lunes, 21 de septiembre de 2009

EL DESAPARECIDO HOSPITAL “PIEDADIA” DE ORIO

Luis Murugarren, hace ya bastante tiempo publicó sobre el año 1970 una breve reseña sobre el “Hospital de la Piedad”, en Orio (Gipuzkoa), con el subtítulo de “otro recuerdo histórico que se olvida”, y que iba acompañada de una fotografía que reproducía lo que entonces quedaba de él, hoy en día ya no queda nada. Luis decía que todavía conservaba la carta del párroco de entonces en la que escribía: “el trabajo de la Piedad, que ha escrito, merece que lo conozca el pueblo”. Hoy queremos nosotros recordarlo para que quede en nuestra memoria.

Hoy después de mucho tiempo se oyen los lamentos entre la gente del pueblo de que no se hubiera conservado entonces aquella antigua y vieja casa, que encerraba entre sus pequeños muros la historia de muchos lamentos y soledades oriotarras. Por eso para recordarlos escribimos este capítulo.

Si el nombre de Orio se mencionaba ya por el año de 1141, con ocasión de una donación que hiciera entonces el rey navarro don García a la catedral de Pamplona, hay que esperar hasta el año de 1372 para poder documentar a la parroquia oriotarra de San Nicolás.

Orio era en un principio, una parroquia denominada San Nicolás que estaba comprendida dentro del territorio asignado a la entonces villa de San Sebastián en su carta puebla de 1180. Para desarrollar el enclave portuario de Orio dependiente de Donostia, Juan I de Castilla, por privilegio dado en Burgos a 12 de julio del año 1379, otorgó Carta-puebla para la fundación de una villa con el nombre de Villarreal de San Nicolás de Orio, a cuyos pobladores otorgó el Fuero de San Sebastián.

Aquel cristianismo debió de suavizar el egoismo nato y, en aquella época de peregrinos, de vagabundos y de pestilencias, la caridad les vino a inspirar la necesidad de construir un hospital donde se hospedaran todos cuantos precisaran de cobijo al pasar por el pueblo.

En aquella época por los años 1180 otra de las funciones que tenían algunas ermitas, era la función de ermita-hospital, función esta que en la Edad Media tenía capital importancia. Eran el refugio de enfermos contagiosos de los males de “San Lázaro”, esto es, el ser “lazaretos” o leproserías. Aunque no había mayor conocimiento de las enfermedades contagiosas, no olvidemos de las varias epidemias de lepra que asolaron Europa, como la ocurrida entre 1350 y 1400 por ejemplo. Para evitar los contagios, las villas disponían en el extrarradio de una ermita, en cuyo piso superior poseían unas camas, habitaciones separadas según los sexos, para que pudieran permanecer en ellas los enfermos de este mal, o los dudosos, así como los caminantes, mendigos y peregrinos, al objeto de que no contagiaran a los habitantes de la villa. Estos templos estaban generalmente bajo la advocación de San Lázaro, San Sebastián, o María Magdalena, que fue la hermana de Lázaro, el enfermo que murió de lepra y al que Jesús resucitó. Así tenemos la existencia de la ermita de San Sebastián en Leaburu que tenía hospital cercano, la ermita de la María Magdalena en Hondarribia, o las de esta misma advocación de Renteria, Eibar, etc.

En el caso de Orio el caso era distinto, la ermita-hospital-asilo se encontraba intramuros y estaban dedicadas a los indigentes, o enfermos no contagiosos del propio pueblo, que estaban intramuros. Estas, al igual que las anteriores, estaban al cuidado de un hospitalero u hospitalera (persona encargada del cuidado de un hospital), que era quien se ocupaba de la administración económica. Tenían todas una capilla, para que así, los enfermos en ellas asentados, pudieran cumplir con sus obligaciones religiosas. A este grupo pertenecían por ejemplo las de Santa María Magdalena, de Hernani, o Nª Sª de la Piedad, de Orio.

La parte vieja de Orio, “Goiko Kale”, data del S. XII. Parte de la iglesia de San Nicolás y sube hasta las proximidades de la ermita de san Martín. Sus calles ascienden empinadas, escalonadas, casi laberínticas, agarrándose a la roca. Blasones, piedra arenisca bien labrada, balcones de colores vivos, calles empedradas, etc., le dan un sabor medieval.

