viernes, 23 de agosto de 2013

HESTER LATTERLY. “ENFERMERA VICTORIANA”



Anne Perry es una escritora inglesa, autora de “Historias de detectives”, que ha escrito una serie de libros sobre el detective William Monk y una de sus protagonistas que le ayudan a resolver sus casos es la enfermera Hester Latterly.

Hester es enfermera titulada de profesión, sirvió en el Hospital de Scutari en Crimea bajo las órdenes de Florence Nightingale. Su trabajo fue muy duro desde el principio, tuvieron que empezar de cero, ya que nunca en el ejército inglés habían trabajado enfermeras mujeres, ya que los médicos no las querían. Les costó mucho que su trabajo fuese reconocido por los varones militares, sobre todo los médicos, aunque la tropa estaban encantados que estuviesen ellas a su cuidado.

Cuando regresa a su casa en 1856, la encuentra hecha un caos y se encuentra con el detective Monk que investiga un delito relacionado con su familia. Su naturaleza investigadora finalmente le permite ayudar al detective en sus investigaciones, a pesar de lo incómodo al principio.

FOTO 001 Rapiñadores de Londres victoriano. La Revista Headington, 1871. Niño: La vida de un Mudlark, 1861

Después de intentar trabajar en un Hospital de forma libre, es despedida por su individualismo y se lleva a sus pacientes particulares a su propia enfermería. Después de este suceso, con la ayuda de su amiga Callandra Daviot, abre una Clínica para prostitutas, heridos y enfermos en los barrios pobres del centro de Londres. Posteriormente se casó con el detective después de encontrarse a los cuatro años de haber llegado a Londres. No tienen hijos pero ella adoptó a los “Mudlark” (niños pobres que buscaban lo que podían en las orillas fangosas del río Támesis en marea baja, hurgando en busca de cualquier cosa que pudiese ser vendida. Hoy llamados recicladores).

Hay un libro donde Henry Mayhew, describe perfectamente a los Mudlark, y es un libro de narrativa: “Londres Trabajo y los pobres de Londres”, extra volumen 1851.

FOTO 002 Portada y contraportada del libro “Su hermano Caín” de Anne Perry

Anne Perry, en uno de sus múltiples libros del detective Monk: “Su Hermano Caín”, en la página 59 dice así:
Hester Latterly había trabajado como enfermera a las órdenes de Florence Nightingale en el hospital de Scutari durante la guerra de Crimea y también en el campo de batalla. Estaba más que acostumbrada a las enfermedades, el frío, la suciedad y el dolor del sufrimiento ajeno. Eran incontables las muertes que había visto por causa de la fiebre o las heridas. Sin embargo, la difícil situación de los pobres y los enfermos que vivían en Limehouse era algo que le llegaba al alma, y el único modo que conocía para soportarlo y acabar con las pesadillas era trabajar con su íntima amiga y mecenas de Monk, lady Callandra Daviot, y el doctor Kristian Beck, para así aliviar las penurias en la medida de lo posible y luchar por paliar las condiciones que hacían que esas enfermedades fuesen endémicas.

Hester estaba arrodillada limpiando el suelo de un almacén que Enid Ravensbrook, otra mujer acaudalada y llena de compasión, había adquirido, al menos temporalmente, con el fin de habilitarlo como hospital para los enfermos de la fiebre, al igual que se había hecho en el hospital militar de Scutari. Hester tenía la impresión de que el agua que se estaba utilizando se encontraba tan infectada como cualquiera de sus pacientes, pero le había añadido una buena cantidad de vinagre y confiaba en que satisficiera su propósito. El doctor Beck también había conseguido media docena de braseros en los que quemarían hojas de tabaco, una práctica muy extendida en la marina para fumigar las cubiertas y combatir la fiebre amarilla. Callandra compró varias botellas de ginebra, que estaban bien guardadas en el botiquín y se emplearían para limpiar ollas, tazas y cualquier instrumento. Puesto que sólo contaban con enfermeras profesionales, era bastante improbable que el alcohol se utilizara para otros fines.

Hester acabó de limpiar el suelo y se puso de pie; mientras doblaba la espalda adelante y atrás para aliviarla de la rigidez, entró Callandra. Era una mujer de caderas anchas y de mediana edad.

… ¿Ha terminado? Le preguntó en tono animado. Excelente. Me temo que vamos a necesitar todo el espacio posible. Y, por supuesto, mantas. Inspeccionó la habitación durante unos instantes; luego, cuidadosamente, se puso a medir a pasos el suelo, calculando con precisión cuántas personas cabrían sin tocarse. Quisiera conseguir jergones, prosiguió de espaldas a Hester, y ollas y cubos. ¡La tifoidea es una enfermedad tan horrorosa! Tendremos que deshacernos de muchos restos y desechos, y sabe Dios cómo lograremos hacerlo. Estaba en el otro extremo de la habitación y Hester apenas le oía. Se volvió y comenzó a medir a pasos el ancho. ¡Todos los estercoleros y pozos negros en varios kilómetros a la redonda están desbordados!

