Foto 1 William Osler, acompañado de una enfermera, pasando visita en el Hospital Johns Hopkins, 1891
La enfermera tiene generosidad, tanta cómo es posible, en quienes practican un arte, el arte de la enfermería, nunca en quienes llevan un negocio; discreción, probada por un ciento de secretos; tacto, probado en un millar de desconciertos, y lo que es más importante, hercúleo buen humor y coraje. De este modo lleva aire y alegría a la habitación del enfermo, y con bastante frecuencia, aunque no tanta como quisiera, trae la curación. Robert Louis Stevenson
Foto 2 Cartel de Florence Nightingale
Este discurso fue pronunciado ante la primera promoción salientes de la Escuela de Enfermeras Johns Hopkins en 1891. Debe leerse a la luz de las opiniones sobre las mujeres de entonces. Sólo treinta y cinco Escuelas preparaban y formaban enfermeras.
William Osler recalca la necesidad incesante de quienes ofrecen los cuidados de enfermería como «extras inexcusables en el escenario» del gran drama del sufrimiento humano. Pero señala que las enfermeras deben percatarse de que también son vistas como un recordatorio mal recibido de la mortalidad de los enfermos.
Foto 3 Retrato de la enfermera Mary Adelaide Nutting (1 de noviembre de 1858 - Nueva York, 3 de octubre de 1948), fue una enfermera y docente canadiense, con residencia estadounidense
Durante generaciones las mujeres atendieron a los enfermos y soldados heridos. La profesión ha sido moldeada tanto por la enseñanza religiosa del «amor al prójimo» como por la guerra, donde Florence Nightingale elevó a las enfermeras a su moderna posición.
Osler anima a las enfermeras para que sean acogedoras y no sean críticas. Acentúa la importancia de la investigación; mucho sufrimiento se debe a la ignorancia de las leyes naturales, antes que a los pecados.
Osler sostiene que la preparación y formación de las enfermeras (entonces la carrera constaba de dos años de duración) forma el carácter y amplía la comprensión, convirtiéndolas en mejores personas y seres humanos. Predice qué como grupo, las enfermeras diplomadas tendrán una vida útil y serán felices, porque la felicidad consiste en «entregarse a alguna vocación que satisfaga el alma».
Foto 4 Enfermeras en la Sala de la mujer en el Hospital Johns Hopkins, 1891
La entrega de copias de este discurso a las enfermeras en su graduación se convirtió en una tradición de la Escuela de Enfermeras de Johns Hopkins. Es interesante destacar que una enfermera de esta primera promoción, Mary Adelaide Nutting, llegó a ser directora nacional para la enseñanza de las Enfermeras, como jefa de esta Escuela de Enfermeras y más tarde en la de Columbia.
Hay individuos, -médicos y enfermeras, por ejemplo- cuya simple existencia es un constante recuerdo de nuestras fragilidades; y considerando el carácter notoriamente irritante de tales personas, a menudo me maravillo que el mundo se relacione tan gentilmente con ellas.
La presencia del párroco sugiere posibilidades borrosas, no las lúgubres realidades conjuradas por los nombres de las personas justo mencionadas; el abogado nunca nos preocupa, de este modo, y podemos imaginar en el futuro una situación social en la cual ni la teología ni la ley ocupen lugar, cuando todos seamos amigos y cada uno un sacerdote, cuando los mansos (humildes) posean la tierra; pero no podemos dibujar un tiempo en el que Nacimiento, Vida y Muerte, estén separados de la «tropa horripilante» que tanto tememos y que siempre asociamos en nuestras mentes con «médico y enfermera».
¡Temor! Si, pero afortunadamente para nosotros de un modo vago y borroso. Como colegiales jugamos entre las sombras proyectadas por las torrecillas del templo del olvido, hacia el que viajamos, sin tener en cuenta lo que nos espera abajo, en el valle de los años.
Foto 5 Enfermeras en la Escuela de Enfermeras en el Saint Thomas Hospital de Londres, 1860
El sufrimiento y la enfermedad están siempre delante de nosotros, pero la vida es muy placentera; y el lema del mundo, cuando las cosas van bien, es «adelante con el baile». Imaginando ingenuamente que estamos en un valle feliz, nos comportamos con nosotros mismos como el Rey lo hizo con Gautama Buddha (c. 563 – 483 a.C.), y tapamos cuanto sugiere nuestro destino. ¿Quién sabe? Afortunadamente, aunque vemos la tragedia de la vida, no caemos en la cuenta.
La tenemos tan cerca que perdemos todo el sentido de su medida. Y mejor que sea así, Ya que como ha dicho George Eliot, «si tuviéramos una visión y apreciación penetrantes de toda la vida humana corriente, sería como oír crecer la hierba, o el latido del corazón de las ardillas, y moriríamos del rugido que hay al otro lado del silencio».
Para muchos, sin embargo, es una ceguera terca, una clase de paraíso de los locos, no destruido por ningún pensamiento, sino por las duras exigencias de la vida, cuando los «ministros del destino humano» nos arrastran, o peor todavía, arrastran a nuestros allegados y queridos hasta el escenario. Luego nos hacemos plenamente conscientes del drama del sufrimiento humano y de los consabidos personajes secundarios del escenario, el médico y la enfermera.
