sábado, 5 de octubre de 2019

PARTERAS Y COMADRONAS



FOTO 1 Portada del libro Parteras y Comadres de Pilar Alonso Ibañez

Autora: Pilar Alonso Ibañez, es conocida por su sobrenombre “La Alondra Alegre de Pipaón”. Etnógrafa. Investigadora del folklore alavés. Historiadora, escritora, poeta y pedagoga española.

Nacida el 21 de octubre de 1937 en Marquínez (Álava), aunque al año de nacer se trasladó a vivir con sus padres a Vitoria. No por ello se desvinculó del medio rural. Durante su niñez y juventud no dejó de acudir periódicamente al pueblo de sus abuelos maternos: Pipaón, lugar que se ha convertido en su segunda casa y origen de todas sus investigaciones etnográficas.

Contactó con los grupos Etniker Euskalerria por mediación del entonces párroco que atendía al pueblo de Pipaón, José Antonio González Salazar, quien fue el que le introdujo en la investigación etnográfica dado todo el material que empezaba a almacenar fruto de su curiosidad etnográfica. A partir de entonces, ha dirigido su trabajo etnográfico a la aplicación de la encuesta etnográfica en la localidad de Pipaón, aportando los resultados al Atlas Etnográfico de Vasconia en todas sus campañas de investigación hasta la fecha.

FOTO 2 Portada y contraportada del libro Parteras y Comadres de Pilar Alonso Ibañez

Su infatigable ansia de recuperación de ritos y costumbres de Pipaón le llevó a indagar y expurgar toda clase de documentación sobre Pipaón depositada en los diferentes archivos históricos tanto locales, municipales como provinciales. Fruto de ello es la publicación de la transcripción de los documentos: La Regla de Pipaón; Título de Villazgo; Arcas de Misericordia; Ordenanzas Municipales, etc.

En 1980 ingresa en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP), donde presentó su trabajo de ingreso el 31 de mayo de 1989 con el título de Fósiles, arqueología, tradición e historia de Pipaón, presentada por el amigo Joaquín Jiménez.

En 1981 pone en marcha el grupo de danzas Usatxi. Fue primera responsable de la Asociación Cultural Usatxi de Pipaón. Dentro de las actividades de esta asociación tuvo un destacado papel la recuperación de costumbres y tradiciones: danzas, El Cachupín y la Hoguera de San Roque, la Virgen de Arrónchita, el día de las Cruces entre Loza, Lagrán y Pipaón, la Quema de pellejos, el Toque de Cencerros, etc.

En este sentido, el 18 de junio de 1994 se cumplió uno de los sueños más anhelados de Pilar Alonso, la inauguración del Museo Etnográfico Usatxi de Pipaón, fruto de la colección de piezas etnográficas recogidas y almacenadas en Pipaón por ella misma. Al amparo del museo, todos los meses de agosto se celebra el día del Museo Etnográfico Vivo, sacando a la calle diferentes costumbres y tradiciones etnográficas como el carboneo, la matanza del cerdo, la elaboración de alimentos y productos tradicionales, etc.

FOTO 3 Pilar Alonso Ibañez. La cigüeña y el niño

El recuerdo de sus juegos infantiles, le hizo escribir a sus nietos unos relatos titulados Las Andanzas de Camila, publicados en 2005. También tiene publicado un pequeño poemario de título Palabras de amor en 2003. En 2006 ha publicado un libro sobre el barrio de su niñez en Vitoria, Las Mujeres de mi barrio. Desde Portal de Arriaga hasta la cuesta de Santa María, en el que se describe la vida de varias mujeres en el periodo de postguerra. Es autora de diferentes artículos en prensa y en revistas como Ocón, Mendialdea, Dantzariak, etc., o participante en jornadas y encuentros sobre Historia y Antropología, siempre mostrando sus conocimientos sobre la pequeña pero interesante localidad de Pipaón, en la Montaña Alavesa.

El libro
El domingo día 28 de julio me fui paseando por la ciudad de Vitoria hasta la Plaza de España donde sabía que solían poner los domingos un mercadillo y al tener dos aficiones que me encantan, fui a pasar la mañana. Allí me encontré con una de mis pasiones la Numismática sobre billetes de los diferentes países que pueblan este mundo, y otra pasión encontrar algún libro de Historia de la Enfermería, y tuve la suerte de encontrar y comprar el libro “Parteras y Comadronas” de Pilar Alonso Ibáñez también llamada “La Alondra Alegre de Pipaón”. Así de sencillo comienza este relato y resumen de este libro que me ha enamorado.

FOTO 4 Matrona Encarna Villar, vigilando el nido. Matrona Carmen Riaño, bañando al niño

Consta de 263 páginas distribuidas de la siguiente manera:

I.- Comadres
Introducción. Juramento Hipocrático. Como un cuento. La cigüeña. Las parteras. La vida sigue. Cordones maternales. Comentarios sobre partos y demás. Ritos, mitos y costumbres. La mujer. Parteras, comadronas y brujas. Sobre parteras. Salarios. Recuerdos. Curiosidad íntima. Culto al cuerpo. Rituales y Santuarios. De niña a mujer. Marquínez. Parteras de Albaina. Parteras de Fuidio. Ocurrido en Pipaón. Todas las parteras de Pipaón. Don Francisco Gil, médico. Historia. Doña Emilia Bacaicoa. Centros hospitalarios de Vitoria. Carta de agradecimiento. Doña Cirila Sampedro.

II.- Encuestas
D. Luis Salamanca. Dª. Epifanía Lasaga. Dª Pura Sarralde. Dª Puri Navarro. Dª María Luisa Gil. D. Primitivo Prieto. Dª Nieves Foronda. Dª Consuelo Linares. Dª Isabel Martínez de Marigorta. Dª Rosa María Mendez. Dª Merche Pagalday. Dª Carmen Foronda. Dª Carmen Riaño. Dª Berta Edroso. Dª Encarna Villar. Dª Lucía San Vicente. Dª Ada Saenz de Cortazar. Dª Encarnita Armentia. Dª Merche Alonso Abellán. Dª Casilda Alonso Ruiz. Anécdotas. Pequeños datos.

FOTO 5 Matrona Berta Edroso. Vigilando al prematuro. Unión y compañerismo en la profesión: matronas y enfermeras

III.- Investigación de Archivos
¿Desde cuándo se sabe de las comadronas? Archivo Municipal documento 1ª Comadre. Pago a las matronas en 1733. Jubilación de la Comadre. Prórroga para el salario de Comadre 1708. Parte Real de 1750. Archivo Diputación nombramiento de una comadrona en 1933. Boletín Oficial de la Provincia de Álava 1933. Circular para los Ayuntamientos de Álava ante el apartado de matronas 1930. Manuscrito sobre el oficio de partear 1802. Reglamento de la Casa de Maternidad 1881. Documentación revisada en el Archivo Provincial. Informe sobre horarios de trabajo de las comadronas en 1952. Expediente de comadrona en la Maternidad del Asilo Provincial 1949. Petición de ayuda para acudir al Congreso Internacional de Matronas de 1963.

IV.- Artículos, extractos y opiniones
Vivencias. Datos de los medios de comunicación. Medicina rural del siglo XIX. Anexo de diccionarios y enciclopedias. Encuesta en Pipaón (Álava). El paso de la vida.

En la Introducción Pilar Alonso Ibáñez nos cuenta que al haber vivido a caballo entre dos medios opuestos, tuvo la suerte de conocer la vida de un pueblo campesino, Pipaón en la provincia de Álava y la vida maravillosa que pasó en la capital de la provincia Vitoria.

FOTO 6 Hospital Civil de Santiago. Clínica 18 de Julio

En el pueblo, el fogón bajo, el ganado en la cuadra, los patos, gallinas, conejos, palomas, ovejas, cabras, caballos, bueyes, perros, gatos y un largo etc. de animales. El agua en la fuente de la plaza, la escuela con una señorita a la que todas las niñas soñábamos un día de imitar, el cura con todo el ritual religioso que entonces se vivía y el médico, con su maletín que tenía el don de curar todos los males.

