuestra sede en Txara nº 1». También la Asociación organiza excursiones, clases de gimnasia, además de cenas con las asociadas. Todo para que las mujeres encuentren entre si apoyo en un momento muy delicado de sus vidas.

AUTOR
Manuel Solórzano Sánchez

Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net

lunes, 21 de febrero de 2011

La VISIBILIDAD de los CUIDADOS de ENFERMERÍA



Hoy día 20 de febrero de 2011, desde ENFERMERÍA AVANZA queremos Felicitar a los compañeros de Cuidando.es, porque celebran su primer año de vida virtual y lo hacen con una maratón de post... 24h-24p: “24 horas, 24 post”, publicando cada hora de hoy un post sobre LA VISIBILIDAD DE LOS CUIDADOS DE ENFERMERÍA.

Aqui va nuestra pequeña contribución:
La enfermería es una ciencia, pero también un arte por lo que tiene de humanista. Las enfermeras constituyen una pieza clave en el sistema sanitario actual, con un nivel de formación y cualificación muy altos, conformados por un cuerpo concreto de conocimientos y un área específica de actuación cuyo eje son los CUIDADOS, trabajando en equipos multidisciplinares, en estrecha relación (de igualdad) con miembros de otras profesiones.

Las enfermeras son responsables de los cuidados que administran, de mantenerse actualizadas (formación continuada en gestión, docencia, práctica clínica e investigación), así como de adoptar las medidas necesarias para satisfacer las necesidades que pudieran tener los pacientes a los que tratan.

Para poder establecer diagnósticos enfermeros, hemos de realizar un análisis de la situación del paciente, sintetizando los hallazgos más importantes, interpretando sus necesidades y elaborando los datos clínicos observados; se trata de un proceso de pensamiento crítico, que nos permite y capacita para tomar las decisiones adecuadas sobre que resultados pretendemos obtener y en consecuencia establecer las intervenciones necesarias para lograrlo (PROCESO ENFERMERO)


Gracias a to2 por estar ahí y Felicidades a Cuidandos.es.

domingo, 20 de febrero de 2011

VICTORIANOS EMINENTES (PARTE PRIMERA)

Este libro apareció en Inglaterra en 1918. Su autor Lytton Strachey. La traducción corrió a cargo de Dámaso López García.

Contemporáneos en este libro de Florence Nightingale fueron: La Reina Victoria y el príncipe Alberto. El cardenal Manning, el Dr. Thomas Arnold y el General Charles George Gordon.

Este libro se encuentra ubicado en el Fondo de Reserva de la Biblioteca Koldo Mitxelena, perteneciente a la Diputación Foral de Gipuzkoa.
FOTO 001 Primera página del libro Victorianos Eminentes

FLORENCE NIGHTINGALE

CAPÍTULO I
Todo el mundo conoce la imagen popular de F1orence Nightingale. La mujer del autosacrificio y de la santidad, la doncella delicada de clase alta que despreció los placeres de una vida de comodidad para socorrer a los afligidos; la Dama de la Linterna que se movía entre los horrores del hospital de Scutari y santificaba con su bondad radiante el lecho del soldado moribundo; la imagen es familiar para todos. Pero la verdad era diferente. La Miss Nightingale de verdad no era como el capricho superficial la pintaba. Trabajaba de otra forma y con otras intenciones, se movía bajo el peso de una fuerza que no encuentra lugar en la imaginación popular. La poseía un demonio. Ahora bien, los demonios, sean lo que sean, están llenos de interés. Y así sucede que en la Miss Nightingale real había más cosas interesantes que en la de la leyenda; también había cosas que eran menos agradables.

Pertenecía a una familia muy rica que, a su vez, estaba relacionada, mediante matrimonios, con un círculo extenso de otras familias muy ricas. Había una gran casa de campo en Derbyshire; había otra en New Forest; había apartamentos en Mayfair, para la temporada de Londres, con todas sus fiestas elegantes; y había viajes al Continente, con un número de óperas italianas superior al normal y con atisbos de las cele­bridades de París. Educada en medio de semejantes ventajas, lo más natural era suponer que Florence mostraría una conveniente apreciación de todo ello y que cumpliría con su deber en aquel estado de vida al que Dios se había complacido en traerla: en otras palabras, se casaría, después de un número suficiente de bailes y fiestas, con un caballero de mérito y viviría feliz a partir de ese momento. Su hermana, sus primas y todas las jóvenes con las que se relacionaba se preparaban para casarse o ya lo habían hecho. Era inconcebible que Florence soñase con ninguna otra cosa; y, sin embargo, soñar es precisamente lo que hacía. :Ah! ¡Cumplir con su deber en aquel estado de vida al que Dios se había complacido en traerla! Seguro que ella no se quedaría atrás en el cumplimiento del deber; pero ¿a qué estado de vida se había complacido Dios en llamarla? Ése era el problema. Las llamadas de Dios son muchas y son extrañas. ¿A qué estado de vida se había complacido en llamar a Charlotte Corday o a Isabel de Hungría? Si no era una llamada, ¿qué era aquella extraña voz en su oído? ¿Por qué había sentido, desde su más temprana juventud, aquellas misteriosas inclinaciones hacia..., apenas sabía hacia qué, pero desde luego hacia algo muy distinto de lo que la rodeaba? ¿Por qué, en su infancia, en el cuarto de los niños, cuando su hermana había mostrado un placer saludable en romper en pedazos las muñecas, ella había mostrado un placer morboso en coserlas y componerlas de nuevo? ¿Por qué se dedicaba a cuidar de los pobres en sus hogares humildes, a cuidar de los enfermos, a poner la pata herida de su perro en complicados cabestrillos, como si fuese un ser humano? ¿Por qué se le llenaba la cabeza de imaginaciones extrañas en las que la casa de campo de Embley se convertía, como por ensalmo, en un hospital, con ella misma de enfermera jefe moviéndose entre las camas? ¿Por qué incluso su visión del cielo se llenaba de pacientes doloridos a quienes ella era útil? Así soñaba y se hacía preguntas y, sacando el diario, vertía en él todas las inquietudes del alma y entonces sonaba la campanilla y llegaba la hora de vestirse para la cena.

Con el paso de los años comenzó a apoderarse de ella una inquietud. Era desgraciada y, por fin, se dio cuenta de ello. Mrs. Nightingale, simultáneamente, empezaba a pensar que algo iba mal. Era muy extraño, ¿qué podría pasarle a la querida Flo? Mr. Nightingale sugirió que sería aconsejable un marido; pero lo curioso era que ella no parecía tener ningún interés en los maridos. ¡Con sus atractivos y sus cualidades! No había nada en el mundo que pudiese impedir que hiciese un enlace en verdad satisfactorio. ¡Pero no! No pensaba nada más que en satisfacer un apetito singular de hacer algo. Como si en cualquier caso no tuviese bastante que hacer, de forma habitual, en casa. Había que cuidar de la porcelana y tenía que leer para su padre después de la cena. Mrs. Nightingale no podía entenderlo; y de repente, un día, la perplejidad se convirtió en consternación y preocupación. Florence dio a conocer un deseo perentorio de ir al Hospital de Salisbury durante unos meses, en calidad de enfermera; y más aún, confesó un plan visionario de establecer al fin una casa propia en un pueblo cercano y fundar allí «algo parecido a una Hermandad Femenina Protestante, sin votos, para mujeres de sentimientos elevados». Todo el proyecto se desestimó por absurdo; y Mrs. Nightingale, después de la primera conmoción de terror, pudo dedicarse con más o menos tranquilidad al bordado. Pero Florence, que ya tenía veinticinco años y sentía que se había deshecho el sueño de su vida, casi llegó a un punto de desesperación.

Y por cierto, las dificultades del camino eran grandes. Porque no sólo era una cosa casi inimaginable en aquellos tiempos el que una mujer con medios de fortuna quisiese abrirse camino en el mundo y vivir con independencia, sino que la profesión concreta a la que Florence estaba destinada, tanto por su instinto como por su capacidad, en aquel tiempo, no gozaba de muy buena reputación. Una «enfermera» en aquellos tiempos era una anciana tosca, de costumbre sucia y siempre ignorante, a menudo brutal; una Mrs. Gamp, envuelta con atavíos sórdidos, aficionada a la botella de brandy o que se complacía en irregularidades peores. Las enfermeras de hospital eran conocidas de forma singular por su conducta inmoral; la sobriedad era casi desconocida entre ellas; apenas se les podía confiar la ejecución de los cuidados médicos más simples. Cierto es que las cosas han cambiado desde entonces; y el hecho de que hayan cambiado se debe, mucho más que a cualquier otro ser humano, a la propia Miss Nightingale. No es extraño que sus padres hubiesen sentido un estremecimiento ante la idea de que su hija iba a dedicar su vida a semejante ocupación. «Era como si», ella misma dijo más tarde, «hubiese querido ser pinche de cocina». Y sin embargo, el deseo, absurdo e imposible como era, no sólo permaneció inamovible en su corazón, sino que creció en intensidad de día en día. Su infelicidad se convirtió en una melancolía morbosa. Todo alrededor de ella era innoble y ella misma, estaba claro, para haber merecido tal desgracia, esta aún más innoble que lo que la rodeaba. Sí, había pecado, «ante el trono del juicio final de Dios». «Nadie», declaró, «ha ofendido tanto al Espíritu Santo»; de eso estaba muy segura. Era en vano que orase para librarse de la vanidad y de la hipocresía y no podía soportar sonreír o estar alegre, «porque odiaba que Dios la oyese reír, como si no se hubiese arrepentido de su pecado».

Un espíritu más débil se habría sentido abrumado ante el peso de tales desgracias, se habría rendido o habría cedido. Pero esta joven extraordinaria se mantuvo firme y luchó hasta obtener la victoria. Con una constancia admirable, a lo largo de los ocho años que siguieron al rechazo de su petición de ingreso en el Hospital de Salisbury, luchó, trabajó e hizo planes. Mientras a los ojos de los demás llevaba la vida de una muchacha brillante de la alta sociedad, mientras en su fuero interno era presa de las torturas del arrepentimiento y del remordimiento, sin embargo poseía la energía necesaria para hacer acopio de los conocimientos y para someterse a la experiencia que le permitirían hacer lo que ella había decidido que haría al fin. En secreto, devoraba los informes de las comisiones médicas, los panfletos de las autoridades sanitarias, las historias de los hospitales y asilos. Los intervalos de la temporada de Londres los pasaba en las escuelas gratuitas para niños pobres y en las casas de trabajo no remunerado. Cuando iba al extranjero con la familia, solía emplear su tiempo libre tan bien que apenas había algún gran hospital en Europa con el que no estuviese familiarizada, apenas había una gran ciudad cuyos barrios pobres no hubiese recorrido. Consiguió pasar algunos días en una escuela conventual en Roma y algunas semanas como «Sceur de Charité» en París. Luego, mientras su madre y su hermana tomaban las aguas en Carlsbad, consiguió escaparse a una institución de Enfermeras en Kaiserswerth, donde permaneció durante más de tres meses. Éste fue el acontecimiento decisivo de su vida. La experiencia que obtuvo como enfermera en Kaiserswerth puso el fundamento de todas sus actividades futuras y fue la que de forma definitiva afianzó en ella su vocación.

