domingo, 29 de mayo de 2016

LUCHA CONTRA LA TUBERCULOSIS EN GIPUZKOA 1912



Desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la tuberculosis llegó a ser la primera causa de muerte en Gipuzkoa. En San Sebastián, uno de cada diez muertos fallecía por la enfermedad. Se combatía a la enfermedad con la detección precoz de los enfermos en los dispensarios antituberculosos y el aislamiento de los mismos en los sanatorios.

FOTO 1 Sanatorio Nuestra Señora de las Mercedes

El Sanatorio de Ametzagaña o de Nuestra Señora de las Mercedes de Uba (Loyola)
El problema de la tuberculosis preocupaba grandemente a la ciencia médica a principios de siglo. Miles de pacientes sufrían el terrible mal y muchos de ellos terminaban sus días víctimas de lo que se llamaba la tisis o peste blanca. Se investigaba para atajar la enfermedad, para evitar los contagios, para frenar a lo que entonces se calificaba de auténtica plaga maligna y en muchísimos casos mortal. Los sanatorios eran imprescindibles y las poblaciones, procuraban crearlos y mantenerlos.

En San Sebastián, coincidiendo con la celebración del II Congreso Español Internacional de la Tuberculosis; se inauguró el 15 de septiembre de 1912 el sanatorio construido en el monte Ametzagaña del barrio de Loyola. Se creó como preventorio antituberculoso y fue inaugurado por los reyes, también se construyó el puente y la carretera que dan acceso al mismo. El comité local de la lucha contra la tuberculosis veía así coronados sus esfuerzos en los que intervinieron de una manera eficaz y decisiva todos sus miembros, los señores y médicos Ramón Castañeda, Ramón Moraiz, Manuel Bago, Mariano Echauz, Luis Alzúa, José Elósegui (Alcalde), Manuel Celaya, Tomás Maíz, Manuel Vidaur, Tomás Acha, Manuel Pérez Icazategui, Juan José Gurruchaga, Emiliano Eizaguirre, Luis Saiz, etc...

Este Congreso sirvió para ser el precursor de la Fiesta de La Flor, imitación de otra nación. Actuaron de Presidente y Secretario Sr. Ramón Castañeda, Sr. Cortazar, y Sr. Luis Alzúa, a raíz de aquel gran éxito, se constituyó una Junta Local que creo el Sanatorio de Nuestra Señora de las Mercedes, y con posterioridad en 1913, fue creado el Dispensario Antituberculoso del Dr. Emiliano Eizaguirre.

FOTO 2 II Congreso Español Internacional de la Tuberculosis; 1912

Además a San Sebastián le cabe el honor de implantar por primera vez en España La Fiesta de la Flor, la primera que se realiza el día 21 de Diciembre de 1912 por iniciativa de la junta de tuberculosis y llevando la iniciativa el alcalde de San Sebastián José Elósegui (pasaría luego a celebrarse el 15 de agosto).

El nuevo sanatorio estaba levantado en uno de los lugares más hermosos de los alrededores de San Sebastián, dominando desde la altura el valle de Loyola. Disfrutaba no sólo de unas vistas deliciosas sino de sol, aire y luz en abundancia. La construcción se había realizado siguiendo las últimas normas médicas para esta clase de establecimientos y así en los dos pisos superiores rodeaban al edificio una magnífica galería descubierta en la cual los enfermos podían tomar baños de sol. Su orientación era tal que en determinados momentos del día daba el sol en las cuatro fachadas. Los planos y dirección de la obra fueron del arquitecto Juan José Gurruchaga.

A las 11 de la mañana, llegaron los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia acompañados de su séquito, siendo recibidos en la plazoleta situada a la entrada por el alcalde de San Sebastián, Marino Tabuyo y el comité organizador del Congreso contra la Tuberculosis. El párroco de Alza, en cuya demarcación estaba enclavado el sanatorio, Melitón Pagola, bendijo el nuevo edificio. En uno de los costados de la explanada se había levantado un altar, dando frente al edificio y con la espalda en uno de los macizos del monte. Estaba adornado con profusión de flores y plantas y lo coronaba una imagen de la Virgen de las Mercedes, bajo cuya advocación estaba el sanatorio. Dijo la misa el citado párroco, ayudado por los congresistas médicos Manuel Pérez Icazategui y Manuel Vidaur. Durante la misa, la Banda del Regimiento de Sicilia interpretó diversas piezas religiosas. En la galería del piso principal se situaron los reyes y autoridades (1).

FOTO 3 Dr. Emiliano Eizaguirre en La Fiesta de la Raza. San Sebastián. Las Autoridades y el Cuerpo Consular en la Sesión Solemne. 12 de octubre de 1914

Cartilla Antituberculosa Dr. Emiliano Eizaguirre 1912

Causas del contagio de la tuberculosis y medios de evitarlo. Por Emiliano Eizaguirre. Doctor en Medicina. Campaña antituberculosa patrocinada por la Excelentísima Diputación Provincial de Guipúzcoa. San Sebastián. Imprenta de “La Voz de Guipúzkoa” de 1912

Causas del contagio de la tuberculosis y medios de evitarlo

LA TUBERCULOSIS

Plaga la más terrible que sufre el género humano, azote del que no se libra ningún país, que no respeta edades, ni clase social alguna y la más mortífera de cuantas enfermedades contagiosas existen, es motivada por un microbio que lo descubrió Koch y que por eso lleva su nombre, y es de tal modo contagiosa que supera al cólera, viruela y otras enfermedades tan temidas por el género humano.

La única causa de esta enfermedad es el bacilo de Koch; este bichito mil veces menor que la cabeza de un pequeño alfiler, lo contienen todos los tuberculosos y ellos son los que con sus esputos, con el pus de sus úlceras, con sus deposiciones, contagian a los individuos sanos, pues es tan enorme el número de microbios tuberculosos que contienen esas materias que es difícil librarse del contagio si previamente no son destruidas.

FOTO 4 Cartilla Antituberculosa del Dr. Emiliano Eizaguirre 1912. Escupideras

De entre esas materias que expulsan los tuberculosos la más temible es “el esputo”, en primer lugar, por ser más frecuente la tuberculosis de los pulmones y además porque hay esputos que contienen la enorme cantidad de 300 millones de bacilos de Koch, que suponiendo que un enfermo escupa una vez por hora, en 24 horas habrá expulsado 7.200 millones de microbios mortíferos que nos asedian, y aunque con nuestras energías podamos destruir la mayoría, no somos potentes para tan exorbitante número y vencidos en la lucha nos hacemos tuberculosos yendo a sumarnos la mayoría de las veces al número de víctimas que sufre la humanidad por tan terrible azote.

También las úlceras que supuran y las deposiciones de un tuberculoso con lesiones en el intestino son capaces de contagiarnos, pero no tan fácilmente por ser menos frecuentes y porque no tienen las facilidades como el esputo, pues las úlceras son curadas por determinadas personas que ponen ciertos cuidados aconsejados generalmente, y las deposiciones son recogidas y expulsadas a sitios convenientes.

El esputo es, pues, el que más fácilmente nos contagia por su número y porque continuamente nos asedia, pues debido a la falta de cultura del pueblo, es cosa corriente que cualquier persona escupa en el suelo, ese esputo se seca y es convertido en polvo, y al barrer, al andar levantamos ese polvo, se mezcla con el aire que respiramos, y a nuestros pulmones va, y de encontrar facilidades allí se queda, fructifica y convierte aquella persona en un tuberculoso.