Miembros de la clase que se licencia, si la profesión médica, compuesta principalmente por varones, ha atraído la mayor parte de la atención y el respeto, vosotras tenéis, al menos, la satisfacción de sentir que la vuestra es la más antigua, y como anciana, la vocación más honrosa.
En uno de los libros perdidos de Salomón se hace una descripción conmovedora de Eva, entonces una joven abuela, inclinándose sobre el pequeño Enoc y enseñando a Mahala cómo aliviar sus sufrimientos y calmar sus penas.
Foto 6 Escuela de Enfermeras en Grace Hospital, 1865
La mujer, el «vínculo entre los días», así enseñada en una amarga escuela, ha jugado, durante generaciones sucesivas, el papel de Mahala para el pequeño Enoc, el de Eleonor para el herido de Lanzarote. Parece un lejano lamento desde la llanura de Mesopotamia y la palestra de Camelot donde vivió Enoc, hasta el Hospital Johns Hopkins, pero el espíritu que hace posible esta escena es el mismo, templado a través de los siglos por la benéfica influencia del cristianismo.
Entre los antiguos muchos se han elevado hasta la idea del perdón a los enemigos, de la paciencia ante la maldad, e incluso de la hermandad de la humanidad; pero el espíritu del Amor sólo recibió su encarnación con la siempre memorable respuesta a la siempre memorable pregunta, ¿Quién es mi prójimo?, una respuesta que ha cambiado la actitud del mundo. En ningún sitio de la historia antigua, sagrada o profana, encontramos descripciones de abnegado heroísmo en mujeres como los que derrochan los anales de la Iglesia Católica, o que puedan igualar a las de nuestro siglo. Había tierno afecto maternal, conmovedora piedad filial; pero en el extranjero el espíritu era el de Débora, no el de Rispá; el de Jael, no el de Dorkás.
Osler contrasta la mujer militante Débora y Yael con las benévolas Rispá y Dorkás. Todas estas mujeres estaban inspiradas por el celo religioso, pero con fines muy diferentes.
Foto 7 Escuela de Enfermeras del Pennsylvania Hospital. The Barbara Bates Center for the Study of the History of Nursing. Pennsylvania. 1861
En la división gradual del trabajo, por la cual la civilización ha salido de la barbarie, el médico y la enfermera se han desarrollado como útiles agentes en la guerra incesante a la que el hombre está entregado. La historia de la raza humana es un registro desalentador e pasiones y ambiciones, de debilidades y vanidades, un registro, con demasiada frecuencia, de bárbara inhumanidad, e incluso hoy día, cuando los filósofos nos harían creer que sus ideas se han ampliado, estamos tan dispuestos como antaño a cerrar las puertas a la misericordia y a soltar a los perros de la guerra. Fue en uno de estos ataques de manía racial cuando vuestra profesión, hasta entonces mal definida, tomó bajo la tutela de Florence Nightingale, su nombre sea por siempre benditos, su moderna posición.
Individualmente, el hombre, el individuo, el microcosmos, está firmemente atado a las cadenas del atavismo, heredando legados de voluntad débil y deseos fuertes, teñidos de sangre y sesos. ¿Por qué sorprenderse, pues, de que muchos, doloridos e impedidos al correr la carrera, caigan en el camino y necesiten un refugio en el que recuperarse o morir, un hospital donde no haya lugar para comentarios ásperos por su conducta, sino solamente, tanto como sea posible, para el amor, la paz y el reposo? Aquí aprendemos a explorar amablemente a nuestro hermano, sin juzgar, sin hacer preguntas, repartiendo a todos por igual una hospitalidad digna del Hôtel Dieu (Gran Hospital medieval de Paris), y considerándonos honrados porque se nos ha permitido actuar como sus dispensadores.
Foto 8 Doctor Hingston realizando una cirugía en el Hospital Hôtel-Dieu. Pintor: Joseph-Charles Franchère. Musée des Hospitalières de l’Hôtel-Dieu, Montréal, Canadá, 1905
Aquí, también, están diariamente ante nuestros ojos los problemas que siempre han desconcertado a la mente humana; problemas que no se plantean en la muerta abstracción de los libros, sino en el concreto vivir de algún pobre hombre en su último asalto, librando una valiente lucha, aunque cargado de tristeza, y yendo por su cuenta «sin haber recibido la eucaristía ni la extremaunción, desilusionando, sin haber hecho las cuentas». Asó como susurramos unos a otros por encima de su cama que la batalla está decidida y que sólo queda la eutanasia, ¿no he oído como respuesta al proverbio, murmurando tan a menudo por los labios del médico, de «los padres han comido uvas amargas», vuestra contestación, con claros acentos, las consoladoras palabras de la oración de San Esteban?
Pero nuestro trabajo estaría muy limitado si no fuera por el adversario externo del hombre, la Naturaleza, el gran Mólec, que exige una horrorosa tasa de sangre humana, sin respetar a jóvenes ni a viejos; arranca al niño de la cuna, a la madre de su criatura, y al padre de familia. ¿Es extraño que el hombre, incapaz de disociar un elemento personal de tal obra, haya personificado un principio del mal, el diablo? Aunque ya hemos superado esta idea hasta el punto de vacilar al sugerir, en tiempo de riesgo epidémico, que «es por nuestros pecados que sufrimos», cuando sabemos que el alcantarillado es malo; aunque ya hemos dejado de mofarnos del corazón postrado y en duelo por la pérdida con las palabras «Dios castiga a los que ama», cuando sabemos que la leche debía haber sido esterilizada, aunque, digo yo, hemos superado, en cierta medida, tales enseñanzas, todavía no hemos alcanzado la verdadera noción de la Naturaleza.
