Antecedentes
Se estudia la endemia tuberculosa en el País Vasco, una
de las zonas más castigadas del país, con especial incidencia en Vizcaya y
Gipuzkoa. La industrialización y las malas condiciones de higiene y salubridad
favorecen su aparición en estas zonas. Se aborda la situación en Bilbao analizando
la importante labor realizada por el Dr. Francisco
Ledo con la creación de un modélico Dispensario que se inauguró en 1915.
La Tisiología en San Sebastián tuvo una gran figura
médica, el Dr. Emiliano Eizaguirre.
Fue pionero en la divulgación de la Lucha Antituberculosa, implantó, por
primera vez en este País, la “Fiesta de
la Flor”, pero, sobre todo, se le recordará por incorporar la cirugía al tratamiento
de la Tuberculosis (1).
FOTO 1 Enfermería Victoria Eugenia. Grupo Sanatorial Santa Marina
Introducción
Después de los tiempos de las epidemias, otra enfermedad
durante más de un siglo encarnó el mal por antonomasia, me refiero a la
tuberculosis, que primero se le llamó tisis. Fue una verdadera angustia para
mucha gente y la primera preocupación de los médicos en una época. Se puede
leer en el Grand Larousse del siglo XIX, lo siguiente: “Jamás, en ninguna época de la historia, un problema no ha preocupado
tanto al mundo médico que éste de la tuberculosis, motivo de búsquedas,
experiencias y discusiones. Se trata, y es verdad, de la enfermedad la más
extendida, la que produce más víctimas” (1).
“El mal romántico”
A principios del siglo XIX se elabora una concepción e
esta enfermedad impregnada del romanticismo entonces dominante. El siglo XIX es
la época de la tisis.
La tisis, se piensa entonces que es una enfermedad
hereditaria, que se ceba sobre todo en los ricos, los jóvenes, las mujeres, los
seres frágiles, que son consumidos por las “pasiones tristes” de las que habla René Laënnec. Es una afección que se
confunde con un mal existencial.
Es una enfermedad de moda que gusta por representar una
belleza etérea, una palidez y una transparencia. También se está fascinado por
la pasión que la devora. Esta pasión se expresa en el amor ardiente, en la
sensibilidad artística, el gusto por lo bello, por el arte y la creación
literaria. La fiebre no es más que la expresión orgánica de algo ardiente, genial,
que se manifiesta en la palidez del enfermo. La mirada brillante, los pómulos
sonrosados representan al tuberculoso que quema sus días. La tuberculosis es
también una forma de vida llena de lujo y de ociosidad. Es una enfermedad donde
“hay mucho de dulzura”, escribe Kafka a Milena hacia 1920 (1).
FOTO 2 Enfermera lucha antituberculosa 1954. René Laënnec (1781 – 1826) en el Hospital Necker auscultando a un
paciente tuberculoso delante de sus alumnos”, 1816. Óleo de Théobald Chartran.
Sello Pro Sanatorio Antituberculoso para funcionarios públicos
A principios del siglo pasado la enfermedad se vive en la
familia, el tuberculoso pasa sus días en la intimidad de su habitación, en
secreto, protegido por una familia. También hay otra forma opuesta de vivirla,
es la utopía del viaje salvador, el viaje de aventuras, privilegio de un
condenado. Después la enfermedad tendrá otro escenario: “el sanatorio”. Los primeros se crearon en Silesia a mediados del
siglo pasado, y Thomas Mann nos ha descrito uno de ellos, inmortalizado en las
páginas de su obra “La montaña mágica”.
Frente a esta historia del tuberculoso está la historia de
los médicos ilustres como: Fracastoro, Bayle, Delsaut, Laennec, Villemin, Koch,
y Calmette, que se ocuparon de este problema.
Fueron precisando la descripción de la enfermedad y se
acercaron a su etiología, que culminó con el descubrimiento del bacilo de Koch
en 1882. Pero la terapéutica no avanzó demasiado. En pleno siglo XX la cura
dieticohigiénica y los sanatorios eran las únicas armas.
FOTO 3 Enfermería Victoria Eugenia. Proyecto de Marcelino
Odriozola, 1927-30. Reforma de Ricardo Bastida con las galerías, 1935. Ricardo
Bastida y Gonzalo Cárdenas, 1937-39. Sanatorio Luis Briñas. Eugenio María de
Aguinaga y Ricardo Bastida, 1940-42. Sanatorio Infantil Víctor Tapia, ambos en
Santa Marina
Se puede añadir la utilización de las sales de oro y la
toracoplastia. Recordamos los tratamientos con aceite de hígado de bacalao e
incluso se llegaban a utilizar remedios tan pintorescos como comer limacos
crudos. Habrá que esperar a los años 50, a los antibióticos, para que las curvas de
mortalidad desciendan definitivamente.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, antes incluso del
descubrimiento del bacilo de Koch y de toda intervención médica eficaz, la
enfermedad había comenzado a disminuir de forma espontánea. Pero los
contemporáneos no tuvieron conciencia de ello: “la mitad de Europa tiene los pulmones más o menos defectuosos”,
afirma Kafka. Al comenzar nuestro siglo, cuando otras enfermedades infecciosas
están siendo dominadas, es el momento en que el terror por la tuberculosis es
más grande. Precisamente en esta época aparece la tuberculosis como una
enfermedad, mejor, como una plaga social
que ya nada tiene que ver con la visión romántica, y la sociedad “declara
la guerra” a la tuberculosis (1).
“El proletario, sembrador de bacilos”
Se constata que la tuberculosis no es una enfermedad de
ricos, sino una enfermedad de la clase obrera. Los microbios se reproducen
en las barracas, en los lugares sin aire y sin sol, y también, se piensa, por
los hábitos detestables de las clases populares. Se le asocia a la falta de
higiene, a la pobreza, al alcoholismo, pero también a los salarios
insuficientes y a la explotación en el trabajo. Es la enfermedad de la miseria,
del trabajo extenuante y del hambre.
A lo largo del siglo XIX la tuberculosis pasó con una
doble y opuesta valoración; primero, la pasión, la ociosidad, el lujo del
sanatorio y una vida aparte buscando la felicidad. Por otro lado, estaba el
bacilo, las chabolas sin aire y sin sol y el agotamiento que se termina por una
atroz agonía. Son, pues, dos discursos diferentes: exaltación del tísico y
rechazo del portador de gérmenes (1).
FOTO 4 Habitación, galería de
hombres, laboratorio y cocina del Sanatorio Santa Marina
El Problema Social de la Tuberculosis en el País Vasco
No hay duda que en el siglo XIX y primer tercio del siglo
XX, fue la tuberculosis la enfermedad endémica con mayor incidencia social y a
la que se respondió, como veremos, con campañas de divulgación de consejos de
fácil cumplimiento, creando centros asistenciales especializados, como el
fundado por el Dr. Francisco Ledo,
en Bilbao, sanatorios y clínicas privadas para estos enfermos, y desarrollando
una labor médica eficaz, destacando la figura del tisiólogo donostiarra, Dr. Emiliano Eizaguirre.
Victoriano Juaristi
hizo el año 1920 una relación de las instituciones que se crearon para luchar
contra la tuberculosis, considerando a Guipúzcoa como la más afectada, ya uno
de los Acha (T) publicó en la revista
Euskal Erria, de 1900, un trabajo que llevaba el título de “La
tuberculosis en Guipúzcoa”. Gregorio Múgica, en 1913, amplió la
referencia a la totalidad del País Vasco.
Desde luego, el problema sanitario que planteaba la
tuberculosis en esas fechas era de gran impacto; las estadísticas y cifras que
ofrece Hauser en su obra “La Geografía Médica de la Península Ibérica”, referidas
a Guipúzcoa y Vizcaya, indican que eran de las provincias más castigadas y con
mayor tasa de mortalidad.