La familia y casa a la que pertenecíamos era el mundo mágico al que te aferrabas con fuerza y cariño. Los juegos infantiles, el conjunto de vecinos, el campo y el monte que nos rodeaba, era ese cuento que de niños todos soñábamos tener y yo, feliz de mí, lo tuve y lo sigo teniendo.

En la capital Vitoria, aunque en la época que conocí nada tiene que ver con la actual, se vivía en un piso con agua corriente, cuarto de baño, cocina económica y hornillo para calentar en verano pequeñas cosas.

Había palomas en la Virgen Blanca, pavos reales en una pajarera grande en el parque de La Florida, patos en los arroyos de la cascada y cantidad de caballos que tiraban y transportaban frutas, leche, pan, basuras y demás. Y hasta la funeraria tenía coches especiales, que llevaban las cajas de difuntos desde sus diferentes iglesias hasta el cementerio de Santa Isabel.

La vida en los pueblos era común para todos los vecinos, por eso se vivían intensamente tanto los problemas, como las alegrías. Las inquietudes de Pilar las mamó desde la cuna y cuando fue creciendo le gustaba ir a la escuela para saber de todo. Su sueño era ser “señorita”, maestra. En su opinión, en esa profesión estaban todos los valores que como mujer se podían conseguir.

FOTO 7 Residencia de Arana

Fue siempre en la mujer donde tenía puestos mis ojos y oídos, ya que me fascinaba y supervaloraba todo lo que hacía. La veía como la reina de todo: madre, esposa, abuela, … realizando las labores de casa: cocinera, planchadora, costurera, limpiadora, etc., cuidando el ganado, yendo al campo, arreglando la huerta, etc. Y además de todo ello, había mujeres que sabían curar, cuidar a los enfermos, amortajar y hacían la función de parteras sin haber estudiado.

Hoy, que casi nadie recuerda toda la entrega de la mujer en esos años, quisiera levantar un monumento en cada pueblo a esas mujeres que dieron la vida trabajando duro y sin que saliera de su boca queja alguna.

Ellas fueron el último eslabón de una cadena que se rompió sin remedio. Hoy los pueblos, en una gran mayoría, son fantasmas de lo que fueron.

Como dice el verso “volverán las oscuras golondrinas…” a anidar en los aleros de las casas del pueblo, pero no volverá al medio rural aquel embrujo que tenía y que era el eje principal de su existencia: la mujer.

Hoy el recuerdo de Pilar es para las parteras, que calladamente, hicieron que el milagro de la vida fuera menos doloroso.

FOTO 8 Hospital Santiago Apóstol. Vitoria

La cigüeña
En los años 40, en mis tiempos de niña, era usual que cuando preguntabas sobre cómo nacían los niños, todas (abuelas, madres o tías) te contaban lo mismo: que la cigüeña lo traía en una caja de sedas para que no se rozara ni enfriara, que la partera (la señora Marcelina) se lo había encontrado a la entrada de Pipaón en un cesto tapado y como la Isabel de Macario quería tener un niño se lo había dado a ella… Pero todos, todos los niños venían de París, ya que en esta capital estaba la fábrica donde los ángeles los hacían.

La cigüeña transportaba al niño metido en una caja. Esta caja estaba dentro de un pañuelo que sujetaba con su pico. Siempre venía de noche y dejaba al niño en la ventana de la habitación de los papás. Recuerdo haber oído que también los dejaban en la puerta de la iglesia y el cura era el encargado de dárselo a una familia. En otras ocasiones, como la madre tenía que ir a Vitoria por problemas médicos, te decían que la cigüeña le había dado el niño al médico del hospital y éste lo había entregado a la mejor mamá.

Cuando en casa eran varios los hermanos y llegaba otro más se les decía, para que no hubiera envidias con el pequeño, que había que cuidarle entre todos y quererle mucho, porque si no la hacían, la cigüeña vendría una noche y se lo llevaría. En la casa que había cinco o seis hijos, se creía que tenían mucho dinero, pues había que pagar mucho dinero por cada hijo a la cigüeña, médico o partera.

Los nacimientos, hasta los años 60, se hacían en casa con ayuda de la partera local, y si había alguna complicación llamaban a la ambulancia y llevaban a las parturientas a hospitales y clínicas de la capital.

FOTO 9 Emilia Bacaicoa Rubio en el quirófano. 15 de febrero de 1953

Las Matronas son portadoras de las tres A. A. A.: Acompañan, Animan y Ayudan

Las parteras
Las parteras en los pueblos eran mujeres ya casadas que habían sido enseñadas por otras parteras mayores. Era primordial tener manos largas y finas, además de ser mujer limpia. Junto con la madre y la suegra eran las encargadas del desarrollo del parto.

A todas las personas que les he preguntado sobre ello me han contestado lo mismo: las parteras ninguna cobraba por sus servicios, pero que todas las personas a las que atendían les hacían algún que otro presente, dependiendo de las posibilidades de cada familia, y siempre eran invitadas a comer el día del bautizo. Las mujeres preferían a la partera que al médico, ya que era más violenta la presencia de un hombre en estos menesteres.

En los pueblos era normal que la futura madre trabajase en el campo como siempre y eran muchos los casos en los que se presentaba el parto y había que correr, o se daba “a luz” cerca de un ribazo o camino. Se llegaba a utilizar un cordón de la faja de un señor del pueblo para atar el cordón umbilical, y frecuentemente a ese niño, además del nombre de pila, se le pondría como mote el lugar de su nacimiento.

FOTO 10 La Policlínica antigua. Vitoria

Pero lo más normal era hacerlo en casa, donde la partera y ayudantes de la casa lo preparaban todo en el menor tiempo posible: agua, toallas y trozos de sábanas limpias, el trozo de cinta de algodón que se hervía para tenerlo desinfectado y una cazuela con tila para calmar a la parturienta si el parto era largo.

La mayoría de las personas a las que encuestó, le contaron que los primeros momentos se acostaban, pero un gran número de ellas daban a luz de pie o tumbadas en algún banco o escaño de la cocina. También se daba algún caso en el que la parturienta se agarraba al cuello o a la cintura de su marido y no lo soltaba hasta el final del alumbramiento.

Los calambres de las piernas y dolor de riñones los amortiguaban con fricciones de manos. En cuanto la mamá se ponía de parto, los niños pequeños eran llevados a casa de algún familiar o vecino de confianza, para que no viera o notara cosas extrañas para su edad.

La partera supervisaba todo el material necesario: agua, toallas, trozos de tela blanca, ropas para el niño y el hilo para el cordón umbilical, que era el mismo hilo de algodón con el que se ataban y cosían las morcillas, por lo menos en todos los pueblos en los que ha realizado su estudio. Tanto el hilo como la tijera para cortar el cordón se hervían en una cazuela nueva sin coscorrones, durante media hora por lo menos.


FOTO 11 Policlínica San José, actualmente. Vitoria

Una de las cosas que tenían muy presente era la expulsión de la placenta, ya que cualquier rastro que quedara dentro de la madre podía tener graves consecuencias. Una vez que había terminado todo, se le ponía a la madre una toalla bien sujeta alrededor del vientre, como medida contra el frío y para que el vientre que tanto había estirado volviera a su mejor forma.

Tengo que decir que a la placenta también le llamaban secundinas y al ombligo cil y que la placenta se recogía en una palangana y era la partera la que supervisaba bien dicha tela para comprobar que estaba entera y no había peligro de infecciones.

El marido o el padre enterraba las secundinas bien profundas en algún huerto cerrado para que no fueran sacadas por algún perro, pues se creía que si ocurría esto el perro rabiaba. Una vez que todo estaba en orden, se cambiaba la ropa interior a la parturienta y se mudaba la cama con las mejores sábanas de la casa.