Foto 9 Enfermeras de la Escuela de formación para Enfermeras del Hospital General St. Catherines de Toronto, Canadá, 1874
Puede ser llamada cruel, en el sentido de inexorable, pero no podemos seguir censurando sus grandes leyes como censuramos las leyes menores del estado, que son el terror solamente de los malhechores. La pena es que no las conozcamos todas; por nuestra ignorancia erramos a diario y pagamos el castigo con sangre. Afortunadamente ahora es una función grande y creciente de la profesión médica la investigación de las leyes que gobiernan las epidemias, estas enemigas exteriores de la humanidad, y enseñaros a vosotros, el público, que por regla general sois también discípulos torpes, estúpidos, los caminos de la Naturaleza, para que podáis caminar por ellos y prosperar.
Sería interesante, miembros de la clase que se licencia, todas enfermeras, emitir vuestro horóscopo. Hacerlo colectivamente no os agradaría; hacerlo individualmente, no me atrevería; pero es seguro predecir ciertas cosas de vosotras, como un todo. Seréis mejores mujeres por la vida que habéis llevado aquí en el hospital. Pero lo que yo quiero decir por mejores mujeres es que se os han abierto los ojos del alma, la gama de vuestra compasión se ha ensanchado, y vuestro carácter ha sido moldeado por los sucesos en que habéis participado durante los últimos dos años de formación.
Foto 10 Esta es la foto más antigua conocida de las enfermeras del Hospital Great Ormond Street de Londres. 1878
Prácticamente debiera haber para cada una de vosotras una vida laboriosa, útil, y feliz; más no podéis esperar; mayor bendición en el mundo no os pueda ser concedida. Sin duda alguna estaréis ocupadas, ya que la demanda de mujeres enfermeras con vuestra preparación es grande, tanto en lo privado como en lo público. Vuestras vidas serán útiles, ya que cuidaréis de quienes no pueden hacerlo por sí mismos, y que necesitan cerca de sí, en el día de la tribulación, manos delicadas y corazones bondadosos. Y tendréis una vida feliz, por estar ocupadas y ser útiles; porque habéis sido iniciadas en el gran secreto, que la felicidad reside en estar absortos en alguna vocación que satisfaga el alma; que estamos aquí para añadir lo que podamos a la vida, no para obtener lo que podamos de ella.
Y, finalmente, recordad lo que somos, útiles figurantes en la batalla, que juegan papeles menores, aunque esenciales, en las salidas y entradas, o que logran algún que otro pavoneo, y que alguien puede tropezar en el escenario. Habéis estado mucho a la orilla del negro río, tan próximo a todos nosotros, y habéis visto embarcar a tantos, que el miedo al viejo barquero Caronte, casi ha desaparecido y
Cuando el ángel de la tenebrosa bebida (Azrael, el ángel de la muerte)
Al fin os encuentre al borde del río,
Y ofreciendo su copa, invite a vuestra alma
Que acerque los labios para beber, no retrocedáis:
Vuestro pasaporte será la bendición de Aquel cuyos pasos habéis seguido, a cuyos enfermos habéis atendido, y de cuyos hijos os habéis preocupado.
Foto 11 Enfermeras de la Institución Bradford del Hospital Great Ormond Street, 1884
La Enfermera y el Enfermo
Este discurso a las enfermeras en la ceremonia de licenciatura de la Escuela de Enfermería del Hospital Johns Hopkins en 1897, es muy revelador de las opiniones victorianas sobre las mujeres y de la admiración de Osler hacia la profesión Enfermera.
Medio en broma, se burla de un varón enfermero (es decir, indefenso) que se resiente al verse atendido por una mujer. Pero concluye que, salvo en el «juicio retorcido» de un hombre enfermo, las enfermeras son una bendición que facilita el trabajo del médico, con frecuencia hacen innecesarios los medicamentos y, en general, «ponen todo en orden».
Osler exhorta a las enfermeras para que controlen sus emociones y no se impliquen demasiado con los enfermos y sus familiares. Concretamente les aconseja que guarden las confidencias, sean discretamente calladas, eviten discutir de enfermedades y emplear la jerga médica.
Abordando «el problema» del matrimonio de las enfermeras, Osler sostiene que es el destino natural de una enfermera titulada.
Compara las enfermeras con las guardianas de La República de Platón, diciendo que las enfermeras son las mujeres más selectas de la comunidad y se perfeccionan con la experiencia hospitalaria.
Foto 12 Royal Prince Alfred Hospital Sala de hombres y niños, 1880
Recordemos que estamos en el año 1897, Osler defiende la enfermería como la vocación ideal para las solteras mayores de 25 años, para satisfacer sus corazones y sus mentes, porque los compromisos sociales y las actividades de la iglesia no llenan bastante. Considera a las enfermeras un gran recurso y urge la creación de un gremio de enfermeras, al estilo alemán, para su formación. Esto, cree, podría proporcionar buenas enfermeras a los hospitales no vinculados a facultades de medicina.
Osler elogia a las enfermeras como una gran bendición para la humanidad.