FOTO 5 Dolores Sainz Isasi,
Víctor Tapia Buesa, financió el pabellón antituberculoso del Sanatorio Infantil
del Hospital de Santa Marina: Pabellón Víctor Tapia, 15 de mayo de 1942. Fiesta
en el Grupo Sanatorial Santa Marina
La situación en Vizcaya, según escribe el Dr. Villanueva Edo, indica que en 1882,
fecha en la que Koch descubre el Mycobacteria Tuberculosis, agente
causal de dicha enfermedad, Vizcaya ocupa uno de los primeros puestos en la
morbilidad y mortalidad tuberculosa de las provincias de España. Si entonces,
dice el Dr. Villanueva, se hubiera podido examinar a todos los vizcaínos, muy
pocos hubieran dejado de presentar signos de padecer o haber padecido un
proceso tuberculoso, al menos en un estadio de primoinfección. Por aquellas
fechas, la tuberculosis pulmonar se declaraba en uno de cada seis o siete
certificados médicos de defunción; estos documentos se falseaban, siendo frecuente
el hecho, y no hay duda de que la proporción sería más elevada, ya que la
tuberculosis se ocultaba como un mal vergonzante, una tara hereditaria, pues la
“Tisis”, como se la conocía en esa
época, se asociaba al alcoholismo, abusos sexuales, promiscuidad, pobreza y
otras lacras sociales (1).
Los médicos que certifican esas muertes, dudan primero del
secreto y confidencialidad que se daban a esos certificados, y dadas las
connotaciones negativas que rodean a la enfermedad, evitaban causar un daño a
la familia y certificaban que había fallecido de causa natural o se limitaban a
consignar un diagnóstico difuso y poco claro.
La incidencia de la tuberculosis alcanzaba en Vizcaya en
algunos puntos grandes proporciones, como en la zona minera e industrial de la
margen izquierda de la ría, en barrios deprimidos del cinturón de Bilbao y en
algunas localidades costeras. En el último tercio del siglo pasado, las muertes
por tuberculosis suponían entre el 5,1 % y el 6,6 de la población de Bilbao. La
afluencia de inmigrantes a Vizcaya favoreció las circunstancias sociales para
que la enfermedad se desarrollara con rapidez y muchos fueron víctimas de la
tisis.
FOTO 6 Alfonso Emperador y dos
compañeros en la habitación del segundo piso del Sanatorio Santa Marina. Noviembre
1966
El Dr. Francisco
Ledo, en su discurso a la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, señala
que, entre 1889 y 1895, morían en Bilbao por tuberculosis, el 4,6% de la
población, el 3,6 por formas pulmonares y el 1 % restante por tuberculosis de
otras localizaciones, y que éste era el diagnóstico del 10,6 % de todas las
muertes. Francisco Ledo añade que en 1901, Madrid y Barcelona tenían una
mortalidad tuberculosa que no llegaba a la mitad de la bilbaina.
Para explicar estos datos hemos de fijarnos en el panorama
social, demográfico y laboral de la época. A partir de la última guerra
carlista, Vizcaya sufrió una transformación, debido fundamentalmente a la
instalación de la siderurgia pesada, la explotación minera y el desarrollo de
los astilleros. Desde 1880 hasta 1900 llegaron a esa provincia 60.000 personas,
creciendo la población un 47,76%, porcentaje muy superior al de cualquier otra
provincia. En esos 24 años, (1876 - 1900) la población industrial se multiplica
por 2,5, pero dentro de ella, la siderurgia lo hace por 9, y la minera por 12.
Esto supone una inmigración hacia la zona minera, muy superior a su capacidad
de habitabilidad. De ahí se derivó el régimen de realquiler, el pupilaje y el
chabolismo. Los temporeros se alojaban en barracones, no había condiciones higiénicas,
las camas eran unas tablas que compartían, sucesivamente, dos trabajadores.
En las “casas de
peones” se hacinaban los obreros. Zonas mineras como Gallarta o La Arboleda
crecieron anárquicamente; para lavarse solían acudir al río, no era frecuente
tener lavabo e inodoro. En Bilbao se vivía en casitas minúsculas, sotanillas,
trastiendas, etc.; a veces cuatro familias habitaban en una misma vivienda para
repartirse los gastos de alquiler; una misma familia convivía en una sola pieza
que hacía las veces, al mismo tiempo, de cocina, comedor, dormitorio y retrete.
Todo esto explica la alta mortalidad de las enfermedades infecciosas. Las
condiciones laborales en la minería y en la industria eran muy precarias, no
existían apenas normas de higiene y seguridad; la silicosis y la
silicotuberculosis eran frecuentes.
FOTO 7 Galería del Sanatorio Santa Marina. Noviembre 1966
El Dr. Francisco Ledo, en su toma de posesión de la
Presidencia de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, se expresa en
parecidos términos que el Dr. Luis Alzúa.
En su discurso critica la falta de legislación sobre higiene y profilaxis
antituberculosa, que ya funcionaba en otros países. Apunta que las causas de
tuberculosis en Bilbao son: viviendas insalubres, aire viciado, hambre, abuso
del alcohol, vida tabernaria y exceso de trabajo. Propone Ledo una Liga antituberculosa
basada en los siguientes puntos: “Instruir
e informar a la población de qué es la tuberculosis, leyes que protejan al
tuberculoso indigente, subvenciones, hospitales, sanatorios y dispensarios
dirigidos por médicos con prestigio” (1).
La Tisiología en Bilbao. La obra de Francisco Ledo
A principios de este siglo, momento en que en España
aparecen las primeras tentativas para crear la Liga Antituberculosa, en Bilbao,
en 1905, el gobernador civil, tras infructuosos intentos, consigue nombrar la Junta
de la Liga Antituberculosa, formada por los subdelegados de Medicina, Farmacia
y Veterinaria, los Inspectores de Salubridad Pública e Higiene, el médico
Inspector de Cadáveres y los 8 médicos de distrito de Bilbao. Su primer
cometido consistió en proyectar la creación de dos dispensarios en Bilbao,
siguiendo el modelo del instaurado por Verdes Montenegro en Madrid. Pero la
Liga no llega a afianzarse, no se consigue nada y el ambiente es de derrota.
Los facultativos, Ledo, Somonte Gil y Aparicio encuentran frialdad
y falta de apoyo económico. Habrá que esperar hasta 1912, fecha en la que se crea
definitivamente el organismo que dirigirá la Lucha Antituberculosa en Vizcaya.
En Bilbao se sigue hablando de construir un dispensario, se conoce el
funcionamiento del Dr. Calmette en Lille, y que se llamaba “Emile Roux”,
fundado en 1901, el de Montmartre en París, y en España, según noticias de
prensa, se sabe existen en Madrid, Zaragoza y Vitoria. La Junta dirigirá su
labor en varios frentes: proyecto de edificación del Sanatorio Marino de Górliz,
cuya primera piedra se coloca en 1911; proyecto de dispensario; implantación de
la “Fiesta
de la Flor”, una cuestación pro lucha antituberculosa, conferencias que
dictaban los médicos en Sociedades, círculos, etc. Todas estas medidas eran
idénticas a otros lugares; en Bilbao, fue la creación de un modélico
dispensario, a cargo del Dr. Francisco Ledo.
El Dispensario se inauguró en mayo de 1915, y en el acto
inaugural el Dr. Francisco Ledo definió las líneas de actuación del centro que
él iba a dirigir: Atención al pre-tuberculoso, socorriéndole en el dispensario
y en su casa; divulgación y vulgarización de los conocimientos científicos del
tratamiento de la tuberculosis; cuidado especial a los pobres, que
representaban los 3/5 de la población tuberculosa, a través de girar visitas a
sus hogares y entregándoles bonos canjeables por artículos de primera
necesidad, y, finalmente, fomento de la educación del pueblo.
