Es la biografía completa
de Patience Darton, una mujer
inglesa que trabajó de enfermera durante la guerra civil española:
probablemente la única obra detallada sobre una brigadista internacional. Así
reza en la carátula del libro.
AUTORA: Ángela Jackson, doctora en Historia y
autora también del libro “Las mujeres británicas y la Guerra Civil española.
Vive en Cataluña desde 2001.
Ha publicado desde entonces otros libros en catalán e
inglés producto de sus investigaciones sobre la relación entre la población
civil y los voluntarios de las Brigadas Internacionales. En calidad de
presidenta de la Asociación No Jubilem la
Memòria, ha participado en la producción de documentales y otras
actividades para recuperar la memoria de la guerra.
Se puede comprar el
libro en la siguiente dirección:
FOTO 001 Portada del
libro y foto de la autora
El libro “Para nosotros era el cielo” ha sido
editado por la Colección Hospitalidad
por las Ediciones San Juan de Dios,
del Campus Docent. El libro consta de 230 páginas y está distribuido de la
siguiente manera; el prólogo de Paul
Preston y en 17 capítulos, notas, créditos de las imágenes, bibliografía e
índice analítico.
En el prólogo Paul Preston coincide con Ángela
que cuando conocieron a Patience Darton, quedó impresionada por su porte
majestuoso y sus modales imperiosos. Ángela ha logrado contrastar su imagen de
mujer joven, profundamente idealista y emotiva. El libro nos cuenta además
muchas cosas sobre la condición de las enfermeras británicas en los años
treinta. Constituye como dice Paul, no sólo una contribución importante a la
historia de las Brigadas Internacionales y los servicios médicos republicanos
en la guerra civil. Termina Paul diciendo que la vida de Patience sin duda
atraerá tanto al público en general como a los especialistas en esos terrenos.
Capítulo uno. Semblanza de Patience. Ángela nos
cuenta que cuando conoció a Patience era una octogenaria que llamaba la
atención por el majestuoso porte que aún mantenía y la tendencia a dar órdenes
imperiosas sobre cuestiones prácticas, rasgo éste frecuente en las enfermeras.
Aunque habían pasado ya más de sesenta años de aquellas atrocidades, ella
recordaba “que había visto morir en España muchos soldados de distintas
nacionalidades y población civil, tanto adultos como niños.
Relata muy bien el papel
de la mujer durante los más de dos años y medio que duró la contienda. Durante
las primeras semanas las mujeres españolas tomaron las armas para ayudar al
gobierno republicano. Esta iniciativa se vio truncada rápidamente. Cuando se
intensificaron los combates, las mujeres fueron apartadas del frente y pasaron
a desempeñar papeles más tradicionales, porque su presencia en el campo de
batalla masculino se consideraba distracción. Muy pronto en las zonas
controladas por el Gobierno, las españolas trabajaron en fábricas de municiones
y en el transporte público, mientras que las de las zonas rurales se
consagraron a las labores agrícolas y muchas de ellas tuvieron que soportar la
doble carga de trabajo fuera de casa y el cuidado de la familia, porque los
hombres estaban en el frente. El intenso bombardeo de las ciudades convirtió a
mujeres y niños en víctimas de guerra en una escala sin precedentes.
La mayoría de las
voluntarias que llegaron a España procedentes de otros países, trabajaron como
enfermeras en las unidades médicas de la República. Otras se hicieron cargo de
los refugiados y los huérfanos, a menudo en centros y comedores gestionados por
cuáqueros.
Patience se contaba
entre las decenas de enfermeras británicas que se pusieron en contacto con el
Comité de Ayuda Médica a España en Londres para ofrecerse a trabajar sobre el
terreno. Llegó en marzo de 1937 y se quedaría hasta la retirada delas brigadas
Internacionales en octubre de 1938. Tenía 25 años, era enfermera y matrona
titulada, y como se decía por aquella época, “no le faltaban pretendientes”;
por lo tanto, le aguardaba un futuro bastante predecible: un ascenso constante
en el escalafón de su profesión, o quizá, un matrimonio e hijos.
En cambio tomó la
decisión de ir a España, un país en guerra y considerado en aquella época por
los británicos “un país lejano del que no sabemos nada”. Tras más de dos años y
medio de encarnizados combates, la derrota de la República y la pérdida de
compañeros dejaron cicatrices emocionales muy profundas en todos aquellos que
habían participado en el conflicto. Nunca olvidarían el sentimiento de
camaradería y de causa común.