En los siglos XII-XIII, Orio tuvo un desarrollo que supuso un cambio importante para la villa directamente ligado al Camino de Santiago de la Costa. Después de pasar Mendizorrotz viniendo de Donostia - San Sebastián, los peregrinos cruzaban Orio en dirección a Zarautz. Para salvar la otra orilla de la ría los peregrinos debían cruzar la ría, teniendo el privilegio real de ser exceptuados del pago de un maravedí por cruzarla.

Para 1586 y gracias a un tal Martín de Elcano, que inspeccionó el hospital aquel por orden del Papa Sixto V (227 Papa)) y del Rey Felipe II, que deseaban acondicionar mejor todos los que hubiera en Guipúzcoa, hemos podido conocer algunas referencias acerca de él. En la redacción de su informe ayudaron a Martín de Elcano los oriotarras Domingo de Miranda y Juanes de Arranibar, quienes declararon:

<<…En esta dicha villa de Orio hay un hospital (el documento que se conserva en muy mal estado y roto, habla de que contaba con una hospitalera y que acogía a pobres mendigos y peregrinos…, no tiene azienda ni bienes; algunos más de 60 ducados puestos a censo; y 5 ducados de renta por éllos al año; y la limosna que se recoge en la vglesia y mandas de las buenas gentes>>.

Y siguieron luego informando:
<>.


Pero, seguramente, lo que más interesa al oriotarrra de hoy y a los historiadores es el resultado de la “visita ocular” que llevó a cabo el inspector Martín de Elcano y que dejó redactado en los siguientes términos y avalada con su firma:

<>. Cuando se visitó el edificio en 1969, a la derecha de su portal se conservaba aún un espacio, que estaba cerrado con una reja de madera. Al parecer, no había sufrido cambio en cuatro siglos”.

Desde entonces las referencias al hospital que ya se llamará “de la Piedad”, son frecuentes en los libros del archivo parroquial y, además, se conservan dos de sus libros de cuentas (desde 1691) en el archivo municipal.

A manera de ejemplo, citaremos algunas de esas referencias: doña Ynés María de Osoa y Echave, que murió en 1649, dejó entre sus mandas “a la Virgen del hospital un manto”; sin embargo, las buenas de Bárbara de Eguía, a la que apodaban “Bombolo”, y su hermana María, más conocida por “Pipi”, no pudieron dejarle nada “por ser pobres”. Al parecer, a los oriotarras del siglo XVII les daba por poner motes, pues a otra por ejemplo le colgaron el de “Purgatorio”. Por su parte, Domingo de Alonso dejó en 1647, seis reales para “la luminaria de Nuestra Señora del Hospital, además de una cama”.
No se debe creer que en los hospitales medievales la preocupación principal fuera la de acoger a enfermos. Más bien venían a ser posadas gratuitas para mendigos en paso y para peregrinos, a quienes se ofrecía por lo menos cama y lumbre con que condimentar los duros mendrugos que guardaran en sus alforjas con añoranzas de algún breve chorizo aventurero.

Así, de los muchos peregrinos y pobres que se hubieron de alojar en Piedadia nos ha quedado al menos los nombres de algunos que tuvieron la desgracia de terminar sus días y peregrinajes en aquel hospital, como los navarros Beltrán de Iribarren, mendigo (1644) y Miguel (1652), un irlandés, de quien dijo el párroco “que no sé su nombre por no poder entender su lengoaje” (1655), otro “pobre irlandés” en 1669, a los pocos días de “un peregrino francés que decía iba a Santiago de Galicia”, etc.

A veces, a la pobre mendiga que se había acogido al hospital le llegaba la hora de dar a luz y de ello también quedaba constancia en los libros, como ocurrió en la fecha del 26 de octubre de 1608, en que “se baptizó una criatura que nació en el hospital de la villa y se le puso de nombre Isabela, y su madre dijo se llamaba Domeca de Sarrosa, pobre mendicante”, a quien también le ocurrían cosas de éstas, pero de cuyo padre tampoco entonces se dijo nada.
Un momento que pocas veces ha solido quedar documentado entre nosotros se vivió en el Hospital de la Piedad, en el Orio de 1656. De él dejó memoria don Domingo de Gaztañaga, párroco y, a la vez comisario del Santo Oficio de la Inquisición, además de notario apostólico. Escribió así:

<<…aviéndome llamado a administrar sacramentos, hallé un hombre mozo, que dijo llamarse Charles de Beca, francés, del lugar y parroquia de San Marcos, de edad de 20 años, enfermo y mal dispuesto. Y, como no se pudo entender su lenguaje, truxe intérprete para su interpretación, y, averiguado por él, confesó y dixo que no era bautizado por cuanto en su lugar eran hugonotes y que sus padres eran de la misma profesión religiosa. Y, habiéndole dado por el dicho intérprete y declarándole la ley cristiana y su doctrina, vino a confesarla y prometió firmemente su creencia, displicencia de la pasada, con su reconocimiento, y que quería ser bautizado y ser católico, apostólico y romano… Me pidió y requirió le administrase el sacramento del bautismo y lo demás que necesitaba. E yo, vista su conversión y promesas y lo demás que convino, le bapticé el mismo día…>>.

Según los libros de cuentas de aquel hospital era costumbre de los finales del siglo XVII oriotarra ofrecer en la parroquia cera y pan, que no costaba más de dos reales y un cuartillo, cuando se llevaba a enterrar en ella algún pobre desde Piedadia. También constan en ellos los precios que consumía el ir reponiendo el ajuar del hospital: así, una “sábana de lienzo de la tierra” costaba 15 reales, una “olla de fierro” 9 reales, un “asiento para hacer colada” 3 reales, una herrada nueva 8 reales, un “pichel de palo, que llaman galleta” 4 reales y una “caldera para servicio de los pobres” 8 reales y cuartillo.

Como orientación diremos que por entonces un boyerizo cobraba 5 reales y medio como jornal, un albañil 3 reales y la mujer que trabajaba fuera de casa lo hacía por sólo dos reales. La comida que se daba a cualquier obrero en el trabajo solía costar 3 reales, lo mismo que un pan de libra; mientras que un azumbre de sidra subía a 4 reales y el medio cuartillo o “chiqui” de vino a 30 maravedíses. Por entonces la bebida se servía en “jarritos de barro”; ya lo saben los pintores y escenógrafos.

Al decir de las cuentas del siglo XVIII y cuando el hospitalero se llamaba Lorenzo de Onsain, al que posteriormente le sucedió Juan Bautista de Larrume, el hospital llegó a contar incluso con “secreta” y 19 camas, que estaban hechas con sábanas de lienzo de la tierra, cabezal y cosneo de plumón. Además poseía una huerta.
Cuando la oriotarra Francisca de Alzuru, “pobre solemne”, se vino a poner enferma, el maestro cirujano de la villa le recetó “una bebida o purga” que costó al mayordomo 7 reales y medio. Afortunadamente debió de resultar acertada la receta y su dispendio, pues no hemos alcanzado a ver el nombre de la pobre entre los que acabaron sus días en aquel año. Como bien se lo merece, diremos que el afortunado galeno se llamaba Joaquín Pelayo de Oliden, para gloria de sus sucesores. Pero no fueron muchos quienes murieron en aquel hospital de Orio. Para que pueda verificarlo el lector, le ofrecemos los nombres de quienes durante un siglo desde el año 1727, prefirieron morir allí:

Martín, quien paseaba su apodo de “Cantari” mendigando de puerta en puerta (1734), el bilbaino Joseph de Canaria (1738), Bernardo de Zulaica (1745), el navarro Francisco González de Corella (1748), Joseph de Larrañaga (1736), no constando ninguno más hasta el mes de las flores de 1807, cuando vino a morir “de accidente en el santo hospital” el viudo de 81 añitos don Joseph Miguel de Orbelzu, y por último una joven donostiarra, la seguramente bella señorita Josephe de Acumbeliz, en noviembre de 1813, quizá de resultas del terror o heridas sufridas durante la quema, saqueo y demás atrocidades que protagonizaron nuestros presuntos aliados británicos en San Sebastián.

En 1745 se reedificó el hospital de La Piedad con la madera que la villa regaló y la labor la llevó adelante el oriotarra Matías de Iruretagoyena.

Luego, aunque enfermaron el hospitalero de 1750 y su señora, fue suficiente gastar 105 reales de botica con ellos y se curaron.

