Organización Sanitaria en Gipuzkoa
Queremos exponer los diversos aspectos médico-sanitarios en la provincia de Gipuzkoa con unas notas explicativas acerca de la forma en que se halla organizada la provincia en la lucha antivenérea.
En este año de 1934 funcionan dos clases de centros médicos-sanitarios destinados a tal fin: los Dispensarios Oficiales Antivenéreos y el Hospital Civil de San Antonio Abad, con su consulta pública de enfermedades venéreo-sifilíticas. Es por estos centros por donde pudiéramos decir que, prácticamente, desfila el contingente total de enfermos venéreos.
Foto 1 San Sebastián vista desde el Caserío Churruca. Técnica Gouache 12 x 15 cm. Colección de Javier Satrústegui Petit de Meurville. 1869
Dispensarios Oficiales
Existían tres de este tipo en la Provincia de Gipuzkoa: el de San Sebastián, el de Irún y el de Eibar; los tres dependientes de la Dirección General de Sanidad y adscritos, por tanto, a la Inspección Provincial de Sanidad, servidos por personal ingresado mediante oposición.
Los Dispensarios de Irún y Eibar desarrollan su labor mediante una consulta pública bisemanal y el consiguiente y reglamentarista reconocimiento sanitario de las prostitutas oficiales.
La premura del tiempo con que extendemos estas notas nos impiden dar datos estadísticos relacionados con su funcionamiento, limitándonos a decir que cumplen, en general, la finalidad para la que fueron creados. Digamos, sin embargo, que quizás no compense el más bien escaso movimiento de consulta a la amplitud de su instalación.
El Dispensario de la capital, instalado en el Instituto Provincial de Higiene, desarrolla su labor mediante una consulta pública diaria, a las seis y media de la tarde; consulta de ambos sexos, en la que reciben también asistencia las mujeres que constituyen la población prostitularia susceptibles de efectuar tratamiento ambulatorio.
Foto 2 Instituto Provincial de Higiene en la Avenida de Navarra de San Sebastián
Los datos estadísticos del pasado año de 1933, señalan un total de 926 enfermos nuevos, de primera vez, correspondiendo a 663 varones, 245 hembras y 18 niños. Acudieron durante el año a ser tratados, observados, de visita: 5.071 varones, 1.849 hembras y 16 niños.
En cuanto a tratamiento se refiere, fueron inyectadas 1.721 dosis de salvarsantes, 170 de diversos arsenicales, 2.315 bismúticos, 136 mercuriales, 360 vacunas generales, 337 de sales de acridina, 112 inyectables diversos, practicándose 242 curaciones. El número de serologías alcanzó la cifra de 624, practicándose otras investigaciones analíticas: ultramicroscopia, frotis, orinas, intradermoreacciones, etc.
El reconocimiento de prostitutas que se realiza en cuatro días de la semana sobrepasó la cifra de 6.500; las mujeres afectas de manifestaciones contagiosas quedan forzosamente hospitalizadas en un pequeño Sifilicomio existente en el piso superior al que se celebran las consultas, hasta que tales manifestaciones han desaparecido. En este hospitalillo, establecido hace cuatro años, uno de los tres o cuatro que existen en España, y permite la hospitalización de diez o doce enfermos; fueron ingresadas el año pasado 68 mujeres.
Consulta Pública del Hospital
Funciona por las mañanas, tres días a la semana, una consulta pública, especializada, que en la organización actual de los servicios hospitalarios figura adscrita a uno de Medicina General. Los enfermos que requieran ser ingresados lo son en este servicio, o si el caso lo precisase, en el de infecciosos, convenientemente aislados.
Foto 3 Vista panorámica del barrio de Gros con el Hospital Civil San Antonio Abad y el Caserío Miralles. Foto Ricardo Martín, 1900
Así como en el Dispensario la casi totalidad de enfermos asistidos son los afectos puramente de enfermedades venéreas, en la consulta del Hospital son observados, a su vez, un determinado número de enfermos dermatológicos. Durante el último año de 1933 fueron asistidos 499 enfermos nuevos, con un total de 548 procesos, así repartidos: 333 varones, 107 hembras, 31 niños y 28 niñas. De ellos, 359 eran enfermos venéreos y los 140 restantes afectos de diversas dermatosis.