FOTO 003 Londres Trabajo y los pobres de Londres

¿Ha hablado el doctor Beck con las autoridades locales al respecto? Se interesó Hester mientras se dirigía hacia la ventana con el cubo para vaciarlo. No había sumideros y, de todos modos, el agua estaba mezclada con vinagre, así que, probablemente, sería beneficiosa para los arroyos, más que perjudicial.

Callandra llegó al otro extremo y perdió la cuenta. Amaba a Kristian Beck incluso desde antes que se produjera el desafortunado incidente del Royal Free Hospital el verano anterior. Hester lo sabía, pero era algo de lo que nunca hablaban. Se trataba de un tema muy delicado y doloroso. La intensidad de los sentimientos de Kristian hacía que la situación resultara todavía más conmovedora. Callandra había enviudado, pero la esposa de Kristian aún vivía.

Hester miró por la ventana para asegurarse de que nadie pasaba por debajo y vació el cubo. Creo que caben unas noventa personas, decidió Callandra, y después frunció el ceño. ¡Ojalá no nos haga falta más! Ya tenemos cuarenta y siete casos, eso sin contar los diecisiete muertos y los trece que están demasiado enfermos y no pueden moverse. No creo que pasen de esta noche. Subió el tono de voz. ¡Me siento tan impotente! ¡Es como luchar contra la marea ascendente con una fregona y un cubo!

La puerta se abrió y entró una mujer muy atractiva, con una botella de ginebra bajo el brazo y otra en cada mano. Era Enid Ravensbrook. Supongo que es mejor que nada, comentó esbozando una sonrisa. Le he dicho a Mary que vaya a buscar paja limpia. El palafrenero que está al final del callejón tal vez tenga. Su madre es una de las víctimas. Hará todo lo que esté en sus manos. Dejó las botellas de ginebra en el suelo. No sé qué hacer con respecto al pozo. He sacado agua con la bomba, pero huele como la pocilga de al lado.

Seguramente hay un buen motivo, observó Hester frunciendo los labios. Hay un pozo en Phoebe Street que huele bien, pero transportar el agua hasta aquí sería muy agotador y, además, tenemos pocos cubos. Tendremos que pedirlos prestados, resolvió Enid. Si cada familia nos presta uno, tendríamos bastantes.

No tienen cubos de sobra, señaló Hester al tiempo que colocaba el suyo en el suelo y ordenaba el cepillo y la tela. La mayoría de las familias de por aquí sólo cuenta con una olla. ¿Una olla para qué? Preguntó Enid. ¿Acaso utilizan el cubo de los deshechos de la noche para limpiar el suelo?

Una olla para todo, le explicó Hester. La usan para limpiar el suelo, lavar a los niños, depositar los excrementos por la noche y cocinar. ¡Oh Dios! Enid se quedó inmóvil; luego se sonrojó, sin poder articular palabra. Respiró hondo. Lo siento. Supongo que todavía desconozco muchas cosas. Iré a comprar unos cuantos.

Giró sobre sus talones y, al salir estuvo a punto de chocar con Kristian Beck, que entraba en ese preciso instante. Estaba visiblemente enojado; fruncía sus hermosos labios y el intenso color de las mejillas nada tenía que ver con el frío del exterior. Resultaba del todo innecesario preguntarle si su reunión con las autoridades locales había tenido éxito o había sido un completo fracaso. Callandra fue la primera en hablar. ¿Nada? Preguntó en voz baja y en un tono que no denotaba reproche alguno. Nada admitió Kristian. … Tienen cientos de excusas, pero todas apuntan hacia lo mismo. ¡No les importa lo suficiente!

¿Qué clase de excusa? Quiso saber Enid. ¿Cómo es posible? Cientos de personas se están muriendo y podrían morir cientos más antes de que todo esto acabe. ¡Es monstruoso!

Hester había pasado cerca de dos años trabajando como enfermera del ejército. Estaba acostumbrada al funcionamiento interno de las instituciones. Ninguna autoridad local podía ser peor que la militar o, en su opinión, más terca ni estar totalmente fosilizada en su forma de pensar. El difunto esposo de Callandra era cirujano del ejército, por lo que ella también conocía de sobra el ritual y el poderío prácticamente insuperable de la tradición.