Advierte que el trabajo rutinario y la atención interminable de los dolientes pueden ejercer un efecto corrosivo que endurezca «el delicado filo de la compasión» de enfermeras y médicos por igual. En conclusión, exhorta a enfermeras y médicos para que vivan según la Regla de Oro y mantengan sus ideales (1).
La enfermera diplomada
La enfermera diplomada como un factor en la vida puede contemplarse desde muchos puntos de vista: filantrópico, social, personal, y doméstico. Hemos sido extremadamente amables con sus virtudes, las lenguas han derramado maná (alimento divino) en su descripción. Con sus defectos, seamos ciegos, dado que no es lugar ni momento de exponerlos. Más bien llamaré vuestra atención hacia algunos problemas relacionados con ella y de interés para nosotros colectivamente, e individualmente también, dado que ¿quién puede predecir el día de su llegada? (2)
Foto 13 Enfermeras del Hospital General de Montreal, Canadá. 1894
¿Es ella una bendición añadida o un horror adicional en nuestra naciente civilización? Hablando desde el punto de vista del hombre enfermo, adopto firmemente la última opinión, por varias razones. Nadie con algo de amor propio quiere verse sorprendido con la guardia baja, vestido de paisano, sin uniforme, por así decir. La enfermedad apaga la mirada, vuelve pálidas las mejillas, le da aspereza al mentón, y convierte al hombre en un espantapájaros no apto para ser visto por su esposa, y menos por mujeres todas de blanco, azul o gris. Además, ella se tomará injustificables libertades con el prójimo, particularmente si los pesca con fiebre; en ese momento sus especiales virtudes sólo podrían ser descritas por el rey Lemuel (describe a la mujer o esposa ideal). En cuanto pueda estaréis de nuevo envueltos en vendas, y en sus manos seréis, como al principio del mundo, un montón impotente de arcilla humana.
No se detendrá ante nada, y entre baños y fricciones de esponja, comidas y tomas de temperatura, estaréis a punto de llorar como Job con el lamento de todo hombre enfermo, «Cesad luego, y dejadme sólo». ¿No ha sido éste durante generaciones el privilegio inmemorial del enfermo, un privilegio por derecho inalienable, como instinto animal asentado en los más hondo, volver la cara contra la pared, soportar la enfermedad en paz y, si así lo desea, morir sin que le molesten? Todo esto, ¡ala!, la enfermera titulada lo ha hecho imposible. Y más, también. La madre tierna, la esposa amorosa, la hermana abnegada, el amigo fiel y los antiguos sirvientes que atendían las necesidades del enfermo y ejecutaban las instrucciones del médico hasta donde coincidían con los deseos de aquel, todos, todas estas viejas caras familiares se han ido; y ahora vosotras reináis por encima de todo, y habéis añadido a cada enfermedad una complicación doméstica de la que nuestros padres nada sabían.
Foto 14 Enfermeras de la Escuela de Enfermeras St. Vincent Medical Center en Portland, Oregón, USA. 1897
Habéis trastocado un derecho inalienable al desplazar a los que acabo de mencionar. Sois intrusas, innovadoras y usurpadoras que desplazáis de hecho, de sus más tiernas y amorosas funciones a estas madres, esposas y hermanas. Seriamente, apenas os percatáis de los remordimientos que vuestra llegada, puedan ocasionar. El traspaso a manos de extraños del cuidado de una vida, preciosa más allá de toda medida, puede ser uno de los mayores sufrimientos de este mundo. No poco de lo más sagrado es sacrificado a vuestros métodos más expertos y ordenados.
En la compleja estructura de la sociedad moderna parece que tanto nuestro cuidado como nuestra caridad están mejor ejercidos por manos ajenas, aunque sea al precio, tanto en un caso como en otro, de muchas Bienaventuranzas, eslabones de aquella cadena de oro, cantada por el poeta, que baja desde el cielo a la tierra.
Excepto en el juicio sesgado del enfermo, por quien siento la más afectuosa compasión, pero cuya opinión no comparto, sois consideradas como una bendición, con algunas limitaciones, por supuesto. Ciertamente, habéis facilitado al médico el ejercicio de su profesión; sois más que el equivalente a las antiguas dosis cada dos horas para el paciente febril; y a medida que el público crezca en inteligencia ahorraréis, en muchos casos, toda la factura del farmacéutico.
Foto 15 Enfermeras de la Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría. Madrid. 1896. Foto cedida: Fundación María Teresa Miralles Sangro
En su capítulo sobre el instinto, en El origen de las especies, Darwin hace una descripción gráfica de la maravillosa capacidad de prestar cuidados de la pequeña Formica fusca, una hormiga esclava. Una de estas «puesta junto a sus amas, que estaban desvalidas y prácticamente moribundas por falta de asistencia, al momento se puso a trabajar, alimentó y recuperó a los sobrevivientes, hizo algunas celdas, atendió a las larvas y puso todo en orden». ¡Puso todo en orden!
Cuán a menudo he meditado en esta expresión y en su pertinencia cuando, por una orden vuestra, he visto como el concierto y el sosiego reemplazaban al caos y la confusión, no sólo en la habitación del enfermo, sino en el hogar.
Por regla general mensajera de satisfacción y alegría, la enfermera diplomada puede convertirse en la tragedia personificada. Una enfermedad prolongada, una atractiva y frágil señora Ebb-Smith (obra teatral) como enfermera, y un marido débil, y todos los maridos lo son, disponen los elementos de una tragedia doméstica que sería mucho más corriente si vuestros principios fuesen menos firmes.