Pero todavía le aguardaba otra prueba: las tentaciones del mundo que había apartado con desdén y desprecio. Había resistido a una tentación sutil que, en su agotamiento, la había rondado en ocasiones: la de dedicar las energías sofocadas hacia el arte o la literatura. La última ordalía tomó la forma de un joven deseable. Hasta entonces, sus pretendientes no habían sido más que una carga añadida y un motivo de burla; pero ahora, durante un momento, pareció dudar. Un sentimiento nuevo se apoderó de ella, un sentimiento que no había conocido antes y que nunca más iba a conocer. Había reclamado sus derechos sobre ella el instinto más poderoso y profundo de la humanidad. Pero ante ella se elevó aquel instinto con la formidable disposición -¿podría haber sido de otro modo?- del atuendo inevitable de un matrimonio victoriano; y tuvo la fuerza necesaria para aplastarlo bajo el pie.

Tengo una naturaleza intelectual que necesita satisfacción “anotó” y que la podría encontrar en él. Tengo una naturaleza pasional que necesita satisfacción y que la hallaría en él. Tengo una naturaleza activa y moral que necesita satisfacción y que no la encontraría en la vida de él. A veces pienso que en cualquier caso mi naturaleza pasional también encontrará satisfacción.

Pero no, ella sabía en el fondo de su corazón que no podía ser. «Atarme a una prolongación todavía peor de mi vida actual, poner fuera de mi alcance para siempre la posibilidad de labrarme una vida rica y verdadera.» Eso sería un suicidio. Se decidió y rechazó lo que era al menos una felicidad cierta por un bien imaginario que podría no llegar a ser realidad. Y al fin reanudó la vida de espera y amargura de siempre.

Los pensamientos y sentimientos que tengo ahora (escribía) puedo recordarlos desde que tenía seis años. Siempre he sentido que para mí era esencial y siempre he deseado una profesión, una tarea, una ocupación necesaria, algo en lo que desarrollar y emplear todas mis facultades. El primer pensamiento que puedo recordar y el último se refieren al trabajo de enfermera; o en su defecto, un trabajo en la educación, pero un trabajo relacionado con la educación especial, mejor que con la educación infantil. He probado todo, viajes al extranjero, amigos, Todo. ¡Dios mío! ¿Qué va a ser de mí?

¿Un joven deseable? ¡Polvo y cenizas! ¿Qué es lo que había de deseable en una cosa como ésa? «A los treinta y un años», anotaba en su diario, «lo único que me parece deseable es la muerte». Pasaron tres años más y por fin el paso del tiempo modificó las cosas: su familia pareció darse cuenta de que era lo bastante mayor y lo suficientemente capaz para valerse por sí misma y, por lo tanto, se convirtió en Superintendente de un Hogar de Enfermeras de la Caridad en la calle Harley. Había obtenido la independencia, aunque todavía en una esfera limitada, y su madre todavía no se había resignado por completo: seguro que Florence al menos podría pasar el verano en el campo. Algunas veces, es cierto, entre sus amistades íntimas, Mrs. Nightingale casi lloraba. «Somos patos», decía con lágrimas en los ojos, «y hemos criado un cisne salvaje». Pero la pobre señora se equivocaba: no habían criado un cisne, sino un águila.

CAPÍTULO II
Miss Nightingale llevaba ya un año en su hospital privado en la calle Harley, cuando los hados llamaron a la puerta. Estalló la Guerra de Crimea, estaba en curso la batalla de Alma y la condición terrible de los hospitales militares de Scutari comenzaba a conocerse en Inglaterra. A veces sucede que es un poco difícil seguir los planes de la Providencia, pero en esta ocasión estaba todo claro, hubo una coordinación perfecta de los acontecimientos. Porque durante años Miss Nightingale había estado preparándose; por fin estaba preparada, tenía experiencia, era libre, era madura, pero todavía joven, tenía treinta y cuatro años, estaba deseando servir y tenía experiencia de mando. En ese preciso momento surgió la necesidad urgente de una gran nación y allí estaba ella para satisfacerla. Si la guerra hubiese tenido lugar unos pocos años antes, no habría tenido el conocimiento necesario, quizá incluso ni la energía para ese trabajo; unos pocos años más tarde, sin duda, se habría quedado inmóvil en la rutina de algún trabajo absorbente y, lo que es peor, habría envejecido. No sólo era notable la coincidencia en el tiempo. También coincidía el que Sidney Herbert estuviese en el Ministerio de la Guerra y en el Gobierno; Sidney Herbert era amigo íntimo de Miss Nightingale y estaba convencido, por experiencia personal en los trabajos de caridad, de la capacidad extraordinaria de ella. Con semejantes premisas, apenas parecerá extraño el dar por hecho que la carta de ella, en la que ofrecía sus servicios para ir a Oriente, y la carta de Sidney Herbert, en la que se los solicitaba, en realidad, se cruzasen en el camino. Así sucedió todo, sin un solo fallo. Se concedió el nombramiento; e incluso Mrs. Nightingale, atónita ante la magnitud de la empresa, dio su aprobación. Un par de amigas fieles se ofrecieron como ayudantes personales. Se reunieron treinta y ocho enfermeras; y antes de que transcurriese una semana del intercambio de cartas: Miss Nightingale, en medio de un gran estallido de entusiasmo popular, partía hacia Constantinopla.

Entre las cartas innumerables que recibió al partir, había una del Dr. Manning que en aquellos momentos trabajaba en relativa oscuridad como cura católico en Bayswater. «Dios la protegerá», escribía, «y mi oración pedirá para usted que su único objeto de adoración, modelo de conducta y fuente de consolación y fuerza, sea el Sagrado Corazón de nuestro Señor Divino».

Hasta qué punto se cumplió la oración del Dr. Manning, debe permanecer como materia de duda; pero hay algo que sí sabemos: que si en alguna ocasión fue necesaria una plegaria, desde luego lo fue para Florence Nightingale en aquellos momentos. Aun siendo oscura la pintura del estado de las cosas en Scutari, tal como se le ofrecía al público inglés en los despachos del corresponsal de The Times y en multitud de cartas particulares, la realidad resultó ser todavía más oscura. Lo que había sucedido, en breve, era la desintegración completa de los servicios médicos en el teatro de la guerra. Los orígenes de este terrible desastre fueron complejos y múltiples; se extendían hacia atrás, a través de largos años de paz y confianza, en Inglaterra; podrían trazarse a través de interminables ramificaciones de la incapacidad administrativa: desde los defectos inherentes a unos sistemas confusos, hasta las pequeñas torpezas de los oficiales de menor graduación y, desde la ignorancia inevitable de los ministros del Gobierno, hasta las exigencias fatales de la rutina estricta. Unas encuestas posteriores mostraron con claridad que el mal era, en realidad, el peor de todos los males, es decir, uno que no se había originado por ninguna razón particular y por el que no se podía culpar a nadie. Toda la organización de la maquinaria de guerra era inútil y estaba anticuada.

El anciano Duque había presidido durante el período de una generación la Guardia Montada y había reprimido las innovaciones con mano de hierro. Había un extraordinario solapamiento de autoridades, un cambio increíble de responsabilidades de un lado para otro. En cuanto a la idea de crear y mantener un servicio médico adecuado para el ejército, en la atmósfera de un caos antiguo, ¿cómo podría haberle entrado a nadie en la cabeza? Antes de la guerra, los tolerantes oficiales de Westminster estaban convencidos por naturaleza de que todo estaba bien, o al menos tan bien como podría esperarse; cuando alguien, por ejemplo, tenía la iniciativa temeraria de proponer la formación de un cuerpo de enfermeras del ejército, caía en el más completo de los ridículos. Cuando la guerra hubo comenzado, los galantes oficiales británicos que controlaban la organización tenían otras cosas en que pensar antes que en los pequeños detalles de la organización médica. ¿Quién se había preocupado por semejantes menudencias en la Península? Y seguro que, en aquella ocasión, se había hecho bastante bien. De manera que las precauciones más elementales no se tuvieron en cuenta y los preparativos más necesarios se aplazaron de forma indefinida. Se ordenó al oficial en jefe médico del ejército, el Dr. Hall, que estaba en la India, que se presentase al momento, pero no pudo viajar a Inglaterra antes de hacerse cargo de sus deberes en el frente. Y no fue sino al final de la batalla de Alma, cuando la guerra llevaba varios meses de duración, cuando se consiguieron plazas de hospital en Scurari para más de un millar de hombres. Hubo, sin duda, errores, insensateces y torpezas por parte de algunos individuos; pero, a la hora de hacer el balance global, fueron poco importantes: síntomas insignificantes del mal profundo del cuerpo político, la calamidad enorme del derrumbe administrativo.

Miss Nightingale llegó a Scutari, un suburbio de Constantinopla, en el lado asiático del Bósforo, el 4 de noviembre de 1845, diez días después de la batalla de Balaklava y un día antes de la batalla de Inkerman. La organización de los hospitales, que ya se había resentido bajo el peso de la batalla de Alma, se sometía ahora a la presión añadida que implicaban estos dos encuentros sangrientos y desesperados. Ya se recibían grandes destacamentos de heridos. Los hombres, después de recibir el tratamiento muy pobre que podían ofrecer los hospitales más pequeños en Crimea, se embarcaban al momento en grupos de 200 a través del Mar Negro hacia Scutari. En tiempos normales, este viaje duraba cuatro días y medio, pero los tiempos no eran normales y ahora el trayecto duraba a menudo una quincena o tres semanas. Recibía, no sin razón, el nombre de «pasaje medio». El middle passage, el pasaje medio, era el nombre que recibía una parte del viaje a través del Océano Atlántico, desde la costa oeste de África hasta las Indias Occidentales. El nombre se le daba a la etapa más larga del viaje de los barcos esclavistas que navegaban desde África hacia América o las Indias Occidentales.

Bajo cubierta y a veces encima de ella se amontonaban los heridos, los enfermos y los moribundos: hombres que habían sufrido la amputación de alguno de sus miembros, hombres que estaban en las garras de la fiebre o de la congelación, hombres, que estaban en la etapa terminal de la disentería o del cólera; sin camas, a veces sin mantas, a menudo casi sin ropa. El cirujano o el par de cirujanos a bordo hacían lo que podían; pero no había botiquín y la única forma de enfermería disponible era la que proveían un puñado de soldados inválidos, que de costumbre ellos mismos llegaban postrados al final del viaje. No había ningún otro alimento además de las raciones en salazón de la dieta marina; e incluso el agua estaba guardada de tal forma que quedaba fuera del alcance de los más débiles. Durante muchos meses, la media de muertes durante estos viajes fue de setenta y cuatro de cada mil; los cadáveres se arrojaban al agua ¿y alguien diría que eran los más desafortunados? En Scutari, el lugar, de desembarco, construido con toda la perversión de la ingenuidad oriental, sólo permitía acercarse con grandes dificultades, y si el tiempo era malo no se podía desembarcar de ninguna manera. Cuando el acercamiento era posible, en primer lugar había que desembarcar a lo que quedaba de los hombres y a continuación había que llevados por una cuesta muy pronunciada durante un cuarto de milla hasta el hospital más próximo. Sólo los casos más graves podían llevarse en camillas, porque había muy pocas; el resto se llevaba o se arrastraba colina arriba por los soldados convalecientes que se podían reunir, aquellos que no estaban tan evidentemente enfermos como para no poder trabajar. Por fin se preparaba el viaje, con lentitud, uno por uno, vivos o moribundos, los heridos se conducían hasta el hospital. Pero en el hospital, ¿qué encontraban?

Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate, las puertas del engaño no llevaban esta inscripción y, no obstante, tras ellas se abría la boca del infierno. Las necesidades, la negligencia, la confusión, las desgracias, de todos los tipos y con todos los grados de intensidad, llenaban los pasillos interminables y los apartamentos enormes del barracón gigantesco, el cual, sin pensado y sin preparación, se había dispuesto de forma apresurada como el refugio principal para las víctimas de la guerra. El edificio era radicalmente defectuoso. Estaba construido sobre un enorme alcantarillado y los pozos negros cargados de inmundicia enviaban su veneno a las habitaciones superiores. Los suelos estaban tan podridos que muchos de ellos no podían fregarse; las paredes acumulaban suciedad; multitudes increíbles de insectos pululaban por todas partes, y a pesar de que el edificio era enorme, sin embargo resultaba demasiado pequeño. Contenía cuatro mil camas, apretadas todas juntas, de manera que sólo quedaba sitio para pasar entre ellas. En medio de tales condiciones, el sistema de ventilación más complicado habría tenido defectos, pero es que no había ventilación. El hedor era indescriptible. «Estoy familiarizada», dijo Miss Nightingale, «con las viviendas de los peores barrios de la mayoría de las grandes ciudades europeas, pero nunca había estado en ningún lugar comparable a la atmósfera del Hospital del barracón por la noche». Los defectos estructurales sólo podían compararse a las deficiencias de los objetos más comunes de uso hospitalario. No había suficientes camas, las sábanas eran de lona y tan bastas que los heridos se horrorizaban ante ellas y rogaban que los dejasen sólo con las mantas; no había mobiliario de habitación de ningún tipo y las botellas vacías de cerveza se utilizaban como candelabros. No había palanganas, ni toallas, ni jabón, ni escobas, ni bayetas, ni bandejas, ni platos; no había ni zapatillas, ni tijeras, ni cepillos para el calzado, ni betún; tampoco había cuchillos, o tenedores, o cucharas.

El suministro de carbón era por lo general insuficiente, las disposiciones de cocina eran inadecuadas hasta el absurdo y la lavandería era una farsa. En cuanto al material puramente médico, las cosas no estaban mejor. Hacían falta camillas, material para entablillar y también hacían falta las drogas más habituales. Para proveer a tales necesidades, para luchar contra semejantes dificultades, había un puñado de hombres aplastados bajo el peso de un trabajo incesante, atados por la tradición de la rutina oficial y debilitada, bien por la avanzada edad, bien por la pura incompetencia. Habían demostrado estar muy por debajo de las exigencias de su tarea. El doctor jefe se hallaba perdido en las imbecilidades del optimismo senil. El desgraciado oficial cuyo cometido era subvenir a las necesidades del Hospital se hallaba atado de pies y manos por los formularios de la burocracia. Unos pocos de los médicos más jóvenes luchaban con valentía, pero ¿qué podían hacer?, sin preparación, desorganizados, con la única ayuda que podían encontrar entre el desgraciado grupo de soldados que podían reclutar entre los convalecientes para atender a sus camaradas enfermos, se enfrentaban a la enfermedad, a las mutilaciones y a la muerte en todas sus formas aterradoras; todo esto se apilaba ante ellos de forma tumultuosa y en una masa en constante crecimiento. Eran como náufragos que luchaban no por obtener la seguridad, sino por la simple existencia en el momento siguiente; para ganar, con otro esfuerzo todavía más frenético, un breve respiro ante las aguas de la destrucción.
FOTO 002 Atendiendo a su perro herido. Fiesta. Al final de su vida

En estas circunstancias, aquellos que se habían curtido hacía tiempo en la contemplación del sufrimiento humano, cirujanos con un conocimiento mundial de los dolores, soldados familiarizados con las carnicerías de los campos de batalla, misioneros con recuerdos de hambres y plagas pudieron apreciar, no obstante, un matiz del horror que no habían conocido con anterioridad. Había momentos y había lugares en el Hospital del barracón de Scutari en los que la mano más fuerte comenzaba a temblar y el ojo más valiente se veía obligado a mirar a otra parte.

Llegó Miss Nightingale, y ella, en cualquier caso, en aquel infierno, no perdió la esperanza. Por una razón: había traído material de socorro. Antes de salir de Londres había consultado al Dr. Andrew Smith, el presidente del Comité Médico del Ejército, si sería útil llevar equipos de algún tipo a Scutari, y el Dr. Andrew Smith le había contestado que «no se necesitaba nada». Incluso Sidney Herberr le había dado seguridades en ese sentido. Tal vez, quizá debido a alguna clase de error, podría haber habido algún retraso en la entrega de equipos médicos que, según dijo él, se habían enviado desde Inglaterra «con profusión», pero «en cuatro días se habría solucionado». Ella prefirió fiarse de su instinto y en Marsella compró grandes cantidades de provisiones misceláneas, que fueron de extrema utilidad en Scutari. También llegó con amplias provisiones de dinero: en conjunto, a lo largo de su estancia en Oriente, recibió, procedentes de recursos privados, unas siete mil libras, y además pudo obtener otros valiosos medios de ayuda. Había llegado a Scutari, al tiempo que ella, Mr. Macdonald, de The Times, encargado del deber de administrar las cantidades enormes de dinero recogidas a través de la agencia de ese periódico para ayudar a los enfermos y a los heridos. Y Mr. Macdonald tuvo la sensatez de ver que el mejor uso que se podría hacer de los fondos de The Times era ponerlo a disposición de Miss Nightingale.

No puedo concebir “escribía un testigo presencial”, al mirar con calma hacia el pasado, hacia las tres primeras semanas posteriores a la llegada de los heridos de la batalla de Inkerman, cómo habría sido posible haber evitado un estado de cosas demasiado lamentable para contemplarlo, si Miss Nightingale no hubiese estado allí, con los medios que puso a su disposición Mr. Macdonald.

Pero la opinión oficial era diferente. ¡Cómo!, ¿iba a admitir la administración pública, al aceptar la caridad externa, que era incapaz de cumplir sus propios deberes sin la ayuda de la benevolencia privada e irregular? ¡Eso, nunca! Y en consecuencia, cuando se le pidió a Lord Stratford de Redcliffe, el embajador en Constantinopla, que indicase cómo podían emplearse los fondos de The Times, él contestó que se les podría encontrar un destino muy bueno: la construcción de una iglesia protestante inglesa en Pera.

Mr. Macdonald no perdió más tiempo con Lord Strarford y al momento unió sus fuerzas a las de Miss Nightingale. Pero con semejante disposición mental en las altas esferas es fácil imaginar la clase de disgusto y alarma que debió de haber invadido al médico y al cirujano normales ante la irrupción repentina de un grupo de amateurs y de mujeres. No podían comprenderlo, ¿qué tenían que hacer las mujeres en la guerra? Los coroneles, sin pretensiones de refinamientos, aliviaban el aburrimiento contando chistes pesados acerca de “la Niña”; mientras que el pobre Dr. Hall, una especie de terrier tosco con forma de hombre, que había luchado todo el camino hasta llegar a la cumbre de su profesión, se quedó sin habla por el asombro y al fin dijo que el nombramiento de Miss Nightingale era extraordinariamente cómico.

El nombramiento de ella, de hecho, era oficial, pero esto apenas hacía más fáciles las cosas. En los hospitales era deber suyo ofrecer sus servicios y los de sus enfermeras cuando los solicitaban los médicos, pero no antes. Al principio, algunos de los cirujanos no encontraban nada que pedirle y, aunque otros la recibían bien, la mayoría era hostil y recelosa. Poco a poco comenzó a ganar terreno. No se podía negar su buena voluntad y no se podía menospreciar su capacidad. Con tacto consumado y con toda la delicadeza de la fuerza extraordinaria, por fin logró imponer su personalidad sobre el grupo suspicaz de hombres con mando que la rodeaba y que se hallaba debilitado, desanimado y abrumado por el trabajo. Se mantuvo firme, era como una roca en medio de un océano airado; sólo en ella había seguridad, consuelo, vida. Y de esta manera amaneció la esperanza en Scutari. El reino del caos y de la noche antigua comenzó a decrecer; el orden apareció en el escenario, y también el sentido común, y el sentido de la anticipación, y la capacidad de decisión; y todo ello radiaba desde la pequeña habitación a un lado de la gran galería del hospital militar donde, noche y día, la señora superintendente se sentaba a su tarea. El progreso podría ser lento, pero era seguro. El primer síntoma de un gran cambio llegó con la aparición de algunos de los objetos necesarios de los que el hospital había estado desprovisto durante meses. Los enfermos comenzaron a disfrutar del uso de toallas y jabón, cuchillos y tenedores, peines y cepillos para los dientes. Es probable que el Dr. Hall resoplase cuando oyese hablar de ello y que preguntase, con un gruñido, que para qué quería un cepillo de dientes un soldado; pero el buen trabajo continuó. Y al fin, todo lo relativo al aprovisionamiento de los hospitales, de hecho, lo llevaba a cabo Miss Nightingale.

Al parecer, sólo ella sabía dónde echar mano de lo que se necesitaba, cualquiera que fuese la contingencia; sólo ella sabía administrar las provisiones con prontitud; pero sobre todo, solamente ella poseía el conocimiento del arte de soslayar las influencias perniciosas de las regulaciones oficiales. Éste era su mayor enemigo y, a veces, incluso a ella la derrotaba. En una ocasión, 27.000 camisas enviadas a petición de ella por el Gobierno del Interior, llegaron, desembarcaron y lo único que faltaba era desempaquetarlas. Pero entonces intervino el «intendente» oficial. «No podía desempaquetarlas», dijo «sin permiso del Comité». Miss Nightingale suplicó en vano, los enfermos y los heridos yacían medio desnudos, tiritando por falta de ropas, pero pasaron tres semanas antes de que el Comité diese salida a las camisas. Un poco después, sin embargo, en una ocasión parecida, Miss Nightingale pensó que podría dar una muestra de su propia autoridad. Ordenó que un envío del Gobierno se abriese a la fuerza, mientras el infeliz «intendente» permanecía al lado, retorciéndose las manos en medio de una agonía departamental. Cantidades enormes de provisiones valiosas enviadas desde Inglaterra yacían, según averiguó, enterradas en el abismo sin fondo de la aduana turca. Otras mercancías pasaban en barco, enterradas bajo las municiones destinadas a Balaklava, sin que en Scutari lo advirtieran y, de esta manera, el material de hospital se transportaba tres veces de un lado a otro del Mar Negro antes de que llegase a su destino. Todo el sistema estaba claramente mal diseñado y Miss Nightingale propuso a las autoridades inglesas que se estableciese un almacén del Gobierno en Scutari para la recepción y distribución de los envíos. Seis meses después de su llegada, el almacén era una realidad.

Mientras tanto había reorganizado las cocinas y las lavanderías de los hospitales. Los trozos de carne mal cocinados, servidos de forma pésima a intervalos irregulares, que hasta entonces habían sido la única dieta para los enfermos, se sustituyeron por comidas puntuales, bien preparadas y apetitosas; además, se servían a quienes las necesitaban comidas vigorizantes extra, sopas, vinos y conservas de frutas “lujos absurdos”, gruñó el Dr. Hall. Hubo una cosa, sin embargo, que no pudo conseguir. La separación de los huesos y la carne no formaba parte de la cocina oficial: la regla decía que el alimento debía dividirse en porciones iguales, y si algunas de las porciones eran sólo hueso, bien, todos los hombres tenían idénticas oportunidades. La regla quizá no era muy buena, pero estaba ahí. «Deshuesar la carne», se le dijo, «requeriría un nuevo Reglamento del Servicio». En cuanto a las disposiciones del lavado, hubo una revolución. Hasta la llegada de Miss Nightingale, el número de piezas de ropa interior que habían logrado lavar las autoridades era el de siete. La ropa de cama del hospital se «lavaba» en agua fría. Alquiló una casa turca, hizo instalar calentadores y empleó a las mujeres de los soldados para el trabajo de lavandería. Los gastos los proveían sus fondos privados y los de The Times, y desde ese momento los enfermos y los heridos tuvieron el consuelo de las sábanas limpias.