El Dr. Ledo realizó un gran trabajo en este centro y no se
cansa de proponer e introducir mejoras, como la instalación de un comedor para
enfermos. El consultorio pasó a funcionar todos los días de la semana, en vez
de los dos iniciales. Se cubrían las especialidades de tisiología general,
otorrinolaringología, pediatría, odontología. Al mismo tiempo ejercía una función
docente, pues acudían médicos para completar sus conocimientos de tisiología, y
se supone se celebraban sesiones y comentarios de casos clínicos.
El Dr. Ledo muere en 1926 y le sucede Luis Herrán, subdirector del Dispensario, que, a su vez, fallece
tres años después. La actividad del Dispensario siguió creciendo; en 1930 se
inaugura el Sanatorio “Briñas”, en Santa Marina, y será
función del Dispensario determinar qué enfermos ingresan en ese Centro y, tras
el alta, controlarles. La plantilla de médicos del Dispensario aumenta, y en
1933 el Dr. Silvano Izquierdo será nombrado
director. Bajo su mandato el Dispensario sigue con gran auge.
Importante fue la creación de las Enfermeras Visitadoras, que llegaban a todos los domicilios de los
enfermos, estudiando “in situ” cada caso y llevando una meritoria acción de
divulgación y prevención antituberculosa en los hogares. La radioscopia de
tórax se utilizó para la detección de lesiones tuberculosas, y a partir de 1927
realizó vacunaciones Anti-Alfa, según el método de Ferrán, que en 1933 se
sustituye por la B.C.G.
FOTO 8 Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3
de diciembre de 1966. Concurso de la pera. Alfonso Emperador Presidente de la
segunda planta. En las fotos inferiores: Concurso de feos y el jurado
Tras la guerra civil de 1936 hay un rebrote de
enfermedades infecciosas y parasitarias —como el tifus exantemático y la sarna—
que causaron importantes epidemias. También la tuberculosis se incrementó en
esos duros años de la postguerra. El nuevo régimen se preocupó de potenciar la
lucha antituberculosa; así, en Vizcaya, se ampliaron algunos sanatorios y se
crearon varios dispensarios en pueblos de Vizcaya: Guecho, Baracaldo, Guernica
y Ortuella (1).
Según nos cuenta en el periódico
ABC, en este artículo dice así:
El Grupo Sanatorial de Santa Marina, tiene una capacidad para la
asistencia de 700 enfermos en régimen de internado. El nuevo edificio
Generalísimo Franco tendrá cinco pisos y una capacidad de 300 camas (2).
En Vizcaya a finales de 1941 hubo
cerca del millar de muertes del terrible mal, se calcula que en la provincia de
Vizcaya existen cerca de 5.000 tuberculosos de los cuales, más de la mitad son
contagiosos y unos 800 necesitan ser aislados y asistidos en régimen sanatorial
(2).
En este año además de las mujeres
y varones son atendidos 113 niños. El sanatorio cuenta con ocho departamentos,
cada uno con un dormitorio de nueve camas, un comedor, cuarto de estar y
galería al aire libre, defendida del viento y de la lluvia. Los niños están
agrupados según sexo, edad y conforme a las lesiones. Además existe en el
sanatorio una capilla, escuela y patio de recreo, cubierto para los días de
lluvia. La regresión de las lesiones en este sanatorio infantil es sorprendente
rápida en muchos casos, aun considerando la sorpresa de la tuberculosis
infantil. Ha habido un niño que en cuatro meses ha cerrado sus lesiones
físicas, creció siete centímetros y engordó 12 kilos (2).
El Grupo Sanatorial de Santa
Marina, sus camas se distribuyen de la siguiente manera: edificio Víctor Tapia para niños con más de 100 camas; edificio Briñas destinado a mujeres con
260 camas y el edificio Generalísimo
Franco para 330 hombres (2).
FOTO 9 Jorge Castro (Enfermero),
paciente y Alfonso Emperador, Presidente de la segunda planta. Fiesta de San
Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966
Según nos cuenta en el periódico
ABC, en este artículo dice así:
Está enclavado el hermoso
Sanatorio en los montes de Santa Marina, sobre Galdácano, casi encima de la
Virgen de Begoña, resguardado de los vientos del Norte y con un verdadero
bosque en las proximidades y en torno del mismo. Consta de cinco plantas y una
inmensa galería para que en ella puedan pasear los enfermos durante el
invierno, y está dividido en cuatro unidades clínicas que, a su vez, se sub dividen
en tres grupos de tres salas cada uno de ellos, más las habitaciones para la
dependencia, situadas en la parte alta del edificio. Al servicio de cada sala habrá
una religiosa y las enfermeras. El personal del servicio médico lo integran los
siguientes profesionales, el director del establecimiento, cuatro médicos
internos y un capellán, tres enfermeras, veinte religiosas, sesenta y cuatro
criados y once mozos. Cuenta con el material más completo y más moderno.
El sanatorio Generalísimo Franco,
con capacidad para cuatrocientos adultos, constituirá con el de Víctor Tapia,
para ciento veinte niños y el de Briñas para trescientas cincuenta mujeres (3).
Grupo Sanatorial de Santa Marina. Bodas de Plata 1930 - 1955
Se ha celebrado con gran
solemnidad el vigésimoquinto aniversario de la Fundación del Grupo Sanatorial
de Santa Marina, con una misa oficiada por el Obispo de la Diócesis de Bilbao,
Dr. Morcillo, posterior a la misa se rezó un responso por los enfermos
fallecidos en el Sanatorio durante estos veinticinco años de la vida del mismo,
así como por las almas de los protectores de la Institución; y al final, se
entonó un Te Deum en acción de gracias (4).
FOTO 10 Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3
de diciembre de 1966. Concurso de feos y el jurado
En la sesión de apertura de los
actos conmemorativos lo realizó el director del Sanatorio Doctor Ramón Zumárraga, esta institución fue
inaugurada en el verano del año 1930 en la ladera del monte Santa Marina con el
nombre de “Enfermería Victoria Eugenia” que, en el transcurso de estos 25
años se ha transformado en la magnífica “Ciudad
Sanatorial de Santa Marina”, estando presentes autoridades civiles y
militares, la Junta de Damas del Sanatorio presidida por la Marquesa Carolina Mac Mahón y los benefactores: Luis Briñas y Víctor Tapia. A continuación un antiguo enfermo y el médico García Suárez, ex - becario de Santa
Marina, expresaron su agradecimiento. Finalmente el director general de
Sanidad, Doctor Palanca hizo historia de la lucha antituberculosa desde sus
comienzos, reportándonos a la época de los generales Primo de Rivera y Martínez
Anido, a los que se les puede considerar los primeros impulsores de la campaña
contra la peste blanca, así como un elogio de la provincia de Vizcaya,
asegurando que es una de las provincias que más se desvela por el problema de
la Tuberculosis (4).
La primitiva idea de la
construcción del Grupo Sanatorial,
fue regida en el año 1924, por el Doctor Francisco Ledo, nombrándose poco
después una Comisión Gestora, presidida por el Gobernador Civil de la Provincia
César Ballarín, de la que formaban parte, entre otros, Ceferino de Uríen,
Joaquín de Zuazagoitia, Francisco Ledo, Benigno Belausteguigoitia, José
Caballero, Emilio Otaduy, Carolina Mac Mahón, señora Condesa de Zubiría y la
señora Marquesa de Icaza (4).
