domingo, 27 de marzo de 2011

HISTORIA MÉDICO LOCAL DEL VALLE DE OHIARTZUN

GIPUZKOA 1453 – 1936

El Doctor Javier Olascoaga Urtaza es Médico Adjunto del Servicio de Neurología del Hospital Donostia. Coordinador de la Unidad de Esclerosis Múltiple, que está englobada en dicho Servicio y en el Grupo de Investigación de Esclerosis Múltiple del Instituto BIODONOSTIA. Miembro del Comité de Expertos de Esclerosis Múltiple del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco. Miembro del Comité Científico de la Revista Española de Esclerosis Múltiple. Miembro del Comité Asesor de la Revista Neuroinmunología. Miembro del Comité Médico Asesor de la Revista Panorama EM. Miembro del Comité Médico Científico Asesor de la Asociación de Esclerosis Múltiple de Gipuzkoa (ADEMGI). Miembro de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Miembro del grupo de Enfermedades Desmielinizantes. Miembro del grupo de Deterioro cognitivo y Demencias. Miembro del grupo de Epilepsia. Miembro del grupo de Historia de la Neurología. Miembro de Osasungoa Euskalduntzeko Erakundea. Miembro de la Sociedad Vasca de Neurología. Miembro de la RED ESPAÑOLA DE ESCLEROSIS MÚLTIPLE (REEM). Miembro de la Sociedad de Estudios Vascos – Eusko Ikaskuntza.


FOTO 001 Dr. Javier Olascoaga Urtaza

El tribunal en la defensa de la tesis que se realizó el día 17 de diciembre de 2010 lo compusieron, como Director: Dr. José María Urkia Etxabe, Presidente: Dr. Juan Bautista Riera Palmero, Catedrático de la Universidad de Valladolid. Y como Vocales los siguientes miembros: Dr. Francisco Herrera Rodríguez, Catedrático de la Universidad de Valladolid. Dra. Elena Ausejo Martínez, Profesora Titular de la Universidad de Zaragoza. Dra. Inés Pellón González, Profesora Titular de la UPV/EHU y como Secretario el: Dr. José Félix Martí Massó, Profesor Titular de la UPV/EHU.

Su calificación como no podía ser otra fue de: “Sobresaliente Cum Laude”.

Interesante y magnífica la Tesis de Javier Olascoaga Urtaza sobre su excelente trabajo titulado “Historia Médico Local del Valle de Ohiartzun” en Gipuzkoa. Esta extensa obra de cerca de 1.500 folios nos traslada a épocas anteriores donde vivieron nuestros ancestros. Este trabajo empieza en 1453 para terminar con la Guerra Civil.

Este trabajo es un RESUMEN de la Tesis Doctoral de Javier Olascoaga Urtaza

Se divide en seis capítulos, más sus conclusiones que las relataremos al final del trabajo. En el primer capítulo titulado: Marco Histórico Geográfico del Valle de Ohiartzun, nos relata su geografía e historia desde los orígenes comenzando por la prehistoria, edad antigua, edad media, edad moderna, edad contemporánea y monumentos y paisajes.

En el capítulo segundo titulado: Demografía, nos habla de la descripción de la evolución demográfica, la evolución de la población de Ohiartzun en los siglos XVI al XVIII y de los siglos XIX y XX. Estudio de la mortalidad en todas sus fases y la mortalidad infantil. Y una parte importante la dedica a las enfermedades del sistema respiratorio.

En el capítulo tercero titulado: Prevención de la enfermedad, nos habla de las ordenanzas del valle, ordenanzas municipales, Junta Municipal de Sanidad, reglamentos de Sanidad e Higiene, salubridad en las vías públicas, caminos y calles. Recogida de las basuras. Buenas costumbres en la vía pública, vigilancia sanitaria, alumbrado, higiene pecuaria y alimentaria, inspección de alimentos. Nos relata las enfermedades como la viruela, el cólera, la rabia, la fiebre amarilla, el sarampión, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la gripe, la sarna o pelada, la tiña, la difteria o el carbunco.

En el capítulo cuarto titulado: Historia de los Hospitales, nos habla de los hospitales de San Antón, de Santa maría Magdalena, de San Juan bautista, Sanatorio de San Esteban, Hospitales militares, beneficencia. La exposición y abandono de niños en el Valle de Ohiartzun. Los enfermos mentales, Colegio de sordomudos, hospital de San Antonio Abad y Sanatorio de Andazarrate.

En el capítulo quinto titulado: Profesionales sanitarios, nos habla del reglamento benéfico-sanitario, reglamento de los médicos titulares de la provincia de Guipúzcoa, relación de los médicos titulares o sustitutos, sus expedientes. Los cirujanos que ejercieron en el Valle, practicantes y comadronas. Boticarios y farmacéuticos. Veterinarios e intrusismo.

En el capítulo sexto titulado: La Medicina Popular en el Valle de Ohiartzun, terminando con sus conclusiones, fuentes bibliográficas, índice de tablas, índice de figuras, etc. Así completó su magistral tesis sobre este valle guipuzcoano.

Introducción y justificación de la memoria

El origen de esta Memoria para optar al grado de Doctor en Medicina y Cirugía, reside en mi asistencia como alumno a los cursos del Programa de Doctorado “Historia de la Ciencia” (Bienio 1993-1995), del que eran responsables los profesores titulares de la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV-EHU), José Mari Urkia Etxabe y Josep Llombart Palet.

Aunque mis recuerdos se diluyen en los más de quince años transcurridos desde que comencé esta singladura, intentaré rememorar cómo llegué al citado Programa de Doctorado. Estaba yo desempeñando mi labor asistencial en el Servicio de Neurología del antiguo Hospital Gipuzkoa, actualmente entroncado en el Hospital Donostia, cuando, en uno de esos escasos ratos de los que disponíamos para el estudio y las consultas de artículos, accedí a la biblioteca. Allí estaban mis colegas Tina Apalategui y Carlos Placer trabajando en algo bastante alejado de la labor clínica habitual. Me comentaron que Tina estaba preparando su tesis doctoral sobre la historia médico local de Hondarribia bajo la dirección del Dr. José Mari Urkia. Aquello suscitó mi interés, ya que tiempo atrás yo ya había intentado acceder al grado de doctor.

Sabedores de mi interés por realizar la tesis doctoral, pasados algunos meses, los doctores Placer y Apalategui me comunicaron que el Departamento de Historia de la Ciencia de la UPV-EHU preparaba un programa de Doctorado. Su estímulo y mi decisión de elaborar la tesis determinaron que me pusiera en contacto con el profesor José Mari Urkia. Su entusiasmo fue contagioso. Tenía que emprender la tarea. Al finalizar el programa de Doctorado el profesor Urkia me propuso un tema de tesis que se ajustaba a su idea de realizar aportaciones al estudio de las historias médico locales en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca. El doctor Urkia, siguiendo la línea de investigación abierta por el profesor Luis Sánchez Granjel tendente a revisar el nivel de asistencia profesional en la sociedad vasca, me planteó como objetivo investigar y dar a conocer la situación y la organización sanitaria del Valle de Oiartzun.

Bajo la dirección del profesor Granjel en la Universidad de Salamanca se habían defendido dos tesis sobre las historias médico locales de Hernani y de Ordizia. El cirujano Fernando de Santiago Urquijo presentó la Historia médica de Hernani en 1985 y la Dra. María José Crehuet Gandiaga presentó la Historia médica de Ordizia en 1986. Unos años después el profesor Urkia dirigió la Historia médica de Irun (1546-1936) defendida en 1990 por el cirujano Juan José Martínez Rodríguez; la Historia médica de la villa de Segura en Gipuzkoa, defendida por el urólogo Juan Carlos Garmendia Larrea en 1991; la Historia de la Medicina de la ciudad de Hondarribia, defendida por la analista Martina Apalategui Arrese en 1992 y la Historia de la Medicina de la villa guipuzcoana de Rentería, defendida en la Universidad de Navarra por la médico de familia Itziar Izaguirre Urquiola en 1994.

Dado que se habían efectuado tesis doctorales sobre la historia médico local de algunas de las poblaciones vinculadas con el Valle de Oiartzun (Irun, Hondarribia y Errenteria), un estudio de la evolución socio-sanitaria de Oiartzun supondría un colofón de la historia médica de todo el extremo oriental de la provincia de Gipuzkoa. Por otra parte, la existencia de un Archivo Municipal bien documentado y organizado, pieza básica para llevar a cabo un trabajo de esta índole, aseguraba que la realización del proyecto podía concluir satisfactoriamente.

Capítulo 1. Geografía del valle y su historia

La provincia de Gipuzkoa tiene una extensión de 1977 Km2. Se encuentra situada en el llamado Umbral Vasco, entre los Pirineos y la Cordillera Cantábrica. Es una región de clima templado y lluvioso, que propicia un paisaje de praderas y bosques. En el extremo oriental de la provincia se halla uno de los valles más amplios de Gipuzkoa: el valle de Oiartzun. Se trata de una comarca natural de 56,3 Km2 de extensión y 39,593 Km de perímetro2, que pertenece al partido judicial de Donostia-San Sebastián. Al norte limita con Lezo y Hondarribia (Fuenterrabía), al sur con Goitzueta (Navarra), al este con Irun y Lesaka (Navarra) y al oeste con Errenteria.

FOTO 002 Vista Panorámica de Oiartzun

El valle está rodeado de una cadena de montes que en su borde meridional separan la cuenca o depresión central del valle –por donde transcurre el río principal: Oiartzunde las cuencas del río Urumea y del río Bidasoa. Así pues, desde el monte Bianditz en la zona meridional se podrían dibujar dos direcciones: una hacia el oeste, uniéndose a los montes Zaria, collado de Landarbaso y Urdaburu, seguiría posteriormente hacia la cuenca del Urumea; otra hacia el este, en dirección a Aiako Harria (Peña de Aya) y el valle del Bidasoa. En Aiako Harria se localizan las máximas altitudes del valle: Irumugarrieta (806 m.), Txurrumurru (826 m.) y Errolbide (838 m.). Aiako Harria, hacia el oeste, enlaza a través del collado de Gurutze con las Peñas de Arkale y desde aquí hacia el sur con el promontorio de Urkabe en cuya falda se asienta el núcleo principal del Valle de Oiartzun. Todo este conjunto montañoso conforma una depresión longitudinal, en la que se enlazan numerosos y pequeños valles transversales, originando una cuenca hidrográfica de 77 Km2 de superficie por donde discurre el río Oiartzun, que nace en la vertiente norte del monte Bianditz, muy cerca de la divisoria con Navarra.

Capítulo 2. Demografía, descripción y evolución

Para proceder al estudio demográfico del Valle debemos tener en cuenta factores básicos que inciden directamente en el nivel de mortalidad general en periodos largos, entre las que destacan enfermedades epidémicas junto al déficit de consumo alimenticio. Igualmente no debemos olvidar factores coyunturales como las guerras, accidentes y catástrofes naturales, ya que su carácter periódico y su influencia en niveles medios de mortalidad merecen especial atención. Las principales fuentes históricas relativas a la cuantificación de la población en el Valle de Oiartzun: padrones, censos y vecindarios, puede decirse que son inexistentes o limitadas en los siglos XVI y XVII, debido al interés de la Corona de Castilla en recopilar datos de los habitantes con fines únicamente fiscales, militares o eclesiásticos, Fernández de Pinedo señala que el hecho de que la provincia de Gipuzkoa estuviera exenta por su sistema fiscal diferenciado, le privó de las mejores fuentes demográficas.

Los primeros datos demográficos que poseemos sobre Oiartzun los encontramos en el Censo de Población de las Provincias y Partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI, recogidos por el maestre de la iglesia catedral de Plasencia, Tomás González Carvajal, y publicados en 1829. En dicho censo se atribuye a Gipuzkoa una población aproximada de 69.665 “almas” en el último tercio del siglo XVI, correspondiendo a Oiartzun 500 vecinos en 15873. Según la citada obra, se consideraba que cada vecino equivalía a cinco “almas”, lo que daría para Oiartzun un total de 2.500 habitantes, aplicando este coeficiente.

