martes, 15 de enero de 2013

LLAMA A LA COMADRONA



Memorias de la joven enfermera Jenny Lee como comadrona en prácticas en los años cincuenta en el Convento Nonnatus, situado en uno de los distritos más pobres de Londres

Autora: Jennifer Worth. Trabajó como comadrona en Londres de 1953 a 1973, acumulando todo tipo de experiencias. Este libro es el primero de una trilogía de la que se vendieron tres millones de ejemplares en Gran Bretaña entre 2007 y 2009. La autora murió en mayo de 2011 sin poder participar del éxito de la serie de televisión basada en sus libros, producida por la BBC y que tiene a Vanessa Redgrave como una de sus protagonistas. De la editorial “Lumen de narrativa”.


FOTO 001 Portada y contraportada del libro ¡Llama a la Comadrona!

Sinopsis
A mediados del siglo pasado, la vida en el East End de Londres era tan dura que una chica de veintidós años necesitaba agallas y humor para soportarla y comprender qué se escondía detrás del rostro maquillado de una prostituta o la chulería de un ladrón. Cuando la joven enfermera Jenny Lee llega a la Casa Nonnatus, no sabe que es un convento; allí ha sido enviada para completar su formación como enfermera y especializarse en la profesión de comadrona. Bajo la mirada experimentada y humana de las religiosas que gobiernan el convento, Jenny y sus tres colegas Cynthia, Trixie y Chummy traerán al mundo cientos de niños con gran entrega y humildad.

Su trabajo se desarrolla en un barrio y una ciudad marcada por las cicatrices de la guerra: edificios bombardeados, basura, parásitos y pestilencia. En estas condiciones, las comadronas harán su trabajo, ayudando a muchas mujeres, todas pobres, como Conchita Warren, una española madre de 25 niños, que se lleva estupendamente con su marido inglés aunque no puedan hablar, pues el uno no entiende el idioma del otro y viceversa... Poco a poco la vida de Jenny se verá repleta de sentido, humanidad y empatía por los demás.

Si Dickens nos dejó un testimonio de las paupérrimas condiciones de los niños condenados a trabajar en las fábricas del Londres finisecular, Jennifer Worth nos revela, con la misma humanidad, las necesidades de miles de mujeres en una época no tan lejana (1).

Comienzo
San Ramón Nonato se alzaba en el corazón de la zona portuaria londinense. Era una zona densamente poblada, la mayor parte de las familias vivían allí desde hacía varias generaciones y normalmente no se alejaban jamás de sus calles dond habían nacido. La vida familiar se desarrollaba en espacios reducidos y lo niños crecían bajo los cuidados de una nutrida parentela de tías, abuelas, primos y hermanos mayores que vivían todos ellos a unas pocas casas de distancia. Los niños eran omnipresentes, y las calles sus patios de recreo. En los años cincuenta existían muy pocos coches en los barrios pobres y los críos podían jugar en las calles sin ningún temor.


FOTO 002 Fotos de la serie de televisión de la BBC. Trajes de enfermeras

Los solares eran unos grandes derrumbamientos de casas y almacenes destruidos por las bombas y eran un escenario habitual en las aventuras infantiles. Se trataba de una zona peligrosa, los heridos por arma blanca eran habituales, así como las reyertas en plena calle. Eran tiempos de bandas, escaramuzas entre esas bandas criminales, el ojo por ojo, el crimen organizado y la rivalidad de la muerte. Los policías patrullaban por todas partes pero nunca solos. Pero nunca se oyó hablar de que a una anciana la tirasen al suelo para robarle la pensión, ni de ningún niño secuestrado o asesinado. La inmensa mayoría de los hombres que vivían en la zona trabajaban en los muelles. Había mucho trabajo, con unos salarios ínfimos y con unas jornadas laborales larguísimas.

Por lo general el oficio era cosa de familia, y pasaba de los padres a los hijos o a los sobrinos. Para los obreros que trabajaban a jornal, la vida debía de ser un auténtico infierno. Cuando no había embarcaciones que estibar no había trabajo para nadie, y los hombres se quedaban merodeando junto a la verja de los muelles, fumando y buscando pelea. Cuando llegaba un barco podían estar descargándolo durante 18 horas seguidas de extenuante trabajo físico. No es de extrañar que cuando terminaban el trabajo y con dinero fresco terminasen en un Pub y bebieran hasta caer totalmente borrachos. Las parejas se casaban muy jóvenes, reinaba una moral muy estricta. Las parejas fuera del matrimonio eran una rareza de las que apenas había noticias. No existían los métodos anticonceptivos, las mujeres discutían sobre los días seguros, y algunas utilizaban plantas abortivas, ginebra y jengibre, lavados con agua caliente, ya que la mayoría de los hombres se negaban a utilizar los preservativos.