Dinero dijo Kristian disgustado. Recorrió con la mirada el almacén recién limpiado. Hacía frío y no había nada, pero estaba limpio. Construir un buen alcantarillado significaría que tendrían que añadir un penique a las cuotas del agua y nadie está dispuesto a tomar esa decisión, añadió. Pero no comprenden… comenzó a decir Enid. Sólo un penique, se lamentó Callandra con un bufido. Por lo menos la mitad de los miembros son tenderos, explicó Kristian con fastidio. Un penique más en las cuotas les perjudicaría su negocio. ¿La mitad son tenderos? Hester hizo una mueca. ¿Esto es ridículo? ¿Por qué tantas personas para una única ocupación? ¿Dónde están los albañiles, los zapateros o los panaderos, las personas normales?

FOTO 004 Londres victoriano

Trabajando, afirmó Kristian. No se puede estar en el consejo a no ser que se tenga dinero y tiempo libre. Las personas normales están trabajando, no pueden permitirse el lujo de no trabajar. Hester respiró hondo para argumentar algo, pero Kristian se le adelantó. Tampoco se puede votar a los miembros del consejo si no se posee una propiedad valorada en más de mil libras, señaló, o una renta superior a cien libras anuales. Esto excluye a la mayor parte de los hombres y, por supuesto, a todas las mujeres.

Callandra decía: ¡Nunca podremos salvar a los enfermos y traerlos aquí porque algunos malditos tenderos no quieren pagar un penique más en las cuotas que serviría para eliminar las aguas negras de las calles!

… No pudieron tomarse más decisiones ya que en ese momento llegaron varios fardos de paja y lonas, velas viejas y arpilleras, cualquier cosa que pudiera emplearse para preparar una cama aceptable, así como mantas para cubrirlas.

Hester partió con la intención de conseguir combustible para dos panzudas estufas negras, que debían mantenerse encendidas el máximo tiempo posible no sólo por el calor, sino también para hervir el agua y cocer las gachas, o los alimentos que pudieran obtenerse, y dar de comer a las personas que no estuvieran demasiado enfermas. Dado que la tifoidea es una enfermedad de los intestinos, era probable que quedaran pocas personas en condición de comer, pero habría que fortalecer a los que lograran superar los peores momentos. Y los líquidos de cualquier clase eran de importancia vital, pues en muchas ocasiones suponían la diferencia entre la vida y la muerte.

Resultaba del todo imposible obtener carne, leche y fruta, así como verduras. Estarían de suerte si encontraban patatas; probablemente, tendrían que conformarse con pan, guisantes secos y té, al igual que el resto de los habitantes de la zona. Tal vez consiguieran un poco de tocino, aunque había que ser cauto; la carne solía provenir de animales que habían muerto a causa de enfermedades, pero, de todos modos, escaseaba. En la mayoría de las familias, sólo el hombre que trabajaba disfrutaba de tales lujos. Para que los demás sobrevivieran era imprescindible que él no perdiese ni un ápice de su fuerza.

Los pacientes llegaron durante las horas siguientes y, de hecho, a lo largo de toda la noche, a veces de uno en uno, a veces varios a la vez. Kristian poco podía hacer por ellos, excepto intentar mantenerlos lo más limpios y cómodos posible en las limitadas instalaciones y lavarlos con agua fría y vinagre para controlar la fiebre. Varios pacientes cayeron rápidamente en un estado de delirio.

Durante toda la noche, Hester, Callandra y Enid anduvieron entre los improvisados jergones, llevando cuencos con agua y telas. Kristian había regresado al hospital donde ejercía. Mary y otra mujer vaciaban constantemente los cubos del ferretero en el pozo negro. Hacia la una y media se produjo una especie de relajamiento y Hester aprovechó para preparar gachas calientes y emplear media botella de ginebra en limpiar algunos platos y utensilios.

Oyó un ruido en la puerta y era Mary entrando a duras penas con dos cubos de agua que había extraído del pozo situado en la calle de al lado. A la luz de las velas parecía una lechera grotesca, encorvada, con los cabellos en el rostro por efecto del viento y la lluvia exterior. Su sencillo vestido estaba mojado por la parte superior y los faldones se arrastraban por el lodo. Vivía en la zona y había acudido a ayudar porque su hermana era uno de los enfermos. Dejó los cubos en el suelo con un involuntario resoplido de alivio y sonrió a la enfermera Hester.

Aquí están, señorita. Con un poco de lluvia, pero no creo que eso le haga daño a nadie. Los quiere, ¿no? Sí, los vaciaré aquí, aceptó Hester, señalando el caldero que estaba removiendo encima de la estufa panzuda.

¿Crimea era así?, preguntó Mary en susurros por si acaso alguno de los pacientes estaba, más que inconsciente, dormido. Sí, un poco. Con la diferencia de que allí también había heridas a causa de los disparos, y amputaciones y gangrena, y muchas fiebres.