De este modo, mientras que para una esposa podéis llegar a ser fuente de auténtico terror, para un marido podéis llegar a ser una desdicha más duradera. Con nuestro progreso acelerado las mujeres de nervios poco templados han sufrido profundamente, y la misteriosa corriente subterránea de las emociones, que fluye silenciosamente en todos nosotros, puede desbordarse en rápidos, remolinos y torbellinos de histeria o neurastenia.
Foto 16 Enfermeras de la Escuela de Enfermeras St. Vincent Medical Center, Portland, Oregón, Estados Unidos. 1898
Mediante una compasión finamente medida y una sabia combinación de afecto y firmeza, os ganáis toda la confianza de una de estas desafortunadas, y os hacéis para ella una roca de salvación, a la cual se aferra, y sin la cual se siente de nuevo a la deriva. Os hacéis esenciales en su vida, un punto de apoyo para la familia, y a veces una sombra oscura entre marido y mujer. Como decía una pobre víctima, «Ella posee el cuerpo y el alma de mi esposa, y, por lo que a mí se refiere, se ha convertido en el equivalente a su enfermedad». A veces se establece esa velada atracción entre mujeres solamente explicable por la teoría de Aristófanes respecto al origen de la raza; pero habitualmente surge la inclinación natural del débil por el fuerte, y la esposa puede encontrar en la enfermera la «firme entereza y esperanza de control» que en vano buscaba en su marido.
Medir bien y finamente vuestra comprensión en estos casos es un asunto muy delicado. El temperamento personal controla la situación, y las más expresivas de vosotras tendrán que aprender una lección difícil para dominar sus emociones. Ello es imprescindible, y sea como fuere nunca permitáis que vuestra acción externa demuestre el acto nativo y refleje vuestro corazón. Estáis irrevocablemente perdidas si dais rienda suelta a vuestros sentimientos hasta «abrir la fuente sagrada de las compasivas lágrimas». Abordar vuestras tareas con el juicio apropiado de vuestras flaquezas.
Foto 17 Enfermeras en el Royal Children's Hospital de Brisbane, Brisbane, 1899
Las mujeres siempre pueden engañar a los hombres, sólo a veces a las otras mujeres, pro cualquiera de vosotras puede naufragar como la enfermera de quien me hablaron hace unas semanas. La paciente era una criatura parecida a Alphonsine Plesiss (el prototipo en la vida real de la heroína de Las Damas de las Camelias (1848), a la que todo el mundo tenía que amar, y para la que el caminito de rosas del coqueteo (de William Shakespeare), había terminado en una estricta cura de reposo. Después de tres agotadores meses fue enviada a un tranquilo lugar de las montañas con la más serena de las dos enfermeras que habían estado con ella.
La señorita Blank había tenido una buena formación y una larga experiencia, y era una mujer de Nueva Inglaterra de la mejor clase posible. ¡Ay! ¡Este fue su error! Una de las características de esta sirena, que le había provocado serios síntomas, era el consumo excesivo de cigarrillos, y el doctor le había prohibido terminantemente el tabaco. Tres semanas después, mi informante visitó el apartado lugar de vacaciones y, para su consternación ¡se encontró a la paciente y a la enfermera en la veranda, disfrutando de un cigarrillo egipcio de la marca más selecta!
Aunque no sois las destinatarias de todos los desgraciados secretos de la vida, como son el párroco y el médico, con frecuencia estaréis en casas cuyas miserias no pueden ocultarse, donde los armarios están abiertos para vosotras, y llegaréis a ser poseedoras involuntarias de las más sagradas confidencias, quizá no conocidas por ninguna otra alma. Hoy día la parte del juramento hipocrático que ordena guardar secreto de las cosas vistas y oídas con los enfermos, se os debería exigir en el momento de la graduación.
Foto 18 Sala de pediatría 1899
Impresas en vuestra memoria, escritas como titulares en los dijes de vuestros llaveros, pondría dos máximas: «Mantendré mi boca como si tuviese una brida», y «Si has oído algo, deja que muera contigo». La taciturnidad, un discreto silencio, es una virtud poco cultivada en estos días gárrulos, cuando la cháchara está a la hora del día entre nosotros, cuando, como alguien ha dicho, el hablar ha cogido al pensamiento. Como rasgo hereditario quizá sea una enfermedad, pero a la que me refiero es una facultad adquirida de infinito valor. Sir Thomas Browne perfiló nítidamente la distinción cuando dijo: «Pienso que el silencio no es la sabiduría de los tontos, sino que, bien administrado, es el honor de los sabios, que no tenían la enfermedad sino la virtud de la taciturnidad», llamada por Carlyle el talento del silencio.
Los asuntos médicos y horripilantes, tienen una singular atracción para mucha gente, y en los días tranquilos de la convalecencia una enfermera con lengua suelta puede verse impulsada a contar los «incidentes conmovedores» de la sala o del quirófano, y, una vez desatada, aquel indisciplinado miembro es incapaz de cesar de menearse con la narración simple de acontecimientos. Hablar de enfermedades es un entretenimiento como los cuentos árabes de las Mil y una Noches, al cual ninguna enfermera discreta debería prestar su talento.