Hasta que no se oía llorar al niño, nadie entraba en la habitación o cocina donde transcurría el parto. Una vez se escuchaba el llanto se comunicaba al resto de la familia el feliz acontecimiento. Siempre feliz acontecimiento, como le decía una de sus entrevistadas: “Mira Pilar, tú sabes lo pobre que yo he vivido, y los numerosos hijos que tuve, pero siempre, siempre, me sentía feliz cuando lo tenía en brazos y veía que era sano y normal”. Cuando se restablecía la vida en la casa, era la abuela la que llevaba en sus brazos al niño a la cocina y lo mostraba con entusiasmo. Primero a los hermanos, si los había, y luego al resto de la casa.


FOTO 12 Hospital Santiago Apóstol. Vitoria

La partera acudía los tres o cuatro días siguientes para ver cómo estaban la madre y el niño, si le había venido la leche y si eran fuertes los tragos. Vigilaba que la alimentación de la madre fuese suave, por ejemplo: caldo de gallina y gallina cocida, pues se creía que los primeros días no era bueno comer mucho.

Mientras en unos pueblos se lavaba una o dos veces a la parturienta, cambiando los paños y sábanas de la cama a diario, en otros sitios o casas no lo podían hacer por carecer de ropa. También se argumentaba que no era bueno mover a la madre por posibles hemorragias, durante los tres o cuatro días siguientes al parto.

Toda madre en el primer mes después de tener a su hijo, debía tener mucho cuidado con el frío, sobre todo por sus pechos, ya que por escasa higiene en sus pezones, se solía producir una infección más conocida por “pelo”.

Esta infección podía aparecer en un solo pecho o en los dos. Al primer síntoma de dureza o dolor se le quitaba totalmente el pecho al niño, con lo cual la leche se acumulaba dentro, produciendo un mal estado general en la madre, unido a un fuerte dolor.

FOTO 13 Recogiendo el Diploma de fin de carrera. Matrona Encarnita Armentia

El único remedio que se conocía en el medio rural era encontrar un par de perritos recién paridos y tratar de que le mamasen a aquella mujer, en lugar de su hijo. No recibía ninguna otra medicación, por lo que la infección seguía su curso hasta que después de casi un mes, los pechos se abrían por varios sitios y salía la infección llamada “materia”. Una vez abiertos, se limpiaban con agua hervida en la que se añadía agua “sublimada” y se intentaba que las heridas no cerraran en falso: cuando se hacía la cura se apretaba suavemente el pecho, con el fin de que salieran los restos que había dentro.

Para tener más leche, y de más calidad, la madre procuraba beber líquidos, a ser posible leche o sopas. Si la madre estaba bien alimentada el niño se criaba gordinflón; si por el contrario era escaso el alimento de la madre, el niño era delgadito y nervioso.

Cuando una mujer estaba en estado era habitual los comentarios: “fulana cuídate y come mucho que ahora sois dos”. Después de parir se le daba el pecho por lo menos de 8 a 10 meses y se insistía en la misma idea. “de lo que tú te cuides estará alimentado tu hijo”.

Para dar el pecho a l hijo se escogían rincones apartados de la cocina, evitando ruidos o movimientos de otras personas que pudieran distraer al niño, impidiéndole mamar lo suficiente. Tampoco era bueno que le hablara la madre, pues también se cortaba el trago.

Si el parto era largo y era niña lo que llegaba, había un dicho que decía “después de tardar, parir hija”, como si la mujer fuera inferior al hombre. ¡Vamos! No había derecho a semejante dicho. Era la mujer la que llevaba la casa: limpiezas, guisos, matanzas, economía, parir y criar a los hijos, atender a los abuelos, cuidar del ganado pequeño, acudir con el padre y el marido al campo, de la mañana a la noche… Ahora que las mujeres han desaparecido de los pueblos, el resultado es despoblación total y abandono del campo.

FOTO 14 Residencia Arana. Vitoria

Nunca un niño dormía solo. Normalmente no había dinero para tener una cuna, así que era habitual acostar al niño en la misma cama de los padres, o bien compartir cama con otro hermano, tío o abuelo. Si la cama era grande, era habitual que durmiesen juntos hasta tres personas. Me cuenta una señora que ella de un baúl hizo dos cunas, una de la parte baja y otra de la tapa, donde crió seis o siete hijos.

La ropa interior y exterior que se le ponía al niño se hacía en casa, bien por la madre, bien por las abuelas: camisa de hilo sin manga y con manga, faja tipo venda con unos hiladillos con los que se sujetaban los pañales, mantillas de felpa o muletón, chaqueta y gorro de lana, mantilla y faldón, (este último sólo para el día del bautizo), baberos, etc. Si la familia era pudiente solían tener el faldón de sus hijos, que guardaban para sus nietos y en ocasiones se lo dejaban a otros familiares y amigos.

En la cuna como empapador ponían una piel de cordero, que cada día la secaban cerca del fuego y así hasta que olía que apestaba y se ponía otra nueva. Me decía una señora que desde el portal de las casas se sabía si había un niño pequeño, por el olor a pis que había por los secados de mantillas y pañales sin ser lavados.

Si el niño había estado mucho tiempo en posición de parto, solía salir con alguna malformación en la cabeza (forma apepinada por detrás, o la frente abultada). En ambos casos la solución la ponía la partera cuando arreglaba al niño nada más nacer. ¿Cómo? Le ponía una venda bien sujeta y para que no se le viera le encasquetaban un gorro, durante tres o cuatro meses. Al quitarle la venda, aparecía junto a ella una especie de gorro de costra. Para las escoceduras se utilizaba agua fresca, y en ocasiones hollín fino, y también aceite batido. Había remedios caseros para todo tipo de males, incluso para los pequeños problemas estéticos, como era mi caso: mi nariz era chata, chata, y una de mis tías (Teresa) me ponía cuando ya estaba dormida una pinza de la ropa. Siempre me dijeron que gracias a eso mi nariz se había corregido.

Todos los recién nacidos tienen la cabeza sin cerrar los huesos, justo en medio, por eso no dejaban a nadie que les tocara dicha parte. Se decía que si se les tocaba o apretaba fuerte en dicho lugar, se rompía la tela de los sesos y el niño quedaba tonto o ciego.

Más “consejos de salud” de aquella época era: evitar la luz del sol o eléctrica, ya que no era buena para la vista del niño en el primer mes de vida, porque se decía que se nacía ciego y que poco a poco los ojos se endurecían.

Si se sentaban a la mesa con el niño en brazos, la madre para tenerlo quieto le daba un trozo de pan, preferentemente corteza y alargado que, en ocasiones, le untaba con el caldo o salsa de la comida. También si se comía carne, en particular de ave, se le daba un hueso de muslo o pata, que con gusto chupaba.

Cuando se abandonaba el pecho y se comenzaba con la comida sólida, lo primero siempre eran sopas de ajo. La totalidad de madres que he preguntado sobre ello hacían los mismo al darle a su hijo de comer: para que no le quemara, primero se metían a la boca la cucharada de sopa, le daban dos o tres vueltas y seguido lo volvían a la cuchara, y de esta al niño y así hasta que terminaba con el plato de sopa.

Cuando eran patatas y legumbres, se aplastaban con el tenedor, pues todavía no había pasapurés.

El tiempo de lactancia era largo, con ello retrasaban el periodo después del parto y se suponía que era un anticonceptivo natural, que les preservaba de quedarse embarazadas, (cosa que puedo corroborar en mis abuelas y personas de su generación). Luego a sus hijas ya no les ha sido útil este “método natural”. Se dice que era porque estaban mejor alimentadas, y por eso a los cuatro o cinco meses de dar a luz ya les volvía el periodo, mientras que a sus madres podía tardarles hasta dos años.

Como caso curioso nombraré el caso de la señora Telesfora Roa. En el año 1926 tuvo una hija, Angelita, a la que le dio pecho durante 22 meses; luego se lo dio a su sobrino Adolfo durante seis meses; y por último dos meses a Sebastián que falleció de garrotillo.

Una costumbre que llegó hasta mi generación era la de “salir a misa” de la madre: la madre, durante el mes siguiente a dar a luz, no podía ir a misa ni entrar en la iglesia.