FOTO 11 Fiesta
de San Francisco Javier en el Sanatorio de Santa Marina. Concurso de feos y el
jurado. Arriba a la derecha: Comida en el segundo piso. Abajo a la derecha concurso
de poesía y declamación y el ganador del concurso de feos. 3 de diciembre de
1966
Tres años más tarde se inician
las obras en los terrenos cedidos por Luis Briñas, en Monte Abril, junto a la
ermita de los Santos Justo y Pastor y el 2
de agosto de 1930, se inaugura oficialmente la “Enfermería Victoria Eugenia”,
con un médico Ramón Zumárraga, dos practicantes: Vicente Vázquez y Gonzalo
García Martín y cuatro Hermanas de
la Caridad. Los primeros enfermos que ingresaron fueron cuatro.
A finales del mismo año 1930
había 24 enfermos ingresados, número que se elevó a 63 un año después y a 100
enfermos al terminar el año 1932; cuya cifra se mantuvo hasta la inauguración
del nuevo “pabellón Briñas” en 1939,
que llegó a tener 250 camas y a 300 en 1950. La construcción de este pabellón
fue costeada por Luis Briñas, contribuyendo además con dos millones de pesetas
para el sostenimiento de la Institución (4).
En 1940, otro filántropo bilbaíno
Víctor Tapia, entregó un millón
doscientas mil pesetas para la construcción de un nuevo edificio destinado a
los niños tuberculosos, con capacidad para 100 enfermos; edificio que fue
estrenado en 1942 y al que se dio el nombre del donante. Y por último en 1944
el Generalísimo Franco, inauguró el Sanatorio que lleva nombre, construido por
el Patronato Nacional Antituberculoso (PNA), apto para 350 enfermos (4).
Estos tres sanatorios: el de
Briñas dedicado a mujeres, con 300 camas; el de Tapia para 100 niños de ambos
sexos y el de Franco con capacidad para 350 enfermos varones adultos,
constituyen el “Grupo Sanatorial de
Santa Marina”, considerado como uno de las mejores Instituciones
asistenciales del Patronato Nacional Antituberculoso, a cargo de cuyo organismo
corre la parte principal de su presupuesto, y a su sostenimiento contribuye
todo el pueblo de Vizcaya con sus donativos y con el producto de las
recaudaciones de la Fiesta de la Flor (un millón de pesetas anuales
aproximadamente).
FOTO 12 Obra de teatro en el sanatorio
de Santa Marina. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre
de 1966
El número de enfermos que han
pasado por el Establecimiento, durante los veinticinco años, excede de los diez
mil.
El personal del “Grupo Sanatorial de Santa Marina” lo
constituye: Un médico Director, un Sub-director, un Cirujano Jefe, tres médicos
ayudantes, un Jefe de Laboratorio, un Otorrinolaringólogo, un Anestesista, dos
Ayudantes del Equipo Quirúrgico, un Odontólogo y cuatro Becarios; un
Practicante del Servicio Quirúrgico, un Practicante, 30 Hermanas de la Caridad,
14 Enfermeras, 140 Sirvientes y de oficios diversos, un Administrador y tres
Auxiliares. (4)
El Patronato Nacional Antituberculoso y la
Ciudad Sanatorial de Santa Marina
La gravedad de la tuberculosis, y el hecho que los
principales afectados fueran hombres trabajadores con edades comprendidas entre
los quince y treinta y cinco años, hizo que la enfermedad y su resolución
adquirieran una relevancia capital.
Desde el Patronato Nacional Antituberculoso, que
sustituía al Real Patronato Antituberculoso creado en 1908 y otras
organizaciones posteriores, se controlaron y canalizaron los esfuerzos
iniciales para ampliar la oferta de camas existentes. Sin embargo, la nueva
institución tuvo que afrontar las dificultades propias de los años de
posguerra. Por lo que, la falta de recursos económicos limitó las actividades
del patronato y obligó a que, al igual que en los años anteriores, se
financiasen a través de cuestaciones como la establecida con la Fiesta de La
Flor, donaciones de particulares y empresas, y las contribuciones impuestas a
las instituciones locales.
Los comités delegados de cada provincia, que fueron una
continuación de las juntas provinciales antituberculosas anteriores a la
guerra, se encargaron de la recaudación de fondos, hospitalización de enfermos
y elaboración de estadísticas. Los integraban el gobernador civil como
presidente, otros cargos institucionales, eclesiásticos y sanitarios, el
arquitecto provincial y, en ocasiones, delegados de orden público, prensa y
propaganda.
El Comité Delegado de Vizcaya se conformó el 16 de julio
de 1937, un mes más tarde de la toma de Bilbao, iniciando su labor antes de que
el nuevo Estado, que aún estaba constituyéndose, definiera una política constructiva
antituberculosa. De ahí quizás los constantes desencuentros con el Patronato
sobre la financiación de sus propuestas, que en la mayoría de los casos fueron
posibles gracias a la labor de las gestiones locales.
Las instalaciones antituberculosas en la capital,
inicialmente se limitaron a un sanatorio y un dispensario, ya que el Hospital
Civil había dejado de prestar en gran medida esos servicios para atender a los
heridos de guerra; lo que motivó que el comité local se planteara la
habilitación de emplazamientos provisionales y la ampliación de los existentes.
La capital vizcaína ya contaba desde 1930 con la Enfermería Victoria Eugenia o Sanatorio
Luis Briñas, que recibía el nombre en honor a uno de sus principales
benefactores. El centro se ubicó en el monte Santa Marina, a cuatro kilómetros
de la capital, y allí fue donde se concretaron el resto de iniciativas de la
época.
El proyecto inicial de ampliación y reforma del edificio
existente dio lugar a la creación de un complejo sanatorial, que fue
proyectándose de manera paulatina, en virtud de los medios disponibles en cada
momento, y no como el resultado de una planificación previa de conjunto, que
tuvo por objetivo crear la infraestructura necesaria para atajar el problema de
la tuberculosis de manera definitiva en la provincia.
El resultado final fueron 770 plazas repartidas en tres
edificios: el Sanatorio Luis Briñas
anexo al ya mencionado con 300 camas para mujeres (1937 - 39), el Sanatorio Generalísimo Franco con 350
camas para hombres (1941 - 44), y el Sanatorio
infantil Víctor Tapia con 120 camas (1940 - 42). A ellos se les sumó la
ampliación del Sanatorio Ledo - Arteche
en pleno casco urbano de la Villa (1940 - 42), así como otros dispensarios de
diferentes municipios vizcaínos. El resultado fue una red asistencial que, al
igual que en años anteriores, fue pionera en la dotación de servicios
sanitarios en España. La importancia del proyecto bilbaíno respecto al resto de
iniciativas que se llevaron en la época, estuvo motivada por la extremada
gravedad que revestía la tuberculosis en la capital, que quedaba agravada por
la escasez de viviendas y la destacada industrialización de la zona.
FOTO 13 Concurso de feos, jurado votando, entrega de
premios e intervención de Manu. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio,
3 de diciembre de 1966
El Sanatorio Luis Briñas fue el primer proyecto que
se llevó a cabo, según los planos elaborados por Ricardo Bastida. El arquitecto
que se había encargado de la remodelación de la enfermería en los años treinta,
ocupaba de manera interina la plaza vacante del arquitecto provincial. De ahí
que realizara el proyecto inicial al que, en octubre de 1937, se incorporó el
nuevo arquitecto de la provincia: Gonzalo Cárdenas.
Las obras que dirigió Adolfo Gil, ascendieron a un coste
de 1.213.000 pesetas que se financió gracias a las suscripciones abiertas en
bancos y cajas, las recaudaciones de la Fiesta
de la Flor y la reiterada generosidad de Luis López de Briñas y de Carolina
Mac-Mahón, que donó 500.000 pesetas y con ello el nombre definitivo al proyecto
poco antes de su muerte el 18 de abril de 1938.