No estoy seguro de que tengáis nada que ver con el crecimiento en días recientes de una práctica abominable, aunque he oído vuestro nombre mencionado en conexión con ella. Me refiero al hábito de discutir abiertamente de dolencias que nunca debieran mencionarse. Sin duda en cierta medida es el resultado de la desagradable publicidad en la que vivimos, y del pernicioso hábito de permitir que la suciedad de la cloaca, tal como es suministrada por los periódicos, contamine el flujo de nuestra vida diaria.
Foto 19 Enfermeras del King’s College Hospital de Londres. 1900
Esta charla abierta sobre las enfermedades personales es una violación atroz de las buenas maneras. No hace ni un mes, escuché a dos mujeres, ambas cortadas por el mismo patrón, sentadas frente a mí en un tranvía, comparar informes de sus enfermedades con acentos fulvianos audibles por todo el mundo. He escuchado a una joven sentada a la mesa relatar experiencias que hubieran ruborizado a su madre de tener que contárselas al médico de la familia. Hoy todo se proclama desde los tejados, entre ellos, nuestros pequeños males y preocupaciones corporales.
Hay una lamentable diferencia con la antigua y buena práctica de nuestros abuelos, de la cual escribe George Sand: «En aquellos días la gente sabía cómo vivir y morir, cómo mantener sus enfermedades fuera de la vista. Podías tener la gota, pero debías caminar como siempre y sin hacer muecas. Era un signo de buena educación ocultar el propio sufrimiento». Los médicos somos grandes pecadores en este comportamiento, disfrutamos de «hablar del trabajo» entre nosotros y con los legos.
Foto 20 Asilo del condado, más tarde Hospital Harrison1890
Ahora que estoy envalentonado me voy a referir a otro peligro. A pesar de la formación más completa no podéis escapar de los peligros del saber a medias, de la seudociencia, que es el estado mental más común y fatal. Durante vuestro trabajo cotidiano involuntariamente aprendéis el lenguaje y captáis el acento de la ciencia, a menudo sin una concepción clara de su significado. Un día me volví casualmente hacia un ejemplo muy fino de enfermera instruida y formada y le pregunté en tono humilde lo que del caso había opinado el cirujano, con quien no había podido reunirme, y rápidamente contestó que «él pensaba que había datos sugerentes de un mixoma intracanicular», cuando la miré ansioso y pregunté «¿ha oído si él pensaba que tenía un origen epiblástico o mesoblástico?», esta hija de Eva no se estremeció; «mesoblástico, creo», fue su respuesta. Hubiera utilizado esponjas, quiero decir gasas, con la misma sangre fría en un Waterloo.
Debe de ser muy difícil resistir la fascinación del deseo de saber más, mucho más, de las profundidades abismales de las cosas que veis y oís, y con frecuencia esta ignorancia debe ser muy incitante, pero es más sana que la seguridad que descansa en un ligero barniz de conocimiento.
Un amigo, distinguido cirujano, ha escrito, en la vena de Lady Priestley, un ensayo sobre «el otoño de la enfermera profesional», que, hasta ahora, muy sabiamente se ha refrenado de publicar, pero me ha permitido hacer un resumen para vuestra delectación. «El quinto declive corriente es ante los lazos del matrimonio. La facilidad con que estas modernas vestales abrazan este común estado es una crónica, no me atrevería a decir un ejemplo, de las contradicciones tan evidentes en el sexo. La asociación de supervisoras, tiene entre manos, creo, una investigación colectiva que trata esta cuestión, y dentro de poco dispondremos de cifras sobre el porcentaje de directoras, supervisoras, graduadas y alumnas que han trocado su herencia por un anillo d compromisos».
Foto
21 Escuela de Enfermeras Alexandra Rose Day, con el fin de lograr fondos
para los hospitales británicos, después de fundar el imperial Military Nursing
Service (Servicio de Enfermeras Militares del Imperio). Hospital Nacional en
Queen Square, 1873
Estoy casi avergonzado de citar este párrafo grosero, pero estoy satisfecho de haberlo hecho porque así puedo presentar una afectuosa protesta contra tales sentimientos. El matrimonio es el fin natural de la enfermera profesional. Tan cierto como que un joven casado es un hombre estropeado, una mujer soltera, en cierto sentido, es una mujer inacabada. Los ideales, la carrera, la ambición, aunque hayan sido tocados por el celo de Santa Teresa, todo se desvanece ante «el dardo del niño con arco y los ojos vendados».
¿Vais a ser culpadas y objeto de burla por actuar así? Por el contrario, debéis ser alabadas, pero con esta precaución, que inserto por especial requerimiento de Miss Nutting, que os abstengáis de coquetear durante vuestro periodo formativo, y, en la medida que de vosotras dependa, evitéis a vuestros compañeros de trabajo, los médicos y cirujanos de la plantilla.
Mary Adelaide Nutting (1858 – 1948), fue la Directora de la Escuela de Enfermeras del Hospital Johns Hopkins, entre 1894 a 1907. Escribió “A History of Nursing” en 1907 con L. L. Dock.
La enfermera diplomada no es la representación moderna de la vestal romana, sino de la guardiana femenina de la república de Platón, es una escogida selección de las mejores mujeres de la comunidad, que conocen las leyes de la salud, y cuya compasión se ha hecho más profunda por el contacto con lo mejor y lo peor de los hombres. Las experiencias del hospital y del trabajo privado, aunque puede que no hagan de ella una Marta (Hermana de María y Lázaro), aumentan su valía como compañera de vida en muchos aspectos, y es motivo de felicitación y no de reproche el que no haya adquirido inmunidad contra la más antigua de las enfermedades, aquella dolencia que la Rosa de Saron cantaba tan lastimeramente, aquella afección «que no se calma con frascos ni se consuela con manzanas» (Cantar de los Cantares).