Después dirigió su atención hacia la ropa de vestido. Debido a las exigencias militares, el mayor número de los hombres había abandonado el equipo, los macutos se habían perdido de forma irremediable; sólo eran dueños de lo que había encima de sus personas y en general para lo único que servía aquello era para una destrucción lo más rápida posible. El «intendente», por supuesto, señaló que, de acuerdo con el reglamento, todos los soldados deberían traer con ellos al hospital una provisión adecuada de vestidos y añadió que no era asunto suyo subvenir a esas deficiencias. Al parecer, sí era asunto de Miss Nightingale. Consiguió calcetines, botas y camisas en cantidades enormes; mandó hacer pantalones y batas. «La realidad es que», dijo a Sidney Herbert, «ahora estoy vistiendo al ejército británico». De repente llegó la noticia desde Crimea de que un contingente nuevo y grande de heridos y enfermos se esperaba en breve. ¿Dónde irían? Toda pulgada disponible en las salas estaba ocupada, el asunto era grave y preocupante; y las autoridades estaban aterrorizadas. Había algunas habitaciones en ruinas en el Hospital del barracón, inadecuadas como vivienda humana, pero Miss Nightingale creía que, si se tomaban medidas a tiempo, se podrían habilitar para que acomodasen varios cientos de camas. Uno de los médicos se mostró de acuerdo con ella; el resto de los oficiales parecía indeciso: sería un trabajo demasiado caro, decían, haría falta edificar y además, ¿quién asumiría la responsabilidad? El curso natural consistía en informar al director general del Departamento Médico del Ejército, en Londres; luego, el director general haría una solicitud ante la Guardia Montada, la Guardia Montada obligaría a actuar a la Intendencia General, la Intendencia General expondría el asunto ante el Tesoro, y si el Tesoro daba el consentimiento, el trabajo se podía llevar a cabo, con todos los permisos, varios meses más tarde de que la necesidad que los ocasionó hubiese desaparecido.

Miss Nightingale, sin embargo, ya se había decidido y convenció a Lord Stratford, o creyó que lo había convencido, para dar la aprobación al gasto necesario. Se contrataron con toda rapidez ciento veinticinco hombres y se comenzó el trabajo. Los trabajadores se pusieron en huelga, con lo cual Lord Stratford se lavó las manos respecto a todo el asunto. Miss Nightingale contrató otros doscientos hombres bajo su propia responsabilidad e hizo los pagos a través de sus recursos propios. Las salas estaban dispuestas para la fecha en que se necesitaban, quinientos hombres enfermos se recibieron allí y todos los materiales, incluidos cuchillos, tenedores, cucharas, vasos y toallas, los proporcionó Miss Nightingale. Esta mujer notable, en realidad, desempeñaba la función de un jefe de administración. ¿Cómo había sucedido esto? ¿No era su deber simplemente atender a los enfermos? Y a decir verdad, ¿no era como un ángel de consolación, una gentil «Dama de la Linterna», como en realidad había quedado en la imaginación de sus contemporáneos? Sin duda así era, pero no era menos cierto que, como ella dijo, los asuntos específicos de la enfermería fueron «la menos importante de las funciones a las que se la había obligado». Estaba claro que en el estado de desorganización en el que habían caído los hospitales de Scutari, las necesidades más vitales, más acuciantes eran algo más que la enfermería; eran necesidades de los elementos imprescindibles de la vida civilizada, de los objetos materiales más comunes, la limpieza más elemental, los hábitos rudimentarios de orden y autoridad. «Oh, Miss Nightingale», dijo una persona de su grupo cuando se acercaban a Constantinopla, «cuando desembarquemos, sin perder el tiempo, ¡vayamos a atender a los pobres muchachos!». «Las más fuertes harán falta en los fregaderos», respondió Miss Nightingale. Y fue en el fregadero y todo lo que acompañaba al fregadero donde empeñó sus mayores energías. Sin embargo, decir eso quizá es exagerar. Pues a quienes la vieron trabajar entre los enfermos, moviéndose noche y día de cama en cama, con su coraje inquebrantable, con una vigilancia infatigable, parecía como si la fuerza concentrada de una devoción sin paralelo e indivisa apenas pudiese ser suficiente sólo para esa parte de su trabajo. En aquellas vastas salas, dondequiera que el sufrimiento fuese mayor y la necesidad de ayuda fuese más grande, allí estaba, como por arte de magia, Miss Nightingale. En el momento de alguna operación aterradora, su presencia de ánimo sobrehumana daría valor a la víctima para soportarlo e incluso casi para la esperanza. Su simpatía aliviaba los dolores de los moribundos y devolvía a quienes todavía vivían algo de los encantos olvidados de la vida. Una y otra vez sus esfuerzos incansables rescataban a aquellos a quienes los cirujanos habían abandonado como enfermos incurables. Su simple presencia traía consigo una influencia extraña. Una idolatría apasionada se extendió entre los hombres: besaban su sombra cuando pasaba. Más aún. «Antes de que ella llegase», dijo un soldado, «todo eran maldiciones y juramentos, pero después era tan sagrado como una iglesia». El privilegio más apreciado por el guerrero se abandonó en atención a Miss Nightingale. En aquellos «pozos profundos de la desdicha humana», como ella misma dijo, nunca oyó utilizar alguna expresión «que pudiese afligir a una dama».

Era heroica, y éstos eran los regalos humildes que ofrecían quienes eran de un molde más grosero a la calidad más alta. En verdad, era heroica. Pero su heroísmo no era el de esa categoría simple, tan grata a los lectores de novelas y de hagiografías: el heroísmo sentimental y romántico con el que la humanidad reviste a los objetos de su predilección, no, estaba hecho de un material más fuerte. Para el soldado herido en su lecho del dolor, ella podría muy bien aparecer con el aspecto de un ángel de misericordia, pero los cirujanos militares, y los ayudantes sanitarios, y sus enfermeras y el «intendente» y el Dr. Hall, e incluso el propio Lord Strarford podría contar una historia diferente. No fue mediante una dulzura gentil y una abnegación femenina como había sacado al orden de la oscuridad en los hospitales de Scutari ni como había vestido al ejército inglés, con sus propios recursos, ni como había extendido su dominio sobre los poderes adversos y compactos del mundo oficial; sino mediante un método estricto, disciplina rigurosa, atención constante hacia los detalles, trabajo incesante y mediante la determinación permanente de una voluntad indomable. Bajo su aspecto calmado y frío se disimulaban fuegos apasionados y vehementes. Al pasar por las salas, con su vestido sencillo, tan tranquila, tan carente de pretensiones, el observador casual la habría tomado de forma inocente por el ejemplo de una dama perfecta; pero el ojo atento habría percibido algo más que eso; habría percibido la serenidad de las deliberaciones de gran responsabilidad bajo el aspecto de la frente capaz, la señal del poder en la curva dominante de la fina nariz y las trazas de un temperamento peligroso y severo, un poco perverso, un poco burlón y, sin embargo, algo preciso, en la boca pequeña y delicada. Había humor en su cara, pero el observador curioso se preguntaría si era un humor de una clase agradable; se podría preguntar, incluso, al oír las risas y al advertir las bromas con las que alegraba el ánimo de los pacientes, qué clase de diversión sardónica no airearía esta dama en la intimidad de su habitación. En cuanto a su voz, era cierto, incluso en mayor medida que su aspecto, que «tenía en ella algo que uno se ve obligado a llamar autoridad». Aquellos tonos claros no tenían necesidad de más énfasis. «Nunca le oí levantar la voz», dijo una de sus acompañantes. Sólo que cuando ella había dado su opinión parecía como si no pudiera suceder ninguna otra cosa a continuación sino la obediencia. En una ocasión, cuando ella hubo dado una indicación, un médico se aventuró a observar que no se podía hacer. «Pero debe hacerse», dijo Miss Nightingale. El oyente casual que escuchó las palabras no pudo olvidar en toda su vida la autoridad irresistible que había en ellas. Y se dijeron con tranquilidad, de hecho, se dijeron con una gran tranquilidad.

A altas horas de la noche, cuando las muchas millas de camas yacían envueltas en la oscuridad, Miss Nightingale se sentaba a trabajar, en su habitación diminuta, en la correspondencia. Era la más formidable de todas sus tareas. Había que escribir cientos de cartas a los amigos y parientes de los soldados, había que manejar una masa enorme de documentos oficiales, había que responder a su correspondencia personal y, lo más importante, estaba también la redacción de los largos informes confidenciales que enviaba a Sidney Herbert. De ninguna manera se trataba de comunicaciones oficiales. Su alma, atada durante el día por las restricciones y la reserva de una responsabilidad enorme, se desbordaba en estas cartas con toda su vehemencia natural, como un torrente desbordado lo hace por el aliviadero de una presa. Aquí, por fin, no suavizaba las cosas. Aquí pintaba con los colores más oscuros las escenas repulsivas que la rodeaban y rasgaba sin remordimientos los últimos velos que todavía envolvían la verdad abominable. Además, llenaba páginas con recomendaciones y propuestas, con críticas de los más menudos detalles de organización, con cálculos elaborados de las contingencias, con análisis exhaustivos y afirmaciones estadísticas que se apilaban con ardor indesmallable uno sobre otro. Y más aún, su pluma, con la virulencia de la volubilidad, se apresuraba a discutir los méritos de cada individuo, a denunciar al cirujano incompetente, a ridiculizar a la enfermera arrogante. Sus sarcasmos también exploraban las filas de los oficiales con la precisión mortal de una ametralladora. Los motes que ponía eran terribles. No respetaba a nadie: Lord Stratford, Lord Raglan, la señora Stratford, el Dr. Andrew Smith, el comisario general, el intendente, a todos ellos los criticaba con violencia. La futilidad intolerable de la humanidad la obsesionaba como una pesadilla y contra ella mostraba su mueca de ira. «Hago bien en estar enfadada», era el estribillo de sus gritos. ¿Cuántos hombres justos había en Scutari? ¿Cuántos se preocupaban por los enfermos o habían hecho algo para aliviarlos? ¿Eran diez? ¿Eran cinco? ¿Había uno tan siquiera? No estaba segura.

En una ocasión, durante varias semanas, los denuestos descendieron sobre la cabeza del propio Sidney Herbert. No había interpretado de forma correcta sus deseos; había tergiversado sus instrucciones precisas y hasta que no hubo admitido el error y hubo pedido perdón en los términos más abyectos no volvió a recuperar su confianza. Mientras este malentendido estaba en el punto crítico, un joven caballero aristocrático llegó a Scutari con una recomendación del Ministro. Había salido de Inglaterra con el deseo romántico de rendir homenaje a la heroína angelical de sus sueños. Había abandonado, dijo, una vida de comodidades y lujo, para dedicarse noche y día al servicio de aquella dama gentil; ejecutaría los oficios más humildes, se «mataría» por ella, sería su siervo y se sentiría recompensado con una simple sonrisa. En verdad, obtuvo una simple sonrisa, pero de una clase que no esperaba. Miss Nightingale al principio no quiso ver al visitante; cuando lo admitió a su presencia creyó que se trataba de un emisario enviado por Sidney Herbert para hacerla responsable de los errores en la disputa que mantenían, de manera que tomó notas a lo largo de la conversación e insistió en que las firmase al final. El joven caballero regresó a Inglaterra en el barco siguiente. Esta disputa con Sidney Herbert, sin embargo, fue un incidente excepcional. Siempre la apoyó con firmeza, al igual que Lord Panmure, su sucesor; y el hecho de que contase durante toda la estancia en Scutari con el apoyo del Ministerio del Interior fue su carta de triunfo a lo largo de su trato con las autoridades de los hospitales. Pero no sólo la apoyaba el Gobierno: la opinión pública en Inglaterra reconoció desde muy pronto la importancia enorme de su misión, y la estimación entusiasta de su trabajo alcanzó muy pronto una altura extraordinaria. La propia Reina se sintió conmovida. Preguntó repetidas veces por la salud de Miss Nightingale; pidió que le dejasen ver las relaciones que ella enviaba sobre los heridos y la convirtió en el intermediario entre la corona y la tropa.