En el mismo censo encontramos una acta firmada el 27 de octubre de 1614 por Antonio de Olabarria, “escribano fiel de Juntas desta provincia de Guipúzcoa por mandado del Señor licenciado Hernando de Ribera, juez de comisión de S.M. en el lugar del Pasage”, según la cual Oiartzun contaba con 56 fuegos de los 2.335 y 3/12 que correspondían a Gipuzkoa. Se indica que “puede computarse aproximadamente cada fuego a razón de cinco vecinos y medio”. De modo que utilizando éste coeficiente el número de habitantes de Oiartzun sería de 1.540, cifra que estaría muy por debajo de las que aparecen en otros documentos que manejamos. En la citada acta se calculan 114.712 habitantes para Gipuzkoa (64.210 habitantes pecheros o contribuyentes más 50.502 hidalgos, no incluidos en el censo). Pascual Madoz estimó que, según estos valores, el número de habitantes real de Gipuzkoa sería de 64.210 únicamente, justificando esta cifra por el hecho de que en Gipuzkoa nunca existió la división entre pecheros e hidalgos, que todos los guipuzcoanos fuese cual fuese su condición contribuían a las cargas y a las obligaciones. A su vez Madoz calculó que los habitantes de Gipuzkoa en 1614 eran 77.1448.

A principios del siglo XVII la Inquisición elaboró un censo de población del distrito de Logroño que comprendía “además de la Rioja, Navarra y las Provincias Vascongadas, tierras enclavadas en Soria, Burgos y Santander”. Según este censo el número de vecinos de Oiartzun en 1618 era también de 500, es decir, 2.500 habitantes, contando la provincia de Gipuzkoa con 11.114 vecinos, o sea, 55.570 habitantes.

En 1625 Martínez de Isasti dio un número de 600 vecinos para el Valle10, lo que supondría unos 3.000 habitantes. En 1733 el obispo de Pamplona Melchor Ángel Gutiérrez Vallejo remitió un informe a Roma, para dar a conocer los adultos existentes en su diócesis. Según Tellechea Idigoras, se consideraban adultos los “sujetos de confesión y comunión”, es decir a partir de los 12 años. De estos datos puede conocerse que la cifra de habitantes “adultos” de Oiartzun era de 2.47311. El autor Fernández Albadalejo basándose en los datos del censo del obispado de Pamplona, pero considerando adultos a los mayores de 10 años, estima que la población de Gipuzkoa en 1733 era de 95.498 a 100.732 habitantes, considerando que los adultos representaban el 73-77 % del total.

Los primeros datos procedentes de fuentes civiles sobre la población de Oiartzun los encontramos en el Archivo Municipal de Oiartzun. Se trata de la primera Relación de Vecinos y moradores del Valle reflejada en las actas municipales de 1740, en la cual se indica el número de moradores del Valle comprendidos entre los 18 años y los 60 años. Se contabilizan 609 vecinos, entre los que se contaban 381 casados y viudos y 228 solteros. Esto supondría un total de 3.045 habitantes. El censo del conde de Aranda de 1768 nos da la cifra de 3.052 habitantes para la población de Oiartzun correspondiente a aquel año. En 1785 los vecinos de Oiartzun “con voz y voto” eran 780, es decir, 3.900 habitantes. En los tres barrios principales había 350 casas y otras 350 dispersas por el Valle. En todo el término municipal se registraban cien casas solares. Según el censo de Floridablanca del año 1787 Oiartzun contaba con 3.341 habitantes, siendo una de las poblaciones más importantes en cuanto a número de habitantes de todo el territorio histórico, por delante de Irun, Hernani y Hondarribia. Había un total de 1.788 mujeres y 1.553 hombres. La distribución de la población de Oiartzun atendiendo al estado civil y a la edad.

Capítulo 3. Prevención de la enfermedad. Las ordenanzas del valle

Las primeras Ordenanzas de Oiartzun de las que se tiene noticia, datan de 1535. Se redactaron bajo la dirección de Estensoro, bachiller de la villa de Segura, siendo aprobadas por el emperador Carlos V en Valladolid, el 12 de diciembre de 1535. Posteriormente, en 1755 fueron publicadas en un libro de 147 páginas, en formato folio, en San Sebastián, por el impresor Lorenzo Riesgo y Montero. Los artículos de los 94 capítulos que componían estas Ordenanzas fueron modificándose y ampliándose a lo largo de los años según las necesidades del Valle. En 1844 se redactaron unas Ordenanzas nuevas, que a su vez fueron ampliadas posteriormente, publicándose el 11 de noviembre de 1908. Naturalmente, las Ordenanzas de 1908 son en muchos aspectos totalmente diferentes a las de 1535, dada la evolución experimentada por el Valle en trescientos años. No obstante, algunas disposiciones sobre salubridad de los caminos, de las viviendas, de los alimentos, de los establecimientos públicos, de limpieza de fuentes, etc., difieren muy poco de una a otra época. En cualquier caso, en las Ordenanzas de 1908 hay un capítulo, capítulo 17, titulado: Ordenanzas antiguas, que consta de un solo artículo, artículo 117, en el que se dice que: “Las Ordenanzas antiguas del Valle, estarán en vigor, mientras no se opongan a las presentes y a las leyes generales del país”.

Capítulo 4 Historia de los hospitales

La existencia de edificios destinados a albergar a pobres y transeúntes se remonta a fechas muy antiguas en la provincia de Gipuzkoa. A partir del siglo IX se sucedieron las peregrinaciones de toda Europa hacia Santiago de Compostela, extendiéndose a lo largo de toda la Edad Media y principios de la Edad Moderna. Una de las rutas conocidas del Camino de Santiago, la ruta marítima o costera, pasaba por el Valle de Oiartzun. Dicha ruta iniciaba su recorrido guipuzcoano por Irún, bifurcándose seguidamente, por una parte, en un camino de peatones que seguía la dirección de Lezo, desde donde se pasaba en barca a Herrera para luego continuar por el alto de Miracruz hacia San Sebastián. Por otra parte, otra ramificación seguida por los peregrinos que utilizaban caballerías iba hacia Oiartzun, pasando por Andrearriaga, Gurutze, descendiendo por la falda de Urkabe hasta Elizalde. Desde este barrio el camino llegaba a Errenteria, cruzando Zamalbide1, y prosiguiendo por Astigarraga, al pie de Santiagomendi. Un exponente del paso de peregrinos por el Valle es la ermita de Aguirre o de Salvatore, próxima al caserío Aguirre o Aguerre, en Lartzabal. Dada su situación Zamalbide significa “camino de cabalgadura”, nombre que hace referencia al carácter de camino de herradura de esta segunda ruta, a diferencia de la de Lezo que era camino de peatones estratégica, se especula que fuese fundada por los Templarios con el objetivo de vigilar y proteger las dos rutas de peregrinación del Valle que hemos señalado.

FOTO 003 Hospital San Juan Bautista

Aparte de las instituciones fundadas para garantizar la seguridad de los peregrinos, el Camino de Santiago se vio jalonado de hospitales para curar sus dolencias. No era infrecuente que los caminantes fueran portadores de enfermedades que constituían el motivo de su peregrinaje a Santiago. Por otra parte, dadas las duras condiciones de vida de los viajeros, en muchas ocasiones, las enfermedades eran contraídas a lo largo del camino. En cualquier caso durante la Edad Media se fueron erigiendo numerosos hospitales y lazaretos a lo largo de las diferentes rutas del Camino de Santiago.

Serapio Mugica, en su obra Geografía de Guipúzcoa, en el capítulo dedicado a la beneficencia y sanidad, da una idea de lo que fueron estas instituciones en Gipuzkoa. Para este autor: Todos estos establecimientos benéficos estuvieron, sin duda, montados de manera rudimentaria y pobre, especialmente los primeros citados, en los cuales apenas se encontraría más que un mal abrigo en donde poder cobijarse y el fogón para hacer el rancho. Fueron fundaciones hechas por los pueblos y sostenidas con sus propios fondos o con limosnas.

El número de hospitales llegó a ser tan crecido en la Provincia que en una visita de inspección, girada en 1586, se encontraron edificios de este género en casi todos los pueblos de alguna consideración, aunque la mayoría de ellos no tenían comodidades para el destino que se les daba, ni contaban con rentas bastantes para sostenerse, resultando, como consecuencia de esta pobreza, el que los menesterosos anduvieran ostiatim, molestando a los habitantes, y el que los vagos, ociosos y gentes de mal vivir, que pululaban bastante en el país, como consecuencia de la pobreza del suelo y de las continuas guerras en que se hallaban ocupados sus naturales, utilizasen aquellos edificios para albergarse en ellos.

Aunque la Provincia, en el año 1710 y después en el de 1726, trató de suprimir los hospitales que no tenían medios de subsistencia y conservar solamente aquellos que se hallaban en condiciones de llenar el destino para que fueron fundados, no se tomó ninguna providencia a ese efecto y quedaron en pie todos los existentes. De esta ermita hemos dado noticia en el apartado dedicado a la historia del Valle. La ermita quedó destruida tras la guerra carlista de 1870. En la parroquia de Oiartzun se conservan un Cristo y una imagen del Salvador ascendente, góticos; asimismo los restos de un retablo gótico de alabastro están desperdigados en varios museos.

El servicio médico, si no era nulo, tenia que ser deficientísimo en la mayor parte de estos establecimientos benéfico-sanitarios, dada la escasez de facultativos que hubo en tiempos pasados en la Provincia. Por otra parte, diversas fuentes de archivo nos ilustran sobre diferentes aspectos de la beneficencia a nivel local, provincial y nacional, en fechas correspondientes al periodo que abarca esta Memoria. Por citar algún ejemplo, a continuación nos haremos eco de algunas órdenes y circulares: Para evitar que se diese cobijo en los hospitales a las “gentes de mal vivir”, desde Valladolid, el 22 de noviembre de 1694, el rey Carlos II firmó una Real Orden en la que se amenazaba con el pago de 500 ducados a las autoridades que tolerasen acciones contra la salud pública: Que para que cada uno en su territorio y jurisdicción procedan con el cuydado que pide materia tan importante contra cualquier persona, ladrones, gitanos, vandidos y gente foragida con trage de valencianos, de mal vivir, vagantes y mal entretenidos, contrabandistas, introductores de tabacos […] se pide un castigo de 500 ducados […].

En 1710, los representantes provinciales reunidos en la villa de Azkoitia se dirigieron al jesuita Salvador de Ribadeo, pidiéndole su parecer sobre las normas que tenían intención de adoptar respecto a los hospitales de la provincia: La quexa de sus pueblos por los continuos robos que se cometían y contribuían al abrigo y a la escuela de malhechores, los muchos ospitales de su jurisdicción […]. Al parecer también se introdujeron en los más atendidos hospitales ellos [los bandidos] y muchas malas mujeres […]. Se previene a combatir a mejor fin los hospitales no precisos […]. Que se conservasen hospitales para los pobres passageros […] los que tuviesen que pasar desde Castilla a la marina o a Francia hállense hospitales en Escoriaza, Mondragón, Villarreal y Zumárraga, Villa Franca y Segura, Tolosa, Hernani, Oyarzun y Irún […] y determinará que en todos los demás hospitales de la provincia no se diese hospital ni por una noche a los pobres; y en que todos estos hospitales y sus ventas se destinasen para los pobres legítimos de cada lugar […]. Todos los hospitales de la provincia se introdujeron por la piedad de sus naturales y la costumbre y los decretos de las repúblicas los han destinado para que se acojan los pobres assi naturales como extraños que hallen mendigando y en algunos de ellos se han fundado capellanías y anibersarios y así todos son muy pobres y se mantienen de limosnas continuas […]. La contestación del sacerdote jesuita desde el Real Colegio de la Compañía de Jesús de Loyola sobre este punto, fue que: El acuerdo es tan crhistiano que “político” que hace que los hospitales sean verdaderamente hospitales, esto es, reflejo de pobres y no de malhechores.

