viernes, 6 de noviembre de 2009

ANA PACKER DAVISON

CONSTRUYENDO EL SABER Y HACER ENFERMERO - 1841 – 1930
Nidia Hernández para los amigos “Melita” se graduó en la Escuela Universitaria de Enfermería (E.U.E.) en 1955. Trabajó en el área comunitaria y asistencial. Fue docente de la E.U.E., luego Instituto Nacional de Enfermería, y profesora de Historia por concurso en Enseñanza Secundaria. Integra el Comité de Investigación Enfermería - Mercosur. Colegio de Enfermeras del Uruguay. En 2002 recibió el título de Profesora Emérita.

Selva Chirico es profesora de Historia en Educación secundaria. Se dedica a la investigación sobre economía y sociedad de la región, especializándose en la zona minera de Minas de Corrales, de donde es oriunda. Ha participado en numerosas instancias académicas de exposición y divulgación de esta temática.

El trabajo histórico de la profesión enfermera estudiado aquí, a través de la vida de Ana Packer, recuperando los documentos presentados en este libro, en el camino desde el Condado de York, Inglaterra hasta Cuñapirú en Minas de Corrales en el Uruguay. La investigación de este libro fue presentada en el Primer Coloquio Latinoamericano de Historia de la Enfermería (Escola Anna Nery, UFRJ, Brasil 2000), donde obtuvo el Primer Premio Medalla de Oro al mejor trabajo extranjero.

Había que demostrar que Ana Packer había existido, que era enfermera y no una “cuidadora” abnegada, preocupada por la comunidad de una zona minera en la cual su esposo tenía la prestigiosa profesión de curar como médico.

Demostrar su existencia como punto de partida del Acta de matrimonio de 1882 con el doctor Francisco Vardy Davison en Santa Ernestina, implicó recurrir a los archivos de la Iglesia de Saint Mary´s de Thirsk, Condado de York.

Para probar la hipótesis sobre su calidad de enfermera partimos de la práctica conocida, recogida por la memoria colectiva, de publicaciones de la Cruz Roja de Señoras Cristianas y un discurso del doctor Ros, quien conviviera con Ana Packer durante los últimos diez años de su vida.

Su praxis en Minas de Corrales, entendida como el conocimiento que se objetiva y materializa transformando la realidad, la identifica como nurse-midwife, matron y enfermera comunitaria. La documentación existente y la historia oral permiten aislar el cuidado prodigado a niños y adultos, sanos o enfermos, así como su desempeño en momentos de crisis.

Ana Packer se había vinculado a la enfermería en Liverpool, después de haber quedado viuda de su primer esposo R. Carter. Documentos procedentes del Liverpool Record Office confirmaron a Ana como sister y matron, habiendo realizado su aprendizaje y desempeño en el Royal Southern Hospital of Liverpool en el período 1876 – 1880.

En un intento por iniciar el camino que permita descubrir la identidad enfermera de Ana Packer, partimos del reconocimiento como “enfermera diplomada con grandes conocimientos de obstetricia”, también identificada como “enfermera de la Corona inglesa”.

Se ha identificado a la enfermería en función de la actividad de cuidar a los seres humanos, en tanto satisfacción de necesidades básicas para conservar la vida, asegurando la continuidad de la especie. Cuidado que tiene un profundo componente afectivo, resultado de la condición humana de ser capaz de sentir, emocionarse y experimentar sentimientos.
En la visión antropológica, el cuidado se percibe como actividad y función social de las mujeres, originando en su rol de dedicación a los demás. En toda cultura se ha asumido como un hecho que el género femenino dedique tiempo a la atención del otro, tanto si éste no puede valerse por sí mismo, como si está en condiciones de hacerlo. La triple misión de “enseñar, cuidar y asistir” como oficios femeninos por excelencia llevaron también por siglos, en algunas culturas, el signo de “vocación y beneficencia”. La prestación de ayuda y asistencia se manifiesta en la medida que se proporciona bienestar, tanto físico: alimentación, higiene, como emocional, siendo evidente en situaciones de dependencia temporal o permanente.