FOTO 15 Hospital Santiago Apóstol. Vitoria

Una vez bautizado el niño, salían los padrinos, la familia y el cura de la iglesia hasta el pórtico. Allí esperaba la madre, a la que entregaban el niño. Con él en brazos escuchaba unas oraciones recitadas por el sacerdote mientras iba entrando en la iglesia. Una vez en el altar mayor continuaba el ritual de purificación de la madre.

Cuando el ritual finalizaba, la madre y el niño se acercaban hasta el altar de la Virgen María (Inmaculada), donde de nuevo se leían oraciones, pidiéndole protección, salud y vida religiosa. De esta forma la madre quedaba purificada, y ya podía acudir a misa y demás actos religiosos.

La Vida sigue

Los años corren para todos y de todas estas experiencias aprendí el milagro de la vida. Me gustó desde niña leer y todo aquello que hablaba de la mujer me interesó, con lo cual iba completando ideas y pensamientos que rara vez pude aclarar con nadie. Ni las madres, ni las tías, te sacaban de tus dudas; eran tiempos en los que preguntar sobre ciertas materias no tenía respuesta adecuada, y todo ello era debido a que a ellas tampoco se les había enseñado a hablar sobre el tema.

Yo, como ya he comentado al principio, fui la niña del “por qué”, y todo aquello que no era de escuela o colegio, lo preguntaba una y otra vez hasta quedar satisfecha y ver claro el caso.

De una niñez alegre y bonita, pasé a una juventud marcada por una educación responsable y personal, pues según criterios de mi abuela Francisca, el respeto empieza por uno mismo y con él te respetarán los demás en la misma medida.

Me llegó el momento del amor y mi relación fue única, corta y bonita, llegó la boda y la espera en la llegada de mi primer hijo.

Tardé diez meses en quedar en estado, y mi primera falta coincidió con el satélite en el que iba la perra “Laica”, o primer Sputnik en los días 23, 24 y 25 de agosto de 1960. Recuerdo que todo el mundo estaba pendiente de verlo pasar con su luz brillante sobre el firmamento.

El día 29 de dicho mes fui a visitar a la abuela Francisca y le dije que ya estaba esperando un hijo. La abuela, toda contenta, me abrazó, me besó, me hizo una cruz con sus manos en mi vientre y me preguntó de cuánto estaba. Yo respondí que de ocho a diez días. La abuela se echó las manos a la cabeza y me dijo: no se lo digas a nadie hasta pasados los tres primeros meses o faltas, que mientras, te puede pasar cualquier cosa y llevarte una gran desilusión.

Fueron pasando los meses y como todo transcurría sin novedad, no fui al médico para nada. En aquellos tiempos no había ecografías para saber el sexo ni nada parecido. Aunque siempre había predicciones según la forma de la tripa, el manto de la cara, la luna en que te tocaba más o menos dar a luz, el mes, etc.

A los siete meses el médico me mandó al especialista, que resultó ser Don Luis Mingo en el consultorio de la previsora de la calle Prado. Al verme se asustó por lo fuerte que estaba y pensó que me faltaban pocos días para dar a luz. Recuerdo que me puso a régimen pues había engordado 15 kilos, y el niño era ya demasiado grande para tener siete meses. Le hice saber que me gustaría tenerlo en la clínica, aconsejándome la Policlínica. Me dijo que necesitaba una comadrona y que ella sería la encargada de llamar al médico, si en el momento del parto notase algo anormal.

Me nombró varias, pero ya llevaba yo en mente a Doña Emilia Bacaicoa, de excelentes referencias, tanto profesionales como humanas. Contacté personalmente con mi futura partera (comadrona). Me presenté en su casa de la calle Independencia, acompañada de mi madre. Nos hizo pasar a un salón, se sentó junto a nosotras y cómo íbamos vestidas de riguroso luto, nos preguntó por quién lo llevábamos. Yo le contesté que por la madre de mi madre, o sea mi abuela materna, que hacía un mes que había fallecido.

Me hizo varias preguntas sobre mi estado, fecha de nacimiento y quedamos en llamarle por teléfono en su momento. Ya en la puerta de salida me puso la mano en el hombro y me dijo: “Se nota que querías mucho a tu abuela, pero quítate el luto lo antes que puedas, que el negro da tristeza para quien lo lleva y tú tienes que estar alegre en estos momentos, porque ser madre es lo más grande y bonito que tiene la vida y muy pronto lo vas a saber”.

FOTO 16 Nace una nueva vida

Por fin el día 24 de mayo a las 5 de la tarde comienzan los primeros síntomas. A las 7 llamamos a Doña Emilia, que tardó unos 20 minutos en llegar. Me exploró y como parecía que todo seguía el curso normal, se marchó asegurando que antes de las 10 de la noche volvería, para ir a la Policlínica San José, donde pariría. Volvió antes, a las diez menos diez, y vio que la cosa iba lenta (era primeriza), pero decidió que fuésemos a la Policlínica.

Una vez en la Clínica, seguí con todos aquellos dolores hasta las doce y cuarto, cuando me llevó a la sala de partos, donde creí que sería cosa de nada. El tiempo pasaba, Doña Emilia me daba consejos, órdenes y hasta más de un regaño por no atender sus instrucciones. Tengo que agradecerle que dejó entrar a una gran amiga, Tirsa Busteros; agarrada a sus manos llegué hasta el fin del parto.

Cordones maternales
Hace muchos años que existen los cordones maternales. En Vitoria los hacen las RRMM Brígidas, de la calle Vicente Goicoechea, siendo muy solicitados.

Estos cordones son una cadeneta de ganchillo hecha de algodón. Tienen una longitud de unos dos metros y medio y aparecen enrollados en una especie de madeja, junto con un pequeño sobre. En él hay trozos pequeños de hostia con la inscripción “3 Ave Marías”.

FOTO 17 Cordones maternales

Yo los conocí porque me lo regaló la tía Dorotea, hermana de la abuela Matilde, madre de mamá. Ella era asidua visitante de mi casa y fue una de las primeras que allá por 1960 se enteró que estaba esperando un niño.

Me contó que viviendo en Pipaón conoció a una señora que perdía todos los hijos antes de llegar al parto. Cierta persona que conocía estos cordones le llevó uno y por fin pudo tener no uno, sino tres hijos.

El cordón hay que ponérselo alrededor de la cintura, en cuanto se sabe que se está en estado, y no quitárselo hasta después de dar a luz. Además, justo cuando comienzan los primeros síntomas del parto, hay que tomar los trozos de hostia rezando tres Aves Marías. Yo así lo hice, y todo salió bien.

Comentarios sobre partos y demás
Hasta 1955 – 1960, en todos los pueblos la mujer, aun estando embarazada, seguía trabajando hasta el último momento de labranza. Es más, tenían más o menos calculada la semana en la que llegaría el niño. Por ello, días antes hacían limpieza de la casa, colaban la ropa, hacían pan y limpiaban la cuadra de cerdos, el gallinero, etc.

En Marquínez, Albaína y Pipaón, que son los pueblos en los que he hurgado sobre las parteras, me cuentan que más de una mujer se veía en apuros el día del parto para llegar hasta su casa, pues el momento le pillaba en el campo, donde había ido a trabajar como otro día cualquiera.

A la mujer que no tenía hijos le llamaban “machorra”.

Para quitar el pecho a un niño, se untaban las madres los pezones con pimentón o vinagre.

La Iglesia sí escuchó a estas mujeres y los problemas que conlleva el matrimonio y la procreación. Su solución era tajante: castidad y método ogino, con el que las relaciones empeoraban.

En ocasiones se llegaba al aborto, que se hacía por personas nada expertas y sin ninguna medida higiénica. Fueron muchas las mujeres, y aún hoy se dan casos, que pagaron con la muerte este acto. Eran y son perseguidas por la justicia.

Del cil al ombligo
El cordón umbilical se ataba con un cordón de algodón (el mismo con el que se ataban las morcillas) bien hervido. Pasados unos ocho días más o menos este trozo de ombligo, ya seco, se caía.

