La “Iglesia de San Sebastián Mártir” del Antiguo es la única iglesia donostiarra bajo la advocación de su Santo Patrón, era en el año 939 que existía un lazareto en el Camino de Santiago (1).
En el documento del año 939, da fe que existía en San Sebastián un lazareto. El documento llevaba el nombre de “De ipse Deba, usque ad Sanctorum Sebastiarum de Ernani, id est tota Ipuzcoa”.
Foto 1 Plano de San Sebastián con la isla de Santa Clara de 1719. Donostia – San Sebastián. Historia de una cartografía. Javier Marichalar. 2017
Este documento del conde Fernán González, comentaba que un rey navarro había fundado en lo que hoy es el Antiguo un “lazareto” donde ya existía una iglesia ermita. A ella acudirían para oír misa los habitantes de los caseríos y bordas de los alrededores, evitando así tener que desplazarse hasta Hernani, de cuya jurisdicción eclesiástica dependía esa iglesia chica dado que San Sebastián era muy poca cosa, siendo Hernani la villa principalísima (1).
San Sebastián fue fundada por Sancho el Sabio en 1150 al pie del Castillo de Santa Cruz, pero para entonces ya estaba en marcha el citado “lazareto” del que antiquísimos documentos remachan que estaba “junto a la orilla del mar en el Camino de Santiago”. Era también fundación hospitalaria que acogía a peregrinos y enfermos, muchos de ellos también caminantes a Compostela.
Era lógico que un lazareto tuviera la advocación en San Sebastián, era el protector contra la peste.
Los lazaretos y hospitales se situaban siempre lejos de las zonas más pobladas, lo que da idea de cuán remoto estaba el barrio del Antiguo del corazón de la villa. En cuanto a lo de la protección contra la peste, es cierto. Desde la Alta Edad Media se le invoca como tal quizás porque por dos veces fue arrojado a las “cloacas inmundas” (1).
Foto 2 El sitio de San Sebastián de 1813. Donostia – San Sebastián. Historia de una cartografía. Javier Marichalar. 2017
Así es y así lo cuentan las leyendas y los libros de las liturgias de las horas. Fue arrojado ur zikinetara (a las aguas negras) después de su tortura asaeteado. De aquel lodazal fue rescatado con vida por los suyos y sanado por una viuda, santa Irene. Pero se presentó de nuevo ante sus captores y les recriminó su actitud en contra de los cristianos. Fue apaleado, esta vez hasta la muerte, y lanzado una vez más a las cloacas. Volvieron sus amigos a recuperar su cuerpo y lo enterraron en el cementerio subterráneo de las catacumbas de la Via Appia en Roma, que, desde aquel momento se llamaron de San Sebastián (1).
Sebastián fue valiente a fe mía, nuestro oficial del ejército imperial romano. Corría finales del siglo III. Los cristianos no escondían su fe sino que la proclamaban ante sus enemigos. Se piensa incluso que, aunque nacido en Milán, Sebastián se trasladó a Roma para combatir allá el combate de la fe. En Milán los cristianos vivían tranquilos. En Roma, por el contrario, eran perseguidos. Y él buscaba ese enfrentamiento por Cristo.
Resulta sorprendente que habiendo muerto en el siglo III, San Ambrosio, obispo de Milán (340 - 397) ya se le venere como santo al poco de morir y celebre su día natalicio con un sermón en el que de alguna manera alaba la existencia de los perseguidores porque sin ellos, el cristiano no tendría nadie ni nada ante quien probar su fe. San Ambrosio medita sobre el martirio el 20 de enero, día de la muerte de San Sebastián. Porque natalicio en su origen significa la jornada de tu muerte. Porque ese día naces a la Vida Eterna. San Ambrosio reconoció en San Sebastián, su valor y su martirio (1).
Foto 3 Postal de la Isla de Santa Clara y Monte Igueldo de San Sebastián
La “Iglesia de San Sebastián Mártir” del Antiguo, ha tenido una existencia bien ajetreada. Sancho el Mayor la donó al Monasterio de Leyre. En 1235 es traspasada al de Iranzu, Estella, que la cede al Obispado de Pamplona.
En 1542 se traspasa a la Orden de los Dominicanos de San Telmo con sus diezmos, primicias y pingües dineros. Con el tiempo, unas monjas dominicas se asientan en el convento situado junto a la iglesia, esta se hallaba en la parte superior donde hoy se encuentra el Palacio Miramar y se llamaba “Loretopea”, porque estaba bajo la advocación de la Virgen de Loreto. En el XIX, hay guerra y revolución; la iglesia se desocupa, destruye y desamortiza. La reina María Cristina compra el Palacio de Miramar y en 1889 la iglesia se construye en la plaza, donde se encuentra hoy (1).