Con referencia a tratamiento, de modo general, fueron aplicadas cerca de 6.000 inyecciones de salvarsán y en cuanto a pruebas analíticas, entre otras, figuran 450 serologías.
Con el funcionamiento de las consultas públicas del Hospital y del Dispensario, se hallan perfectamente atendidos, en la capital por lo menos y en ella se ven gran número de enfermos de la provincia, todos los enfermos que requieran asistencia de este género. Esta asistencia es gratuita en ambos centros, alcanzando la gratuidad incluso a la medicación que a nadie le es exigida.
Citemos el hecho, aunque éste se preste a oportuno comentario que no consideramos propio de este lugar, en cuanto tenga o no justificación en todos los sujetos que a las consultas acuden.
Foto 4 Enfermeras posando en la parte posterior del Hospital Civil San Antonio Abad de San Sebastián. Foto Pascual Marín, 1942
El dato estadístico de mayor interés que de ambos centros pudo obtenerse el año pasado de 1933, es el referente a los casos de sífilis nuevas, da la cifra total de 89 correspondiendo 58 al Dispensario y 31 al Hospital y distribuidos entre 70 varones y 19 hembras, de ellas 15 prostitutas. De los 89 casos, 63 presentaban la manifestación primaria únicamente y los 26 restantes eran de sífilis floridas.
Comparativamente, la estadística señala 111 casos en 1931 y 94 casos en 1932. Parece por tanto señalarse un descenso en la sífilis «frescas», en estos tres últimos años, con las naturales reservas respecto al valor absoluto de los datos estadísticos, expuestos siempre a error.
Esto es todo lo que Gipuzkoa, por medio de sus organizaciones oficiales y particulares hace en la Lucha Antivenérea; ni más ni menos, ni menos ni más. Ahora bien, ¿es esto lo que por tal lucha debe entenderse? Confesamos sinceramente que, a juicio nuestro, no. Creemos, por el contrario, que ni siquiera se aproxima a lo que actualmente debe ser en su plena concepción este aspecto sanitario. Nuestra crítica alcanza a dos aspectos de la organización.
En el aspecto de la prostitución, por ejemplo: hemos dicho que el pasado año de 1933 se practicaron en el Dispensario más de 6.500 reconocimientos a prostitutas; acudieron a ellos las que, buenamente y por propia voluntad, quisieron acudir –las clandestinas, naturalmente, como si no existieran– y basta con recordar que solamente 68 mujeres fueron hospitalizadas; dedúzcase de esta cifra, todavía, las que fueron enviadas de los Dispensarios de Irún y Eibar… y no digamos más.
Foto 5 Enfermas ingresadas en la Sala de Mujeres del Hospital Civil San Antonio Abad de San Sebastián. Foto Pascual Marín, 1942
Desaparecería este absurdo reconocimiento, el volante que siempre fue falsa patente de sanidad, existiría el tratamiento obligatorio, el delito de contagio venéreo… ¿a qué seguir?
Del otro aspecto de nuestra crítica dejemos a salvo, porque es de justicia consignarlo así, la función que desarrolla la consulta del Hospital Civil. Ante la realidad del problema, va para diez años que creó una consulta especializada en la Lucha Antivenérea, la dotó del material apropiado y benefició sin regateo de ningún género a todo aquel que necesitó adecuada medicación; la consignación para ello figura en el presupuesto general con una elevada partida.
No puede pedirse más a un Hospital General del tipo del que hoy existe en San Sebastián; sin pasión ninguna, el hecho honra a la Junta de Patronato del establecimiento que da esa prueba de altruismo y generosidad.