Haga saber a la señora Herbert “escribió al Ministro de la Guerra” que deseo que Miss Nightingale y las damas que están con ella les digan a aquellos desdichados hombres nobles, heridos y enfermos, que nadie siente un interés más intenso por sus sufrimientos o admira su valor y su heroísmo más que su Reina. Noche y día piensa en sus amados ejércitos. Al igual que el Príncipe. Ruegue a la señora Herbert que comunique mis palabras a aquellas damas, porque sé que nuestra simpatía es muy apreciada por esos nobles muchachos.
FOTO 003 Florence Nightingale atendiendo a un herido

El capellán leyó la carta en las salas: “Es una carta muy emocionante”, dijeron los hombres. Y así pasaron los meses y aquel invierno inclemente que había comenzado con Inkerman y se había arrastrado durante la larga agonía del sitio de Sebastopol concluyó por fin. En mayo de 1855, después de seis meses de trabajo, Miss Nightingale pudo contemplar con algo parecido a la satisfacción el estado de los hospitales de Scutari. Si lo único que hubiesen hecho hubiera sido sobrevivir a la terrible tensión que se les había impuesto, ya habría sido una razón para felicitarse; pero habían hecho mucho más que eso, habían mejorado de forma maravillosa. La confusión y la urgencia en las salas habían terminado: el orden y la limpieza reinaban en ellas; las provisiones eran abundantes y puntuales; se habían ejecutado importantes obras sanitarias. Una simple comparación de los números era suficiente para revelar lo extraordinario del cambio: la tasa de mortalidad entre los casos tratados había caído de un cuarenta y dos por ciento a un veintidós por mil. Pero la dama infatigable no estaba satisfecha todavía. El problema fundamental se había resuelto: se había provisto de forma adecuada a las necesidades físicas de los hombres; quedaban las necesidades espirituales y mentales. Dispuso y arregló unas salas de lectura y recreo. Comenzaron a impartirse clases y se dieron conferencias. Los oficiales estaban asombrados al ver que trataba a sus hombres como si fuesen seres humanos y aseguraban que terminaría por «mimar a los brutos». Pero no era ésa la opinión de Miss Nightingale y estaba justificada. El soldado raso comenzó a beber menos e incluso, que eso parecía imposible, a ahorrar la paga. Miss Nightingale se convirtió en banquero del ejército, recibía y enviaba a casa grandes sumas de dinero todos los meses. Y al fin, a regañadientes, el Gobierno siguió el ejemplo y dispuso de un mecanismo propio para la remisión de dinero. Lord Panmure, no obstante, continuó siendo un escéptico; «no servirá de nada», dijo; «el soldado británico no es un animal que envíe dinero». Pero, de hecho, durante los seis meses siguientes se mandaron a casa 71.000 libras.

En medio de todas estas actividades, Miss Nightingale todavía tuvo tiempo para ocuparse de la inspección de los hospitales en la propia Crimea. El trabajo era muy duro y las condiciones de vida eran casi intolerables. Se pasaba días enteros sobre una silla de montar o la llevaban por aquellas alturas rocosas y desoladas en un carro de equipajes. A veces tenía que permanecer durante horas bajo una intensa nevada, para llegar a un refugio en plena noche, después de caminar durante millas a través de desfiladeros peligrosos. Su capacidad de resistencia parecía increíble, pero finalmente parecía exhausta. Le subió la fiebre y llegó a parecer que estaba muy cerca de la muerte. Pero siguió trabajando; si no podía moverse, al menos podía escribir; y se puso a escribir hasta donde se lo permitía su cabeza; e incluso después seguía escribiendo, en lo que parecía un estado de delirio de la propia muerte. Cuando, después de muchas semanas, tuvo fuerza suficiente para viajar, se le imploró que regresase a Inglaterra, pero ella se negó en redondo. No volvería, dijo, hasta que el último de los soldados hubiese abandonado Scutari.

Casi había llegado ese momento feliz cuando, de repente, las hostilidades larvadas entre las autoridades militares se reanimaron con gran virulencia. El trabajo del Dr. Hall se recompensó con una K.C.B. Letras que, según Miss Nightingale dijo a Sidney Herbert, sólo podía suponer que querían decir «Caballero de los Cementerios de Crimea» y la distinción se le había subido a la cabeza. Ahora era Sir John y no iba a tolerar que se le contradijese. En los últimos tiempos había habido algunas discusiones entre Miss Nightingale y algunas de las enfermeras en los hospitales de Crimea.
"K. C. B!. son las iniciales de una distinción británica: Knight Commander of the Bath, con las que juega la protagonista para convertirlas en Knight of the Crimean Burial-grounds, o sea, Caballero de los Cementerios de Crimea.

La situación se había agravado con algunos rumores de desacuerdos religiosos; porque, mientras las enfermeras de Crimea eran católicas romanas, muchas de las de Scutari eran sospechosas de una censurable tendencia hacia las doctrinas del Dr. Pusey. Miss Nightingale no estaba preocupada ni lo más mínimo por estas diferencias sectarias, pero cualquier insinuación que pusiese en duda su autoridad suprema sobre todas las enfermeras del ejército era suficiente para despertar su ira. Y al parecer la señora Bridgeman, la madre reverenda de Crimea, se había aventurado a poner esa autoridad en tela de juicio. Sir John Hall creyó que había llegado su oportunidad y apoyó con toda su fuerza a Mrs. Bridgeman, o la «reverenda Piedra», como Miss Nightingale prefería llamada. Hubo una lucha violenta, la ira de Miss Nightingale fue terrible. Dijo que el Dr. Hall estaba haciendo lo posible para «echarla de Crimea». No pensaba soportarlo más tiempo, el Departamento de la Guerra no estaba jugando limpio con ella, sólo se podía hacer una cosa: Sidney Herbert debería promover que se . llevasen los documentos a la Cámara de los Comunes, de manera que el público pudiese juzgar entre ella y sus enemigos. Sidney Herbert la aplacó con grandes dificultades. Se cursaron órdenes de forma inmediata que eliminaban toda duda acerca de su autoridad, y la reverenda Piedra se retiró de la escena. Sir John, sin embargo, era más tenaz. Unas pocas semanas más tarde, Miss Nightingale y sus enfermeras visitaron Crimea por última vez y a Sir John se le ocurrió la brillante idea de que podía deshacerse de ella mediante un expediente muy simple: la privaría de alimento hasta que se sometiese; de hecho, dio órdenes de que no se le diesen provisiones de ninguna clase. Ya había ensayado en una ocasión anterior este método con un médico desafortunado, cuya presencia en Crimea había considerado una intromisión. Pero ahora iba a aprender que semejantes trucos eran inútiles con Miss Nightingale. Con una previsión extraordinaria, se había traído grandes cantidades de alimento; e incluso logró reunir más con sus fondos propios y por su propio esfuerzo; de manera que, durante diez días, en aquel país inhóspito, pudo mantenerse ella y mantener a sus veinticuatro enfermeras. Al fin, las autoridades militares intervinieron a su favor y Sir John tuvo que confesar que había perdido. En julio de 1856, cuatro meses después de la declaración de paz, Miss Nightingale salió de Scutari hacia Inglaterra. Su fama era ahora enorme y se había desatado el entusiasmo entre el pueblo. La aprobación real se expresó mediante el regalo de un broche, acompañado de una carta personal.

Usted es consciente, lo sé “escribía Su Majestad”, de la valoración elevada con la que considero la devoción cristiana que ha demostrado durante esta guerra sangrienta y difícil; y no es necesario que repita cuán afectuosamente agradecida estoy por sus servicios, que son comparables a los de mis queridos y bravos soldados, cuyos sufrimientos usted ha tenido el privilegio de aliviar de forma tan misericordiosa. Además, estoy ansiosa por hacer notar mis sentimientos de una forma que espero que sea agradable para usted y, por ello, le envío un broche con esta carta, cuya forma y emblemas conmemoran su trabajo bendito y esforzado y que espero que lleve ¡como símbolo de la alta estima de su Soberana!

«Será una gran satisfacción para mí», añadía Su Majestad, «conocer a alguien que ha proporcionado un ejemplo tan brillante para nuestro sexo». El broche lo había diseñado el Príncipe Consorte: llevaba una cruz de San Jorge en esmalte rojo y las iniciales reales con diamantes encima. Todo ello estaba inscrito en un círculo en el que se leía: «Benditos sean los misericordiosos».

Seguirá………………….La Segunda y última parte.

AGRADECIMIENTOS
Begoña Madarieta Revilla
. Historiadora del Museo Vasco de Historia de la Medicina y de la Ciencia “José Luis Goti”
Koldo Santisteban Cimarro. Enfermero. Vocal Colegio de Enfermería de Bizkaia. Experto en libros antiguos de la Profesión Enfermera.
Raúl Expósito González. Enfermero. Supervisor del Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real. Experto en la Historia de los Sangradores.
FOTO 004 Jesús Rubio y Manuel Solórzano

AUTORES
Jesús Rubio Pilarte
*
* Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez **
** Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián.
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net

domingo, 13 de febrero de 2011

LA VIAJERA INCANSABLE EN BUSCA DE UN SUEÑO

FLORENCE NIGHTINGALE

Autoras la: Licenciada Eduarda Ancheta Niebla, Enfermera cubana. Profesora de Historia de Enfermería. Facultad de Ciencias Medicas Dr. Enrique Cabrera. Miembro Titular de la SOCUENF. Miembro de la Sociedad Historia de la Medicina. Miembro de la Asociación Medica Caribeña. Miembro de la Sociedad Educadores en Ciencias. Miembro del Consejo Editor de la Revista Temperamentum, España. Miembro del Consejo Científico Internacional Revista Uruguaya de Enfermería. Miembro del Consejo de Asesores Internacionales de la Revista El Ser Enfermero, Argentina.
Correo electrónico: eduarda.ancheta@infomed.sld.cu

Dra. Hermilda Ancheta Niebla, Especialista de primer grado en Anestesia. Miembro de la Sociedad de Anestesia y Profesor Asistente de la ELAM.
FOTO 001 Llegada de Florence a Crimea

Resumen
Para realizar este trabajo buscamos en varias bibliografías, donde aparece, como Florence Nightingale, emprende una serie de viajes que unos serán dentro de la misma Inglaterra y otros por diferentes países que la llevaran a conocer a personalidades, relacionadas o bien con instituciones sociales o de salud y otras serán defensores de los derechos civiles de la población o intelectuales en general; estos viajes los emprenderá con ilusión extraordinaria de conocer el mundo y sus vanidades en los días juveniles, y la mayor parte de ellos los realizará buscando todo lo que pueda ver, analizar, palpar en relación a la vida que llevan las personas enfermas y como se realiza su atención, pues sabe que de ellos dependerán que sus sueños se hagan realidad y lucha incansablemente por realizarlos y aunque algunos de ellos se frustraron, no dejó de persistir para volver a emprenderlos, otros los realiza para fortalecer sus conocimientos en materia de enfermería, hospitales y hospicios, cárceles, asilos y lograr que esta viajera incansable, haga realidad su sueño de poder brindar sus cuidados y atención a los pobres de este mundo.