Lavar la ropa, tenderla y plancharla ocupaba la mayor parte de la jornada laboral de cualquier mujer. Cuando acudía una comadrona a una casa tenía que sortear toda la ropa que estaba colgada en el patio, las escaleras, en el pasillo, en la cocina, en la sala de estar y en la propia habitación donde estaba la futura parturienta. Normalmente una vez a la semana las mamas llevaban a sus hijos a los baños públicos para lavarles, muchas de las casas no tenían más que un cuarto de baño para toda la vecindad. Curiosamente para los jóvenes la iglesia era a menudo el epicentro de la vida social.

En la época victoriana, las reformas sociales sacudieron el país. Por primera vez en la historia se alzaron las voces contra las injusticias, lo que agitó la conciencia colectiva. La necesidad de dotar a los hospitales de buenos cuidados de enfermería despertó el interés de muchas mujeres cultivadas y con visión de futuro. La Enfermería y la Partería se encontraban en un estado deplorable. Ninguna de las dos profesiones o anteriormente oficios se consideraban ocupaciones respetables para una mujer con estudios, por lo que las analfabetas habían ido ocupando las vacantes. Los personajes caricaturescos de Sairey Gamp y Betsy Prig, ignorantes, sucias, aficionadas a la ginebra, creados por Charles Dickens pueden parecernos hoy hilarantes, pero no nos habría hecho ni pizca de gracia si nos hubiésemos visto obligadas a poner nuestras vidas en sus manos por el sólo hecho de ser pobres.

Florence Nightingale es la más célebre de nuestras enfermeras, y su dinamismo y dotes de organización cambiaron para siempre la imagen y la práctica de la enfermería. Pero no estaba sola, y en la historia de la profesión han sido muchos los grupos de mujeres enfermeras que dedicaron su vida a mejorar la práctica de la enfermería. Uno de esos grupos era el de las comadronas de San Ramón Nonato (2), una orden religiosa de monjas anglicanas consagradas a mejorar las condiciones en las que daban a luz las mujeres sin recursos. Fundaron residencias para comadronas en las zonas más desfavorecidas de las grandes ciudades industriales de Gran Bretaña. Estas monjas con sus luchas consiguieron que en 1902 se aprobase la primera Ley de las Comadronas, naciendo la Real Escuela de Comadronas. Este trabajo se basaba en el pilar de la disciplina religiosa. La autora lo describe así: no me cabe duda de que esto resultaba necesario entonces, pues las condiciones de trabajo eran tan terribles, y el trabajo tan arduo, que solo quienes hubiesen sentido la llamada de Dios querrían asumirlo. Florence Nightingale dijo que cuando tenía poco más de veinte años tuvo una visión de Jesús, y que este le dijo que debía consagrarle su vida.


FOTO 003 Foto de la serie de televisión de la BBC

Las comadronas de San Ramón Nonato trabajaban en las barriadas más pobres, eran las únicas comadronas dignas de confianza de toda la zona. Trabajaron incansablemente entre epidemias de cólera, fiebre tifoidea, polio y tuberculosis, desarrollaron su trabajo entre dos guerras mundiales, permanecieron en Londres incluso durante los ataques de los bombarderos alemanes que castigaron duramente la zona portuaria. Trajeron niños alo mundo en los refugios antiaéreos, criptas de iglesias y estaciones de metro. Así era el trabajo infatigable, altruista, al que habían consagrado sus vidas, y eran conocidas, respetadas y admiradas en toda la zona portuaria por quienes allí vivían. Todos hablaban de ellas con sincero afecto. Como nos cuenta la autora de este libro: cuando las conocí eran una orden de monjas plenamente entregadas a Dios y obligadas por los votos de pobreza, castidad y obediencia, pero también enfermeras cualificadas y comadronas, circunstancia que me llevó a unirme a ellas. Fue la experiencia más importante de mi vida.