El desarrollo de formas más acotadas de convivencia como la tribu y la familia le agregaron el componente moral que obliga a prestar ayuda y asistencia, despertando solidaridad y generando reciprocidad.

La “comadrona” o “matrona”, sinónimos de partera, en su experiencia de vida, será la “mujer que auxilia” desde el nacimiento hasta la muerte dando contenido al cuidado. Un cuidado que se objetiva en torno a la nutrición en la singularidad del amamantamiento, la cocción de los alimentos, la incorporación de los vegetales, el cuidado del cuerpo en la higiene y en el baño. Se complementa con el uso de los sentidos como el del tacto, a través del contacto que continenta, la presión que da confianza, el masaje que tonifica y estimula, generando sensaciones térmicas.

Los baños y las fricciones eran el principal medio terapéutico que aplicaban los charrúas a cualquiera de los dos sexos. Está descrita en la Historia de la Medicina del Uruguay; relata una instancia del parto, después del nacimiento que dice así: “echándose al agua la recién parida con su cría y después de esta operación la frotaba y calentaba contra el seno a la criatura, mientras otras mujeres la friccionaban a ella”.

Los Charrúas fueron un pueblo amerindio que habitaba en el territorio del actual Uruguay y adyacencias, cuya lengua parece adscribirle a la familia lingüística mataco-guaicurú. Al momento de la llegada de los españoles, los charrúas dentro del actual territorio uruguayo ocupaban el área al norte y al sur del Río Negro (o Hum) y se acercaban a la costa en el actual departamento de Rocha. En otras partes del territorio había otras tribus, como los Chanáes, que habitaban en la confluencia del río Negro con el río Uruguay, las costas e islas de este último y las islas del Delta del Paraná en la Argentina entre las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires y hasta en la de Corrientes. Minuanes, que ocupaban la costa de la actual Argentina sobre el río Uruguay al Norte de la desembocadura del Río Negro. Yaros, que vivían en la costa oriental del río Uruguay entre los ríos Negro y San Salvador (actuales departamentos de Río Negro y Durazno de Uruguay) y en la zona del bajo Uruguay en la provincia de Entre Ríos en la República Argentina. Bohanes, que se hallaban en los departamentos de Paysandú y Salto, aunque, algunos mapas jesuíticos los ubican en Entre Ríos. Guenoas, que estaban en la zona de los departamentos de Tacuarembó, Treinta y Tres y Cerro Largo extendiéndose también por el río Ibicuy, al sur del Brasil. Arachanes, que ocupaban los departamentos de Maldonado, Lavalleja, Rocha, Cerro Largo y Treinta y Tres, así como gran parte de la zona sur de Río Grande del Sur en Brasil.

Posteriormente a la fundación de Montevideo, los charrúas se desplazaron hacia el Norte, absorbiendo a yaros, bohanes, guenoas, chanáes y minuanes y quedando prácticamente confundidos con ellos, por lo que usualmente se les ha designado a todos estos grupos genéricamente como charrúas.

Ana Packer nace en el poblado de Thirsk, Condado de Yorkshire, el 1º de septiembre de 1841 hija de John y Elizabeth en el Condado de York.

En el censo de 1881 aparece con el apellido de su primer esposo, y se le encuentra ya como viuda, en calidad de matron del Hospital de York , donde reza: “Hannah Carter”. Se había casado a la edad de 19 años. Su primer marido Richard Davis Carter fallece de una apoplejía el 18 de julio de 1873, era banquero. Su entorno, su vecindario y sus lazos familiares nos hacen afirmar que Ana pertenecía a un sector de la clase media inglesa, la esmerada educación es una de nuestras evidencias probatorias. Todo burgués procuraba una buena educación para sus hijos, aunque les daba prioridad a los varones. No sabemos a ciencia cierta si Ana habló francés, pero si sabemos por tradición oral que ella estuvo en Francia cumpliendo funciones de enfermera.