Palabras Clave: Viajes, Hospitales, Religiosos, Diaconisas y Enfermeras

FOTO 002 Diaconisas de Kaiserswerth

Introducción
En busca de observar todo lo que se relaciona con el cuidado de las personas enfermas emprende una serie de viajes y aunque hubo algunos que los realizó en busca de esparcimiento, no desperdicio la oportunidad de conocer a personas de marcada preparación intelectual y científica, se dedicó además de indagar sobre como se atendían a las personas enfermas en asilos, hospitales, hospicios y cárceles. Siempre buscó en todos los lugares que visitaba a aquellas personas que tuvieran que ver con esas actividades que ella anhelaba conocer, para tener una idea clara y precisa de que en un futuro debía prepararse en el cuidado de las personas enfermas, para llevar a cabo su sueño dorado y en el que sólo podía pensar e imaginar como podría ella lograrlo, ya que tenia la oposición de su familia, principalmente de su madre y su hermana. Ella consulta con personas de gran prestigio, y les preguntaba entre ellos, al embajador de Prusia, el Caballero Bunsen. ¿Que puede hacer una persona para aliviar la carga de sufrimiento de los desvalidos y los pobres?. El sería el que por primera vez le hablaría de las Diaconisas de Kaiserswerth, o al Dr. Ward Howe el filántropo norteamericano de vista en su hogar. ¿Cree usted que sería algo impropio e indecoroso para una joven inglesa consagrarse a las obras de caridad en los hospitales y en otras partes como lo hacen las hermanas católicas?.

Estas personas siempre apoyaron sus ideas, no así su familia que siempre le opuso resistencia a todo lo que pudiera estar relacionado con la enfermedad y los hospitales, pues había una serie de prejuicios sociales en torno a las personas que trabajaban en estos lugares. Para ella era muy importante conocer que se estaba haciendo en el mundo y en la propia Inglaterra en relación a la atención de los enfermos y desvalidos. Sería Lord Ashley que era el yerno de Lord Palmerston quien en 1840, establece relación con su familia y quien posteriormente le facilitaría los “Libros Azules”, libros que fueron fuente de estudio constante para ella.

Aunque no sería hasta la primavera de 1844 en que se daría perfecta cuenta que lo que ella verdaderamente deseaba era atender a los enfermos, pues con anterioridad sabia que Dios le había llamado para que estuviera a su servicio, pero no sabia en que forma sería este servicio, mientras tanto se estaba preparando en materia de estadísticas y funcionamiento de hospitales y llegará a ser una experta en materia de los mismos.
FOTO 003 Embley Park

En 1845 ocurren dos enfermedades graves en su familia que le harán lograr su emancipación de la constante oposición familiar de que ella se dedicase a cuidar enfermos. Si había cuidado a sus familiares por que no a otras personas, les decía. En el otoño de 1845 hubo una cantidad desusada de enfermedades en Wellow y ella atendió a los enfermos y se dio cuenta de la necesidad que tenía de formarse en el cuidado de los mismos, esa breve experiencia le había demostrado que sólo los conocimientos y la pericia consiguen aliviar, pero sólo podía realizarse una buena atención si se armaba de los conocimientos necesarios. Debía aprender a cuidar a los enfermos.

¿Cómo podía hacerlo? Había quizás un medio para ello. Debía convencer a sus padres que le permitiesen viajar por tres meses a la Enfermería de Salisbury una aldea que se hallaba a pocos kilómetros de Embley Park, el hospital estaba acreditado y el jefe médico era un amigo de la familia el Dr. Fowler, pero al proponer su plan estalló en su casa la tormenta, mama estaba aterrada, Parthe estaba histérica, ellas decían, que “no sólo eran las partes físicamente repugnantes del hospital, sino las cosas sobre los cirujanos y las enfermeras que puedes sospechar”, Fanny su madre le acusaba de “un amor secreto por algún cirujano pobre y vulgar” y entre un mar de lágrimas decía que Florence quería “deshonrarse”, esta actitud de su familia la lleno de pesar. Habían pasado ocho años desde su llamada por Dios en 1837 y serían otros ocho años hasta que en 1853 consiguiera el permiso de su familia, para seguir su vocación y serán los viajes los que le darán la fortaleza y conocimientos para consagrarse a una profesión en la que estuvo diecisiete años buscando su preparación.

Cómo objetivo general pretenden analizar los viajes realizados por Florence Nightingale, en busca del sueño dorado. Y como secundarios, detallar los lugares visitados por esta viajera incansable. Explicar las actividades que realizó en los viajes emprendidos y exponer lo que logró en estos viajes.

SUS VIAJES
Primer viaje:
La familia Nightingale tenia predilección por los viajes y nunca hubo mejor oportunidad para emprender uno, que el motivo de la ampliación de la mansión de Embley Park, sugerida por Fanny la madre de Florence, pues la casa necesitaba seis habitaciones más y adecuar otras dependencias para dar: fiestas, reuniones, bailes y celebraciones familiares como Navidad, Pentecostés y otras. Eso permitiría que las niñas vieran el mundo, oír música, practicar sus idiomas, asistir a reuniones y comprar ropa en Paris.

Europa era tan barata que el viaje resultaría una economía WEN (William Edward Nightingale) accedió, le gustaba viajar y tenia amigos en Italia y Francia. La fecha de partida se fijo para septiembre de 1837. En el bullicio de este viaje la Señorita Nightingale el 7 febrero de 1837 había recibido la llamada de Dios a su servicio, pero no sabia como iba a realizar dicho servicio. Y así el 8 de septiembre salen los Nightingale para cruzar el Canal de Southampton y llegar a El Havre en Francia, el 9 emprenden un largo viaje donde visitaran varias ciudades de ambos países, Florence llevaba un diario donde anotaba cuando salían de una ciudad y llegaba a otra, que distancia había entre ambas y las incidencias de todo lo ocurrido.

El 15 de diciembre de 1837 llegan a Niza asistiendo a bailes y conciertos, partieron el 8 de enero de 1838 y llegaron a Génova el 13 enero aquí nuevamente asisten a óperas teatro y bailes, el 14 de febrero parten para Florencia; se detuvieron en Nervi y Pisa, en esta ciudad asistieron a un baile que ofreció el Duque de Toscana, llegando a Florencia el 27 de febrero, alojándose en un hermoso apartamento, asistió a la ópera y oyó a las famosas cantantes de la época: Grisi y Leblanche. Conoció a numerosas personalidades, tales como la familia Allen de Cresselly en Penbrokeshire, a Sismundi el historiador italiano que estaba desterrado en Suiza, por medio de él conoció a Ugoni y a la señora Calandrini y Ricciardi a quien los austriacos habían encerrado en un manicomio, también conoció a Confalloneri, todos ellos figuras destacadas del movimiento italiano. Ellos prometieron a Sismundi que visitarían Ginebra antes de su regreso a Inglaterra, pues pensaban visitar los lagos italianos en julio y agosto, llegando a esta ciudad la primera semana de septiembre de 1838.
FOTO 004 Theodor y Frederike Friedner

De Ginebra van a Paris en noviembre de 1838 y pasaran cuatro meses donde según el deseo de Fanny la madre de Florence, entrarían en contacto con la sociedad intelectual. Florence se interesaba por la política, sus gentes, pero las instituciones caritativas le intrigaban extraordinariamente. Donde quiera que fuera, se interesará siempre por las condiciones sociales que había. En el curso de este viaje fue introducida en los grandes salones de sociedad y conoció a algunos de los hombres mas distinguidos de Francia y se enteró, accidentalmente de algunas actividades que realizaban las distinguidas damas francesas; aquí conocerá a Mary Clarke, dama importante de la sociedad parisina, ella le presentara a Claude Fauriel erudito en cuestiones medievales y a Julius Mohl, un erudito muy distinguido en cuestiones orientales, estos tres últimos serán amigos de ella hasta la muerte.

Regresaron a Inglaterra en abril de 1839 después de un año y siete meses de viaje. Pero ya llevaba la semilla de la intriga. ¿Para que Dios la había llamado, hacia ya dos años? ¿Por qué no le volvía a hablar? La respuesta era evidente no era digna de él, tenía que vencer “el deseo de brillar en sociedad”.

Segundo viaje:
En 1842 había conocido a Richard Monckton Milnes, el se enamoró perdidamente de ella y durante todos eso años le había estado dando largas al deseo de él, de casarse con ella, no podía resignarse a perderlo, un mes tras otro contemporizó, eludiendo el momento en que tendría que darle una respuesta concreta, el destino podía exigirle que renunciara al matrimonio, pero le era difícil renunciar al deseo de ser amada, toda esta amalgama de sentimientos la pusieron al borde del desequilibrio mental. Había conocido en 1846 a un matrimonio los Bracebridge que serían amigos de ella para siempre, se los presentó su amiga Mary Clarke (ella le pondría Clarkey), Florence toma especial afecto a Selina la esposa de Charles Holte Bracebridge, los Nightingale en el seno del hogar le pusieron por sobre nombre Sigma como la letra griega.

En 1847 cuando Florence tenía 27 años se sintió completamente abatida, volvía a temer por su equilibrio mental, enfermó y tuvo que quedarse en cama. Y fueron los Bracebridge quienes la salvaron, ellos iban a pasar el invierno a Roma y Sigma convenció a Fanny de que los dejara llevarse consigo a Florence, con esa idea se fue mejorando y el bullicio fue enorme, los vestidos que iba a ponerse, los libros que leería, las cosas que iba a ver, su hermana Parthe estaba muy agobiada por su separación y sus padres las dejaron solas unos días en Embley Park.
FOTO 005 Correspondencia de Sidney Herbert a Florence Nightingale describiendo las condiciones de Scutari. 15 a 19 de Febrero de 1855

El 27 de octubre partieron para Roma primero fueron a Marsella, y después a Civita Vecchia el puerto, para ir a Roma. En el invierno conoció a Sidney Herbert, las relaciones comenzaron cuando Sigma le presentó a Elizabeth, la bella esposa de Sidney, ellos se habían casado recientemente pero habían aplazado la luna de miel, y ahora aprovechaban el invierno para pasarlo en Roma. Visito la capilla Sixtina y el techo pintado por Miguel Ángel la deslumbro, “no creía que miraba pinturas sino el mismo cielo”. Le decía en una carta a Parthe, en diciembre de 1847. Paso bailando la Noche vieja de 1847, y el 1848 fue “el año Nuevo más feliz que he pasado nunca”. Su salud se restableció a los seis meses de su llegada a Roma.

En Roma tenían los Herbert un círculo de amigos que se reunían diariamente, entre los que se encontraba el doctor Manning archidiácono de Chichester quien invernaba en Roma para recuperar su salud dañada, otra de las personas que conoce es Mary Stanley, hermana del doctor Stanley entonces canónigo de Canterbury más tarde le nombrarán Deán de Westminster; se hizo amiga de Mary Stanley porque ella estaba interesada en el cuidado de los enfermos, y había visitado los hospitales de Inglaterra y Europa.

En abril del 1848 abandona Roma, pues la ciudad se levanta en armas, el Papa Pío IX abandona Roma por no ser segura su residencia y Garibaldi se dirige a ella para defenderla.

