Memorias de la joven enfermera Jenny Lee
como comadrona en prácticas en los años cincuenta en el Convento Nonnatus,
situado en uno de los distritos más pobres de Londres
Autora: Jennifer Worth. Trabajó como comadrona
en Londres de 1953 a
1973, acumulando todo tipo de experiencias. Este libro es el primero de una
trilogía de la que se vendieron tres millones de ejemplares en Gran Bretaña
entre 2007 y 2009. La autora murió en mayo de 2011 sin poder participar del
éxito de la serie de televisión basada en sus libros, producida por la BBC y que tiene a Vanessa
Redgrave como una de sus protagonistas. De la editorial “Lumen de narrativa”.
FOTO 001 Portada y contraportada del libro ¡Llama
a la Comadrona!
Sinopsis
A mediados del siglo pasado, la vida en el East
End de Londres era tan dura que una chica de veintidós años necesitaba agallas
y humor para soportarla y comprender qué se escondía detrás del rostro
maquillado de una prostituta o la chulería de un ladrón. Cuando la joven
enfermera Jenny Lee llega a la Casa Nonnatus, no sabe que es un convento; allí
ha sido enviada para completar su formación como enfermera y especializarse en
la profesión de comadrona. Bajo la mirada experimentada y humana de las
religiosas que gobiernan el convento, Jenny
y sus tres colegas Cynthia, Trixie y Chummy traerán al mundo cientos de niños con gran entrega y
humildad.
Su trabajo se desarrolla en un barrio y una
ciudad marcada por las cicatrices de la guerra: edificios bombardeados, basura,
parásitos y pestilencia. En estas condiciones, las comadronas harán su trabajo,
ayudando a muchas mujeres, todas pobres, como Conchita Warren, una española
madre de 25 niños, que se lleva estupendamente con su marido inglés aunque no
puedan hablar, pues el uno no entiende el idioma del otro y viceversa... Poco a
poco la vida de Jenny se verá repleta de sentido, humanidad y empatía por los
demás.
Si Dickens nos dejó un testimonio de las
paupérrimas condiciones de los niños condenados a trabajar en las fábricas del
Londres finisecular, Jennifer Worth nos revela, con la misma humanidad, las
necesidades de miles de mujeres en una época no tan lejana (1).
Comienzo
San
Ramón Nonato se alzaba en el corazón de la zona portuaria londinense. Era una
zona densamente poblada, la mayor parte de las familias vivían allí desde hacía
varias generaciones y normalmente no se alejaban jamás de sus calles dond
habían nacido. La vida familiar se desarrollaba en espacios reducidos y lo
niños crecían bajo los cuidados de una nutrida parentela de tías, abuelas,
primos y hermanos mayores que vivían todos ellos a unas pocas casas de
distancia. Los niños eran omnipresentes, y las calles sus patios de recreo. En
los años cincuenta existían muy pocos coches en los barrios pobres y los críos
podían jugar en las calles sin ningún temor.
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002 Fotos de la serie de televisión de la BBC. Trajes de enfermeras
Los
solares eran unos grandes derrumbamientos de casas y almacenes destruidos por
las bombas y eran un escenario habitual en las aventuras infantiles. Se trataba
de una zona peligrosa, los heridos por arma blanca eran habituales, así como
las reyertas en plena calle. Eran tiempos de bandas, escaramuzas entre esas
bandas criminales, el ojo por ojo, el crimen organizado y la rivalidad de la
muerte. Los policías patrullaban por todas partes pero nunca solos. Pero nunca
se oyó hablar de que a una anciana la tirasen al suelo para robarle la pensión,
ni de ningún niño secuestrado o asesinado. La inmensa mayoría de los hombres
que vivían en la zona trabajaban en los muelles. Había mucho trabajo, con unos
salarios ínfimos y con unas jornadas laborales larguísimas.
Por
lo general el oficio era cosa de familia, y pasaba de los padres a los hijos o
a los sobrinos. Para los obreros que trabajaban a jornal, la vida debía de ser
un auténtico infierno. Cuando no había embarcaciones que estibar no había
trabajo para nadie, y los hombres se quedaban merodeando junto a la verja de
los muelles, fumando y buscando pelea. Cuando llegaba un barco podían estar
descargándolo durante 18 horas seguidas de extenuante trabajo físico. No es de
extrañar que cuando terminaban el trabajo y con dinero fresco terminasen en un
Pub y bebieran hasta caer totalmente borrachos. Las parejas se casaban muy
jóvenes, reinaba una moral muy estricta. Las parejas fuera del matrimonio eran
una rareza de las que apenas había noticias. No existían los métodos
anticonceptivos, las mujeres discutían sobre los días seguros, y algunas
utilizaban plantas abortivas, ginebra y jengibre, lavados con agua caliente, ya
que la mayoría de los hombres se negaban a utilizar los preservativos.