Transcurrido más de un siglo, éste es un tema que seguía preocupando a la Diputación Provincial de Gipuzkoa. La mendicidad estaba prohibida. Por una parte, las limosnas que conseguían los foráneos repercutían desfavorablemente en los pobres locales. Por otra parte, bajo la apariencia de un mendigo podía esconderse un delincuente. A fin de atajar situaciones de este tipo, en la villa de Tolosa, el 21 de julio de 1856, el diputado general Ascensio Ignacio de Altuna y el secretario Ramón de Guereca firmaron la siguiente circular: Las Juntas Generales que acaba de celebrar esta Provincia en la N. y L. Villa de Elgoibar han fijado seriamente su atención sobre el mal efecto que producen en los pueblos las bandas de ciegos que recorren el país pidiendo limosna al son de sus músicas ambulantes cuando por regla general está prohibida la postulación en toda la Provincia. Con el fin pues de evitar que en lo sucesivo se continúe con este abuso de carácter tan poco conforme con los principios en que se apoya el ramo de beneficencia de esta Provincia me han dado especial encargo de tomar a este fin las providencias que me parezcan más eficaces; y yo faltaría a mi deber si en cumplimiento de este encargo no excitase en todo el celo e interés de v., para que en ocasiones los hospitales llegaron a ser sinónimo de correccionales. En 1789 se dirigió el siguiente oficio a los ayuntamientos, entre ellos al de Oiartzun: “Muy señor mío, por el artículo 6 de la Real Cédula expedida el 11 de enero de 1784 se mandó que los tribunales y justicias del Reyno no destinen a delinquente alguno hombre o muger, a hospicio o casa de misericordia o caridad con este nombre, voz y odiosidad del castigo a la misma y a sus individuos pues deberían destinar a los reos al presidio o encierro de correzión [...] con motivo de que en las condenas de los tribunales se continúe nombrando el hospicio como de destino de delinquentes sin embargo de dicha resolución resuelve que de modo alguno se condene a semejantes personas a las referidas casas”.

Sobre recogimiento de pobres y prohibición de la postulación, secundando las medidas de la Provincia en esta obra tan beneficiosa a los pobres de la misma dicte todas aquellas medidas prohibitivas que estime convenientes para evitar que las bandas de ciegos recorran el país pidiendo limosna al son de sus músicas ambulantes. Un año después, encontramos dos circulares dirigidas desde la Diputación al alcalde de Oiartzun. La primera está firmada por el diputado general Ladislao de Zabala y el secretario Martín de Urreiztieta en Tolosa, el 18 de julio de 1857. En ella se da cuenta de lo acordado por las Juntas Generales celebradas en Deba: Se prohibe […] en todo el territorio de Guipúzcoa la postulación y la vagancia de los pobres: los alcaldes de los pueblos no permitirán a nadie pedir limosna bajo ningún pretexto quedando autorizados así ellos como los comisionados y dependientes de la Diputación, los empleados de protección y seguridad pública y demás agentes públicos para recoger y trasladar inmediatamente a los mendigos naturales de la Provincia y que fuesen habidos a la Casa de Socorro del distrito a que por su vecindad pertenecen y a los forasteros al límite del territorio más próximo por tránsitos de vereda o de justicia en justicia; siendo los gastos que ocurrieran en la traslación en el primer caso de cuenta del Ayuntamiento de donde es vecino el mendigo y en el segundo abonables por la Diputación del fondo de beneficencia siempre que el expulsado no se le hallare con qué resarcirlos en el registro que al efecto sufrirá.

Cuando el mendigo fuese vecino de algún pueblo de los que conserven sus establecimientos particulares será conducido a él directamente exigiendo en el acto el conductor por vía de gratificación al Ayuntamiento del propio pueblo bajo la inmediata responsabilidad de su alcalde una peseta por cada mendigo así conducido y además dos reales por legua para los gastos de viaje de uno y otro; cuyos gastos y gratificaciones resarcirán los mismos mendigos con lo que tuvieren y podrá retenerles el alcalde a quien son entregados. Como según el espíritu de la preinserta regla deben conducirse directamente a los postulantes a las casas de socorro cuando proceden de pueblos que remitan a ellas sus pobres y a sus respectivas localidades cuando los Ayuntamientos de estos se hubiesen obligado a mantenerlos a sus expensas sin enviarlos a aquellos establecimientos advierto a los señores alcaldes que los pueblos que al dorso se expresen son los comprendidos en el primero de estos dos casos y en el segundo todos los demás de la Provincia.

FOTO 004 Dr. Francisco Vidarte. Ordenanzas del Valle de Oiartzun

Da razón de los pueblos que remiten sus pobres a las casas de socorro. En la zona de San Sebastián, tal como veremos a lo largo de este capítulo, está incluido Oiartzun. En cuanto a la segunda circular, firmada también por el diputado general Ladislao de Zabala y el secretario Martín de Urrezitieta en Tolosa, el 5 de octubre de 1857, alberga una queja sobre el incumplimiento de las disposiciones relativas a la beneficencia dictadas por las Juntas Generales por parte de los pueblos de la provincia: Las poblaciones, los caseríos y no pocas veces los caminos públicos favorecen la prueba de esta verdad. Los mendigos vuelven a entregarse a su vida vagabunda merced a la tolerancia de algunas autoridades locales dando lugar a que los vecinos que contribuyen para el sostenimiento de los pobres sea en las casas centrales de socorro o en las de misericordia de sus respectivos pueblos, se quejen con fundada razón de que sus sacrificios no produzcan el debido fruto.

Poco vale que los dependientes de la Provincia entreguen los postulantes a los señores alcaldes si estos a luego de recibirlos los dejan impunes para enseguida dedicarse de nuevo a sus correrías. Los señores alcaldes que observan esta indiferencia y los particulares que alargan su mano a los mendigos deben convencerse de que lejos de ejercer obrando así un acto de caridad contribuyen involuntariamente a fomentar los vicios. Los verdaderos indigentes son socorridos en Guipúzcoa con piadosa solicitud. En los establecimientos provinciales y locales hallan decoroso sustento a sus necesidades y esmerada asistencia a sus padecimientos. Nadie mejor que los señores alcaldes conocen los verdaderos pobres de su jurisdicción. Deben por tanto disponer que estos sean socorridos por los medios que marcan los reglamentos provincial o local de beneficencia y perseguir sin consideración a los que pudiendo sostenerse con la ayuda del trabajo se dedican a la vagancia infringiendo abiertamente las sabias prescripciones de la Provincia […].

Como ya se ha relatado en el capítulo primero al trazar el marco geográfico histórico del valle de Oiartzun, en 1453, bajo el reinado de Juan II, Oiartzun consiguió la autonomía administrativa frente a Errenteria. Los bienes comunitarios que poseía el Valle eran cuantiosos: pastos, hayedos y robledales; la ferrería de Olaberria; el monopolio de algunos suministros (vino, aceite, carnes, etc.); la participación en los beneficios generados por la Lonja y Almoneda del Real Peso situada en Errenteria, etc. Todo ello aportaba los fondos necesarios para pagar impuestos a la provincia y al estado, así como para atender a las necesidades del Valle entre las que destacaba el sostenimiento del hospital.

Capítulo 5. Profesionales sanitarios. Describiremos el de Practicantes y Comadronas

En Oiartzun, al igual que sucedió en otros municipios de Gipuzkoa, habitualmente los cirujanos fueron los sanitarios encargados de realizar los trabajos que posteriormente pasarían a desempeñar los practicantes. Asimismo eran los cirujanos quienes atendían los partos, aunque seguramente desde antiguo hubo mujeres que ayudaban en estos menesteres. En la documentación revisada hemos encontrado una denuncia por intrusismo fechada en 1787. Aquel año, como mostramos en el apartado anterior, el Valle tenía tres cirujanos titulares: Miguel Ignacio Albistur, Esteban Pasemant y Martín de Mónaco. Los tres cirujanos se dirigieron al Ayuntamiento solicitando que se impidiera a dos vecinas del Valle ejercer como parteras, ya que no tenían titulación para ello: Miguel Ignacio Albistur, Esteban Pasemant y Martín de Mónaco cirujanos asalariados de V.S. exponen con el mayor respeto que Francisca de Michelena y la vieja de Mal-paso andan parteando por todo el partido sin la menor instrucción ni facultad del Real Protomedicato por lo que a V.S. suplican se sirva mandar a estas mujeres que no se mezclen en semejante ejercicio pues combiene así a la conservación de los individuos. (Nótese que el cirujano Tomás Vallejo, en 1878 utilizó los términos de “practicante” y “ayudante médico”, para referirse a su actividad profesional, en alguna de las circulares que dirigió al Ayuntamiento del Valle).

Cuando la plaza de cirujano se amortizó, dando paso a la de un segundo médico titular, fueron los médicos quienes realizaron las curas de los accidentados, atendieron los partos, se encargaron de poner inyecciones, de la extracción de piezas dentales, etc. tal como queda demostrado en el “cuaderno de anotaciones” de acciones médicas del titular Bernardo Oñativia Gorospe, que se ha citado anteriormente. En los libros de finados hay registradas varias defunciones de recién nacidos y de mujeres fallecidas durante el parto, con la anotación del nombre del profesional que había prestado su asistencia al mismo. Así, a modo de ejemplo, en los citados libros se indica que el cirujano del Valle, José María Artola, bautizó a los recién nacidos fallecidos en partos que atendió en 1843 y en 1844. En 1844 el cirujano titular de Errenteria José Ignacio Echart asistió al parto de dos mujeres que fallecieron a consecuencia del mismo. En noviembre de 1850 falleció un recién nacido en un parto atendido por el médico titular Sebastián de Córdoba. En 1858 el cirujano del Valle Juan María Alcorta bautizó al recién nacido que falleció en el parto asistido por este profesional sanitario. En 1875 falleció un recién nacido tras un parto asistido por la “partera” Ramona Albisu. El médico titular Félix Michelena en enero de 1902 bautizó al recién nacido que falleció en el parto que él asitía. En el Boletín Oficial de 20 de enero de 1928 se publicó una circular de Sanidad del Gobierno Civil de Gipuzkoa en la que se recordaba a los ayuntamientos de la provincia la obligación de contar con un practicante y con una comadrona o partera, como disponía el artículo 41 del Reglamento de Sanidad Municipal. En dicha circular se recordaba que el practicante, además de las funciones propias de su cargo, tenía que ejercer como auxiliar de los inspectores municipales de Sanidad.

En cuanto a las comadronas, su misión era la de asistir gratuitamente a las embarazadas pobres. Por último se advertía que según la RO de 31 de octubre de 1927, el sueldo de estos profesionales sanitarios debía ser equivalente al 20% del sueldo de los médicos titulares. Al año siguiente, con fecha 4 de febrero de 1929, el Tribunal Económico Municipal de Gipuzkoa remitió al Ayuntamiento de Oiartzun el siguiente oficio: Reunido el Tribunal Económico Municipal de Guipúzcoa en la Ciudad de San Sebastián el día 28 de Enero de 1929, procedió a examinar el presupuesto ordinario instruido por el ayuntamiento de OYARZUN para el ejercicio corriente, y: RESULTANDO: que contra el mismo se reclama por el señor Presidente del Colegio de Practicantes de Guipúzcoa por omitirse el crédito preciso para pago de practicante y comadrona: CONSIDERANDO: que con sujeción a la R.O. de 12 de Diciembre de 1928 debe consignarse en presupuesto dotación para tantos practicantes y comadronas como médicos titulares haya en el Municipio, debiendo ser aquella igual al veinte por cien del sueldo de estos últimos y en el actual se ha omitido consignación para dos practicantes y dos comadronas:= el Tribunal entiende que debe estimar y estima la reclamación formulada, devolviendo el presupuesto para la subsanación consiguiente.- lo que se comunica a V. para su conocimiento y efectos consiguientes. Firmado por: José María de Guerra (presidente) y Ventura Barcaiztegui (vocal).