Foto 6 Sala de Mujeres del Hospital Civil San Antonio Abad de San Sebastián. Foto Pascual Marín, 1945
La crítica alcanza al Dispensario oficial. No nos dejemos deslumbrar por las cifras estadísticas que señalábamos; la labor está bien, el Dispensario satisface en este aspecto, efectivamente, su finalidad; la profilaxis por el tratamiento como un jalón de la profilaxis general antivenérea está cumplida hasta con creces, si se quiere. Incluso pasemos por alto la dificultad en que en ocasiones, algo frecuentes, se mueven los servicios por falta de la necesaria consignación para medicaciones antisifilíticas.
Pero es que el Dispensario no es, o no debe ser, solo y únicamente esto; su función debe ser más amplia, más extensa. La Lucha Antivenérea, uno de los factores de la Sanidad general, no escapa de tener, en sí misma, como tal función sanitaria, un aspecto de tipo marcadamente social; negar el hecho equivaldría a negar la evidencia. Y en este aspecto, el Dispensario no hace apenas labor; falta la propaganda del mismo como tal centro de existencia y tratamiento de enfermos, no hace la menor propaganda general en orden a profilaxis y si algo hace, aunque se apoco, es de iniciativa personal; la oficial no existe.
Hay que perseguir hasta dar con ellos los focos de contagio y si es posible aislarlos, y luego tratarlos, para evitar la difusión de esta plaga, mediante la creación y organización del servicio de asistencia social, ampliar la lucha antivenérea en toda la provincia etc., etc.
Foto 7 El alcalde de San Sebastián Javier Saldaña con un grupo de personas entre ellas a la izquierda el médico Luis Ayestarán Gabarain director del Hospital Civil San Antonio Abad y el médico Miguel Sagardía Laurnaga, Presidente de la Diputación de Gipuzkoa y el camión del Instituto Municipal de Higiene. Foto Paco Marí, 1950
Se dirá que la responsabilidad incumbe al personal al servicio de la lucha; ni lo niega nadie, ni aquél pretendería siquiera rehuir la parte que le alcanzase de aquella responsabilidad. Esa sería una parte, porque el problema es de organización, de medios económicos, materiales, puestos al servicio de la Lucha y esto es lo que el personal, por mucha que fuese su buena voluntad, no puede realizar. Y no se pierda de vista que de los diversos problemas sanitarios, es actualmente, en este campo de las enfermedades evitables donde hay una mayor garantía de éxito.
Más que en la lucha antituberculosa, anticancerosa, higiene infantil y puericultura, tan ligada al problema que estamos tratando.
Marchamos en organización de la Lucha Antivenérea a paso menudo y lento cuando debíamos ir a forzado salto; parece como si existiese tacañería y desvío superiores ante problema tan hondo como el presente, pero de lo que vamos convenciéndonos es de que a la lucha antivenérea se le considera, desde la cabeza a la cola, como a la «cenicienta» entre los servicios que abarca la esfera sanitaria (1).
La reglamentación
En el año 1891 el médico donostiarra Justo María Zavala describía la situación que se vivían en esos años:
En el año 1842 obtuve el título de Licenciado en Medicina y Cirugía, y principié a ejercer mi profesión de médico titular del Hospital Civil de San Sebastian, donde al poco tiempo se destinó una sala para enfermedades de mujeres venéreas o sifilíticas, con la subvención de la Diputación Foral. Esto me obligó a estudiar esta especialidad; y no me limité a su curación, sino que traté de buscar el origen de la prostitución, preguntando a las desgraciadas que se ponían a curar en el hospital (2).
Por regla general, manifestaban ser consecuencia de la seducción: no era, no, la miseria su causa, como muchos han querido apelar para atenuar su criminalidad.
El galeno de Donostia se mostraba firme partidario del control y la reglamentación de las actividades de las prostitutas:
A todas las opiniones que prefieren la prostitución libre a la reglamentaria, invocando la dignidad personal, respondemos que no hay dignidad personal en ofrecerse al primero que pasa.
Y no hay dignidad personal en aceptar, sea callando, sea con la burla, los halagos retribuidos de una prostituta. La meretriz es igual de digna que el industrial y el comerciante, que tienen servicios y laboratorios de higiene puestos a su disposición por el municipio.