LAZARETO EN LA ISLA DE SANTA CLARA DE SAN SEBASTIÁN
En el seno de la bahía de La Concha se encuentra uno de los paisajes más distinguidos de San Sebastián. La isla de Santa Clara, auténtica perla envuelta en aguas cristalinas, es el gran icono de las costas cantábricas. Declarada Centro Histórico de Interés Nacional, esta pequeña isla es uno de los destinos vacacionales más atractivos (2).
Con sus 48 metros de altitud, la isla de Santa Clara se yergue victoriosa sobre el litoral cantábrico. Sus modestas dimensiones, de apenas seis hectáreas de superficie, no le impiden hacer las veces de malecón cuando la tempestad se presenta, siendo un guardián silencioso contra el mal temporal.
Foto 4 Postal de la Isla de Santa Clara, bahía de La Concha y Monte Urgull desde el monte Igueldo de San Sebastián
En la parte meridional de la isla se sitúa el embarcadero, de pintoresca factura, que un sistema de motoras se encarga de comunicar con el puerto durante el periodo estival, cada media hora desde las diez de la mañana. La escasa distancia que lo separa de las playas de Ondarreta y La Concha permite a los más intrépidos llegar a nado si lo desean, o incluso coronar su cima, gracias a las numerosas sendas y merenderos que conviven con la más exótica naturaleza. La isla dispone de una pequeña playa, única en su género. La mayor parte del tiempo permanece oculta bajo las aguas, salvo durante la bajamar, cuando la superficie arenosa emerge durante unas horas. Poco después la playa regresa a las profundidades y con ella su misterio (2).
Asimismo el islote cuenta con un faro en su punto más alto. Verdaderamente aquí el turista se siente transportado hacia lugares de fantasía, conmovido por la asombrosa panorámica de la bahía y el monte Igueldo. No se puede imaginar un escenario mejor para seguir las regatas de la Bandera de la Concha.
Pero este pedacito de tierra es además un continente de historia. Durante el siglo XVI fue un antiguo lazareto que recluyó a enfermos y apestados. Es probable que franciscanos vivieran en su ermita, construida en 1362, e incluso el mismo San Francisco de Asís pudo habitarla antes de la invasión francesa, que la destruiría finalmente en 1719. También el faro esconde una historia singular, pues entre sus paredes se suicidaría el farero Manolo Andoain, tras perder a su amada. Tragedia romántica para un paisaje romántico (2).
Foto 5 Litografía de San Sebastián con la isla de Santa Clara. Donostia – San Sebastián. Historia de una cartografía. Javier Marichalar. 2017
Actualmente la automatización del faro y otros avances se han integrado a la perfección en el entorno mágico y sugerente de la isla de Santa Clara, un tesoro natural enclavado en las costas donostiarras que no te puedes perder (2).
LA ERMITA EN LA ISLA DE SANTA CLARA
No siempre fue la isla de Santa Clara lo que es hoy en día. De su remota vocación mística, si no la cosa, conserva todavía, y probablemente ya para siempre, el nombre. Las más antiguas referencias que encontramos de ella en los anales de la historia donostiarra, nos hablan de su ermita. Que la isla fuera de propiedad y pertenencia del Ayuntamiento de San Sebastián, parece que no hay duda; pero en cuanto a la ermita que hubo allí, ya es otra cosa (3).
No se sabe cómo, ni cuando, ni por qué, si por dote de alguna monja o por algún otro título, dicha ermita pasaba por ser propia del Monasterio de San Bartolomé en nuestra ciudad.
En los varios pleitos que el Ayuntamiento y el Monasterio sostuvieron en los Tribunales de Pamplona, de Burgos y de la Nunciatura, reivindicándola, siempre se resolvió a favor de las famosas canónigas agustinas de San Bartolomé, que no siendo de clausura a la sazón, y gozando de gran preponderancia, andaban en San Sebastián como “Pedro por su casa”.
No falta quien haya sostenido que la primitiva fundación de dicho Monasterio tuvo lugar en la susodicha isla; pero ello parece inverosímil, teniendo en cuenta lo reducido, abrupto y pobre del terreno que la constituye, su aislada situación y la inclemencia del tiempo que en ella impera (3).