Esta forma, la más general del contagio, no es la única; personas un poco más delicadas no escupen en el suelo, lo hacen en su pañuelo, y como es un tejido que absorbe tan fácilmente el agua que contiene el esputo, se seca éste fácilmente y al cogerlo, las manos de aquella persona están repletas de microbios tuberculosos; os saludan, os dan cualquier alimento, cualquier objeto, y ver cómo sin saberlo os ponen en peligros del contagio. Ese mismo pañuelo al secarse por completo el esputo, a cualquier movimiento que con él se haga al sacarlo del bolsillo, expulsa al aire millones de bacilos de Koch y ese aire será respirado por vosotros.

¿No es horrible las múltiples y fáciles condiciones de contagio que motiva el esputo de un tuberculoso? ¿pués por qué no recoger ese esputo y destruirlo?. Si ese esputo es recogido en una escupidera, si esa escupidera es recogida por una persona que conoce sus peligros y, teniendo como tenemos medios, es destruido el bacilo de Koch que contienen, habremos destruido la causa y por lo tanto habremos evitado el contagio de la tuberculosis y con ello habremos salvado a la humanidad de su terrible azote.

La tuberculosis no tan sólo la padece el género humano, es frecuente en muchos animales y he aquí cómo por mediación de los animales domésticos podemos hacernos tuberculosos.

Dos animales son los que más fácilmente pueden contagiarnos la tuberculosis, la vaca y el cerdo. De estos animales comemos sus carnes, que de ser tuberculosas contienen el bacilo de Koch. Evitemos el contagio de estos animales, destruyamos sus carnes si son tuberculosas y nos habremos librado de una de las formas del contagio de la tuberculosis.

La vaca nos da más facilidades de contagio. Su leche es ingerida por la mayoría de las personas, si tuberculosa es la vaca bacilos de Koch puede contener su leche y si la bebemos he aquí otra forma de contagio.

Si prohibimos la venta de leche de animales tuberculosos, o de no poderlo hacer, esa leche es hervida en un cazo, tapado durante tres minutos antes de beberla, habremos matado todos los bacilos de Koch que pueda contener y nos habremos salvado de esta forma de contagio.

Para resumir: el bacilo de Koch es la única causa de la tuberculosis. ¿Lo contiene el pus de las úlceras de un tuberculoso? pues hirvamos o quememos todos los objetos que son manchados por él; ¿lo contienen sus deposiciones? hagamos lo mismo; ¿lo contiene su esputo? recojámoslo y destruyámoslo; ¿lo contiene las carnes de animales tuberculosos? no las comamos; ¿lo contiene la leche de la vaca tuberculosa? hirvámosla antes de beberla.

He aquí los puntos capitales para evitar la tuberculosis, y estando al alcance de nuestras fuerzas, pongámoslos en práctica y habremos evitado el contagio de la tuberculosis, única causa de la aparición de dicha enfermedad.

FOTO 5 Sanatorio Nuestra Señora de las Mercedes

¿Como se contagia la tuberculosis?

La tuberculosis se contagia porque los bacilos tuberculosos penetran en nuestro organismo:

1º. Al respirar el polvo en que queda convertido el esputo de un tuberculoso.

2º. Al aspirar las gotitas pequeñísimas de esputo que los tuberculosos esparcen a su alrededor al toser o al hablar.

3º. Por ingerir alimentos de animales tuberculosos o contaminados por una persona que lo sea.

4º. Por penetrar el bacilo de Koch en las pequeñas heridas de la piel o de las mucosas.

¿Como puede evitarse el contagio de la tuberculosis?

La tuberculosis es la enfermedad contagiosa que más fácilmente se puede evitar por ser conocidas las formas del contagio; así es que cualquier persona, por débil o pobre que sea, lo evitará siempre que guarde las reglas que a continuación se exponen:

1ª. Toda persona, esté sana o enferma, debe procurar escupir en tal forma, que sus esputos no sean un peligro para nadie, porque en nada puede conocerse, de buenas a primeras, si un esputo es o no tuberculoso.

Para lograrlo no escupáis en el suelo de los locales cerrados (incluyendo en ellos los coches, tranvías y vagones de ferrocarriles), ni en el suelo de las calles concurridas, porque si lo hacéis, el esputo se convierte en polvo al secarse; y al levantarse por las corrientes de aire, o al barrer o al andar, se mezcla con el aire que respiramos.

Escupir en las escupideras que existan en las habitaciones, y si sois tuberculosos llevar escupidera de bolsillo y escupir en ella. Si os veis en la necesidad de escupir en la calle hacerlo en el arroyo, nunca en las aceras, pues éstas no son regadas tan fácilmente; además, que en ellas transita más gente y en las suelas de los zapatos puede adherirse el esputo.

No escupáis en el pañuelo, porque al cogerlo tenéis las manos manchadas por esputo, y si tocáis a otra persona le impregnáis con él. Además, como en el pañuelo se seca muy fácilmente el esputo, al sacarlo del bolsillo deja en el aire el polvo en que se convierte, y ya comprenderéis que si sois tuberculosos podéis contagiar a los demás y hasta vosotros mismos podéis agravaros.

Para lograr seguir todas estas reglas, es necesario colocar escupideras que se puedan lavar fácilmente y llenarlas de un líquido que deberá cambiarse con frecuencia, y si escupen tuberculosos lo mejor es hervir el líquido y la escupidera. Si sabéis que sois tuberculosos escupir siempre en vuestra escupidera de bolsillo y encargaros de lavarla vosotros mismos (en sitios donde no se laven ropas ni utensilios para alimentos) con agua corriente, y de poderlo hacer, meter la escupidera en un cacharro que tengáis para tal uso, ponerlo al fuego con agua y hacer hervir durante tres minutos por lo menos.

2ª. Al toser expulsáis pequeñas partículas de esputo; pues para evitar que otra persona las aspire, poneros las manos delante de la boca cuando lo hagáis, y si no lo hacen las personas que estén con vosotros, volveros la cara hacia el lado opuesto, cuando tosan.

3ª. En el polvo de vuestras habitaciones puede haber bacilos de Koch aunque no escupáis ni seáis tuberculosos por haber sido llevados adheridos a las suelas de vuestros zapatos, o por haber penetrado de la calle polvo contaminado; pues para evitar respirar ese polvo o el que se adhiere a las paredes, ropas o muebles, no consintáis que se haga limpieza en seco, sino mojando el suelo, o de lo contrario, empleando aparatos que al mismo tiempo que barren absorben el polvo, pero nunca puede compararse con la limpieza húmeda, que puede realizarse cuando el pavimento es de mosaico o de linoleum.

Si las circunstancias os impiden guardar esta regla, advertid a las personas que hagan la limpieza del peligro de respirar el polvo, decidles que levanten lo menos posible y que respiren por las narices, pues de esa manera el polvo no llega tan fácilmente a los pulmones porque se queda adherido a las paredes de los múltiples recodos que tienen las fosas nasales.

4ª. Debéis tener mucha limpieza con las prendas de vestir, pues en ellas se deposita mucho polvo.

5ª. Los vestidos, cama y ropa blanca, así como la vajilla y todos los utensilios que han pertenecido a los tuberculosos, no deben de ser usados por otras personas hasta después de haber sufrido una desinfección perfecta.

6ª. No os metáis en la boca lapiceros, pipas, cepillos de dientes, cucharas, tenedores, mondadientes, ni vasos que los haya usado otra persona, pues como no tenéis la garantía de que no sea tuberculosa, corréis el riesgo de contagiaros la enfermedad. Todos estos objetos usados por otra persona deberán ser lavados con agua caliente abundante, y si tenéis la convicción de que es tuberculosa, hacerlos hervir.

7ª. No bebáis directamente de las botellas, pues dejáis en los bordes la saliva que será mezclada con el líquido; y ya que a vosotros os daría repugnancia y comprendéis el posible contagio de la tuberculosis, no lo hagáis.