El Ayuntamiento inmediatamente convocó una sesión en la que se dio cuenta de este oficio. En ella se acordó acceder a lo solicitado, incluyendo en el presupuesto ordinario del año 1929 la cantidad necesaria para la dotación de las plazas de practicantes y matronas con arreglo a lo preceptuado por la citada Real Orden. La siguiente noticia sobre estos profesionales está recogida en el acta de la sesión del Ayuntamiento celebrada el 19 de agosto de 1929. En la misma se refleja la solicitud del vecino del Valle Laureano Parrón Alonso. Parrón, de profesión practicante, quien reclamaba que, en cumplimiento de la ley, y puesto que se había consignado en el presupuesto la cantidad para dotar los cargos de practicante y matrona titulares, se anunciaran las respectivas plazas en el Boletín Oficial y en el tablón de edictos de Oiartzun.

Aunque se aprobó por unanimidad convocar las plazas a concurso, no hemos localizado ningún nombramiento relativo a las mismas310. En otra sesión del Ayuntamiento que tuvo lugar el 21 de octubre de 1929, se trató nuevamente el tema de la obligación de cubrir las plazas de practicantes y comadronas. En dicha sesión se comunicó la publicación de una RO del Ministerio de la Gobernación de fecha de 16 de septiembre de 1929, en la Gaceta del 3 de octubre, en virtud de la cual se disponía, entre otras cosas, que: Constituyan los ayuntamientos partidos de practicantes y matronas titulares de los cuales corresponde a los pueblos mayores de cuatro mil y menores de diez mil habitantes, caso de Oyarzun, un practicante por cada dos médicos y una matrona por cada cuatro plazas de médicos titulares o fracción de esta cifra siendo el sueldo mínimo de aquéllos equivalente al 30 por cien del asignado a los médicos titulares respectivos. A pesar de las reiteradas noticias sobre la dotación de estas plazas no hemos localizado ningún expediente de practicantes o comadronas que ejercieran en el Valle hasta 1936. Asimismo, en la sesión celebrada el día 14 de diciembre de 1936, se elaboró una relación de los funcionarios municipales con su afiliación política. En lo que respecta a los funcionarios relacionados con la sanidad local, se emitieron informes sobre los dos médicos titulares, sobre el farmacéutico y sobre el veterinario. Nada se dice sobre la existencia de un practicante o de una comadrona titular. Entre los funcionarios municipales se cita a María Seín Oyarbide y Teresa Arratibel Arratibel, ambas “matronas del fielato municipal”, que, por supuesto, no tiene nada que ver con el personal sanitario.

FOTO 005 Dr. Javier Olascoaga Urtaza

Capítulo 6. La Medicina Popular en el Valle

En el curso 1974-1975, cuando el autor de esta Memoria estudiaba sexto de Medicina en la Universidad de Zaragoza, realizó el trabajo titulado Medicina Popular en el País Vasco: medicina de tipo mágico y medicina empírica en el marco de la asignatura de Historia de la Medicina, que impartía el catedrático Santiago Loren. Para la elaboración del citado trabajo, además de la bibliografía consultada sobre el tema, utilicé fundamentalmente fuentes orales. Me resultaron muy interesantes las conversaciones mantenidas con Pilar Olascoaga Lasa (vecina de Errenteria)y con Ignacio Cortaberria (vecino de Lezo), a lo largo de las cuales me fui enterando de muchos métodos de curación, algunos ya en desuso y otros que todavía se siguen utilizando a día de hoy, a los que recurrían los habitantes de Oarsoaldea.

Este trabajo, inédito, dio pie unos años más tarde a sendos artículos publicados en la revista Oarso: En 1987 “Unos apuntes sobre prácticas de tipo mágico en la medicina popular vasca” y en 1988 “Medicina empírica. Algunos métodos de curanderismo popular recogidos en Guipúzcoa”. El interés por las prácticas de curación mediante métodos no convencionales parece haber sido una constante en la Historia del País Vasco. En el capítulo primero nos hemos referido al geógrafo griego Estrabón y a su llegada a Oiasson. Al describir las costumbres de los “vascos” de la época, acerca del tratamiento de la enfermedad relata que “a los enfermos, como era en otro tiempo normal entre los egipcios, se les expone en la vía pública para conseguir consejos benéficos de parte de quienes han tenido ya experiencias de estas mismas enfermedades”. Según Estrabón el procedimiento que empleaban nuestros ancestros para curar algunas enfermedades “no era totalmente desafortunado”.

Sobre la medicina popular en el País Vasco (saludadores, sanadores, curanderos, intrusismo, medicina casera, curación mediante hierbas, medicina creencial, etc.) existen numerosas publicaciones debidas a autores tales como Telesforo Aranzadi, Resurrección María Azkue, José Miguel de Barandiarán, Ignacio María Barriola, Julio Caro Baroja, Antón Erkoreka, Juan Garmendia Larrañaga, Ángel Goicoetxea, Ander Manterola, Juan Mugarza, Luis Pedro Peña Santiago, Luis Sánchez Granjel y José María Satrústegui.

En este capítulo nos limitaremos a exponer noticias de medicina popular referentes al Valle de Oiartzun, muchas de las cuales han sido obtenidas de fuentes orales. No obstante, antes de introducirnos en los temas referentes a Oiartzun, recogeremos algunas noticias generales sobre prácticas de medicina no convencional en los aledaños del Valle. El doctor Juan José Martínez da noticia de varios saludadores contratados por el Ayuntamiento de Irun, para hacer frente a la hidrofobia. En 1706 se formalizó el primer contrato del que se tiene noticia. Nueve años más tarde se contrató al saludador Juan de Altube, vecino de Zumarraga. En 1721 y en 1726 se establecieron nuevos contratos. Joseph de Garaiar en 1729 obtuvo las licencias que le permitían ejercer de saludador y estuvo contratado hasta 1735, año en el que el Tribunal de la Inquisición prohibió la actuación de los saludadores.

En 1884 el subdelegado provincial de Medicina y Cirugía, Víctor Acha, denunció a los barberos Eugenio Villar, Benigno Acebes y Rafael Núñez por intrusismo, ya que ejercían de callistas, dentistas y practicaban sangrías. Acha pedía al Ayuntamiento de Irun que comunicara a los citados barberos que serían multados si no cesaban en sus actividades de cirugía menor.

Los significados atribuidos a los términos utilizados para designar las actividades relacionadas con la medicina no convencional. Según los países, regiones, comarcas o pueblos, pueden variar sustancialmente, llegando en ocasiones a interpretaciones contradictorias. A modo de ejemplo, el término saludador según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española significa “embaucador que se dedica a curar o precaver la rabia u otros males, con el aliento, la saliva y ciertas deprecaciones y fórmulas”. En el capítulo anterior ya hemos comentado la creencia del poder del saludador para curar la rabia, y la consideración de que el séptimo hijo varón (siete varones seguidos) nacía con la “gracia” para ejercer como saludador. En el Atlas Etnográfico de Vasconia, se refiere a la figura del saludador (salutadorea) como “una persona contratada por los ayuntamientos para curar las dolencias o prevenir males del ganado […]”. En esta obra, también se asocia la figura del saludador al séptimo hijo varón haciéndola extensiva a la séptima hija o a una persona nacida en una fecha señalada. (Hemos encontrado muchas variantes de esta idea del poder de curación del séptimo hijo varón consecutivo, tanto en el País Vasco como en otras regiones de España, como en Gales, etc.).

En cuanto al término curandero, por una parte, en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española se lee: “persona que, sin ser médico, ejerce prácticas curativas empíricas o rituales. Persona que ejerce la medicina sin título oficial”. Por otra parte, muchos de los autores consultados enfatizan en la distinción entre “curanderos embaucadores” y “curanderos sanadores, depositarios de la cultura sanitaria popular”. A su vez, Ignacio Mª Barriola indica la existencia de una amplia gama de curanderos de ambos sexos a quienes generalmente se distingue según las prácticas que utilizan en el ejercicio de su profesión: “Emplasteros” si curan mediante emplastos; errezu-egileak si curan con rezos; ziñatzaileak, si utilizan conjuros; petrikiloak si su especialidad son las enfermedades de los huesos, dislocaciones, etc.

En julio de 1900 se publicó en el periódico El Correo de Guipúzcoa el anuncio de una mujer francesa que trataba “la epilepsia, males de estómago, de los nervios y de la piel, por medio de plantas vegetales” en su consulta de Irun. Asimismo, un francés casado con una mujer de Irun, de apellido Loran, aunque conocido popularmente por “Asto medikua”, en los inicios de los años treinta del siglo XX, trataba diversas afecciones a base de emplastos y cataplasmas desde su consulta de la ciudad fronteriza.

En Errenteria, en 1714, Juan Pérez de Guruceaga, que habitaba el caserío Beraun, ante el contagio de rabia de su ganado por el ataque de perros rabiosos, contrató a un saludador. Posteriormente Pérez de Guruceaga y otros caseros de Errenteria solicitaron que el saludador ingresase en la nómina del Ayuntamiento. En 1875 el vecino de Errenteria Juan José Iguaran acudió a una curandera de Oiartzun para curar una herida. Este hecho motivó que a instancias de José María Madariaga, médico titular interino de Errenteria, se instruyese un expediente denunciando a la curandera por “intrusión en la ciencia de curar”.

Entre los años 1930-1950 en Errenteria ejerció como curandero un vecino de Tolosa apellidado Petricorena y apodado “Doctor Zikin”. Había residido durante varios años en Argentina, donde parece que adquirió algunos conocimientos sobre las hierbas medicinales y otros remedios populares. Utilizaba la salicaria (“egur belarra”) para cortar de raíz las diarreas infantiles, lo que le reportó mucha fama. También se recurría a Petricorena en caso de meningitis. Otra de sus especialidades era el tratamiento de algunas enfermedades con emplastos de caracoles. La errenteriarra, Pilar Olascoaga Lasa, nos indicó que el “Doctor Zikin” empleaba este emplasto en casos de extrema gravedad, en los que el enfermo ya había sido desahuciado por la medicina tradicional. Con este remedio se lograba aliviar al enfermo, e incluso se prolongaba la vida durante algunos meses en algunos casos. Petricorena administraba una infusión de hojas de nogal a los niños que tenían lombrices intestinales. La base para administrar este remedio estribaba en que el curandero había observado que no había lombrices de tierra al pie de los nogales.


FOTO 006 Doctores Larrea, Pino, Vidarte y Beiner

Conclusiones

1. El valle de Oiartzun, uno de los más amplios de Gipuzkoa, ha estado habitado desde la prehistoria, a tenor de los vestigios encontrados. El actual término municipal de Oiartzun o Valle de Oiartzun quedó configurado en 1495, tras una desmembración progresiva durante los siglos XIII y XIV. Su situación fronteriza propició alianzas en la Edad Media con navarros o castellanos, e hizo que sufriera las consecuencias de la guerra en numerosas ocasiones. Su población, eminentemente rural, está diseminada en siete barrios y en numerosos caseríos. A comienzos del siglo XIX se contabilizaban 180 casas urbanas y 361 caseríos, de modo que la distancia entre un caserío y el barrio principal, Elizalde, oscilaba entre 15 minutos y tres horas a pie.