El 23 de noviembre de 1937 se colocó la primera piedra del
edificio y su inauguración, llena de contratiempos constructivos y económicos,
se retrasó hasta el 21 de junio de 1939, con motivo del segundo aniversario de
la toma de Bilbao. Estaba previsto que a los actos asistiera el Jefe del
Estado, de visita oficial en la Villa. Pero finalmente no acudió por abandonar
la ciudad un día antes. Aunque sí que estuvieron presentes numerosas
autoridades locales y del Patronato.
El sanatorio seguía el desarrollo horizontal del bloque anexo,
de cuya reforma también se encargaron Bastida, Cárdenas y Diego de Basterra. Se
trataba de un bloque rectangular de 190 metros de fachada con una galería corrida
en voladizo para curas en uno de sus frentes. El edificio contaba con una
planta baja destinada a servicios generales, dos pisos altos con habitaciones,
que incluían zona de ropero, aseo compartido cada dos cuartos, y una sala común
para los enfermos, así como una última planta habilitada con viviendas para el
personal residente.
El acceso a la sala y a las siete habitaciones de siete
camas en cada planta y sus dependencias anejas, se realizaba desde un corredor
zaguero, paralelo a la galería, que se comunicaba con el antiguo pabellón en
uno de los extremos. Mientras que el otro extremo albergaba habitaciones
aisladas para enfermos graves y contagiosos, así como la caja de escalera. Por
lo que las circulaciones dentro del pabellón y con el edificio anejo, requerían
de grandes desplazamientos, que no resultaban nada cómodos. Aunque la propuesta
estuvo en consonancia con la arquitectura racionalista, en su asimilación de
una estética naval en el exterior.
Los problemas de filtraciones en el nuevo pabellón y su
anexo, provocaron que en febrero de 1941 el nuevo arquitecto provincial Eugenio
María de Aguinaga junto con Ricardo Bastida, se encargaran de su reforma; a la
vez que las nuevas necesidades precisaron habilitar un “Servicio de Maternidad” y reformar la cuarta planta antes dedicada
a viviendas. Seguidamente los dos arquitectos se encargaron del resto de
proyectos de la lucha antituberculosa, ya que en la nueva Comisión Delegada que
se constituyó en marzo de 1940, fueron nombrados vocales, Bastida como vocal de
libre designación y Aguinaga en calidad de arquitecto de la provincia.
El comité local, siguiendo la política de años
precedentes, optó por culminar la remodelación y ampliación del resto de sus
servicios, y así lo hizo con el dispensario antituberculoso Ledo. El
edificio, inaugurado en 1915 y reformado en 1933, tenía un promedio de 52.000
consultas anuales, esto es, el doble de su capacidad; por lo que resultaba
preciso ampliar sus servicios. En agosto de 1940 Aguinaga se encargó del proyecto,
para lo que contó con la colaboración del médico director del dispensario Silvano Izquierdo, y la generosa
financiación de Juan Telesforo de
Arteche. Las obras del dispensario antituberculoso, que a partir de
entonces pasó a denominarse de Ledo- Arteche, como muestra de gratitud a uno de
sus principales benefactores, se iniciaron en enero de 1941, y no se terminaron
hasta casi un año más tarde, en diciembre de 1942.
La transformación del edificio de semi-sótano y dos
plantas de altura divido en dos bloques, consistió en el derribo del bloque más
pequeño, y el añadido de una nueva construcción de hormigón armado. Al exterior
los dos bloques presentan una apariencia uniforme, ya que el arquitecto optó
por recubrir todo el edificio, incluidas las viejas fachadas, a su juicio
recargadas y anticuadas, con chapa de ladrillo rojo; mientras que el zócalo se
revistió de piedra caliza blanca, y las jambas de los vanos con cemento con
recovo que imitaba el mismo material. Se trataba de una propuesta más cara que
un simple revoco o pintura utilizado en el proyecto de Santa Marina, pero que
Aguinaga justificó para lograr una solución duradera y acorde con el tipo de
institución. Además el tratamiento de las fachadas estaba en consonancia con la
estética de las nuevas construcciones que estaban ocupando el Ensanche de la ciudad.
Aunque en el interior del edificio Aguinaga se preocupó de la funcionalidad de los
servicios allí ubicados, favoreciendo flujos y comunicaciones rápidas, y
espacios independientes en el caso de que fueran necesarios.
FOTO 14 Don Luis Mari Esparza (Capellán), Chomin del Regato, Don Manuel
y Alfonso Emperador. Fiesta de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de
diciembre de 1966
Además de ampliar y remodelar las instalaciones
existentes, y acondicionar otras nuevas, el comité local vio la necesidad de
construir un sanatorio específico que se encargara de tratar la tuberculosis de
la población infantil. En este caso el sanatorio infantil, también se
erigió gracias al donativo de Víctor Tapia que dio nombre al centro, y a
los ingresos obtenidos con motivo de la fiesta de la Flor en las navidades de
1942. Con todo ello se sufragó el importe 1.200.000 pesetas que costó el
edificio. Además su construcción contó con la generosidad de las empresas que participaron
en ella, y se ubicó en los terrenos que Carolina Mac-Mahón donó al patronato,
en las inmediaciones del edificio Luis Briñas. Gracias a su localización fue posible
prescindir de servicios administrativos y médicos específicos ya proporcionados
por el sanatorio Luis Briñas y lograr, a su vez, cierta distancia respecto a
los adultos que se consideraba conveniente.
En diciembre de 1940 Aguinaga y Bastida, junto con las
indicaciones técnicas del Doctor Ramón
Zumárraga, director del centro de Briñas, se encargaron de elaborar el
proyecto, que se modificó parcialmente siguiendo algunas de las indicaciones
del P.N.A. al que hubo que remitir la propuesta. Las obras comenzaron el 13 de
enero de 1941, con el derribo de un caserío y el traslado de la ermita Santos
Justo y Pastor allí ubicada; y se terminaron en febrero de 1942, e inauguraron
el 14 de mayo del mismo año con la asistencia de las autoridades locales, el
Ministro de Gobernación y presidente del Patronato, Valentín Galarza.
El sanatorio infantil, al igual que el pabellón de Luis
Briñas, era un bloque rectangular abierto al sudeste en uno de sus frentes por
una galería. Constaba de un recreo cubierto, cocina y zona de servicio en
planta baja, y las habitaciones para los enfermos en los dos pisos superiores,
uno destinado a niñas y otro a niños. Los pisos altos constituían unidades
clínicas autónomas que se distribuían en torno a un corredor zaguero paralelo a
la galería que separaba, 4 habitaciones de 8 camas con terraza y un comedor-
estar anejo, del resto de servicios, incluidos los baños. En uno de los
extremos del sanatorio se ubicó un lazareto
con tres dormitorios y terraza, así como otras tantas habitaciones para
enfermos graves y operados, que tenían por objetivo evitar contagios e
infecciones.
FOTO 15 Intervención del
humorista Chomin del Regato, en la entrega de premios. Fiesta de San Francisco
Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966
A diferencia de la propuesta anterior, Aguinaga y Bastida
prestaron mayor atención de la célula hospitalaria (dormitorio, terraza,
comedor-estar). No en vano la habitación era donde se desarrollaba la curación
del enfermo y era, por tanto, la pieza más importante del conjunto. Los
arquitectos, conscientes de que estaban proyectando un centro menos dinámico
que los hospitales convencionales, donde los enfermos podían pasar estancias
que oscilaban entre los 25 o 350
días, hicieron de la habitación la pieza fundamental del sanatorio. Su objetivo
fue construir un espacio alegre y acogedor, ajeno al aspecto habitual de los
centros, y más cercano a un hotel de reposo; para lo que además de una nueva
distribución, propusieron una decoración y mobiliarios cuidadosamente
escogidos.