La joven enfermera Jenny Lee
¿Por qué me he metido en esto? ¡Debo estar loca! Podría haber sido cualquier cosa: modelo, azafata, camarera de barco. Sólo una imbécil decidiría hacerse enfermera. Y ahora comadrona…

¡Las dos y media de la madrugada! Medio dormida aún, me las arreglo para ponerme el uniforme. Solo tres horas de sueño tras una jornada laboral de diecisiete horas. ¿Quién trabajaría en semejantes condiciones? ¿Por qué me habré metido enfermera? Mis pensamientos se remontan a cinco o seis años atrás. Por descontado, no había sentido en ningún momento la llamada de la vocación, el ardiente deseo de curar a los enfermos que supuestamente sienten las enfermeras. ¿Y qué fue, entonces? Un desengaño amoroso, sin duda la necesidad de alejarme, un desafío o el uniforme sexy con los puños vueltos y el cuello almidonado, la cintura ceñida y la cofia tan coqueta, pensaba Jenny mientras pedaleaba entre la lluvia.

Jenny mientras esperaba en un cuarto de una casa londinense para atender al parto pensaba: ¿Por qué no gozan las comadronas del protagonismo social que merecen? ¿Por qué pasan inadvertidas? Deberían ser objeto de grandes alabanzas por parte de todos, pero no es así. La responsabilidad que asumen es inconmensurable, sus conocimientos y pericia no tienen parangón, y sin embargo nadie las valora en su justa medida, y por lo general se desdeña su labor.

En los años cincuenta en Londres, las comadronas impartían clases a todos los estudiantes de medicina. Había, claro está, un obstetra que les enseñaba el contenido teórico, pero sin la práctica clínica de nada sirve la teoría. Así en los hospitales universitarios a cada estudiante se le asignaba una comadrona que desempeñaba el papel de tutora, y este le acompañaba a su distrito para aprender los aspectos prácticos de la atención al parto. Todos los médicos de cabecera habían recibido formación por parte de una comadrona, aunque ese detalle apenas trascendía.

Jenny pensaba: Si alguien me hubiese dicho dos años antes que entraría en un convento para formarme como comadrona, no habría podido reprimir una sonrisa. Pensé que era un pequeño hospital privado de los cientos que había repartidos por el país. Llegué con todas mis pertenencias un día muy lluvioso y al anochecer de octubre, sin conocer la situación, solares destrozados por las bombas, sin alumbrado público, las fachadas eran sucias y grises, yo no encontraba el hospital y tuve que preguntar, allí me encontré con una sucia fachada de ladrillo rojo con arcos y torrecillas de estilo victoriano y rejas de hierro. No se veía ninguna luz en todo el edificio, que lindaba con un solar devastado por las bombas y pensé “¿Dónde diablos me he metido?” Esto no puede ser un hospital.

Llamé al timbre, oí unos pasos y me salió abrir una señora extrañamente ataviada; no parecía enfermera, pero tampoco monja. Se dio la vuelta y me condujo por un pasadizo de piedra. El velo blanco flotaba como una estela sobre su espalda, la desconocida entró en una enorme cocina de estilo victoriano en la que el suelo y el fregadero eran de piedra. Estado con la monja que me había abierto la puerta y tomando un té y un trozo de pastel aparecieron tres monjas hablando de enemas, estreñimiento y venas varicosas. Una de ellas redirigió a mí y me dijo: tú debes de ser la enfermera Lee, te estábamos esperando, yo me llamo sor Julienne, y soy la directora de la residencia, después de cenar tendremos una pequeña charla en mi despacho.

Cuando subía a mi habitación aparecieron dos enfermeras jóvenes de mi edad eran Cynthia y Trixie. A continuación me llamó la madre superiora y me explicó en que consistiría mi formación, así como las normas de funcionamiento de San Ramón Nonato. Durante cerca de tres semanas haría todas las visitas bajo la supervisión de una comadrona experimentada, y a partir de entonces saldría por mi cuenta a hacer el seguimiento pre y posnatal de las pacientes que me asignaran. Sólo atendería partos bajo la supervisión de otra comadrona. Las clases teóricas se impartirían por la noche, una vez a la semana, después de la jornada laboral. Solo nos estaba permitido estudiar en nuestro tiempo libre.


FOTO 004 Foto de la serie de televisión de la BBC

LA SERIE DE LA BBC
El libro se llevó a la pequeña pantalla mediante una serie de televisión producida por la BBC, constituyéndose como un gran éxito de una ficción histórica de esa cadena pública británica. “Llama a la comadrona” ha tenido cuotas de pantalla envidiables, llegando a reunir a 10.000.000 de personas frente al televisor en Inglaterra. Producida por Neal Street Productions, la compañía de Sam Mendes y Pippa Harris, y basada en las memorias de la comadrona Jennifer Worth, esta miniserie también se ha estrenado en España, en la cadena AXN White.