Al regreso de este viaje, cuando llega a la casa en Embley Park, encontró a Fanny y Parthe muy ocupadas con la excitación y el ajetreo de una boda familiar. Laura Nicholson se casaba con su primo Jack Bonham Carter, la ceremonia se dio a la manera de Waverly, fue colosal, ella y Parthe fueron las madrinas de la boda, la buena voluntad estaba en el ambiente, se olvidaron las diferencias que existían por la negativa de ella a casarse con Henry Nicholson. Este viaje le dio la oportunidad de profundizar su amistad con el doctor Manning, quien jugaría un papel importante en su vida para lograr que pudiera prepararse con las monjas religiosas católicas.

Primer Viaje frustrado:
En septiembre de 1848 se me presentó la oportunidad enviada por el cielo. Se le prescribió a Parthe un tratamiento que consistía en tomar una cura de aguas en Carlsbad o Karlovi – Vary, en Bohemia o en Checoslovaquia; los Nightingale se proponían dejar a Parthe en el Balneario e ir ellos a Francfort, donde se hallaba Clarkey y su esposo, el señor Molh, como Kaiserswerth estaba cerca, el plan de Florence era visitar en una o dos semanas a las Diaconisas y quizás someterse a una pequeña enseñanza, pero una revolución en Europa cambio los pensamientos de sus padres y creyeron que lo más prudente era permanecer en Inglaterra y decidieron ir a Malvern, ella escribiría más tarde “Todo lo que más deseaba era ir a Kaiserswerth, y lo tuve al alcance de mi boca y se me ha caído como una ciruela madura”. Este contratiempo la deprimió mucho y no dejaba de pensar en que era un castigo de Dios por no ser sumisa a su pedido.

Tercer viaje:
El 7 de julio de 1849 se había decidido Florence en dar una respuesta a Richard Monckton Milnes costase lo que costase, ya no podía seguir entreteniéndolo con promesas, él insistía en una repuesta definitiva. ¿Se iba a casar con el si o no?. Florence se negó. Era una decisión que requería un coraje extraordinario, él la conmovía, lo llamó “el hombre que adoraba” y renunció a él, Fanny se hallaba cruelmente desengañada y furiosamente resentida, toda esta situación emocional la llevo a que en el otoño de 1849, el estado mental y físico de Florence fuera lastimoso, estaba muy decaída, se desmayaba con frecuencia, la decisión que había tomado con relación a la propuesta de matrimonio de Richard Monckton Milnes, a la cual se había negado lo había hecho después de analizar que no estaba haciendo lo que Dios quería, pues le había hecho la llamada y todavía no sabía para que le había llamado. Sigma intervino una vez más los Bracebridge iban a Egipto y Grecia y convencieron a Fanny para que dejaran que fuese con ellos a Florence, ella le escribe a su prima Hilary Bonham Carter que como Roma le había sentado tan bien, que la familia iba a enviarla mas lejos con la esperanza de que ello le sentaría todavía mejor.

Un viaje a Egipto en 1849 era una aventura, pero ella se hallaba en un estado sentimental que le daba lo mismo Egipto, el desierto y los brillantes paisajes, todo le parecía como si fuesen escenas pintadas en un cuadro. Ella estaba al borde de la locura. En septiembre emprenden el viaje. En enero de 1850 llegan a Egipto visitando Jenab, estoy desilusionada, posteriormente visita en febrero el pórtico de Karnak. Posteriormente se van a Atenas llegando para el 12 de mayo, su cumpleaños cumpliendo 30 años.

En Alejandría tuvo la oportunidad y la suerte de conocer la labor de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Durante esta romántica aventura remontando el majestuoso Nilo entre noviembre de 1849 y abril de 1850, escribió unas largas y numerosas cartas a su familia, describiendo sus impresiones sobre el país de los faraones, su historia y sus habitantes. Su hermana Parthenope realizó una edición de ellas y la mostró solo a sus amigos y a finales de 1850 fueron publicadas con el nombre ¨Letters from Egypt”.
FOTO 006 Letters from Egypt

Este viaje a Egipto fue una experiencia inolvidable para Florence. El clima cálido le ayudó a recuperar su salud y tuvo mucho tiempo para leer en su camarote del vapor en el que viajaba por las aguas del Nilo.

Visito la cueva de Euménide, el 7 de junio cuando se cumplía un año de haber roto sus relaciones con Richard Monckton Milnes. Estando en Atenas, visitó la antigua ciudad de Megara, en Grecia conoce al señor y la señora Hill dos misioneros americanos que atendían y regentaban una escuela y un orfanato, el 18 de junio salen de Atenas para regresar a Inglaterra por tierra.

Sigma una vez mas le salvó, decía de ella, “si se sigue impidiendo a Florence que no siga con su vocación, se volverá loca”, y actuó bajo su propia responsabilidad. Sugirió a su esposo pasar por Trieste y Praga y luego a Berlín, decidió que ellos pasarían quince días en Dusseldorf, mientras Florence haría una vista a Kaiserswerth. Estaba muy exhausta, demasiado desdichada para mostrarse agradecida., estaba apunto de satisfacer su mayor anhelo y parecía incapaz, desanimada para ello, mientras iban de Trieste a Praga. Después saldrían para Berlín. A su llegada a Berlín se sentía insensible y muy deprimida, pero cuando comenzó a visitar los hospitales e instituciones de caridad, rápidamente mejoró su ánimo.

El 31 de julio llegó a Kaiserswerth con la emoción de un peregrino que ve por primera vez Cedrón, pasando quince días allí, fue una visita prometida desde hacia mucho tiempo a Theodor y Frederike Friedner las dos personas que parecían haber realizado el ideal que para ella era esquivo, ellos habían fundado la Escuela de Diaconisas de Kaiserswerth, donde se preparaban enfermeras durante tres años, para trabajar en el cuidado de los enfermos. Esta visita fue de inspección, ella no atendió a los enfermos.

Durante estas dos semanas soy muy feliz estábamos en agosto de 1850, observo lo que hacen en su escuela, escucho sus proyectos y esperanzas y regreso a mi patria. El 13 de agosto dejó Kaiserswerth, sintiéndose tan valiente como si no pudiera volver a acongojarse. Estaba perfectamente de salud, llena de vitalidad, había recobrado todas sus facultades de concentración y realizó la gran hazaña de escribir un folleto de 32 páginas en menos de una semana, sobre su visita a Kaiserswerth.

El 21 de Agosto de 1850, llegó a Lea Hurst, y sorprendió a su querida familia portando una lechuza en su bolsillo que había comprado en unas ruinas del Partenón, le había puesto por nombre Atenea.

Cuarto viaje:
El 8 junio de 1851, la sensación de culpabilidad disminuyó y terminó considerándose una víctima y no una criminal. “No puedo esperar simpatía ni ayuda de ellos, debo tomar algunas cosas las menos que pueda para poder vivir, debo tomarlas pues ellos no me las darían”. Quince días después el 23 de junio, estaba dispuesta para ir a Kaiserswerth, la opinión había cambiado, la gente estaba mas interesada por los hospitales Fanny no podía afirmar ya que un plan aprobado por los Herbert, los Bunsen y los Bracebridge fuese vergonzoso. Parthe esta enferma y le indican una cura de tres meses en Carlsbad nuevamente, Florence saldría de Inglaterra con Fanny y Parthe, iría a Kaiserswerth y volvería a unirse con ellas para regresar a su casa, Fanny le prohibió que dijera donde iba y que no escribiera cartas desde Kaiserswerth, WEN (su padre llamado William Edward Nightingale) aunque todas las personas le llamaban WEN por las siglas de su nombre y apellido), el se quedó en casa, comenzaba a hacérsele imposible el perpetuo conflicto en el seno familiar.
FOTO 007 William Edward Nightingale. Sir Sydney Herbert y esposa

Pasaría tres meses con las Diaconisas, analizando su estancia decía “Ahora se lo que es vivir y amar la vida, y realmente sentiría abandonar esta vida”. Su estancia con las Diaconisas, produjeron en ella una impresión duradera y le proporcionó material valioso del que habría de servirse mas adelante, cuando organizara una profesión que por ahora le parecía remota.

Al final de su experiencia y de sus estudios, la visitaron los Herbert y la señora Fliedner les dijo que ninguna persona había salido nunca tan bien en los exámenes ni había mostrado tanta pericia como lo había hecho la señorita Nightingale, ella se sentía completamente satisfecha completamente feliz, su corazón rebosaba de alegría y en agosto hizo el último esfuerzo por reconciliarse con su madre y con Parthe, les escribió una carta muy humilde y suplicante en la que exponía su punto de vista y les volvía a repetir lo que había tratado de explicar cien veces pero lo hacia de forma tan suave y tan afectuosa decía: “Dadme tiempo, dadme fe, confiad en mi, ayudadme, decidme que sigue a mi vocación de ser enfermera, no puedo soportar la idea de que causo pesar a mis seres queridos, por querer ser enfermera, dadme vuestra bendición”. Ni Fanny ni Parthe le contestaron y Florence nunca volvió a recurrir a ellas.

El 8 de Octubre se reúne con su madre y hermana en Colonia (Alemania), apenas le hablaban, estaban muy resentidas, la trataban como si acabase de cometer un crimen. En ese estado de ánimo parten para Embley Park. A su regreso pasó varios días en Embley Park, donde encontró a WEN con una inflamación en los ojos, el oculista le había preescrito que fuera a Umberslade para someterse a un tratamiento de agua fría, pero él no quería ir si Florence no lo acompañaba. Ella había pensado aprender en los hospitales grandes de Londres y una vez mas tiene que posponer su deseo.

Segundo viaje frustrado:
En el verano de 1852, el sacerdote Manning a quien conociera Florence en Roma en 1847 era un sacerdote notable por la obra que realizaba en los distritos más pobres de East End. Florence quedo impresionada por su obra y allí nació una amistad muy importante manteniendo con él una extensa correspondencia.

A pesar que Florence era protestante, Manning consiguió que ingresara en un hospital católico, donde las enfermeras eran monjas y por lo tanto, no existía el peligro moral, en esos días le dijo que podrían recibirla las Hermanas de la Misericordia de Dublín o las Hijas de la Caridad de la calle Oudinot de Paris, ella quería hacer ambas cosas, ir primero por un breve tiempo a Dublín y luego quedarse más tiempo para su preparación en Paris. Se produjo de nuevo una gran tormenta en la casa familiar, Fanny y Parthe estaban furiosas y repetían los viejos argumentos y los mismos reproches de siempre. Sus amigos se alarmaron de la manera en que Fanny trataba a su hija menor, comenzaba a parecer una manía y Florence se vio una vez más obligada a abandonar sus planes.

Quinto viaje:
En la primavera de 1852 viaja con su padre a Umberslade para que se le realice el tratamiento indicado por el oculista, cuando regresan en el verano, era aliados secretos. Él para que no leyeran las cartas que Flo, su hija le hacía, pidió que se las enviara al Athenaeun Club.

Sexto viaje:
En agosto de 1852 su hermana Parthe no mejoraba y se quejaba de dolores misteriosos, la llevaron a que la viera el Dr. James Clark que era médico de la reina y amigo personal de los Nightingale, él dijo que la joven era nerviosa, imaginativa e inestable pero que no padecía ninguna enfermedad física. Parthe no mejoró, y en agosto de 1852 Sir James Clark la tuvo unas semanas en observación en su casa de Birk Hall cerca de Ballater en Escocia.