… Los recuerdos abrumaron a Hester: los soldados que tal vez sólo viera durante una o dos horas y de los que, aun así, recordaba sus rostros marcados por la angustia; la valentía con la que algunos soportaban el dolor de sus heridas y los cuerpos que se desplomaban. Recordaba a uno con gran nitidez. Veía los rasgos bañados en sangre superpuestos al caldero de gachas que removía en esos instantes, la sonrisa forzada en los labios del soldado, el bigote rubio y la masa destrozada e informe que ocupaba el lugar del hombro. Se moriría desangrado y Hester no podía ayudarlo, sólo acompañarlo.

FOTO 005 Enfermeras de la Cruz Roja 1940

CONCLUSIÓN
Aquí en esta novela de detectives, Anne Perry nos cuenta la trayectoria y las duras vivencias de Hester Latterly, una enfermera en la guerra de Crimea y posteriormente su empeño en volcar su experiencia a su vida profesional en favor de los desfavorecidos. Su formación y su forma de ver la vida hacen que con su ejemplo y sus conocimientos, pueda organizar apenas sin recursos en un antiguo almacén, un Hospital para pobres en una de las zonas más necesitadas de la ciudad del Londres victoriano.
Merece la pena leer este libro tan interesante donde resalta de una forma muy particular la vida de esta enfermera.

FOTOS

FOTO 001 Rapiñadores de Londres victoriano. La Revista Headington, 1871. Niño: La vida de un Mudlark, 1861.

FOTO 002 Portada y contraportada del libro “Su hermano Caín” de Anne Perry.
FOTO 003 Londres Trabajo y los pobres de Londres
FOTO 004 Londres victoriano
FOTO 005 Enfermeras de la Cruz Roja 1940

BIBLIOGRAFÍA
Anne Perry. Su hermano Caín. Crimen y misterio en la sociedad victoriana. Ediciones B, S.A. 2012 para el sello B de bolsillo. Depósito legal: B. 12.285-2012. Páginas 59 a 73.

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Colegiado 1.372. Ilustre Colegio de Enfermería de Gipuzkoa
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)

sábado, 10 de agosto de 2013

EL BARBERO EN “LA BUSCA” DE PÍO BAROJA



La Busca” es la primera novela de la trilogía “La lucha por la vida”. Apareció en Madrid, el año de 1904 y se presentó en vivo contraste con las obras inmediatamente anteriores a su autor, de tendencia más simbólica y romántica y que se desarrollan en ambiente también distinto.

FOTO 001 Portada del libro “La Busca” de Pío Baroja

Pío Baroja desde finales del siglo XIX, estaba familiarizado con la vida de la gente pobre de Madrid, a través, sobre todo, de la panadería heredada de su tía materna, Juana Nessi y Arrola. Esta panadería se hallaba instalada en la calle de la Misericordia y pegada a las Descalzas Reales. Por otra parte, su interés general por los “bajos fondos” ciudadanos arrancaba de la lectura de obras de grandes novelistas, como Dickens y de grandes folletinistas, como Sue.

Cuando apareció “La Busca” se habló de la objetividad, frialdad e impersonalidad con que estaba escrita. Pero hoy podemos apreciar mejor que hace más de cien años, la cantidad de lirismo que hay en la descripción de caracteres y situaciones: más aún en la de los paisajes urbanos, que se asocian claramente con los aguafuertes que, por el mismo tiempo, estampaba Ricardo Baroja, uno de los cuales ilustra la cubierta de esta edición.

Primera Parte. Capítulo III
Primeras impresiones de Madrid - Los huéspedes - Escena apacible - Dulces y deleitosas enseñanza
¡Anda! ¡Anda a la Casa de Socorro a que te quiten la hinchazón! ¡Bribona! -decía la Celia.
Y qué? ¿Y qué? -contestaba la Irene-. ¿Qué estoy preñada? Ya lo sé. ¿Y qué?
Doña Violante abrió la puerta del pasillo con furia; Manuel y la chica de la patrona huyeron, y la vieja salió con una camisa de bayeta remendada y sucia y un pañuelo de hierbas anudado a la cabeza y se puso a pasear, arrastrando las chanclas, de un lado a otro del corredor. -¡Cochina! ¡Más que cochina! -murmuraba-. ¡Habrase visto la guarra!

Manuel fue al gabinete, en donde la patrona y la vizcaína charloteaban en voz baja. La sobrina de la patrona, muerta de curiosidad, preguntaba a las dos mujeres con irritación creciente:
Pero ¿por qué la riñen a la Irene?...

Luego, pasados unos días, se habló de una consulta misteriosa, celebrada por las niñas de doña Violarte con la mujer de un barbero de la calle de jardines, especie de proveedora de angelitos para el limbo; se dijo que Irene, al volver de la conferencia tenebrosa, vino en un coche, muy pálida, que la tuvieron que meter en la cama. Lo cierto fue que la muchacha pasó sin salir del cuarto más de una semana; que, al aparecer, su aspecto era de convaleciente, y que el ceño de la madre y de la abuela se desarrugó por completo.