Esta parte del ombligo (llamado vulgarmente en mis tiempos cil) se limpiaba cada día con todo cuidado, cuantas veces fuera necesario. Si el vendaje que tapaba el ombligo se mojaba, se ponían gasas limpias y “polvos Azol”, que se consideraban muy cicatrizantes en aquellos tiempos. Se pueden dar grandes infecciones y hay que tener mucho cuidado con su higiene.

Una vez seca y desprendida esa parte del ombligo, se seguía varios días más con el mismo cuidado y limpieza hasta que las gasas que se le ponían no tenían señal de supuración alguna. Si por el contrario, no terminaba de secar bien, era aconsejable llevarlo al médico lo antes posible.

La cultura del biberón
Nuestras abuelas y madres, a pesar de la pobreza alimenticia que arrastraron, dieron de mamar a sus hijos, aun arriesgando hasta sus vidas. Al amamantar, madre e hijo se entregan silenciosamente a un amor más entrañable.

Una madre intuye cualquier síntoma de enfermedad con sólo ponerle el pecho al niño. Su salud depende en muchos casos de este periodo de lactancia. Con solo ver a una madre dar de mamar a su bebé, se sabe la relación maternal que les une.

Con este comentario quiero dejar claro que el pecho durante los cuatro o cinco primeros meses de su vida, es fundamental para el niño y la madre. No me cabe la menor duda por haberlo vivido, son momentos que jamás se olvidan.

FOTO 18 Los médicos pasando visita a las nuevas mamás

Partos
No voy a descubrir nada que no se sepa sobre el tema del parto; se ha escrito mucho y por ello se sabe la forma de actuar en diferentes partes del mundo.

Me cuenta una señora que tiene cumplidos los 80 años, que en su pueblo llegó a conocer a una mujer que tuvo 9 hijos y no le asistió nadie en los partos. Llegado el momento se iba al pajar y cuando terminaba volvía a casa como si tal cosa. Parece que en algún parto la cosa se alargó y dicen que fue el marido para saber si necesitaba algo y que salió por pies, pues al verlo comenzó a tirarle las remolachas que tenía cerca, y podía haberlo matado con alguna si le llega a dar de lleno en la cabeza.

Aunque también hubo mujeres a las que les asistía su marido.

Enseñanzas
Se sabe que en 1737, se implanta en Estrasburgo la primera escuela de matronas.

En las Cortes de Navarra, en 1924 – 1926, se promulga una ley en la que se enseñaba por parte del médico rural lo más elemental en higiene, y el cura del lugar se encargaba del apartado moral.

Citamos a Javier Elzo. Profesor de Sociología de la Universidad de Deusto, el 23 de junio de 1998, que decía así:
“Suelo decir que la experiencia amorosa, junto a la artística y la religiosa, es la cumbre de la existencia humana. Es lo más grande a lo que podemos aspirar. Pues bien, transmitir a los adolescentes que la maravillosa experimentación y práctica del amor humano es algo más que genitalidad y placer inmediato (aunque felizmente también) es una de las asignaturas pendientes de nuestra educación familiar, escolar, mediática y social”.

Ritos, mitos y costumbres

FOTO 19 Escapularios

Rito de purificación después del parto
Cuando una mujer daba a luz, en los 40 días siguientes no salía de casa si no era por causa de fuerza mayor. A los 40 días, más o menos, un domingo después de misa, con su hijo en brazos, se presentaba en el pórtico de la iglesia llevando una vela y un pañuelo. Salía el sacerdote poniéndole en el hombro la estola y le iba diciendo varias oraciones con las que purificar su cuerpo.

Encendían la vela y con el pañuelo tapaban la cara del niño entrando en la iglesia hasta el altar mayor, donde de rodillas, la madre con su niño y todos los acompañantes, escuchaban otras oraciones con las que, a partir de ese día, podía entrar en la iglesia ya purificada.

En ese día, al niño se le imponía un escapulario contra todo mal que contenía los santos evangelios.

Medallas, Evangelios y Conjuros
Fue hasta los años 70 una forma de protección infantil ponerles a los niños escapularios hechos por religiosas, donde en diferentes formatos y colores metían evangelios y oraciones que preservaban al niño de malos espíritus y enfermedades.

Estos escapularios, de pequeñas dimensiones, se sujetaban con un imperdible en sus ropas. También como adorno exterior se ponían medallas que a su vez sujetaban el babero.

Estos evangelios y conjuros se compraban en diferentes conventos, pero en la mayoría de los casos se los regalaban las religiosas que había en cada familia y los hacían ellas mismas.

Bautizo in artículo mortis
Si al nacer el niño se le notaba alguna cosa que no era normal y se veía posible su muerte, la comadrona rápidamente le bautizaba diciendo “yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y te pongo por nombre…”, derramando agua y haciendo una cruz en la frente, al tiempo que decía la frase mencionada.

Se decía que si el niño moría sin haber sido bautizado entraba en el limbo, lugar de donde ya no salía por entrar con el pecado original con el que nacemos todos los humanos que descendemos de Adán y Eva, nuestros primeros padres que pecaron y fueron expulsados del Paraíso Terrenal como castigo.

Podía bautizar cualquier persona que tuviera más de siete años y ya hubiese hecho la primera comunión.

Niños feos o guapos
Si un niño era “feo de faldón, guapo de mayor”. Si por el contrario era “guapo de chitín, de mayor gato”.

Una de las cosas que no se dejaba hacer, era besar al niño por personas mayores, feas o con antecedentes dudosos. Se creía y decía que la hermosura no se pegaba, pero sí todo lo que fuera feo y malo.

Se daban casos de niños muy llorones y nerviosos y se creía que estaban endemoniados, por ello se les llevaba al cura para que les hiciera un exorcismo y les quitara el demonio que tenían dentro. Una de mis entrevistadas me decía que le contaba su madre que a un primo de ella se lo llegaron hacer y que se curó en el acto, dejando de llorar y durmiendo tranquilo toda la noche.

Antojos
Cuando una mujer estaba embarazada y tenía deseo de alguna cosa, había que hacer todo lo posible para cumplir ese deseo, porque si no nacía el niño con alguna falta o lunar por dicha causa.

Se llamaba antojo y en ocasiones era una mancha con la forma de la cosa deseada y desaparecía a los pocos días de nacer, otras veces era de tipo lunar en la frente, cara, cuello, brazo, espalda, muslo o pierna que ya no se quitaba.

Por ello cuando se tenía un capricho de algo imposible de cumplir, se decía a la madre que se tocara con las manos el culo, pues se decía que donde pusiese la madre su mano sacaría el niño el antojo.

Saber el sexo del niño
Casi todas las personas a las que he preguntado sobre si sabían el sexo del hijo, nieto o sobrino que iban a tener, me decían que lo podían adivinar por la forma del vientre. Si era de forma puntiaguda era chico, si era redonda, chica; si estaba muy fuerte, chico, si era poca barriga, chica; si le salían manchas en la cara (manto), chico, si por el contrario estaba fina, chica; si se movía mucho, chica; si tenía ardores de estómago era porque tenía mucho pelo; si el parto era largo era niño el que llegaba; si la madre se caía en casa o en la calle durante el embarazo también se decía que era chico lo que tendría.

También contaban con las lunas, si se quedaban en estado creciente o luna llena seguro que era chico; si por el contrario era menguante o luna nueva, sería una chica.

Para tener hijos
Se daban pocos casos en los que una pareja no lograba tener hijos, pero los había. Entonces iban, sin que lo supieran en el pueblo, a diferentes Santuarios. En todos ellos había un pozo donde se arrojaban trozos de teja si se quería hijas y cantos rodados si se deseaba hijos. Pagaban un novenario de isas y prometían volver si conseguían descendencia. Santa Casilda, cerca de Burgos, era muy popular para este cometido.

Santos protectores del parto
Todas las mujeres que han tenido hijos me han dicho que pedían a su Santo o Virgen de más devoción una hora corta. Algunos eran: San José, Santo Domingo, San Bernardo, La Virgen del Perpetuo Socorro, La Virgen de Angosto, La Virgen de Veolarra, La Virgen de Okón, La Virgen de Granao, etc.