Y por otra parte los puritanos, que sin fijar la vista en las inocentes contagiadas, han llegado a decir que la sífilis es una enfermedad de esencia divina, puesto que castigaba un vicio, solo hablan desde el fanatismo religioso.
Y digo y afirmo: La reglamentación es indispensable en especial para acabar con la prostitución clandestina. Es el origen por regla general de las enfermedades venéreas, por ello un celador debe forzar a todas las pupilas se presenten cuando registren una casa, y de no presentarse alguna mujer, o en caso de duda, el celador tiene el deber de registrar los cuartos de la casa donde crea que puede ocultarse.
De otro modo, con la negativa del ama se corre el riesgo de que las mujeres enfermas no se presenten, infringiendo con esto una de las más esenciales prescripciones de la reglamentación, que tiene por objeto evitar la propagación de los males infecciosos.
En San Sebastián también nos encontramos con las «señoritas entrenadoras», eran «estrellas», pobres chicas con sueños de artista que se veían arrastradas a esta vida a cambio de un puñado de calderilla. Y los llamaban “bailes-taxis” se alquilaban como pareja a los parroquianos, hombres solitarios y militares reprimidos que adquirían en la entrada de los establecimientos unos tikets, que se vendían al precio de 25 céntimos. Por cada tikets tenía derecho a un baile más o menos agarrado con la chica que eligiera y que estuviese desocupada.
Foto 8 Bailarinas o señoritas entrenadoras en la terraza del Kursaal Novedades de San Sebastián. Foto Ricardo Martín, 1930
Las chicas no eran prostitutas forzosamente y la empresa las llamaba «señoritas entrenadoras» para evitar confusiones. Aunque, claro, soportaban toda clase de refriegas, manoseos y sugerencias, pero resultaban más baratas que las prostitutas.
En los cabarets, como Las Columnas, el Kursaal Novedades, el Petit Moulin Rouge, que tenían sesiones de varietés con «guapísimas vedettes», según los anuncios de la época.
Era conocido que a estos espectáculos acudían caballeritos juerguistas y «casados ejemplares», quienes después de disfrutar de lo lindo con el jolgorio prohibido, volvían a la morada conyugal comentando lo aburridísimos que habían estado echando la partida de dominó en el “Gran Café del Rhin de la calle Concha” en San Sebastián.
Donostia ciudad que se desvivía por su imagen familiar y de veraneo burgués, se demarcó por la postura favorable a reglamentar y encubrir la prostitución. En el año 1889 el Ayuntamiento adjudicaba fondos explícitos de 50 pesetas mensuales para el cuerpo denominado «Policía delegado de Higiene especial» también llamada «Policía Sanitaria», que seguiría la pista a la prostitución clandestina y a las casas de prostitución autorizadas.
Estas casas y sus ocupantes fueron reguladas a partir de 1876, con el establecimiento por parte del Gobierno Civil de Gipuzkoa de la «Cartilla Sanitaria y Reglamentos para las mujeres públicas dedicadas a la prostitución» (2).
Foto 9 El Gran Café del Rhin en la esquina de la Avenida de la Libertad número 13 con la calle Bergara número 8 de San Sebastián. Foto Pascual Marín, 1941
Las enfermedades venéreas en Donostia
En la capital donostiarra el tema de la prostitución y del mal venéreo se tomó con verdadera preocupación cuando las tropas españolas y liberales «pacificaron» la región tras la Primera Guerra Carlista en la década de 1840.
En las Juntas Generales de Gipuzkoa llevadas a cabo en Segura, en el año 1841, se volvió a insistir en la necesidad de crear una «Casa de Corrección de Mujeres», «por las ventajas que reportaría al País». Había mucho interés en que las mujeres enfermas fueran «recogidas y especialmente aisladas las mujeres prostitutas que adolezcan de mal venéreo» (2).