En el exterior el edificio
seguía, en su fachada de entrada, la estética marcada por el edificio de Luis
Briñas, con la salvedad de que las terrazas ya no estaban en voladizo, sino que
integradas dentro de la estructura, seguramente para proporcionar un espacio
más cómodo y resguardado. Siguiendo la tendencia de Aguinaga para evitar las
simetrías, la puerta de entrada estaba algo escorada, y sobre ella se alzó la capilla
que interrumpía el desarrollo longitudinal de la galería. Asimismo la zona del lazareto
contaba con una articulación diferenciada del resto del edificio, tanto en la cubierta
a dos aguas más pronunciada, como en las arcadas no arquitrabadas de la planta
baja. Por su parte, la fachada zaguera contrastaba con la principal, en su tratamiento
más descuidado, y en un desarrollo más abrupto y desigual, donde eran habituales
volúmenes salientes, que debido al muro de contención del desmonte, parecían
formar patios de escasa luminosidad.
FOTO 16 Sor Rosalía. Planta segunda en el comedor el día
de Nochevieja de 1966
Mientras se acometían las obras del sanatorio infantil y
el dispensario urbano, a comienzos de 1941, el Director General de Sanidad y
presidente efectivo del P.N.A., José Alberto Palanca de visita en Bilbao,
aceptó la propuesta del comité provincial de construir a cargo de Patronato un
nuevo sanatorio. El centro llevaría el nombre de Generalísimo Franco,
y tendría una capacidad de 330 camas para hombres, con el fin de destinar el
cercano centro de Luis Briñas a mujeres. De este modo el patronato se involucró
por vez primera en la construcción de uno de los sanatorios, que por otra parte
era el proyecto más ambicioso de todos los realizados, con casi la mitad de todas
las plazas que se habían habilitado hasta entonces.
En marzo de 1941 se formó una comisión constituida por los
arquitectos vocales y varios médicos para decidir la ubicación del edificio,
que finalmente se construyó junto al resto de sanatorios. Ya que el lugar
contaba con los accesos y abastecimiento de agua necesarios, permitía
diferenciar el tratamiento de hombres, mujeres y niños en edificios
específicos, podía contar con una misma dirección para todo el complejo, a la
vez que se completaba toda una ciudad sanatorial con la que se esperaba
resolver de manera definitiva la falta de camas de la provincia.
La premura por terminar el proyecto motivó que Aguinaga
tardara 21 días en idearlo. Para ello contó con la colaboración callada y
experimentada de Ricardo Bastida, así como del doctor Ramón Zumárraga y el administrador del centro Pablo Elola, que le proporcionaron por escrito el programa del
sanatorio, junto con varias observaciones sobre el pabellón recientemente
construido de Briñas, que por su capacidad sería similar a la nueva
construcción. Seguidamente el arquitecto recopiló toda la información que pudo
sobre sanatorios en diferentes libros y revistas de las que tomó varios modelos.
El arquitecto admitió la influencia de las propuestas del
Sanatorio de Paimio de Alvar Aalto (1929 - 32) en Finlandia con 296 camas, el
Sanatorio Lake County de William Pereira de 1938 en Waukegan, Illinois (Estados
Unidos), la ampliación del Sanatorio Luis Briñas de Ricardo Bastida y Gonzalo
Cárdenas, así como del proyecto de Hospital en San Sebastián de Manuel Sánchez
Arcas, José Manuel Aizpúrua, Joaquín Labayen, Eduardo Lagarde de 1933, con el
que también colaboró Eduardo Torroja.
Aguinaga, sirviéndose de sus modelos, su experiencia y un
presupuesto limitado, se decantó por una propuesta que constaba de dos bloques
rectangulares paralelos de cinco pisos de altura pero diferente longitud. Los
dos edificios se comunicaban entre sí por un cuerpo central que daba acceso al
edificio, y que nos podría recordar directamente al sanatorio de Aalto, y a la
unidad clínica del pabellón tuberculoso de Sánchez Arcas y sus colaboradores
para San Sebastián. La estructura era el resultado de la voluntad del
arquitecto por prescindir de la habitual planta simétrica de aeroplano
utilizada en proyectos hospitalarios, de los cuerpos excesivamente largos como
el pabellón de Luis Briñas que resultaba poco funcional e incómodo, y su deseo
de favorecer espacios independientes y circulaciones cómodas y fluidas.
En el cuerpo de enlace acristalado, el arquitecto ubicó un
gran hall de entrada con cuatro ascensores y dos escaleras que permitían
comunicar y atender con comodidad los servicios instalados en los dos bloques,
tanto en vertical como en horizontal. En el cuerpo menor de la planta baja,
orientado al norte, se instalaron la administración, la dirección del centro y
algunos servicios médicos; y en el cuerpo más amplio las salas de rayos, la
cocina y lavandería. Se trataba de un espacio que permitía la entrada de
ambulancias con enfermos y automóviles hasta el interior para abastecer el
sanatorio y evacuar los cadáveres con discreción.
Los pisos altos abiertos al norte albergaron los servicios
médicos en una de sus partes y, en otra, los dormitorios para pacientes
aislados y graves. Mientras que el cuerpo más amplio, que contaba con un frente
de 83 metros
orientado al sur, acogió el resto de habitaciones abiertas a las galerías de
curas. Finalmente el último piso se dedicó a las viviendas de los sanitarios y
religiosas residentes, desde donde podían acceder al coro de la capilla de dos
pisos de altura que se alzaba sobre los servicios médicos.
FOTO 17 Sor Nieves y Sor Rosalía.
Planta segunda en el comedor el día de Nochevieja de 1966
Al igual que el sanatorio infantil, cada planta fue
concebida como una unidad clínica autónoma, con las habitaciones y los
servicios necesarios que permitiese una organización más eficiente del trabajo.
Así cada unidad disponía de servicios médicos de reconocimiento, aseos comunes,
sala - comedor ubicada junto a los ascensores, servicio de comidas y
habitaciones.
Las habitaciones se convirtieron una vez más en la
principal preocupación de Aguinaga, al concebirlas como módulos que
estructuraban y determinaban el resto del edificio. Al igual que en el
sanatorio infantil, el arquitecto diseñó dos células de habitación: una más
pequeña para aislamientos y otra de mayor tamaño para curas, que ubicó en cada
uno de los bloques para evitar retranqueos o superficies excesivas en galerías
o pasillos. En el bloque menor dispuso cinco habitaciones de dos camas por
planta destinadas a enfermos que necesitaban de aislamiento por su situación, y
por lo tanto prescindían de galería. Mientras que el otro bloque albergó 9
habitaciones corridas de 8 camas de 6.40 x 7.50 metros y galería
compartida para curas. Siguiendo la experiencia del sanatorio infantil, el
arquitecto se decantó por la galería cubierta y descartó la terraza en voladizo
que no le habían recomendado ni médicos, ni pacientes por ser menos efectiva en
el recogimiento, el abrigo, y en la protección del viento y de la luz
excesivas.
El arquitecto era consciente de que hubiese sido
preferible cuartos con un número menor de camas, pero se hubiera tratado de una
opción más cara, tanto en la construcción como en el número de personal que en
aquella época no se podían permitir. Más si cabe en uno años en los que las
habitaciones eran ocupadas por más camas de las inicialmente previstas.
Por su parte, el salón - estar y los baños quedaban
desgajados de la célula de habitación, seguramente a favor de un mayor
aprovechamiento económico y espacial que siempre preocupó al arquitecto. El
primero se ubicó entre los dormitorios, interrumpiendo la galería, y repitiendo
el carácter discontinuo de su anterior experiencia. Mientras que, siguiendo la
tendencia habitual de la época, los aseos, que eran escasos y compartidos, no
formaron parte de los módulos, y se ubicaron de manera independiente, bien
junto a algunas habitaciones o en la crujía posterior de los dormitorios, con
el pasillo como separación entre ambos. El arquitecto reconocía que la
ubicación de los baños entre las habitaciones resultaba más cómoda para los pacientes,
pero ello aumentaba la longitud de la fachada y el presupuesto de la obra. También
hemos de considerar que los hábitos de higiene eran diferentes a los actuales.