Se ofrecían velas, misas y limosnas. Si el parto y el recién nacido eran normales, se daban casos de ponerse hábito por el feliz acontecimiento.

Otra señora me decía que su abuela, cuando lloraba algún nieto más de la cuenta le decía: “Santa Ana madre de María, María madre de Jesús, te pido perdón y que deje de llorar este mocete”.

FOTO 20 Las religiosas Hijas de la Caridad, llamadas Palomas por sus tocas

Bautizo
Era normal que pasados ocho días fuera bautizado el niño, y siempre se hacía en día festivo.

Si los padrinos eran pudientes echaban muchas almendras y piñones a los niños que estaban fuera de la Iglesia después del bautizo. También echaban “perras” (pesetas).

Sí echaban poco se cantaba “bautizo cagao, si cojo al chiquillo lo tiro al tejao”.

Nombres
La elección de nombre hasta 1920 no lo hacía ni la madre, ni el padre, ni los abuelos, tíos, padrinos, etc. Siempre se le ponía al niño o niña el nombre del santo del día. Por ello se daban nombres como Telesfora, Ceferina, Liberata, Obdulia, Crescencia, Silvestre, etc. Esto es una pequeña muestra en las mujeres.

En los hombres: Torcuato, Cosme, Eufemio, Teodomiro, Abundio, etc.

La creencia era que si no se le ponía el nombre del santo del día, podía hasta fallecer el niño.

También era costumbre poner el nombre del padre, del tío o de un familiar ya fallecido, para tenerlo ene l recuerdo.

La mujer
Yo nací y crecí en un pueblo donde casi todo estaba relacionado con la mujer. Sin una mujer no hay hijos, sin ella no había comida, ni limpieza, ni orden en una casas.

Cuando alguien se ponía enfermo, era la abuela, la madre o la tía la que lo cuidaba y la que estaba pendiente de darle manzanilla, comida y medicina apropiada para que se curara. Eran las abuelas las que durante todo el año estaban atentas a la recogida de aquellas plantas y frutos silvestres con los que agasajar en un momento dado aquel resfriado, mala digestión, descomposición, herida, granos, quemaduras, etc. Para todo había algo en ese botiquín natural con el que poder hacer frente a estos casos.

Además de sanadoras, eran paño de lágrimas y consuelo, tanto dentro de la casa y familia, como para aquellas personas de su entorno que les pedían o necesitaba su ayuda.

Por todo esto la mujer jamás ha sido premiada ni ensalzada. Muy al contrario siempre ha permanecido bajo dominio del hombre y de la religión. La mujer era pecado, la mujer no tenía alma, la mujer no tenía derecho al voto, ni credibilidad, ni mando en su propia casa,…; pero de ella dependía todo.

Aprovechando el instinto de los pocos años, aquellos relatos y cuentos que te contaban las abuelas o tías en aquellos ratos de sobremesa y tiempo frío, te hacían ser observadora de todo aquello que te rodeaba: la familia, el ganado, la naturaleza, el pueblo y la gente que lo poblaba.

Caras tristes, arrugadas por la mala alimentación y el trato que recibían. Pero jamás conocí a ninguna que hablara mal de su marido o suegra, ni que dejara la casa y se fuera. Hoy reconozco que muchas fueron mártires en vida, sin ayuda ni amparo de nadie. Hasta sus propios hijos cuando crecían seguían comportándose con ellas de la forma que habían visto hacer a su padre. Muchas de ellas, la única forma que tenían de defensa era hacer pócimas con las que ahuyentar los malos espíritus de su casa y, si llegaba el caso, mezclarlas en alguna comida, y poco a poco hacer perder los apetitos sexuales al maltratador que tenía a su lado, y reducir su autoritarismo para poder vivir un poco más tranquilas.

Cada vez que sale a relucir la caza de brujas que se produjo durante más de cuatro siglos en todo el mundo, pienso en lo horroroso que tuvo que ser y en el sinsentido de ese ataque indiscriminado a estas mujeres por políticos, mandatarios religiosos y gentes con pocos escrúpulos.

Con diferentes armas y formas, esos ataques siguen ahí y de vez en cuando se expande ese perfume machista que cierra puertas y caminos ya trazados.

Aquellas pobres mujeres, en su mayoría analfabetas, que sabían de hierbas con las que curar, no tener hijos o excitar el apetito sexual; que atendían a las parturientas, cuidaban a los enfermos y personas mayores; y que velaban muertos y poco más, fueron salvajemente torturadas y asesinadas, sin poderse defender de aquellas acusaciones.

Desde el siglo XV hasta el XVIII la mujer fue salvajemente acosada y agredida sin razón, y o por ser el sexo débil, sino por ser la fuerza de la vida, que hizo, hace y hará la más maravillosa historia del mundo: dar vida a otro ser. Sin ella no hay futuro.

Parteras, comadronas y brujas
Pese a la caza de brujas siguió existiendo un colectivo de mujeres que seguía ejerciendo la sanación por medio de hierbas, ungüentos y friegas. La aparición de los Barberos y Practicantes titulados que hasta el siglo XVIII escaseaban, supuso la disminución de trabajo para las parteras, que desde siempre habían sido las preferidas por toda mujer en sus partos.

Por medio de partes oficiales se comunicaba que estas parteras carecían de higiene, que eran ignorantes aferradas a prácticas ancestrales con las que corrían riesgo tanto la madre como el niño. En consecuencia, su labor comenzó a disminuir considerablemente.

Las gentes fueron perdiendo la confianza que hasta entonces habían tenido en el colectivo de curanderos y pasaron poco a poco al servicio de titulados, que garantizaban la curación de enfermedades con pócimas estudiadas.

De aquella época son las sangrías y sanguijuelas, junto con laxantes que en la mayoría de los casos hacían peor el remedio que la enfermedad. Fue la rama de Practicantes la que dio paso a tratamientos más suaves y menos agresivos que los médicos titulados.

Fueron estos Barberos Cirujanos (Practicantes) los que invadían todos los pueblos, siendo muy apreciados por su labor sanadora. El médico vivía en aquellos pueblos que eran grandes y cabeza de partido, y a él se acudía si no encontraba la salud el enfermo con los cuidados de su Practicante.

La mujer calladamente siguió ejerciendo sus prácticas sanadoras como siempre. En ocasiones entraba de criada en alguna casa de Practicante o médico, donde con su capacidad de aprendizaje iba acumulando aquella sabiduría que no podía adquirir de otra forma. En los lugares de estudio de medicina no eran admitidas, pero comenzaron a entrar como cuidadoras de enfermos en los hospitales.

El mayor desarrollo de los avances en medicina se produjo en Estados Unidos, Alemania y Francia. Allí había que acudir para aprender. Diferentes colectivos civiles, políticos y religiosos no dudaron en ayudar económicamente a todo aquel que deseaba y reunía los requisitos necesarios para poder acudir a los centros donde se daban clases con las que adquirir el saber y la titulación.

Fue toda una guerra la que se dio entre diferentes escuelas, en la que, como ocurre siempre, ganaron aquellas que más apoyo económico tenían, quedando ya como oficiales en 1910.

A partir de esta fecha las parteras fueron dadas de baja por no tener título de comadrona, y todo aquel médico que trabajara con alguna de estas mujeres debía prescindir de ellas. Se sabe que fueron muchos los médicos que se veían desamparados por ser estas parteras sin título más expertas que ellos en partos, y más requeridas por las parturientas.

FOTO 21 Matrona Carmen Foronda Ochoa. Sello de correos a favor de la vida, 1973

En el siglo XIX se conocen los estudios de enfermeras y médicos que quedaron satisfechos con las parteras por ser excelentes e idóneas cuidadoras de los enfermos hospitalarios, además de ser las mejores limpiadoras y de no querer competir con los médicos. Su labor era importante y necesaria para lograr la sanación del enfermo.

Fue a partir de 1940 cuando quedaron prohibidas totalmente las parteras sin título, pero siguieron ejerciendo en el medio rural donde fueron requeridas y respetadas hasta 1960. A partir de este año, los importantes avances en la sanidad hicieron que la totalidad de las mujeres se fuesen a las ciudades para ser atendidas en los centros hospitalarios.