Foto 22 Enfermeras antiguas con sus jóvenes pacientes, 1891
Un lujo por su capacidad personal, la enfermera titulada se ha convertido para el público en una de las mayores bendiciones de la humanidad, ocupando un lugar al lado del médico y del clérigo, y no inferior a cualquiera de los dos en su misión. Su vocación tampoco es nueva. Desde tiempo inmemorial forma parte de la trinidad (El médico, el sacerdote y la enfermera).
Mentes bondadosas siempre han estado dispuestas a inventar medios para aliviar el sufrimiento; corazones tiernos, apesadumbrados por las miserias de esta «caravana maltratada», siempre han estado dispuestos para hablar al sufriente de un camino de paz, y manos amorosas siempre han atendido a los que soportan dolor, necesidad y enfermedad.
La Enfermería como arte para ser cultivado, como profesión para ser seguida, es moderna; la enfermería como práctica nació en el borroso pasado, cuando entre los habitantes de las cavernas alguna madre refrescó la frente del niño enfermos con agua del arroyo, o por primera vez cedió al impulso de dejar un trozo de carne y un puñado de harina al lado del herido abandonado en la apresurada huida ante el enemigo.
Foto 23 Tres enfermeras de Liverpool.1890. Imagen maravillosamente clara que muestra a cada enfermera con una chatelaine que contiene sus instrumentos, tijeras, etc.
Como profesión, como vocación, la enfermería ha alcanzado en este país un elevado desarrollo. Las enfermeras diplomadas son numerosas, los directorios están llenos, en muchos sitios hay masificación, y hay quejas formales de que incluso mujeres muy capacitadas encuentran difícil lograr un empleo. Con el tiempo se arreglará, pues las condiciones existentes ajustan la oferta y la demanda.
La mayoría de las aspirantes a nuestras Escuelas de Enfermeras son mujeres que buscan en la profesión una vocación con la que poder ganarse la vida de un modo honrado y femenino; pero hay otro aspecto de la cuestión del que ahora nos podemos ocupar seriamente en este país. Se está acumulando progresivamente un excedente de mujeres que no satisfarán o no podrán satisfacer los más elevados deberes para los que la naturaleza las ha destinado. No sé a que edad, se atrevería uno a llamar solterona a una mujer. Diría, quizás temerariamente, que a los veinticinco años.
En tal periodo crítico una mujer que no precise trabajar para vivir, que no tenga lazos domésticos perentorios, es muy probable que se convierta en un elemento nocivo a menos que sus energía y emociones se desvíen por un canal apropiado. Un experto en corazones quizá puede leer en su cara la vieja, la vieja historia; o ella evoca a la mente el delicado verso de Safo:
Mientras la dulce manzana enrojece en el extremo
de la rama, justo al final de la rama, que los
recolectores pasaron por alto, o bien no pasaron por alto pero
no pudieron alcanzar.
Pero dejada sola, con espléndidas capacidades para el bien, puede malgastar una vida preciosa en una serie de compromisos sociales, o en esfuerzos intermitentes en tareas parroquiales. Una mujer así necesita una vocación, una llamada que satisfaga su corazón, y puede que la encuentre en la enfermería sin entrar en una Escuela regular, ni trabajar en una Institución eclesiástica, ingresando en una Orden religiosa.
Foto 24 Enfermeras graduadas de la Escuela de Enfermeras del Hospital St. Joseph's 1906, Atlanta, Georgia de Estados Unidos
Un gremio de enfermeras organizado, similar al de las Diaconisas alemanas de Kaiserswerth, podría encargarse del cuidado en Instituciones grandes o pequeñas, sin el establecimiento de Escuelas de Formación en el sentido ordinario del término. Tal gremio podría ser enteramente secular, con Santiago, el apóstol de la religión práctica, como patrón. Sería de especial ventaja para los hospitales pequeños, particularmente para aquellos no vinculados a Facultades de Medicina, y obviaría la anomalía de la existencia de veintenas de Escuelas en formación donde las alumnas de enfermeras no pueden lograr de ningún modo una preparación acorde con la importancia de la profesión.
Durante el periodo de formación, los miembros del gremio de enfermeras podrían ser transferidos de una Institución a otra hasta completar su educación. Tal organización sería un servicio inestable en conexión con la enfermería del distrito. El noble trabajo de Theodore Fliedner debe repetirse pronto en este país. Las Diaconisas de Kaiserswerth han mostrado el camino al mundo. Dudo si hemos progresado con suficiente éxito en el laicismo para constituir tales gremios independientes de las organizaciones eclesiales. La Religión de la Humanidad es alimento ligero para las mujeres, cuyas almas piden algo más sustancial con que alimentarse.