Su traslado a Cuñapirú – Corrales en Uruguay puede deberse a que las jóvenes burguesas de familias protestantes, solían salir del seno familiar como una etapa de complemento educativo, como el magisterio o traductora o la propia enfermería.

No se sabe de verdad como llega a Uruguay, se imagina por aventura o por carestía de la vida en la Inglaterra victoriana, o porque conocía al Dr. Davison. Éste doctor estaba contratado por las empresas mineras inglesas que explotaban el oro de la región. Ana llega en diligencia hasta la estación de San Ernestina en 1882. Allí celebraron su bienvenida y su matrimonio, dejando atrás su vida inglesa.

En Uruguay, la Hannah inglesa será Ana, simplemente. Pero para el pueblo de Minas de Corrales, no podrá ser otra que “Misiana”.

El reformismo metodista incentiva a las mujeres a la educación para enfrentar con mejor preparación al mundo del trabajo. Estaba mal visto ser médica o ginecóloga. Los ginecólogos, por ejemplo, aseguraban la incapacidad de la mujer para tratar las enfermedades específicamente femeninas. A pesar de ello en 1881 ejercían 20 médicas en Inglaterra y Gales.

Una opción válida de participación social fue la práctica filantrópica. En 1859 la “London Bible Women and Nurses Mision” cuya lider fue Ellen R. White, tuvo métodos seductores: organizaba reuniones en torno a una mesa de té. En ellas reimpartían nociones de higiene y del cuidado infantil.

Las enfermeras Elizabeth Fry, Florence Nightingale y Agnes Jones, visitaron la Institución de Diaconisas de “Kayserwerth on the Rhine”; al regresar la primera a Inglaterra se dedicó a mejorar el sistema penitenciario, retrasando así la reforma de la enfermería. Con el apoyo de su hermana y sus hijas, en 1840, inicia la Sociedad de Hermanas Protestantes que a sugerencia de la Reina Adelaida, madre de la Reina Victoria, como patrona, se convierte en el “Instituto de Hermanas Enfermeras”. Al principio se les llamó sister, luego nurse y éste por “ayudante”. Su preparación era de escaso tiempo, se esperaba que sus actividades en el hogar se remitieran a tareas sencillas como hacer y aplicar cataplasmas, sanguijuelas, cubrir una flictena, pero también “enseñar al pobre cómo llevar a cabo cualquiera de esas tareas e incluso demostrar habilidad en cocinar con economía”. Para el doctor West “sus deberes debían de ser los de una institutriz” agregando a la imagen de enfermera, el de preceptora.

Ana se formó como enfermera en la Training School for Nurses. El puesto de matron, “el más importante de la institución”, quedó vacante por la renuncia de la antecesora y se lo ofrecen a Hannah o Mrs. Carter quien como sister de sala contaba con la “confianza del staff médico y del Comité del Hospital”. Reconocimiento ganado sin dudas como lady probationer y como sister. Mrs. Carter permanece en el cargo cuatro años hasta septiembre de 1880. El Comité hace una referencia sobre ella reconociendo que “por casi cuatro años había ocupado el más alto cargo con gran energía y habilidad”. En su renuncia nos decía: “Hoy envío al Presidente mi renuncia al puesto de matron. Quisiera darle las gracias al Consejo Médico por su generosidad hacia mí, tanto como sister como en calidad de matron. Me retiro solamente porque mi familia desea tenerme en casa y para tomar un descanso. He permanecido aquí por cerca de cuatro años muy feliz en mi trabajo y abandonarlo me es muy difícil”. Créanme sinceramente de Ustedes. H. Carter. Certificado de autenticidad del The Royal Southern Hospital of Liverpool. De todos modos de aquí no se va a su casa, sino que ejerce el cargo de matron en el Hospital de York.

El interés generalizado por la explotación del oro del norte uruguayo surgió hacia 1860, aunque dos décadas anteriores ya se explotaba el yacimiento con un sistema desordenado en Cuñapíru-Corrales, región aurífera, que es contemporánea a la fiebre del oro de California, en los Estados Unidos de Norte América.