Así lo apuntó Aguinaga al referirse a la falta de higiene de los
hospitalizados, su poco respeto hacia las instalaciones, y la habitual carencia
de agua caliente que por economía se limitaba a contados días de la semana.
Tras la zona de dormitorios, para Aguinaga la pieza más
importante del sanatorio fueron los servicios médicos. A su juicio debían
constituirse como una unidad independiente, pero perfectamente enlazada con el
resto del conjunto. Así los servicios médicos generales, aunque repartidos
entre las tres primeras plantas, constituían un bloque independiente,
conformado por los servicios de cadáveres en planta baja, las especialidades
médicas, dirección y archivo en el primer piso, la cirugía en el segundo, y los
laboratorios y farmacia en el tercero. Los servicios médicos principales
estaban por tanto en la planta intermedia, y facilitaban el recorrido vertical
hacia dos plantas arriba y abajo.
El arquitecto consideraba que el resto de servicios tenían
que estar en virtud de los dos principales, relegando las viviendas de los
residentes al último piso, para evitar que éstos y los enfermos compartiesen
circulación; y disponiendo los servicios de alimentación y ropa en la planta
baja, pero facilitando su circulación vertical. Así el servicio de lavandería
estaba conectado al resto de pisos mediante una tolva, mientras que la cocina enlazaba
con los comedores de los pisos superiores a través de los ascensores.
Sin embargo, al poco tiempo se centralizó el servicio de
alimentación de todo el grupo sanatorial que hizo que la cocina de 90 metros cuadrados,
resultara insuficiente en espacio, volumen y ventilación, y se apuntó la
necesidad de ampliarla. En consecuencia entre 1948 y 1949 Aguinaga ideó un
original pabellón - cocina de nueva planta adosada al bloque posterior, y
comunicado con el otro bloque mediante un pasadizo cubierto que facilitase el
trabajo. Se trataba de un espacio rectangular de 150 metros cuadrados
y una altura media de 6.50
metros, 7.20 en su punto máximo, que prescindía de poste
alguno gracias al uso de la viga Vierendell de 15.70 metros de luz.
La cubierta era de forma curva, con una bóveda de hormigón alicatada con
azulejo blanco de 10 x 20, que permitían reflejar la luz que penetraba por los
ventanales laterales a diferente altura de las fachadas, que se conformaban en
base a bloques de vidrio calados en carpinterías metálicas. La originalidad
estuvo presente incluso en el pavimento donde adoptó baldosín blanco de gres de
forma hexagonal.
FOTO 18 Todos los enfermos ingresados en la Segunda Planta
en el comedor con las Hermanas de la Caridad, Sor Rosalía y Sor Nieves, año
1967
La economía y la rentabilidad del conjunto incidió, no
sólo en la distribución y organización mínima del espacio, sino que también en
el uso de materiales de menor calidad que se deterioraron rápidamente debido a
su uso; y en la omisión de elementos decorativos que prescindían de recubrir la
fachada con ladrillo rojo, tal como le habría gustado y había tenido
oportunidad de realizar en el dispensario de la capital. En su lugar el
arquitecto optó por un revoco granulado de mortero de cemento o tirolesa, que
provocó problemas de conservación que motivaron el enchapado final, nada
acertado, que presenta en la actualidad.
En 1952 el arquitecto Carlos de Miguel, director de la Revista
Nacional de Arquitectura, ante la expectación y éxito que despertó el
edificio de su amigo Eugenio María de Aguinaga, le invitó a que participara en
una de las conferencias de Crítica de Arquitectura desde las que, como ya hemos
apuntado, se propició el debate sobre diferentes temas. En su conferencia, que
recogió parcialmente la revista, Aguinaga se refirió a los centros
hospitalarios como una de las misiones más atractivas para un arquitecto.
Ya que se trataba de proyectos libres de las restricciones de las ordenanzas y
generalmente en emplazamientos bellos, en los que se tomaba el reto de alimentar,
vestir y cuidar de la salud física del enfermo, pero también de la salud de su
alma, al educarle, entretenerle y propiciar su convivencia con otras personas.
En la conferencia Aguinaga además de analizar las ventajas
e inconvenientes en el modo de construir y planificar un sanatorio, también
criticó su propuesta basándose en la experiencia de años de funcionamiento. El
arquitecto censuró la imposibilidad de poder ampliar el edificio en sus
extremos en caso de que fuese necesario. También censuró el escaso tamaño de la
cocina que tuvo que ser reformada, el no haber incluido armarios empotrados en
las habitaciones, que tuvieron que ser añadidos aprovechando el doble tabique
de fondo de la crujía; el exceso de servicios médicos, que ya se apuntó en uno
de los informes que le remitió el patronato; así como la mala calidad y bajo
coste de los materiales empleados en la carpintería y fontanería debido a un
mal sentido de la economía. Sí que le satisfizo la colocación general de los
bloques en altura, el número de pisos, la ubicación de escaleras y ascensores,
el tipo de dormitorio adoptado, y la nueva cocina. No en vano se trató de un
esquema que repitió en 1949 cuando la Diputación le encargó una Clínica
Neuro-Psiquiátrica en Bilbao que nunca llegó a erigirse.
El resultado del esfuerzo de Aguinaga fue la culminación
de la “primera ciudad sanatorial
antituberculosa de España”, y que la Villa se adelantara a la política
de sanatorios que se quiso implantar desde el Patronato en años posteriores. De
hecho el sanatorio masculino fue un centro modélico para el patronato, en el
que se formaron planes piloto de la lucha antituberculosa. Además resulta
significativo que cuando en 1944 la Revista Nacional de Arquitectura publicó
algunas de las construcciones terminadas por el Patronato se eligieran tres
sanatorios: las remodelaciones de Aurelio Botella en los centros de de
Valdelatas en Madrid y Alcohete en Guadajalara, y el centro Generalísimo Franco
en Bilbao. A la vez que el edificio de Aguinaga fue el único centro de sus
características que se mostró en la Exposición de Arquitectura Hispano Americana
celebrada en Barcelona de 1949 con motivo de la V Asamblea Nacional de Arquitectos
que organizó la D.G.A.
La ciudad
sanatorial de Santa Marina en general, y el último proyecto de Aguinaga en
particular, fueron un ejemplo aislado de la construcción antituberculosa de la
época. El hecho de que los primeros proyectos se llevaran a cabo antes de que el
patronato se organizara de manera definitiva, junto con la tradición de la
provincia de llevar a cabo sus propias propuestas, -que ya fue explicitada por
el gobernador civil de Vizcaya, Miguel Ganuza, al patronato en 1939, motivó una
autonomía en la elaboración y ejecución de las obras, que no fue habitual en el
funcionamiento del P.N.A.
Así mientras la ciudad sanatorial bilbaína estaba
construyéndose, en agosto de 1942 el patronato convocó un concurso de
anteproyectos de sanatorios antituberculosos con el fin de conseguir un
sanatorio tipo que se adaptase a las necesidades climáticas de cada región. A
la vez que a finales de 1942 el Patronato pidió a la D.G.A. que le propusiera
modelos constructivos para conseguir una mayor rapidez y uniformidad en los
edificios. En 1943 la Revista Nacional de Arquitectura daba cuenta de
las propuestas galardonadas, y los resultados del plan de construcciones
sanitarias que en 1943 había conseguido instalar 5.755 camas y proyectar 10.245
más en obras de conservación, ampliación y mejora de los centros existentes y
la construcción de otros nuevos. Se trataba de propuestas que se redactaron
desde la Sección de Arquitectura del Patronato, que a partir de 1943 pasó a
depender directamente de la Dirección General de Arquitectura, que también se
hizo cargo del resto de edificaciones que fuera preciso acometer desde la
Dirección General de Sanidad.