FOTO 6 Fiesta de la Flor Valladolid 1914. San Sebastián 1912 y 1918

8ª. Lavaros bien y con frecuencia las manos, sobre todo antes de comer, así como las uñas, dientes, boca en general, cara, bigote y barba.

9ª. No os metáis los dedos en la boca ni en la nariz, ni rascaros la cara, ni morderos las uñas, ni os pellizquéis los granos; y si tenéis alguna herida, protegerla convenientemente, pues si tenéis las manos manchadas por el polvo que contiene el bacilo de Koch, podéis hacer que penetre en vuestro organismo.

10ª. No consintáis que un niño se lleve las manos a la boca, ni objeto alguno, como chupetes, trozos de pan o galletas, que los tienen como entretenimiento; y tan pronto se hallan en el suelo como en las manos de cualquier persona, o como en la boca del niño.

11ª. No consintáis que besen a los niños personas extrañas y menos si sabéis que son tuberculosas. familiarmente puede besarse a los niños en la frente.

12ª. En la preparación, conservación así como en la ingestión de los alimentos se tendrá la mayor limpieza posible, sobre todo si han de ser comidos en crudo y procurar que las moscas no se pongan en contacto con ellos.

13ª. Antes de comer la carne o beber la leche han de ser sometidas a gran temperatura sobre todo la leche, que debe hervirse en un cacharro cerrado durante tres minutos (2).

MÁXIMAS

La tuberculosis es una enfermedad muy contagiosa.

La tuberculosis se puede evitar.

La tuberculosis es producida por el bacilo de Koch.

El bacilo de Koch se encuentra en los esputos de los tuberculosos pulmonares.

El bacilo de Koch se encuentra en el pus de las úlceras de los tuberculosos.

El bacilo de Koch lo tienen las carnes de vaca y cerdo que son tuberculosas.

El bacilo de Koch lo tiene la leche de las vacas tuberculosas.

Si un tuberculoso escupe en el suelo os puede hacer coger su enfermedad.

El esputo de un tuberculoso puede contener 300 millones de bacilos de Koch.

Al secarse el esputo queda convertido en polvo.

Si respiráis ese polvo os podéis hacer tuberculosos.

Si un tuberculoso respira ese polvo se agrava su enfermedad.

Si un tuberculoso escupe en su pañuelo en él deja los bacilos de Koch.

Si tocáis ese pañuelo o las manos de los que lo han tocado, cogéis esos bichitos que motivan la tuberculosis.

No escupáis en el suelo.

No escupáis en el pañuelo.

No toquéis las cosas manchadas por el pus de un tuberculoso.

No toquéis el pañuelo de otra persona.

Si lo hacéis lavaros bien las manos.

No comáis carnes de animales si no sabéis su procedencia.

No bebáis la leche sin haberla hervido durante tres minutos en un cazo tapado.

Escupir en las escupideras.

Si sois tuberculosos escupir en vuestra escupidera de bolsillo que deberéis llevar continuamente.

Si escupís en la calle hacerlo en el arroyo, nunca en las aceras.

Todo tuberculoso que sabiendo que padece tal enfermedad no guarde todas estas reglas para evitar el contagio, incurre en un delito de moral.

Si toda la humanidad guardara estas reglas, se evitaría el contagio de la tuberculosis, y por lo tanto, desaparecería dicha enfermedad.

JURAMENTO

Juramento que realizaban los médicos que sacaban su plaza en los Sanatorios del Patronato Nacional Antituberculoso (PNA), cuando cogían su plaza, desde 1941 hasta 1975.

Nº Registro de Personal..............................

Don..................................................

Juro servir a España con absoluta lealtad al Jefe del Estado, estricta fidelidad a los principios básicos del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino, poniendo el máximo celo y voluntad en el cumplimiento de las obligaciones del cargo de Médico. para el que he sido nombrado.
Y para que conste, firmo la presente declaración en.............
........................a.......................................
                                   (fecha en letra)
................................................................
Se hizo hasta 1975.

EL SÍMBOLO CONTRA LA LUCHA DE LA TUBERCULOSIS

LA CRUZ DE LORENA
En la Conferencia Internacional de la Tuberculosis, llevada a cabo en Berlín en e1 año 1902, por sugerencia de Dr. Gilbert Sersirón, secretario general de la Federación de Asociaciones Francesas contra la Tuberculosis, propuso adoptar la Cruz de Lorena de doble barra como insignia internacional de la lucha contra la tuberculosis, la antigua Cruz de Lorena.

La doble cruz data del siglo IX, época en la que se usó como emblema de la rama oriental de la Iglesia cristiana. Hoy es insignia de la Iglesia griega u ortodoxa. En el siglo XI Godofredo de Bullón, Príncipe de Lorena, primer rey cristiano de Jerusalén, y jefe de la primera cruzada, adoptó la doble cruz como estandarte de su reinado, y a su regreso de Francia la puso como enseña de la Casa de Lorena.

FOTO 7 La Cruz de Lorena

El Consejo de la Unidad Internacional Contra la Tuberculosis (UICT) recomendó, en el Congreso Internacional de Roma de 1928, adoptar como símbolo de la lucha mundial antituberculosa la Cruz de Lorena de doble barra.

LA LUCHA CONTRA LA TUBERCULOSIS EN ESPAÑA 1917

En España existen muchísimas personas que, desde que las lavaron al nacer, no han bañado su cuerpo. Ello es signo de suciedad, rutina e ignorancia. El baño es tónico por excelencia, y, además de limpiar la piel de sus naturales excrecencias, la deja en condiciones de eliminar venenos y toxinas y absorber el rico oxígeno.

Bien se me alcanza que las clases menesterosas no disponen fácilmente de baño: pero en la más humilde vivienda existe un cubo y una esponja, para hacer abluciones, siquiera una vez por semana.

Las enfermedades contagiosas como la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la viruela, el sarampión, la difteria, el carbunco y otras, son enfermedades perfectamente evitables, o, cuando menos, poseemos medios para prevenirlas en muchas ocasiones.

De todas esas enfermedades, la más terrible, la que más víctimas ocasiona y más difícil se cura es la tuberculosis, la terrible tisis que en las familias pobres hace, más grandes estragos, por la imposibilidad en que se hallan de hacer frente largo tiempo al implacable mal.

FOTO 8 Cartel de la Lucha Antituberculosa de España. Cedida la imagen por el Museo de San Telmo de San Sebastián

INSTRUCCIONES PARA EVITAR LA TUBERCULOSIS EN ESPAÑA

1ª.- La tuberculosis es evitable y curable.
2ª.- La tuberculosis mata cada año en España más de setenta y cinco mil personas, y, de éstas, más de la mitad son alcoholizadas.
3ª.- El germen de tan terrible mal es un bacilo que flota en el aire que respiramos y procede de los enfermos tuberculosos, que los arrojan a millones en sus esputos, que, al desecarse, se pulverizan, incorporándose a la atmósfera y pasando a nuestros pulmones en el momento de aspirar el aire.
4ª.- El bacilo penetra en los pulmones de todos, sanos y enfermos, pero sólo se desarrolla en los sujetos mal alimentados, en los alcohólicos, en los que habitan viviendas con escasa luz, sucias y sin ventilación. En individuos de vida morigerada y bien alimentados, el bacilo se esteriliza y no ocasiona mal alguno.
5ª.- Revela gran ignorancia creer que el alcohol aumenta las fuerzas, pues precisamente es todo lo contrario.
6ª.- De cada 100 alcohólicos, mueren tuberculosos 88, y los 12 restantes mueren por el espantoso delirium tremens, o acaban en el manicomio.
7ª.- Es crimen de lesa humanidad arrojar los esputos en el suelo, especialmente en el de casa o en el taller, pues cada esputo puede ocasionar millares de tuberculosos.
8ª.- Tan terrible plaga acabaría por extinguirse si los enfermos arrojasen sus esputos en escupideras; el suelo de fábricas y talleres debería estar sembrado de escupideras, y el barrido debe hacerse siempre con paños húmedos.
9ª.- Si lo que gasta el obrero en bebidas alcohólicas lo emplease en mejorar su alimentación y la de su familia, poco tendría que temer de esta y otras enfermedades que hacen presa preferente en los débiles y viciosos.
10ª.- El obrero no debe olvidar nunca la aterradora y exacta frase de Landoucy: El alcoholismo hace la cama a la tuberculosis (4).