La cultura en la que nacemos, es la que nos permite crear el vínculo con los que nos rodean, se elabora primordialmente en la familia, pero se completa y complementa con la sociedad en la que vivimos. Si la opción de vida está condicionada por nuestra propia voluntad, tiene los límites que, por ejemplo, la religión o la moral nos imponen, las ataduras sociales a las que nos sujetamos.

De esta forma, Hannah, nacida mujer en un hogar inglés victoriano con una opción religiosa cuáquera, de padre en pleno ascenso social, no pudo haberse sustraído de la influencia del colectivo. Su familia burguesa con servicio doméstico en su propio hogar, y su hábito de montar a caballo, con una esmerada educación pública o privada y/o con clases particulares, que era lo habitual en aquella época.

Hay indicios de creer que la familia Packer se unió a la confesión de la “Sociedad de Amigos” desde 1840. Su matrimonio celebrado de acuerdo a los preceptos de esa fe y en el propio ámbito de su Sala de reuniones, además de sus vínculos sociales absolutamente ligados a ella.

Cuando llega al Uruguay frecuenta las amistades de su próximo marido Davison. La visión de “reina del hogar” rodeada de quien la sirviera, típica imagen de mujer burguesa, coincide con la información que la dice viuda de un banquero y perteneciente a una familia de buen pasar.

Una vez superada la crisis de 1896, el pueblo no olvida el liderazgo de Davison y en retribución, edifican una casa que ubican sobre una colina más acorde con lo que la época exigía a la burguesía nacional. Siendo amplia la casa su mayor mérito fue crear habitaciones amplias y adecuadas para atender y alojar a las parturientas. Ya le empezaron a llamar “Misiana”.

Cómo la recuerdan a Ana diferentes mujeres entrevistadas; éstas eran de diverso grado educativo, pertenecientes a distintos grupos sociales y conservan percepciones parecidas. En su aspecto físico era aliñada, de rodete cuidadoso, con alguna sencilla alhaja adornándola, pero sin maquillaje. Se le recuerda su amabilidad en el trato y hasta que en sus últimos años, por mediados de la década de 1920, estaba “muy arrugadita”. Causa hilaridad su lenguaje de castellano imperfecto, pero ese recuerdo en absoluto tiene un sentido desconsiderado sino por el contrario, sus errores parecen parte de su personalidad y por ello, son aceptados.

Reviven las navidades, era una especie de ritual cumplido con rigurosa puntualidad, ineludible precepto de buena vecindad y agradecimiento que los niños esperaban ansiosos, porque no volvían de manos vacías. Muchos, habían nacido con su atención. En Corrales se le recuerda asumiendo el papel de esposa del doctor Davison. Para sus contemporáneos, sus tareas de enfermera y partera sumadas a las de agente de transculturación inglesa, eran natural extensión de la profesión en medicina de su esposo. Su formación religiosa equilibraba su condición de mujer, ya que los cuáqueros entendían que la “luz interior” no era privilegio masculino. De esta forma, las mujeres tenían las mismas facultades y hasta podían ser ministros.

La prédica anti esclavista que mantuvieron durante el siglo XIX les imprimió un sello igualitario y humanista que se puede ver en la actitud de esta enfermera. La compañía de la que se valía para recorrer los cerros y quebradas, noche adentro era “un viejo negro” cuya función es definida como la de un “asistente”, lo que lo convierte en ayudante de categoría superior a la de mero “criado”. No olvidemos que hubo las guerras civiles en 1897, 1904 y 1910, además se sumaban a las brasileñas. Bandoleros y contrabandistas solían refugiarse en los montes cercanos. La presencia de su asistente le proporcionaba seguridad en las noches oscuras, además para esas instancias se valían de unas “velas grandes”. Una “dama de la lámpara” sui géneris, adaptada al medio, y una enfermera muy valerosa.