2. Desde 1587 hasta 1798 Oiartzun experimentó un crecimiento positivo moderado, con una tasa de crecimiento acumulativo de un 0,13%, llegando a ser en 1798, tras la Guerra de Convención, uno de los municipios de mayor censo de la provincia con 3.301 habitantes. A pesar de la gran crisis de final del siglo XVIII, en el periodo 1733-1798, registró una tasa de crecimiento acumulativo de un 0,44%. A lo largo del siglo XIX continuó el crecimiento demográfico y pese a las guerras y a las epidemias de viruela y cólera la tasa de crecimiento acumulativo fue de 0,21%. En el primer tercio del siglo XX Oiartzun sufrió un estancamiento demográfico llamativo, si lo comparamos con algunos municipios del entorno más industrializados. A pesar de ello, el crecimiento natural fue positivo con una tasa de crecimiento acumulativo de 0,33%.

3. En las 16.956 partidas de defunción examinadas, hemos detectado el fallecimiento de 8.301 personas del género masculino, 8.586 del femenino y 69 sin especificar. El número de hombres fallecidos fue ligeramente menor hasta el siglo XIX, invirtiéndose esta relación a partir de 1801. Desde mediados del siglo XIX la mayor tasa de mortalidad en el Valle correspondió a los mayores de 50 años, cuando lo habitual en esa época era una sobretasa de mortalidad infantil. Entre 1843 y 1936 murieron 2.949 niños, lo que supone un 36,73% del total de difuntos en ese periodo, más de la mitad menores de un año.

4. La mayoría de las crisis de mortalidad detectadas están relacionadas con las guerras y la escasez y malas condiciones de los alimentos. Destacan la crisis del decenio 1646-1655 relacionada con las secuelas del incendio provocado por las tropas francesas en 1638, durante la Guerra de los Cien Años; la de 1681, coincidiendo con el pedrisco que destruyó la cosecha de maíz; la del bienio 1793 - 1795 relacionada con las guerras europeas; la del bienio 1813-1814, durante la Guerra de la Independencia; las de los años 1848, 1855 en las que la hambruna se conjugó con una epidemia de cólera; la de 1863 con una mortalidad infantil que supuso el 60,74% de las defunciones totales del año; la del bienio 1874-1875, en el que a la tercera Guerra Carlista se sumó el tifus y la viruela. Finalmente en el siglo XX señalamos las tasas altas de mortalidad de 1918 por la epidemia de gripe y, sobre todo, la de 1936 a consecuencia de la Guerra Civil.

5. Damos cuenta de la causa de muerte de 6.273 vecinos del Valle desde 1864 a 1936, de los cuales 1.473, un 23,48%, corresponden a la población menor de 15 años. Las enfermedades infecciosas, con un porcentaje del 23,10%, fueron la etiología más frecuente. Le siguieron las enfermedades respiratorias, principalmente bronquitis y neumonías, con un 18,64%, y las enfermedades circulatorias, con un 12,93%. En este último grupo la patología cerebro-vascular fue causante del 40% de finados. Analizando los periodos 1864-1900 y 1901-1936 por separado, hemos comprobado que en el intervalo correspondiente al siglo XIX las causas más frecuentes de mortalidad, un 30,05%, fueron también las enfermedades infectocontagiosas, seguidas de las enfermedades respiratorias y circulatorias. En cambio, en el siglo XX las enfermedades respiratorias pasaron a ser la etiología más habitual, seguidas de las enfermedades circulatorias y los cuadros infecciosos, que descendieron a un 15%. Esto se explicaría por los avances en la prevención y tratamiento de estas enfermedades. Es reseñable que durante el periodo del siglo XIX, más de un 20% de los decesos no tuvieron un diagnóstico etiológico preciso. La mortandad infantil descendió de modo significativo a partir del siglo XX, pasando de 943 a 530 infantes fallecidos. Las enfermedades infecciosas fueron, con diferencia, la causa más usual de mortandad entre los niños menores de 15 años. Más de un tercio de los párvulos falleció a causa de una infección. La disentería, origen de 224 fallecimientos, fue el cuadro infeccioso que originó más muertes, si bien los problemas relacionados con el parto tuvieron, en conjunto, un protagonismo similar. Siguieron en orden de frecuencia las enfermedades respiratorias y la muerte súbita infantil. La difteria que ocasionó muchas victimas en el siglo XIX descendió de modo drástico en el primer tercio del siglo XX. Al igual que en los adultos en un alto porcentaje de niños no se precisó la causa del fallecimiento en el siglo XIX, mejorando la precisión diagnóstica durante el siglo siguiente.

6. En lo que respecta a las enfermedades infecto contagiosas, la tuberculosis fue la que más decesos ocasionó en el periodo 1864-1936. Prácticamente uno de cada 10 finados murió por tisis durante esos años. Fallecieron 615 personas, lo que representa un 40%, de las victimas por infecciones. La mayor incidencia ocurrió en el decenio 1864-1874, afectando en mayor medida a adultos jóvenes, entre 15 y 50 años. La localización pulmonar se presentó en más del 80% de los casos. La disentería fue la segunda causa de mortalidad de este grupo y la más frecuente entre los menores de 15 años. Ocasionó 281 defunciones, casi un 20% del total de muertes por infección. Tuvo mayor incidencia durante los años 1881 a 1909 y clara preferencia por la época estival y la población menor de tres años. La viruela produjo el 12,42% de los fallecimientos por enfermedad contagiosa, destacando la epidemia de 1874. La fiebre tifoidea supuso algo más del 10% de finados por causa infecciosa. Incidió sobremanera en el trienio 1874-1876, coincidiendo con la tercera Guerra Carlista y afectó de modo preferente a adultos jóvenes y niños menores de tres años. La difteria fue, tras la disentería, la infección que provocó mayor mortalidad infantil desde 1864 a 1899, descendiendo de modo espectacular en el siglo XX, en el que gracias a la vacuna, solamente fallecieron tres niños. La epidemia de sarampión de 1883 tuvo escasa incidencia en el Valle. La pandemia gripal de 1918 sólo produjo 13 defunciones, cifra muy por debajo de las tasas de la provincia. La epidemia de cólera de 1855 afectó a 408 vecinos y originó 80 muertos. En 1885, tras la tercera Guerra Carlista, hubo otro pequeño brote con dos defunciones. La peste bubónica, al contrario de lo sucedido en municipios cercanos, no afectó al Valle.

7. La preocupación de las autoridades de Oiartzun por la salud de sus habitantes se reflejó en las Ordenanzas Municipales de los años 1535, 1755, 1844 y 1908, así como en los bandos y normativas de higiene publicadas para la prevención y tratamiento de las diferentes enfermedades infecciosas. En octubre de de 1821 se constituyó la primera Junta de Sanidad, con el objeto de prevenir y cesar las epidemias, administrar los hospitales, y prestar asistencia gratuita a los enfermos pobres. El 1 de agosto de 1914 se creó el Laboratorio Químico Municipal, que agrupaba una mancomunidad de municipios entre los que estaba Oiartzun, para analizar la potabilidad del agua y las condiciones sanitarias de alimentos líquidos para consumo humano. El 30 de junio de 1921 el Valle instaló un laboratorio propio regido por sus médicos y farmacéuticos titulares. En 1928 se publicó el Reglamento de Sanidad e Higiene basado en las Ordenanzas Municipales en cuyas normas se prestaba especial atención a la prevención de la enfermedad, fomentando preceptos de higiene obligatorios en lugares públicos. El encalado de las viviendas del término supuso una felicitación pública de la Diputación. La higiene ambiental fue también una aspiración continua de los habitantes del Valle, prestando especial atención a la contaminación del río Oiartzun y a los problemas derivados de las industrias insalubres en los núcleos de población. Otras acciones importantes adoptadas por las autoridades del Valle para la prevención de la enfermedad fueron las mejoras de la red de abastecimiento de agua potable iniciadas en 1888; la inauguración del nuevo cementerio fuera del núcleo de población en 1905; la aprobación de las obras para la construcción de un matadero en 1918; la construcción de la red general de alcantarillado iniciada en 1919 y la inauguración de un basurero municipal en 1925. Desde 1895 se dispuso de alumbrado eléctrico y en 1910 la mayoría de las viviendas tenían luz propia.

8. La localización de Oiartzun en el Camino de Santiago motivó la fundación de ermitas y lazaretos en la zona, como el Hospital de San Antón o de Sanctispiritus destinado a auxilio de peregrinos y otros enfermos y el Hospital de la Magdalena fundado en 1560, que se ocupó de la atención de enfermos infecciosos. Ambos funcionaron hasta finales del siglo XVI.

El Hospital de San Juan Bautista fue construido en 1595 y su función principal fue socorrer a los pobres, estuvieran o no enfermos. Al disponer de pocas camas, en épocas de epidemia o guerra se tuvieron que habilitar otros lugares para atender a los enfermos. La desidia de algunos patronos y las guerras le hicieron vivir épocas de decadencia, pero los donativos de benefactores o el interés de algunas corporaciones municipales, le dieron un papel relevante en la historia del Valle. Hemos localizado trece mayordomos, nueve hospitaleros u hospitaleras y cuatro administrativos que regentaron el centro desde 1675 hasta 1902. A partir de diciembre de 1903 hasta el 31 de agosto de 1930 el hospital estuvo atendido por las Siervas de María.

Seguidamente las Hermanas Mercedarias de la Caridad ocuparon el puesto hasta la inauguración del nuevo asilo el año 1960. Durante la Guerra de la Convención, entre 1793 y 1795, existió un hospital militar en la sala concejil y en diversas casas de la localidad. Lo mismo sucedió con motivo de la Guerra de la Independencia entre 1808 y 1814. Los enfermos fueron tratados por personal sanitario militar venido desde Madrid o Paris.

El Sanatorio de San Esteban, inaugurado en 1924 en el barrio de Gurutze fue el primer establecimiento exclusivamente privado de Gipuzkoa para tratar a enfermos con patología del sistema nervioso. Lo dirigieron dos médicos neuropsiquiatras, Manuel Larrea y Francisco Vidarte. El establecimiento seguía funcionando en 1929.

9. La beneficencia estuvo a cargo del Ayuntamiento o de entidades que actuaron en el seno del mismo, como la Junta de Beneficencia creada en 1822. Su objetivo era satisfacer las necesidades sociales y sanitarias de los vecinos sin recursos, expósitos y enfermos mentales. De 1688 a 1803 se expusieron 15 criaturas, que eran enviados, junto a una limosna convenida, al Hospital General de Pamplona o al Hospital Real de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Posteriormente los párvulos se atendieron en Oiartzun por nodrizas contratadas por el municipio. Los expósitos a los que no se encontraba nodriza en la localidad eran enviados por el párroco a la Casa de Misericordia de San Sebastian y a finales del siglo a la Casa Cuna Central para Expósitos de Gipuzkoa.

Los enfermos mentales del Valle eran ingresados en hospitales de otras provincias, preferentemente en el Hospital de Zaragoza hasta 1898, en que se inauguró el Sanatorio de Santa Águeda en Mondragón. Hemos presentando los expedientes de 30 pacientes: ocho de la primera etapa y 22 de los ingresados en Santa Agueda.

Los pobres de Oiartzun afectos de enfermedad no tratable en el municipio y los trabajadores de empresas del Valle que habían sufrido accidentes laborales eran ingresados en otros hospitales de la provincia, preferentemente en el Hospital de Manteo. Hemos localizado 73 ingresos de vecinos del Valle en este hospital. Asimismo, desde 1934 hasta 1938 se instruyeron 17 expedientes de afectados por tuberculosis para ingresar en el Sanatorio de Andazárrate.

10. Damos noticia de 107 profesionales sanitarios que ejercieron en el Valle durante el tiempo que abarca esta Memoria: 44 médicos, 36 cirujanos, 12 boticarios y 15 dedicados a la higiene pecuaria, entre herradores, albéitares y veterinarios. De los 44 médicos registrados entre 1678 y 1936, 13 fueron interinos o sustitutos y 31 consiguieron la titularidad. Dos ejercieron en el siglo XVII, a partir de 1678; 20 durante el siglo XVIII y 19 en el siglo XIX. Durante el siglo XX, con una clara mejora en las condiciones salariales, la asistencia estuvo en manos de cinco médicos, tres de los cuales iniciaron y finalizaron su labor en ese siglo.