Limpieza, sol y aire
En estas tres palabras se halla el gran secreto de la salud de los pobres. Esos preciosos elementos los puso Dios al alcance de todos, de ricos y pobres, y con ellos se triunfa de muchas infecciones que tantas vidas cortan en flor.

Cierto que curamos hoy difícilmente la tuberculosis; pero poseemos medios para evitarla, y lo mismo decimos de otras enfermedades (4).

AGRADECIMIENTO
Javier González Caballero. Enfermero del Trabajo

BIBLIOGRAFÍA
1.- Diario Vasco del 13 de Septiembre de 1.987
2.- Cartilla Antituberculosa Dr. Emiliano Eizaguirre 1912. Campaña antituberculosa patrocinada por la Excelentísima Diputación Provincial de Guipúzcoa. San Sebastián. Imprenta de “La Voz de Guipúzcoa” de 1912
3.- Historia y antecedentes del Hospital de Amara. Amarako Ospitalearen historia eta aurrekariak. Manuel Solórzano Sánchez. 5 de marzo de 1999
4.- Cartilla Higiénica del Obrero y su Familia. José González Castro. Inspector regional del Trabajo. Obra Laureada por la Sociedad Española de Higiene. Madrid 1917

Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)

viernes, 20 de mayo de 2016

SIERVAS DE MARIA. CUIDADORAS DE ENFERMOS Y DOCENTES EN LANZAROTE


Autores: Fika Hernando, María Luz.; Alonso Gutierrez, S.; Gutierrez Fernández, Y.; Bravo Martínez, José.; Fernández Vallhonrat, Blanca. y Martín Ferrer, Juan Manuel.

Dirección de contacto: María Luz Fika Hernando

FOTO 1 Siervas de María

A principios del siglo XIX, la isla de Lanzarote contaba con un médico y nueve barberos sangradores para atender a los enfermos, estando la salud de la población en manos de la medicina popular y de personas sin reconocimiento académico. A mediados de siglo comienza a incrementarse el número de profesionales de la salud, lo que amplía el panorama sanitario de la isla. En la misma época se habilita una casa particular y se crea en ella el segundo hospital, dedicado a San Rafael. Este hospital no llegó a consolidarse, y tendremos que esperar a la creación de un nuevo centro, al que se le denominaría Hospital de Nuestra Señora de los Dolores, pero a pesar de la domiciliación de médicos acreditados, éstos eran escasos y no se encuentran referencias de la presencia de practicantes y/o enfermeros.

En Arrecife, a medida que avanzaba la centuria, se fueron domiciliando profesionales médicos acreditados, que por término medio fueron dos. La oferta cualificada privada no será suficiente como para paliar, al menos, las causas de la mortalidad ordinaria.

El Puerto del Arrecife debe la fundación del Hospital de Dolores, la Cuna para Niños Expósitos y el asilo, a un hombre que permaneció entre los vecinos de Arrecife treinta años, el sacerdote don Manuel Miranda Naranjo, que llegó al Puerto en junio de 1873, desde Tetir en Fuerteventura, para suceder a don Juan Guerra Herrera.

Lanzarote sufría la llamada crisis de la barrilla, por lo que este mecenas de la capital isleña multiplicó sus actividades para poder paliar las necesidades de los habitantes de su ciudad que comían tuneras, raíces de plantas silvestres, muriendo algunos de hambre.

FOTO 2 Recibo de limosna de 1896 en Valencia

En la sesión del 19 de mayo de 1869 de la Diputación Provincial, el diputado por Arrecife, Elías Martinón, solicita la creación de un hospital en Arrecife. La Diputación encarga al Ayuntamiento de Arrecife que solicite informes al resto de ayuntamientos de la isla de Lanzarote de cuál sería la cantidad que cada ayuntamiento podría aportar al mantenimiento del futuro hospital.

El 30 de junio de 1896, don Manuel Miranda, con autorización del alcalde de Arrecife, don Rafael Ramírez Vega, convoca a los cien vecinos más representativos de Arrecife, con el fin de exponerles la idea de crear un hospital, acudiendo a dicha reunión unas 26 personas.

Don Manuel les expuso la idea de fundar en Arrecife una casa de beneficencia y enseñanza, que en principio estarían a cargo de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, constituyéndose una Junta a tal efecto.

Con la aprobación del Obispo, se acuerda que fueran las Siervas de María Ministras de los Enfermos, las que se hicieran cargo de la proyectada casa, ya que se tenía conocimiento que las mismas se dedicaban a cuidar enfermos a domicilio, a la dirección de hospitales y a la enseñanza, es decir, cumplían las tres funciones que le quería dar a su obra don Manuel Miranda.

Las Siervas de María habían sido fundadas por Santa María Soledad, cuyo nombre original era Bibiana Antonia Manuela Torres Acosta, que había nacido en Madrid el 2 de diciembre de 1826. Murió María Soledad en la Casa General de la Orden de Chamberí en octubre de 1887. Fue beatificada por Pío XII el 5 de octubre de 1850 y Pablo VI la proclamó santa el 25 de enero de 1970. Su fiesta se celebra el 11 de octubre.

A las Siervas de María se les llama las enfermeras de cuerpo y alma por amor de Dios.

FOTO 3 Siervas de María. Escuela de Enfermería, Roma 1907

Don Manuel dirige en 1900 una carta a la Superiora General del Instituto de Las Siervas de María en Madrid pidiéndole el número indispensable de siervas para la fundación y las condiciones en que ésta debía verificarse.

A esta carta la Superiora contestó que el número de Siervas debía de ser cinco, que les debería abonar el pasaje desde Madrid al Puerto del Arrecife y que su manutención sería por medio de suscripciones que ellas mismas gestionarían, aunque también se podría tramitar por una junta de vecinos.

Ante la angustiosa situación de la población, por la falta de lluvias, don Manuel hace llegar algunas consideraciones a las Siervas de María, entre las que encontramos la decisión de que él sería el único administrador de la propiedad de la casa en que se instale la comunidad religiosa y que ésta la habitara en usufructo, abonando el alquiler del almacén, donde se instale la escuela.

Con las Siervas de María llega sor Paulina Arteta y Acedo, monja de mucho brío y santidad, con sus compañeras las monjas María Arza, Martirio Herrera y Cecilia Esquiroz y Ardanaz, que llegaron a Lanzarote en el vapor “Milán Carrasco” para fundar Casa y Escuela en la plaza nombrada de Las Palmas, quedando definitivamente instaladas el 22 de junio de 1902, después de ser recibidas con gran algarabía por la población.

En 1913, el Cabildo Insular se hace cargo del Hospital de Dolores y como ya se hacía muy pequeño para las necesidades de la isla, compra un terreno para su ampliación.

El Hospital contaba con dos salitas, con escasos médicos, no existiendo practicante alguno, ya que al titular, don Cristóbal Pérez, el Ayuntamiento de Arrecife le debía parte de sus salarios y en 1910 se afincó en Tenerife. Tampoco había enfermeros.