Segunda parte. Capítulo II
El Corralón o la casa del tío Rito. Los odios de vecindad.
Era la Corrala un mundo en pequeño, agitado y febril, que bullía como una gusanera. Allí se trabajaba, se holgaba, se bebía, se ayunaba, se moría de hambre; allí se construían muebles, se falsificaban antigüedades, se zurcían bordados antiguos, se fabricaban buñuelos, se componían porcelanas rotas, se concertaban robos, se prostituían mujeres.

Era la Corrala un microcosmo; se decía que, puestos en hilera los vecinos, llegarían desde el arroyo de Embajadores a la plaza del Progreso; allí había hombres que lo eran todo, y no eran nada: medio sabios, medio herreros, medio carpinteros, medio albañiles, medio comerciantes, medio ladrones.
Era, en general, toda la gente que allí habitaba gente descentrada, que vivía en el continuo aplanamiento producido por la eterna e irremediable miseria; muchos cambiaban de oficio, como un reptil de piel; otros no lo tenían; algunos peones de carpintero, de albañil, a consecuencia de su falta de iniciativa, de comprensión y de habilidad, no podían pasar de peones. Había también gitanos, esquiladores de mulas y de perros, y no faltaban cargadores, barberos ambulantes y saltimbanquis. Casi todos ellos, si se terciaba, robaban lo que podían; todos presentaban el mismo aspecto de miseria y de consunción. Todos sentían una rabia constante, que se manifestaba en imprecaciones furiosas y en blasfemias…

FOTO 002 Barbería de Pueblo. Cinc. Litografía de José Gutiérrez Solana

… Ciertas épocas del año daban un contingente de tipos especiales; la primavera se revelaba por la aparición de vendedores de burros, caldereros, gitanos y bohemios; en otoño se presentaban cuadrillas de paletos con quesos de la Mancha y pucheros de miel, y en el invierno abundaban los nueceros y castañeros.
De los vecinos constantes del primer patio, los que se trataban con el señor Ignacio, el zapatero, eran: un corrector de pruebas, a quien llamaban el Corretor, un tal Rebolledo, barbero e inventor, y cuatro ciegos, que se conocían por los remoquetes de el Calabazas, el Sopistas, el Brígido y el Cuco, los cuales vivían decentemente con sus mujeres respectivas y tocaban por las calles los últimos tangos, tientos y coplas de zarzuela.

En el Capítulo IV
La vida en la zapatería. Los amigos de Manuel
Por esta condición de habilidad y de maña, que Manuel en tanta estima tenía, admiraba a los Rebolledos, padre e hijo, los cuales habitaban también en el Corralón. Rebolledo padre, contrahecho de cuerpo, enano y jorobado, barbero de oficio, salía afeitar al sol en la ronda, cerca del Rastro. Tenía el tal enano una cara muy inteligente, ojos profundos; gastaba bigote y patillas, y melena azulada y grasienta. Vestía de luto; en verano y en invierno llevaba gabán, y no se sabe por qué misterios de la química, el gabán negro verdeaba ostensiblemente, mientras que el pantalón, también negro, tiraba a rojo.

FOTO 003 Barbería del siglo XIX. Dibujo de Urrabieta

Por las mañanas, Rebolledo salía del Corralón cargado con un banco y una palomilla de madera, de la que colgaba una bacía de azófar y un rótulo. Al llegar a un punto de la tapia de las Américas, sujetaba la palomilla y a su lado el rótulo, “un anuncio humorístico”, cuya gracia, probablemente, sólo él comprendía, y que cantaba así:

BARBERÍA MODERNISTA
Barbería Antisética.
Pasar cabayeros, Reboyedo afeita y da dinero

Los Rebolledos, padre e hijo, eran muy habilidosos; hacían juguetes de alambre y de cartón, que vendían luego a los vendedores de las calles; tenían su casa, un cuartucho del primer patio, convertido en taller, y allí un tornillo de presión, un banco de carpintero y una serie de baratijas rotas, sin aplicación, al parecer, posible.

Con esta frase indicaban en el Corralón el agudo ingenio de Rebolledo:
“Ese enano, decían, tiene en la cabeza un arca de Noé”.

Rebolledo padre había construido para su uso particular una dentadura postiza. Cogió un servilletero de hueso, lo cortó en dos partes desiguales, y con la mayor de éstas, limando por un lado y por otro, logró adaptársela a la boca. Luego, con una sierrecilla hizo los dientes, y para imitar la encía recubrió una parte del antiguo servilletero de lacre. Rebolledo se quitaba y se ponía la dentadura con una maravillosa facilidad y comía con ella perfectamente, siempre que tuviera qué, como decía él.