FOTO 007 Privilegio de 1453

Hemos contabilizado 36 cirujanos entre 1597 y 1889: uno en el siglo XVI, dos en el XVII, 25 en el XVIII y ocho en el siglo XIX, hasta el año 1889 en que el cirujano titular pasó a ocupar la plaza de segundo médico titular del Valle. Hemos sabido de la existencia de 12 boticarios entre1699 y 1936: uno a finales del siglo XVII e inicios del XVIII, cinco en el siglo XIX y seis en el primer tercio del siglo XX. A pesar de que la mayoría denunció serios problemas económicos nos ha llamado la atención su larga permanencia en el Valle. Hemos dado noticia, de tres dinastías de herradores que realizaron su labor en los siglos XIX y XX; de tres albéitares, uno de ellos de final del siglo XVIII, otro de inicio del XIX y el tercero que ejerció entre 1850 y 1877, firmando en un principio como albéitar y posteriormente como veterinario y, a partir de 1877, de dos veterinarios.

11. Los problemas salariales y la diseminación de la población fueron un inconveniente para la continuidad de los profesionales sanitarios, llegando a quedar el municipio sin asistencia médica durante algunos años del siglo XIX. No obstante hubo 20 profesionales sanitarios, seis médicos, seis cirujanos, seis farmacéuticos y dos veterinarios, que desplegaron su labor en el Valle por un espacio de tiempo cercano o superior a 20 años. Los que iniciaron su actividad en el Valle en las postrimerías del siglo XIX o en los albores del XX fueron, en general, los que permanecieron más años en su puesto. Esto se explica tanto por las mejoras salariales, como por el desarrollo de los medios de comunicación.

Entre el colectivo médico cumplieron este periodo de tiempo Jerónimo de Casanova y Joseph de Indart en el siglo XVIII; Félix Michelena y Jenaro Ortiz de Urbina en el siglo XIX y Bernardo Oñativia y Regino Ganzarain en el XX. Entre los cirujanos, Juan de Arrondo e Ignacio de Macuso en el siglo XVII; en el siguiente siglo Miguel Ignacio de Albistur, Joseph Ignazio de Inchaurrandieta y Miguel Joseph de Azconovieta; y durante el siglo XIX Antonio Cosme Echeverría. Entre los seis farmacéuticos, Joseph de Arrieta y Rafael Baroja en el siglo XVIII, Diego Antonio de Echave y Javier Noain en el siglo XIX, y Pedro Peciña y Manuel Antón en el siglo XX. Entre los veterinarios Cosme Lecuona y Luis Sorondo en los siglos XIX y XX respectivamente.

12. Hemos constatado la importancia que la medicina popular ha tenido en el Valle de Oiartzun y lo viva que se mantiene a día de hoy. Desde finales del siglo XIX hasta 1936 damos noticia de siete vecinos del Valle, cinco mujeres y dos hombres, que practicaron la medicina popular. Asimismo hemos localizado a 14 personas continuadoras de esta tradición en la actualidad, alguna de las cuales comenzó su andadura en los años finales del periodo que abarca esta Memoria. Hemos hecho hincapié en la labor de dos mujeres, Vicenta Uranga y, sobre todo, Joxepa Lekuona. Mostramos 46 recetas con remedios “naturales” para diversas afecciones recopiladas a partir de fuentes orales, y damos cuenta de las propiedades medicinales de numerosas plantas, que se conocen desde antiguo y que se siguen utilizando actualmente en el Valle.

AGRADECIMIENTOS
En primer lugar deseo expresar mi gratitud al doctor José Mari Urkia Etxabe, director de esta tesis. Desde que de la mano del profesor Urkia inicié mi particular andadura en el mundo de la Historia de la Ciencia han pasado unos cuantos años. Durante este tiempo nunca me ha faltado su ánimo y su empuje. A todos los profesores encargados de impartir los cursos correspondientes al Programa de Doctorado “Historia de la Ciencia” (Bienio 1993-1995), les debo el haber despertado en mí el interés por todo lo relacionado con esta disciplina. Para mí resultaron especialmente instructivos tanto los cursos impartidos como los consejos personales que recibí de los profesores Luis Sánchez Granjel y Juan Riera Palmero.

Mis colegas Martina Apalategui y Carlos Placer tuvieron mucho que ver en el origen de esta tesis doctoral. A Carlos le podré dar las gracias personalmente, pero desgraciadamente Tina ya no está entre nosotros. Seguro que desde esa otra vida se alegrará por el trabajo terminado, ya que su ayuda en los inicios de esta investigación fue muy importante. Con Javier Urkola, que me honra con su amistad, he compartido muchas horas de trabajo asistencial y he mantenido muchas conversaciones al margen de la profesión médica. Sus contactos en Oiartzun y su visión del País han sido claves para el desarrollo de este trabajo. Gracias, Javier.

El oiartzuarra de adopción Adolfo Leibar es un “investigador local” que cuenta con numerosas publicaciones sobre diferentes aspectos del Valle. Durante años ha atendido a mis preguntas, apoyándome siempre con la ilusión de ver terminado este trabajo. Su aportación al capítulo sobre la medicina popular de Oiartzun ha resultado de gran valor. Eskerrik asko, Adolfo.

No puedo olvidar en este capítulo de agradecimientos a Jesús Iturrioz, a su mujer Teresa Oñativia, a su hija Maria Luisa y a su marido, Ramón Ecenarro, amigo de la infancia. Jesús Iturrioz en 2007 publicó un libro entrañable, en castellano y en euskera, sobre el doctor Bernardo Oñativia. En el mismo, Jesús hace un recorrido por la vida de don Bernardo con la autoridad que le confiere el haberse casado con Teresita Oñativia y haber convivido con don Bernardo los diez últimos años de la vida de éste. La obra resulta muy interesante para conocer “desde dentro” la vida de un médico rural de la época. La familia Iturrioz-Oñativia tuvo la generosidad de poner a mi disposición numerosa documentación original sobre el doctor Bernardo Oñativia, incluido su instrumental médico-quirúrgico, que, como podrá comprobarse, enriquece el capítulo dedicado a los profesionales sanitarios. Siento que Jesús, siempre constante en su apoyo, no pueda ser testigo de la conclusión de este trabajo.

Mi gratitud asimismo a la familia Ganzarain Hernandorena. La nieta del doctor Regino Ganzarain, la odontóloga Regina Ganzarain Polit, hija a su vez del doctor Jesús Ganzarain, colega y amigo, me puso en contacto con sus tías María Pilar y María Teresa. Las hijas de don Regino tuvieron la amabilidad de recibirme en su domicilio de Oiartzun en varias ocasiones poniendo a mi disposición fotografías del álbum familiar. Ha sido muy agradable compartir con ellas numerosas anécdotas de su padre y de algunos vecinos del Valle. Su aportación ha sido también muy valiosa para la elaboración del capítulo sobre los profesionales sanitarios.

También quiero agradecer a los hermanos Jaime, Teresa y Elena Cobreros Aguirre las facilidades que me dieron para acceder a la iconografía de la botica familiar, aportándome información sobre su abuelo Zacarías Cobreros, primer director del Laboratorio Municipal que compartieron varios municipios, ente ellos, Oiartzun. El doctor José Manuel Villar me entregó los datos de los Libros de Finados de Oiartzun que él había empezado a recopilar para que yo los aprovechara en el capítulo de Demografía, gesto que agradezco sinceramente.

Mi gratitud para las hermanas Pepita y María Jesús Mitxelena del caserío Marai. Tanto el testimonio de Joxepa Lekuona, su madre, como el contenido de la página web Maradi Baserriko Sendabelarrak ocupan un lugar importante en el capítulo sobre la medicina popular en el Valle. Agradezco la amabilidad y los consejos para la recogida de información al personal de todos los archivos y bibliotecas que he visitado, especialmente a Koro Pascual, responsable del Archivo Municipal de Oiartzun con la que he compartido muchos momentos a lo largo de estos años. Gracias también a Jaione Oihakindia, Ana Álvarez, Enrique Lekuona, María Jesús Gorostidi, Ana Otegi, Gabriela Vives, Ana Mari Zabarte, Ainhoa Orbegozo, Juan Carlos Jiménez de Aberasturi, Ana Gómez, Rosa Vázquez, Begoña García y Jesusita Urtaza.

Asimismo agradezco el estímulo de mis compañeros y amigos del Servicio de Neurología José Félix Martí Massó y Adolfo López de Munain para la conclusión de esta Memoria. Valoro mucho su aliento y apoyo constante en la recta final, que ha sido más larga de lo que yo había estimado.


FOTO 008 Dr. Javier Olascoaga Urtaza

No puedo omitir nombrar a aquellas personas que de alguna u otra forma, en mayor o menor medida, me han ofrecido su colaboración y su apoyo: Hilario y Eusebio Arbelaitz, Anabel Asensio, Ramón Ausan, Antton Cazabon, Milagros Echeverria, Rosa Espinosa, Carmen Errandonea, Ainhoa Fraile, Idoia Fraile, Itziar Mendarte, Mari Carmen Michelena, Lourdes Montecelo, Isabel Olarreaga, David Otaegi, María José Poyo, Nicolás Sagarzazu, María Pilar Sánchez, Manuel Solórzano.

Vaya mi agradecimiento para todos. Espero que no haya habido omisiones en esta lista de agradecimientos. Si de modo involuntario por mi parte, las hubiere, pido disculpas por ello. Por último no puedo olvidar en este apartado a mis personas más cercanas: Aita ta ama desafortunadamente ya no están con nosotros, pero estoy seguro de que estarán felices de ver cumplido uno de sus deseos. Ni que decir de Mari, mi mujer. Su fuerza, su apoyo y sus consejos han sido fundamentales a lo largo de estos años, así como su aportación en ciertas etapas de la elaboración de esta Memoria. Nuestros hijos Xabier y Ander, cada uno en su medida, también han constituido un estímulo necesario e importante.

Gracias Javier por está monumental y magistral obra que será para los investigadores una autopista de ciencia y saber.

AUTORES
Jesús Rubio Pilarte * *
Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP

Manuel Solórzano Sánchez ** **
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP

domingo, 20 de marzo de 2011

LAS ENFERMERAS AUSTRALIANAS EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Para la gran mayoría de los que participaron en ella, tanto españoles como extranjeros, la Guerra Civil española fue, con diferencia, el acontecimiento político más importante de sus vidas. En Julio de 1936 España poseía un Gobierno de centro izquierda elegido democráticamente, y ese Gobierno fue atacado por una junta militar reaccionaria. Las potencias democráticas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, lejos de prestar ayuda para la supervivencia de ese Gobierno legítimo, siguieron una política de neutralidad que, de hecho, ayudó a la junta militar a derrotar al Gobierno republicano.
FOTO 001 Enfermeras australianas

Para entender el apasionado interés que la Guerra Civil española despertaba en toda Europa, en el mundo anglosajón y en Latinoamérica, es importante tener en consideración tanto la simple defensa de un Gobierno democrático amenazado, como la extraordinaria complejidad política del Frente Popular. La primera razón fue sin duda la que predominó en el compromiso de la enfermera australiana Agnes Hodgson y la segunda explica en buena parte las suspicacias y malentendidos de que fue víctima en varias ocasiones.

La causa de la democracia española tuvo un atractivo inmediato para los demócratas e izquierdistas de todo el mundo, pero sus gobiernos, a efectos prácticos, boicotearon a la República. ¿Con qué contaban los amigos de la República para enviar a España suministros médicos, o para pagarse el viaje como voluntarios en calidad de soldados, médicos, enfermeras o conductores de ambulancias?