FOTO 4 Religiosas Amantes de Jesús e Hijas de María Inmaculada en 1915. Hospital Nuestra Señora de los Dolores (Archivo Municipal de Teguise). El día que se pone el nombre del médico José Molina Aldana a la Sala de Hombres del Hospital Insular

La Voz de Lanzarote transcribía la sesión celebrada por el Cabildo del día 16, y uno de sus puntos dice:
Se lee otra de las Siervas de María en que solicitan recursos para el hospital y reclaman 3 meses de sueldo de las Hermanas encargadas de la asistencia a los enfermos a razón de 45 pesetas para cada una de las dos, a cuyo cargo se halla el Hospital y se acuerda abonárseles

La reforma llevada a cabo en la Congregación de las religiosas hizo que se suspendiese la enseñanza, por lo que a partir de entonces podrían solo dedicarse a la beneficencia. Como consecuencia y ante la muerte de Sor María debida a la tuberculosis tras prolongado contacto con los enfermos, la Madre Superiora hizo que las religiosas se trasladasen a Las Palmas de Gran Canaria, para que se dedicaran a su comunidad, con gran pesar de los arrecifeños por la excelente labor desempeñada, cerrándose el lugar en espera de que llegase otra comunidad religiosa.

Las Siervas de María se marcharon de Arrecife después de que hicieran vendas con todas sus sábanas para atender a los enfermos y de facilitar sus propios colchones a los indigentes.

Las religiosas que llegaron para sustituir a las Siervas de María en 1915, fueron las Amantes de Jesús e Hijas de María Inmaculada, comunidad compuesta por cuatro hermanas que se dedicaron al servicio de los enfermos en el Hospital de Dolores y a los que se encontraban en sus domicilios, a la vez que se emplearon en la enseñanza de párvulos y de adolescentes, al igual que sus predecesoras. La llegada de esta Orden parchea la caótica situación de la sanidad insular.

No se conocían las sulfamidas ni los antibióticos. La organización sanitaria era defectuosa e improcedente, y sólo se contaba con las dos salitas construidas por el párroco don Manuel Miranda Naranjo, para atender a los enfermos, en una población en que la milagrería y el curanderismo reinaban a placer.

BIBLIOGRAFÍA y FOTOGRAFÍAS
De la Hoz, A.: José Molina Orosa. El médico de Lanzarote. Cabildo de Lanzarote. Servicios de Publicaciones, 1999

Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)


domingo, 8 de mayo de 2016

LAS ENFERMERAS, SU TRABAJO EN LA GUERRA Y LA FATIGA DE COMBATE



Las enfermeras en continua formación, tuvieron que afrontar situaciones nuevas como la guerra submarina, los ataques aéreos, las laceraciones y herida por metralla, los gases tóxicos y la guerra de trincheras. La capacidad de observación de la enfermera y sus conocimientos debían combatir el shock, la hemorragia, las enfermedades contagiosas, las heridas infectadas y la inhalación de gases tóxicos, que soportaban el gran número de soldados que debían de ser hospitalizados y a los que debían de atender.

FOTO 1 Croquis de una trinchera

En las trincheras, se enfrentaban a plagas de ratas, piojos y pulgas y a las aguas estancadas que producían los terribles “pies de trinchera”, que era una gangrena provocada por la trombosis de pequeños vasos sanguíneos a causa de permanecer inmovilizado durante largos períodos de tiempo en lugares húmedos y fríos y que provocaron el que muchos soldados terminasen con amputaciones en las extremidades inferiores. Todas estas nuevas situaciones también las padecieron las enfermeras que cuidaron a los enfermos y heridos (1).

Si nos adentramos más en nuestra historia, concretamente en las guerras, encontraremos ejemplos de numerosas mujeres que han llevado a cabo la profesión de la enfermería con afán y pasión, reduciendo en la medida de lo posible, la mortandad entre la población afectada por las aterradoras consecuencias de la guerra como la desnutrición, raquitismo, tuberculosis, tifus, secuelas físicas y psíquicas. Las enfermeras desarrollaban como podían su trabajo en los frentes de batalla y en la retaguardia, soportando unas durísimas condiciones de vida.

A lo largo de los siglos, las mujeres han realizado la mayor parte de los trabajos encaminados a mantener y recuperar la salud de su familia y de aquellas personas que necesitaban algún tipo de cuidados para seguir viviendo. Siempre se les ha relegado a un tipo de trabajo que podría denominarse “secundario”, como se ha pensado que era la enfermería. Pero analizando la labor que han llevado a cabo las enfermeras en los distintos conflictos bélicos, se puede observar que este esfuerzo no ha sido tan “secundario” como se ha creído, sino que, ha sido indispensable para el transcurso de la historia de la sanidad.

FOTO 2 Estudiantes de enfermería durante un seminario de férulas. En la pizarra se puede leer: “Acolchado de las férulas”

Las enfermeras cuidaron realizando jornadas interminables, a soldados heridos y enfermos ayudándolos en su proceso de curación o paliando sus sufrimientos en un entorno adverso y en unas condiciones limitadas. Era doloroso tener que informar a los soldados de sus secuelas como: ceguera, pérdida de algún miembro, pérdida de compañeros, o tener que notificar a los parientes escribiéndoles sendas cartas diciéndoles que sus seres queridos no iban a sobrevivir a las heridas producidas en la batalla (1).

Las enfermeras tenían que: taponar hemorragias, trepanar huesos, curar amputaciones, curar los pies de trinchera, ayudar en las autopsias, servir las comidas, limpiar a los heridos, animarlos, acompañar al médico en las visitas, vigilar el estado general del herido, constantes del herido y ayudarle en todas las necesidades que surgiesen.

También les tocó cuidar y dar los cuidados de enfermería necesarios a unos pacientes problemáticos. A muchos de ellos se les consideraba “cobardes” y personalmente se encontraban muy mal, con un sinfín de síntomas, como los que se describen posteriormente. Era una patología nueva y considerada como enfermedad “rara” para aquella época, aunque ya estaba descrita por Hipócrates.

Psicológicamente se enfrentaban a un grave problema ético, ya que cada vez que un soldado era curado y se le daba el alta, la mayoría de las veces era para volverlos a mandar a una muerte segura.

FOTO 3 Enfermeras de quirófano en 1930

Los enfermos diagnosticados de “Neurosis de guerra” eran tratados en Clínicas que se crearon en pueblos lejos del campo de batalla, en grandes casas de campo con bosques y jardines donde se respiraba mucha tranquilidad. En ellas, permanecían a su cuidado enfermeras profesionales las 24 horas del día, realizando todos los cuidados necesarios que comprendían: limpieza y aseo de los pacientes, oxigenación, alimentación, eliminación de las secreciones humanas, curas de sus heridas, deambulación y ayuda para el paseo a los que les faltaba algún miembro, ayudarles a descansar y dormir lo mejor posible, ayudar al que lo necesite a vestirse, mantenerlos con buena temperatura, intentar que se valgan por sus propios medios, comunicarse entre los compañeros y compartir las vivencias vividas. Ayudarles psicológicamente a superar los traumas que han padecido en la guerra (1).

Neurosis de guerra o fatiga de combate o locura de trinchera:
Término empleado para describir el trauma psicológico… la intensidad de las batallas de la artillería… crisis neuróticas de los soldados por lo demás mentalmente estables.

Los soldados llegaron a identificar los síntomas, pero el reconocimiento oficial de la autoridad militar tardó en llegar… Ataques de pánico, parálisis mental y física, aterradores dolores de cabeza, sueños espantosos… Muchos sintieron los efectos durante años… Los tratamientos eran rudimentarios en el mejor de los casos, peligrosos en el peor de los casos.

El “síndrome de la neurosis de guerra” data desde la Primera Guerra Mundial, sin embargo en esa época solía confundirse como cobardía ante el enemigo.