A Ana también se le recuerda por sus bordados, tejiendo para los pobres, alternando con ellas su idoneidad profesional de enfermera y partera. A su esposo se le recuerda como médico y filántropo, ya que atendía gratuitamente. La familia vivía de las libras que le giraban desde Inglaterra, producto de su pensión de viudedad, era todo el dinero que recibía y que por otra parte, volcaba hacia las necesidades de la población, entre otras, la compra de medicamentos.

Los registros orales fidedignos de sus auxilios a enfermos o parturientas mencionan que no medía sacrificios dando muestras de enormes esfuerzos físicos para cumplir su labor. No obstante, ninguno valora el hecho de que todas sus tareas profesionales fueran gratuitas. Es curioso que se omita su propia filantropía. Pero se va más allá: se percibe la tendencia a considerar la retribución económica a su trabajo como naturalmente innecesaria. Cabe la hipótesis de que ella misma propiciara esta actitud, que asumiera como deber moral puesto que era parte de sus deberes de cuáquera y ético como profesional, aunque al parecer, era más bien su condición de género la que menguaba su profesionalidad. Nadie le negaba idoneidad, pero no parecía necesario que percibiera honorarios.

Misiana sobrevive diez años a su marido. Habían compartido 39 años de lucha y trabajo para sacar a los enfermos adelante y traer niños al mundo. Con el doctor Enrique Ros crearán un Dispensario para la detección de sífilis y asistencia de enfermos que se instala frente a su casa-hospital del pueblo. El 5 de junio de 1930 fallece a la edad de ochenta y ocho años.

En el monumento que comparte con Davison, el vocablo que se le destina es: “abnegación”, sintetiza demasiados cincuenta años de dedicación total a la comunidad.

Ana cuando llega al Uruguay no es exactamente en calidad de enfermera, aunque sí el tiempo se encargó de demostrarlo. Esta “mujer muy fina y delicada”, que “sabía tratar con gente encumbrada como con humildes”. Sus conocimientos y experiencias que le acompañaron desde el ámbito hospitalario, del entorno profesional y hasta del familiar cercano, le dieron credenciales para “tener a su cuidado y responsabilidad, la salud de los moradores de toda esta zona”. Cuidados que ella había aplicado desde las necesidades biológicas, las condiciones sociales y ambientales, sin dejar de lado la “amabilidad, la paciencia” para escuchar y comprender a las personas. Un cuidado que sabemos apoyado en bases técnicas, pero con un enfoque humanista que trasladó a Cuñapirú-Corrales, en una etapa de la enfermería inglesa empeñada en “venir a ser profesión” después de demostrada su calidad de disciplina. Por otra parte ese “Cuidado” estaba dirigido a un bien determinado, la “salud” de toda la población.

A medida que conocía, la conocían, estableciendo una relación donde la necesidad de la gente, el saber y el querer de Ana entablan un dialogo que adquiere dimensiones propias. Ante una población donde la enfermedad afectaba por igual a mujeres y hombres de todas las edades en pérdida de vidas, pero que incidía con mayor fuerza en los niños, Ana centró su esfuerzo en la mujer, en la gestación y el parto, en el recién nacido y sus demandas únicas y en la vacunación de los niños.

No sólo atendía partos sino a personas enfermas, niños y adultos a quienes les hacía tratamientos, inyectables, curaciones, cataplasmas, aplicación de ventosas, pero sobre todo, enseñaba. Enseñó estas técnicas básicas de enfermería, a mujeres de confianza que seleccionó cuidadosamente para la atención en lo que llamaba su casa hospital.

Ayudó a organizar Comisiones como la Sociedad de Socorros Mutuos entre Orientales, Hospitales de Sangre en Río Grande, La Cruz Roja de Señoras Cristianas o el Hospital de Sangre en Minas de Corrales.
Fotos: Las fotos están escaneadas del mismo libro y de Internet.

*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte y ***Raúl Expósito González
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
masolorzano@telefonica.net
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