El hijo del enano, Perico de nombre, prometía ser más avispado aún que el padre. Entre las hambres que pasaba y las tercianas pertinaces, estaba flaco y de color de limón. No era contrahecho como el padre, sino esbelto, delgado, con los ojos brillantes y los movimientos vivos y desordenados. Parecía, como suele decirse, un ratón debajo de una escudilla…

En el IX Capítulo
Una historia inverosímil. Las hermanas de Manuel. Lo incomprensible de la vida.
Manuel abandona a Vidal y al Bizco en sus escaramuzas y se juntaba con Rebolledo (el barbero).
… Don Alonso tomó la costumbre de aparecer por el Corralón; solía echar un párrafo con Rebolledo, el de la barbería modernista, que hablaba por los codos, y presenciaba las habilidades gimnásticas del Aristas.
… ¿Por qué no nos cuenta usted cosas de esos países que ha visto? -le preguntó Perico Rebolledo. No, ahora no; tengo que salir con la torre Infiel.

Ya no hay fieras en los países civilizados -dijo el barbero. Pues mire usted, sí, allá hay fieras y don Alonso hizo una mueca burlona y una señal de inteligencia a Rebolledo.
Aquí, don Alonso hizo la mueca del hombre que no puede contener la risa, y lanzó después al barbero una mirada acompañada de un guiño confidencial.
… Terrible situación dijo el barbero.
… ¿Y qué hizo usted entonces? Preguntó el barbero.

… Don Alonso, al concluir su narración, hizo una mueca más expresiva y con su torre Infiel se marchó a la calle. El Aristas, Rebolledo y Manuel celebraron las historias del titiritero, y el aprendiz de gimnasta se afianzó más en su idea de seguir trabajando en el trapecio y en el trampolín, para ver aquellas lejanas tierras de las cuales hablaba don Alonso.

Éxito del libro
No fue “La Busca” de las obras que prefería el autor, pese al éxito que tuvo. El mismo dice que no sabe la razón de éste. El caso es que jóvenes, como Picasso quedaron fascinados por ella y que el pintor famosísimo comenzó a ilustrarla, al publicarse los primeros capítulos en una revista juvenil.

Rompía “La Busca” la visión casticista y algo amanerada de un Madrid de sainete, juguete cómico o zarzuela. Daba otra directa del modo de vivir de gentes humildes que arrastraban su miseria, sin que la sociedad entonada se enterara. Dice Baroja que años después de publicarla, en 1918, no había merecido todavía los honores de la traducción, pero que, en cambio, había comprobado que la leían los vecinos del Rastro y las Américas.

Hoy en día, sigue leyéndose allí y ha sido al fin una de sus novelas más traducidas: al inglés, al francés, al ruso, al alemán, al italiano, al holandés… Su suerte va unida a la de la “Mala Hierba” y “Autora Roja”, que constituyen las otras dos partes, muy trabadas, de la “Lucha por la vida”.

FOTO 004 Aguafuerte de Ricardo Baroja. Ilustra la portada del libro

Bibliografía
Libro “La busca”. La lucha por la vida I. Pío Baroja. Edición 1904. Edición Conmemorativa del Centenario del nacimiento de Pío Baroja, 1972. Editorial Caro Raggio. Madrid

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Colegiado 1.372. Ilustre Colegio de Enfermería de Gipuzkoa
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)

domingo, 4 de agosto de 2013

EDELMIRA FERNÁNDEZ MÁS “ENFERMERA CUBANA”



UNA VIDA CONSAGRADA A LA ENFERMERÍA

Resumen
Al acercarnos a la vida de esta prestigiosa enfermera nos entrevistamos con una de sus hijas para conocer todo lo relacionado con su vida teniendo en cuenta al hacerlo como fue su nacimiento, su infancia, su juventud, analizando aquello que más relevancia tuvo. Además también buscamos en el archivo de la Universidad de La Habana su expediente de graduada y su trabajo como enfermera, además consultamos la Revista ‘la Enfermera Nacional” para corroborar algunos datos.

Palabras clave: Enfermería, Humanismo, Profesionalidad, Amor

AUTORA:
Licenciada Eduarda Ancheta Niebla

FOTO 001 Eduarda Ancheta y Manuel Solórzano. Hotel Sevilla La Habana mayo 2012

Eduarda Ancheta, a sus 78 años es una veterana enfermera que sigue ejerciendo su profesión y dedicada a la Historia de la Enfermería. Ha sido nombrada Coordinadora de la nueva Red de Historia de la Enfermería Cubana. Profesor Auxiliar, Master en Enfermería. Miembro Titular de la SOCUENF. Miembro de la Sociedad Historia de la Medicina. Miembro de la Asociación Médica Caribeña. Miembro de la sección de historiadores de la SOCUENF. Miembro del Consejo Editor de la “Revista Temperamentum. Granada, España”. Miembro del Comité Científico Internacional de la “Revista Uruguaya de Enfermería”. Miembro del Comité Científico Internacional de la “Revista El ser enfermero” Buenos Aires Argentina. Profesora Principal de Historia de la Enfermería Universidad de Ciencias Médicas de la Habana. Profesora de Historia de la Enfermería Facultad “Enrique Cabrera”. Candidata a Dra. en Ciencias de enfermería. Universidad de Ciencias Medicas de La Habana. Facultad Dr. Enrique Cabrera Cosio.