Seguidamente, el 15 de noviembre de 1944, se aprobó la Ley
de Bases del Patronato Nacional Antituberculoso, y el Patronato comenzó la
construcción de varios sanitarios tipo que, con algunas variaciones, siguieron
los proyectos premiados y publicados en 1943. Para diciembre 1947 se habían
conseguido 25.000 camas, y el plan que se aprobó en diciembre del mismo año
anunciaba la habilitación de 25.000 más. Durante el período en que tuvo
vigencia el nuevo plan, en Bilbao, entre 1947 y 1950, se acometieron las obras
de ampliación y reforma del antiguo Instituto Provincial de Higiene en
la calle de María Díaz de Haro de la mano de Ambrosio Arroyo, arquitecto del
Patronato, y Antonio Zobarán. El centro siguiendo la estética marcada en el
dispensario Ledo- Arteche, albergó nuevas dependencias para sanatorio
antituberculoso, así como de puericultura, maternidad, hematología, higiene mental,
oftalmología, otorrinolaringología, dermatología, odontología e inspecciones provinciales
de farmacia y veterinaria con un coste total de cinco millones de pesetas que
desembolsaron la Diputación, el Ayuntamiento, el Patronato Nacional Antituberculoso,
la Dirección General de Sanidad y el Ministerio de la Gobernación.
FOTO 19 Obra de teatro en el sanatorio de Santa Marina. Fiesta
de San Francisco Javier en el Sanatorio, 3 de diciembre de 1966
Sin embargo las carencias de la lucha antituberculosa
fueron el vivo reflejo de las penurias de la época. No sólo se construyó con
retraso, sino que además se careció de los medios médicos y humanos necesarios
para poder llevar a cabo una política sanitaria adecuada. En todos los casos
las habitaciones acogieron más camas de las inicialmente previstas, por lo que
la saturación y la falta de espacio fue habitual en los primeros años de lucha
contra la enfermedad.
Además solía ser complicado alimentar a los enfermos, a la
vez que hasta 1954 fueron habituales las dificultades para conseguir el
material radiológico y medicinas necesarias, tanto por su escasez como por su
elevado precio. En consecuencia, los médicos se vieron obligados a dedicar las
existencias a aquellos enfermos presumiblemente curables, que tampoco contaban
con el personal subalterno necesario que se encargarse de su cuidado. En suma,
la nueva arquitectura de los sanatorios antituberculosos, a pesar de la
repercusión y presencia que tuvieron gracias a la política de propaganda del
gobierno; tan sólo ocultó las carencias y penurias de un Estado que no contaban
con los medios necesarios para proporcionar una atención sanitaria adecuada. De
hecho hubo que esperar hasta la década de los cincuenta para que la curación de
la tuberculosis fuera una realidad, y el cáncer fuera la primera causa de
mortalidad. Fue a partir de 1943 cuando se desarrollaron con éxito los primeros
experimentos con medicamentos contra la tuberculosis, más concretamente la estreptomicina y la isoniazida. Pero se trataba de fármacos
caros que la industria farmacéutica española no pudo fabricar a un precio asequible
hasta 1957.
FOTO 20 Las dos fotos superiores:
Regalo a Don Manuel el 1 de enero de 1967, con el Belén de la segunda planta al
fondo. Las dos fotos inferiores: Los enfermos comiendo una mariscada el día de
Reyes de 1967
En los centros bilbaínos se ensayaron tímidamente los
nuevos tratamientos en base a estreptomicina a partir de 1947, pero con un
coste entre tres o cuatro veces mayor a la terapia anterior. A partir de 1952
el descenso de la enfermedad gracias a los nuevos medicamentos, junto con la
desaparición del racionamiento que indicaba las posibilidades de una mejor
nutrición, la construcción de viviendas salubres y la extensión de la medicina
social, esto es, la mejora de las condiciones socioeconómicas del país,
hicieron que la tuberculosis ya no tuviera la relevancia de años anteriores.
FOTO 21 Jugando en la galería de la segunda planta del
sanatorio Santa Marina. Marzo 1967
Esta situación propició que en 1954 el patronato decidiera
paralizar su política de construcción de sanatorios, y un lógico cambio en las
instalaciones de los creados, que pasaron a albergar pacientes con otras
patologías, principalmente enfermos con neuropatías, cardiopatías o cáncer de
pulmón. De hecho en 1958 se creó un nuevo Patronato
Nacional Antituberculoso y de las Enfermedades del Tórax, que ya no
tenía la tuberculosis como el principal objetivo de su trabajo. De ahí que en
la actualidad el complejo sanatorial de Santa Marina se encuentre en un estado
que nada tiene que ver con el original. Ya en 1986 se procedió al derribo de
los pabellones de Luis Briñas, y el mismo camino siguió el dispensario Ledo-
Arteche al ser sustituido recientemente por la nueva sede del sistema vasco de
salud, Osakidetza. El sanatorio infantil se encuentra, por su parte, en un
estado total de ruina y abandono, mientras que el edificio de Aguinaga es el
único que sigue utilizándose como hospital.
FOTOGRAFÍAS
Foto 1: Parte superior fotografía
cedida por Ángel Martín Artime. Parte inferior: Excelentísimo Ayuntamiento de
Bilbao. Boletín estadístico de la Villa. Segundo trimestre. Año 1955. Páginas
16 - 17
Foto 2: Enfermera cedida por
Ángel Martín Artime. Óleo de Théobald Chartran
Fotos 3 y 4: Escaneadas del
trabajo de Francisco Javier Muñoz Fernández. La arquitectura racionalista en
Bilbao, 1927 – 1950. Tradición y Modernidad en la época de la máquina. Tesis
Doctoral. Universidad del País Vasco. Bilbao 2011. ISBN: 978-84-694-9621-3.
Páginas 639 - 655
Foto 5: Foto sacada de: Actividad empresarial y
política de D. Víctor Tapia
Segunda foto
sacada de la revista Gráficos de Vizcaya
Fotos de la 6 a la 22: Archivo fotográfico
privado de Manuel Solórzano Sánchez
FOTO 22 Enfermos paseando por el
campo cercano al Sanatorio Santa Marina. Marzo 1967
BIBLIOGRAFÍA
1.- La tuberculosis. José María Urkia Etxabe. Cuadernos de
Sección. Ciencias Médicas 2. (1992) p. 139 - 153. ISBN: 84-86240-40-4. Donostia:
Eusko Ikaskuntza
2.- ABC del 14 de Noviembre de
1942. Página 12
3.- ABC del 18 Junio de 1944.
Página 25
4.- Excelentísimo Ayuntamiento de
Bilbao. Boletín estadístico de la Villa. Segundo trimestre. Año 1955. Páginas
16 - 17
5.- Francisco Javier Muñoz
Fernández. La arquitectura racionalista en Bilbao, 1927 – 1950. Tradición y
Modernidad en la época de la máquina. Tesis Doctoral. Universidad del País
Vasco. Bilbao 2011. ISBN: 978-84-694-9621-3. Páginas 639 - 655
AGRADECIMIENTOS
José María Urkia Etxabe
ABC
Ángel Martín Artime
Excelentísimo Ayuntamiento de Bilbao
Francisco Javier Muñoz
Fernández
Raúl Expósito González
Alfonso Emperador
Decorpas
Pedro Cano Abadía
Jesús Rubio Pilarte
Manuel Solórzano
Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio
de Traumatología. Hospital
Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza-
Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad
Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza /
Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana
de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de
Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la
Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN,
A.C.
Miembro no numerario de la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)