Lavar
la ropa, tenderla y plancharla ocupaba la mayor parte de la jornada laboral de
cualquier mujer. Cuando acudía una comadrona a una casa tenía que sortear toda
la ropa que estaba colgada en el patio, las escaleras, en el pasillo, en la
cocina, en la sala de estar y en la propia habitación donde estaba la futura
parturienta. Normalmente una vez a la semana las mamas llevaban a sus hijos a
los baños públicos para lavarles, muchas de las casas no tenían más que un
cuarto de baño para toda la vecindad. Curiosamente para los jóvenes la iglesia
era a menudo el epicentro de la vida social.
En
la época victoriana, las reformas sociales sacudieron el país. Por primera vez
en la historia se alzaron las voces contra las injusticias, lo que agitó la
conciencia colectiva. La necesidad de dotar a los hospitales de buenos cuidados
de enfermería despertó el interés de muchas mujeres cultivadas y con visión de
futuro. La Enfermería
y la Partería
se encontraban en un estado deplorable. Ninguna de las dos profesiones o
anteriormente oficios se consideraban ocupaciones respetables para una mujer
con estudios, por lo que las analfabetas habían ido ocupando las vacantes. Los
personajes caricaturescos de Sairey Gamp
y Betsy Prig, ignorantes, sucias,
aficionadas a la ginebra, creados por Charles
Dickens pueden parecernos hoy hilarantes, pero no nos habría hecho ni pizca
de gracia si nos hubiésemos visto obligadas a poner nuestras vidas en sus manos
por el sólo hecho de ser pobres.
Florence Nightingale es la más célebre
de nuestras enfermeras, y su dinamismo y dotes de organización cambiaron para
siempre la imagen y la práctica de la enfermería. Pero no estaba sola, y en la
historia de la profesión han sido muchos los grupos de mujeres enfermeras que
dedicaron su vida a mejorar la práctica de la enfermería. Uno de esos grupos
era el de las comadronas de San Ramón Nonato (2), una orden religiosa de monjas
anglicanas consagradas a mejorar las condiciones en las que daban a luz las
mujeres sin recursos. Fundaron residencias para comadronas en las zonas más
desfavorecidas de las grandes ciudades industriales de Gran Bretaña. Estas
monjas con sus luchas consiguieron que en 1902 se aprobase la primera Ley de
las Comadronas, naciendo la Real Escuela de Comadronas. Este trabajo se basaba
en el pilar de la disciplina religiosa. La autora lo describe así: no me cabe duda de que esto resultaba
necesario entonces, pues las condiciones de trabajo eran tan terribles, y el
trabajo tan arduo, que solo quienes hubiesen sentido la llamada de Dios
querrían asumirlo. Florence Nightingale dijo que cuando tenía poco más de veinte años tuvo una visión de Jesús, y
que este le dijo que debía consagrarle su vida.
FOTO
003 Foto de la serie de televisión de la BBC
Las
comadronas de San Ramón Nonato trabajaban en las barriadas más pobres, eran las
únicas comadronas dignas de confianza de toda la zona. Trabajaron
incansablemente entre epidemias de cólera, fiebre tifoidea, polio y tuberculosis,
desarrollaron su trabajo entre dos guerras mundiales, permanecieron en Londres
incluso durante los ataques de los bombarderos alemanes que castigaron
duramente la zona portuaria. Trajeron niños alo mundo en los refugios
antiaéreos, criptas de iglesias y estaciones de metro. Así era el trabajo
infatigable, altruista, al que habían consagrado sus vidas, y eran conocidas,
respetadas y admiradas en toda la zona portuaria por quienes allí vivían. Todos
hablaban de ellas con sincero afecto. Como nos cuenta la autora de este libro: cuando las conocí eran una orden de monjas
plenamente entregadas a Dios y obligadas por los votos de pobreza, castidad y
obediencia, pero también enfermeras
cualificadas y comadronas,
circunstancia que me llevó a unirme a ellas. Fue la experiencia más importante
de mi vida.