FOTO 4 Soldado con neurosis de guerra Primera Guerra Mundial

En un estudio del doctor W. H. R. Rivers basada en la observación de los soldados heridos en el Hospital de Guerra de Craiglockhart entre los años 1915 a 1917, explicaba el proceso de represión, los soldados que pasaban la mayor parte del tiempo tratando de olvidar los temores y recuerdos eran más propensos a sufrir recaídas en el silencio y la soledad de la noche, cuando el sueño debilitaba su autocontrol y los hacía vulnerables a pensamientos lúgubres.

Todo era más intenso en la soledad de la noche. Sin duda era entonces cuando sus pensamientos sombríos se liberaban de sus restricciones y se convertían en sueños que les atormentaban. Según el doctor Rivers, la represión contribuía a que los pensamientos negativos acumularan energía, lo cual ocasionaba pesadillas e imágenes oníricas vividas e incluso dolorosas que se apoderaban “violentamente” del intelecto.

El doctor Rivers hablaba de los soldados sin emplear ni mencionar las “tendencias violentas” que presentaban dichos sujetos y prefería emplear las palabras como “disociación, depresión, confusión, la sensación del soldado de estar “a oscuras”, pero sin emplear otras palabras más fuertes.

FOTO 5 Hospital de Guerra de Craiglockhart. Enfermeras

En el testimonio del corresponsal de guerra Philip Gibbs, había escrito acerca del regreso de los soldados después de la guerra y decía así:
Algo iba mal. Volvían a vestir sus ropas de civil y a ojos de sus madres, novias y esposas eran los mismos jóvenes que habían conocido en los días de paz anteriores a agosto de 1914. Pero no eran los mismos. Algo había cambiado en su interior. Sufrían cambios de humor y extraños estallidos de rabia, depresiones profundas que daban paso a una impaciente búsqueda de placer. Muchos se veían arrastrados con facilidad a pasiones que les hacían perder el control de sí mismos, muchos se expresaban con amargura, con opiniones violentas, aterradoras.

Trastornos que sin duda podrían llevar a una persona a cometer una terrible equivocación, un acto atroz del que no habría sido capaz en su sano juicio.

A continuación el artículo describía las condiciones de las trincheras del frente oriental, la espantosa insalubridad, las ratas y el olor a moho y descomposición del pie de trinchera, los piojos que se alimentaban de la carne putrefacta. Las imágenes del barro y agua que cubrían todos los suelos de las trincheras, charcos, agua hasta los tobillos, frío, etc… y de las grandes matanzas que se producían a su alrededor.

Muchos de ellos no volvieron, murieron en las propias trincheras. Volvían en un estado lamentable. Un soldado explicó como había pasado 18 horas enterrado después de una explosión. Estaba en tierra de nadie y sus compañeros no podían salir en su busca en pleno bombardeo. Cuando al final lograron desenterrarlo estaba en estado catatónico, totalmente conmocionado. Lo enviaron a casa y lo trataron en uno de esos hospitales que se montaron en las casas de campo, pero no volvió a ser el mismo.

La expresión de su cara era de horror permanente. Sufría pesadillas en las que no podía respirar y se despertaba por la falta de aire. Otras noches despertaba a sus compañeros con un aullido espantoso que traspasaba todas las paredes de la casa de campo. Todos los niños en el pueblo le tenían miedo (2).

FOTO 6 Soldado con neurosis de guerra Primera Guerra Mundial

Carta de Laurie, un soldado francés desde el frente occidental, escribe esta carta a su amada el 5 de febrero de 1918:
Cariño mío:
(…) Quizá te gustará saber cómo está el ánimo de los hombres aquí. Bien, la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.

De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los hombres es que los disturbios y protestas en casa obliguen al gobierno a acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.

Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba; solo me queda el pensar en todos los que estáis allí; todos a los que amo y que confían en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad y libertad. Esto es lo único que me mantiene y me da fuerzas para aguantarlo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no es algo que ocupe ni uno entre un millón de todos los pensamientos que ocupan las mentes de los hombres aquí.

Dios te bendiga cariño, y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes, corazón mío, porque continuaré hasta el final, sea bueno o malo (…)
Laurie (Grence Ruiz, T. et al. 2012: 125)

Neurosis de Guerra
La neurosis de guerra no es una entidad clínica en sí misma. Pertenece a la categoría de la neurosis traumática, que fue definida en 1889 por el neurólogo alemán Hermann Oppenheim, quién la describió como una afección orgánica consecutiva a un traumatismo real que provocó una alteración física de los centros nerviosos, acompañada de síntomas psíquicos como: depresión, hipocondría, angustia, delirio, etc.

Con Freud, la neurosis se convertía de tal modo en una afección puramente psíquica, con lo cual caducaba la idea de la simulación, tanto para los adeptos del organicismo como para los partidarios del funcionalismo o la causalidad psíquica.

Con la Primera Guerra Mundial se reactivó el interminable debate sobre el origen traumático de la neurosis. Las jerarquías militares recurrieron a psiquiatras de todas las orillas para que trataran de desenmascarar a los simuladores, sospechosos (como en otro tiempo las histéricas) de ser falsos enfermos, es decir mentirosos, desertores, malos patriotas.

Este problema que iba a ser desenterrado por Kur Eissler psicoanalista vienés, comenzó con una acusación del teniente Walter Kauders contra Julius Wagner-Jauregg, psiquíatra, a quién se atribuyó haber utilizado un tratamiento eléctrico para atender a los soldados afectados de neurosis de guerra y de hecho considerados simuladores. Freud fue entonces convocado como experto por una comisión investigadora, para que diera su opinión sobre el eventual delito de Wagner-Jauregg. En el informe, Freud se mostró muy moderado con el psiquiatra, pero en cambio criticó con suma violencia, no sólo el método eléctrico, sino también la ética médica de quienes lo utilizaban. Recordó que el deber del médico es siempre y en todas partes ponerse al servicio del enfermo, y no de cualquier poder estatal o bélico, y estigmatizó la idea de la simulación, incapaz de definir la neurosis, fuera de origen traumático o psíquico: “Todos los neuróticos son simuladores -dijo-, simulan sin saberlo, y ésta es su enfermedad”.

La implantación progresiva del psicoanálisis en los diferentes países occidentales transformó la mirada psiquiátrica sobre la cuestión de la neurosis de guerra.

Históricamente, el problema de la neurosis de guerra es tan antigua como la guerra misma. La idea de que las tragedias sangrientas de la historia pueden inducir en los sujetos “normales” a algunas modificaciones del alma o del comportamiento se remonta a la noche de los tiempos. Todos los trabajos que se realizaron en el siglo XX sobre los traumas vinculados con la guerra, la tortura, el secuestro, el encierro o situaciones extremas, confirmaron la tesis freudiana: estos traumas son a la vez específicos de una situación determinada, y reveladores en cada individuo de una historia que le es propia.

En otras palabras, los períodos llamados “de trastornos” favorecen menos la eclosión de la locura o la neurosis que el drenaje de sus síntomas en forma de traumas. Por ejemplo, el suicidio explícito, la melancolía, son menos frecuentes cuando la guerra justifica la muerte heroica, y las neurosis son más numerosas y manifiestas cuando la sociedad en la que se expresan presenta todas las apariencias de la estabilidad (3).

FOTO 7 Ambulancia para cirugía. Francia 1914.

Fatiga de Combate
Fatiga de Combate es un trastorno psicológico caracterizado por un tipo de neurosis que se evidencia como un síndrome de estrés y repulsión al combate (4).