Capítulo dos. Olisquear el socialismo. Patience
escribe en sus inconclusas memorias: “En 1911, el mundo en el que nací era rico
y satisfecho de sí mismo”. Su familia llevaba una vida de comodidades y privilegios
en Orpington, con criadas, cocineras y niñeras a su servicio. Patience Mary
Gertrude, la segunda de cuatro hijos, recuerda claramente que se mudaron a una
casa más grande con pista de tenis tras el nacimiento de su hermano menor y que
realizaron el traslado de los muebles en coches de caballos.
Trabajó durante un
tiempo en una tetería, donde aprendió a cocinar y ahorró el dinero suficiente
para pagarse los estudios de enfermería. La elección de esta carrera resultó
acertada, y no sólo por las consabidas razones humanitarias. Al reflexionar por
qué escogió “Enfermería” dice así: Si te sientes oprimido, buscas un trabajo
que te proporcione cierto grado de poder. Estoy segura de que ése es el motivo
que lleva a muchas enfermeras y maestras a elegir su profesión. Su ambición de
convertirse en enfermera era todo un reto, habida cuenta por el gran desembolso
inicial que suponían la matrícula y el uniforme, que por entonces ascendía a
quince libras, y de que era necesario tener buenos contactos. La señora Skelton
acudió en su auxilio con una aportación económica y concertándole una
entrevista en el University College
Hospital de Londres. “Aprobó sin problemas el examen” de ingreso gracias a
todos los trabajos que había redactado en la Hermandad de Jóvenes.
FOTO 002 Patience con
trenzas hacia los quince años. En la universidad, el sacerdote William Corbett
y Certificado de estudios 1935
Con 21 años y estando
deseosa de ayudar a los demás y de ser útil, Patience inició una carrera que la
puso en contacto con la extrema pobreza en que vivían los desempleados de los
años treinta. Mientras se formaba en el Hospital Universitario, presenció
muchos casos en los cuales “era demasiado
tarde” para el tratamiento. Las mujeres, sobre todo, no podían permitirse
la asistencia médica y “morían en nuestros brazos”, recordaba Patience con
tristeza.
Aunque Patience sabía
que el hospital ayudaba a gente que no se podía permitir un tratamiento, le
disgustaba que los pacientes privados recibiesen un trato distinto: desde las
sábanas hasta la loza que se les proporcionaba y, sobre todo, las cuñas.
Cuando decidió
convertirse en matrona, descubrió espantada que tenía que reunir treinta libras
para pagar el curso de formación.
Capítulo tres. El camino a España. Cuando estalló la
guerra civil Patience hacía prácticas de matrona en el British Hospital for Mothers and Babies de Woolwich. Compartía
plenamente la filosofía de esa institución progresista, que defendía el parto cooperativo e impartía clases a las
futuras madres para que comprendieran el proceso. Cuando trabajaba en los barrios de la zona este de Londres,
con frecuencia asistía a mujeres debilitadas por la malnutrición y los
sucesivos embarazos, que vivían en bloques de pisos viejos y miserables, llenos
de bichos.
En pocos días el SMAC
(Comité de Ayuda Médica a España) le proporcionaron el pasaporte y el visado.
También le proporcionaron los uniformes que ella desdeñó porque consideraba que
no era ropa apropiada para el servicio en el frente de batalla. Lo componían
“tres ridículos vestiditos azules de cuello blanco y puños vueltos”, y del
problema que suponía llevar una bata cruzada que se desabrochaba y abría con el
menor movimiento. Pero aún menos práctico era el mono de hombre de una sola
pieza. En el frente había pocos retretes, tan sólo “matorrales muy bajos,
bajísimos, y para hacer tus necesidades tenías que desabrocharte la parte de
arriba”, con lo que te quedabas totalmente desnuda. Además, no suministraban
ropa interior, ni calcetines, ni zapatos, ni compresas. Para las voluntarias no
remuneradas, muchas con exiguos recursos propios, la falta de estos artículos
les suponía un gran problema. Patience los pidió prestados a otras enfermeras
hasta que cambiaron las circunstancias y empezó a recibir una paga de soldado.
Capítulo cuatro. Pacientes y política en Valencia. La
mayoría de los que acudieron como voluntarios en la guerra civil, jamás habían
salido de sus casas y menos de sus países, Patience se sintió abrumada por la
benignidad del clima y la buena acogida que le dispensó la población local.