El Alcalde don Fermín Lasala, dejaba constancia de su gran preocupación. La Junta de Beneficencia de la ciudad se interesó por el tema, resaltando que sería muy costoso su aislamiento de los demás acogidos en los hospitales y la Casa de Misericordia, pues requeriría la duplicidad de muchos servicios para evitar contagios.
En el año 1842 el gobernador señor Eustasio Amilibia remitía el siguiente comunicado al alcalde, sobre el delicados y preocupante tema de las prostitutas con enfermedades venéreas:
A nadie mejor que a Usted consta que las muchas mugeres de mal venéreo que residen en esta Ciudad y fuera de ella, causando graves estragos en su vecindario y en las tropas militares, me han movido a habilitar suficientemente una de las quadras de la Cárcel Civil de esta Ciudad para recoger y curar en ella a todos los infestados de tan pernicioso y trascendental mal…
Foto 10 La antigua cárcel de Ondarreta con el monte Igeldo al fondo. En sus cuadras ingresaban las mujeres con el mal venéreo. Foto Pascual Marín, 1940
En Donostia en la Segunda República
Con el advenimiento de la Segunda República se produjo un fenómeno de destape. Un auge coyuntural de los music-hall, el cine erótico, los cafés cantantes, los cabarets, los restaurantes con salas de baile, que fueron ganado adeptos.
Algunos cafés cantantes con revistas musicales picantonas, eran al mismo tiempo prostíbulos más o menos encubiertos. Hacia 1932 las modistillas y criaditas liberadas se desnudaban ante el espejo y soñaban con llegar a ser señoritas de conjunto o vicetiples, en especial como la Bella Otero, que poblaba los sueños eróticos de la población masculina. Tiempo de Mata-Hari, de la prostituta elegante, de reconocida prestancia que se movía en los alrededores del Casino – Ayuntamiento. Y ese ambiente de vida alegre, de abundancia de faldas cortas y elegantes, de mucho descaro y picaresca, y se unen los paseos a Biarritz (1920 -1936) y la belle époque.
Foto 11 Bailarinas o señoritas entrenadoras en la terraza del Kursaal Novedades de San Sebastián. Foto Ricardo Martín, 1930
Para los lugareños acomodados, estaban las casas situadas en la calle Zabaleta. Prácticamente el edificio completo estaba dedicado a burdel, aunque variaban según el número del portal de la casa. Todo el mundo conocía que si llamaba a un número o a otro, la categoría, y por supuesto el precio, variaba. Aunque era sabido que el sereno, tras la propina, solía susurrar: «si usted entra en el portal de la lado cuesta la mitad y son las mismas chicas».
Precisamente del año 1931 encontramos en el Ayuntamiento algunos expedientes con quejas:
Por la proximidad con la calle Paseo de Colón de algunos prostíbulos que tiene su asentamiento en la calle Zabaleta son constantes durante las noches ruidos producidos por los trasnochadores, y por si esto fuera poco los conductores de automóviles han tomado la zona como para sus coches, con los consiguientes ruidos de motor y sus animadas charlas durante las paradas. Por ellos rogamos que se sirvan ustedes de ordenar a los serenos hagan saber a los automovilistas noctámbulos que no pueden escandalizar en la vía pública a esas horas y que los conductores esperen a sus clientes en parada de motor, frente a los lugares en cuestión o en otro sitio apartado.
Foto 12 La inspección médica. Óleo sobre cartón. Henri de Toulouse Lautrec, 1894. National Gallery of Art Washington
Desde el final de la guerra y hasta la medida abolicionista de 1956, el burdel reglamentado siguió funcionando en todo el Estado, formando plenamente parte del espacio sexual de los varones como práctica iniciática de jóvenes, como costumbre de juerguistas, de casados aburridos y de frustrados por su pareja habitual, sin olvidar la todavía importante presencia militar que pululaba por todas partes en los primeros años del franquismo.
En el relato autobiográfico de Juan Antonio Bardem, contando sus experiencias en San Sebastián en 1937. Decía que en San Sebastián no se vivía un ambiente de guerra, sino de retaguardia un poco a espaldas del conflicto bélico, aunque con la evidente represión franquista. El cineasta relataba cómo en ese año de 1937 estuvo refugiado en Donostia y contaba su vida en la ciudad, que había pasado a ser una ciudad de exiliados.