Florence obtuvo permiso de Fanny para ausentarse y se fue con el Dr. Fowler y su esposa, (eran amigos de la familia de Salisbury una aldea cercana a Lea Hurst) iría a Dublín, ellos en 1845 se habían interesado por su intento de ingresar en la Escuela de Enfermería de Salisbury. Durante su estancia en Dublín se proponía utilizar la presentación de Manning para ingresar en el hospital de las Hermanas de la Misericordia, su prima Hilary Bonham Carter le escribió a Clarkey que los hospitales estaban cerrados por obras por lo que no hay nada que ver, sin embargo de esta visita tuvo una experiencia de gran importancia. Tuvo que dejar Dublín, debido a que el Dr. James Clark la llamaba para que volviese a su casa pues Parthe había sufrido una crisis mental. Padecía de alucinaciones y cierto grado de delirio y una excesiva irritabilidad, Sir James era amigo de los Herbert y los Bunsen y admiraba profundamente a Florence y le dijo que debía separarse de su hermana. Florence fue a Escocia a buscar a Parthe y la llevó de vuelta a Embley donde se quedó unos pocos días, se había librado de su responsabilidad con respecto a ella, (que sus padres le habían impuesto) que la cuidara durante seis meses.

Tercer viaje frustrado:
A finales de octubre de 1852 ya Florence había conseguido el permiso del Consejo de las Hermanas de la Caridad de Paris para trabajar en sus hospitales e institutos. Manning escribió a su amigo el abate des Genettes de Paris anunciándole la llegada de Florence y esta que se hallaba en Londres con los Herbert, comenzó a preparar su equipaje para el viaje. Una noche llegó WEN inesperadamente a la casa de los Herbert, estaba enloquecido y la vida en Embley era insoportable, Parthe estaba enferma e histérica y Fanny había perdido la cabeza, esperaban muchas visitas y su madre no podía arreglárselas sola, Florence debía dejar Londres y regresar a casa. Antes que ella pudiera tomar una decisión la tía abuela Evans cayo enferma. El viaje a Paris fue cancelado y Florence fue a Cromford Bridge House para atender a su tía durante su última enfermedad.

FOTO 008 Consejo de ministros 1854

Séptimo viaje:
Cuando Florence decide ir a Paris en febrero de 1853, Fanny y Parthe no están convencidas todavía, Fanny no puede soportar la idea de que su hermana Florence se vaya fuera a estudiar y le sugirió un nuevo plan. Florence había dicho en una ocasión que deseaba formar una Hermandad de Caridad pues bien su madre le daría la casa de la tía Evans y todo lo necesario, dinero, muebles, aparatos etc. Para organizarlo todo. Pero Florence no aceptó, después le sugiere como lugar conveniente Forest Lodge una casa vacante en la propiedad de Embley, pero también lo rechazo. Llevaba en la casa varias semanas y Fanny debía haber visto como exasperaba la presencia de Florence a Parthe. Y cedió en parte, Florence podría ir a Paris para un tiempo breve pero no habría de mencionar delante de ellas, el horrible nombre de las Hermanas de la Caridad. Le escribió a Clarkey que mientras Florence estuviera en Paris la llevaría a comprar vestidos para la próxima temporada, Parthe estaba furiosa y le consumían los celos y el egoísmo.

El 4 de febrero de 1853 llegó al número 120 de la Rue Du Bac. Parecía una colegiala en vacaciones. Su plan consistía en estar por lo menos un mes con Clarkey y visitar todos los hospitales de Paris. Luego se proponía por medio de Manning ingresar en el hospital de la Caridad de la calle Oudinet, en calidad de postulante para someterse a un adiestramiento en el cuidado de los enfermos. Iba a llevar el vestido del convento “el vestido de una monja y prestar a los enfermos todos los servicios necesarios” bajo la dirección de de las Hermanas de la Caridad.

Se acercaba el día del ingreso en la Maison de la Providence y se tomaron las disposiciones finales. Se presentó a la reverenda madre, fue aprobada y se fijo la hora para su admisión, el destino volvió a herirla. Su abuela cayo enferma y la llamaron de regreso a Inglaterra.

Cuarto Viaje frustrado:
La Institución para la Atención de Damas Enfermas Pobres en el número 1 de Uper Harley Street en Londres, se hallaba en dificultades, iba a ser remodelada y trasladada a otro lugar, se estaba buscando una Inspectora, la comisión estaba presidida por Lady Canning y esta había hablado con Liz Herbert para que sugiriera un nombre y ella sugirió el de Florence Nightingale, este viaje a Londres será el definitivo en la separación de su familia.

Los arreglos fueron muchos y muy variados y en todos estaba la mano de Florence, pero mientras que se realizaban todas estas cosas ella se proponía ir a Paris a continuar su entrenamiento con las Hermanas de la Caridad. Después de dejar todo en vías de solucionarse en relación a los arreglos de la Institución de damas, Florence el 30 de mayo de 1853 vuelve a Paris para concluir su aprendizaje que había dejado por atender a su abuela enferma.

Por tercera vez trató de realizar las practicas en la Maison de la Providence y no pudo conseguirlo, pues a los quince días de estar en el convento enfermo de sarampión. Cuando Florence estuvo convaleciente el señor Mohl se la llevó a la calle Du Bac, donde paso la convalecencia conversando con él; antes de regresar a Inglaterra fue a la modista y se hizo un vestido negro de terciopelo. Desde Paris había llevado firmemente la Institución para la Atención de Damas Enfermas Pobres en el número 1 de Uper Harley, a la comisión formada por ella les dio las instrucciones precisas y necesarias para su buen funcionamiento escritas en unas detalladas y largas cartas. El día 13 de julio regresó, pero no quiso ver ni a su madre Fanny ni a su hermana Parthe, prefirió alojarse en el hotel Pall Mall de Londres.

En busca de información sobre las enfermeras
En la primavera de 1854 empezó a visitar hospitales y a recoger información para iniciar una campaña de mejora en la situación de las enfermeras en los hospitales, pero antes había que hacer una reforma del cuidado de los enfermos, había que crear una escuela preparatoria capaz de producir cierta cantidad de enfermeras respetables, dignas de confianza e idóneas. Esa seria su primera tarea, enseñar a un nuevo tipo de enfermeras.

En ese mismo verano estalló una epidemia de cólera en Londres. Los hospitales estaban completamente llenos, muchas enfermeras murieron y otras temiendo a la infección huyeron. Florence fue de voluntaria en agosto al Middlesex Hospital para inspeccionar la atención de los enfermos, de aquí cuando terminó esta actividad fue a Lea Hurst, y la señora Gaskell muy amiga de la familia hace una descripción de cómo era Florence y dice: “Es alta, muy delgada y esbelta; tiene el cabello castaño tupido, corto y abundante; un color muy delicado, ojos grises generalmente pensativos, pero cuando quieren pueden ser alegres, unos dientes perfectos que hacen su sonrisa mas dulce, usa una malla en la cabeza y un chal negro encima y ya se podrá tener una aproximación de su gracia perfecta y su agradable aspecto”.

En el verano de 1854, fue el final de otra etapa importante en su vida, Florence terminaba el largo y angustioso aprendizaje para ser enfermera. Pero en marzo de 1854 Inglaterra y Francia le declaraban la guerra a Rusia. En septiembre los ejércitos aliados desembarcaban en Crimen, Florence ante la situación tan triste que estaban sufriendo los soldados británicos decide ir a la guerra como enfermera, emprendiendo su octavo viaje.
Foto 009 Retablo de las Hermanas de la Caridad. 1809

Octavo viaje: Guerra de Crimea
En 1854, Florence Nightingale estaba buscando nuevas oportunidades de demostrar sus aptitudes, por ejemplo como enfermera jefe en algún hospital de Londres, cuando estalló la guerra de Crimea.

La organización de los hospitales británicos durante la guerra no era probablemente más deficiente que la última vez en que fue puesta a prueba, cuarenta años antes, durante las guerras napoleónicas. No obstante, durante la guerra de Crimea la sociedad tenía mayores expectativas y la población estaba mejor informada del desarrollo de los acontecimientos gracias a las noticias del frente que enviaban los corresponsales de prensa. La preocupación por el bienestar de los soldados que se manifestó como una oleada en la opinión pública permitió al Secretario de Estado para la Guerra Sidney Herbert, tomar una medida radical. La designación de Florence Nightingale para dirigir a un grupo de enfermeras no tenía precedente alguno. Ninguna mujer había ocupado antes un puesto oficial en el ejército y su nombramiento podía tener resultados interesantes, ya que se trataba de una enfermera experimentada, muy inteligente, pero nada dispuesta a aceptar órdenes de una jerarquía cerril.

Florence entendió inmediatamente cuál era la situación en Scutari, donde se encontraba el principal hospital británico. Como no deseaba ganarse la antipatía de los médicos, lo que habría dificultado las posibles reformas, sus primeras medidas fueron someter a sus enfermeras a la autoridad de los médicos e instalar una lavandería en el hospital. En tan sólo un mes ya había conseguido mejoras en el mantenimiento de las salas, había obtenido ropa de cama y prendas nuevas para los soldados y había mejorado las curas y las reformas en la atención del soldado herido y enfermo, fue tal que en sólo cuatro meses disminuyó la mortalidad de un 40 % al 5.2 % (Ver el trabajo sobre la seguridad del paciente: una experiencia de Florence Nightingale en Crimea presentado en el III Congreso provincial de enfermería, Cuba, de esta autora).

Ahora, a su regreso a Inglaterra, emplearía sus mejores años y todas sus fuerzas para lograr la mejor atención y mejores cuidados a los soldados, y enfermos. Estos viajes le sirvieron para que ese sueño dorado se convirtiera en realidad y se llegara a cristalizar en 1860 cuando funda la Primera Escuela preparatoria de Enfermería en el Hospital de Santo Tomás en Londres, que si bien es cierto nunca fue su directora, si estaba al tanto de la vida espiritual, moral y social de las educandas, revisando los planes de estudio y buscando siempre mejorar la preparación técnica y científica de las egresadas de dicha escuela. Estos viajes le sirvieron para que ese sueño dorado se convirtiera en realidad.

Consideraciones finales
En consideración con nuestro propósito de detallar los lugares que visito Florence Nightingale para prepararse como enfermera y lograr que la atención a los enfermos fuera la más esmerada, analizamos estos lugares y al mismo tiempo, hemos visto como en cada lugar visitado busca al detalle todo lo que realizan en ellos para lograr el bienestar de las personas enfermas y tomar nuevas experiencias. Así visita Paris, Roma Suiza, Alemania, Egipto y Grecia, en todos los lugares visitados recopiló datos estadísticos sobre las enfermedades más frecuentes, la vida que se llevaba en los orfanatos, hospicios y hospitales, con toda esta información, más el entrenamiento que realizo fundamentalmente en Kaiserswerth, ésta viajera incansable logró una preparación para la cual estuvo esperando y preparándose durante diecisiete años, primero en saber para que la había llamado Dios y segundo para prepararse para lo que Dios quería de ella.

La guerra de Crimea le sirvió para comprobar que sus estudios y su preparación no habían sido en vano. Vemos como la culminación de ese sueño lo logra en 1860 cuando funda la Escuela Preparatoria de Enfermería en el Hospital de Santo Tomas en Londres
Foto 010 Grabado de las primeras escuelas vicencianas de Paris

Referencias bibliográficas.
Woodham Smith C. Florence Nightingale La heroína de los hospitales. Editorial de Ciencias Médicas Habana, 2008
Jamieson E, Sewall M, Suhrie E. Historia de la Enfermería. Editorial Internacional S.A. Sexta edición. 1968
Marriner Tomey A, Raile Alligood M. Modelos y Teorías en Enfermería. Editorial Harcourt División Iberoamericana, cuarta edición 1997:69

Jesús Rubio Pilarte *
* Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez **
** Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián.
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
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