Mujer adivina, echadora de cartas, sanadora, comadrona con título, enfermera, cirujana, ingeniera, arquitecta, médica, abadesa, reina, capitana, directora de orquesta, astronauta, etc.

Sin la mujer el mundo no tiene sentido.

Salarios
A las parteras se les instruía en cómo administrar el sacramento del bautismo por los sacerdotes, dado el alto número de mortalidad infantil que se daba.

A principios de este siglo, concretamente en 1908 se cobraba 5 pesetas, por un parto en Vitoria. En 1945 Cirila le cobró a mi madre según me tiene contado 30 pesetas, y Doña Emilia Bacaicoa en 1961, la cantidad de 700 pesetas, tal como queda reflejado en la hoja del libro donde anotaba día a día cada parto.

Curiosidad íntima
Camisa de hilo confeccionada con el mismo saliente también en la trasera. Con este tipo de camisa pasaban todo el periodo del embarazo las mujeres de hace 100 años.

Diccionario Enciclopédico Vasco. Volumen XXVI, cuerpo A

Matrona: Léx. Madre de familia, noble y virtuosa, andra, andre, andere, andrand (…)
Comadre autorizada para asistir a las mujeres que están de parto, emagin, emegin, emain, …

Historia: Esta antigua profesión fue ejercida en el pasado tanto por mujeres con una cierta y relativa preparación como por otra cuyos conocimientos provenían únicamente de la experiencia y la tradición, aderezadas con supersticiones y falsas creencias.  Las del primer grupo desempeñaban su quehacer en las ciudades europeas y pertenecían a corporaciones de tipo gremial que controlaban su trabajo.

Las del segundo grupo actuaban en el medio rural, tratándose por lo general de mujeres campesinas, viejas y pobres. A partir del siglo XVII fueron apareciendo textos legales disponiendo que los médicos examinaran a las parteras, pasando a manos de éstos el control sobre las candidatas al ejercicio de la profesión. As, las Cortes de Navarra, reunidas en Estella de 1724 a 1726, promulgaron la Ley 50, “Se examinen las parteras”. En ella se valora aún más que la destreza en el oficio, el que estas mujeres supieran administrar correctamente el Bautismo ya que en numerosos casos se veían precisadas a bautizar a los niños que nacían en malas condiciones o con inminente riesgo de morir. Por todo ello o del partido así como por su párroco, quienes les despacharían las oportunas licencias para trabajar. Para las que ejercieran la profesión sin haber superado los exámenes, la ley disponía que fueran castigadas por el alcalde.

El resto de las provincias vascas peninsulares deberá esperar hasta 1750, año en que la Corona de Castilla promulgó una ley de este género que encomendaba a un Tribunal del Protomedicato la tarea de examinar a las parteras y de expedirles el consiguiente título, sin que constara intervención ninguna de elementos religiosos. Ya en el siglo XIX las recién creadas maternidades sirvieron de escuela de obstetricia para la preparación de las futuras matronas.

Pamplona tuvo la suya en la inclusa, denominada Casa de Maternidad desde 1843. Un importante avance supuso en 1889 la implantación en Bilbao del recién estrenado servicio facultativo de matronas o profesoras titulares en partos, dotados de una alta cualificación obtenida en la Facultad de Medicina y avalada por las prácticas que realizaban en la clínica aneja a la Facultad. La pionera de este servicio fue Inés Echevarría, que escribió un artículo en el “Noticiero” del 28 de septiembre de 1889 dando cuenta de este nuevo servicio y resaltando la importancia que tenía el contar con mujeres bien preparadas para esta labor.

Expresa en él también su deseo de erradicar el intrusismo de las abundantes parteras que trabajaban sin ninguna cualificación. Otra de las actividades que desarrollaron las parteras o matronas fue la de entregar bajo secreto los niños a los que habían ayudado a nacer y cuyas madres querían abandonar; así las vemos en el siglo XIX recorrer el camino hacia los tornos de las inclusas de Bilbao y Pamplona; en los pueblos, entregando las criaturas a los párrocos o alcaldes para que ellos dispusieran su traslado al establecimiento. En otras ocasiones llevaban ellas mismas a bautizar a los niños cuyos padres, sin abandonarlos, querían permanecer ocultos. D.V.L.

FOTO 22 Curiosidad íntima. Camisa de hilo confeccionada con el mismo saliente también en la trasera. Con este tipo de camisa pasaban todo el periodo del embarazo las mujeres de hace 100 años

Las parteras vascas vistas por los médicos
Diversos trabajos de José María Satrústegui y, sobre todo, de Ignacio María Barriola sobre nuestra medicina popular ponen de manifiesto que la mujer encinta, en el medio rural, seguía realizando sus labores ordinarias hasta el último momento, por lo que no era infrecuente que el alumbramiento se produjera en el campo o sobre el carro de bueyes, sin tiempo para llegar al caserío. Parece que, ante esta eventualidad, incluso solían salir de casa provistas de los pañales necesarios por si se producía el feliz acontecimiento. Satrústegui da cuenta de que en algunas comarcas navarras (Burunda), para provocar el parto, las mujeres realizaban, en una sola jornada, tres de las labores fuertes del caserío: la hornada, la colada y acarrear del monte una carretada de hoja.

Pero lo más frecuente es que fueran ayudadas por las parteras, llamadas también comadronas, que además del apoyo psicológico, les facilitaban los brebajes que, recogiendo la tradición y su propia experiencia, habían logrado preparar para antes y después del parto.

La labor de estas mujeres fue, posiblemente, muy importante en su época aunque en tiempos anteriores no dejó de vérselas como curanderas o hechiceras. A ello contribuyen los médicos, que veían mermados sus ingresos al no poder atender pos partos por hacerlo las comadronas. Según relata Barriola, el cirujano José de Oyanarte de San Sebastián, al referirse a las parteras, en 1770, señala que eran “ignorantes y osadas, con las más funestas consecuencias”. Joseph de Luzuriaga, médico, era del mismo parecer pues en 1775 manifestaba: “La impericia casi total de las mujeres que lo exercen (las parteras) en estas provincias, hace patente lo mucho que se hubiera ganado en ellas dexando obrar a la naturaleza en la grande obra de los partos, en lugar de entregarla en unas manos groseras e inhábiles que con sus esfuerzos la precipitan en vez de ayudarla”.

En este contexto y aunque en 1737 ya se había puesto en marcha la primera Escuela de Matronas en Estrasburgo, hay que esperar al primer tercio de este siglo para que las Cortes de Navarra, reunidas en Estella entre 1924 y 1926, promulgaran la Ley 50, por la que para que las parteras pudieran ejercer “serían examinadas por el médico titular del partido en que vivían y, además, debían de ser sometidas a un examen deontológico y moral por el párroco del lugar”.

Aunque en el conjunto español se había avanzado con la implantación de exámenes para la titulación de matrona y la cartilla de partear de Antonio Medina, es en 1750 cuando la Corona de Castilla, mediante la correspondiente Ley, encomendó a un Tribunal del Protomedicato la tarea de examinar a las parteras y de expedir los títulos correspondientes, lo que se implantó también, en Álava, Gipuzkoa y Bizkaia.

A pesar de que las Leyes preveían castigos para las parteras no habilitadas y, más tarde, para las que no hubieran obtenido la titulación requerida, muchas de ellas siguieron ejerciendo su oficio al ser requeridas por las parturientas, sobre todo en pueblos y zonas rurales de nuestro país con muchos caseríos de difícil acceso.

Era frecuente que este oficio se transmitiera dentro de la misma familia y su labor consistía en asistir a la madre en el preparto, calmándola en su impaciencia y avisando a la comadrona o al médico cuando estimaba que había llegado el momento del parto. Durante el alumbramiento, a las órdenes del facultativo o de las parteras tituladas realizaban el trabajo que éste les encomendara (limpieza, etc.). Después del parto cuidaban al niño y a la madre, hasta que se hubiera bautizado el primero y se hubiera presentado en la Iglesia la segunda (1).