Llegó a primeros de marzo de 1937
a Valencia y quedó fascinada con los naranjos, las
flores y el bullicio de la ciudad. Kate Mangan cuenta como vio a Patience a su
llegada a Valencia, dice así: “La
enfermera de Tom causó sensación a su llegada. Se trataba de una muchacha
encantadora, seria y virginal llamada Patience. Era alta, delgada y de rasgos
angulosos. Tenía una mata de pelo rubio ceniza recogida en un moño que cubría
con un pañuelo blanco; un rostro puntiagudo y entusiasta, boca carnosa, nariz
bastante grande y ojos muy azules y muy llamativos. Parecía el prototipo de
enfermera guapa con que uno sueña…”.
Capítulo cinco. Una mujer moderna agita las aguas.
Estuvo destinada en el Hospital de Poleñino que a su vez estaba ligado a la
División Carlos Marx, vinculada a su vez al partido Socialista Unificado de
Cataluña que englobaba a simpatizantes socialistas y comunistas, aunque en
aquella zona había más anarquistas. Allí se encontró con otras compañeras
enfermeras británicas y con Agnes Hodgson enfermera australiana. Otra enfermera
que conoció fue a la galesa Margaret Powell, joven de 24 años, ambas se habían
formado como matronas después de titularse como enfermeras.
Patience además de
trabajar con enfermeras británicas, también trabajo con muchas enfermeras
cualificadas españolas que reconocían igual que ella la importancia de formar a
las voluntarias del país y eran conscientes de las repercusiones sociales de
esta acción. El contacto con enfermeras profesionales extranjeras era una
experiencia que podía abrir los ojos a algunas españolas educadas en el marco
de las más estrictas tradiciones.
FOTO 003 Fotografías de
su niñez
Capítulo seis. De la primavera en flor al amargo invierno.
Nos cuenta Patience que la destinaron a Teruel, la situación resultaba
desalentadora, con frecuencia las temperaturas descendían por debajo de los
veinte grados, lo que ponía a los soldados que estaban heridos al borde de la
muerte y hacía que el trabajo de las enfermeras fuese mucho más difícil de lo
habitual. El hospital estaba situado en un gran edificio viejo, lleno de
corrientes de aire, sin electricidad. La única fuente de electricidad para
iluminar los quirófanos eran las baterías de los coches. En las salas donde se
encontraban los heridos, las condiciones eran muy precarias.
Llega a decir: “teníamos pequeñas latas de leche condensada,
el suministro habitual de leche en los hospitales, y martilleábamos los bordes
para no cortarnos con ellos, pues sólo disponíamos de unos abrelatas espantosos
que seccionaban el latón dejando grandes picos, e introducíamos en ellas aceite
y una mecha; todo muy rudimentario. Las llevábamos con nosotros de noche para
poder ver por dónde íbamos… También quemábamos alcohol en las salas y en los
quirófanos para tratar de subir la temperatura y no congelarnos. Pero, claro,
no duraba mucho. Salía una llamarada, ¡fiu!, que daba mucho calor mientras
duraba, pero sin calentar de verdad…”.
En la 35ª División de
Servicios Médicos, trabajaron según nos indica Jim Fyrth, las siguientes enfermeras: Phyllis Hibbert, Dorothy
Rutter, Lillian Urmston, Joan Purser, Patience Darton, Ada Hodson, Una Wilson,
Esther Silverstone e Irene Golding.
Capítulo siete. Retirada y recuperación. El 7 de marzo
de 1938, las fuerzas republicadas del frente de Aragón se vieron obligadas a
batirse en desesperada retirada por la presión de un ataque masivo, precedido
de poderosas descargas de artillería y bombardeos aéreos. Nos cuenta: “Sufrimos un avance del enemigo terrible,
espantoso de verdad, horrible, porque no se sabía lo que pasaba. Todo salía mal
y no teníamos suficientes transportes para que nos llevaran a todos en un solo
viaje, así que nos pasaron, como quien dice, por encima. Un grupo retrocedió
enseguida, se instaló en alguna parte; después volverían por nosotros. Tuvimos
la sensación de que transcurrieron años antes de que volvieran a buscarnos”.
También cuenta Patience: “en una ocasión
encontraron un lugar seguro en un túnel ferroviario en desuso. Era ideal, según Patience, porque allí
dentro no podían bombardear. Mientras trabajaba allí a toda velocidad en medio del caos y la carnicería de la guerra,
llegó una carta y otro paquete de la iglesia de Saint George: “Un soplo de aire
fresco en un día de calor”. A veces las enfermeras se sentaban al sol, en la
boca del túnel, agotadas y sin saber qué pasaría a continuación, pero cuando
llegaba una ambulancia entraban deprisa por si la seguía algún avión con una
ametralladora. Patience atendía a tres soldados españoles que habían sido recogidos
en un hospital abandonado durante la retirada. Se estaban muriendo de gangrena
gaseosa, un problema espantoso que había sido erradicado casi por completo en
las unidades médicas de las Brigadas gracias a las mejoras técnicas para tratar
las heridas. “Una auténtica pesadilla… no acababan de morir. Los llenábamos de
morfina porque no había tratamiento”.