En la Primera Guerra Mundial, confundían la fatiga de combate con la cobardía ante el enemigo. Algunos estudios preliminares que se realizaron en aquella época y se llamó síndrome shell-shock; pero no fue hasta avanzada la Segunda Guerra Mundial, cuando los especialistas de los países aliados lograron conceptualizar la fatiga de combate como un tipo de trauma psicopatológico manifestado como una neurosis asociada a la exposición prolongada de muertes masivas, explosiones, tableteos de ametralladoras, en particular a aquellos que predominaban los bombardeos constantes, escenas chocantes, el ruido ambiente propio de una batalla (4).

La fatiga de combate en las líneas soviéticas alentada por la crueldad de la oficialidad soviética que enviaba a multitud de soldados al sacrificio, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron causa de que se pasaran por miles al lado alemán transformándose en “hiwis”.

Síntomas
La fatiga de combate se suele desencadenar a partir del ruido constante de explosiones, ruidos del funcionamiento constante de armas, presenciar la muerte de camaradas en el combate, etc. Esta se manifiesta de diferentes modos, dependiendo del perfil de personalidad del sujeto, puede ser expresado por ataques de histeria, pasividad y mutismo o parálisis de miembros, incapacidad para percibir el entorno o descontrol de emociones reprimidas.

Los síntomas pueden ser variados: mutismo, mudez, sordera, inestabilidad emocional, apatía, falta de concentración, sudoración fría, trastornos del sueño, convulsiones musculares, desinterés del entorno etc. Incluso algunos soldados afectados pueden rehusar disparar a matar cuando el enemigo es sentido como similar a si mismo. La reiteración de órdenes de aniquilación por parte de sus superiores provocan la fatiga de combate. Incontables son los casos en que el soldado afectado se ha vuelto contra sus superiores.

FOTO 8 City of London Mental Hospital, Dartford

La fatiga de combate supone en el sujeto que la padece, un quiebre del temple emocional en la lucha antagónica entre el instinto de supervivencia y el horror del escenario bélico al que se enfrenta, mientras más peligrosas son las misiones, se establece una mayor predisposición a padecer la neurosis.

Incluso cuando se retira al soldado del escenario bélico transformándose en un veterano de guerra la fatiga de combate reaparece en tiempos de paz ante determinadas situaciones y puede afectar al individuo de por vida. Muchos individuos afectados por fatiga de combate han protagonizado hechos luctuosos. La cura de la fatiga de combate es compleja, se ha experimentado realizando curas de sueño, drogas ansiolíticas, traslado a lugares tranquilos son algunas de las indicaciones de los psiquiatras (4).

LOCURA DE TRINCHERA
Al comienzo de la guerra los cuadros neuróticos de pérdida del habla, trastorno del sueño, convulsiones musculares, inexplicables espasmos faciales, ceguera histérica y otras afecciones no fueron considerados como patologías.

Lo llamaron “síndrome del corazón del soldado”, shock de las trincheras, neurosis de combate, fatiga de batalla. Aunque se identifica por primera vez en la Guerra de Secesión americana, el tema del soldado loco por culpa del pánico es tan antiguo como el mundo; tan viejo como la guerra.

Hipócrates habló de las pesadillas de los soldados y Heródoto descubrió ciertos síntomas similares entre los supervivientes que habían participado en la batalla de Maratón. En los Tercios de Flandes durante la Guerra de los Treinta años se sufrieron casos de incapacidad emocional entre los soldados y ya en ese siglo los médicos sospechaban que determinadas reacciones no se debían a heridas físicas. Rusia, en la guerra contra Japón, apenas estrenado el atroz siglo XX, fue el primer país en enviar médicos psiquiatras al frente. Pero, ¿qué ocurrió en la Gran Guerra para que la demencia del soldado se considerara uno de los problemas más graves del ejército?

FOTO 9 Silla Bergonic para dar tratamiento eléctrico a efectos psicológicos, en casos psico-neuróticos.

Repasando viejas fotografías y grabaciones de la época realizadas en algunos hospitales del frente se asiste a todo un tratado del horror: soldados que han perdido el habla, otros que se mueven entre espasmos, algunos que sorprenden con una inquietante mirada vacía que se llamó de las mil yardas, es decir, la distancia aproximada de la trinchera al enemigo. De alguna forma, la Gran Guerra fue el conflicto que cambió el diagnóstico sobre cómo puede afectar un trauma a la razón y, en particular, en situaciones bélicas extremas.

Era lógico. En ninguna guerra como en ésta habían sido ingresados tantos soldados que en apariencia no estaban heridos pero que eran incapaces de continuar luchando. Fue el resultado de una guerra que sorprendió a todos los que participaron en ella. Tanto los soldados como los altos mandos tenían en mente las guerras anteriores que se resolvían en enfrentamientos frente a frente en campos de batalla y donde además se conocían los efectos de las armas y cañones. Sin embargo, este conflicto devastador se podría considerar como la primera guerra moderna, el laboratorio en el que se ensaya el armamento moderno que se pondrá en práctica en la guerra siguiente: la Segunda Guerra Mundial. Cruel paradoja que todos los avances técnicos y científicos del siglo XIX, la centuria del progreso y la modernidad, sirvieran para el desarrollo de las máquinas de matar.

Es la guerra de la metralleta y su vértigo veloz de muerte, del carro de combate, de la guerra submarina y aérea o de los gases tóxicos. Sólo habría que recordar la “sorpresa” que recibieron los soldados de Ypres cuando descubrieron que la nube azulada que se acercaba hacia ellos les quemaba los pulmones y los volvía ciegos. Fue entonces cuando comenzaron a utilizarse las máscaras antigás, pero sólo después del shock de esos primeros asaltos.

Las razones de la neurosis de combate habría que explicarlas por las particularidades que imponía esta guerra con sus nuevos disfraces de muerte. Los soldados no se enfrentaban físicamente al enemigo sino que aguardaban en la trinchera como conejos asustados dentro de una madriguera, a la espera de que llegara el fusil o el obús que los destrozaba literalmente o que lo hacía con el que luchaba a su lado. Muchos soldados afectados por el shock de trinchera (“shell shock”) se quedaban inmóviles sin poder reaccionar al ver que el compañero se convertía en una mezcla informe de fango y sangre. Y auténtico pavor se desataba en el momento en que sonaba el silbato que ordenaba que había que saltar de la trinchera y salir a la tierra de nadie mientras el enemigo lanzaba sus proyectiles contra todo lo que se moviera. Era toda una invitación al suicidio por la más que probable posibilidad de ser alcanzado por alguna de las miles de balas lanzadas desde el otro bando.

Muchas jornadas resistiendo en estas condiciones llevó a que los combatientes perdieran la razón. No podían dormir y si lo hacían era entre continuas pesadillas no peores que las de la realidad de forma que era imposible diferenciar lo vivido de lo soñado.

En realidad sólo hay que echar un vistazo a las vanguardias que resultaron de la pesadilla de esta guerra como el expresionismo para descubrir la forma en que afectó al inconsciente el trauma de la violencia y la carnicería sin precedentes en que se convirtió Europa en aquellos cuatro años. El arte demostró que ninguno de los que participaron en la guerra fue el mismo cuando terminó. Algunos creadores sufrieron con estos trastornos como Tolkien, afectado por lo que sufrió en la batalla del Somme. O los poetas ingleses Seigfried Sassoon y Wilfred Owen que fueron tratados de neurosis en el Hospital de guerra de Craiglockhart cerca de Edimburgo, un episodio que noveló la escritora Pat Barker y que también fue llevado al cine por Gillian Mackinnan.