Un día al año, el día de Santa Clara precisamente, la isla y su ermita eran teatro de una gran animación y concurrencia. La Comunidad de religiosas de San Bartolomé acostumbraba trasladarse dicho día a la isla a cantar las solemnes vísperas de su santa titular.
Sacerdotes y acólitos acudían a la celebración de la santa misa que allí y aquel día solía rezarse; y cuentan las crónicas que, desde el momento en que salían del puerto las lanchas en que unos y otros iban embarcados, hasta el momento en que llegaban a la isla, las campanas de San Bartolomé repicaban de lo lindo (3).
No es difícil conjeturar la animación y algarabía que en aquella romería pondrían los donostiarras de aquella remota época de los siglos XV y XVI.
EL ERMITAÑO EN LA ISLA DE SANTA CLARA
Es de creer que la ermita tuviera su ermitaño. El famoso viajero inglés que en 1700 publicó en Londres su famosa “Descripción de San Sebastián”, nos habla del ermitaño de Santa Clara de aquel tiempo. El hombre –según referencias del inglés–, se dedicaba a la mendicidad y contaba muchas historias y leyendas. También parece ser ayudaba a llenar las barricas de vino, cuyo tráfico era grande por aquel entonces en nuestra ciudad; pero parece ser que el pobre viejo acababa el día hecho una cuba (3).
Era el tal ermitaño un caballero de Castilla de gran posición, a quien por alguna causa se le confiscaron los bienes, confinándole en la isla de Santa Clara. “Ha de mendigar su pan durante catorce años –dice el viajero inglés–, al cabo de los cuales le devolverán su fortuna. Entretanto, la Iglesia y los curas usufractúan las rentas del caballero” (3).
Según la misma referencia, “los herejes que morían” en San Sebastián eran enterrados en la isla de Santa Clara. Cuando sacaban sus cadáveres del pueblo para ser trasladados a la isla, una chusma de hombres y mujeres seguían detrás insultando al muerto y gritando: ¡Ese va al infierno! ¡Ese va al infierno!
Aún a finales del siglo XVIII, según testimonio del doctor Camino, podían observarse vestigios de dicha ermita, que las guerras de fines de aquel siglo y del siguiente, así como la construcción del faro actual, acabaron por borrar, confundir o desfigurar.
Foto 6 Por su fachada al Norte, la isla Santa Clara va desmoronándose poco a poco. No en vano el Cantábrico juega en el frontón que la isla le presenta sus malas partidas los días de temporal. En esta foto se puede ver el estrago últimamente causado en su extremo izquierdo: rocas desprendidas caídas en el mar… Es el lado vulnerable de la isla, en tanto su ladera Sur, esto es, a la bahía, con su verdor y fronda, dan la sensación opuesta, de algo permanente, estable y hecho para la contemplación y el caprichoso usufructo de veraneantes y turistas…
Digamos a este propósito, que San Sebastián ha sido muy poco tradicionalista y conservador de sus antiguas ermitas. Porque no sólo desapareció esta de Santa Clara, sino también, entre otras, la de San Juan de Oriamendi y la de Nuestra Señora de Loreto, al promontorio sobre el cual se asentaba esta última, la ignorancia y la estulticia posteriores le han dado el ridículo nombre de … Pico del Loro.
Para ciertas gentes, entre el loro y Loreto no hay tanta diferencia (3).
EL LAZARETO EN LA ISLA DE SANTA CLARA
En los Registros de Actas del Concejo Municipal de San Sebastián, correspondientes al siglo XVI, hay también algunas referencias a la isla de Santa Clara y a su antigua ermita.
Avisado el Concejo de la peste que había en algunas partes y puertos de Andalucía, y de que los marineros que de allí venían podían contagiar del “mal de San Lázaro” a los habitantes de nuestra villa, se decidió que aquellos hicieran cuarentena en la isla, para lo cual mandaron habilitar convenientemente su ermita (3).