Capítulo ocho. La razón y la pasión. Aquí nos cuenta
sobre la relación de Patience con Robert un joven brigadista, el intercambio de
cartas, su camino que no fue siempre de ternura y suavidad en su relación, sus
escritos y pensamientos, sus íntimas cartas que solamente ellos las disfrutaban
entre tanto horror y tanto trabajo. El 23 de julio de 1938 Robert le escribe
diciendo que se ponen en marcha y espera volverle a ver al otro lado del Ebro.
Capítulo nueve. El Ebro. Un día nos enviaron a muchos
de nosotros y de unidades diferentes a una cueva enorme, muy desnivelada, donde
cabían como cien camas, pero todo sin orden ni concierto; un lugar naturalmente
bastante oscuro a pleno día, una boca de lobo desde muy temprano. En la cueva
trabajaban con Patience otra enfermera inglesa Joan Purser
y una muchacha española que formaba parte de la unidad desde el principio
Aurora Fernández. Patience nos lo describe así: “La situación y posición de las
camas era caótica, no se podían poner en línea recta, no parábamos de
tropezarnos con ellas en la oscuridad y de darnos golpes. Eran camas de metal,
era muy desagradable golpearse contra ellas. Aunque había otros peligros como
los piojos y la sarna, siempre presentes en los heridos.
Al cabo de muy poco
tiempo, la afluencia de heridos al hospital-cueva pone al personal sanitario
bajo una gran presión. Los médicos y las enfermeras necesitan toda su energía
para atender al aluvión de heridos. Cuenta: “teníamos un montón de cosas en
contra. Disponían de mucha más artillería que nosotros, y estábamos cerca, muy
cerca de gran cantidad de morteros, nos llegaban muchísimos heridos de mortero.
Los morteros lanzan proyectiles más grandes, mucho más destructivos, te
arrancan un buen trozo de carne; en caso de que sobrevivas, claro. Te
despedazan y te dejan mucho más destrozado que una herida de bala, que te
atraviesa.
También habla en este
capítulo de muchos más problemas y entre ellos las primeras transfusiones de
sangre de persona a persona, convirtiéndolos en hermanos de sangre.
Capítulo diez. Abandonar España. El 24 de septiembre
de 1938, las Brigadas Internacionales recibieron órdenes de retirarse del
frente y abandonar España. De acuerdo con la propuesta del doctor Juan Negrín,
presidente de la República, la Liga de las Naciones abogaba por la retirada de
las tropas extranjeras de ambos bandos.
FOTO 004 Con compañeras
enfermeras
FINAL:
Este es el resumen del
libro “Para nosotros era el Cielo” de
la autora británica Angela Jackson.
Un libro que nos cuenta una de las mayores tragedias del siglo XX, que se
tradujo en una guerra cruenta entre hermanos y que todavía hoy en día sigue
arrastrando mucha tristeza.
El libro está perfectamente
estructurado para su fácil lectura y comprensión, además de aportar muchísimos
datos bibliográficos de esta enorme
obra. El ser un libro contado casi en primera persona desde la perspectiva de
una enfermera, aún lo enriquece más.
Todo el batallar de la
guerra, los heridos, las crudas muertes de los heridos y de personas inocentes
entre ellas muchos niños, sin poder hacer nada por ellos, ni de poder dar
consuelo a sus madres, lo más importante era salvar su propia vida para poder
salvar la de los demás.
Agradecer desde estas
pequeñas palabras escritas a Angela, por tan brillante libro que sabemos
perfectamente que no se quedaran inmunes, todo aquel que lo lea y lo sienta, sé
que disfrutarán leyéndolo.
También queremos
agradecer desde aquí a todas las enfermeras y enfermeros que trabajaron,
atendieron y cuidaron en los dos bandos a los que lo necesitaron en la Guerra
Civil Española.
FOTO 005 Anuncio y
portada del libro
AGRADECIMIENTOS:
Angela
Jackson
Lluís
Guilera Roche.
Responsable de Comunicación. Orden Hospitalaria de San Juan de Dios
FOTOGRAFÍAS:
Escaneadas del propio
libro.
COLABORADORES
Raúl
Expósito González
Enfermero. Servicio de
Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y
Sangradores
Jesús
Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo.
Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro
no numerario de La RSBAP
Manuel
Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital
Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
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