Al igual que en el libro, está ambientada en el East End londinense en 1957 y está protagonizada por una joven que, a pesar de haber sido criada en la opulencia, decide ser enfermera y más tarde comadrona, que aterriza en uno de los barrios más pobres de Londres.

Jenny se unirá a las monjas-enfermeras de Nonnatus House, convirtiéndose en parte del equipo de comadronas que visitan a las embarazadas de Poplar, dando a las mujeres más pobres la mejor atención de la que son capaces.

Entre la pobreza y la miseria, la joven encuentra pacientes que le enseñan un mundo que desconocía. Mujeres como Conchita, que pasa por su embarazo número 25 o como Mary, una prostituta embarazada con sólo 15 años. Al principio, queda sorprendida por las atroces situaciones que encuentra, pero muy pronto aprende a querer a la gente que habita el East End.

Llama a la comadrona” es un cuidado retrato del nacimiento, de la vida, la muerte y de una comunidad al borde del urgente cambio social (3).


FOTO 005 Jenny Lee. Foto de la serie de televisión de la BBC

EPÍLOGO Y COMENTARIOS
Los expertos en comunicación suelen decir que cualquier libro es mejor que su película, puesto que permite que nuestra imaginación complete, según nuestras preferencias y culturas, la información que rodea la trama narrativa, cuestión que no ocurre en una película, en la que los guionistas y director llenan estos espacios. Por eso, aunque la serie de televisión está acaparando numerosos éxitos y, sin duda, se va a convertir en un hito para la profesión de enfermería y para las matronas, si tenéis ocasión, leer primero las 462 páginas de este primer libro de la trilogía.

Dejad que vuestra imaginación ponga cara a los personajes, a su forma de vestir condicionada por una economía de subsistencia, a visualizar el East End de Londres de la postguerra como cualquiera de los muchos barrios deprimidos que están en nuestras ciudades y a pensar con detalle en todos los cuidados que se debían prestar en esas circunstancias.

Algunas de las historias que aparecen reflejadas son duras, muy duras, que presentan a mujeres marcadas por circunstancias extremas, en un entorno social y familiar más que hostil, en la que la enfermera o la matrona se presentan como casi la única voz amiga. Puede que no hayamos vivido circunstancias tan extremas, pero seguro que, al igual que en el libro, todas y todos tenemos experiencias profesionales que nos han marcado personalmente.

Por eso, recomendando primero su lectura y luego la visión de la serie, como se suele decir; debemos aprender del pasado, para no caer en los mismos errores, para mejorar el futuro. Imaginando las situaciones extremas en las que se debía desarrollar la atención neonatal, recordemos de donde viene nuestro sistema de protección social, el llamado estado del bienestar, en el que está el sistema sanitario público que, con mucho esfuerzo, hemos conseguido en todos estos años y no olvidemos que, si lo perdemos o retrocedemos en el mismo, corremos el riesgo de retrotraernos nuevamente hasta esas situaciones tan trágicas.

NOTAS:
(1) Contraportada del libro ¡Llama a la Comadrona! De Jennifer Worth.
(2) San Ramón Nonato es un nombre ficticio, tomado del santo patrón de las comadronas, los obstetras, las embarazadas, parturientas y los recién nacidos. San Ramón Nonato vino al mundo por cesárea en Cataluña en el 1204 y su madre murió en el parto, lo que sucedía muy a menudo en aquella época. San Ramón se hizo sacerdote y murió en el año 1240.
(3) “Llama a la comadrona” O aprender de la miseria.

FOTOGRAFÍAS
Portada y contraportada del libro y fotos sacadas de Internet.

BIBLIOGRAFÍA
¡Llama a la Comadrona! Una historia verdadera en el Londres de los años cincuenta. Jennifer Worth. Editorial Lumen. Narrativa 2012

“Llama a la comadrona” O aprender de la miseria

AUTORES:
Raúl Expósito González
Enfermero. Servicio de Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores

Jesús Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP


1 comentario:

Luz Marina Alfonso. Colombia dijo...

Felicitación a quien en éste relato evidencia la situación de los pobres nada menos que en uno de los lugares cuna del capitalismo.
Gracias por compartir otras formas de hacer salud, enfermería y país