Nacimiento, infancia y juventud
Edelmira nace en un pueblo de la provincia de Matanzas llamado Pedro Betancourt, el día 21 de junio de 1881. Sus padres fueron Dolores y Francisco, la posición económica de esta familia era algo holgada para no tener que trabajar la madre y los hijos poder estudiar. Fue la tercera hija del matrimonio compuesta por dos varones uno mayor que ella y otras dos hermanas, una mayor Celia y otra menor que ella Anita y el más chico Federico.

Todos sus hermanos y ella cursaron los estudios primarios y hubiera podido terminar sus estudios secundarios sino hubiera sido por la orden de Reconcentración dictada por el Capitán General de la Isla el tristemente celebre Valeriano Weiler y Nicolau, que tanto horror y miseria dejo en los campesinos cubanos y poblaciones del interior del país, ella con sus hermanos y su madre que para ese entonces era viuda vienen a La Habana, para vivir en la casa de una tía materna, esperando que al encaminarse los hermanos se pudieran mudar para una casa aparte y no tener que vivir toda la familia en la casa con su tía.

Cuando logran mudarse aparte, pasaron muchas privaciones y dificultades pero su madre siempre les alentó y guió para que pudieran seguir adelante y abrirse paso en la vida, estudiar y trabajar honestamente.

Comienzo de su carrera
A su casa llego la noticia de la convocatoria que se estaba librando para los Estudios de Enfermería en la Escuela del Hospital Nuestra Señora de las Mercedes, que recién habían comenzado el año anterior.

Ella junto con sus otras hermanas se presenta y aprueban las tres, esto estaba ocurriendo en 1900, así comenzó su carrera en el Hospital Nuestra Señora de las Mercedes sito en las calles de 23 y L con las otras esquinas de K y 21, (en los terrenos que hoy ocupan la Heladería Coppelia).

La hermana menor Anita dejó los estudios pero ella y su hermana Celia se graduaron en 1903 junto con Margarita Núñez Núñez y María Seiglie Comesañas. En su expediente de Grado en la Universidad de la Habana es: Tiene el número: 110142 #613 aparece que realizó a las 9 de la mañana su examen escrito el 19 de junio de 1903 y el práctico el día 20 del mismo mes, en un local del Hospital Nuestra Señora de las Mercedes. En el tribunal de examen estaban Dr. Domínguez como presidente, el Dr. Cecilio Leal como secretario y vocal el Dr. R Menocal. El título fue asentado en el libro correspondiente en la letra F en el folio 29 el día 27de junio de 1903.

Comienzo de su vida laboral
Después de su graduación, comenzó a trabajar en el Hospital Civil de Camaguey, al poco tiempo, es trasladada para el Hospital Civil de Cárdenas y trae a su mama y hermanos a vivir a este pueblo de la provincia de Matanzas ya que mientras ella estaba en Camaguey ellos siguieron viviendo en La Habana.

FOTO 002 Edelmira Junto a Margarita Núñez el día de su gradación

La casa a la que se habían mudado quedaba frente al Hospital, así le era más fácil trasladarse al trabajo y cuando hacían falta sus servicios la iban a buscar a la casa y ella iba siempre.

Estando trabajando el este Hospital llegó una señora de parto, pero fallece posteriormente y el bebe se quedó sólo en el hospital (ella tenía una sensibilidad especial para los niños) al no reclamar nadie a la criatura, invita al director del Hospital el doctor Luis Ross para que fuera el padrino del bautizo y ella la madrina, días después se quedó con la tutela del niño, al casarse con Manuel Fernández en 1912, (el era técnico medio en contabilidad), lo adoptan y se mudan en 1913 para una Colonia azucarera llamada “Nueva Luisa” en la provincia de Matanzas, por el trabajo de su esposo que se dedicaba a la contabilidad en los ingenios azucareros, tenían que estar mudándose con mucha frecuencia, ya que a veces el trabajo en el central era sólo por dos o tres meses.