La joven enfermera Jenny Lee
¿Por
qué me he metido en esto? ¡Debo estar loca! Podría haber sido cualquier cosa:
modelo, azafata, camarera de barco. Sólo una imbécil decidiría hacerse
enfermera. Y ahora comadrona…
¡Las
dos y media de la madrugada! Medio dormida aún, me las arreglo para ponerme el
uniforme. Solo tres horas de sueño tras una jornada laboral de diecisiete
horas. ¿Quién trabajaría en semejantes condiciones? ¿Por qué me habré metido
enfermera? Mis pensamientos se remontan a cinco o seis años atrás. Por
descontado, no había sentido en ningún momento la llamada de la vocación, el
ardiente deseo de curar a los enfermos que supuestamente sienten las
enfermeras. ¿Y qué fue, entonces? Un desengaño amoroso, sin duda la necesidad
de alejarme, un desafío o el uniforme sexy con los puños vueltos y el cuello
almidonado, la cintura ceñida y la cofia tan coqueta, pensaba Jenny mientras
pedaleaba entre la lluvia.
Jenny
mientras esperaba en un cuarto de una casa londinense para atender al parto
pensaba: ¿Por qué no gozan las comadronas del protagonismo social que merecen?
¿Por qué pasan inadvertidas? Deberían ser objeto de grandes alabanzas por parte
de todos, pero no es así. La responsabilidad que asumen es inconmensurable, sus
conocimientos y pericia no tienen parangón, y sin embargo nadie las valora en
su justa medida, y por lo general se desdeña su labor.
En
los años cincuenta en Londres, las comadronas impartían clases a todos los
estudiantes de medicina. Había, claro está, un obstetra que les enseñaba el
contenido teórico, pero sin la práctica clínica de nada sirve la teoría. Así en
los hospitales universitarios a cada estudiante se le asignaba una comadrona
que desempeñaba el papel de tutora, y este le acompañaba a su distrito para
aprender los aspectos prácticos de la atención al parto. Todos los médicos de
cabecera habían recibido formación por parte de una comadrona, aunque ese
detalle apenas trascendía.
Jenny
pensaba: Si alguien me hubiese dicho dos años antes que entraría en un convento
para formarme como comadrona, no habría podido reprimir una sonrisa. Pensé que
era un pequeño hospital privado de los cientos que había repartidos por el
país. Llegué con todas mis pertenencias un día muy lluvioso y al anochecer de
octubre, sin conocer la situación, solares destrozados por las bombas, sin
alumbrado público, las fachadas eran sucias y grises, yo no encontraba el
hospital y tuve que preguntar, allí me encontré con una sucia fachada de
ladrillo rojo con arcos y torrecillas de estilo victoriano y rejas de hierro.
No se veía ninguna luz en todo el edificio, que lindaba con un solar devastado
por las bombas y pensé “¿Dónde diablos me he metido?” Esto no puede ser un
hospital.
Llamé
al timbre, oí unos pasos y me salió abrir una señora extrañamente ataviada; no
parecía enfermera, pero tampoco monja. Se dio la vuelta y me condujo por un
pasadizo de piedra. El velo blanco flotaba como una estela sobre su espalda, la
desconocida entró en una enorme cocina de estilo victoriano en la que el suelo
y el fregadero eran de piedra. Estado con la monja que me había abierto la
puerta y tomando un té y un trozo de pastel aparecieron tres monjas hablando de
enemas, estreñimiento y venas varicosas. Una de ellas redirigió a mí y me dijo:
tú debes de ser la enfermera Lee, te estábamos esperando, yo me llamo sor
Julienne, y soy la directora de la residencia, después de cenar tendremos una
pequeña charla en mi despacho.
Cuando
subía a mi habitación aparecieron dos enfermeras jóvenes de mi edad eran Cynthia y Trixie. A continuación me llamó la madre superiora y me explicó en
que consistiría mi formación, así como las normas de funcionamiento de San
Ramón Nonato. Durante cerca de tres semanas haría todas las visitas bajo la
supervisión de una comadrona experimentada, y a partir de entonces saldría por
mi cuenta a hacer el seguimiento pre y posnatal de las pacientes que me
asignaran. Sólo atendería partos bajo la supervisión de otra comadrona. Las
clases teóricas se impartirían por la noche, una vez a la semana, después de la
jornada laboral. Solo nos estaba permitido estudiar en nuestro tiempo libre.
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004 Foto de la serie de televisión de la BBC
LA SERIE DE LA BBC
El libro se llevó a la pequeña pantalla mediante una serie de
televisión producida por la BBC, constituyéndose como un gran éxito de una
ficción histórica de esa cadena pública británica. “Llama a la comadrona” ha tenido cuotas de pantalla
envidiables, llegando a reunir a 10.000.000 de personas frente al televisor en
Inglaterra. Producida por Neal Street Productions, la compañía
de Sam Mendes y Pippa Harris, y basada en las memorias de la comadrona Jennifer
Worth, esta miniserie también se ha estrenado en España, en la cadena AXN
White.