Foto 25 La primera promoción de enfermeras graduadas de la Escuela de Capacitación para Enfermeras de la Universidad de Washington, 1908. La Escuela de Capacitación para Enfermeras se estableció bajo la supervisión de la Escuela de Medicina en 1905
No hay misión más alta en esta vida que cuidar de los pobres de Dios. Puede que haciéndolo una mujer no alcance los ideales de su alma; puede que sea poco para los ideales de su cabeza, pero alcanzará para saciar sus anhelos de su corazón, de los que ninguna mujer puede librarse. Admiramos a Romola (1862 – 1863, novela de George Eliot, que descubre su camino en el sacrificio personal como enfermera), la estudiante, que ayuda a su padre ciego y está llena de interés por aprender; compadecemos a Romola, la abnegada, llevando en su corazón marchito la más grande decepción; amamos a Romola, la enfermera, que desempeña nobles actos en medio de la peste, rescatando a los que están a punto de perecer.
Sobre los peldaños de nuestra mitad muerta, ascendemos a cosas más elevadas, y en la vida interior las alturas serenas solamente se alcanzan cuando morimos para aquellos hábitos y sentimientos egoístas que absorben tanto de nuestra vida. Supongo que para cada uno de nosotros en algún momento llega el bendito impulso de romper con todas esas ataduras y seguir los ideales acariciados. Demasiado a menudo no es más que un destello de juventud, que se oscurece con el paso de los años. Aunque puede que el sueño nunca se realice, el impulso no habrá sido en vano si nos permite ver con simpatía los esfuerzos más felices de los otros.
En las Instituciones el efecto corrosivo de la rutina sólo puede resistirse manteniendo elevados ideales de trabajo; pero estos se convierten en metales que suenan y en címbalos que tintinean si falta el correspondiente ejercicio competente. En algunos de nosotros el incesante panorama del sufrimiento tiende a embotar el delicado sentimiento de compasión con el que empezamos.
Foto 26 Enfermeras de la época eduardiana en Inglaterra, 1908
Una Corporación grande no puede tener una caridad muy ferviente; las mismas condiciones de su existencia limitan su ejercicio. Contra esta influencia intumescente, los médicos y las enfermeras, agentes directos de la Fundación, sólo tenemos un correctivo duradero, la aplicación a los pacientes de la regla de oro de la humanidad, tal como la proclamó Confucio: «Lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los otros», tan familiar para nosotros en su forma positiva como el gran consejo cristiano de perfección, que en sí solo incluye tanto la ley como los profetas (2).
Sir William Osler (1849 – 1919) tuvo una larga y distinguida carrera como médico y profesor en las Universidades McGill, Pensilvania, Johns Hopkins y finalmente como Catedrático Regio de Medicina en la Universidad de Oxford. Durante el transcurso de su vida profesional pronunció muchas conferencias, principalmente a estudiantes de medicina y enfermería, sobre ética médica, medicina y humanidades, las relaciones entre el médico y el enfermo, o la enfermera y el enfermo, y, como destaca el título en esta antología, sobre el «estilo de vida» que aconsejaba al médico ético (1).
Sigue siendo una inspiración para muchos médicos contemporáneos; existen Sociedades Oslerianas actuando por todo el mundo y no dejan de publicarse artículos sobre nuevos aspectos de su biografía y de la influencia que tuvo sobre la evolución de la medicina.
Fue Catedrático Regio de Medicina en la Universidad de Oxford (1905 – 1919), Profesor y Jefe de Departamento en la Facultad de Medicina Johns Hopkins (1888 – 1905) y Profesor de Medicina Clínica en la Universidad de Pensilvania (1884 – 1888). Fue autor de muchas obras de medicina y de ética médica (1).
Foto 27 Enfermeras Americanas Providence Hospital. Harris & Ewing Collection. Shorpy. 1910
Bibliografía
1.- “Un Estilo de Vida” y otros discursos, con comentarios y anotaciones. Sir William Osler. Shigeaki Hinohara, M.D. y Hisae Niki, M.A. Presentación de José Antonio Gutiérrez Fuentes y José Antonio Sacristán del Castillo. Prólogo de John P. McGovern, M.D. Traducción de Manuel Fuster Siebert. Fundación Lilly e Unión Editorial. 2007
Páginas 121 a 134 y 233 a 248
2.- “Un Estilo de Vida” y otros discursos, con comentarios y anotaciones. Sir William Osler. Conferencia pronunciada en la inauguración del curso de la Escuela de Enfermeras del Hospital Johns Hopkins, Páginas 233 a 248, el 3 de junio de 1897
Foto 28 Enfermeras graduadas de Georgetown Universidad Católica más antigua de Estados Unidos. Hospital Washington DC. 1899
Enciclopedia Wikipedia
Manuel Solórzano Sánchez. Grado en Enfermería
Manuel Solórzano Sánchez - Wikipedia, la enciclopedia libre
https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Sol%C3%B3rzano_S%C3%A1nchez
Día 20 de octubre de 2022, jueves
Manuel Solórzano Sánchez. Entziklopedia en Euskera
https://eu.wikipedia.org/wiki/Manuel_Sol%C3%B3rzano_S%C3%A1nchez#Ibilbidea
Día 27 de octubre de 2022, jueves
Foto 29 Enfermera Sara en el Salonika Hospital de Grecia. 1922
Foto 30 Enfermeras británicas con bebé, 1900
Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Enfermero Jubilado
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Premio a la Difusión y Comunicación Enfermera del Colegio de Enfermería de Gipuzkoa 2010
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa. Años 2019 y 2022
Sello de Correos de Ficción. 21 de julio de 2020
Sello de Correos. 31 de diciembre de 2022
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