Su cercanía con la muga y la posibilidad de tener servicios y hoteles elegantes, atrajo a un gran número de huidos. Las colonias de madrileños y catalanes, por ejemplo, se incrementaron notablemente. Cafés, comercios, banca, negocios, paseos, periódicos y cultura estaban en pleno funcionamiento. El ocio, la vida social, el cine, el teatro, los espectáculos estaban en pleno florecimiento. Los toros, campeonatos de pelota, el balneario de la Perla, los conciertos en la Alameda… se llenaban. Y, por supuesto, florecía el negocio de los burdeles.
Foto 13 Historia de la prostitución en Euskal Herria. Charo Roquero. Editorial Txalaparta. Tafalla, marzo de 2014
En el barrio de Gros abundaban los burdeles. En la calle Zabaleta había uno de «alto standing» según se decía, nada que ver cómo había en otros una rubia voluntariosa. Una noche apareció mi primo José Soler Bardem que había escapado confortablemente del «infierno rojo» (el dinero todo lo puede), a través de algún paso por los Pirineos, con otros señoritos de la pequeña burguesía catalana, que estaban a punto de ser llamados a filas al Ejército de la República, cosa que ninguno de ellos deseaba. Pasaron a la España de Franco por Irún. Acto seguido según llegaron se fueron a correrse una buena juerga a la calle Zabaleta. Cuando querían organizar una fiesta nos íbamos de putas y allí nos juntábamos todos.
Si descendemos de categoría, de estas casas de lenocinio de la calle Zabaleta, pasamos a profesionales de categoría más humilde en la calle de la Salud, que acudían a casas de hospedaje con el cliente y en el Boulevard, acudían a los pisos de la Parte Vieja donostiarra.
Las relaciones de las mujeres con los hombres eran tratadas con mucha naturalidad: la primera relación sexual del adolescente, las cuadrillas, las celebraciones, irse de juerga un fin de semana cualquiera…, no era raro que acabara en una casa de puterío. Según nos cuentan testimonios de personas todo encamina a decir que las chicas vivían a su aire, de una manera libre y sin complejos del que dirán, y no por ello eran consideradas deshonestas. No es que fueran prostitutas, simplemente eran mucho más liberales en su conducta. Entre ambos sexos había una libertad de actitudes que después de la República serían consideradas como inmorales y pecaminosas.
Foto 14 Las grandes bañistas. Óleo sobre tela. Pierre-Auguste Renoir, 1883. Colección Caroll S. Tyson. Museum of Art Filadelfia
Este cambio tan drástico que se produce con el cambio de régimen queda nítidamente reflejado cuando se toca el tema de las playas. Solo los modelos de los trajes de baño lo dicen todo. En los años treinta son mucho más adecuados a la figura femenina, con pequeños escotes, lo que trasmuta en la época franquista por un bañador con falda, de hechuras que no favorecen a ninguna chica. Y luego, ¡el arduo problema de tener que cambiarse!: «Había guardias pendientes de que no te desnudaras sin una enorme tienda de campaña a modo de bata que se metía por la cabeza…, o si no en las cabinas… ¿Ni siquiera estaba permitido tumbarse en la arena! Venía el guardia playero con un largo bastón y te daba un toque: “haga usted el favor de sentarse”. Y si no, multa y además la vergüenza pública: “la autoridad gubernativa procederá a castigar a los infractores, haciéndose público el nombre de los corregidos”».
Los célebres bandos de moralidad pública en las playas también condenaban una espalda demasiado descubierta, o incluso ¡acudir hasta la orilla sin el preceptivo albornoz! El Padre Larburu lo tenía muy claro: “el traje de baño cristiano debía de ser con falda larga hasta media pierna, pantaloneta y manga a medio brazo, y un gracioso escote redondeado bastante subidito”.