Los riesgos que asumían las parteras, sobre todo en los caseríos apartados y sin teléfono, eran muy importantes, teniendo, en ocasiones, que atender el parto por haberse adelantado o por la tardanza en llegar del médico o la comadrona.

Informe de María Guridi Elcorobarrutia, partera durante más de 25 años en los barrios de Gesalibar y Garagarza en Arrasate (Gipuzkoa).

Caserío Lore-Toki
Niños nacidos conmigo
La primera: Primitiva Leibar (23 de julio de 1929)

Lo primero que se debía saber era cuánto tiempo pasaba de una contracción a otra: si era media hora, se le daba café caliente con coñac para que adelantara las ganas de empujar. Y cuando empezaban cada cuarto de hora, era señal de que el niño ya se venía acercando.

Cuando salía la cabeza, se le agarraba con las dos manos de al lado de las orejas y se iba tirando suave suave para que el cuerpo saliera más fácil. Luego se le ataba el cordón umbilical con un cordón apretando con dos dedos al lado del ombligo. Y apretando con otros cuatro dedos se ataba con otro cordón más adelante y se cortaba en medio de los dos cordones.

Se cogía al niño en la criba de maíz o de trigo, se le envolvía en una sábana, se tapaba y se llevaba a la cocina para que estuviera al calor, pues primero había que atender a la madre para que la placenta saliera bien, y si tardaba en salir, se le daba una botella vacía para que soplara, y en cada soplido se le hacían ganas de empujar y ayudándole tirando del cordón umbilical, salía la placenta.

Se cogía la placenta en una bañera pequeña y se llevaba a enterrar bajo tierra por alguno de la casa.

A la madre se le cambiaba de ropa y sábanas y se le daba caldo de gallina sin sal a la hora y media o dos horas para que se repusiera.

Al niño, en la cocina, se le metía en un barreño y se le lavaba con agua y jabón, y después de secarle sele frotaba con alcohol el pecho, la espalda y cabeza, para que se calentara.

Se le vestían sus ropas y se le ataba el ombligo con una gasa, para que no se le enredara hasta que estuviera seco.

La cabeza se le envolvía con una venda para que tuviera mejor forma a fin de que se le asentara bien la txapela.

Después se le daba un poco de caldo de gallina, quitándole la grasa, con un poquito de azúcar. Después se le ponía a dormir con una botella de agua caliente envuelta en algún trapo para que no estuviera demasiado caliente.

Al final, para terminar, todos tomábamos café con coñac o anís.

María Guridi, 87 años, comadrona. Marzo de 1984 (1).

FOTO 23 ¡No se asusten, cada niño tiene a su mama!

Cancionero popular

Mi abuela parió a mi madre,
mi madre me parió a mí,
todos paren en mi casa,
yo también quiero parir.

Mi padre manda en mi madre,
mi madre manda en m
yo mando a mis hermanos,
y todos mandamos aquí.

El herrero y el barbero
el cura y el sacristán
hacen los hijos a medias
y los parten por San Juan.

El médico de Laguardia
y el boticario también
quieren traer desde Leza
la partera doña Inés.

Médicos y boticarios
no van a misa mayor
porque los difuntos gritan
aquí está quién nos mató.

FOTO 24 Enfermeras en la Maternidad con niños

«LAS MUJERES DE ANTAÑO HAN SIDO MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN»

La autora alavesa presentó en 2008 en la Casa de Cultura de Vitoria su nuevo libro “Parteras y comadronas”

Parteras, comadres, comadronas y matronas. Distintos nombres para un mismo oficio que hasta finales del siglo pasado ha tenido una gran y callada relevancia. Ahora, la escritora y etnógrafa alavesa Pilar Alonso Ibáñez desentierra historias y vivencias de muchas de ellas en su nuevo libro 'Parteras y comadronas', que presentó en la Casa de Cultura de Vitoria.

-¿Cómo surgió la idea de este libro?
-De niña viví a caballo entre el pueblo y la capital. Nací en Marquínez (Álava), pero viví mucho en Pipaón (Álava), y aquello de que la oveja tenía corderos y la gallina que ponía un huevo... me apasionaba y empecé a preguntar. Cuando veía a una mujer embarazada me decían que comía mucho. Entonces todo lo de las relaciones, pareja e hijos era tabú.

-De ahí el dicho de que los niños vienen de París.
-Sí, una tía mía me dijo que tenía guardada la caja donde me había traído la cigüeña. Después de mucho preguntarle, me sacó una caja con un muñequito y me dijo que de esa forma me había traído a mí. Me hizo mucha ilusión.

-Hasta que descubrió la verdad.
-Un día de vacaciones en el pueblo, con siete años, vi a una mujer poco después de dar a luz y deduje que había tenido un hijo. Siempre me ha interesado este tema. Durante casi veinte años he guardado cosas y tenía ganas de escribirlo. Desde mayo del año pasado le he dado forma hasta que ha salido el libro.

-Habrá requerido mucha investigación.
-He hablado con más de una veintena de antiguas parteras o familiares. Abarco desde 1925 hasta los años noventa a través de testimonios, fotografías, documentos y demás. También hay datos curiosos, como el del Archivo Municipal, donde figura la primera partera que el Ayuntamiento cogió para ayudar a las mujeres en el siglo XVII o que durante la Inquisición eran perseguidas por brujería.

-¿Cómo eran éstas parteras?
-En los pueblos, aprendían el oficio de la anterior, tenían que tener las manos estrechas, ser limpias y recatadas, cualquiera no valía. Al ser muy pudorosas las mujeres, como para enseñar las partes íntimas a cualquiera y menos a un médico.

Pago en especies

-¿Y el riesgo de infecciones?
-Habrán pasado cosas, y se morían mujeres, pero a menudo de lo débiles que estaban. Las mujeres antes se casaban y aguantaban a suegros o padres mayores, a maridos que no estaban educados para nada, ni para tratar a una mujer a la que no le daba tiempo a reponerse de un parto a otro. Las mujeres de antes han sido mártires de la tradición, como digo yo. No te puedes hacer una idea de todo lo que pasaron. A los dos días de dar a luz, iban con una caballería 14 kilómetros pasando un puerto con nieve, frío o lo que fuera a vender carbón. Eran santas todas. Ahora la vida es completamente distinta.

-¿Recuerda alguna en especial?
-Pues sí. En Vitoria una muy conocida era la Cirila y otra la Epifania, porque al ser 40.000 habitantes, casi nos conocíamos todos. En aquel entonces se les pagaba en especies, con huevos, patatas y cosas así. No había posibles, era la posguerra.

-¿Este libro supone un homenaje a su labor?
-Sí, son personas especiales. Antes su tarea era más cercana. Por ejemplo, iban a una casa donde la mujer estaba de parto y ellas lavaban, cocinaban, cuidaban a los otros hijos... Estaban disponibles las 24 horas. Una me dijo que era el oficio más bonito y delicado, pero también el de mayor responsabilidad. Traer un niño al mundo es la experiencia más bonita (2).

FOTO 25 Enfermera dando el biberón a un niño, 1939

Agradecimiento:
Pilar Alonso Ibañez “La Alondra Alegre de Pipaón”.

Fotografías:
Pilar Alonso Ibañez
Chemi Samaniego, ginecólogo
Beatriz Corral, periodista

Bibliografía
1.- Parteras y Comadronas. Pilar Alonso Ibañez. La Alondra Alegre de Pipaón. ISBN: 978-84-612-2910-9. Depósito Legal: VI-54/08. Jojó editions. Vitoria – Gasteiz. Mayo 2008

2.- Beatriz Corral. El Correo. Miércoles 28 de mayo de 2008

Manuel Solórzano Sánchez
Osakidetza, Hospital Universitario Donostia, Donostia, Gipuzkoa.
Graduado en Enfermería
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. (RSBAP)
Académico de número de la Academia de Ciencias de Enfermería de Bizkaia – Bizkaiko Erizaintza Zientzien Akademia. ACEB – BEZA
Insignia de Oro del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa 2019

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