No debía de hallarse ésta en muy buenas condiciones, por cuanto se acordó, entre otras cosas, “aderezarla” y “trastejarla”, poniendo el “maderamiento”, puertas, rejas y cerrajas que hicieran falta…
Foto 7 Entrada de barcos al Puerto de Pasajes. J. Jacottet y A. Bayot c. 1830
“Que todos los marineros y gente que viniere de dichas partes –dice el acta– se “eche” a la isla desde luego, sin darles lugar a que puedan comunicar con sus mujeres ni otras gentes. Que se pregone que cualesquiera personas que de tres días a esta parte han venido a esta villa y su jurisdicción, y a los que vinieren de aquí en delante de Sevilla, Lisbona y sus comarcas, donde se sospecha que hay enfermedad de peste, no entren en ella y salgan de la villa y su jurisdicción, o se vayan a encerrar en la isla de Santa Clara, y no salgan de ella hasta que sus mercedes (esto es, los señores del Concejo) les den licencia para ello, so pena de cien azotes y de ser desterrados perpetuamente de esta villa y su jurisdicción, y de que les quemarán las ropas y mercancías que trajeren…” (3).
No sólo en esta ocasión, sino en tantas otras, la isla de Santa Clara sirvió de “lazareto” en los casos de peste, tan frecuentes, desgraciadamente, en aquellos, anteriores y posteriores tiempos (3).
LA FORTIFICACIÓN EN LA ISLA DE SANTA CLARA
La isla de Santa Clara jugó importantísimo papel en la defensa de la plaza fuerte de San Sebastián en la guerra de 1719, cuando nuestra ciudad fue sitiada y bloqueada por las tropas del duque de Berwick, dieciséis mil hombres bien pertrechados de abundante artillería.
La isla, de la que a todo trance quería apoderarse el enemigo, era atacada desde las laderas del próximo e inmediato monte Igueldo, y desde el mismo Antiguo, respondiendo con descargas cerradas de mosquetería o de cañón. Gran parte de su artillería y la defensa de la isla en general se había encomendado a la marinería de San Sebastián, compuesta de tres compañías de paisanos y dos de artillería, que se comportaron brillantemente. Lo que no impidió, es cierto, que la plaza capitulara, aunque honrosamente, el 1 de agosto de 1719. Con motivo de guerras posteriores, la isla y su ermita fueron fortificadas (3).
LA PESTE Y LA DEVOCIÓN A SAN SEBASTIÁN 1931
Según el Dr. Cabanes, los peregrinos que se dirigían a Santiago finaban jornada en Ginebra, alojándose en asilos que hubieron de ser clausurados repetidas veces por ser intermitentes focos de peste. Es lógico que la enfermedad les amenazara con su acceso durante todo el recorrido. Un remedio contra el azote llevaban con ellos: las invocaciones y el culto a los Santos Sebastián y Roque, tutelares contra la peste. Una coincidencia de fechas hace más explicable esta propagación del culto a nuestro santo patrón: el año 812 se descubre en Galicia el cuerpo del Apóstol; en el 826, se trasladan las reliquias de San Sebastián, desde las catacumbas de Roma, a la abadía de San Medardo, en Soissons, difundiendo la devoción del mártir entre los franceses. Este auge devoto del asaetado jefe de cohorte de Diocleciano corresponde con el comienzo de la inmigración santiaguista.
La advocación de nuestro Monasterio de San Sebastián en el Antiguo, fundado antes del siglo XI, a orillas del mar Cantábrico, donde se yergue hoy el palacio real de Miramar, es de indudable influencia francesa. Que este culto arraigó entre los naturales de esta comarca, parece probarnos el que en la primera parroquia de la villa de su nombre, hubiese una capilla —sin duda la principal, perteneciente a los Prebostes Engomez, que en ella tenían labradas en piedra sus armas— dedicada a San Sebastián, cuya imagen figuraba también en el altar mayor y en la portada del templo (4).
Afines del siglo XIV reaparece en España la epidemia de peste, con singular intensidad en Sevilla. Promulgáronse, ante el peligro, nuevas ordenanzas sanitarias, nombrándose visitadores de parroquias y barrios, prohibiéronse las reuniones públicas, y se crearon lazaretos donde se quemaba la ropa de los apestados. Discutían, en tanto, los doctores, acerca de la denominación apropiada de la plaga, y su diferenciación con otras análogas. Cuenta Gracian «que mientras los médicos andaban en sus disputas y controversias, se llevaba la peste una ciudad y se extendía a todo un reino».