Foto 15 Bañistas en la playa de la Concha de San Sebastián. Foto Ricardo Martín, 1918
Aquí se recoge el testimonio de una alegre jovencita donostiarra de aquella época de la postguerra:
Las Oblatas recogían a las chicas que estaban por las calles en horas o atuendo inadecuado, o que tenían fama de ligeras en el barrio. Había una Junta de señoras parroquial, o el mismo párroco que las llevaba al convento, que estaba en Ategorrieta, aunque algunas veces eran los padres las que solicitaban el acogimiento. Allí tenían fama de estar bien cuidadas, comían bien y se les solía ver paseando con la monja, de dos en dos por la Ciudad en estricta disciplina con un par de monjas al frente.
Las “mujeres pelotaris” no tenían fama de buenas chicas. Cuando una de ellas se casó, aunque era muy honrada, y todo el mundo lo sabía, la familia del novio no acudió a la boda. El chico tuvo que salir solo de casa y se habló mucho de ello, y eso que ella era una muchacha buenísima y muy decente y lo sabía todo el mundo; incluso no se quiso ir a Madrid, aunque allí tenía futuro en el frontón moderno.
Las “mujeres pelotaris” desaparecieron con el nuevo régimen y dejó de otorgarles las correspondientes licencias porque consideraba la pelota una práctica inmoral que contribuía a la esterilidad, aunque las “mujeres pelotaris” durante la República no actuaban cuando tenían el período.
Foto 16 Sífilis. Cartel de Ramón Casas i Carbó, 1900. Museu Nacional d´Art de Catalunya, Barcelona
Nuestra joven donostiarra nos sigue contando:
En la Calle Zabaleta cada portal tenía una categoría y un precio. Y ya se sabía, así por ejemplo en el número 5 cobraban una peseta y era para militares; en el número 3 cobraban dos pesetas e iban oficinistas y funcionarios, y así… Luego, cuando el barrio fue creciendo, las llevaban al extrarradio.
Foto 17 Ayuntamiento de San Sebastián, 1900
Sin embargo, las de más categoría siempre estuvieron en el barrio del Antiguo, porque tenían más privacidad y anonimato, especialmente en Venta Berri y en la subida de Igeldo, en pequeños chalets donde residían ellas y hacían fiestas, pero siempre discretas.
Luego había, en el otro extremo de la ciudad, en el barrio de Sagüés, barrio marginal donde nadie entraba y era un poco atemorizante, sin higiene ni iluminación, muy humilde y pobre.
Aunque también en San Sebastián era un clásico la «querida». Apellidos conocidos que crecieron a la sombra del régimen, del estraperlo. Una prostituta fija a la que habían «retirado» y «puesto piso».
Esta se enorgullecía de sus joyas, de sus visones y presumía de ellos. E incluso en ocasiones se casaba con él si era soltero, y moría la madre, aunque no solía ser el caso más común.
Las legítimas solían estar al tanto de la situación, no muy insólita en sus círculos de amigas y porque San Sebastián de esta clase social era muy restringido y a veces hasta daba cierta categoría (2).
Foto 18 Alegoría de la sífilis: Bajo el gentil aspecto de una hermosa dama que corresponde al amor de un joven, se esconde la muerte causada por la sífilis. Arriba, en una nube transportada por los ángeles, acude el dios Mercurio para intentar atajar la enfermedad. Ilustración de un libro del siglo XIX alertando del peligro del “mal venéreo” (3)
Bibliografía
1.- Guipúzcoa Médica. Año XIX. Número 219. Páginas de la 12 a la 19. Diciembre de 1934
2.- Historia de la prostitución en Euskal Herria. Charo Roquero. Editorial Txalaparta. Tafalla. Páginas 89 y 90. 118, 119 y 120. 151 y 152, marzo de 2014
3.- Una hora con Venus y el resto de la vida con Mercurio. Dr. Xavier Sierra Valentí
http://xsierrav.blogspot.com/2017/02/una-hora-con-venus-y-el-resto-de-la.html
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Enfermero Jubilado
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019
Sello de Correos de Ficción. 21 de julio de 2020
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