Al igual que en el libro, está ambientada en el East End
londinense en 1957 y está protagonizada por una joven que, a pesar de
haber sido criada en la opulencia, decide ser enfermera y más tarde
comadrona, que aterriza en uno de los barrios más pobres de Londres.
Jenny se unirá a las monjas-enfermeras de Nonnatus House,
convirtiéndose en parte del equipo de comadronas que visitan a las embarazadas
de Poplar, dando a las mujeres más pobres la mejor atención de la que son
capaces.
Entre la pobreza y la miseria, la joven encuentra pacientes
que le enseñan un mundo que desconocía. Mujeres como Conchita, que pasa por su
embarazo número 25 o como Mary, una prostituta embarazada con sólo 15 años. Al
principio, queda sorprendida por las atroces situaciones que encuentra, pero
muy pronto aprende a querer a la gente que habita el East End.
“Llama a la
comadrona” es un cuidado retrato del nacimiento, de la vida, la
muerte y de una comunidad al borde del urgente cambio social (3).
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005 Jenny
Lee. Foto de la serie de televisión de la BBC
EPÍLOGO Y
COMENTARIOS
Los
expertos en comunicación suelen decir que cualquier libro es mejor que su
película, puesto que permite que nuestra imaginación complete, según nuestras
preferencias y culturas, la información que rodea la trama narrativa, cuestión
que no ocurre en una película, en la que los guionistas y director llenan estos
espacios. Por eso, aunque la serie de televisión está acaparando numerosos
éxitos y, sin duda, se va a convertir en un hito para la profesión de
enfermería y para las matronas, si tenéis ocasión, leer primero las 462 páginas
de este primer libro de la trilogía.
Dejad
que vuestra imaginación ponga cara a los personajes, a su forma de vestir
condicionada por una economía de subsistencia, a visualizar el East End de
Londres de la postguerra como cualquiera de los muchos barrios deprimidos que
están en nuestras ciudades y a pensar con detalle en todos los cuidados que se
debían prestar en esas circunstancias.
Algunas
de las historias que aparecen reflejadas son duras, muy duras, que presentan a
mujeres marcadas por circunstancias extremas, en un entorno social y familiar
más que hostil, en la que la enfermera o la matrona se presentan como casi la
única voz amiga. Puede que no hayamos vivido circunstancias tan extremas, pero
seguro que, al igual que en el libro, todas y todos tenemos experiencias
profesionales que nos han marcado personalmente.
Por
eso, recomendando primero su lectura y luego la visión de la serie, como se
suele decir; debemos aprender del pasado, para no caer en los mismos errores,
para mejorar el futuro. Imaginando las situaciones extremas en las que se debía
desarrollar la atención neonatal, recordemos de donde viene nuestro sistema de
protección social, el llamado estado del bienestar, en el que está el sistema
sanitario público que, con mucho esfuerzo, hemos conseguido en todos estos años
y no olvidemos que, si lo perdemos o retrocedemos en el mismo, corremos el
riesgo de retrotraernos nuevamente hasta esas situaciones tan trágicas.
NOTAS:
(1)
Contraportada del libro ¡Llama a la Comadrona! De Jennifer Worth.
(2)
San Ramón Nonato es un nombre ficticio, tomado del santo patrón de las
comadronas, los obstetras, las embarazadas, parturientas y los recién nacidos.
San Ramón Nonato vino al mundo por cesárea en Cataluña en el 1204 y su madre
murió en el parto, lo que sucedía muy a menudo en aquella época. San Ramón se
hizo sacerdote y murió en el año 1240.
(3)
“Llama a la comadrona” O aprender de la miseria.
FOTOGRAFÍAS
Portada
y contraportada del libro y fotos sacadas de Internet.
BIBLIOGRAFÍA
¡Llama
a la Comadrona! Una historia verdadera en el Londres de los años cincuenta. Jennifer Worth. Editorial Lumen.
Narrativa 2012
“Llama
a la comadrona” O aprender de la miseria
AUTORES:
Raúl Expósito González
Enfermero.
Servicio de Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano.
Ciudad Real. Experto en Barberos,
Ministrantes y Sangradores
Jesús Rubio Pilarte
Enfermero
y sociólogo. Profesor de la E.
U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero
Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
1 comentario:
Felicitación a quien en éste relato evidencia la situación de los pobres nada menos que en uno de los lugares cuna del capitalismo.
Gracias por compartir otras formas de hacer salud, enfermería y país
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