Iglesias, servicios sociales, grupos profesionales, sindicatos, partidos políticos democráticos y socialistas podían recaudar dinero, publicar panfletos o patrocinar debates, pero no podían organizar el transporte de toneladas de material y de miles de personas. Sólo los partidos comunistas tenían la infraestructura y las conexiones internacionales necesarias para llevar a cabo tales cometidos, y de hecho fueron los comunistas los únicos que llegaron a organizar las Brigadas Internacionales y a transportar los distintos tipos de material y la ayuda médica. Se cree que aproximadamente dos tercios del total eran comunistas o simpatizantes. Sólo los partidos comunistas de Inglaterra, Francia, Canadá y Estados Unidos estaban dispuestos a suministrar billetes de tren y pasajes, cena y alojamiento, guías para cruzar los Pirineos, documentación falsa en caso necesario, etcétera. Sólo la Unión Soviética ayudaba a la República e independientemente de su afiliación política personal, sentían gran admiración y gratitud por ese auxilio.

Agnes Hodgson, estaba entre los voluntarios menos politizados y que no le interesaban las complejidades del Frente popular, ni la logística de la ayuda extranjera prestada a un Gobierno legítimo pero aislado. Tanto durante la travesía desde Australia como en Nápoles, fue objeto de sospecha por parte de la enfermera que lideraba el pequeño grupo de voluntarias, una comunista comprometida. Los comunistas estaban habituados a la persecución y andaban constantemente a la caza de “infiltrados” y “elementos políticamente sospechosos”. Agnes Hodgson, con su afición al baile, sus conocimientos de italiano, su educación en una escuela privada y la placentera temporada que pasó en la Italia de Musolini, poseía todos los elementos para ser sospechosa, al tiempo que sus habilidades lingüísticas la hacían muy útil para el grupo.

En Tolón, Marsella y Barcelona, Agnes fue siempre consciente del papel organizador de los partidos comunistas francés y español. Como decenas de millares de otros voluntarios, se sentía a la vez conmovida por una hospitalidad que llegaba a la abnegación (“no hay manera de que nos permitan pagar nada”) y, en Barcelona, inquieta por “la atmósfera de sospechas que hay por todas partes, al menos con los extranjeros”. El destino que le asignaron como enfermera es un buen ejemplo del equilibrio entre fuerzas comunistas y no comunistas dentro de la zona de guerra del Frente Popular. Como resultado de las sospechas que había suscitado en su compatriota Mary Lowson, no la enviaron a Madrid o Valencia, es decir, a los frentes considerados más delicados militar y políticamente, sino al frente de Aragón, un área de fuerte influencia anarquista y en la que habían prestado servicios muchos de los primeros voluntarios europeos no estalinistas desde los primeros días de la guerra.

En muchos casos, el gran valor de su diario “A una milla de Huesca” no tiene nada que ver con la política de partido, sino con el testimonio de una observadora inteligente, honesta y sin ninguna pretensión. Habla de medidas de salubridad, habitaciones, comidas, diversiones, transportes, bombardeos, intervenciones quirúrgicas, condiciones de trabajo en el hospital y relaciones humanas. Ofrece estampas de la vida rural, describe la agricultura y el clima, observa a sus compañeras y a sus superiores y hace comentarios ocasionales acerca de la cualidad médica y hospitalaria, pero jamás trata de explicar más de lo que ella conoce. Clara, sincera, espontánea, sin quejarse, sin exagerar ni juzgar. No hay en todo el diario una sola línea grandilocuente ni autosuficiente, así nos lo cuenta Gabriel Jackson.

Éste es el diario de una joven fuera de lo común, Agnes Hodgson, que a finales de 1936 viajó desde Sydney a Barcelona para cuidar a los heridos en la Guerra Civil española. En el frente de Aragón sirvió en sucesivos hospitales de campaña hasta finales de 1937. Falleció en junio de 1984. Agnes nos cuenta en su diario sobre las arduas y descorazonadoras tareas de un hospital de campaña que debía ocuparse de los heridos sin tener en cuenta su procedencia, tanto durante las avalanchas de heridos como en los períodos de espera, el personal mantenía al día las rutinas hospitalarias de fregar los quirófanos, hacer turnos de guardia nocturnos y cuidar pacientes en unas circunstancias que hubieran arredrado a enfermeras más bregadas pero menos comprometidas.

Agnes Hodgson era una observadora culta, y se ilusionó mucho cuando la prensa australiana publicó varios de sus artículos, así lo cuenta Judith Keene.
FOTO 002 Viaje a España de las enfermeras australianas

Las cuatro enfermeras australianas que se embarcaro el 24 de octubre de 1936 en el muelle de Woollomooloo en Sydney y viajaron hasta Barcelona fueron Agnes Hodgson, Mary Lowson, May Macfarlane y Una Wilson habían sido escogidas por el Comité Australiano de Auxilio a España para prestar sus servicios en una unidad de ayuda médica que cuidaría de los heridos en el frente republicano español.

Agnes Hodgson nació en Melbourne el 5 de agosto de 1906. Ya había muerto su padre cuando fallece su madre en 1920, y le mandan con unos familiares a Escocia durante un año. A los quince años vuelve y completa su educación en el Presbyterian Ladies Collage, estudiando durante dos años economía doméstica y en 1925 empezó su carrera de enfermera en el Alfred Hospital de Melbourne. En 1928 después de un año de prácticas quirúrgicas obtuvo el título de enfermera especialista en Pediatría. Con la carrera terminada se fue a Budapest a reunirse con su hermana Isabel y se quedó dos años trabajando y viajando por Europa. Estuvo dos años trabajando como enfermera en el “Anglo-American Hospital de Roma” y en el verano de 1932 emprendió un largo viaje por España y el Norte de África.

Agnes no había tenido ningún contacto con la izquierda política australiana, ni conocía a las otras tres enfermeras que viajaron con ella, las otras tres se conocían porque habían trabajado juntas en el Hospital Público Lidcombe, un lugar deprimente, poco más que “un vertedero para viejos indigentes”, y las tres estaban hartas del pésimo estado de su lugar de trabajo y de la escuálida paga que recibían. No obstante, en el período subsiguiente a la depresión australiana, escaseaban las ofertas de trabajo para enfermeras, como ocurría con muchas otras profesiones. Para esas mujeres, como para Agnes, España significaba una oportunidad única de viajar y utilizar sus conocimientos a favor de una causa justa. Probablemente todas suscribirían las palabras de Una Wilson cuando, poco antes de partir, les dijo a los periodistas: “si nos cogen prisioneras o nos alcanza un disparo, pues ¿qué se le va a hacer? Sólo te quedan unos cuantos años más de vida, y es mejor que pasar el resto de tus días en un hospital privado. Sin peligro, la vida no tiene aliciente, y además sabemos que estamos haciendo algo que de verdad tiene sentido”.

Mary Lowson estaba al mando de la unidad; a sus 41 años era la mayor del grupo y había sido maestra titulada antes de dedicarse a la enfermería. Pequeña de estatura, Mary gozaba de una inmensa energía, capacidad y decisión. Era uno de los miembros fundadores del Comité de Auxilio a España de Sydney y hacía años que militaba en el Partido Comunista.

Una Wilson, neozelandesa, era una enfermera especializada en cirugía, muy experta y competente.

May Macfarlane, que con 27 años era la pequeña del grupo, poseía tres especialidades en Enfermería; procedía del oeste de Australia y había trabajado como enfermera en Brisbane y en el extremo norte de Nueva Gales del Sur, y como comadrona en el Hospital para Mujeres de Crown Street, de Sydney. “Mac” como todo el mundo la llamaba, había ingresado poco antes en el Partido Comunista. Para ella la Guerra Civil española cristalizaba todos los elementos en su evolución política personal y significaba además un desafío que la pondría a prueba.

A Mary le parecía Agnes demasiado frívola, la orientación política de Agnes, liberal antifascista y reacia al comunismo le irritaba en exceso a Mary. Agnes además no estaba a gusto entre tanto comunista y se negaba a saludar con el puño en alto y como explicó a uno de sus anfitriones en España, aparte de estar a favor de la República española, no tenía unas ideas políticas definidas. Ante esta situación May y Una estaban muy preocupadas y advirtieron a Mary que se irían si algo le pasaba a Agnes. Cuando las enfermeras se iban a incorporar a las Brigadas Internacionales cerca de Albacete, sólo habían expedido tres salvoconductos oficiales, Agnes tenía que quedarse. El lamentable trato que recibió fue por sus diferencias personales y políticas con mary Lowson.

Durante el resto de la Guerra Civil, May Macfarlane y Una Wilson trabajaron en los frentes de Madrid y Aragón y luego en el hospital base de Mataró. May entró a formar parte de un equipo médico junto a Walter Langer, y Una, de la unidad quirúrgica del Dr. René Dumont. Curaron heridos bajo unas condiciones horrendas y fueron unas enfermeras ejemplares. Ambas mujeres se quedaron en España hasta que las Brigadas Internacionales se retiraron, a finales de 1938, y fueron repatriadas a Australia en febrero de 1939. En cambio Mary Lowson después de trabajar en un hospital de Albacete, volvió a Barcelona y entró en la sección inglesa del Servicio Republicano de Información. Con dinero australiano viajó varias veces a Francia para comprar comida y suministros para España. Trabajó como enfermera en hospitales de las Brigadas Internacionales para terminar asistiendo a refugiados españoles en los campos de concentración del sur de Francia. A pesar del mal trato que le dio a su compañera Agnes, hizo una contribución sustancial a la causa de la República española y al Auxilio Australiano a España.
FOTO 003 Hospital Poleñino

Después de la marcha de sus compañeras, tuvo dificultades para encontrar trabajo y alojamiento hasta que fue destinada a una clínica a las afueras de Barcelona. Agnes ponía inyecciones, cambiaba vendajes y hacía camas en un entorno donde nadie parecía tener prisa. Rodeada de españoles, mejorando su dominio con el idioma, a ella le parecía que su trabajo no valía y estaba demasiado sola, en un ambiente extraño. Le parecía que la estaban tratando mal y que sus servicios habían sido educadamente desestimados. Había venido para cuidar a los heridos de guerra y la habían dejado plantada a las afueras de Barcelona. Terminó enfrentándose a O´Donnel y le amenazó con irse de España o alistarse como voluntaria en el ejército español. Como resultado de este enfrentamiento le dijeron que se uniera a un grupo de enfermeras británicas en un hospital de Grañén, en el frente de Aragón.

El hospital de Grañén (Huesca) había sido puesto en funcionamiento en septiembre de 1936 por la primera Unidad Británica de Auxilio Médico que llegó a España. Cuando Agnes llegó en enero de 1937, había cinco enfermeras inglesas, tres médicos españoles, unos cuantos practicantes, cuatro conductores de ambulancia, un par de cocineras y cuatro guardias que hacían también las veces de camilleros; además varias chicas del pueblo limpiaban y echaban una mano en las tareas de enfermería.

El hospital estaba situado en una alquería en ruinas del pueblo. Los miembros de la unidad habían limpiado de escombros el interior y de estiércol el patio, para poder descargar las ambulancias que llegaban del frente. El edificio albergaba dos quirófanos, dos salas post-quirúrgicas, una sala general con treinta camas para las gentes del lugar y los enfermos que estuvieran de paso, y, en el desván del piso superior, alojamiento para el personal médico, en unas condiciones tan primarias como todo lo demás; había que transportar el agua con un carro de mulas desde un arroyo cercano para luego esterilizarla, y cuando la lavadora, improvisada, se averiaba, había que llevar toda la ropa del hospital a ese mismo arroyo para lavarla.

En el hospital se atendía a los heridos que traían las ambulancias desde los puestos de primeros auxilios de los frentes vecinos. Los casos más urgentes se operaban en los quirófanos de Grañén y luego nada más que se pudiese se les trasladaba a los hospitales base de Lérida y Barcelona. Los heridos de poca gravedad se les atendían allí mismo y se les devolvía al frente. La gente de los pueblos cercanos también acudía al hospital cuando necesitaba asistencia médica o quirúrgica, o para dar a luz.