Volvió a enfermar un pobre a los cinco años de aquella curación de los hospitaleros y, nuevamente, con sólo 15 reales que se pagaron a Juan Beltrán de Uriarte, que era el boticario de Zarauz, “por una bebida que dio” se curó. Aunque también hay que decirlo que hay una partida delatora que nos cuenta que en el mismo año, en que se confiesan “tres reales que de gasto sufrió en dicho enfermo en vino que se le dio”, y claro a saber que pasó.

Con perdón de los médicos, boticarios y de pócimas tan acreditadas, consta un dato del año 1759 bastante revelador y que desmorona cualquier suposición, que haya podido creerse de la salubridad de la Piedadia oriotarra.

En ese año de 1759 se pagaron 3 reales por llevar en caballería al hospital de Zarauz a un pobre inválido que estaba en el de Orio y más tarde otros 8 reales “por la conducción de quatro pobres, en caballería, a las villas de Zarauz y Usurbil; con lo que, al parecer, se puede sospechar que la atención médica había llegado ya a la conclusión de que el hospital de Orio no reunía condiciones para cuidar de ciertos enfermos y éstos eran trasladados a los más próximos. Pero ello no quería decir que no se siguiera acogiendo a pobres y a enfermos, pues consta del año 1762, que se pagó una partida “para la manutención de otros quatro pobres enfermos, que fue preciso se detuviesen en el hospital de orden de los señores patronos y cirujano”.
Al hospital de Piedadia, no sólo se iba a vivir momentos tristes; también resonaban gritos de gozo, como en 1764, cuando el hospital dio 13 reales “a una pobre que parió en dicho hospital y estubo mala”, y, a los días, otros 9 reales “que también dio a otra muger que también parió en dicho hospital y estuvo convaleciendo”. Y, claro, cuando avanzado el siglo XVIII, las justicias nacionales y provinciales se preocuparon de la atención a las mujeres de vida desordenada, el visitador del Obispado dejó mandado a los mayordomos del hospital de Orio “que se compongan dos camas y se cierre y ataje con tablas un cuarto decente, en que se puedan colocar otras dos camas para las solteras”.

Cuando visitó el hospital el Juez foráneo del Arciprestazgo mayor de Guipúzcoa, en junio de 1763, ya había dejado ordenado: “que el mayordomo hospitalero no admita hombres ni mugeres suponiendo están casados sin que antes y primero muestren al cura de esta villa la fe de casados”.

Para el año 1787 fue preciso hacer al hospital una puerta nueva y “el balaustre nuevo” de su ermita, que es como se empieza a llamar al pequeño altar que desde siempre había estado en su entrada, a mano derecha.

Durante el siglo XIX dejó de ser hospital y la devoción a la Piedad de Santa María mantuvo la ermita del bajo y se acudía a ella el último día de las rogativas mayores. En 1886 se la describió así: “Un retablo sólo hay en ella, con un cuadro pintado, representa la Virgen al pie de la cruz, con su divino Hijo en los brazos, y no se sabe su autor; cuyo tamaño es de 1,60 metros. Una efigie de madera, en el segundo cuerpo, del Salvador, separable 0,51 metros. Las dimensiones de esta ermita son: largo 2 metros y ancho 2,40 metros”.
Para terminar Luis escribía en 1970: “la vieja ruta peregrina, que baja de San Martín a San Nicolás de Orio, pasa junto a la puerta de Piedadia; pero los hombres del siglo XX la han cerrado ostentosamente. Que el espíritu practicista, funcionalista, haga una excepción en el decálogo de sus principios y tengan <> para este recuerdo de la historia y de la caridad de un pueblo magníficamente sencillo”. El Hospital de Piedadia de Orio, hoy ya no existe.

Hoy en día, Orio sigue siendo población de tránsito de los peregrinos de Santiago estando, tanto la Ermita de San Martín de Tours, la Iglesia de San Nicolás de Bari como el Casco Histórico de Orio, considerados monumentos y lugar, respectivamente, afectos al Camino de Santiago de la Costa.
El pueblo de Orio nos ha dejado también grandes personalidades de la cultura vasca como Jorge de Oteiza Enbil, Anjel Lertxundi y Benito Lertxundi, todos ellos nacidos en la Villa. (Pintor del cuadro Apellaniz).

Agradecimientos:
Antxon Aguirre Sorondo
Luis Murugarren
Ayuntamiento de Orio y Archivo Municipal de Orio
Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País / Euskalerriaren Adiskideen Elkartea

Fotos: Las fotos están sacadas de Internet.

*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com

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