Tuvo tres hijos más, además del adoptado Pedro Biusaut Fuentes (pues así le había puesto su madre antes de morir al niño), dejo de trabajar un tiempo hasta que pudo tenerlos al cuidado de la abuela paterna de sus hijos, llamada Micaela Fernández (que era maestra de escuela), para ella poder comenzar a trabajar en el Hospital de Cárdenas nuevamente.

FOTO 003 Pabellón de la Maternidad donde comenzó Edelmira su vida laboral

De sus tres hijos, dos son hembras Aída y Gladis (que han cumplido 92 y 90 años respectivamente, muy lucidas las dos) y el hermano varón que se llamaba Carlos Manuel y había estudiado secretariado trabajando en el Bandes, un banco de crédito y comercio que había en la Habana antes de la Revolución y posteriormente en la fábrica de cemento del Mariel.

En 1927 se queda viuda y regresa con sus hijos a la Habana y se establece en la casa de su hermano Federico hasta poder alquilar una casa para toda la familia; siempre estuvo con su mama, que la llevo a vivir con ella.

Enseguida comenzó a trabajar en el Hospital de la cárcel de mujeres de Guanabacoa y posteriormente en el pabellón de Maternidad del Hospital Calixto García.

Su vida en el hogar continuó y sus hijos comienzan a estudiar y elegir sus carreras, el hijo adoptivo lo envió a Estados Unidos a estudiar en una Universidad y posteriormente a su regreso comenzó a trabajar en el Central azucarero San Isidro en la provincia de Matanzas y posteriormente al regresar a la Habana lo hace en la compañía de Electricidad, ganando un buen salario para la época. Carlos Manuel su hijo verdadero estudia Secretariado en la Universidad de la Habana, Aída estudio Maestra Normalista y se especializó en enseñanza primaria y Gladis hizo un curso sobre secretariado y contabilidad, todos estos estudios lo pudieron realizar sus hijos por la importancia que ella daba a la preparación para la vida laboral y el espíritu batallador que siempre tuvo.

El 19 de mayo se 1928 se inaugura oficialmente el Instituto del Cáncer en un pabellón construido expresamente para esa función en el Hospital Calixto García fue seleccionada dentro de un grupo de enfermeras para comenzar en esta nueva sala y desde entonces quedará vinculada con la atención al paciente oncológico.

FOTO 004 Instituto del Cáncer

En 1949 cerro sus servicios el Instituto del Cáncer y todas sus dependencias pasaron al recién inaugurado Hospital Madame Curie, ella con el resto de las enfermeras que trabajaban en dicho instituto se trasladaron a este hospital. Su trabajo como enfermera siempre estuvo relacionado con el salón de operaciones pero era muy querida y respetada por todo el personal del Hospital; su espíritu humanitario la llevo muchas veces a hospedar en su casa a parientes y amigos que tenían necesidad de aplicarse tratamientos y ella se los aplicaba en la casa para evitar el traslado de los enfermos al hospital y así los tenía en el hogar hasta su recuperación.

FOTO 005 Diploma del Colegio Nacional de Enfermeras de Cuba

Al terminar sus labores en el salón iba a las salas y conversaba sobre todo con los niños que siempre fueron su debilidad. Cuando un niño de 6 años, Miguelito, ingresa en el hospital con un cáncer, fue abandonado por su familia en el Hospital, ella junto con su hija Gladis que trabajaba en el Hospital de jefa de almacén y posteriormente de jefe de compras lo sacaban del Hospital el fin de semana y lo llevaban a su casa. Le daban entretenimiento en parques y paseos y posteriormente lo regresaban el lunes de nuevo a la sala donde estaba ingresado. Cuando el niño comienza sus estudios lo llevaba al aula que había en el Hospital Infantil para niños con dificultades de salud. Nunca se desvinculó de este joven y cuando posteriormente estudia técnico medio, no se separan de el hasta que se casó.

FOTO 006 Edelmira Fernández Más. Enfermera

Por esas cosas de la vida el se había curado del cáncer y muere de una bronco aspiración en el mismo hospital a la edad de 45 años. Cuando cumplió 51 años de graduada en 1954, el Colegio Nacional de Enfermeras le realizó un homenaje y le entregó un diploma.

Sintiéndose ya muy mayor (72 años) y cansada se retiró, no sin antes el Hospital Madame Curie hoy Instituto de Oncología y Radiobiología, le ofreció un homenaje y una despedida a tan ilustre enfermera que dedicó la mayor parte de su vida al cuidado del paciente oncológico.

Edelmira fallece en Cuidad de La Habana, el 23 de marzo de 1973 a la edad de 92 años.

Bibliografía
Datos obtenidos de la entrevista a sus hijas Gladis y Aida Fernández Fernández.
Revista La enfermera Nacional Órgano Oficial del Colegio de enfermeras de Cuba 1929: 38

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Colegiado 1.372. Ilustre Colegio de Enfermería de Gipuzkoa
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)