Cuando había batallas en el frente, el personal iba de cabeza y los quirófanos funcionaban sin parar, pero cuando el frente estaba en calma, la actividad disminuía hasta paralizarse, y era entonces cuando los miembros del personal jugaban a bádminton en la terraza de los pacientes, daban paseos por las colinas vecinas, se bañaban en el arroyo o se sentaban en el bar del pueblo.

De Grañén por problemas políticos fueron trasladadas las enfermeras inglesas y Agnes al hospital de Poleñino. Cuando llevaban cuatro meses trabajando en el hospital, empezó la gran ofensiva del frente de Aragón. El ejército se reorganizó y el hospital pasó a ser una unidad quirúrgica móvil que seguía el avance de las tropas republicanas. Subieron por encima de Boltaña a 40 kilómetros de la frontera con Francia. El hospital se albergó en lo que había sido un matadero, y tanto las tiendas de campaña como el personal sanitario se hundían en el fango. El bombardeo era continuo; los heridos eran transportados a lomos de mulos a través de empinados desfiladeros y llegaban empapados y cubiertos de barro, de manera que, antes de poder calibrar la gravedad de sus heridas, había que cortarles las ropas, aún cuando el hospital no tenía suficientes mantas para sustituirlas. Había muchos heridos de metralla en la cabeza y en el vientre que necesitaban atención inmediata, pero como no había sala post-quirúrgica, se evacuaba a los pacientes inmediatamente después de la intervención. Escaseaba la comida, que también se subía a lomos de mulos; muchos de los heridos llegaban sin haber comido nada durante varios días y el hospital sólo tenía “café con leche y no siempre leche” para darles. Según Agnes, en Boltaña las condiciones eran como las que uno se imagina en los episodios más terribles de la Gran Guerra.

Todos tenían los nervios a flor de piel, y Agnes estaba cansada y al límite de sus fuerzas; soñaba constantemente con volver a casa y sufría una pesadilla recurrente en la cual desliaba vendajes una y otra vez para al final descubrir que debajo no había nada más que pedazos de piel y restos de brazos y piernas. Se produjo un desacuerdo entre el personal de enfermería referente a los turnos de noche y, en un impulso, Agnes dejó el frente y se fue a Barcelona.
FOTO 004 Enfermeras extranjeras

A su llegada encontró una ciudad sometida todas las noches a toques de queda, apagones preventivos y bombardeos. Peter Spencer, vizconde de Churchill y director de los Servicios Británicos de Auxilio Médico en España, le ofreció un puesto en el frente de Madrid, que ella rechazó al saber que allí los miembros del personal estaban enfrentados por desavenencias. El 10 de octubre de 1937 Agnes se iba de España. A su llegada a Australia, cuatro meses después, le dijo a un periodista: “Nunca había visto unas heridas tan horrendas ni sufrimientos como los que produce la guerra. Lo que he visto en España me ha convertido en una militante pacifista de por vida”.

En la Guerra Civil española, como en todas las guerras, todas las enfermeras como Agnes y sus compañeras fueron unas heroínas por partida doble, puesto que en su trabajo cotidiano tenían que habérselas con los heridos, el resultado más horrible y menos atractivo de la guerra, y porque, en última instancia, y bajo las más duras circunstancias, no podían confiar más que en su competencia profesional y sus sentido común.

Agnes Hodgson y los Hospitales de Guerra

En el hospital de Grañén también llamado el “Hospital Inglés” entre su personal se encontraba desde los primeros momentos la militante comunista, traductora y enfermera Aileen Palmer, según su testimonio relataba que existían 36 camas de cirugía con enfermos totalmente privados de la más elemental intimidad; las condiciones higiénicas eran muy precarias, careciendo de algo tan necesario como agua corriente, debiendo ser transportada con mulos directamente desde el río; el entorno del edificio se encontraba sucio y degradado. El patio al que accedían las ambulancias llegadas desde el frente estaba embarrado y cubierto de excrementos de animales. No obstante, los médicos y enfermeras con su trabajo diario, hicieron de las salas de quirófano, un referente profesional de la medicina de guerra, logrando que el prestigio del centro sirviera en Londres para recaudar abundantes fondos con que adquirir medicinas, instrumental y comida para enviar periódicamente a Grañén.

La elección de esta localidad para instalar el primer hospital de la Unidad Británica no fue casual, el hecho de contar con estación de ferrocarril en un punto estratégico entre Huesca y Zaragoza determinó su ubicación. Fueron veinte los voluntarios que integraban el convoy y constaba de tres camiones cargados de pertrechos médicos y una gran ambulancia. Cómo no consultaron su instalación con el comité anarquista del pueblo, éstos tenían una gran desconfianza y recelos. A finales de noviembre de 1936 habían atendido 15.023 pacientes y su ambulancia había recorrido 14.000 millas en el transporte de heridos.

Por culpa de las diferentes opiniones entre los anarquistas y los defensores del Partido Comunista, las divergencias se hicieron de tal naturaleza insalvables, que se produjo una ruptura en la estructura del personal, de modo que los médicos y casi todas las enfermeras partieron a Albacete con las Brigadas Internacionales a finales del 36, quedando incorporadas al grupo franco-belga de habla francesa, mientras el hospital era administrado por enfermeras inglesas que esperaron la llegada de nuevos cirujanos enviados por la Generalitat y un contingente de sanitarias entre el que se encontraba Agnes.

En casi todos los hospitales del frente las jornadas se hacían agotadoras, y el personal apenas tenía tiempo de limpiar la sangre en los quirófanos, lavar y desinfectar el instrumental o tomarse un mínimo descanso para reponer fuerzas y proseguir, en turnos que podían alargarse hasta 48 horas, tiempo en el que no se tomaba más que algo de fruta y café. En tales circunstancias, las guardias se convertían en insufribles y oscuras pesadillas.

Una vez trabajé es estado de shock, impactada por la vista de tantos restos humanos”, asegura Agnes Hodgson. Cuando las tropas republicanas intentaron tomar la ermita de Santa Quiteria en Tardienta, se produjeron más de quinientos heridos. “Nos concentrábamos en las heridas más urgentes, pero era muy difícil y muy duro diferenciar entre ellas. Heridas que en hospitales normales hubieran requerido inmediato tratamiento, allí tenían que esperar”. La valentía de los soldados no les ahorraba sufrimientos, y en los hospitales de sangre se respiraba el olor característico del éter y el yodoformo, pero el no menos intenso olor de la muerte, precedida de gemidos desgarradores y agónicos lamentos. Algunos heridos enloquecían de dolor. En cierta ocasión “dos hombres murieron en camas contiguas, como vigilándose, pero no tuvimos tiempo de averiguar que eran hermanos a pesar de la larga agonía”.

También el personal civil acudía a los centros sanitarios destinados para cubrir las necesidades del frente. Los largos éxodos huyendo de las zonas más conflictivas, los bombardeos contra la población indefensa se hicieron habituales, llevando a los hospitales mujeres, ancianos y niños con los pies desollados y sangrantes para que las enfermeras y los médicos les pudiesen curar. También las infecciones por la falta de higiene o las malas condiciones del agua de boca, la desnutrición, la carencia de vitaminas, etcétera atestaban las salas de los hospitales.
FOTO 005 Personal y ambulancias del hospital Poleñino

Los pacientes de más prolongadas estancias eran evacuados a los hospitales de referencia, el establecido en Barbastro y generalmente a Lérida y Barcelona, merced a los trenes habilitados como hospital ambulante o las ambulancias, donadas por la ayuda internacional en la mayor parte de los casos. Ayuda que no era suficiente para la adquisición de medicinas, vendajes, anestesias o sábanas y pijamas para los enfermos, lo que multiplicaba la extensión de infecciones y dificultaba la curación de las heridas e intervenciones quirúrgicas.

En tan penosas circunstancias no era infrecuente que los propios médicos y enfermeras contrajeran enfermedades o cayeran en graves estados de depresión. Sin duda este cúmulo de penalidades protagonizó la estancia de las enfermeras internacionales, inglesas, australianas y naturalmente también españolas.

Aileen Palmer fue a Madrid en diciembre de 1936 tras organizar el hospital de Grañén, estuvo en Belchite y en Teruel y se fue de España en mayo de 1938, exhausta y confusa ante las luchas políticas que advirtió en las mismas filas del Frente Popular, pero nunca dejó de trabajar por la República y por los españoles. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le sorprendió cuidando a los heridos españoles en los campos de prisioneros al sur de Francia y retornó a Gran Bretaña para enrolarse en el servicio de ambulancias de Londres.

También otras enfermeras australianas como Una Wilson, Mary Lowson o May Macfarlane, mantuvieron a lo largo de su vida, como Agnes Hodgson y muchas más de diferentes países incluyendo las enfermeras españolas, la inequívoca convicción de haber luchado por la más justa de las causas, la de la Libertad.

La participación de enfermeras en la guerra civil presenta una clara diferencia entre los dos bandos contendientes, ya que además las mujeres voluntarias mínimamente formadas para la asistencia a los heridos; en el bando republicano llegan grupos de enfermeras, de diferentes nacionalidades, a través de dos vías totalmente diferenciadas. Una la vinculada a las organizaciones políticas, en las que podría considerarse un componente ideológico como base para su movilización, siendo la atención a los heridos en los combates su principal misión. Agnes Hodgson entraría dentro de este grupo.

Junto a ellos aparecieron diferentes organizaciones humanitarias, lo que hoy llamaríamos ONGs, que con equipos multidisciplinares, entre los que había enfermeras, intentaban ayudar a paliar los desastres de la guerra. La negativa a que trabajaran en el territorio bajo control de las tropas franquistas, supuso que concentraran sus esfuerzos en las zonas republicanas. Dentro de este segundo grupo tendríamos, entre muchas otras mujeres, a Elizabeth Eidenbenz, famosa por su excepcional trabajo en la maternidad de Elna.

Pese a estas diferencias, esas enfermeras tenían algo en común: su espíritu positivo altruista y proactivo que les lleva abandonar las comodidades de sus hogares para desplazarse a una zona en conflicto, padecer todas las estrecheces a las que obligan las restricciones de todo tipo que se producen en las guerras y arriesgar su propia vida para prestar cuidados a personas con las que el único vínculo que tienen es la pertenencia común a la humanidad.

Este carácter emprendedor y altruista junto con su capacidad de sacrificio debería ser una fuente de inspiración para las futuras generaciones de enfermería.

BIBLIOGRAFÍA
En 1988, la doctora Judith Keene, especialista en estudios sobre la Guerra Civil española y profesora de Historia Moderna de Europa en la Universidad de Sydney, anotó y editó el interesante diario de la enfermera australiana Agnes Hodgson, quien durante todo el año 1937 trabajó como voluntaria en los hospitales de guerra instalados en los pueblos monegrinos de Grañén, Poleñino o Sariñena, y también algunas semanas en Fraga y Boltaña. El diario formó parte fundamental de un libro editado en Australia por New South Wales University Press, titulado “The last mile to Huesca”.

En España el libro consultado es “A una Milla de Huesca”. Diario de una Enfermera Australiana en la Guerra Civil Española. Edición de Judith Keene y Víctor Pardo Lancina. Prólogo de Gabriel Jackson. Colección Petarruego. Publicaciones de Rolde de Estudios Aragoneses. Zaragoza, 2005. 438 páginas. Prensas Universitarias de Zaragoza.
http://www.rolde-ceddar.net/ Por si estas interesado en pedir el libro.
rolde@rolde-ceddar.net
FOTO 006 Libro: A una milla de Huesca

Colaboran:
Diputación de Huesca. Comisión de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón
Comarca de Los Monegros
Colegio Oficial de Enfermería de Huesca

Participa:
Embajada de Australia en España

AUTORES
Jesús Rubio Pilarte
*
* Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez **
** Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net