FOTO 10 Herido en la trinchera con los sanitarios

Al comienzo de la guerra los cuadros neuróticos de pérdida del habla, trastorno del sueño, convulsiones musculares, inexplicables espasmos faciales, ceguera histérica y otras afecciones no fueron considerados como patologías. Primero se creyó que era consecuencia del ruido de las explosiones e interpretado como simple fatiga de combate, pero los síntomas fueron empeorando conforme la guerra se estancaba sin solución y el campo de batalla se convertía en una trituradora de jóvenes que morían sin sentido.

Psicoanálisis y otras terapias
Muchos soldados que padecieron el trauma de guerra fueron acusados y degradados por el alto mando por supuesta falta de valor en el frente y se achacó su reacción a la cobardía y la ausencia de patriotismo. Se dieron incluso casos en los que los soldados sufrieron consejos de guerra al considerar que sólo fingían para abandonar el frente. Y algunos fueron fusilados al creer que sólo disimulaban un caso evidente de deserción.

Sin embargo, la influencia del psicoanálisis ayudó a cambiar la interpretación ante esta particular locura de guerra.

Así se envió a psiquiatras al frente y se realizaron terapias para tratar a los enfermos, sobre todo, los polémicos tratamientos con electroshock que en ocasiones afectaron aún más a los pacientes. Es curioso pero muchos de aquellos soldados sanaron tras la que puede considerarse la terapia más efectiva: el alejamiento del frente o el fin de la guerra. Este conflicto revolucionó el tratamiento psiquiátrico de los soldados que se transformó por completo tal y como se demostró poco después en la siguiente guerra y en todas las que siguieron.

FOTO 11 Pie de trinchera

Pero la Gran Guerra no sólo afectó a la mente. También supuso un gran cambio para la medicina que tuvo que enfrentarse a nuevas heridas de guerra que ya no se limitaban a los “clásicos” casos de disparo o cañonazo. No hay más que volver al arte para comprobar esta página de horrores. Los cuadros de Grosz o de Otto Dix con los inválidos de guerra que juegan a las cartas demuestran una de las iconografías más macabras que mostró este desastre: rostros sin nariz o mandíbula, cojos o mancos, con el cráneo deformado. Y la película “Johnny cogió su fusil”, con el soldado convertido en un tronco vivo, sin piernas ni brazos, ciego y sin posibilidad de hablar confirma la dificultad extrema que supuso para los médicos y los servicios sanitarios, entre ellas las enfermeras, la llegada de estos heridos.

Las calles se llenaron de mutilados de guerra y también de desfigurados como no se había visto nunca. Rostros sin ojos, sin nariz, sin orejas o mandíbulas, con trozos metálicos que sustituían al cráneo formaban parte de esta galería pavorosa que resultó de la guerra. Soldados convertidos en monstruos andantes que también sufrieron trastorno a causa del rechazo provocado por su presencia física.

Las esquirlas metálicas provocaban heridas terribles en el rostro y solían infectarse con facilidad. Esto llevó a algunos médicos a intentar osados experimentos que en algunos casos fracasaron y en otros condujeron a un importante avance en campos como la cirugía estética. Ocurrió con el médico Harold Gillies que creó una unidad para reparar rostros desfigurados de soldados británicos en un Hospital en Sidcup, al este de Londres.

FOTO 12 Hospital en Sidcup, Londres

Uno de sus exitosos casos fue la reconstrucción de la cara del teniente William Spreckley, que había perdido la nariz. El cirujano realizó una técnica novedosa extrayendo cartílago de las costillas del paciente y creando un colgajo para reconstruir la nariz. Sin embargo, otros casos terminaron con la muerte del herido a causa de infecciones ya que se trataba de complejas cirugías que se hicieron antes del descubrimiento de los antibióticos.

Las situaciones extremas de la guerra hizo que los médicos tuvieran que improvisar e idear operaciones de urgencia con los mínimos medios. Y también propició avances como la creación de bancos de sangre para hacer transfusiones en el mismo frente. El capitán norteamericano Oswald Robertson fue el primero en crear un banco de sangre en el frente occidental en el que se almacenaba y se utilizaba citrato de sodio para prevenir la coagulación.

El tratamiento de las heridas para evitar infecciones antes de que se descubrieran los antibióticos fue otro de los grandes avances. Así, se experimentó con antisépticos en heridas abiertas como hicieron con el hipoclorito de sodio los médicos Alexis Carrel y Henry Dankin.

El particular ambiente de la guerra de trincheras trajo también curiosas enfermedades que afectaron a las tropas. Los grandes periodos en los que los soldados debían permanecer en estos agujeros normalmente anegados por la lluvia sucia, con el calzado mojado en charcos llenos de fango, ratas y restos de cuerpos en descomposición provocó el desarrollo del llamado pie de trinchera. Era una dolorosa enfermedad fúngica que si no se trataba, podía derivar en una gangrena. Literalmente el pie del soldado se pudría lo que conllevaba a la mutilación del miembro.

FOTO 13 Queen's Mary´s Hospital

A causa de la suciedad y el detritus en las trincheras los soldados sufrían además plagas de piojos. Como medida higiénica los soldados se aplicaban cresol, aunque les abrasaba la piel, o bien se volvían la guerrera del revés para despistar a los piojos y los huevos que alojaban al refugio caliente del cuerpo. Junto a las ratas, los piojos fueron una de las obsesiones de los combatientes en las trincheras. Además, el piojo fue el responsable de otra de las enfermedades de la Primera Guerra Mundial: la fiebre de trinchera. Los soldados sufrían fiebre alta, dolor de cabeza y, sobre todo, en las piernas, concretamente en las espinillas. La convalecencia duraba un mes o más y suponía la retirada del frente durante esos días hasta el hospital de combate más cercano.

Sin embargo, y en otra más de las burlas macabras que tuvo esta guerra, la peor enfermedad apareció al final de esta pesadilla. Si con el armisticio en 1918 se calcula que habían fallecido millones de personas, una epidemia provocó millones de muertes en una Europa que no se había recuperado del horror. La gripe de 1918 terminó de diezmar a la población europea en un epílogo que subrayó el apocalipsis que sin duda sufrió el continente a causa de la guerra.

No se puede considerar que la pandemia de gripe fuera un resultado directo de la guerra, pero sin duda las condiciones insalubres en las que había quedado Europa provocaron el desarrollo y virulencia de la enfermedad. La gripe también se denominó gripe española porque fue en la prensa española donde se abordó sin censuras, a causa de la neutralidad del país en el conflicto. Por esa razón, se creyó que se había originado en España. Como casi siempre los vientos sucios de la guerra, a pesar de su poder devastador, provocaron un inesperado avance en algunos campos. Desde luego la medicina y la psiquiatría no fueran las mismas después de este conflicto (5).

FOTO 14 Victoria Hospital, Lichfield

FOTOS

1.- Las operaciones militares de 1914 y 1915. De la guerra de movimientos a la de posiciones

http://jcdonceld.blogspot.com.es/2012/08/la-guerra-de-trincheras-en-la-primera.html

3.- 8 - 10 - 14 El mundo: Primera Guerra Mundial
4.- 6 - Neurosis de Guerra
5.- Hospital de Guerra de Craiglockhart. Enfermeras

7.- Salvando vidas en el campo de batalla. La salud y la medicina durante la Primera Guerra Mundial. Colección Library of Congress, Washington, D.C.

9.- Imágenes medicina antigua
11.- Desde el sótano. Pie de trinchera
12.- Hospital en Sidcup, Londres
13.- Queen's Mary´s Hospital

BIBLIOGRAFÍA
1.- Manuel Solórzano Sánchez. La enfermería en la II República. 4 de junio de 2012
2.- El último adiós. Kate Morton. 2015. páginas 333 - 340
3.- Neurosis de guerra
4.- Fatiga de combate
5.- Eva Díaz Pérez es la autora de “El sonámbulo de Verdún” (Destino), ambientada en la Primera Guerra Mundial

Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
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