Foto 8 Descargando carbón en el muelle de Lalasta del puerto de San Sebastián. Colección Rafael Munoa
Donosti, puerto de comercio donde recalaban barcos de diversas procedencias, estaba seriamente amenazado. El Ayuntamiento acordó no permitir el acceso intramuros a los tripulantes de estas embarcaciones, y para ejecutarlo puso en la Puerta de Tierra un vigilante especial. En 1581, marinos que volvían de Sevilla, Santander y otras poblaciones donde había peste, se entrevistaban con sus allegados fuera de la villa, a donde éstos volvían con riesgo de contagiar a los vecinos. Alarmado el Municipio, decidió realizar determinadas reformas en la ermita de Santa Clara, y ordenó que quienes vinieren de los puertos infectados fueran confinados en dicha isla, sin que pudieran salir de ella so pena de cien azotes y de ser desterrados a perpetuidad de San Sebastián y su jurisdicción.
Insuficientes estas medidas para soslayar la amenaza, en un recrudecimiento de la epidemia, en 1597, la peste penetró en el recinto murado. Encerraba entonces la villa unos 16.000 habitantes entre naturales y extranjeros (4).
Aunque se destinaron a hospitales algunas casas particulares y se dictaron diversas medidas profilácticas, el azote invadió la población. En sesión de 17 de octubre, el Ayuntamiento concretó con Maese Juan de Lortia, cirujano de Jaca, que éste con su hijo y un criado asistiría a los atacados hasta Navidad, a cambio de once ducados diarios, casa y criada. En caso de fallecimiento en el cumplimiento de su cometido, se abonarían a la viuda 600 ducados. El corregidor de la provincia socorrió a la villa con 3.000 ducados, y el Rey, merced a gestiones de don Juan de Idiáquez —una carta del cual, sobre este asunto, existe en Madrid— con 4.000 ducados (4).
Foto 9 Martirio de San Sebastián, por Il Sodoma, 1525
Angustiada la población, hizo voto solemne a su santo patrono, de ir procesionalmente a la parroquia de su advocación, el día de su festividad, previo ayuno de vigilia. En cumplimiento de esto, anualmente, todas las cofradías, con sus estandartes, y los dos cabildos, se dirigían por la playa a la iglesia de San Sebastián, llevando la reliquia del santo que, según Isasti, era un brazo del mismo. Al entrar y salir de la villa, como al llegar a mitad del arenal, disparábanse desde la muralla numerosas salvas de artillería y varios cañonazos contra un blanco que flotaba en medio de la bahía. El artillero que conseguía destrozarlo percibía una gratificación del Ayuntamiento.
Por ser enero mes riguroso, la Ciudad solicitó en el siglo XVII a la Sagrada Congregación de Ritos, el traslado de la festividad de San Sebastián a otra fecha de tiempo más benigno, pero nada se logró (4)
En la hecatombre de 1813, con el retablo de Santa María, desapareció la reliquia de San Sebastián. Cinco años después, la Corporación Municipal consiguió de Roma otra reliquia del santo, celebrándose la tradicional procesión votiva al Antiguo. En 1820, volviose a instar el traslado de fecha de la festividad. Pero estas gestiones fracasaron, lo mismo, que las llevadas a cabo en 1830, cuando la procesión hubo de ser diferida durante más de ocho días a causa del tiempo desapacible. Desde entonces la procesión a San Sebastián en el Antiguo fue suprimida, verificándose, en cambio, otra por las calles de la Ciudad, que ya tampoco se celebran (4).
Agradecimientos
Anna Arregui Barahona
Esteban Durán León
Ion Urrestarazu Parada
Carlos Rilova Jericó
Bibliografía
1.- La iglesia del Antiguo era en el 939 un lazareto en el Camino de Santiago. Begoña del Teso. Martes del 15 de enero de 2008
https://www.diariovasco.com/20080115/san-sebastian/iglesia-antiguo-lazareto-camino-20080115.html
2.- San Sebastián – Donosti
https://www.sansebastiandonosti.com/detalle/playas-islas/10/isla-de-santa-clara.html
3.- Boletín de Información Municipal de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de San Sebastián. Editado por el Ayuntamiento de San Sebastián. Año IX. Número 35 – 36. Páginas 59 y 60, julio a diciembre de 1967
4.- Donostiando. Ion Urrestarazu Parada. El periodista donostiarra, Tristán de Izaro (seudónimo de Ricardo de Izaguirre Epalza), escribió para «San Sebastián». Fuente: San Sebastián: revista anual ilustrada. Martes 20 de enero de 1931. Págs. 37 - 39. Publicado 17th March 2014 por Donostiando
http://donostiando.blogspot.com/2014/03/la-peste-y-la-devocion-san-sebastian.html
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Enfermero Jubilado
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019
Sello de Correos de Ficción. 21 de julio de 2020
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